Disclaimer: los personajes y el mundo mágico son propiedad de J.K. Yo solo tomo la inspiración de las musas y pongo el tiempo para escribir.

Notas de la autora: y sigo volviendo más pronto de lo esperado, jajaja. En este caso para conmemorar el aniversario luctuoso de los Potter y la formación del trío de oro. Happy Halloween!


Segundo rostro.

Draco volvía a estar paralizado del miedo. Ese se había vuelto su estado natural los últimos meses, pero nunca como en ese momento. Teóricamente, habían tenido la gloria al alcance de la mano. Entregar a Potter y a sus amigos habría sido la forma más sublime de redención para congraciarse con… él. Y los habían dejado escapar. Su padre había sido atacado, Draco había perdido su varita. Pero ninguno de los dos fue receptor de la ira implacable de ese maniático. Su pecho subía y bajaba en dolorosas bocanadas mientras lo veía retirarse, con su maldita tía Bella arrastrándose detrás de él. No rogaba por su hermana, claro que no. Rogaba por sí misma, le gritaba su amor enfermizo sin reparos. Hubiera deseado correr al lado de su madre, colocar su cabeza en su regazo y peinar sus ensangrentados cabellos rubios. Deseaba con toda el alma darle un poco de paz y hacer más llevadero ese infierno. Pero lo único que hizo fue desplomarse en el suelo. Sus rodillas crujieron por la violenta caída, sus manos llenas de mugre chocaron contra la madera y sus lágrimas las bañaron. Draco no sollozaba. Con el tiempo había aprendido a llorar en silencio. Aun así, su llanto era tan desgarrador que sentía como se quedaba sin voz a pesar de no producir sonido alguno. La opresión en su pecho alcanzó un punto tan crítico que se sentía como algo físico, casi como si pudiera quebrarle las costillas. Se destruiría a sí mismo desde dentro. Sería lo menos que merecía. Por su incapacidad y su miedo ahora su madre estaba tan malherida.

-Draco, ayúdame –la voz de Lucius sonaba constipada. No era nada extraordinario en el último tiempo. Lo había visto llorar tan a menudo que casi había olvidado los días en que lo idolatraba por su templanza e impavidez. Se incorporó como pudo, con todos los músculos temblando y el aire entrando en sus pulmones como si respirara fuego. Su padre sí había conseguido arrastrarse hasta Narcissa y de alguna forma le había limpiado la sangre del rostro. Ella no se quejaba, pero mantenía los ojos cerrados con una mueca de dolor–. Vamos a llevarla a la habitación –asintió. Necesitaba desesperadamente hacer algo por ella.

La culpa, el remordimiento, el dolor y la ira eran todo lo que tenía mientras ayudaba a trasladar a su madre. Después de incontables castigos por su incompetencia, Draco había aprendido a aceptar el dolor. Curaba sus heridas sin pestañear y casi sobrellevaba la humillación con la cabeza en alto. Pero ver a su madre doblarse de dolor frente a ese tipo, sufrir a tal grado de acabar pidiendo clemencia… Ese demonio había conseguido lastimar más que su cuerpo, había fracturado su alma. No tenía cómo comprobarlo, ella no le había dirigido la mirada ni una sola vez mientras padecía todo eso. Pero Draco lo sabía. Cuando volviera a ver esos amados ojos azules, algo estaría irreparablemente ausente en ellos. Y la culpa sería suya, él había arrebatado el último vestigio de esperanza de su madre.

La mano le temblaba violentamente, pero consiguió empuñar la varita de Narcissa para aplicarle los mejores encantamientos de curación que conocía. Lucius hizo lo propio, cambiándole la ropa hecha girones por uno de sus vestidos favoritos. Como si una pieza de tela pudiera sanar su mancillado espíritu. Pero Draco no dijo nada. No habría podido, todavía no conseguía formular palabra. Y habría sido grosero de su parte agobiar más a su padre, cuyos ojos hundidos estaban inyectados en sangre. También tenía el cabello muy sucio y despeinado, aunque no parecía consciente de ello. Balbuceaba hacia ella, asegurándole que estarían bien. Como si todavía pudieran tener un buen desenlace después de todo eso. Draco se retiró a una esquina de la habitación, tratando de camuflarse con las cortinas. Ansiaba y temía el momento en que su madre despertase. No creía ser capaz de volver a verla directo a los ojos. Pero también era incapaz de imaginar su vida sin ella. Era quien siempre lo había contenido, quien jamás lo había ridiculizado por llorar, era quien sonreía con aplomo a la adversidad, quien lo había cuidado a pesar de sí mismo y de lo mal que hubiera actuado. Narcissa era la única razón por la que conservaba la cordura. Su férrea determinación y la forma en que solía susurrar "saldremos de esto" cada noche lo hacían mantenerse de pie. Ella era el alma de la casa, aun cuando habían sido invadidos por esos miserables parásitos. ¿Cómo seguiría siéndolo después de ser doblegada en el salón familiar? Incluso si lograban salir de ello con vida, ¿cómo podrían volver a pasearse por los pasillos de esa casa sin escuchar sus gritos, sin recordar el aroma de su sangre mojando el piso?

El cansancio debió jugarle una mala pasada. Draco despertó mucho después, envuelto en una manta en el suelo y con los susurros de sus padres a escasa distancia.

-Querida, por favor.

-No voy a cambiar de opinión, Lucius –se estremeció. Jamás lo había escuchado suplicar de esa forma. Ni a ella rechazarlo con tanta dureza.

-Al menos habla con Draco antes de…

-Ni siquiera él podrá persuadirme.

-Pero merece escucharlo de tus labios –no se pudo contener más. Impulsándose en un brazo tembloroso, consiguió incorporarse. La sábana dejó al descubierto la mitad de su cuerpo y el rumor acalló las voces. Su madre seguía en la cama, aunque ya no estaba rodeada de mantas, sino sentada al borde. Todavía lucía demacrada, pero había recogido su cabello en un apretado moño. Ya no vestía lo que Lucius había escogido para ella, sino un vestido sobrio y, lo más extraño, una capa de viaje.

-¿Mamá? –Su voz salió muy ronca, como siempre que lloraba hasta el cansancio. Ella suspiró y apretó el puño antes de voltear.

Lo había esperado, creyó estar preparado para ello. Pero el dolor y el vacío en los ojos de su madre eran tan intensos que lo hicieron hundirse en su lugar. Sus irises azules ya no reflejaban un cielo despejado o un mar en calma. Habían quedado reducidos a dos pozos turbios e inalcanzables.

-Ven aquí –a Draco ni siquiera le dio vergüenza arrastrarse como su tía Bella. Acudió a los pies de su madre. Quería posar la cabeza en sus piernas, quería que ella acariciara su cabello y le dijera que saldrían de eso.

Narcissa se apartó cuando intentó tomarle la mano.

-No puedo ser la única que lo sabe –empezó a decir, juntando las manos y clavando sus ojos inexpresivos en ellas–. Nos equivocamos. Todo este tiempo, quizás desde antes. Nos equivocamos… El camino que elegimos solo nos llevará a la perdición y a la muerte.

Draco habría podido reaccionar de muchas formas. Intentar infundir un poco de esperanza a su madre habría sido lo ideal, pero no podía darle lo que no tenía. No podía mentirle. También podría haber abogado a la intervención de su padre, pero Lucius parecía tan agotado y resignado que no fue capaz de ello. Simplemente no pudo decir nada. No había nada qué decir o hacer para hacer sentir mejor a la persona que más amaba.

-Esta guerra no tiene ningún posible buen desenlace para nosotros –prosiguió, arrojando sin temor esas palabras de fatalidad–. Incluso si los mortifagos consiguen la victoria, no habrá nada para nosotros entre ellos. Ahora mismo somos repudiados y no dudo que seremos expulsados de este lugar. Si es que no terminamos recluidos en nuestro propio calabozo… –Narcissa alisó su falda, inspirando tranquilamente–. Siempre seremos culpados por lo que pasó hoy. No importará qué hagamos bien después de esto, ni a quién matemos. Él ha dejado muy clara su postura –Draco se estremeció de pies a cabeza, la serenidad con que su madre expresaba todo era lo que más le atemorizaba–. Si es que gana la Orden… Tampoco habrá un lugar para nosotros. No conseguiremos perdón ni indulgencia. Serán duros con nosotros, llevan tiempo deseándolo. Nos enfrentaremos a la ruina o a la reclusión de por vida. Es algo que debemos aceptar. Claro, si es que conseguimos llegar vivos a ello.

-Mamá… –Ella hizo un gesto para callarlo y acto seguido, se dirigió a Lucius.

-Te lo advertí desde un principio y no quisiste hacerme caso. Ahora es demasiado tarde.

-No entiendo –balbuceó el joven, notando el encogido gesto contrito de su padre. No recordaba que su madre hubiese enfrentado al hombre tras el regreso de… ese tipo. Aunque sí había intentado persuadirlo a él para que no tomara la marca, pero sin mucha insistencia, como si supiera que era una causa perdida. Hasta en ese momento se le ocurrió que quizás fuera así porque no era la primera vez que afrontaba esa situación.

-Narcissa se refiere a hace 20 años, cuando tomé la marca.

-Te rogué que no lo hicieras y no me escuchaste –la voz de su madre, antaño amable y comprensiva, destilaba amargura e ira contenida–. Volviste a mí con esa horrorosa marca en tu brazo. Yo no tenía más opción que aceptarte, debía ser una buena esposa. Aun si eso significaba apoyarte en tu insensatez. Tuve esperanza cuando ese malnacido desapareció en casa de los Potter. Pero no, esa es una cadena de por vida. Y luego… –Narcissa negó, frunciendo el ceño en un rictus de crudo sufrimiento–. Mi hijo. Sabía que rogar sería en vano, te pareces demasiado a tu padre –Draco sintió como el aire se volvía una masa densa en sus pulmones. La mirada de su madre era de profunda decepción y tristeza.

Quería negarlo, quería alegar que también tenía los mejores rasgos de ella, pero sabía que sería un embustero. Había sido criado para ser un Malfoy, no un Black. Los Black tenían una historia turbia. Nadie quería hablar de ellos en las reuniones importantes. Nadie quería ser relacionado con ellos. ¿Desertores, traidores a la sangre y asesinos? ¡Por favor, no! Especialmente los nombres de Sirius y Andrómeda eran tabú. Nadie quería ser como ellos. Nadie debía ser como ellos. Esa realidad le pegó como nunca en ese instante. Al menos Sirius había muerto defendiendo algo que creía, algo justo y sensato. Al menos Andrómeda había tenido una vida larga y feliz. Al menos su prima Nymphadora siempre había tenido la libertad de ser quien era.

-Lo entiendes, ¿verdad? –Prosiguió ella, restregando las manos contra la tela del vestido como si quisiera tocarlo pero presentía que podía quemarse si lo hacía. Como si Draco estuviera maldito–. Están atados a él de por vida. Sin importar el resultado. Ni siquiera pueden esconderse, no hay forma de renunciar a ello. Pero yo no.

-¿Qué?

-No hay nada que me encadene a él –declaró, endureciendo las facciones y cuadrando los hombros–. He sido persistente porque es lo que se esperaba de mí. Pero no soportaré más humillaciones.

-¿Mamá? –Apenas consiguió un murmullo.

-Ustedes eligieron esto sin que les importasen mis sentimientos. Es hora de que yo haga lo mismo –Draco sintió como las manos invisibles del pánico envolvían su garganta y empezaban a estrangularlo–. Me voy. Este nunca ha sido mi sitio y no seguiré en este sendero de muerte y destrucción.

-Pero tú no…

-Draco, cállate –la voz de su padre sonó tan firme como la recordaba de su infancia, silenciándolo de inmediato. Narcissa se puso de pie, imponiendo distancia entre ellos.

-No, es que… ¿Acaso no te importa lo que pase con nosotros? –¿Conmigo?, quería gritarle. Pero su cuestionamiento salió como un patético sollozo. Como un niño de primaria que le ruega a su madre que lo lleve consigo frente a la puerta del colegio.

-A ustedes tampoco les importó lo que pudiera pasar conmigo –el aire se estancó en sus pulmones. Ella dirigió una mirada de profundo desprecio a Lucius y cuando se giró hacia él, eso no había desaparecido del todo–. He sufrido hasta lo indecible y no lo merecía. No voy a morir por una causa que no apoyo.

-No puedes abandonarnos… –Suplicó, notando como las lágrimas volvían a mojar su rostro. Narcissa no mostró compasión, mucho menos se acercó con su pañuelo de encaje como lo hacía cuando era un niño. De hecho, sus ojos parecían transmitir eso. Draco ya no era un niño. Era alguien que había elegido su propio destino, su propia perdición.

-Ustedes me abandonaron desde el principio –y sin mayor despedida o siquiera un gesto, su madre le dio la espalda y se alejó de ellos. Su capa de viaje ondeando tras ella le ocasionó un escalofrío de reconocimiento. La escena se repetía. Era como ese maniático alejándose y dejándola en el piso. En esta ocasión era Draco quien se quedaba atrás.

No se suponía que fuera así. Su madre había sido siempre su centro de gravedad. Era la única fuente de bondad en esa casa llena de oscuridad y crueldad. Saldrían de eso juntos, lo había prometido. Draco podía perder a sus amigos, a su padre, incluso podría perder alguna parte de su cuerpo, pero jamás a su madre. Sin Narcissa no había esperanza ni posibilidad de redención. Y si no se arrastró penosamente tras ella fue porque sabía que tenía razón. Ellos la habían condenado a eso. Merecían su odio, su rencor y su ausencia. Merecía perderla. Había sido muy inconsciente e insensato, creyendo que ella siempre estaría para contenerlo y arreglar lo que él quebrara. En el fondo seguía siendo un insoportable niño llorón. No había valorado el sacrificio que implicaba para ella quedarse pese a la situación, no le había agradecido por sus cuidados y entrega. Por eso debía dejarla marchar. Su madre tenía derecho a ser libre, a recuperar la luz que su padre y él habían extinguido. Y jamás lo conseguiría a su lado. Dejarla marchar quebraba su alma, pero tal vez reconstruiría la de ella. Nada importaba más que eso.

El suelo empezó a retumbar bajo su cuerpo encogido. Draco se incorporó. Sus músculos se sentían como algo pastoso, como si su piel fuese de barro y estuviese a punto de desmoronarse. Lucius había desaparecido. La casa entera temblaba como si alguien hubiese arrancado sus cimientos y estuviese a punto de derrumbarse. Quizás había tenido razón al decir que su madre era la que sostenía todo ese lugar, tal vez desaparecería en su ausencia. El movimiento cesó, pero el suelo ya se había abierto bajo sus pies.

Draco cayó al vacío tan precipitadamente que ni siquiera atinó a gritar. Pero no fue a estrellarse a la planta baja. Quedó suspendido en medio de la oscuridad y fue entonces que recuperó su conciencia. Nada de eso había sucedido realmente. Su madre jamás se había marchado de la mansión, ni siquiera en lo peor de la guerra. Sin embargo, una parte de él siempre había esperado que lo hiciera. Siempre había temido que lo hiciera. Tragó saliva y dirigiéndose a la nada lo comprendió:

-El rostro del abandono.

Afortunadamente no obtuvo respuesta. No habría podido mantener la cordura si eso hubiese sucedido. Empezaba a comprender lo que estaba sucediendo y no era precisamente reconfortante. Si era lo que temía, su agonía no había hecho más que empezar. Y reconocía que lo más aterrorizante de ello era que en esa segunda ocasión ni siquiera había estado consciente de que todo era una ilusión. Las personas que había visto, el piso contra su cuerpo, el dolor desgarrador en su pecho, todo había sido tan malditamente real. ¿Y si entraba en una alucinación y jamás salía de ella? ¿Podría quedarse atrapado en ese lugar por siempre?

Como si la estancia percibiera su inquietud y le causara gracia, volvió a revolverle el cabello. No escuchó nada antes de desmayarse. Lo que quizás le asustó más que la voz que venía de la nada.


Notas finales: por ahí me comentaban sobre las heridas del alma y no pude resistirme a un poco de investigación sobre ello, con lo que descubrí que estos dos primeros están relacionados (aunque no lo sabía al escribirlo). Con el resto si serán totalmente diferentes. Como siempre, muchas gracias por acompañarme y nos leemos el viernes.

Pero antes de irme, el dato innecesario del día: en su versión original, el nombre de cada rostro estaba en el título. Fue bastante útil al escribir, pero decidí prescindir de ello en la versión a publicar, porque así cada uno puede tratar de descifrar de a quien estamos viendo.

Allyselle.