La ley del talión
Capítulo 16. Flujo de confianza


—¿Alguna noticia de Castille o Valentine? —preguntó Reynolds según entraba por la puerta del JOC.

En ausencia de ambos Isobel y Jubal, y habiendo sido tan reciente su incorporación tras su baja médica, Maggie se había hecho cargo del JOC en lugar de regresar a campo. Habían resuelto con presteza el último caso que había entrado y el ADIC había expresado estar muy satisfecho con su trabajo, pero ahora parecía que empezaba a impacientarse por el otro asunto.

Ante su pregunta, Elise, Ian, Hobbs y Kelly se inclinaron sobre sus teclados, como si estuvieran muy concentrados en lo que hacían.

OA miró a Maggie. El dilema casi los hizo partirse en dos mitades cada uno.

El equipo del JOC ya les habían contado lo que habían estado haciendo aquella noche por Jubal. Luego, junto con Tiffany y Scola, estuvieron hablando con Kristen, quien los puso a todos al corriente de lo que sabía. Es decir, que Jubal e Isobel estaban llevando a cabo una investigación por su cuenta, algo relacionado con Adriana Fresneda, la hermana de la fallecida esposa de Antonio Vargas. También que el teléfono de Jubal hacía ping en Monterrey, México. Kristen incluso les acababa de enviar la misma ubicación GPS que había averiguado para él.

Maggie no quería mentirle al ADIC, pero tampoco quería exponer a Isobel y Jubal y, de paso, a Kristen y al equipo del JOC.

Entonces vio en los ojos de su compañero que él estaba dispuesto a arriesgarse por todos y ser él el que mintiera. No. Eso no puedo permitirlo.

OA estaba abriendo la boca pero Maggie se le adelantó.

—Los acabamos de localizar, señor. Ahora iba a informarle—dijo Maggie fingiendo serenidad.

OA se giró ligeramente para que Reynolds no pudiera verlo y la miró con los ojos muy abiertos como diciendo ¿¡Qué estás haciendo!?. Stuart y Tiff hacían lo que podían por mantener sus caras de póker, pero no pudieron evitar intercambiar una mirada de inquietud.

—¿En serio? ¿Dónde están? ¿Están bien?

Reynolds no hizo aspavientos, pero parecía preocupado de verdad.

—Todo está bien, señor. No ha sido más que un malentendido. Ambos están disfrutando de días de descanso.

El ADIC parpadeó, sorprendido.

—Sí, eso ya lo hemos hablado. Tengo las solicitudes de ambos pidiendo los días. Pero, ¿por qué estaban ilocalizables?

—Isobel necesitaba desconectar, señor —intentó ayudar OA—. Han sido unos meses muy duros para ella.

—Mmm... lo sé. Llevo diciéndole que se tome un descanso hace tiempo. Pero... ¿y Valentine?

—Problemas con su dispositivo. Pero ya lo ha recuperado.

Ahí estaba. Habían informado sin decir ni una mentira.

Para su desánimo, la expresión de Reynolds se volvió suspicaz.

—Cuando Valentine me dijo que la SAC había desaparecido pareció muy alterado y luego se fue tras ella. ¿A dónde?

Un sudor frío le bajó a Maggie por la espalda mientras el ADIC se acercaba a ella. Luchó sin éxito por encontrar algo que decir.

—Donde quiera que estén, están juntos ¿verdad? —le preguntó él en un tono más discreto.

—Pues...

Reynolds no le dio la oportunidad de encontrar una réplica.

—Dígales a Isobel y Jubal —dijo en un susurro irritado, dirigido sólo a ella— que no condono las indiscreciones de su relación irregular pero que no tienen que entrar en pánico. Aún. Y que espero encarecidamente que cojan mi llamada la próxima vez que los llame —sonó decididamente más a orden que a aspiración.

—¿Indiscreciones? ¿Relación irregular? Señor, no... No se confunda —se apresuró Maggie a intentar atajar aquello—. No creo que sea ése el caso. Ellos-

—Sé leer entre líneas, agente Bell. Transmítales mi mensaje.

Y se marchó del JOC dejando a Maggie sin saber qué hacer.

·~·~·

La propiedad se ubicaba en la poco empinada ladera de una colina baja, aislada y rodeada de un alto muro; unas grandes puertas de metal macizo guardaban la entrada, a la que se llegaba por un largo camino rural sin asfaltar.

La tensión entre Isobel y Jubal había sido tal durante el trayecto, que Darío les insistió para que fueran a recorrer el perímetro, mientras él apartaba el coche del camino, metiéndolo tras unos arbustos, y se quedaba vigilando.

Yendo por la derecha, los dos caminaron alrededor a buen ritmo. Buscaban alguna otra entrada o puntos flacos por donde se pudiera acceder dentro. En las inmediaciones no había nada, ni construcciones ni vegetación. Alguien mantenía el perímetro libre de maleza; el sotobosque no empezada hasta cincuenta yardas más allá del muro.

El cielo se había cubierto de nubes que empezaban a oscurecerse, amenazando tormenta. Pero aún sin sol hacía calor; un bochorno de aire caliente, húmedo y pegajoso que las chicharras inundaban con su canto rítmico y estridente. Como influidos por el clima, ambos estaban sumidos en un plomizo silencio.

—Parece bastante inexpugnable... —observó Jubal.

Isobel estuvo escuetamente de acuerdo. No había ninguna otra puerta, ni ningún lugar por donde el liso muro enfoscado fuera más bajo de diez pies o posible de escalar sin una cuerda. Además, vieron que numerosas cámaras vigilaban hacia afuera en todo derredor.

Siguieron caminando. Las chicharras se convertían cada vez más en un zumbido ensordecedor. La sensación de opresión se hizo insoportable dentro de Jubal.

Había cometido el error de asumir que tenía derecho a su confianza, cuando en realidad no lo tenía. En absoluto. Y se había dedicado a quejarse por no obtenerla, en lugar de haberse esforzado por ganársela...

—Tienes toda la razón —dijo entonces con voz ronca. Tragó saliva, pero el nudo que tenía en la garganta no desapareció—. En estar enfadada, quiero decir. Lo siento. No tengo palabras para expresar cuánto.

Aquella no era la primera vez que tomaba decisiones sin contar con ella. Ni la segunda, ni la tercera... Se sentía fatal. Ni siquiera se atrevió a pedir perdón, porque no creyó que se lo mereciera.

A Isobel aún la irritaba e inquietaba que Jubal hubiera acudido a Kristen y al equipo, con todo el riesgo que aquello conllevaba. Y que lo hubiera hecho sin consultárselo era especialmente exasperante.

Pero estaban muy faltos de recursos. ¿Cómo de lejos podrían haber llegado ellos tres solos sin aquella ayuda? Ni mucho menos tanto como lo habían hecho, sin duda. Anoche había dicho él. Isobel suspiró despacio. ¿Qué podía haber hecho Jubal? ¿Despertarla para consultarle? ¿Esperar unas preciosas horas para avanzar con la investigación?

Isobel negó con la cabeza y se detuvo. Se volvió hacia él.

Lo miró y él apartó de inmediato los ojos, no sin que antes Isobel pudiera ver que estaban llenos de desprecio hacia sí mismo. Un desprecio que Isobel de inmediato encontró inmerecido. Jubal mantuvo los ojos bajos, obviamente atormentado.

—No... He- he sido injusta contigo —reconoció ella, con sencillez. Jubal levantó la mirada con un principio de alivio en su rostro—. Tú sólo quieres ayudarme...

Aquello era algo que tenía absolutamente claro desde la conversación de la noche anterior. Estaba grabado a fuego en su corazón.

—Debí contártelo inmediatamente, en cualquier caso —dijo él aún abatido.

Podía ver que aún estaba disgustada, aunque para respiro de Jubal, la ira de sentirse traicionada había desaparecido de sus ojos.

—Sí, puede ser. Aunque eso es lo de menos, Jubal. ¿No te das cuenta? Estoy intentando protegerte, protegeros a todos, y... Y me estás haciendo las cosas más difíciles —se quejó.

—Pero, Isobel... alguien tiene que protegerte a ti... —protestó Jubal a su vez, dando un paso hacia ella con un ansia que no fue capaz de dominar.

Isobel no sólo lo vio acercarse. Lo sintió. Casi no pudo disimular el estremecimiento que la recorrió ante la intensidad que emanó de él.

—Somos muchos a los que nos importas —murmuró Jubal—. Confía en nosotros. Por favor...

Inclinando la cabeza en un intento de esconder su turbación, Isobel echó a andar de nuevo, lentamente.

—¿Sabes? No dejas de pedirme que confíe en ti pero tú haces exactamente lo mismo... —dijo con desánimo en su voz.

—¿Qué? ¿Qué quieres decir? —preguntó él desconcertado, alcanzándola y buscando sin éxito su rostro con los ojos, mientras caminaba a su lado.

Al principio, Isobel no contestó. Se estaba arrepintiendo de haber sacado el tema. Era algo que en su momento le había hecho daño. Cuando Jubal pensaba que iba a tener que insistirle, ella respondió en un murmullo:

—Con la enfermedad de Tyler, cuando dispararon a Rina, cuando su familia le retiró el soporte vital sin consultártelo, te apartaste y te encerraste en ti mismo. Sólo cuando murió Jess empezaste a salir.

Eso era cierto. Jubal se había retraído mucho en aquella época...

—Estuve muy huraño, ¿verdad? —reconoció, abochornado.

—Temí... Temí que estuvieras teniendo una recaída... —murmuró Isobel con la garganta agarrotada.

Durante semanas, había pasado interminables noches en vela terriblemente preocupada porque Jubal se quebraría y volvería a beber.

—No lo hice —aseguró él, alzando la barbilla, orgulloso.

—Lo sé. Pero no pediste ayuda. Tú mejor que nadie deberías saber que eso fue muy peligroso...

Ella volvía a tener razón. Jubal recordaba que había intentado ayudarlo entonces, pero él siempre la había rechazado, a veces incluso siendo arisco. Y aunque Isobel fuera una persona muy reservada de por sí, el pecho se le contrajo dolorosamente a Jubal al darse cuenta de que, con aquello, él no había fomentado precisamente lo contrario.

La confianza es un circuito. No fluye si no la hay en los dos sentidos. Isobel no era la única con graves problemas para depositarla en manos de los demás.

—Lo lamento —dijo con amargura—. Eso... no estuvo bien.

Isobel se sintió de repente muy hipócrita. En realidad, Jubal había sido el que al principio había hecho por crear ese vínculo, ofrecido confidencias e intentado que Isobel confiara en él. No había tenido casi éxito. Siguió intentándolo un tiempo... hasta que dejó de hacerlo, tal vez porque terminó pensando que su empeño no era bienvenido.

—No... No. Probablemente eso fue culpa mía —admitió con humildad.

Que Isobel le reconociera aquello fue para Jubal la llave en la cerradura de su anterior reproche, y abrió una puerta de esperanza: Isobel quería que Jubal confiara en ella, porque de verdad quería confiar en él. Fue como un rayo de sol asomando entre las nubes.

—Somos tal para cual, ¿verdad? —dijo con un principio de sonrisa entre pesarosa y resignada.

Isobel asintió con una mirada triste. Jubal odiaba verla de esa manera. Algo se rebeló dentro de él.

—No tendría por qué ser así, ¿sabes? No deberíamos dejar que vuelva a pasarnos esto... —Ese algo ganó de pronto mucho impulso—. Por mi parte, te prometo que haré lo que pueda para que no vuelva a ocurrir —se atrevió a asegurar , con una excitante osadía inflamándole el pecho—. Quiero que sepas que puedes contar conmigo. Y yo contaré contigo. Siempre.

Volviéndose hacia él, Isobel dudó unos momentos, aquella última palabra haciéndole resonar dentro cosas que no deberían estar ahí.

—Está bien —aceptó, sin embargo.

—¿De verdad? —preguntó él con una expresión de ilusión que le resultó a Isobel simplemente adorable.

—De verdad. Yo también lo haré —respondió con decisión.

Jubal exhaló temblorosamente un aire que no sabía que había estado conteniendo.

—¿Es un trato? —dijo ofreciéndole la mano para que se la estrechara junto con una deslumbrante sonrisa.

Isobel se le escapó una propia. Vaciló un momento... y aceptó el gesto.

—Lo es —afirmó con seguridad.

La mano de Jubal -bastante más grande- envolvió la suya, e Isobel fue extraordinariamente consciente de la calidez de su tacto, mientras no podía apartar los ojos de los de él. El firme apretón de manos se prolongó más de lo que habría sido habitual.

Cuando por fin Isobel retiró la mano, las yemas de los dedos de Jubal no pudieron evitar acariciar las puntas de los de ella. La sensación perduró en ambos más allá del contacto en forma de un suave cosquilleo, que en el caso de Isobel se le extendió por todo el cuerpo.

El corazón Jubal redoblaba; deseaba tenerla más cerca, atraerla hacia él, y tuvo que hacer un esfuerzo para frenarse. Rina se revolvió, celosa, y él la ignoró con irritación.

Continuaron andando, uno junto al otro. Estaban terminando de dar toda la vuelta, ya cuesta abajo. El silencio que había entre ellos había cambiado completamente. Ahora era vibrante, ansioso de cosas por suceder.

Entonces, Darío llamó.

—Ey, ¿adivinad quién acaba de aparecer? Ha llegado Adriana, en una anodina furgoneta blanca sin rótulos en vez de en su moto tan chula. Lleva una sudadera con capucha y gafas de sol, pero es ella, no tengo ninguna duda. Se está abriendo la puerta principal. Mmm... Me parece que estoy viendo el morro del SUV negro, asomando al final del camino. —Se hizo una breve pausa. Su tono de voz cambió completamente, volviéndose neutro y frío—. Armas. Volved. Necesito refuerzos. Cuanto antes.

Y cortó.

Se oyeron disparos a lo lejos. Isobel y Jubal se miraron alarmados una décima de segundo y echaron a correr.

·~·~·

Llegaron a la carrera con sus armas ya desenfundadas. El tiroteo se intensificaba.

La furgoneta empujaba las puertas metálicas para que terminaran de abrirse, provocando un desagradable chirrido. Darío había movido el coche, atravesándolo tras la furgoneta y estaba fuera de él, usándolo como cobertura para devolver el fuego y mantener a los atacantes a raya. Unos metros más allá tres hombres, tras las puertas del SUV negro, hacían agujeros en la parte posterior de la furgoneta y en el coche, poniendo a Darío en un aprieto.

Isobel y Jubal, al llegar por la izquierda de la puerta, los flanquearon. No estaban en muy buena posición porque apenas tenían donde cubrirse, sólo el arbusto tras el que habían aparcado antes, pero abrieron fuego.

La adrenalina hacia latir la sangre en los oídos de Isobel al ritmo de las detonaciones, el familiar olor de la pólvora quemada invadiendo su olfato y activando su entrenado pero olvidado instinto de agente de campo.

Los atacantes dejaron de disparar y se cubrieron como pudieron de la nueva línea de tiro, dándole a Darío un respiro. Se oyó a la furgoneta dar un acelerón y vieron que ya había cruzado la entrada. Las puertas de inmediato empezaron a cerrarse de nuevo. Pero eran demasiado lentas. Adriana salió y corrió hasta la pesada hoja derecha para empujar y cerrarla.

—[¡Ey!] —los llamó con urgencia mientras tanto—. [¡Entrad!]

Haciéndoles un gesto a Jubal e Isobel, Darío les dio fuego de contención, disparando apoyado sobre el capó. Ellos lo aprovecharon para correr agachados y reunirse con él tras el coche.

—[¡Vamos!] —insistió Adriana—. [¡Entrad! ¡Rápido!]

Ya había cerrado la primera hoja de la puerta. Sacó también un arma y cruzó la vereda disparando para alcanzar la izquierda, que ya estaba semicerrada por el cierre automático.

El rebote de una bala le pasó a Darío rozándole la sien. Él se agachó por puro reflejo.

Aun con el susto en el cuerpo, Isobel le hizo un autoritario gesto con la cabeza. Él dudó y exclamó una palabrota, pero obedeció; se puso a salvo gracias a la cobertura de Jubal e Isobel. Pasó entonces a cubrirlos a ellos desde la hoja ya cerrada de la puerta.

—¡Jubal! —exclamó Isobel gesticulando para que él fuera el siguiente.

—Nop —replicó él.

No la miró, sólo siguió intercambiando un controlado fuego con los otros tipos.

De repente, el SUV beige entró en el camino de tierra y se aproximó a toda velocidad. Ella soltó un gruñido irritado y se fue para dentro. Llamó a Jubal apenas cruzó el umbral y lo cubrió desde allí.

Del segundo SUV se bajaron otros dos hombres. Llevaban fusiles de asalto.

Jubal oyó a Isobel gritar su nombre con un timbre de angustia. Pero no hacía falta. Él ya se estaba retirando. No tenía nada que hacer contra aquella clase de fuego. Jubal salió corriendo hacia la puerta.

Disparos de fusil acribillaron el coche, haciendo saltar los cristales de las ventanillas. Con el corazón en la boca, Isobel vio a Jubal pasar por entre las hojas dando un salto, las balas silbando a su alrededor, repiqueteando contra el grueso metal. Lanzándose y chocando contra él, Isobel lo apartó de la línea de fuego... Y evitando por muy poco que una bala lo alcanzara en la nuca.

Jubal apretó los dientes cuando su hombro herido protestó al impactar su espalda contra el suelo, mientras los dos terminaban tirados en el pavimento.

Sin perder ni un segundo, Darío y Adriana empujaron con fuerza la puerta, que se cerró completamente con un grave retumbar. Fuera, los disparos siguieron un poco más y se detuvieron. Ella pulsó con golpe seco el botón que echaba los sólidos cerrojos de la puerta.

—[Me da que esto no lo va a cubrir el seguro del contrato de alquiler] —jadeó Darío, haciendo una mueca.

Mirándolo como si le hubieran salido tres cabezas, Adriana de pronto se echó a reír.

Mientras, Isobel había quedado sobre Jubal, con la cara contra su cuello. Levantó la cabeza bruscamente.

—¿Estás bien? —preguntaron de inmediato con ansiedad los dos a la vez.

A él se le escapo una risa corta y sin aliento. Isobel no pudo evitar sonreír. El alivio hizo a Jubal abrazarla, su hombro olvidado por completo.

Una repentina sensación ardiente surgió dentro de ella al estar literalmente acostada sobre él, envuelta en sus brazos. Tenía el corazón desbocado y de poco sirvió que se dijera a sí misma que era por el tiroteo. Apenas se percató de que estaba empezando a llover.

Jubal contempló fascinado cómo se sonrojaba su rostro; se estaba deliciando del contacto del cuerpo de Isobel sobre el suyo, y simultáneamente, reprendiéndose de forma muy severa por ello.

Carraspeando, Isobel se alzó sobre sus rodillas. Pero, al apoyar la mano izquierda para hacerlo, un latigazo de dolor se la recorrió; pudo reprimir la exclamación, pero no una mueca. Jubal, se incorporó de golpe y la sostuvo cogiéndole el brazo con cuidado, buscando muy alarmado heridas de bala. Darío y Adriana se acercaron corriendo.

—¿Qué ocurre? —preguntó su amigo, preocupado.

—No es nada —intentó tranquilizarlos Isobel.

Más disparos sonaron contra la puerta sobresaltándolos a los cuatro.

—[Entremos dentro] —les urgió Adriana.

La lluvia arreció.

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