FELINETTENOVEMBER
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Aviso de la autora:
Antes de continuar, ofrezco mis disculpas por el hiatus. Lamento verdaderamente esta circunstancia. En mi defensa, sólo diré que aunque me encanta escribir, no me he sentido con ganas ni con el tiempo adecuado. Vuelvo a disculparme. No sé si alguien lea esto. Pero gracias por estar ahí.
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RESUMEN:
Con el día 18 Fairytale, el cuento de hadas empieza. Se quieren, se aman. Por fin están juntos. Pero hay cabos sueltos, personas que aún tienen algo que vivir con ellos. Bienvenidos entonces, al amor después del amor. Al felinette puro y duro. Gracias.
Recordarles que este felinette es del 2021, pero que lo terminaré en este 2022 y de hecho, en noviembre.
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DIA 19:
Glass door
o Puerta de cristal.
La curiosidad mató al gato.
En este caso, se podría decir que Zoe Lee Bourgeois, aprendería del amor y del dolor casi en el mismo momento. A pesar que algo ya sabía de ambos.
Era la hermana de Chloe...e hija de Audrey, así que ya tenía mala estrella desde que nació.
Aunque fuese rica o millonaria, ella sentía que su vida, era un trozo de mierda pinchado en un palo. Iba y venía por el mundo. En las tantas propiedades que su padre biológico o su madre tenían en varios países. Un ejemplo de ello era su estancia en Francia. Su padrastro la tenía en París, para tener la familia reunida, aunque no fueran una familia en realidad. Pero al menos, él lo intentaba.
Además, en París, por cosas del destino, estaba él.
Él, Félix.
Llevaba enamorada de él desde la infancia.
Soñaba con él.
Se mordía los dedos y se comía las uñas imaginando cómo sería su vida a su lado.
- Maldición -.
Había terminado el primer curso del Bachillerato en el mismo Instituto que sus amigos de la infancia, Adrien y Félix.
Había aprobado, raspando, en casi todos los materias. Pero no le importaba. Ella pensaba ser actriz o modelo. No lo tenía claro, pero se lo tomaba con calma. Nada le corría prisa. Habitualmente, ella siempre caminaba por un pasillo del Hotel en especial, con la esperanza de encontrarse con alguien especial. Veía a través de las cámaras las veces que Kagami Tsurugi entraba a ver a Félix, entonces, miraba hacia otro lado, lloraba un poco, desesperada, para luego volver a sonreír.
- Paciencia, Zoe - se decía en esos días. - Nada dura para siempre. -
Ella sabía que esa relación a pesar de ser beneficiosa para ambos, no tenía futuro. No podría. Kagami era alguien muy seria y convencional. Y Félix también. ¿Acaso no se aburrían entre ellos? Era probable.
- Ya llegará tu momento - se repetía sin cesar.
Perspicaz y observadora, producto de su eterna soledad, Zoe Bourgeois concluyó que pronto, Félix dejaría a su novia. Desde lejos, Zoe veía a una pareja fría, aunque leal. Pero más le parecía una amistad bastante íntima. Cualquier cosa menos amor intenso. Decidió, entonces, hacer su movimiento, y ahí fue cuando ella tomó cartas en el asunto. Apuntó los libros que él leía, lo que él compraba por internet, las canciones que tocaba con el violín y que ella escuchaba detrás de la puerta. Hizo una lista de cosas. Investigó. Y un buen día, reunió valor y coraje, bebió un sorbito de whisky y se lanzó a hablarle, sin temor.
Él le contestó, increíblemente.
Zoe flipaba.
Sus esperanzas renacieron.
Conforme el tiempo pasaba y los diálogos entre ellos se volvieron constantes y duraderos, ella se fue llenando de ilusiones y sentimientos. Unos meses después, Zoe se enteró que él había terminado con Kagami, de una forma un poco aparatosa. Nathalie Agreste no había querido contarlo, pero fue público que la japonesa le hizo un pequeño escándalo a Félix, el día de su cumpleaños. Además , Zoe se había percatado que él hablaba mucho con Marinette. Advirtió el cruce de miradas, que ambos emitían. Sus tardes de biblioteca, sus meriendas dedicadas. Se sintió fatal al tener competencia, ¿o no lo era? ¿sólo eran amigos? No lo sabía con certeza. Quizá sí. Pero sus ilusiones era más grandes que los hechos.
- Todo está bien, Zoe, seguro que sólo son amigos - se dijo después de vomitar, ebria, el día de la fiesta de cumpleaños de Felix.
Decidió mantenerse optimista.
Así que Zoe fue marchando feliz, el lunes siguiente, tanto a morir en el examen de matemáticas así como a intentar algo con él. Le preocupó sin embargo, encontrarlo acompañado por Marinette. ¿Por qué? ¿Tal vez ella también...?
No quiso pensarlo.
Lo único que debía pensar era que, tal vez éste era su momento.
Así que días después del horroroso examen de matemáticas, ella se acercó por el pasillo ya ampliamente conocido del Hotel, arreglándose el pelo y tocándose el piercing del ombligo. Caminaba mientras se preguntaba qué color de pelo le gustaba a Félix. Rubio o moreno. Quizá tendría que pintarse nuevamente su mechón multicolor. Suspiró, emocionadísima por las nuevas oportunidades que tendría ahora.
- Un desastre en Matemáticas, pero afortunada en el amor. -
Justo cuando iba a llamar a la puerta, escuchó una risas que provenían de dentro. Su puño cerrado, dispuesto a tocar, se quedó suspendido en el aire. Sorprendida, pero silenciosa, abrió los ojos con terror.
Él estaba acompañado.
Sigilosa, se acercó aún más, pegó la oreja y escuchó claramente la risa cantarina de Marinette y el violín precioso de Félix. Después de unos segundos, ambos sonidos se apagaron y sólo ella percibía algo similar a los maullidos de un gato hambriento. Escuchó un poco más. Un largo quejido en un tono muy femenino se oyó tras esa puerta.
Zoe se hizo atrás, espantada.
Negó con la cabeza.
Y echó a correr.
No podía ser posible.
- ¡No puede serlo! -.
Su corazón se arrugó y se hizo pequeñito. Le faltó el aire. Abrió el ascensor y se adentró, huyendo. Se cubrió la cara con las manos y... rompió a llorar. Si ella hubiese sido japonesa, habría asociado aquella huida con una antigua leyenda oriental. Shizuka Gozen. La bailarina que murió de amor. Un árbol de cerezo hubiera crecido en el pasillo del hotel. Pero Zoe era americana, aunque quería ser británica por matrimonio. Nunca, ni uno de sus sueños se hicieron realidad en este mundo cruel y debió aprender a vivir o conformarse con ello.
Pero ¡cuánto lo amaba! Le escocía el pecho cada vez que pensaba en él. Las piernas se le adormecían al verlo. Dejaba de respirar. La voz se le escapaba. Esto era amor. Su corazón desgarrado era su mejor maestro. Su amor fugitivo y escurridizo, su mayor dolor. Nadie la había amado. Ni siquiera él. Y esa sensación de abandono, esa sensación de no ser nada de nadie, en el corazón de Zoe Lee Bourgeois nunca desapareció.
Jamás.
Lo perdía de nuevo, a pesar de nunca haberlo tenido realmente.
Porque ahora, él...él estaba con otra. Y esa otra era, Marinette Dupain-Cheng.
Cuando se abrió el ascensor, Zoe continuó su carrera desesperada, cruzando las puertas de cristal de la entrada, tratando de escapar del dolor.
Ojalá hubiera sabido antes lo que era el amor. Ojalá hubiésemos nacido con un manual sobre cómo amar bajo el brazo. Ojalá.
Y mientras ella huía, arriba en la habitación del Hotel, dos jóvenes amantes se enredaban y se ataban, para siempre, en la madeja del destino.
- Santo cielo. - musitaba Marinette, minutos después, tumbada boca abajo y desnuda sobre la cama de Félix.
Su novio se deslizó hacia un lado, habiendo estado previamente sobre ella. Se incorporó un poco, fatigado, para acariciarle el largo cabello con los dedos. Segundos antes, había tirado con ímpetu de su pelo negro, al mismo tiempo en el que la poseía desde atrás. Despeinándola. Torturándola. Marinette, rendida y aún boca abajo, ocultó la cabeza contra el colchón, decidida a disfrutar los mimos que él le estaba haciendo.
Con un suave gesto, Felix echó a un lado todo su sedoso cabello, para poder acariciarle el cuello.
Exhaló conforme, francamente complacido.
Hace unos días habían terminado la fatídica ronda de exámenes finales.
Ya era Julio, el clima era caluroso y solariego. Los días se hacían largos y eternos, y cuando el sol más quemaba, ambos novios lo pasaban juntos en el Grand Hotel de Paris.
- ¿Satisfecha? - preguntó él, en un susurro.
- Mucho. - contestó ella, todavía con la cabeza hundida en la cama. - ¿Masaje? ¿Por favor? -
Félix sonrió ampliamente, aunque esa sonrisa ella no la vio. Solícito, se puso a horcajadas para montarla, ambos desnudísimos y todavía calientes. Colocó sus manos sobre los hombros de su novia y empezó a frotar violento y voraz.
- ¡Más lento! - gimoteó Marinette, al ver lo que él estaba intentado hacer.
Félix suspiró, vencido, y con calma y amor, verdaderamente masajeó en círculos los hombros y el cuello. Bajó lentamente por sus escápulas, tocando sus costillas y el reborde al final del tórax.
Unas risitas lo interrumpieron.
- Quieta. - murmuró él, con un leve tono de advertencia.
Marinette nunca había sentido todo lo que estaba viviendo en esos días. Tal vez fuera porque recién empezaban una relación seria. O tal vez era que lo había esperado tanto que se sentía plenamente llena. Desesperada por quererlo. Lo amaba, ella ya lo sabía. Pero no sabía lo fuerte e intenso de sus sentimientos. No sabía lo bien que se estaba bajo y sobre él. O simplemente estar entre sus brazos. Confortable y cómoda. Ahora, era habitual caminar de la mano, mientras paseaban por París. Félix la llevaba a parques y jardines, alejados del centro de la ciudad y de las personas, tan sólo para conversar y darse besos y abrazos. La llevaba a cenar por las noches, a la luz de las velas y sobre la cubierta de los barcos que surcaban el Sena. Ella le decía a sus padres que se iba a casa de Alya. O de Nino. O de alguno de sus amigos. Sus padres le creían. Tom y Sabine le insinuaban que no querían más novios de ella por ahora, porque había terminado el primer año del Instituto, con notas bastantes regulares. La de matemáticas, principalmente. Marinette les prometía nunca más aprobar raspando los cursos. Juró aplicarse y ser más responsable.
- ¿Cuándo volverás a Londres? - Le preguntó ella, una vez dejó de sentir cosquillas.
- Pronto. No te preocupes. Será por poco tiempo. Mi madre saldrá de vacaciones en el yate y ya no la podremos ver hasta el otoño, nuevamente. Viaja por toda la costa del Mediterráneo. Va de puerto en puerto, reencontrándose con amistades. Algunas veces, la acompaña mi padrastro...-
- ¿La acompañabas tú? - preguntó abruptamente Marinette.
Félix asintió.
- Cuando era pequeño me dejaba a cargo de niñeras. O del mayordomo. Ella se iba a fiestas. Yo...también iba con ella. Muchas veces nos encontrábamos con las Bourgeois, o con mi primo, incluso. La verdad es que me gusta el mar, me gusta el sol, aunque no lo parezca. Y sé nadar muy bien...-
- ¿En altamar? - volvió a interrumpir, Marinette, todavía abajo de él.
Él volvió a asentir, divertido. Detuvo los masajes que le estaba dando y empezó a acariciar las protrusiones de sus vértebras con el pulpejo de sus dedos.
- Sí. Y bucear también. -
- ¿No te da miedo? -
- No. Al inicio sí, pero después te das cuenta que la tripulación se detiene en sitios seguros y de oleaje estable. Encallan y lo preparan todo para que las motos acuáticas puedan salir...-
- No me digas que también...-
- Sí. - respondió Félix de inmediato. - Como te decía, habitualmente nos íbamos un par de meses, para luego volver a casa, en Londres. Sin embargo, este año no tengo mucho interés en ir. -
Una llamada entrante proveniente del teléfono de Marinette interrumpió la conversación. Ella estiró una mano y tanteó por la cama buscando el aparato. Aguzó la mirada para ver quién la estaba llamando. Al leer el nombre del contacto, sin dudar, bajó el volumen con los botones laterales, porque no deseaba responder. Félix también supo quién era, pero lo dejó pasar. No hablaban mucho de él, pero ya le había dicho a su novia que no le molestaba conversar con su primo y aclarar las cosas. De hecho, eso quería hacer. Sólo que Marinette pedía tiempo y más tiempo. Lo convencía diciéndole que Adrien debía asimilar poco a poco que ella no volvería con él.
- Quiero volver a Londres, contigo. Quiero que hables con mi madre. Que se conozcan. ¿Está bien, cielo? - le dijo Felix, con una voz conciliadora.
Lentamente, Marinette giró sobre sí, para ponerse boca arriba, quedando todavía entre sus piernas.
Encima de ella, él parecía inmenso. Todo rubio y radiante. Desnudo y glorioso. Con una voz pastosa y gruesa. Sensual. Él era toda fuerza y voluntad. Ella lo imaginó, sentado en la playa, con toda la piel tostada por la sal y el sol. Marinette cerró los ojos, y soñó que lo estaba acompañando. Soñó que él la abrazaba, mientras la llevaba caminando hacia el mar. Tal vez al amanecer o al atardecer. La brisa marina los envolvería, antes de besarse con amor.
¿Así era el amor, entonces?
Dulce y salado.
En invierno y verano.
Marinette volvió a abrir los ojos, totalmente deseosa de pasar la eternidad a su lado. Lo abrazó con premura y lo atrajo hacia abajo, para besarle en la boca con hambre y pasión. Abrían y cerraban los labios, mezclando lengua y saliva. Se mordían, dejándose huella. Ella le pasaba las uñas sobre su torso, marcándolo. Félix la animaba a ello, con pasión. Era incansable. Y exigente. Él la volvió a amar, con una lentitud desesperante. Profundo y pausado. Las sábanas estaban impregnadas de sudor y fluidos, pero a nadie le importaba. El calor les nublaba la visión.
Él, metido entre las piernas de ella, se olvidaba que tenía casi toda su vida en Londres, no recordaba que debía regresar a su hogar. De pronto, cuando estaban unidos físicamente, Félix se sentía francés, como si siempre hubiese vivido en París. Y el Hotel, el hotel ya no le parecía sólo un lugar donde dormir, parecía ya su casa. Ella entraba y se adueñaba del lugar. Olía a ella todo el salón. Y la habitación apestaba a amor, a besos cómplices y entrega total. Nadie los interrumpía. Nadie tocaba la puerta. Nadie los llamaba a cenar. Nadie les decía que ordenaran la habitación. Eran sólo ellos dos. Como Adan y Eva. En esas largas horas que pasaban juntos, él aprendió a tocarla en los sitios correctos, y en los incorrectos también, y ella aprendió a pedir más, mientras le temblaban las piernas.
Así era el amor a su lado, tan completo y fulminante. Arrebatador.
Algunas veces, Félix se arrepentía de haber esperado tanto. Luego recordaba, sin cesar, lo horrible que fue ver a Kagami partirse, romperse, hacerla llorar. Cada lágrima de ella le escocía el alma. Dedujo también que había querido a Kagami. Lo sabía de antes, pero lo confirmó incluso estando con Marinette. Sólo el amor podía herir de esa manera. Eso vió él en los ojos rasgados de su exnovia japonesa. Dolor. Sal. Amor.
Así que ... ella lo había amado a él, y él ... él también la había amado a ella.
Algo leve de seguro.
Tenue.
Un sentimiento suave, ligero y pasajero, pero había existido. Había que darle crédito a esos meses que estuvieron juntos.
Algo leve, sí.
Porque lo que vivía ahora con Marinette era tremendamente superior.
- ¿Te hago daño, cielo? - le preguntaba habitualmente mientras hacían el amor.
Porque él sabía que se lo hacía muy fuerte. Tenía una necesidad interna de destrozarla entera y volverla a unir de placer. Eso deseaba, romperla y hallarla. Calentarla hasta que se derritiese, así como se calienta la leche en el microondas, tanto que rebosa y salpica. Eso quería de Marinette. Intensidad. Eternidad. Persistencia. Destruirla y volverla a unir con besitos y caricias, usando su boca, sus manos, su cuerpo entero.
Estaba comiéndole un pezón, justo cuando una nueva llamada entrante los volvió a interrumpir.
- Realmente, creo que debes contestar, Marinette. - le dijo Félix, una vez que respiraron tranquilos después del último orgasmo.
- Creo que hay que darle tiempo. - insistió ella, a la vez que buscaba su ropa interior.
A lo largo de esa tarde, mientras se vestían y se preparaban para salir a una de sus ya habituales citas, Marinette recibió varias llamadas más. Todas de la misma persona.
Ella fingía no escuchar.
Él no podía fingir.
- Él no es un imbécil. - Le dijo justo cuando iban a subir a su Audi para salir a pasear por París. - Lo parece. Pero no lo es. Cuando éramos niños, lo engañaba para que se encondiera en un armario. Le decía que ganaba el que se quedaba escondido más tiempo. La última vez, Marinette, casi muere de inanición. -
Marinette se sentó en el lado del copiloto y se abrochó el cinturón de seguridad. Hizo una mueca de hastío, sintiéndose regañada por alguien mayor y más centrado.
- Aprendió muy rápido a tocar el piano. Incluso más rápido que yo con el violín. Y eso que soy dos veces ganador del Menuhin, el premio europeo al mejor violinista juvenil. Lo gané a las trece y a los catorce años. Justo antes de que mi padre falleciera. Pero ya Adrien era impresionante. Sus dedos vuelan sobre las teclas, ¿lo sabes? Cierra los ojos y siente la canción. Le encanta Chopin, como todo pianista. La tía Emilie amaba escucharlo. -
Félix presionó los botones correspondientes, puso la palanca hacia adelante y liberó el freno del coche. Salieron del estacionamiento del Hotel rumbo al distrito XVIII. Afuera, ya casi estaba atardeciendo. Habían estado amándose intensamente por las últimas dos o tres horas. Se habían susurrado muchísimas cosas tiernas al oído. Se habían confesado, nuevamente, todo lo que sentían el uno por el otro.
Pero ahí, bajo el insistente asedio telefónico de Adrien Agreste, Marinette sentía agobio y vergüenza. ¿Qué le iba a decir a Adrien? ¿Que ahora andaba con su primo? ¿Que por favor no insistiera? Se maldijo internamente, por haberle dado al Agreste una primera y una segunda oportunidad. Había sido hermoso en sus inicios. Y pensó sinceramente que podía amarlo como antes.
Ojalá hubiera sabido que lo que está muerto, no vuelve a la vida.
- Él se parece a tí. - dijo Félix. Un semáforo en rojo los hizo detenerse. Marinette volteó a verlo, atónita y estupefacta. - Él sufre por los demás. Tal como tú. Si veía a algún niño solitario, lo llamaba y lo hacía jugar con él. Si alguien se caía, él lo recogía y le preguntaba qué tal estaba. Cuando crecimos, era él quien me llamaba siempre. "-¿Como estás, Félix?-", "-¿Puedo hablar contigo en inglés, Félix, ya sabes... para practicar el idioma?-" , "-¿Podríamos tocar juntos alguna vez?-", "-Sabes que nos parecemos mucho, Félix, la gente nos confunde.-"... Y yo le decía: "Claro que lo sé, idiota, nuestras madres son gemelas, por supuesto que nos parecemos. Según Mendel, no deberíamos haber heredado los ojos verdes, pero no, aquí estamos, expresando genes como si fueran dominantes y no recesivos. ¡Y habla en inglés todo lo que quieras, estúpido, porque cuando esté en París practicaremos francés hasta que se me borre el maldito acento de los suburbios de Londres que siempre he tenido y espero, maldición, eliminar algún día!" -
Félix cogió aire, porque había hablado demasiado rápido y demasiado enfadado. Él nunca dejaba nada pendiente, afrontaba los problemas con ímpetu y mala leche, pero ahora estaba allí con su novia Marinette, tratando de...de ocultar su relación bajo un tapete, como si fuera basura que se esconde debajo de la alfombra. Ella creía que Adrien era débil, pero Félix lo conocía mejor.
- Él es como tú, Marinette: valiente. No lo subestimes. -
Marinette no lo subestimaba, pero se le hacía complicado. A ella no le gustaba la extrema determinación que tenía su novio. O su enajenada consecuencia con sus ideas. O su obcecada insistencia con algunos temas. Ella había sido víctima de su comportamiento, tan estricto y tan rígido. Cuando Kagami Tsurugi se fue a Japón, él fue con ella, no por amor, como le había confesado, sino porque se lo debía. Y cortó lazos con Marinette, por respeto a Kagami. Todas esas decisiones, a Marinette le habían hecho daño. ¿Por qué no podía darse cuenta de lo mal que actuaba?
Félix por su parte, criticaba lo que ella estaba haciendo, más aún tratándose del (aparentemente) frágil Adrien Agreste.
Mientras viajaban, Marinette decidió guardar silencio. Apagó su teléfono, lo enterró en su bolso. Se sintió juzgada e incomprendida. Como si se hubiera cometido una injusticia con ella...una más...Trató de pensar en otra cosa. Pero no pudo quitarse un pensamiento de su mente: El hecho, inefable, que Félix había priorizado un compromiso efímero ante el amor intenso de ellos dos. Había priorizado el bienestar de su ex mejor amiga, antes que el suyo.
Y la había sacrificado todos estos meses, a ella.
Como un vil peón en un tablero de ajedrez.
¿Por qué lo hizo? ¿Por qué no podía olvidarse de ello?
¿Sabes cuándo has amado de verdad?
¿No?
Porque sólo el amor le podía herir de esa manera.
Sin quererlo, Marinette recordó la vez que bailó con Félix, después que él volviera de Japón. Después de convivir dos meses con su novia. Dios. Marinette recordó como, practicamente matando su amor propio, se humilló, y se le colgó del cuello y le pidió una oportunidad, en tanto los envolvía una triste canción.
Y él, le había dicho que no. Que todavía no.
"- ¿Es tu última palabra?-" le había preguntado ella, en aquella ocasión. Casi a borde de las lágrimas, casi al borde de la súplica. Quiéreme, Félix...había querido decirle.
"- Es mi única decisión. -" le respondió él.
Marinette recordó cuánto Félix la había hecho sufrir: el dolor que le perforó el alma, que la hizo débil, que la lastimó.
Volvió a sentir cada lágrima que gastó por él.
Maldito Félix.
¡Cómo la había alejado de sí! ¡Como si no la quisiera ni un poquito!. Sí. Marinette quedó herida. Triste. Ella lloraba mordiendo la almohada. No lo percibió en ese momento, pero ahí sentada en el Audi al lado de su novio, una nueva y lenta lágrima cayó por su mejilla, rememorando aquel baile, y aquel dolor.
Siempre nos olvidamos de los momentos felices, tan sólo para recordar perennemente, los malos.
- ¿Marinette? - preguntó Félix, ante su silencio. - ¿Cielo? -
Y ella no fue la excepción a esa triste regla.
Al lado de Félix, ella se sentía completa y querida. Amada de una manera especial y distinta. Él la observaba fijamente, cada vez que ella hablaba. Y sus ojos verdes brillaban entusiasmados, escuchándola hablar de ropa, de sus amigos, de Paris, de sus padres y la panadería. A Marinette le gustaba cuidarlo, preparaba con dedicación sus meriendas libres de gluten. Memorizó las dosis de adrenalina y aprendió en videotutoriales sobre la correcta forma de administrarla. Leyó a sus autores ingleses favoritos y una vez, encendió la televisión cuando le tocó jugar al PSG y al Chelsea por la Champions League en París. El futbol la había aburrido tremendamente, pero se enteró de los colores del Chelsea y de los principales jugadores. Ella había entregado tanto, y él...tan poco...
Y tan solo hoy, en lo referente a Adrien Agreste, ella tan solo pedía...ella tan solo quería tiempo.
Quería tiempo para no maltratar más al corazón de Adrien.
Un chico que, con ella, había sido amable, bueno y terriblemente amoroso.
Y eso, él no lo entendía.
- Eres egoísta. - susurró Marinette, con amargura.
Félix la miró de reojo, tratando de concentrarse en ver al frente, sujetando el volante del coche con fuerza. Volvió a verla un instante corto. ¿Qué había dicho? ¿Por qué? Perplejo, descubrió que ella estaba llorando. Según el GPS, faltaba poco para llegar a la panadería. Aparcó en el primer sitio libre que encontró.
- ¿Por qué d...? - intentó conversar Félix.
- ¡Eres muy egoísta! - habló en voz alta, Marinette. De un movimiento relámpago, ella abrió la puerta del Audi, bajó rauda y cerró dando un portazo, para luego caminar con prisas por la acera. Aferraba su bolso y sus llaves para entrar en casa. Un viento fuerte le sopló el cabello, despeinándola. El ambiente estaba caldeado a pesar del viento. Todavía hacía algo de sol, así que buscó sus gafas oscuras y se las puso. Escuchó que él bajaba del coche, intentando atraparla.
Ella era rápida y ágil.
Él también, pero ése barrio era el barrio de Marinette.
Marinette apretó su bolso contra su pecho y empezó a correr como una gacela huyendo de un león. Daba zancadas y pareciera que volaba. Oía, por detrás, cómo Félix la llamaba por su nombre, corriendo cerca de ella. La persecución duró tan sólo unos segundos, pero fue suficiente para que ella llegara hasta su calle, donde estaba la panadería. En la distancia, Félix reconoció al padre de Marinette, Tom, quien estaba limpiando los cristales del negocio desde fuera.
Tom Dupain vio llegar a su hija, corriendo como si le fuera la vida en ello. Por detrás tan solo a unos metros, detectó a un joven rubio vestido de traje elegante y zapatos de charol, tratando de alcanzarla.
- ¡Hola, papá!. - farfulló Marinette, casi sin aliento, en tanto entraba en tropel a la panadería. - ¡Tengo prisas! -
Félix la vio desaparecer de su campo visual, pudiendo observar quien estaba ahí en la calle, a sólo unos metros de él. Frenó en seco. El padre de Marinette era tan alto como él, pero más corpulento. Y tenía cara de pocos amigos. Tom se le quedó viendo, aguzando su mirada castaña. Lo recorrió entero, de los pies a la cabeza. Félix continuó de piedra. Respiró un par de veces, reuniendo el valor que no tenía.
- Buenas tardes, monsieur Dupain. Yo soy...- dijo, en voz alta y clara, denostando una seguridad inexistente.
- ¡Él es NADIE!. - vociferó Marinette, desde las profundidades de su hogar.
Félix tembló muy ligeramente, y tragó saliva. Nunca había sentido tanta vergüenza como aquel día. Tom Dupain miró hacia dentro de la panadería, desde donde su hija había gritado, para después observarlo a él, nuevamente. De pie y congelado en su sitio, Félix apretó los labios, avergonzado. Sin embargo, mantuvo la mirada fría, la espalda recta, y la mandíbula apretada. Hizo un repaso mental para detectar si estaba bien vestido. Supuso que sí, pero no sabía qué hacer...o decir.
- Puedo explicarlo, monsieur...- murmuró Félix, armándose de valor. En realidad, no sabía ni él mismo lo que estaba pasando. Unos minutos antes había estado disfrutando de Marinette muy deliciosamente, y de repente, ahora estaba a punto de ser eliminado de la faz de la Tierra en manos de su suegro. ¡Ah! Y su novia estaba llorando, claro.
- Adios, "Nadie". - dijo Tom Dupain, haciendo puños con las manos. - Ahora, "Nadie", te daré tres segundos para que huyas, antes de pedirte explicaciones violentamente. -
Félix abrió los ojos, y tuvo miedo. Era el padre de Marinette, y estaban empezando mal, muy mal. ¡Tenía que llevarse bien con él! ¡Y ahora...!
- Uno. - escupió Tom.
Un Graham había sido criado para enfrentar sus problemas, para ser valiente y para resistir. Un Graham no huía. Un Graham pagaba sus deudas.
- Dos. -
No. No escaparía como un cobarde. Los Graham de Vanily, de alcurnia y tremendamente ricos, plantaban cara a la adversidad. No retrocedían. Ganaban.
- Tres. -
Sin embargo, Félix cerró los ojos, dispuesto a asumir su destino. Si salía corriendo de ahí, ¿con qué orgullo volvería después?. Muchos años más tarde, Félix contaría esa historia, diciéndose a sí mismo que en sus pesadillas, él salía corriendo de ahí, siendo perseguido por las manos llenas de gluten pertenecientes a su suegro, Tom Dupain.
- ¿Tom? - preguntó en voz alta, Sabine Cheng, interponiéndose entre ambos hombres.
La conciliadora voz de Sabine Cheng, le brindó esperanzas a un incólume Félix. No había perdido el temple, aunque por dentro se hubiese preparado para su extinción. Despacio, él abrió los ojos, y se palpó el pecho, dándose cuenta que estaba vivo.
Tom bajó los puños y retrocedió un poco, al ver que su esposa se había posicionado enfrente de Félix.
- Oh, eres tú, Félix. Ya te recuerdo. Eres el primo de Adrien, ¿no? Británico, de Londres. Eres amigo de Marinette. - Sabine Cheng, luego de fruncirle el ceño a su marido, giró levemente para encontrarse con Félix Graham de Vanily, de dieciocho años recién cumplidos, y todavía atónito de su supervivencia.
- ¡No es mi amigo! - gritó Marinette, desde lejos. Su voz se oía amortiguada en la distancia.
- Y celíaco, ¿no es así? - continuó hablando Sabine.
Félix asintió, ya un poco más espabilado.
- En realidad, es anafilaxia...tienen que pincharme adrenalina si tengo contacto con el gluten. - explicó en voz baja, Félix.
- ¡Papá! - exclamó Marinette. - ¡No te atrevas a tocarlo sin limpiarte las manos! -
Félix sonrió tenuemente, al escuchar esa pequeña advertencia. Tom Dupain negó con la cabeza, limpiándose las manos en su ropa.
- ¡Y tampoco te limpies en tu ropa! - ella continuó gruñendo.
Fueron los tres quienes rieron muy, pero muy poco. Una pequeña señal de paz.
- Vete "Nadie". - habló Tom, ya tranquilo, al comprobar por el extraño diálogo que Félix era alguien conocido por Marinette. Después de frotarse en su delantal, Tom se dio cuenta que era imposible quitarse todo el gluten de encima. Volvió a mirar a ese muchacho alto y de hombros anchos, y rubísimo con ojos tan verdes como los de Adrien Agreste. Se notaba que eran familia. ¡Que extraño gusto de su hija por los rubios! ¡Con lo bien que le iba con Luka Couffaine! Pero no pudo seguir pensando más, Sabine asintió, le guiñó un ojo a Félix, indicándole que estaba de acuerdo con su marido.
- Hablaremos otro día, Félix. - dijo Sabine. - Y nos explicarás con calma tu enfermedad...-
- ¡No es una enfermedad! ¡Es una condición! - acotó Marinette, con voz todavía amortiguada desde algún lugar desconocido.
- ...y conversaremos sobre cómo haremos para que puedas visitar a Marinette, sin tener que escalar por las paredes. - concluyó Sabine en un susurro, para luego sonreír ampliamente. Tom Dupain frunció el ceño, interrogante. No había escuchado lo último que había dicho ella. Sabine, cómplice, le volvió a guiñar un ojo a su yerno. - Ahora, adiós Félix. -
Félix marchó nuevamente a su coche, todavía sin saber muy bien qué había pasado ahí afuera de la panadería. Pero en resumen, entendió que la madre de Marinette era sumamente perspicaz, y Tom, era predominantemente fuerte y algo violento. Con rapidez, Félix delineó la estrategia a seguir en la casa de su novia y arrancó el coche, vencido pero no derrotado. Al menos, sabía que Marinette aún lo cuidaba, a pesar de estar enfadada. O que lo quería, aunque había estado llorando.
Apenas llegó al Hotel, puso su teléfono a cargar.
"Hola, soy Marinette, si quieres puedes dejar tu mensaje después de la señal..."
Félix resopló, se hizo un té, empezó a beberlo de a sorbos. Continuó llamando.
"Hola, soy Marinette, si quieres puedes dejar tu mensaje después de la señal..."
Después de varios intentos y ya con la taza de té vacía, él entendió que ella no le iba a contestar. No era coincidencia su falta de respuesta.
"Hola, soy Marinette..."
Cogió aire, y empezó a hablar, aunque ella no quisiera oírlo:
- Marinette, soy Félix. Solo...déjame hablar. Es mi culpa lo acepto. Y si dices que soy egoísta, pues debo serlo. No..no he tenido a muchas personas a mi alrededor como para saber en realidad, lo que soy. Y...he pensado mucho. En nosotros. Desde el inicio, hemos tenido tropiezos, nunca he sido sincero, a pesar de haberte querido hace tanto. Pronunciar esa palabra de cuatro letras, a-m-o-r, es sumamente difícil para mí. Ni siquiera sabía que estaba enamorado, hasta el día de la fiesta de Alya Cesaire, cuando le rompí a Kim la nariz. Y luego, cada vez que nos encontrábamos, yo no te decía cómo me sentía. No podía. No he sido sincero. No sé si alguna vez me confesé con franqueza, no sé si alguna vez dije : "Marinette, estoy enamorado de tí". No lo recuerdo, es probable que no. Tampoco recuerdo haberte preguntado si querías ser mi novia o no. ¿No lo hice, verdad? No he hecho nada de eso. Sí, entonces, sí soy egoísta. Perdóname. Prometo corregir esos errores. Prometo hablar claro y directo. No insistiré más en el otro tema, hazlo como tu prefieras. Si él me pregunta, por cierto, no mentiré y diré la verdad. Pero dejaré que seas tú quien maneje ese tema, como tú desees. Yo...yo confío en tí. Y por favor, no vuelvas a escapar, tu padre casi me mata hoy. Y quiero vivir una larga vida, muy larga vida. Y si es contigo, mejor. -
No estuvo seguro si el buzón había grabado su discurso. Decidido a hacer llegar sus palabras, abrió esta vez, la aplicación de mensajería y volvió a hablar, casi repitiendo las mismas palabras. Sin dudarlo, le dio clic a enviar.
Dos tics azules.
Félix suspiró, alegre porque ella lo hubiera leído.
- Hola. - escribió ella de vuelta, en respuesta al mensaje de audio.
- Hola, cielo. - él tecleó rápidamente.
Marinette le envió un gif de un gatito saludando.
Félix esperó bastantes minutos, esperando que ella escribiese algo...pero no hubo más mensajes.
Un poco desesperado, Félix se puso de pie, dejó el teléfono sobre una mesilla y buscó su violín con la mirada. Lo encontró sobre un sofá al lado de la ventana. Fue hasta ahí, hizo memoria y empezó a practicar una de sus canciones favoritas: Adagio en Sol menor, de Albinoni.
Pero la canción, antes simplemente hermosa, ahora le parecía inmensamente triste. Nostálgica. No quiso practicarla más. La dejó en suspenso, mientras intentaba coger otras de sus partituras del Conservatorio. Practicó la última, la que tenía pendiente. Era "Canciones que me enseñó mi madre", de Dvorak, iba sólo algunos acordes, cuando se percató que era igual de triste.
Definitivamente, no era su día de suerte.
Aún con el violín en la mano, Félix rendido ante todo, abrió una aplicación de música en el teléfono y le dio al botón de "Recomendaciones", eligió la primera canción que apareció en la playlist.
When the rain is blowing in your face, and the whole world is on your case...
I could offer you a warm embrace, to make you feel my love...
When the evening shadows and the stars appear, and there is no one there to dry your tears...
I could hold you for a million years to make you feel my love...
Más melancolía.
No. No tenía ni un poquito de suerte. Cualquier canción le escocía las heridas, le quitaba el amor. ¡Que horror! ¡Que pena! ¡Pero si se amaban! ¡y ella a él, y él a ella!.
Así que bajó el violín, por fin, y se vio la punta de los pies.
¿Por qué Marinette no le contestaba? ¿Por qué no quería hablar? ¿Era así el amor? ¿Cruel? ¿Silencioso?
De repente, el teléfono sonó. Era ella. Por fin.
¡Y era una llamada entrante!
Dio un respingo, debido a la sorpresa. El violín que estaba apoyado en una de sus piernas, resbaló y cayó, haciendo algo de estrépito. Félix se olvidó de eso y buscó desesperado el teléfono.
- Cielo. - susurró Félix, respondiendo la llamada y tratando de calmarse para no mostrar su agobio. - Cielo, yo no...-
- Te amo, Félix. - murmuró sollozando, Marinette. - En serio lo hago. -
Por unos largos segundos, Félix se llenó de angustia y pena. Odiaba verla triste, llorando. Marinette gimoteó un poco más. Por una parte, él se alegró que ella otra vez, confesara su amor. Pero por otra, tenía un mal presentimiento.
I know you haven't made your mind up yet, but I will never do you wrong...
I've known it from the moment that we met.
No doubt in my mind where you belong.
La música continuaba sonando en su cabeza. Inclemente e incesante. Como un puñal que se le introducía en el alma. Félix escuchaba que Marinette seguía llorando. Su llanto lo desconcertaba, ¿era de tristeza? ¿de dolor? ¿ella lo iba a dejar?.Y... ¿Por qué alguien puede componer canciones tan deprimentes? ¿Por qué él las estaba escuchando? Un vacío apareció en su corazón. Y ese vacío, se llenó de acordes de violín, tristes, lentos, lacrimógenos.
I'd go hungry, I'd go black and blue...
I'd go crawling down the avenue...
No, there's nothing that I wouldn't do to make you feel my love
Félix no dijo nada.
No sabía qué decir.
Siempre le faltarían palabras para expresar todo lo que Marinette le producía.
Amor. Gozo. Desesperación. Tristeza. Alegría.
Luego de unos largos minutos, ella ya no lloraba, pero tampoco respondía ni lo interrumpía.
I could make you happy, make your dreams come true...
Nothing that I wouldn't do...
Go to the ends of the Earth for you...
To make you feel my love, to make you feel my love.
Cuando Félix se fijó en la pantalla de su telefono, la llamada ya había terminado.
Y ella no había dicho ni hecho nada, salvo llorar.
Para ser sincero consigo mismo, Félix ya ni recordaba porqué habían peleado. De hecho, ni siquiera comprendía porqué Marinette había salido corriendo. Tan sólo recordaba que ella estaba llorando, que estaba herida. Que su padre casi lo mata, que su madre sabía todo o casi todo.
- Marinette, amor. - dijo para sí mismo.
Félix se inclinó, recogió el violín caído y se quitó, derrotado, su ropa elegante con la que casi había muerto en manos de Tom. Halló su pijama de verano y se la puso con hastío. Iba y venía de su dormitorio, arreglando cosas, levantando zapatos o pañuelos que se hubiese dejado en el suelo. De repente, bajo la puerta principal del salón, vio un sobre pequeño. Una nota. No lo había visto al entrar. Se acercó, lo recogió y lo leyó en cuestión de segundos.
" Me voy. Mi madre me ha llamado a New York. Quiere hacerme modelo. Lo que no sabe ella es que me comeré una tarta entera de chocolate en el aeropuerto, para que así me vea gorda al llegar. Es probable que después pasemos por Londres. Mamá tiene nuevo novio, no sé si lo sabías. Ojalá nos veamos antes de que empiecen las clases en septiembre, porque te extrañaré demasiado. Cuídate. Con cariño, Zoe Lee Bourgeois."
Félix suspiró nuevamente.
Era verano por supuesto, y él también debía estar ya montado en un yate, surcando el Mediterráneo. En cambio, estaba ahí en Paris, muriendo de frio en medio del caluroso Julio francés. Sin saber qué hacer. Sin comprender lo que pasaba. Sin opciones. Sin consejos.
Por primera vez, luego de la muerte de su padre, Félix Graham de Vanily se sintió solo.
¿Ella lo amaba, no? Se lo había dicho.
"- Te amo, Félix. En serio lo hago. -"
Pero ella no había dicho más.
Se tumbó sobre la cama y durmió unas horas escasas. Apenas despuntó el alba, Félix se duchó, se vistió, desayunó lo más frugal que pudo y se volvió a acercar al distrito XVIII en busca de una respuesta. O de una aclaración.
Miró su teléfono, temeroso, justo antes de arrancar el coche.
No había ningún mensaje entrante ni nada pendiente de ver.
Ninguna notificación en sus redes sociales.
... there's nothing that I wouldn't do to make you feel my love...
Como un autómata, fijó la vista adelante y se abrochó el cinturón de seguridad, apoyando la espalda en su asiento de piel. Tenía la mirada perdida y ausente, porque realmente no entendía porqué ella no lo amaba como le había dicho. ¿Por qué estaban peleando? Ella le había llamado egoísta, ¿por qué? Él necesitaba una respuesta. ¿Tanto se había equivocado? ¿Tanto resentimiento tenía ella guardado?. Estaba desolado. Estaba hueco. Su relación con Marinette no había durado más que unas semanas, cuando él se había prometido que nunca la dejaría...cuando le había pedido una oportunidad. ¿Acaso ella terminaría con él? ¿Lo dejaría por Adrien? ¿Era eso lo que Marinette quería decirle y no podía hacerlo y por eso no le llamaba?
...to make you feel my love...
Oh, el amor.
Él la amaba en su agonía. En su desesperación. En sus infinitos errores.
Él no era perfecto.
No sabía quién demonios había dicho eso de él. Sólo que siempre había vivido en una mansión, con empleados que hasta le lustraban los zapatos. No recogió nunca un calcetín. Ni cocinó. Viajaba en primera clase. No se mezclaba con el vulgo. Hasta el septiembre pasado, cuando huyendo de sus problemas en Londres, se apuntó al mismo instituto obrero donde estudiaba su primo y las Bourgeois. No. No era perfecto. Todo lo contrario. Él era un ogro inclemente, serio y solitario. Un ricachón que había hecho una rabieta en casa y que se había ido tan solo para no lidiar con su padrastro. Siempre decía que no huía de los problemas, pero de ése sí que escapó. Era un ser odioso. Y ahora tenía novia, toda luz y toda rosa, toda fuerte y placentera. Blanda por dentro, resistente por fuera. Una chica que lucía un halo de brillantina alrededor de su cuerpo. Una chica que al reír, lo inundaba de alegría. Al escucharla hablar, lo hipnotizaba.
No había nadie como ella.
No la habría nunca.
Al terminar de aparcar, a unas cuadras de la panadería de Marinette, Félix tenía muy claro qué iba a hablar con ella. Pedirle otra nueva oportunidad. Una más. Le rogaría que no lo dejase. Que lo pensara bien. Él podía mejorar. No sabía bien qué error había cometido pero si ella se lo decía, si le hacía ver el fallo, él podría comprender.
Al bajar del coche, respiró profundo y echó a andar. Había aparcado muy cerca del Instituto y decidió cruzar a pie, la plaza que estaba enfrente de la panadería de Marinette.
Félix miró hacia arriba, y descubrió el cielo sin nubes, todo azul. Azul como los ojos de ella.
Completamente enamorado, llegó hasta la pared lateral de la casa de Marinette. En el mismo sitio desde donde había escalado la última vez. Volvió a observar el drenaje vertical de las canaletas del tejado. Sacó del bolsillo unos guantes de escalar. Cogió aire. Y esperanzas.
Se impulsó hacia arriba de un salto, tal cual había hecho unas semanas atrás.
Nadie iba a detenerlo.
Hablaría con ella.
Debía hacerlo.
.*.*
En el otro lado de París, otra historia se tejía y se descocía, por completo.
- No me gusta la comida rápida. - dijo Kagami Tsurugi, con voz calmada y suave.
Luka Couffaine sonrió, a pesar de la adversidad. Estaban sentados en la terraza de un establecimiento que servía hamburguesas y patatas fritas con refresco como plato principal. No había tenido mucho tiempo para pensar ni actuar. Todo había sucedido de repente. Se la encontró cerca al Louvre, cuando ella se enfurruñaba porque el coche se le había estropeado y él pasaba con la bicicleta en el carril contrario.
Era el destino.
Volverla a ver.
- Lo lamento. - él atinó a contestar.
Kagami se alisó el mechón más largo de su pelo. Había cambiado de peinado, cortándoselo como antaño. Algo largo por delante y un poco corto por detrás. Usaba gafas oscuras porque el sol le obligaba a aguzar aún más sus ojos rasgados y eso a ella no le gustaba. Luego de alisar su mechón, empezó a juguetear con sus uñas. Golpeteó, a continuación, la mesa con los dedos. Evadía la mirada azul cobalto de Luka Couffaine a propósito. No quería verlo. Tampoco quería echarlo. No se sentía cómoda pero, Luka había sido directo. Por fin, después de tanto, él le dijo lo que deseaba de ella.
"- Quiero salir contigo. -" le lanzó Luka Couffaine, mientras le tocaba la manga del kimono muy superficialmente, justo cuando ella salía del Hotel, luego del cumpleaños de Félix.
Luka la había visto salir alborotada y media rota del Hotel. Del Hotel, donde él sabía que ella se encontraba con su novio. Pero no le importaba esos detalles. No le habían importado nunca. Por eso salió con ella, aún cuando estaba en una relación con Marinette. Y tampoco ese día le importó. Tuvo suerte, sin embargo. Porque Kagami y Félix, para ese momento, ya no eran nada.
Absolutamente nada.
Kagami no respondió. Bajó la mirada derrotada. Simplemente no era el momento. Luka la vio avasallada, como si hubiera luchado sin éxito contra algo. La abrazó sin esperanza de ser correspondido. Lentamente, él sintió cómo ella le respondía el abrazo. Fue un abrazo corto y fugaz, pero sincero. Luka creyó que había avanzado muchísimo en su relación con ella. La observó irse en el taxi. Segundos después, por pura coincidencia, logró conversar algunas palabras con Félix, el rubio hosco y perfecto que estaba saliendo con Kagami.
Sólo que esa mañana, ese rubio no parecía tan perfecto.
También Félix parecía destrozado. Mal vestido, mal peinado, con un rostro vencido y agotado. Félix Graham de Vanily, el estirado inglés del que le hablaban, no era más que un muchacho con problemas que nadie conocía. Llevaba calcetines de distinto color y las mangas recogidas. Y una actitud hostil, que Luka Couffaine se encargó de pulverizar.
¿Era éste el ser perfecto y rígido del que había escuchado hablar a Juleka y a Rose? ¿él que le rompió la nariz a Kim LeChien? ¿el primo de Adrien? ¿el novio de su Kagami Tsurugi, el que se la llevó a Japón y el que convivió con ella por meses?
Todavía tenía el calor del abrazo que le dio Kagami ese día afuera del Hotel. Sí. Luka todavía era feliz. Contento por tenerla de vuelta. Recordando sus tiempos con ella.
Y ahora estaba en una terraza simple y corriente. Kagami parecía incómoda en ese sitio, pero lucía genial. Como una diosa, o una reina, imponiendo su presencia por donde andase.
- De verdad, lo siento. Prometo llevarte a un mejor sitio la siguiente vez que nos veamos. -
- No habrá otra vez. - respondió Kagami, de inmediato.
Él la vio bellísima y distante. Como un orquídea joven y húmeda colgando del pecho de la Reina de un baile escolar. Lozana, fresca. Su cabello negrísimo brillaba de lo liso que estaba. Kagami fruncía sus labios rojos y finos, como si no quisiera hablar más. Se arreglaba las gafas, las tocaba levemente, casi con un movimiento compulsivo.
- Sabes que sí. - contraatacó él.
No podía perder. No quería hacerlo.
Despacio, Luka se inclinó hacia ella y acarició el dorso de la mano que Kagami tenía sobre la mesa. Kagami dejó la mano quieta, calmando el golpeteo incansable y nervioso que hacía. Él trazo círculos sobre su mano delicada, para luego volver a acariciarla. Ella observaba sus movimientos, sin detenerlo, casi lo miraba con curiosidad o quizá sorpresa. Tal vez era satisfacción.
Preciosa. Bella. Sensual.
- Quiero comerte la boca, Kagami Tsurugi. - le dijo a bocajarro, mirándola directamente a los ojos.
Un escalofrío ardiente la recorrió entera de arriba a abajo, para quemarse entre sus piernas. Ella frotó imperceptiblemente sus muslos, para reacomodarse en el asiento, retiró la mano que él había cogido y fue a por el vaso de refresco que tenía enfrente. Acercó la pajilla de papel a sus labios y sorbió delicadamente. Para Luka, verla hacer eso sólo le daba más motivos para abalanzarse encima y retomar su relación justo donde la habían dejado, hace un par de años antes.
- Y quiero cantarte al oído. -
Canciones de amor en francés, para una amante japonesa. Luka soñaba con ella. Era un sueño recurrente. Pura pasión a bordo del barco donde vivía con su madre. Aún él recordaba su cuerpo menudo y simétrico, temblando cuando la aplastaba contra la cama, entrelazando sus manos. Todavía él recordaba su cara blanca de porcelana oriental, contorsionándose de placer. Sus gemidos bajitos, sus besos escuetos. Cada vez que la embestía, a ella le rebotaban sus pechos pequeños. Ella seguía siendo niña, la primera vez que la probó. Y él continuaba siendo el novio de Marinette.
Ambos tenían dieciséis años por ese tiempo.
Luka cerraba los ojos y se refugiaba en el tiempo en el que la tuvo, en el que ella, era de él. Porque de repente, un día, Kagami se evaporó de su vida.
Una niña.
Lo que tenía enfrente, en cambio, bebiendo de un refresco de máquina en un vaso de cartón, ya era alguien más madura y demoledoramente sensual. No podía perderla de nuevo.
Pero, ¿la había tenido alguna vez?.
Kagami se puso de pie abruptamente, dejó la bebida y sin mirarlo, abandonó la mesa.
Luka se puso de pie, y la siguió. Lo haría siempre.
- Kagami. - susurró.
Ella sólo se volvió para verlo de reojo, se ajustó las gafas oscuras y siguió caminando.
En silencio, él seguía sus pasos tratando de no perderla. Kagami Tsurugi usaba un vestido de tirantes, ligero, de color rojo con flores estampadas, calzando unas sandalias de tacón. Un pequeño bolso colgaba de su hombro. Luka, desde atrás, volvía a deleitarse con sus piernas sinuosas y macizas. Con el meneo de sus caderas y el movimiento de su falda. Ella tenía las uñas de los pies barnizadas de un color carmesí oscuro. Luka se volvió a ver entonces, en el pasado, en pleno sexo, abrazándole los tobillos, elevándole las piernas, mientras la poseía sin tregua en la litera de su habitación, con la luz de la tarde entrando por la claraboya.
Kagami se detuvo y miró hacia el cielo, descubriéndolo despejado.
- ¿Cuál es mi color favorito? - le preguntó intempestivamente.
Luka despertó de sus sueños calurosos, y parpadeó algo confundido.
- ¿Qué música escucho? - ella volvió a cuestionar.
Pero Luka no pudo contestar. El interrogatorio le había pillado por sorpresa.
Kagami, irremediablemente, pensó en Félix. Él era un pensamiento perenne.
Volvió a sentir su mirada fría y esmeralda, mientras le ajustaba el obi negro que llevó el día que incineró a su madre. Ella recordó cómo él cogió las horquillas y las ajustó en su cabello. Le acercó, en silencio, parco y mudo, el pintalabios rosa que usaba para humectarse los labios...luego, él le dejó un tierno beso en la mejilla, justo antes de partir al tanatorio en Japón. Eso no podría olvidarlo jamás. También recordó cuando ambos, Félix y ella, salían a correr juntos, compartiendo la mismas canciones en sus auriculares con bluetooth. Por último, Kagami volvió a sentir el calor del cuerpo de su exnovio británico, abrazándola por las noches, cuando ella rompía en llanto. Cómo él le frotaba los pies contra las piernas, tratando de contenerla más.
Dolía. Dolía no tenerlo. Dolía empezar de nuevo.
- Déjame sola. - murmuró ella, al borde de las lágrimas. - Por ahora. -
Luka Couffaine asintió, acompañándola a la parada de taxis más cercana. Le abrió la puerta y la hizo pasar, como todo un caballero, al interior del vehículo. Pero no cerró la puerta, se quedó fuera sujetándola.
- Rojo. - pronunció él, con voz susurrante pero certera. - Amas el color rojo, porque te recuerda al fuego que echa un dragón. Y te gusta el J-pop, aunque estoy convencido que ahora te agrada más el rock británico. Y la música indie. -
Kagami Tsurugi giró la cabeza tan sólo con tiempo para poder ver, cómo Luka cerraba la puerta y volvía a despedirle agitando la mano, en la distancia.
Lo volvería a ver, ya estaba segura de ello.
Pero cómo lastimaba lanzarse de nuevo al amor.
Desde el inicio. Caer y levantarse. Andar. Salir. Tratar de curar su corazón tan sólo para romperse otra vez.
El taxi cruzaba el distrito XVIII, justo cuando Kagami logró atisbar a un Audi súper nuevo, aparcado cerca del Instituto Dupont. Podría ser el coche de Félix. Volteó la cabeza y continuó observando ese coche en particular, hasta convencerse de que verdaderamente, ésa era la matricula de Félix.
Buscó a su exnovio, malamente alrededor, mientras el taxi continuaba su travesía.
Pero, sencillamente, ella no lo encontró.
La ansiedad por no verlo y la abstinencia de su amor le ocasionaban tristeza y llanto. Este día no era la excepción, ella secó una lágrima que no sabía que tenía, mientras cogía el teléfono de su bolso, lo desbloqueó y empezó a escribir...sabía que era mejor dejarlo ir, pero no quería, no lo aceptaba.
- "Buenos días, Félix, sólo quería saber cómo estabas...si es que has comido o si necesitabas algo...no sé si sigas en París, sé que debes volver a Londres, donde está Amelie...O quizá hayas decidido ir a otro sitio...No lo sé...Yo estaría bien si me escribes de vuelta, no es necesario que me llames, si tan solo me escribirías yo estaría bien...¿Sabes? El otro día, yo..." -
Volver a empezar.
Lo había amado. Tan solo el amor podía herir de esta manera. Si él le hubiese dado una oportunidad, ella lo hubiera aprovechado. Hubiera sido buena y penitente. Hubiera sido más alegre. Dejaría las pastillas para la depresión que la hacían dormir tanto. Sonreiría más. Le acompañaría al futbol, a Londres. Iría al cine a ver todas las películas del Señor de los Anillos y pagaría la suscripción a HBO para ver Juego de Tronos hasta el hartazgo.
Haría todo distinto.
Tan sólo para que él volviera y se quedara.
Dios, cuanto lo amaba.
- Félix. - susurró en silencio.
Rompió a llorar. Se secó las lágrimas con los dedos temblorosos.
Había enviado el mensaje, pero Félix no lo había leído.
Y a pesar de todo, el taxi la alejaba más y más.
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.*.*.*.*
Lamento el hiatus. Pero siempre me he prometido que mis historias deben tener final y voy a terminar este fic. Lo mas pronto posible. Muchos abrazos.
Gracias a todos por leer.
CANCION: Make you feel my love de mi tía Adele.
Gracias, en serio.
