Disclaimer: los personajes y el mundo mágico son propiedad de J.K. Yo solo tomo la inspiración de las musas y pongo el tiempo para escribir.
Tercer rostro.
Los aplausos resonaban en el claro como las primeras gotas de lluvia en el tejado, el arroz en el suelo lucía como los pequeños copos de nieve que permanecen después que lo demás se ha derretido. El sol decididamente brillaba ese día, arrancando destellos a los vestidos de gala de los novios. Las flores llenaban el pasillo de un aroma dulzón, haciéndole temer que atraerían a todas las abejas del bosque colindante. Draco dejó que todos le adelantaran, quedándose solo un par de minutos. Las pisadas en la hierba guiaban hacia la carpa principal, donde se llevaría a cabo el banquete. Emprendió la marcha cuando escuchó los acordes iniciales de la orquesta, lo que significaba que la feliz pareja estaba por realizar su primer baile. Era uno de los momentos más memorables en una boda, y como alguien que había participado activamente en la organización, quería presenciarlo.
Bajo los haces de luz que se colaban estratégicamente en el centro del lugar, una chica de cabello castaño se movía al compás de su pareja, un pelirrojo de rostro risueño. Los recién casados parecían ignorar a sus doscientos invitados, centrados en los ojos del otro. Las familias y los más allegados contemplaban embelesados ese momento irrepetible, sabiendo lo afortunados que eran esos dos. El mismo Draco los observaba con un sentimiento agridulce. Habían sido amigos desde la infancia, lo que significaba que había atestiguado en primera fila cómo el amor de esos dos había sido escrito. Como algo predestinado desde el primer instante, desde que ella le dijo con desagrado que tenía tierra en la nariz pecosa. Incluso en las peores épocas de la adolescencia o cuando habían peleado por tonterías, siempre fue obvio para él que eso no iba a durar. Cada distanciamiento solo conseguía unirlos más. Y cuando ya no pudieron seguir negándolo, ambos decidieron declarar su amor. Parecía algo muy dramático, cliché y extremadamente apropiado. También extremadamente doloroso. No, Draco no sentía interés romántico por ninguno de los dos. Pero estar cerca de ellos todo el tiempo le hacía más consciente de su propia soledad. Lo que daría él por haber conocido a su alma gemela a los once años. Por haber crecido a su lado y superado innumerables obstáculos. Lo que era aún peor, ¿algún día encontraría a alguien así?
Alguien que conociera los pasajes más turbios de su vida, sus miedos más intensos, sus arrepentimientos más profundos. Alguien a quien asirse en los malos días, a quien pudiera abrazar en las horas muertas del día, a quien extrañar cuando sus obligaciones diarias los separasen. Brazos que pudieran contenerlo tras una pesadilla, una voz de ánimo en las malas rachas, una presencia constante que alegrase su espíritu. En fin, alguien con quien compartir quien era, cuanto tenía y lo que anhelaba ser. Alguien que lo inspirase a mejorar como persona. Sonaba tan ridículo en su mente, tan descabellado. Esa clase de amores solo existían en la literatura. Y las pocas veces que aparecían en la realidad, era para personas como Ron y Hermione. Desde que lo comprendió había aceptado su soledad. Estaba bien por su cuenta, tenía éxito a nivel profesional, tenía familia, buenos amigos, una vida estable. Draco no necesitaba más que eso. No debía perder el sueño por eso, no debía perder el tiempo en ensoñaciones improductivas. Si algún día se enamoraba, ¡genial! Si su destino era permanecer solo, ¡genial! Aceptaría cualquier cosa, él era un ser completo con o sin pareja.
-No te había visto en un buen rato, así que se me ocurrió buscar en el lugar más alejado de la recepción –tragó saliva, sintiendo como si las abejas hubiesen llegado, pero ignorando las rosas hubiesen preferido atacar su estómago. Odiaba esos pinchazos cada vez que él estaba cerca–. ¿Estás admirando la panorámica o simplemente huyendo de la gente?
-Un poco de ambas –afortunadamente era muy bueno modulando su tono de voz. No hubo inflexión delatora en sus palabras, solo una respuesta casual. El hombre a su lado sonrió. Los ojos color esmeralda brillaban tras las gafas de montura redonda. Draco siempre estaba haciendo chistes sobre ellos, pero agradecía que los llevara puestos. La única vez que lo había visto sin ellos… Apartó la mirada.
Harry Potter era el novio de Ginevra desde hacía más de un año. Se habían conocido en la universidad, porque aparte de tener una piel perfecta, cabello envidiable e inteligencia sobre el promedio; la chica tenía una buena suerte increíble. Inexplicablemente, el chico parecía muy cómodo en su presencia y siempre buscaba sacarle plática, aunque no hablaran de nada sustancial. Y a Draco cada vez le costaba más alejarse de él.
-…pero te superaste a ti mismo –decía, señalando hacia las aberturas estratégicas de la carpa–. La forma en que la luz los iluminaba durante el baile… No tengo palabras, Draco. Esperaba algo espectacular, pero tú eres… Eres asombroso –finalizó con la vista fija en él, conservando una sonrisa serena que era ligeramente irritante. Porque serenidad era todo lo que le faltaba a Draco en ese momento.
-El lugar es solo el fondo, son ellos quienes atraen las miradas –denegó, luchando por mantenerse distraído observando a los recién casados paseándose entre los invitados. Cualquier cosa que le evitara quedarse contemplando como idiota la sonrisa ladeada de Harry.
-Como siempre, eres modesto.
-Cállate –esa risa ronca y cercana sí que era imposible de ignorar. Los irises verdes tenían un brillo travieso mientras se mordisqueaba el labio como si se estuviera conteniendo para no hacerlo enojar, como si ese fuera su pasatiempo favorito. Aunque la mayor parte del tiempo Draco simplemente fingía estar molesto.
-Aunque admito que tienes razón. Hermione se veía radiante, la forma en que jamás apartó su vista de él mientras caminaba por el pasillo… –Asintió. Se había quedado sin aire en ese momento, perdido en sentimientos encontrados. Estaba alegre por ellos, después de todo habían sido sus mejores amigos desde los 11 años. Pero también se sintió caer en las garras de la melancolía. Nunca nadie lo había mirado así en su vida, ni siquiera creía que fuera a suceder algún día.
-Ron tampoco pudo sostener las lágrimas –añadió. Como el padrino, había estado justo a su lado y no se perdió detalle de la humedad en los ojos azules al reconocer a su prometida yendo hacia él. Era llanto de pura felicidad y dicha. De nuevo, algo que jamás había conocido en sus 24 años–. Debe ser lindo… –Murmuró, aclarándose la garganta cuando los ojos de Harry se clavaron en él. No había tenido intención de decirlo en voz alta.
-Ah, sabía que tenías un lado sentimental –aseguró con una inmensa sonrisa y para horror de Draco, le rodeó los hombros con un brazo. Harry siempre era así de espontáneo y afectuoso, inconsciente de la posición en que lo ponía. Hablar con él y aparentar calma era relativamente sencillo. Concentrarse para permanecer tranquilo mientras sentía tan cerca su calor y su aroma… Draco perdía el hilo de sus pensamientos y un trocito de cordura cada vez que eso sucedía. Y era demasiado cobarde y codicioso para rechazarlo.
Incluso Ginevra dejaba de importarle. Ella podía tenerlo a sus pies con solo chasquear los dedos. Si Harry lo abrazaba por escasos cinco minutos, disfrutaría de cada maldito segundo.
-Creo que se aman tanto que todos podemos sentirlo –prosiguió Harry, todavía dolorosa y exquisitamente cerca de él.
-Siempre ha sido así.
-¿Desde cuándo lo supiste?
-Desde antes que ellos, eso es seguro –el moreno volvió a reír, Draco cerró los ojos un segundo. A menudo se imaginaba despertando y que eso era lo primero que escuchaba, seguido de un "buenos días, amor".
Era tan egoísta, tan imbécil. Era el peor amigo que una chica tan buena como Ginevra podía tener.
-¿Se puede ser tan distraído? –Cuestionó, todavía con una media sonrisa en los sonrosados labios. Esos que jamás lo besarían ni le dedicarían palabras de amor. Draco negó, percibiendo la conocida amargura en la boca.
-Sí, conozco a muchas personas así –Harry volteó hacia él con el rostro ladeado. Por fortuna o para corroborar su perra suerte, se ahorró el tener que dar explicaciones.
-Ahí estaban –exclamó una chica detrás de él. La sonrisa encantadora de Harry habría sido suficiente para descifrar su identidad, pero Draco conocía muy bien esa voz alegre y cantarina–. Saben que jamás me interpondría entre su idilio, pero me gustaría bailar con mi novio antes del banquete –dijo eso con los brazos cruzados, una ceja arqueada y una sonrisa amable. Eso era lo peor de todo, por mucho. Ginevra no solo era una chica dulce, educada e indiscutiblemente hermosa, también tenía un peculiar sentido del humor. Parecía divertirla particularmente su amistad, y había empezado a hacer chistes al respecto.
Claro, eso después de hablar con él. Draco recordaba vívidamente ese día. Ella le había pedido que conversaran a solas, tras encontrarlo un par de veces derritiéndose bajo el brazo de Harry. El rubio estaba seguro de que lo había descubierto. Ginny tendría derecho a estar molesta por su enamoramiento de colegiala, pero él le aseguraría que jamás se interpondría entre ambos. Se alejaría de Harry de ser necesario. En cambio, lo que ella dijo fue:
-Le caes muy bien a Harry, ¿sabes? Creo que le gusta el aura de tranquilidad que hay a tu alrededor –expresó eso con una sonrisa, encogiéndose de hombros–. Él tiende a ser una persona muy física, como lo has notado. Pero si a ti no te gusta que te abrace, puedes decírselo –Draco se había quedado en blanco tras escucharla, lo que pareció causarle gracia a la chica–. Descuida, no creo que él lo haya notado, pero te veías un poco incómodo mientras te abrazaba. Puedes decirle que no lo haga o alejarlo, Harry no se enojará contigo. Aunque sería una pena.
-¿Qué?
-Es que se ven tan lindos juntos –se echó a reír después de eso, pellizcándole una mejilla como cada vez que le tomaba el pelo. Para ser menor que él, Ginevra siempre había tenido esa personalidad fuerte y cautivadora. No era raro que Harry estuviera enamorado de ella–. Si algún día termina conmigo, no me enojaré si se refugia en tus brazos.
Esa última frase todavía sonaba en los oídos de Draco, aunque sabía que solo había sido una broma más. Harry no iba a terminar con ella. Eso lo sabían todos, que ya rumoreaban que serían los siguientes en llegar al altar. Y no lo dudaba al verlos bailar. Ella rodeaba su cuello con los brazos y le susurraba cosas al oído con una sonrisa pícara. Él reía y la estrechaba más cerca, como si siempre hubiera estado destinado a abrazarla. Nadie jamás lo había sujetado de esa forma. Y Harry jamás lo haría.
Intentó desesperadamente aclarar sus pensamientos y disfrutar del resto de la velada, pero no lo ayudaba estar sentado a la misma mesa que ellos. Más de una vez notó cuando Harry intentaba agarrarle la pierna bajo la mesa y ella lo rechazaba con un falso mohín, seguido de un guiño confidente. Cuando terminó el banquete, lo único que se le antojaba era ahogarse en champagne. Sin embargo, cuando Ginny se distrajo hablando con su madre, Harry se inclinó hacia él.
-Vamos al cobertizo, hay algo que quiero hablar contigo –Draco asintió de inmediato. Luego se reprendió por eso.
Nadie dijo nada cuando se retiraron juntos, ni siquiera Ginevra. Era solo una plática entre amigos, ¿quién iba a dedicarles más de una mirada? Cuando llegaron al lugar mencionado, le sorprendió que el chico abriera la puerta. Creyó que se había referido simplemente a charlar fuera, no exactamente ahí. De igual manera pasó, al mismo tiempo que Harry soltaba una bomba justo detrás de él.
-Le pediré a Ginny que se case conmigo –como es natural, Draco tuvo la reacción más digna e indiferente. Se cayó de culo. Latas viejas de pintura, reglas de madera y muchos cacharros más resonaron por la estrecha habitación. Harry, obviamente, se apresuró a auxiliarlo. Tomó su mano consciente del sudor y el temblor en sus palmas, aunque al menos podía excusarse diciendo que era producto de la caída–. ¿Estás bien?
-Uh, sí. Tropecé con algo, solo… Estoy bien –balbuceó, sacudiéndose la pelusa del traje.
-Oye, no tienes que preocuparte por lo que dije. Eso no cambiará nada entre nosotros –Draco le dedicó una sonrisa apretada. Siempre dejaba pasar las bromas, pero en ese momento…
-Así que lo has decidido.
-Ella es lo que siempre soñé, el tipo de chica que jamás pensé que se enamoraría de mí. Incluso mis padres la aman. Es tan divertida, astuta, amable y cariñosa. Es un ángel.
-Sí, ella es todo eso… –Aceptó, apretando los dientes. Casi sentía olor salino en el aire, como si las lágrimas sostenidas todo ese tiempo fueran a caer en forma de tormenta apocalíptica–. No es conmigo con quien deberías hablar de esto, sino con sus hermanos.
Harry cambió el peso de una pierna a otra y se apartó el flequillo, una costumbre que tenía cuando se concentraba en algo. Efectivamente, le dirigió una mirada reflexiva, casi preocupada.
-Draco, nunca había querido decirlo, pero siempre pensé… Bueno, ustedes crecieron juntos. No sería nada extraño que tú hayas estado interesado en ella. O que aún lo estés –el chico parecía mortalmente serio. Toda esa situación, la incomprensión hacia sus sentimientos y las primeras gotas de verdadera lluvia en el tejado lo hicieron reír.
-Jamás, Harry. Si algún Weasley tuvo oportunidad alguna vez conmigo, fue Bill –soltó a bocajarro, liberándose de cierta opresión así como las nubes liberaban la tormenta sobre ellos.
-¿Ah? Quieres decir que… Oh –rió entre dientes. Una parte de él quería huir. Sabía que la carpa estaba preparada en caso de lluvia, pero como el padrino su deber era supervisar que todo estuviera bajo control. Era la excusa perfecta para escapar de tan incómoda situación, pero al mismo tiempo…
-Lo siento, porque quizás esperabas que te felicitara por tu decisión o que te confesara que siempre estuve enamorado de ella. Pero lo que voy a decir no es nada de eso –tomó una dolorosa bocanada. Lo que iba a hacer estaba mal. Pero no era la primera vez que actuaba así y era un mal necesario si es que Harry sería parte de esa familia. Iba a ser cruelmente honesto, iba a ser despreciable, iba a conseguir su odio–. Realmente tengo sentimientos muy fuertes hacia Ginevra, pero no es nada positivo. Estoy enloqueciendo de celos. ¿Te sorprende? No es nada extraño, ¿sabes? Siempre ha sido mejor que yo, siempre ha conseguido lo que ha querido. Ni siquiera parece que se esfuerce –Draco calló por un par de dolorosos segundos y con voz quebrada continuó–. Te tiene a ti. Ella será un ángel a tus ojos, pero para mí es el peor tormento que he conocido. Y si de alguna forma tuviera la posibilidad de formular un deseo imposible, pediría con todas las fuerzas de mi alma estar en su lugar. Quiero todo lo que ella tiene, especialmente a ti.
Pese a todas las cosas horribles que Draco acababa de expresar, Harry se mantuvo en silencio. Acto seguido, esbozó una sonrisa indescifrable. Parecía una mezcla de sorpresa, diversión e interés. Y entonces dijo algo todavía más indescifrable:
-Es un gusto tenerte aquí, Draco Malfoy.
No fue como las veces anteriores, el suelo no se abrió. El cobertizo simplemente se esfumó y se encontró a sí mismo en la nada. Draco sentía los sentimientos tan a flor de piel, que incluso en esos instantes de realidad le costaba respirar. En esa última alucinación nadie había sido cruel con él. Había sido él mismo, zambullido y ahogándose en una emoción de la que tenía mucha experiencia. Envidia. Quería pelear con lo que sea que estuviese ocasionándole eso, pero no tenía fuerzas. Casi fue un alivio percibir la brisa suave y la inminente inconsciencia.
Notas finales: este capítulo es lo más parecido a un AU que he escrito hasta el momento, jaja. Y creo que ya nos deja ver un poco de los sentimientos de Draco hacia Harry, aunque falta ver los términos reales en que está su relación. Pero como no diré nada sobre eso, aquí el dato innecesario del día: cuando recién planeaba la historia iban a ser 12 rostros, pero sentí que algunos eran muy redundantes y decidí dejarlo en 7, que además es un numero relevante en el universo HP.
Nos leemos la próxima semana,
Allyselle.
