CAPITULO 1

EL PRIMER DIA

El despertador activo su alarma tal y como había sido programado la noche anterior, para encender a las Seis AM. El ruido también fue previamente ajustado con el propósito que solamente ella pudiese escucharlo y nadie más.

Era lunes y conociendo un poco el clima del lugar, podía segura que afuera hacia un día soleado. Por supuesto, ella no era capaz de corroborarlo en ese momento debido a que su ventana se encontraba cubierta, por una cortina de color negro con cráneos dibujados en esta.

La pequeña Mandy Clifford así lo prefería.

Tenía dos buenas razones más que suficientes para eso. Sus ojos de color negro, y su piel tan blanca como la porcelana eran muy sensibles a cualquier tipo de luz y a los rayos ultravioletas. Y por eso, siempre llevaba puestos sus lentes de contacto, y nunca salía de su casa sin antes aplicarse una generosa cantidad de bloqueador solar en sus brazos, piernas e igualmente en cada parte de su cuerpo que no estaba cubierta por su ropa.

Desde luego. La niña de cabello dorado y corto, ocultaba este hecho del público en general. Jamás mostraría tales debilidades físicas a nadie, siendo sus padres las únicas personas en saberlo.

De hecho. Fueron ellos mismos quienes lo descubrieron, cuando un fin de semana llevar a su hija a la playa. Mandy tuvo que ser hospitalizada por quemaduras de tercer grado, y retinas severamente irritadas, a tal grado que sus lágrimas acabaron convirtiéndose en sangre.

Malhumorada como de costumbre. Sus ojos se posaron en un par de muletas de madera y aluminio, apoyadas contra la pared, junto una silla de ruedas comprada hace pocos días.

Al demonio con ellas.

Realmente odiaba usar esas cosas de ancianos y lisiados.

Pensar que, si su salud seguía empeorando, se vería forzosamente obligada a utilizar esa estúpida silla de ruedas. Eso la hacía odiar su propio cuerpo en ocasiones.

¿Terminar como una… miserable invalida?

Sería peor que la propia muerte.

Maldita esclerosis múltiple progresiva.

Quien en todo el universo se imaginaria que las inmisericordes garras de esa rarísima enfermedad, en una niña cuyos antecedentes genéticos son genuinamente envidiables.

Sin embargo, así era la vida.

Una completa perra.

Mandy Clifford puso nuevamente su mirada en el reloj con forma de tortuga. Sabía que si continuaba en cama llegaría tarde a clases.

¿Legar tarde en su primer día?

Por el mismísimo infierno que no. No era su estilo. Nunca lo sería.

Si ella pudiera enumerar las siete cosas que más odiaba. Ser una holgazana impuntual sería la quinta en la lista. Justo después del día de San Valentín claro está.

Lentamente. La pequeña niña de orbes negros salió de su cama. Llevaba puesto un pequeño camisón de color violeta, con una imagen de bellota de las power puff girls.

Uso la pared como apoyo para lograr desplazarse, en lugar de sus muletas. Las odiaba tanto como a la posición número tres de las cosas que más odiaba.

Los muñecos de los simios arcoíris.

Su fuerza física apenas si le bastaba para soportar su propio peso neto. A ese paso, muy pronto sus piernas estarían tan débiles, que se volvería completamente dependiente de no solo de las muletas, si no que aún peor, de la silla de ruedas.

Le tomo cerca de cinco minutos llegar al cuarto de baño. Una vez ahí, la pequeña Clifford se despojó de su ropa de dormir, la cual apenas si alcanza a cubrir hasta la mitad de sus muslos. Su ropa interior a diferencia del resto del vestuario, era increíblemente infantil y femenina. Se trataba de un conjunto blanco con flores por todos lados. Y como era de esperarse ese hecho ese hecho era conocido únicamente por su madre Claire.

Y por cierto niño tonto que vivía a dos casas de ella.

Desprendiéndose de su última prenda de. Mandy entro a la ducha, no sin. Antes colocar en una cesta de plástico la ropa que se había quitado. Porque el orden era una de las tres primeras reglas de su manual de conducta personal.

Ella sin lugar a dudas eran tan despiadada como un asesino en serie, pero igualmente disciplinada como un soldado del ejército norteamericano.

Su pequeña mano giro la perilla de la ducha, dejando que una gentil cascada de agua fría comenzara a mojar su cuerpo desnudo.

Cerro sus ojos y se quedó allí. Sus ya debilitados músculos agradecieron ese gesto en gran manera, enviándole la orden a su cerebro para liberase una generosa cantidad de endorfina. Y por un minuto. En ese corto tiempo. Sus pensamientos se centraron en el recuerdo de su antiguo vecindario en Norteamérica. En su escuela. Y en ese tonto cabeza hueca de Billy Thomson.

Conoció a Billy un día después de haberse mudado a Endsville. Desde ese día habían estado juntos en todo momento, tanto malos como buenos. Por increíble que fuera dada las muy notables diferencias temperamentales e intelectuales entre ambos. Su amistad era como acero reforzado.

Ese pequeño y tonto pelirrojo era su mejor amigo.

Su único y fiel compañero.

Fuera de lo que cualquiera pudiera imaginarse. Ella no odiaba a ese niño por ser un tarado, o un imán para las cosas más estúpidamente posibles. Todo lo contrario. Para Mandy. El poseía cualidades únicas que hasta el momento no había podido encontrar en cualquier niño de su misma edad.

El jamás la traicionaría.

Continúo recordando.

Y poco a poco, las defensas de su corazón fueron doblegándose. Cediendo cual castillo de arena por el oleaje del océano.

Su mente volvió al primer día de Halloween. Esa noche Mandy había salido tarde de su casa, debido a que se negó en usar un muy lindo disfraz de abejita obrera. Con el tiempo como su enemigo, ella no tuvo más opción y se apresuró a ir de casa en casa. Desgraciadamente dada la hora, lo único que logro obtener fue un par de pastillas para la presión arterial.

En serio que quiso matar a esa anciana por hacerle creer que eran dulces de menta en lugar de sus medicinas.

Frustrada y enojada hasta la coronilla. Fue a los columpios en el parque intentando calmarse.

Ella no se imaginaba que alguien más también había tenido la misma idea que ella. Y cuando lo vio no podía dejar de sentir celos por lo que veían sus ojos.

Un sonriente Billy se acercó al columpio donde ella estaba sentada.

Su pelirrojo y tonto vecino, logro obtener dos bolsas repletas con todo tipo de caramelos, paletas y chocolates. Y por si eso no bastara, él ahora estaba restregándoselo justo en la cara.

"Puedes tomar la mitad si quieres"

Fueron esas simples palabras, fueron las encargadas de penetrar en lo más profundo de su alma.

Ese recuerdo, doblego emocionalmente su voluntad. Su mente continúo recordando cayendo de rodillas sobre los mosaicos del piso.

Aquellas simples palabras.

Sinceras.

Llenas de generosidad.

Tímidamente. Sus manos aceptaron aquella ofrenda, hecha sin esperar nada a cambio.

Una pequeña semilla.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

Su corazón gritaba en un doloroso latir.

Cubrió su rostro con ambas manos no pudiendo contener el llanto por más tiempo.

"Billy" Murmuro en medio de sus sollozos .