Fake Baby
Ni siquiera tuvo la necesidad de girarse hacia sus compañeros de clase para notar que todos poseían el mismo semblante que él. Nadie comprendía por qué aquel pequeño objeto ovalado había sido puesto sobre el pupitre luciendo un par de ojos sintéticos y unos escasos mechones de estambre sobre lo que simulaba ser su cabeza. Todos ahí sabían que ese ser artificial vivía en sus neveras hasta la mañana en que sus padres decidieran convertirlo en un delicioso huevo estrellado. Aquello era un alimento básico y no un juguete quebradizo.
Sus dudas silenciosas llegaron hasta los oídos de la profesora. Quien con la amabilidad que le caracterizaba comenzó su explicación.
—Esto es un proyecto que les permitirá afianzar su sentido de la responsabilidad —dijo la sonriente mujer, mostrando el pequeño huevo a su clase—. A lo largo de una semana ustedes se harán cargo de este pequeño huevo como si fuera su propio hijo. Por lo que tendrán que atender sus necesidades. Y, sobre todo, evitarle cualquier percance.
—Pero maestra, es solamente un huevo.
—Si mi mamá lo ve se lo preparará de desayuno a mi padre.
—A la clase de al lado les dieron un hámster.
Y a esas quejas se le sumaron unas cuantas más. Sin embargo, la maestra los silenció con un simple gesto.
—No hay presupuesto para adquirir algo más costoso que un huevo. —No quería romper sus ilusiones. Mas no podía mentirles—. Tendrán que conformarse con esto.
—¿Y si nos negamos a hacerlo?
—Perderían el porcentaje correspondiente a esta actividad. Y, por ende, su calificación descenderá.
El salón se llenó de murmullos. Ninguno quería hacerlo, pero tampoco deseaban obtener una nota baja.
—Y descuiden, es un trabajo en equipo. —Lo dicho disparó la alarma de todos sus alumnos—. Tienen quince minutos para elegir a su pareja. Cuando lo hayan hecho vengan conmigo para que los anote.
Para quienes ya contaban con su círculo de amigos, hacerse de una pareja no llevaba más que un intercambio de miradas para cerrar el trato. Luego estaba aquel niño extraño que solamente sabía hablar de béisbol y que no mostraba interés alguno en volverse cercano con algún miembro de su clase. Era evidente que sería el único que no contaría con un compañero de equipo. O así fue hasta que se giró hacia atrás, hasta el último pupitre. Allí también había alguien que compartía su mismo destino.
No era su intención. Mas cruzaron miradas. El chocolate se encontró con la pirita gris.
—Ah… Veo que tampoco tienes con quien hacer equipo. —Interactuar con otros no era su fortaleza. No dentro de su aula de clases.
—Tú tampoco —espetó, atendiendo a su alrededor—. Nuestra clase tiene un número par de alumnos. ¿Sabes lo que eso significa?
—Que no quedará nadie sin pareja…—Su propia respuesta lo hizo darse cuenta de lo que era obvio para ambos.
—No pienso bajar mi promedio escolar. De modo que tenemos que hacer equipo —sentenció la niña.
—Sí. Supongo que las cosas son de esa forma. —No sabía cómo sentirse hacia el desenlace tan extraño que tuvo con esa compañera de clases que le resultaba una completa desconocida.
—Miyuki Kazuya, ¿verdad? —Se acercó. Era tan alta como él y eso significaba que era más bajo que los chicos de su edad—. Mi nombre es Yūki Sora —extendió su mano hacia él en un acto de cordialidad y educación.
—Cuidemos bien de este huevo —pidió.
—Las posibilidades de que algo malo le ocurran son muy bajas. No debes preocuparte por ello. Aprobaremos el proyecto.
La hora del almuerzo siempre era ruidosa y animada. Todos se divertían charlando, actualizando los acontecimientos vividos el día de ayer. Era el momento adecuado para la convivencia. Un instante disfrutable dentro de las cuatro paredes del comedor. Sin embargo, también estaban los que comían en silencio, analizando un cuadernillo con estadísticas sobre beisbolistas y numerosos partidos. Así eran los desayunos de aquel pequeño de gruesas gafas y sonrisa burlesca.
—Hasta le dibujó unos lentes…—habló con un bocado a medio comer, mirando el huevo que descansaba sobre uno de los huecos de su charola—. Es muy extraña.
—Cuando no creíamos que podías ser más raro, te encuentro hablándole a un huevo con un rostro tan tonto como el tuyo.
Kazuya ni siquiera volteó hacia su interlocutor. Siempre que se encontraban se dedicaba a bombardearlo con provocaciones e insultos. Y si bien no era el único que vivía los ataques verbales de aquel bravucón, era su preferido; al que más gustaba incordiar hasta el punto de atentar contra su integridad física.
—Ey, tonto. ¿Me estás escuchando?
—Tendré que prepararle un entrenamiento especial a nuestro pitcher principal o volveremos a perder contra la Liga Senior Marugame —hablaba para sí mismo—. También debo pensar cómo contraatacar a su cátcher. Aunque es muy divertido enfrentarlo.
—¡Idiota!
No fue su insulto lo que paralizó a todos, sino su descarada acción. Para alguien de su altura y corpulencia era sencillo halar del cuello a aquel chico para levantarlo de su asiento.
—La vez pasada corriste con suerte porque aparecieron esos chicos. Pero hoy no serás tan afortunado —advirtió para quien lo observaba calmadamente, como si no le importaran sus amenazas—. Te crees mucho sólo porque sabes de béisbol y eres algo popular con las niñas.
—¡Gracias!
—¡Imbécil! ¡No te estoy halagando! —Lo sujetó con fuerza del cuello de su camisa. No iba a dejar que escapara—. Te quitaré esa ridícula sonrisa.
—Deberíamos quitarle ese ridículo huevo.
—Mejor rompámoslo encima de su cabeza. ¡Apestará!
Aquel abusivo nunca transitaba en solitario. Siempre iba en compañía de dos chicos dotados de corpulencia, pero pobres en intelecto.
Jamás buscó por auxilio cuando los chicos de su propio equipo lo intimidaban y apaleaban. Tampoco imploraría por clemencia a su agresor ni extendería su mano hacia el alumnado que pasó de husmear en su tragedia a concentrarse en terminar de comer. Para él le bastaba con mantenerse firme, sonriente, sin mostrar acobardamiento. En esa extraña manera de encarar las situaciones adversas radicaba su fortaleza.
Sin embargo, en aquel atraco no sólo estaba su pellejo en juego. El huevo que fungía como su hijo postizo había sido secuestrado por uno de los secuaces de aquel delincuente juvenil.
—Eso es mío —replicó, frunciendo el ceño.
No había estado paseándose por el comedor con ese ridículo huevo para nada.
—Pobre de ti, teniendo un padre tan incompetente — habló el secuestrador a aquel objeto inanimado—. Y es tan patético que hasta tu madre los abandonó.
—¡Cualquiera abandonaría a un par de perdedores!
—Denme eso de una buena vez —exigió quien no liberaba a Miyuki—. Estás a punto de apestar.
—Yo no he abandonado a ninguno de los dos.
Kazuya y ese grupo de chicos se giraron hacia la persona que había tenido la osadía de interrumpir aquel desagradable escenario de abuso.
—Ese huevo es mío. Devuélvemelo y seré misericordiosa con ustedes.
Su demanda provocó un oleaje de carcajadas entre los abusadores de Miyuki Kazuya. Si un chiquillo tan enclenque como el que intimidaban no les provocaba miedo, menos lo haría una mocosa tan escuálida como ella.
La ignoraron y prosiguieron a terminar con su comitiva.
—Todos los de su clase son unos subnormales sin remedio.
Un pisotón bastó para que el tosco chico soltara a su prisionero. Y un golpe, anidado en el centro de sus entrañas, lo obligó a arrodillarse, a pedir silenciosamente perdón ante la persona que subestimó por su talla y género.
Esa mocosa lo veía desde arriba con impavidez, con el gesto de alguien que nunca ha estado del lado del intimidado. Sus manos, hechas puños, le advertían silenciosamente que estaba lista para mandarlo de vuelta al suelo.
—Mi huevo. —No era petición, era una exigencia.
—Pobres diablos. No saben con quién se fueron a meter.
—Si ellos se llegan a enterar no les irá nada bien.
—¿Deberíamos apostar por quién gana?
Miyuki se recuperó del sobresalto y empezó a sentir respeto y miedo por quien tenía frente a él, por esa persona que había intervenido para salvar su pellejo y el de su hijo falso. Desde su posición estaba seguro y podía tomarse el atrevimiento de burlarse con una sonrisa de quien seguía pasmado, atormentado por los comentarios que no cesaban.
Todo el cuchicheo se resumía en que esa niña era peligrosa y se rodeaba de gente igualmente problemática que apalearían a cualquiera que le pusiera una mano encima.
—Tendré que enseñarle a tu padre algo de defensa personal o un buen día de estos te quedarás huérfano —expresó para su pequeño que le fue entregado con prontitud—. Ojalá tú no hayas heredado su pacifismo.
—¡¿Cómo que heredó mi pacifismo?! ¡Espera, ¿le estás hablando al huevo?! —exclamó para quien consideraba aquello de lo más normal—. ¡¿Y por qué eres tan salvaje?! ¡Por eso no te hacen plática en el salón de clases!
—La clase está por empezar. Me adelantaré. —Inició su retirada, dejándolo con las palabras en la boca.
—Ha ignorado lo que le he dicho…
Él no era curioso con respecto a la vida personal de quienes lo rodeaban. No obstante, ella era su pareja de equipo; la persona con la que compartía la responsabilidad de cuidar un indefenso huevo. Y quien era mucho más peligrosa que ese grupo de abusadores. Debía saber a lo que se enfrentaba. No por nada la llave del éxito recaía en conocer a tu adversario; y si eso funcionaba para el béisbol, también tenía que ser efectivo para la vida.
Descubrió que, esa aparentemente inofensiva niña, era en realidad un miembro del club de karate. ¡Ni siquiera sabía que la escuela contaba con ese club! Y no sólo era fuerza bruta. También ponía en práctica su intelecto. Era una combinación bizarra entre potencia física y astucia mental.
Y siendo incapaz de escapar de ella, se resignó. Soportaría hasta el próximo lunes cuando tuvieran que devolver el pequeño huevo a su profesora.
—Me encargaré de cuidarlo para que no tengas problemas con tu práctica.
Su petición sacudió sus pensamientos. Lo hizo saltar y tirar la maleta que pendía de su hombro.
—¡¿De dónde saliste?! —gritó, señalando a la chiquilla que no entendía su sobresalto—. ¿Y cómo sabes que voy a práctica?
—Los chicos me dijeron que practicas béisbol después de clase —respondió—. Te investigué.
—Acosadora.
—Tenía que asegurarme de que no fueras un rarito peligroso —indicó, cruzándose de brazos—. Mi abuelo dice que nunca debo bajar la guardia y mucho menos ante los niños.
—Eso debería ser yo.
Se miraron. Suspiraron. Ambos estaban metidos en el mismo hoyo.
—Aparte, mis hermanos también practican béisbol. Por eso reconocí ese estilo de bolso. —Cambió de tema. Era lo mejor—. Vamos, dámelo. Así podrás jugar libremente.
—¿Y no tienes club en este momento?
—Hoy no —explicó—. Y de cualquier modo tenemos que organizar nuestras actividades para cuidar a nuestro falso retoño.
—Eres muy maniática.
—Y tú un enclenque.
—¡Oye! ¡No lo soy!
La riña nacida aquel lunes por la tarde fue el parteaguas de lo que se avecinaría en los días subsiguientes donde su interacción, nacida forzadamente a raíz de un proyecto escolar, adquirió nuevos tonos. A veces fríos y ruidosos, otras veces cálidos y animados. Pasaban de poseer diferencias a converger en determinados puntos de vista. Eran polos opuestos que habían aprendido a sobrellevarse.
Mientras él le explicaba por qué le apasionaba tanto la posición de cátcher, ella le contaba el verdadero motivo por el cual se había unido al club de karate Para sorpresa de ambos, se hablaban con sinceridad. Los filtros no eran necesarios entre dos personas que pasaban de la mayor parte del alumnado.
Sin embargo, cuidar a una criatura no era tarea simple. Había que jugar con los tiempos y hallar un sitio seguro para resguardarlo durante el tiempo que demoraban sus prácticas. También estaban los factores externos que englobaban a los gatos callejeros que sentían curiosidad ante el huevecillo; o la malicia de algunos compañeros de clase que rompieron su proyecto escolar antes de llegar a media semana y querían ese mismo destino para ellos. Mas se mantuvieron atentos, firmes. No iban a perder cuando la presea de la victoria estaba a nada de su alcance.
—Todos se volvieron locos —mencionaba Kazuya con un cono de helado en su mano izquierda.
Permanecían sentados al pie de un canal de agua, con su pequeño huevo, marcando una distancia entre ambos. Allí habían decidido gastar las últimas horas que le restaban a la tarde.
—Fueron torpes e irresponsables. Por eso sus huevos se rompieron y quieren que el de los demás estén igual. —Mordió su paleta de limón y masticó en silencio.
—Si sabes que somos los únicos que aún tenemos el huevo, ¿verdad?
—La ley del más fuerte. —Lo miró de soslayo con una pequeña y cínica sonrisa—. Seremos los únicos que podremos obtener la calificación más alta.
—Obsesiva. —Exhaló. Ya se estaba acostumbrando a su obsesión por lo académico—. Al menos ya no molesta a nadie ese tonto de Ishikawa.
—Le pedí amablemente que ocupara su tiempo del receso en algo más productivo. —Las sonrisas de Yūki Sora eran el equivalente a un mal augurio
—¡Eso es una amenaza! No trates de encubrirlo.
—De nada.
—¡No te estoy agradeciendo por nada!
—Pues deberías. Ya puedes desayunar tranquilamente sin que esos cabezas de pino te estén quitando la comida.
Él se negó a mirarla. Prefería concentrarse en su cono vacío. Se sentía avergonzado y eso le molestaba.
—Tenemos que estar muy pendientes el día de mañana, Miyuki-kun.
—¿Por qué? —La observó con discreción. Ella estaba demasiado centrada en el huevo para notarlo.
—Mañana harán su último intento por romper nuestro huevo —mencionó, arrugando su frente—. Necesito que agudices tus sentidos de cátcher para que resistamos hasta que sea la hora de la clase.
Él parpadeó, incrédulo ante su inesperada petición. Luego se echó a reír.
—¡Eres tan rara como un perro verde!
—Los perros verdes no existen. —Refutó, viéndolo inquisidora.
—Por eso mismo.
—Puedo arrojarte dentro del canal sin dificultad.
—Lo que digo es que será pan comido —aseguró con esa suave arrogancia que solamente nacía cuando se proponía sacar una entrada sin ninguna anotación—. Confía en mi instinto.
—Eso no fue lo que me quisiste dar a entender, Miyuki Kazuya.
—Creo que va siendo hora de regresar. —Se levantó y estiró sus brazos para romper su estadio de inmovilidad—. Si sigues frunciendo el ceño así, te arrugarás.
—Ahora entiendo por qué esos dos te molestaban. —Ya empezaba a arrepentirse por haber abogado por él.
No. No se cortó. Se rio a sus anchas. Había cierto encanto en molestarla.
—De ahora en adelante seré madre soltera.
—¡Oye, regresa!
La chiquilla había tomado al huevo consigo para iniciar su retirada. Él por su lado, la seguía de cerca, riéndose de su pequeño berrinche.
Quizá no fue tan desafortunado que se conocieran por un absurdo proyecto escolar.
