32. Los corazones dudan

Hiroki se había levantado más temprano aquel domingo. Después de desayunar, se había vestido y salido en dirección a Kadic, justo en el momento en que su hermana bajaba las escaleras de casa. Intentó sonreírla, procurando disimular, pero en su cabeza solo había sitio para un pensamiento. «¿Qué es lo que estás ocultando?». Estaba dolido. Y probablemente, aquella mañana no serviría para mejorar su humor, sino todo lo contrario.

Llegó a la academia. Había calculado la hora en la cual se levantaba la restricción por la cual los chicos no podían ir a la planta de las chicas y viceversa, lo cual no evitó la mirada malhumorada de Jim. Pero bueno, eso también se podía deber a su falta de sueño y acabarse de despertar. Llamó a la puerta de Tamiya y Milly, y aguardó. Abrió la puerta la pelirroja, enfundada en su pijama de botones.

—Buenos días —saludó a chica.

—No entiendo por qué había que venir tan temprano —comentó Hiroki, mientras su amiga le cedía el paso. Tamiya estaba dentro, también aún en su pijama.

—Porque luego te vamos a invitar a comer —comentó la morena—. Pero tenemos que hablar de lo último que hemos averiguado.

El chico asintió, y ocupó un sitio para sentarse en la cama de Tamiya, que ya la había hecho, y esta se puso a su lado. Para su sorpresa, la chica ya olía a colonia de coco. Milly se limitó a estirar las sábanas de la suya y se sentó frente a ellos. Hiroki estaba expectante por conocer las novedades que le habían preparado sus amigas. Y la pelirroja sacó de debajo del colchón una libreta.

—El otro día... por casualidad —quiso aclarar antes de continuar—, escuchamos una conversación entre Laura y Sissi. Y escuchamos algunas frases muy extrañas. Laura hizo un comentario sobre Ulrich... "Bastante tiene con atender a Odd además de a su novia".

—¿Sólo eso? —se sorprendió Hiroki—. Es decir, eso no es algo tan raro. Odd está jodido... y Ulrich es su mejor amigo. Es normal que también le dedique tiempo.

—Si solo fuera eso —comentó Tamiya—. Dijeron algo más que sonó también extraño... ¿Cómo era, Milly?

La pelirrosa leyó de su libreta.

—Sissi. "¿Te sigue pareciendo bien?". Laura. "¿Lo que hacemos con nuestros amigos? Sí. Aunque renunciaría a ello por ti". Sissi. "Por eso jamás te voy a pedir que renunciemos...".

—Pensamos que Ulrich y Odd también pueden estar... haciéndolo —dijo Tamiya—. No me mires así. Fuiste tú quien vio a tu hermana besarse con Aelita —añadió, no sin cierta dosis de culpa.

—Joder... ¿qué estarán haciendo? —se preguntó el chico en voz alta. Fue Milly quien respondió.

—Creemos... que se están poniendo los cuernos todos con todos. Y que lo saben y que les da igual porque también lo hacen. Eso explicaría que Yumi y Aelita lo hagan... si también lo hace Ulrich con Odd. Aelita también se ha besado con Laura. Quizá Sissi se ha enterado, pero... Bueno, tiene un montón de gente para hacerlo. La propia Brynja, que ha venido hace poco...

—Es obvio que a Odd le gustan los hombres, eso seguro que le costó la relación con Sam —continuó Tamiya—. La cosa es que William ahora se ha alejado del grupo, así que quizá él sea ajeno a todo eso. A él le gustan las mujeres y por eso rechazó a Odd... O quizá le gustan los hombres pero no le gusta lo que hacen los demás acostándose los unos con los otros...

Hiroki se levantó, y empezó a pasearse por la habitación arriba y abajo. Todo aquello parecía una explicación posible, pero no podía ser la única. Todo eso tenía que estar mal. Su hermana no podía estar engañando a Ulrich, no después de lo que habían pasado.

«Pero quizá eso fue lo que pasó... Uno de los dos engañó al otro, y por eso se pasaron meses sin hablarse. Y decidieron volver permitiéndose esos engaños. ¿Quién empezaría? Ulrich tiene muy fácil acostarse con Odd, son compañeros de dormitorio... Pero las visitas de Aelita a casa también eran bastante frecuentes. A mi padre ni se le pasaría por la cabeza que Yumi fuera lesbiana. Tendría más fácil meter a una supuesta amiga que en realidad sea su novia que a un chico...»

—Sé que es difícil... —empezó Tamiya, pero él la interrumpió.

—Hablaré con Yumi —sentenció Hiroki—, ella nunca me oculta nada. Estoy seguro de que si le pregunto, ella me dará una explicación buena...

—Hiroki... no creo que Yumi te cuente nada tan gordo —le dijo Milly—. No es que no me fíe de ella. Sé que es buena persona. Todos lo son, pero... es algo demasiado turbio.

—¿Y si estamos equivocados?

—Entonces seguramente se enfade —opinó Tamiya—. Todo esto son conjeturas al fin y al cabo, pero todo lo que hemos visto y oído... no tiene sentido todo suelto.

—¿Qué hacemos entonces?

—Tenemos que saber algo seguro. Seguir observando antes de hacer algo malo. Si como tú dices todo tiene una explicación, pues ya está.

—¿Y si no la tiene? —preguntó Hiroki. Intentaba confiar en su hermana, pero en aquel momento todo le parecía demasiado confuso.

—Pues ya veremos —respondió Milly—. Aún no hemos llegado a eso. Si ocurre, será cuando decidamos.

Hiroki asintió. No le gustaba nada de aquel plan, no le gustaba meterse en la vida de Yumi, pero aquella historia tenía algo hipnótico de lo que no podía escapar fácilmente. Tamiya y Milly se miraron. Claramente ellas tampoco estaban cómodas. Pero la necesidad de saber era mayor.

—Bueno, de momento nada más por hoy —dijo Tamiya—. Nos vestimos, vamos a desayunar, y luego vamos al centro comercial.

—De acuerdo —respondió Hiroki, incapaz de seguir dando vueltas al asunto.

—¿Te importa esperar fuera? —preguntó Milly.

No tuvo que repetirlo. El chico salió del dormitorio, dejándolas a solas para poder desvestirse. No es que a él no le hubiera gustado verlo, claro, pero no iba a hacer de voyeur. Mientras aguardaba, miró varias veces su teléfono. Pensó en llamar a Yumi, en escribirla al menos. Que supiera que debía de dejar de hacer lo que estuviera haciendo aunque él no supiera de qué se trataba. Pero finalmente no contactó con ella. Cuando sus amigas salieron vestidas, y particularmente bonitas, bajaron a la cafetería. Y allí pudieron ver a Yumi, en la compañía de Ulrich. Su actitud cercana no daba lógica a pensar que ninguno de los dos estuviera engañando al otro.


—La verdad, está quedando muy bien —comentó Odd.

Había ido con Aelita a The Hermitage, en un intento de despejar la mente. La pelirrosa llevaba días con él, echándole una mano con el estudio por las tardes, pero había decidido que aquel día se lo podían tomar con más calma. Al fin y al cabo, no se le estaba dando mal y era necesario de vez en cuando descansar un poco. El rubio no había tomado mucho el sol desde su confesión fallida a William y le convenía salir a la calle.

La reforma iba viento en popa, y en cuestión de quince días, no solo el salón, sino también la cocina y el dormitorio principal estaban terminados. La piscina iba más lenta, pero era lo que menos prisa corría. Hasta que no llegase el calor, no iba a molestarse siquiera en llenarla. Lo que también habían ido arreglando era el jardín. Ahora que el frío ya no era tal, habían empezado a ponerlo más vistoso. Todas las malas hierbas las habían arrancado y empezaba a haber un césped más verde y mejor cuidado. Y los árboles secos los habían retirado y traído en su lugar especies más jóvenes y autóctonas.

—Este verano lo vamos a disfrutar mucho —comentó la pelirrosa mientras caminaban por el jardín.

—¿Crees que para verano el grupo va a estar en su mejor momento? —preguntó el rubio, considerando que su amiga era demasiado optimista. Ella se limitó a no responder.

Entraron por la cristalera al salón-comedor, y miraron lo bien que había quedado la cocina antes de subir. Para sorpresa de la pelirrosa, también habían cambiado ya la escalera de acceso al primer piso, y ya no crujía bajo sus pasos. Su viejo dormitorio de niña continuaba intacto, y aún no había decidido del todo si lo reformaría o lo preservaría. Tantos recuerdos... Pero consideraba que no podía anclarse en un pasado y una historia que nunca tuvo.

—Está mejor incluso de lo que yo pensaba —comentó la pelirrosa cuando llegó al dormitorio principal. Era grande. La cama era una isla en medio de la estancia, tras la cual estaba un gran armario empotrado y un espacio que hacía de vestidor, por el cual se accedía mediante una puerta a un cuarto de baño equipado con ducha, lavabo e inodoro. Frente a la cama, una larga cómoda llegaba de una pared a la otra. Perfecto sitio para poner una televisión, una compra que en ese momento no era prioritaria.

—¿Puedo? —preguntó Odd, señalando la cama. Aelita asintió y el rubio probó a sentarse. Qué maravilla—. Esto sí que es cómodo —suspiró mientras se echaba para atrás.

Estaba a punto de incorporarse cuando sintió algo encima de él. O más bien a alguien. Era Aelita, que se había sentado a horcajadas encima de él. Sin decir una palabra, le dio un beso en la boca. El rubio se dejó llevar por aquella muestra de cariño. Los labios de Aelita siempre se habían sentido muy bien. Se dejó hacer por su amiga, que tomando el control empezó a quitarle la ropa. Odd solo se sentía con fuerzas de aceptar lo que le viniera. Pero no podía evitar sonreír cuando, tras deshacerse de su blusa, Aelita dejaba al descubierto sus pechos. Estiró las manos para acariciarlos. Tan firmes y suaves. La pelirrosa le dejó tocar lo justo antes de que tocase la retirada de pantalones y faldas respectivamente, y ponerse sobre él para darse un poco de sexo oral mutuo.

Notaba cierta prisa en la técnica de su amiga, pero él no iba pensaba jugar a su ritmo. Se deleitó en el sabor del sexo de Aelita, que ya le era tan conocido como apetecible, mientras sentía la agradable sensación en su erección de la boca de la chica haciéndole maravillas. Sospechaba, aún así, que no culminarían en la posición del 69 y no se equivocaba. Aelita se detuvo para ponerse sobre él, alineando su erección contra su sexo y dejándose caer. Se movieron al mismo tiempo, conocían bien los ritmos mutuos para disfrutar del sexo. Aelita movía sus manos por todo el torso de Odd, mientras este se turnaba para disfrutar del tacto de los senos y el culo de su amiga. Las caderas de Aelita empezaron a moverse cada vez más deprisa, hasta que consiguió que Odd eyaculara y ella llegara al orgasmo al mismo tiempo. Rendida, se dejó caer sobre el pecho de su amigo, y recuperaron el aliento.

—Odd... ¿puedo saber por qué nunca me pediste salir?

Hubiera jurado que la había escuchado mal. Miró a Aelita, con los ojos muy abiertos, y ella repitió la pregunta.

—¿A... a qué viene eso?

—Yo te gustaba, ¿verdad? —la voz de la pelirrosa sonaba dulce y melancólica al mismo tiempo —. Nunca entendí qué te echó para atrás.

—Si no hubiera estado Jeremy... o más bien dicho, si Jeremy no hubiera estado tan interesado en ti como tú en él, me hubiera lanzado a pedírtelo —reconoció—. Y en parte también porque para mi siempre has sido una chica inocente y yo un picaflor.

—Una chica inocente no te habría hecho el amor en la cama donde va a dormir con su novio —bromeó la pelirrosa. Aquello se le antojaba extraño al rubio.

—¿A qué viene esto, Aelita?

La pelirrosa rodó hasta aterrizar en el colchón, pero sin alejarse de su amigo, a quien se aferró.

—Solo pensaba todo lo que podría haber sido distinto. Si tú y yo hubiéramos estado juntos, Jeremy no me haría sufrir. Ni a ti te habría herido William. Tal vez fuéramos más felices.

—O tal vez yo la hubiera cagado contigo como la cagué con Sam —le recordó Odd—. Y en ese caso sí que hubieras matado a Laura —bromeó—. Pero bueno. Las cosas han sido como han sido...

—¿Te arrepientes? De lo del Acuerdo —preguntó Aelita. Odd negó con la cabeza.

—No. A pesar de todo... estos últimos meses los he disfrutado como nunca. Pensé que saldría mejor la cosa, eso sí. Pero la experiencia es la experiencia. Y yo os he conocido mucho mejor a todos.

—Quiero que se arreglen las cosas, Odd... No quiero seguir así. No quiero seguir mal con Jeremy. No quiero que estés mal con William...

—Lo tuyo con Jeremy se puede arreglar —aseguró el rubio. No quiso entrar en el tema con William. La herida aún emanaba sangre para él.

—Nuestro grupo es muy importante para mi. He recuperado a mi madre, pero vosotros sois mi familia también.

—Saldremos adelante, Aelita —aseguró Odd. No tenía ni idea de si era verdad. Pero en aquel momento, él también necesitaba creerlo.


Laura se había comprado un monitor externo para su portátil. Llevaba un rato mirando las pantallas en silencio. Simplemente leía. Líneas y líneas de código fuente. El software que había programado Jeremy en su intento de cazar al hijo de perra que estaba chantajeando a Sissi. Lo entendía, por supuesto. Pero dentro de su entendimiento, había una cosa que con la que discernía con las ideas de su amigo.

Y en nada tenían que ver con sus habilidades informáticas. El programa de Jeremy era demasiado... "ético". Ella iba a darle una vuelta de tuerca. Peligrosa. Pero estaba dispuesta a hacer todo lo posible por su novia. Obviamente, no podía pretender que Jeremy se metiera en según qué líos. Para eso estaba ella.

Un par de golpes fuertes en su puerta la sacaron de sus pensamientos. Retrocedió con su silla estilo oficina hasta allí y abrió. Su expresión seria tuvo que suavizarse al ver a su novia. Que además llevaba una cajita de pastelería entre las manos.

—He pensado que podríamos merendar juntas —comentó la morena. Entró en el dormitorio y se sentó en la cama, mientras Laura regresaba a su posición. Pero el olor de los pequeños croissant de crema y chocolate era demasiada tentación, de modo que se acercó a ella de nuevo, le robó un beso, y uno de los bollitos—. ¿Te pillo ocupada? Puedo volver luego.

—No te preocupes. De hecho, me gustaría comentar contigo lo que estaba pensando —respondió Laura—. ¿Jeremy te comentó exactamente cuál eras su plan?

—Más o menos. No recuerdo bien los detalles técnicos, pero sé que iba a meter algo en mis fotos para localizar a ese cabrón.

—Y sospechaba que podía estar en Kadic —continuó la rubia, más para si misma que para la otra.

—Eso me dijo. Y yo también lo creo. Es lo único que explica cómo ha sabido algunos de mis movimientos. Incluso la foto que nos hizo por la rendija de la puerta. Nadie puede entrar aquí alegremente.

—Entonces tiene que ser alguien de dentro. Y la posibilidad de que se conecte a la red es más que probable. Todo el mundo necesita WiFi en algún momento. Salvo que tenga datos ilimitados. Pero para estudiar o algo... Me la tengo que jugar —comentó.

—¿Qué es lo que vas a hacer? —preguntó Sissi. Confiaba plenamente en la otra, pero no quería que se arriesgara más de lo necesario.

Laura suspiró. Optó por comerse otro bollito antes de explicarle su idea.

—Voy a hacer un nuevo programa, empezándolo de cero. No voy a pedir reportes al teléfono que reciba las fotos. Voy a escanear cada ordenador, teléfono o reloj que conecten a la red de Kadic buscando la coincidencia.

—... No soy abogada, pero creo que eso es un poco ilegal —comentó Sissi, temerosa.

—No voy a mirar cada foto que tiene la gente en sus dispositivos. Sólo voy a comprobar si tienen las fotos que le has enviado a ese hijo de... En fin. Se trata de ver en manos de quién están. Solo eso —le aseguró—. Pero podría conseguir las fotos privadas de los chicos del equipo de fútbol, ¿te interesa? —añadió en broma, logrando destensar a su novia.

—No quiero que te metas en un lío por mi culpa. Si por esto a ti te pueden meter en la cárcel...

Laura se levantó de la silla y se puso al lado de Sissi. Apoyó las manos en los hombros de la morena.

—Soy más inteligente que eso. Y quien va a terminar en la cárcel es el cabrón que te está torturando. Y si no es por ti, ¿por quién me la voy a jugar? Eres mi chica.

Sissi sonrió. Le dio un beso a Laura, que echó el paquete de los pastelitos a un lado y se recostaron en la cama. Se quedaron un rato sin decir nada.

—¿Vas a tardar mucho en terminar ese programa? —preguntó Sissi.

—No me llevará mucho. Tengo que diseñarlo de forma que no haga saltar las alarmas de la gente. Si sus teléfonos se calientan mucho, o sus ordenadores van más despacio, llamaría la atención —reflexionó la rubia—. Pero no te quiero aburrir con los detalles.

—Ah, claro, como soy una tonta que no se entera de las cosas, ¿verdad? —bromeó Sissi.

—Eres mi tonta —bromeó Laura, y le sacó la lengua—. De todas formas, también he estado pensando. ¿Tienes alguna idea de quién puede estar haciéndote estas putadas?

—Pues… no lo sé. Por su actitud, diría que es alguien a quien he rechazado. Y eso son al menos una veintena de personas —reflexionó la morena—. Pero a veces también pienso que puede ser alguien cualquiera que esté chantajeando a más chicas. De hecho me… me daba miedo pensar que tú también podrías ser una víctima y que te estuviera exigiendo también las fotos…

—Tenemos que pensar en esa veintena —respondió la otra mientras acariciaba la mano de su novia—. Podríamos empezar infectándoles cuando termine el programa. Por probar.

Sissi asintió. En el fondo, le daba miedo averiguar la realidad. Si realmente era alguien que había rechazado… vale que antes no era la persona más respetuosa con la gente, pero ahora estaban delinquiendo para vengarse. Si simplemente fuera un chantajista pervertido… claro que a su vez, le preocupaba que otras chicas estuvieran sufriendo como ella. Decidió no dar más vueltas por aquella tarde.

—Por cierto. Brynja me dijo que si alguna vez te apetecía quedarte a dormir conmigo, que no le importaba —recordó en ese momento.

—Un poco incómodo, ¿no?

—Quizá, pero es cierto que se ha portado de maravilla. Cuando me pregunta por ti, no lo hace sobre los detalles morbosos. Sólo quiere saber si estamos bien.

—Vale. Haremos una fiestecita de pijamas en tu habitación. Pero como la vea mirarte…

Intentó poner cara de enfado, pero se echaron a reír.

—De todas formas, esta noche ya va a dormir con alguien… —dijo Sissi—. Podríamos aprovechar entre nosotras. O…

—¿O…?

—También pensé que podríamos subir a dormir con Odd y Ulrich —le propuso.

—Pues me apetece ese plan —reconoció Laura con una sonrisa.


William regresaba a su habitación directamente después de las clases. Total, no tenía nada que hacer fuera. Al menos de momento. Sacó su teléfono, y empezó a buscar más tías en la app de citas.

Cuando Odd se le declaró, él le había rechazado. ¿Qué se había pensado? Él era un hombre. Una cosa era que echasen polvos porque se tenían a mano, y otra muy distinta que se fuera a plantear algo con ese idiota. Claro, que eso le había costado su amistad con todo el grupo. Incluso Patrick, que se había acercado a él un día solo para recordarle que la primera vez lo habían hecho por instancia del escocés. Pero William no quería escuchar, y le cerró la puerta en las narices.

Después de eso había vuelto a actualizar su perfil en la app. Volvió a filtrar solo por tías. Y marcó también la opción de que solo buscaba cosas casuales. Aquello pareció atraer más interés de las féminas. Se topó con varias interesadas en muy poco tiempo. Y estaban tremendas. Casi estuvo tentado de quedar con una chica que no era particularmente guapa. Y de cuerpo tampoco estaba sobrada. Pero él era un hombre responsable y si ella quería follar su responsabilidad era follar.

Descartó la idea, al menos para ese día, cuando le apareció un perfil con dos tías. Una morena, la otra rubia. El nombre, una palabra. "Atrévete". Y se atrevió.

Al principio le parecía una broma no muy elaborada. Dos amigas con ganas de un trío. O de los que surgieran. Sí, claro, y qué más. Vaya tela. Que si me voy a tomar algo. Por supuesto, guapi. Y había ido, con la intención de mirar desde lejos, únicamente por comprobar si había alguien tomando algo en el bar que le habían indicado. Y sí, ahí estaban, sentadas en la terraza. Más guapas en persona que en las fotografías de la aplicación. Decidió acercarse, como si no las hubiera visto. «Si me siento con ellas y dicen que no me conocen, voy jodido», pensó. Pero antes de poder plantar el culo en la silla, oyó que le llamaban.

Se fue a sentar con ellas. Estuvieron tomando algo tranquilamente mientras charlaban. Las intenciones que tenían. Ellas, una fase de experimentación. Él, sin expresarlo en voz alta, demostrar lo hombre que era. Acordaron volver a verse al día siguiente. Los padres de Béatrice (tía buena rubia) regresaban aquella noche, pero Nicolle (tía buena morena) tenía la casa disponible para ella todas las tardes hasta bien entrada la noche. Incluso fueron caminando hasta allí. Un poco lejos para William, pero cmainar no sería óbice para un tórrido encuentro con aquellas bellezas.

A la tarde siguiente, después de clase, se había presentado en el lugar de la cita. Apurando la hora de llegar, no quería dar la impresión de que fuera un desesperado. Llamó al telefonillo, y respiró con calma cuando escuchó la voz de Nicolle invitándole a subir. Entró, no sin cierto miedo. Aquello parecía tan irreal. Pero no lo era. No cuando, al abrir la puerta, Béatrice ya le estaba aguardando y le plantó un beso en la boca. Oyó que a su espalda se cerraba la puerta y era Nicolle, también deseando probar sus labios.

—¿Quieres tomar algo primero? —preguntó la morena.

—Aunque nosotras ya estamos a tono... —sugirió la rubia.

—Yo también lo estoy —aseguró él.

De modo que le habían conducido al dormitorio de Nicolle, donde la ropa no tardó en volar. En la tarde anterior, ambas le habían dicho a William que no había muchos que se atrevieran a hablarles (probablemente, pensando que era una broma). Y menos aún los que habían pasado el filtro de ellas. No obstante, William estaba seguro de que el número tampoco era precisamente escaso. Las dos chicas sabían lo que hacían. Parecían completamente compenetradas. Y también le dejaron claro muy rápido que no se iban a limitar a "dar placer al chico", y que se lo iba a tener que currar, de modo que dio rienda suelta a su cuerpo, entendiéndose de maravilla con aquellas dos jóvenes. Había sido una tarde memorable, sazonada además con una buena cena en agradable compañía.

Satisfactoria.

Agradable.

De las mejores tarde que había pasado en su vida.

No la cambiaría por nada.

No.

Y entonces, ¿por qué de pronto lloraba?

Solo se había tumbado en la cama para continuar buscando más experiencias satisfactorias como aquella.

Pero al plantar la cabeza en la almohada, algo le había venido a su mente. Algo que parecía que no estaba allí, pero sí estaba. Un aroma, señal de las noches que había pasado con él. El aroma de Odd. Un recordatorio de todas las noches que se habían encontrado allí, furtivamente, al margen de los ojos ajenos. Sexo duro. También tierno. Tan frecuente que... demonios, lo echaba de menos cuando no ocurría. Y no solo por ello. Por su compañía.

«Has metido la pata hasta el fondo con Odd», le decía una voz dentro de su cabeza. Había intentado silenciarla de muchas maneras, pero el pensamiento siempre reaparecía en los momentos más vulnerables. «Él también te gusta. Pero te aterra lo que pueda pensar la gente si te ve con un hombre. Has preferido perderlo y estar triste antes de ser feliz».

Golpeó la pared con el puño, a punto estuvo de golpearla con la cabeza. Sí, había sido un pedazo de gilipollas y ahora tenía que asumir las consecuencias. No solo había perdido a Odd como amante y amigo. Todo el grupo le había dado de lado. Porque no le había rechazado gentilmente, como hubiera sido lo apropiado. Hablándolo como personas adultas. Apartándose con desprecio, y hablándole con asco. Montando una escena ante los demás.

Cuando por fin consiguió controlar las lágrimas, buscó el teléfono. Marcó un número, sin esperar siquiera que descolgasen, pero lo tenía que intentar. Respondieron al quinto tono.

—¿Qué quieres? —le espetó una voz.

—Ayúdame, Yumi... Ayúdame porque la he cagado...


Después de una buena cena, Aelita ayudó a Anthea a recoger los platos, aunque ella siempre insistía en que no era necesario. El silencio de su hija a continuación le recordaba lo que habían hablado: la pelirrosa ya era una mujer adulta, no era necesario que la tratase como si fuera la niña de cinco años que habían arrebatado de su vida mucho tiempo atrás. Era mayor, y la mesa y las responsabilidades recaían sobre las dos. Aunque fuera la invitada. De modo que Anthea también buscaba el modo de resarcirse, aprovechando las veces que su hija se quedaba con ella para prepararle sus platos favoritos. Y sus postres. Como aquella tarta de fresa con chocolate que puso en el rostro de su hija la mirada ilusión de su niña.

—Gracias —dijo la joven mientras separaba un trozo de la porción con el tenedor y se lo llevaba a la boca. Reteniendo el impulso de decir No es necesario que me malcríes. En el fondo, le gustaba. Eran momentos perdidos en el tiempo, y ahora podían recuperarlos, al menos, en parte.

—De nada —respondió Anthea, cortándose un trozo del mismo tamaño que el de Aelita. Años subyugada a los designios de otra persona la habían empujado a hacer lo que le diera la gana siempre que pudiera, y no tener que guardar ningún tipo de apariencias.

—¿Müller está fuera?

—Se ha aficionado al gimnasio —respondió la mayor—. Dos horas todas las noches. Él cena cuando regrese. Y, por mucho que presuma de su dieta, mañana por la mañana va a haber menos tarta que ahora.

Se echaron a reír.

—¿Te quedas a dormir entonces? —preguntó Anthea.

—Sí... se ha hecho un poco tarde. No te importa, ¿no?

—¿Importarme? Ojalá pasaras aquí más noches —respondió la mayor con suavidad—. Aunque si mañana no hubiera clases, te diría de ver una película...

—Podría quedarme también el próximo viernes —sugirió Aelita.

—De acuerdo. Haré aprovisionamiento de palomitas.

De modo que tras dejar los platos de la tarta en remojo, se retiraron al dormitorio. Aelita fue al dormitorio que su madre le tenía en reserva, pero según se estaba cambiando, se le pasó otra idea por la cabeza. Casi una necesidad. Enfundada en su pijama (más cálido de lo que ella solía usar), fue al dormitorio de su madre, que ya estaba dentro de la cama, con un libro electrónico en las manos.

—¿Aelita?

—¿Te importa... si duermo contigo? —preguntó. Se sentía tonta y vulnerable con aquella pregunta, y estuvo a punto de darse la vuelta.

—Claro que no —respondió la mayor, y abrió el otro lado de su cama.

Aelita fue hasta allí y se metió. Un tanto avergonzada.

—¿Quieres hablar de lo que te ocurre? —preguntó su madre, dejando el libro en la mesilla.

—Es lo de Jeremy... Últimamente es como hablar con un desconocido. Se aleja, mamá... Y no quiero que se vaya sin mi, pero tampoco quiero volver a perderte, y... estoy hecha un lío...

Se dejó envolver por los brazos de Anthea mientras sus lágrimas caían sobre la almohada. Pese a aquello, se sentía un poco más reconfortada. Atrajo una de las manos de su madre contra la suya, cruzando sus dedos. Anthea continuaba pensando en la situación de su hija. Había un movimiento que ella podía hacer. Demasiado osado, quizá. Y se estaría metiendo donde no había sido llamada. Pero lo quería intentar.


Tamiya regresaba al dormitorio después de lavarse los dientes. Cuando entró, se llevó una sorpresa. Milly podía ser muy rápida cuando quería, y esa noche lo había demostrado. Tenía todo el colchón inundado con las notas de la investigación que estaban haciendo. Abrió el armario y empezó a cambiarse mientras su amiga continuaba repasando los papeles. Y alguna fotografía furtiva, tampoco demasiado reveladora. Cuando por fin terminó de ponerse el pijama, pensó que era el momento de decirle algo a la pelirroja, que no se había inmutado con su presencia.

—¿No crees que va siendo hora de que durmamos? Mañana hay clase —le recordó.

—Sí... un momento —dijo Milly. Se levantó de la cama, con una nota entre sus manos. La dejó caer en el colchón, y cuando fue a cambiarse, Tamiya reparó en la nota que era. Una en la que había cinco nombres en círculos. "Aelita", con una flecha hacia "Yumi". "Odd", con una flecha a "William" y otra a "Ulrich". Y los nombres de "Ulrich" y "Yumi" unidos por una flecha en dos direcciones.

«Típico», pensó. Se tumbó en la cama mientras Milly se subía el pantalón del pijama. Esta se volvió a la cama y en ese momento se dio cuenta de que tenía un problema. No había forma de poder echarse sin guardar todo el papeleo.

—Deberías descansar de eso —comentó Tamiya. El paso de los días le había dado otra perspectiva. ¿Por qué meterse? Ese grupo siempre se portaba bien con ellos. No deberían importunarles así. Y sabía que, en ocasiones, Milly compartía su pensamiento. Pero en esos momentos, la necesidad de saber arreciaba.

—Lo sé... ¿te importa si duermo contigo? No me apetece recoger ahora todo eso.

Tamiya se echó más a la pared y abrió la cama para Milly, que se metió a su lado. Estiró la mano para apagar la luz. Ninguna cerró los ojos.

—Sé el papel que estabas viendo... —comentó Tamiya—. ¿Sigues pensando en él?

—Solo a veces... Sé que él es de Yumi —suspiró Milly—, pero a veces me pregunto... si yo fuera un poco más mayor...

—No creo que eso tenga tanto que ver. Es decir, mira Sissi. Parecía que iban a estar juntos, hasta que apareció Yumi. Y son de la misma edad.

—Lo sé. Y a veces también pienso en Hiroki... sé que le gusto, pero... no sé. Somos amigos, y si eso lo estropea...

—Entiendo ese miedo que tienes... —reconoció Tamiya.

Milly se giró a mirarla. Sabía a qué se refería.

—Nunca podrías estropearlo... —murmuró la pelirroja.

Cerró los ojos al tiempo con Tamiya, cuando esta se aproximó y le dio un beso suave. Sintió su cálida mano en la mejilla. Con cierta timidez, correspondió al beso. Pero... lo rompió. Sin apartarse. Tampoco hizo el gesto de quitar a su amiga.

—Lo siento... —susurró Milly—. Estoy... confusa...

—Lo sé...

La joven sentía un mar de emociones diferentes. Ulrich... que parecía inalcanzable. Hiroki, que era tan atento con ella. Y Tamiya... con quien prácticamente compartía su día a día. La primera vez que la había besado se sorprendió al darse cuenta de que le gustaba. Se sentía bien. Pero no era capaz de aclarar lo que sentía. Y más con aquel planteamiento que tenían.

Tamiya había sido clara con sus sentimientos cuando se había confesado. Y, además del halago, Milly no había sentido ninguna incomodidad al respecto. Seguían siendo amigas. Y era muy importante seguir así para ella. Al menos hasta que... Sin darle más vueltas, se acurrucó con su amiga, intentando dormir. ¿Por qué el mundo tenía que ser tan complicado?