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Noche
XXXVII
— Inquebrantable Determinación —
…
»¿Eres mi amiga?
Aquella voz dulce que en un principio no tenía un rostro reconocible para Luciana, hizo que ella abriese los ojos poco a poco.
Se halló acostada sobre una cama acolchonada y limpia, con sábanas frescas, ella usaba una toga negra y estaba perfectamente impecable, como si la hubiesen bañado, perfumado y cepillado.
Fue vertiginoso para ella, pero más lo fue darse cuenta que posiblemente ya no estaba en el Santuario.
»Por favor… por favor… vuelve, vuelve a mí.
Pudo oírlo.
Pudo sentirlo.
Pudo verlo.
Su cuerpo, razón y sentimientos se hallaban dispersos y sin un rumbo fijo especial; sin embargo, Luciana se había recuperado rápido. Ahora estaba al tanto de todo. Y, aunque al pensar de nuevo en ese niño que perdió en el más profundo de los dolores, mientras dormía, le seguía doliendo, también recordó el tiempo que pasó cicatrizando esa herida imborrable hasta hacerla más llevadera. Porque no importaban los años, o que lo hubiese olvidado por obra de Haidee, su pequeño Deo no merecía ser borrado de la historia.
Quiso visitarlo. Quiso ver cómo sería ahora aquel sitio donde lo había dejado.
Pero no era el momento.
Primero lo primero.
Sabía por qué su memoria se había ido, y sabía por qué había vuelto.
»¿Eres mi amiga, Lucy? —y ahora esa voz ya tenía una cara; una identidad.
Luciana se levantó de esa cama y salió de la bella y espaciosa habitación donde estaba, abriendo la puerta, encontrándose con un pasillo por completo blanco con otras puertas, las cuales ignoró.
Ninguna de ellas le dio la más mínima curiosidad.
Caminó cautelosa hasta que se encontró con dos caminos a seguir; unas enormes escaleras que guiaban abajo, y el pasillo con más puertas al fondo.
Decidió bajar.
Sus pies descalzos no se encontraban incómodos con el fresco del suelo, su cuerpo por fin había dejado atrás ese peso que le había vuelto de golpe en tan pocos minutos en su estadía en la celda del Santuario. Y el mármol, no le afectaba.
Luciana terminó de bajar las escaleras, encontrándose con otros dos caminos a seguir. Unas enormes puertas de madera a su derecha. Otras dos gigantes puertas de madera a su izquierda.
«Da igual» pensó yendo a la izquierda.
Al abrir las puertas se encontró con una sala bastante grande; una chimenea, un comedor amplío, una mesa rectangular adornada con un hermoso mantel de seda, velas en candelabros de oro que no estaban encendidas y sillas bien acomodadas a su alrededor, como para 20 personas.
Se adentró a lo que supuso, sería el comedor de este sitio, y se acercó a una de las grandes ventanas con cortinas blancas.
Afuera, un jardín hermoso; incluso había una fuente de agua. Hoy era un día bellísimo, soleado, y fresco.
—¿Te gusta?
Sin alarmarse, ella desvió su mirada, girando sus pies para mirar una de las sillas del comedor siendo ocupada por una hermosa figura femenina que Luciana reconoció a la perfección.
Los ojos de ambas se encontraron por fin.
La diosa menor del sueño, Penélope, le daba la espalda a la mesa, y la cara a Luciana. Una de sus largas y esbeltas piernas estaba sobre la otra.
—Hola, Lucía —la saludó.
—Luciana —corrigió seria—, nunca me gustó el otro nombre.
—"Luciana" suena casi igual —dijo Penélope entre risas, frunciendo el ceño.
—Pero me gusta más que "Lucía", así que no me llames así otra vez.
—De acuerdo —sonrió amistosa—, Luciana, entonces. No contestaste mi pregunta, ¿te agrada este sitio?
La verdad…
—¿Dónde estoy?
—Donde estamos.
Luciana giró los ojos.
—¿Dónde estamos? —cambio su pregunta, mas no el tono de fastidio—, ¿dónde está Gateguard?
—¿Él? —Penélope hizo una mueca como si hubiese olido excremento—; tú estás en un sitio seguro de la guerra de Athena y Hades, ¿y sólo piensas en él?
—Sí —respondió tajante—, ¿le hiciste algo?
—¿Yo? ¿Por qué habría de hacerle algo? —Penélope alzó los hombros—, tal vez Athena lo esté azotando por desobedecerla a ella, pero eso no tiene nada que ver conmigo.
—¿Por qué lo azotaría? —preguntó Luciana, espantada.
—Se supone que no debía abandonar su puesto en Aries, pero desobedeció y, bueno, Athena es un poco estricta con sus órdenes y leyes.
«Cuando fue a verme a las celdas» pensó bajando la mirada, «¿cómo supo que lo necesitaba?» se preguntó intuyendo que había sido porque él nunca volvió a Aries sino que se quedó cerca, afuera de las celdas.
Luciana no sabía la verdad. No sabía todo lo que estaba pasando.
—Escucha —habló Penélope—, antes de traerte, le pedí que viniese con nosotras. Incluso le conseguí un buen reemplazo para que dejase la guerra sin problemas…
«¿Reemplazo? ¿Qué reemplazo?» Luciana arqueó una ceja.
—Pero él no quiso venir —siguió la diosa—. Decidió quedarse a combatir. Fue su elección. No podría obligarlo, ¿o sí?
Penélope se levantó de la silla con gracia y se acercó a Luciana para mirarla fijamente a la cara. La diosa era más alta que ella, así que se agachó un poco para que sus rostros quedasen cerca.
—Fue la elección incorrecta. Lo sé. Pero qué le vamos a hacer.
—No entiendo… él…
—Jamás entenderé por qué algunos humanos desperdician el poco tiempo que tienen —Penélope se cruzó de brazos—. Ambos estaban cómodos el uno junto al otro, y no solo cuando tenían sexo. Rechazar la oferta que yo le ofrecí, fue una idiotez.
—Es un santo —musitó Luciana; sintiéndose, entre triste y orgullosa—, no espero que lo entiendas.
—Entiendo que puso su trabajo por encima de ti —hizo un ademán con la mano, alejándose unos pocos pasos—. Pero supongo que es así como los santos de Athena deben ser, ¿verdad? Deben sacrificar para sí mismos lo que intentan proteger para otros.
Luciana la miró esperando que continuase.
—El amor.
«Lo intuí» se dijo Luciana, desviando su mirada al piso—. Aunque me duele… no pudo recriminarle nada. Él dio su lealtad a Athena antes que a mí… y… a decir verdad, Gateguard jamás me habló de lealtad.
Luciana a ratos sentía que quizás ella estaba confundiendo las acciones de Gateguard. El sexo, el que se preocupase por su bienestar, entre otras acciones, no debía significar precisamente que él estaba ofreciéndole un romance. ¿O sí?
—La lealtad que le tiene a Athena no es ni por asomo, la misma que tiene a ti —informó la diosa suspirando—. No me agrada ese hombre, pero entiendo por qué te gusta.
—¿De verdad?
Penélope le sonrió, asintiendo con la cabeza.
Luciana suspiró, acercándose a la diosa menor. De verdad, la diferencia de alturas era notable, algo que la intimidaba un poco. Pero cuando la tuvo frente a frente, Luciana abrazó a Penélope, quien le correspondió.
—¿Has recordado todo? —preguntó la deidad.
—Mientras dormía. Sí.
—Me pregunto cómo es que no estás gritando —susurró la diosa con tristeza.
—Ya me conoces —musitó Luciana, sonriendo, mientras se separaban—, tan fuerte como una roca que habla.
Ambas sonrieron ante el mismo recuerdo.
»Eres demasiado fuerte, para ser humana —le había dicho Penélope alguna vez, bajo la mentira de ser una trabajadora más en la primera taberna donde ella trabajó a sus 16/17 años—. Casi pareces una roca que habla.
Penélope y Lucía habían tenido una buena convivencia como compañeras de trabajo. La humana solía hablar y descargar sus pensamientos con la deidad, incluso los que tenían que ver con Elora. Lucy se encomendaba a su sabiduría y esta le aconsejaba bien; a su vez; la deidad gustaba de la compañía de una mujer tan centrada como ella lo era. De hecho, Penélope había gustado de la mujer en sí desde el primer momento en que la vio, siendo Lucy aún Lucía, pero desde siempre, Penélope supo que ni Lucía ni Lucy le corresponderían de ese modo, menos en la situación en la que ambas se conocieron, cuando recién Haidee borró todo de su memoria y cuando Penélope de dedicó a medio ayudar a Lucy en las sombras.
Penélope quiso acercarse también a Elora y ayudarla en el parto, que sería difícil pues daría a luz a un semidiós, y básicamente también porque eran cuñadas, pero temió que prestarle demasiada atención pudiese levantar sospechas. No quería guiar a su padre a ella y a su sobrino. Por eso se mantuvo alejada, específicamente de ella, o eso hasta que Morfeo la atacó por la espalda y la llevó a enfrentar su propio juicio. Más tarde presenció a modo de sombra como su cuñada moría en el parto y poco después Lucy desaparecía sólo para reaparecer sin memorias, esta vez, en Rodorio.
Únicamente con la cerveza rosada, Penélope pudo ver lo que ocurrió en su ausencia, y no pudo sentir furia hacia Luciana, ni tampoco hacia Gateguard.
De hecho, de él sentía celos, mas no enojo o deseos de vengarse por nada.
—¿Y ya me dirás dónde estamos? —pidió Luciana luego de separarse.
—Estamos en el reino de mi padre; en su mundo de los sueños.
—¿Qué estamos dónde? —Luciana se sorprendió—, pero si no me siento a punto de morir… o vomitar.
Como no lo había hecho en siglos, Penélope sonrió para Luciana.
—Eso es porque estás adentro de esta casa; si sales, sentirás todo lo que dijiste.
Asintiendo con la cabeza, Luciana tomó asiento junto a Penélope en el comedor. Sin saber exactamente cómo funcionaba, Luciana miró sorprendida cómo enfrente de ella aparecía un plato de comida: carne de cordero asada y una ensalada de frutas y verduras; un tenedor, y una copa con agua.
—Has de tener hambre, come.
No se le tuvo que decir dos veces.
Comió tan educadamente como su voraz apetito se lo permitió, masticó rápido y bebió varias veces la misma copa, que se llenaba apenas Luciana la volvía aponer sobre la mesa.
—¿Y sólo estamos tú y yo aquí? —preguntó Luciana a punto de terminar.
—No. El resto de nuestros invitados aún duerme.
—Qué curioso —se rio quedamente—, el mundo de los sueños, y ellos duermen.
Ambas rieron hasta que Luciana se hizo una pregunta antes de decirla en voz alta.
—¿Quiénes son esos invitados?
Poniéndose seria, Penélope subió sus codos a la mesa, juntó sus manos y puso su mentón sobre ellas.
—Además de ti, hay otros humanos más durmiendo bajo este techo.
—¿Quiénes?
—Los conoces a todos —dijo ella—, Margot, Nausica, su madre y sus abuelos, tú… y Aileen.
—¿Aileen? —susurró Luciana soltando el cubierto que cayó al plato haciendo un ruidoso sonido. Lo tomó deprisa, carraspeando la garganta. Debido a lo que había presenciado en sus sueños, o más bien, recuerdos, Luciana sintió vértigo; tuvo que parpadear varias veces antes de volver a hablar—. ¿Aileen? ¿La hija de Haidee y Elora?
Penélope asintió con la cabeza.
—Espera, si se molestaron en traer a Nausica y a su familia, y Margot… —Luciana en un principio pensó que eso había sido porque Penélope les había tomado cariño en su tiempo a esas dos gracias a su tiempo en la taberna—, ¿qué hay de Colette? ¿Ella dónde está?
Penélope puso una mano sobre su frente al ver que Luciana no había captado la idea a la primera.
—Luciana… Colette es Aileen.
Esta vez, Luciana dejó caer el tenedor sobre la mesa, el cual rebotó hacia el piso; y no hizo nada por intentar levantarlo.
—Entiendo que esto te haya tomado por sorpresa; es un poco larga la explicación, pero supongo que tenemos algo de tiempo —sonriendo, Penélope hizo aparecer en su mano una copa llena de vino, bebiendo un poco—. ¿Quieres que te hable sobre eso?
—Por favor —pidió Luciana, aún anonadada.
…
El sonido de la puerta de la alcoba de Gateguard se abrió, permitiendo el paso de un par de gemelos.
—¡Ya está bien! ¡Es suficiente! No asististe al entrenamiento de hoy, tampoco —espetó Sage, molesto—. ¿Has estado todo el maldito día ahí?
El hombre pelirrojo estaba acostado bocabajo sobre la enorme cama no respondió.
—Gateguard —habló esta vez Hakurei—, Hades ya ha tomado posesión del cuerpo humano que buscaba; se le perdió la pista después de que destruir todo un pueblo entero. ¡Debemos estar preparados! ¡Gateguard!
Como con Sage, Gateguard no le dijo nada a Hakurei, ni siquiera se movió.
—¡Maldita sea, Gateguard! —exclamó Sage acercándose al santo, tomándolo del hombro, dándole la vuelta bruscamente.
Los ojos estaban cerrados, su boca también lo estaba. Pero… había algo raro en él.
—No puedo creer esto. ¿No se supone que el Patriarca dijo que ya lo había visto despierto? ¿Crees que los oniros tengan algo que ver otra vez? —masculló Hakurei, frunciendo el ceño.
—Ellos se fueron hace más de una semana —gruñó el otro gemelo.
Ya bastante molesto, Sage tomó a Gateguard de ambos hombros y lo sacudió con mucha fuerza.
—¡Despierta! ¡Gateguard!
—¡Espera, vas a lastimarlo! —Hakurei exclamó.
—¡Despierta, maldición!
—¡Sage! —Hakurei intentó alejar a su hermano del pelirrojo—, ¡por favor, cálmate!
—¡Gateguard! ¡Gateguard!
El cuerpo del pelirrojo cayó sobre la cama bruscamente cuando Sage fue alejado por Hakurei.
—¡Intentar con la fuerza bruta no va a ayudar!
—¡¿No te has dado cuenta, verdad?! —gritó Sage a su hermano—. ¡No despierta, no porque no quiera sino porque no puede! ¡Esos malditos oniros seguro lo dañaron de alguna forma antes de irse!
Ante tal revelación, Hakurei se quedó helado en su sitio. Sage salió rápido de la alcoba de Gateguard, seguramente en busca de Athena o el Patriarca. Él se quedó en el cuarto de su amigo mientras tanto.
Mirando al pelirrojo con preocupación, Hakurei se acercó para acomodar el cuerpo de Gateguard sobre su cama. Hacía muecas faciales leves, pero en definitiva, no parecía estar contento durmiendo. Incluso sudaba.
—¿Qué está pasando contigo, Gateguard?
Lo que ninguno de los gemelos sabía, era que él estaba librando su propia batalla interna.
…
Allá en el mundo de los sueños, donde (en teoría) sólo los oniros y los dioses podían estar, Gateguard tenía sus manos desnudas, estaba sangrando, y apenas podía mantenerse de pie sobe aquel cielo doble.
Arriba cielo. Abajo cielo.
Eso lo mareaba bastante.
Lamentablemente el suelo sobre el que estaba, por muy blando y cálido que pudiese parecer, era frío y duro, como un vidrio gigante imposible de romper sin importar cuántos golpes recibiese.
Agitado, el pelirrojo, que usaba sólo su ropa de civil. Miraba embravecido a aquel imbécil que vestía una surplice un tanto colorida, sin embargo, su maldito rostro era desagradable para él. Sus ojos, en especial, los cuales le recordaban a un insecto gigante.
Myū de Papillon, así se había identificado.
—¿Ya te cansaste? —preguntó el espectro, con un aire burlón, aunque también respirase agitado y su cara, ya sin la protección de su casco, tenía moretones.
Gateguard consideró una burla de los dioses permitirle a aquel miserable usar su surplice y no a él su armadura.
—¿Por qué no te mueres? —masculló el pelirrojo, sacudiendo de sus manos la sangre que no era suya.
—Qué tonterías preguntas —se burló Myū de Papillon, continuando con su lucha—. ¡Vamos! ¡Vamos!
Ambos se encontraron cuerpo a cuerpo, esquivando, bloqueando y contratacando; el espectro era inferior a Gateguard en ese campo ya que el pelirrojo no tardó en derribarlo de un puñetazo a la cara, única parte descubierta de Myū.
—Lo admito, eres bueno —se rio el espectro, escupiendo un poco de sangre, mostrando sus manchados dientes—. Sigue atacando, anda.
Gateguard no se paró a preguntar nada, simplemente actuó por puro instinto.
Lo único "positivo" era que ninguno de los dos podía usar técnicas usadas con cosmos… y, Gateguard sentía que estaba ganando ventaja.
«Mientras más me atacas…» Myū de Papillon recibió con agrado una patada a su estómago; corrió intentando "alejarse" de Gateguard, sólo para dejarse golpear otra vez a la cara, «más cansado estarás».
Al parecer las memorias de aquella mujer fueron un arma de doble filo; porque si bien Gateguard se reafirmaba que, quizás, esto de ser santo y proteger a los seres humanos a ojos vendados, no era lo suyo; tampoco estaba dispuesto a dejar su cuerpo sin conciencia. Lo cual era esencial para el plan de Itiá.
¿Y cuál era este infame plan?
Hace 5 años, cuando aún Hýpnos y Thánatos estaban encerrados en sus respectivas celdas, Myū fue encomendado por una recién despertada Pandora para presentarse ante el Patriarca, en uno de sus momentos de debilidad en la soledad de su Santuario. El hombre quiso enfrentarlo y eso hizo, incluso a su muy avanzada edad, Itiá guardaba muchísimo poder, sin embargo, su malestar sobre los seres humanos, que no habían avanzado nada en moral, desde que él era joven, fue una pieza importante para hacerlo dudar todavía más sobre si estaba siguiendo el camino correcto.
Myū le dejó una cuestión antes de partir: ¿realmente vale la pena arriesgar tanto por seres tan egoístas?
En aquellos momentos, Athena no estaba cerca y las otras casas estaban vacías pues todos los santos dorados habían tenido algo que hacer afuera; ya fuese patrullar la zona o sencillamente yendo de misión a misión en la búsqueda de algún rastro que pudiese guiarlos a Hades antes de su despertar. Por lo que aquella noche, fue crucial.
Este mismo año, Myū volvió al Santuario sin ser detectado gracias a sus mariposas del inframundo, cuando le habló al viejo sobre su pregunta, este respondió:
»No… no vale la pena.
El viejo estaban tan confundido, pero a la vez, tan decidido, a hacer un cambio. Myū lo manipuló fácilmente para que se hiciera a la idea de que Athena no estaba haciendo su trabajo como diosa protectora; y que había que hacer un ligero cambio en la administración.
Itiá no se opuso, así que sugirió un método infalible para debilitar al ejército de Athena sin necesitar de casi ningún espectro: "una guerra interna".
¿Pero cómo?
Mientras la conciencia de Gateguard peleaba con él aquí…
…
—¡Gateguard, ¿qué diablos?!
Hakurei esquivó apenas otro ataque enviado por su amigo; ¡su hermano!
Mientras la conciencia de Gateguard peleaba con Myū en el mundo de sueños… el cuerpo de Gateguard peleaba afuera, con sus propios compañeros de equipo.
Hakurei de Altar no sabía exactamente qué estaba pasando, sólo sabía que Gateguard se encontraba a un paso de poner su cuello en una guillotina.
Hasta hace poco, su cuerpo había estado tendido sobre la cama; en menos de un segundo, ya estaba despierto y repartiendo golpes a diestra y siniestra en su contra. Hakurei lo repelía sin mucha dificultad, lo que le hacía pensar que quizás, no fuese Gateguard quien estuviese moviendo su propio cuerpo.
De hecho, por medio segundo, le pareció ver una mariposa del inframundo volando en la habitación de Gateguard.
Hakurei salió de los aposentos de su amigo, siendo seguido por este.
Gateguard tenía los ojos un poco abiertos, pero su mirada no estaba sobre él sino en el piso.
—Estás siendo controlado —musitó llegando fácil a esa conclusión—. ¿Pero por quién?
A tiempo, Hakurei se apartó para que Gateguard no le diese un puñetazo en la cara.
Las cosas empeoraron cuando la armadura de aries cubrió a su dueño y los ataques de Gateguard se volvieron más y más rápidos; más fuertes, y más problemáticos para Hakurei, que no sabía qué hacer además de esquivarlo.
…
Mientras Hakurei peleaba con Gateguard, Sage subía las 12 casas hasta llegar al Santuario, ahí, él esperó encontrarse a Athena, pero le preocupó no sentir su cosmos.
—¿Athena? ¿Patriarca? ¡Tengo que hablarles sobre Gateguard!
Sage buscó por todos lados a sus señores, pero no los encontraba. Esto en verdad no le gustaba nada.
Siguió avanzando hasta que llegó a las alcobas.
Primero quiso saber si Athena estaría bien.
—Mi señora, disculpe la osadía —dijo antes de abrir la puerta y encontrarse con los aposentos de la diosa vacíos—. ¿Mi señora? —ya más preocupado, Sage entró deprisa y revisó cada rincón—. ¡Athena! ¡Athena!
Perdiendo ya toda su calma, Sage corrió hacia los aposentos del Patriarca, donde esta vez sí vio algo.
Algo que lo dejó pálido.
—¿Maestro? —masculló.
Donde antes hubo cabello blanco, una larga melena negra lo saludó.
Cuando este hombre se dio la vuelta, Sage miró impactado como este vestía las prendas del Patriarca.
La piel arrugada se veía tersa y llena de vida. La mirada caída ahora era afilada, azulada, y bañada en rabia.
Podría verse joven, pero Sage vio en esa forma a su viejo maestro.
¿Qué diablos le había pasado?
—Hola, Sage.
—¿Ma-maestro? —volvió a repetir en el mismo tono, entrando a los aposentos del Patriarca, quien le veía con una sonrisa inquietante—. Maestro, ¿dónde está Athena?
—¿No te parece maravilloso? —eludiendo la pregunta de Sage, como si nada, Itiá de Libra se miró las manos, contrayendo y extendiendo sus dedos—. La valiosa juventud, ya había olvidado lo bien que se siente no sentir los huesos adoloridos.
—Maestro, ¿dónde está Athena? —repitió Sage, firmemente, sintiendo un nudo en su garganta.
Esto sólo podía significar una cosa.
—¿Dónde está Athena? —su maestro bajó sus manos, mirándolo enojado—. ¡¿Invades los aposentos de tu maestro, tu superior, y te crees con la autoridad de hablarle así?! ¡Arrodíllate! —lo apuntó con su dedo índice, el cual estaba cubierto por una armadura dorada. Sage no tuvo que preguntar a qué signo respondía—. ¡Ahora mismo! ¡Y pide perdón!
—¡¿Dónde está Athena?! —gritó embravecido, sacando su lado rebelde a flote.
No sabía lo que le había pasado a su maestro.
¿Estaba siendo controlado? ¿O esto era una cruel verdad?
—Athena —susurró sonriendo torcidamente—. Cómo la diosa cobarde que siempre supe que era, desapareció. Y es una lástima, porque…
De las prendas que aún llevaba puestas, Itiá de Libra extrajo lo que parecía ser una daga dorada, un artefacto que, al verlo bien Sage se dijo que sólo lo había visto en pergaminos antiguos, y no necesitaba presentación alguna.
—Esta era para ella.
—La espada de Khrysos —susurró Sage, temblando, mirando aquel artefacto con pavor—. Dígame que no es cierto, maestro… por favor.
La Espada de Khrysos, o la daga dorada.
Esta arma había sido el "trofeo" de Athena cuando ganó la primera guerra santa contra Hades, y la cual, sólo podía ser usada por un Patriarca o la diosa en un caso de emergencia.
La espada que mata a los dioses.
A cualquiera.
Un arma que no se había usado ni siquiera contra Hades en todos estos siglos, pues se decía que, si esta arma mataba a un dios, el equilibrio del mundo podría verse afectado. Por eso Athena no quería usarla, y en lugar de eso, debía ser guardada en un sitio secreto y protegido para que nadie pudiese manipularla, en especial en contra de la misma Athena.
—¿Por qué estás tan sorprendido, Sage? —jugando con aquel arma, Itiá lo miró burlón—. ¿Te sorprende que Athena haya preferido huir a enfrentarme?
Sin quitarle la mirada de encima por ninguna razón, Sage apretó los puños, sintiéndose traicionado e indignado. Dolido. Decepcionado, incluso.
—Tal vez ella sólo está esperando a que se arrepienta y pida disculpas, maestro.
Itiá soltó una carcajada.
Antes de que el sonido de su risa se apagase, Sage logró eludir una estocada que iba en dirección a su garganta. Su espalda golpeó contra la pared mientras veía a su maestro incorporarse, quitándose la capa de encima, mostrando la armadura de libra sin vergüenza alguna.
«Es muy rápido» pensó poniéndose pálido—. ¿Cómo puede estar haciendo esto? ¿Cómo puede traicionar al Santuario? —preguntó él con los dientes apretados.
—Sage, Sage —Itiá usó un tono de decepción—. ¿Cómo te atreves tú a no morir por mis manos? ¿No te das cuenta?
Sage hizo un gesto de extrañeza, y desconoció por completo al hombre que veía ahora mismo. Este no podía ser el hombre que lo acogió por tantos años como si fuese su hijo. ¡Esto tenía que ser un engaño!
—Tú me debes tu vida, Sage. ¡Es hora de devolvérmela! —exclamó Itiá lanzándose otra vez contra él, usando la daga dorada.
…
Luciana miraba por una de las ventanas de la alcoba donde se quedaba.
»Eres libre de quedarte si quieres.
Esta alcoba era el doble de grande que la casa de Neola. Pero no tan confortable y cálida como el cuarto de Gateguard.
»Tal vez… si la guerra termina, él quiera verte.
Eso en caso de que Gateguard sobreviviese.
Rompiendo su estoico gesto de seriedad, Luciana comenzó a llorar; pegó sus manos y frente al vidrio sin poder disfrutar del jardín al otro lado. No podía encontrar este lindo sitio algo agradable al saber que estaba sin él, y que Gateguard pensaba en dar su vida por la causa.
«Todo lo que amo termina muriendo antes que yo».
Primero fue Deo. Luego Elora. Ahora… ¿también iba a perder a Gateguard?
«No más, por favor» sintiendo sus rodillas débiles y temblorosas, Luciana soltó dolorosos sollozos sin miedo ni vergüenza. «Ya no quiero perder a nadie más. Prefiero morir. Quiero morir».
Sin que ella se diese cuenta, la puerta de su alcoba se abrió, y una delgada figura pasó al interior.
Tan metida en su miseria sentimental, Luciana saltó sorprendida cuando un cuerpo la abrazó por la espalda.
Al darse la vuelta, llena de lágrimas, Luciana se encontró con una cabellera rubia. Tragó saliva pesadamente, carraspeó su garganta y musitó:
—Colette.
La chica levantó su mirada hacia ella sin soltarla.
—¿Dónde estamos? —preguntó Colette, o más bien, Aileen.
La hija de Elora.
La niña que Lucy trató de proteger, y en una noche lluviosa, le fue arrebatada junto a su identidad.
Tal vez físicamente Aileen se viese idéntica a su padre, pero su mirada… esa era de Elora. Ahora podía ver la similitud de esta niña con sus padres verdaderos.
—Tenemos que hablar —dijo soltándose suavemente del agarre de la chica.
No sabía si iba a hacer lo correcto o Haidee esperaba tener que hacerlo por él mismo siendo su padre, pero si alguien debía decirle a Aileen todo lo que estaba pasando, y todo lo que pasó, era ella.
Haidee le contaría su versión luego.
—¿De dónde saliste? —preguntó Luciana, haciéndola sentarse a su lado, mientras se quitaba con la mano libre las lágrimas y limpiaba cómo podía su nariz, inhalando fuerte.
—Yo… estaba durmiendo en la habitación de la posada, y cuando desperté, estaba en una de estas habitaciones. No entiendo, ¿esto es un sueño?
«Tal vez» pensó Luciana negando con su cabeza.
—Salí de la habitación de al lado, y… te oí. Mitéra, ¿estás bien?
Ahora, el oírla llamarla así, le causaba mucho pesar a Luciana.
Porque como Margot le gritó hace poco:
Luciana había encontrado a Aileen hace tiempo, pero al no recordar nada de su pasado, no pudo reconocerla como la hija de Elora, entonces la vio como otra niña infortunada más. Y cuando la sacó de la casa de su estúpido hermanastro, tampoco lo hizo pensando en que ese era su principal deber, sino porque le había tenido lástima.
¿Qué clase de madrina era? ¿Qué clase de amiga…?
Largas y gruesas lágrimas silenciosas cayeron de sus ojos, cayendo directamente sobre su regazo.
—¿Mitéra?
Aileen acercó su mano a ella, pero Luciana atrapó su mano y la alejó, mas no la soltó.
—Colette, dime, ¿qué recuerdas de tu familia?
Frunciendo el ceño, incómoda, Aileen la miró a los ojos.
—¿A qué viene eso ahora? ¿Dónde estamos?
—Te lo diré a su tiempo. Por favor, responde lo que te pregunté.
Dudosa, Aileen suspiró.
—No recuerdo a mi padre; murió antes de que pudiese recordar algo más que su olor a alcohol. Y… mi hermano, tú lo conociste. Era un patético cobarde —gruñó lo último con resentimiento. Natural que lo hiciese—. ¿Por qué me preguntas esto?
—Porque…
Luciana inhaló fuerte para darse algo de valor.
—Antes que nada, quiero que prestes atención a lo que tengo que decirte. Yo nací en un pueblo cercano a Rodorio, hace treinta años. Tuve hermanos, y padres, pero, cuando recién cumplí once años, fui vendida y comprometida con un hombre muchísimo mayor que yo, tal vez mayor que mi propio padre.
Aileen iba a decir algo, pero no lo hizo. Su gesto era de pena y tristeza.
—Pasé muchas cosas horribles con él. Me golpeaba, me humillaba… me violaba. Y de todo eso, tuve cuatro abortos, y al tener casi tu edad, pude tener un bebé, que ni siquiera tuvo la oportunidad de empezar a hablar cuando murió.
Soltó un fuerte respingo.
Recordarlo era duro.
Pero decirlo en voz alta, le rompió el alma otra vez.
Soltó a Aileen para llevarse ambas manos a su boca. Lloró mucho. Hipó y no pudo controlarse. La adolescente la abrazó otra vez, pero ni eso pudo darle consuelo. Era doloroso. Y le dolía… y le enfadaba más haberlo olvidado por tantos años.
—Yo… yo…
Necesitó tiempo para calmarse. Aileen incluso se tomó su tiempo para buscar entre cajones y el armario un pañuelo con el que ella pudiese limpiar su cara y nariz.
Con la cara hinchada y sus ojos rojísimos, Luciana continuó. Tenía que hacerlo y no tardar más.
—Tuve amigos… dos. Una chica, linda, como tú —le sonrió triste—, y… un dios.
—¿De verdad? —preguntó ella susurrante.
—Sí. Un dios menor del sueño. Él… él aliviaba mi dolor cuando yo dormía.
Le habló de cómo lo conoció, de cómo se sentía ella cuando Haidee la sacaba de ese infierno y la hacía libre. Le contó sobre cómo era él cuando hablaban: elocuente, educado, tierno, y amable. Le dijo también algunos de sus defectos: terco, indeciso, temeroso y hasta un poco tonto.
Tal vez "poco" era quedarse corto. Pero no iba a expresarse así del padre de… Aileen.
—¿Y tu amiga?
—Se llamaba Elora —musitó sintiéndose cansada—, ella… también fue vendida y dada en matrimonio a una bestia.
Como con Haidee, Luciana empezó a enumerar las virtudes de Elora. Su gentileza, la cual no flaqueó en ningún momento por muy mal que la estuviese pasando; su optimismo, su deseo de libertad, esa gracia al expresarse, y su enorme belleza. También le dijo sobre sus defectos: su optimismo la cegaba de toda lógica, también pecaba de ingenua, se podría decir, y como Haidee, ella tampoco era muy inteligente.
Le habló sobre lo mal que ambas lo habían pasado, pero también le contó sobre aquellos días de paz en los que podían sentarse juntas a charlar.
Le habló de la muerte de Deo, sin llorar esta vez, y de cómo esto la había hecho sentir rencor hacia Elora y Haidee, a quienes culpó de todo.
—¿Eran culpables? —preguntó Aileen dudosa.
—Hubo culpa para repartir… pero mi esposo fue el principal causante de su fallecimiento. Por negarse llamar a un médico cuando enfermó.
Pasó a hablarle sobre el asesinato que cometió en contra de su esposo.
Creyó que Aileen la miraría con miedo, pero…
—Debiste torturarlo, ¡debiste sacarle los intestinos y hacérselos comer! ¡Ese miserable merecía sufrir más!
—¿No entiendes, verdad? —espetó Luciana hacia Aileen, que se quedó callada—. Eso no me devolvió lo único que deseaba recuperar… y… estaba lloviendo. Tampoco es que tuviese mucha fuerza para eso.
Le habló sobre su distanciamiento con Haidee y Elora. Aileen también se enojó pensando que si Haidee pudo haberse materializado antes, Deo no habría muerto.
—No sé si eso sea cierto o no —dijo Luciana, jugando con el pañuelo—. Lo que sí sé, es que él no habría dejado morir a Deo de haber podido ayudar.
—¿Cómo lo sabes?
—Sólo lo sé.
—Mmm.
Le habló de la visita de Haidee y de cómo el dios menor le borró la memoria; pasó a la insistencia de Elora por hacerla recordar, y de cómo eventualmente Lucy pudo recuperar ciertas partes de su pasado, pero no las suficientes para hacerla volver a ser Lucía. Le habló de su compañera de taberna, Penélope, a quien conoció incluso antes de haber dado sus memorias.
—¿Cómo la mujer que trabaja con Mateo? —pregunto Aileen inocentemente.
—Sí, más o menos.
Aún no era momento para soltarle la bomba encima.
Luciana pasó a relatarle sus momentos de paz con Elora como su vecina, y Penélope como su compañera de trabajo. Le habló de sus padres haciendo show afuera de su casa y afuera de su trabajo.
Entonces llegó a la parte donde Elora daba a luz a su hija y moría.
Luego, a la parte donde ella trató de llevarse a la hija de su amiga, y fue atrapada; maltratada y echada por un barranco, donde perdió todo recuerdo y su único camino a seguir, la guio hacia Rodorio.
—Lo siento —musitó Aileen, sujetando la mano de Luciana, la cual estaba sobre su propio regazo.
—No lo hagas. Yo hasta hace unas horas no recordaba nada de lo que te acabo de decir.
Aileen soltó un respingo.
—¿De verdad? ¿Y cómo fue que lo recordaste entonces? —preguntó dudosa. Luciana la miró seria—. ¿El dios menor? —dedujo sorprendida.
Había llegado el momento.
—Colette —musitó Luciana—. Yo…
—¿Mmm?
—Mis memorias me hicieron recordar a esas dos personas. Mi vecina y amiga… y ese dios menor. ¿Recuerdas que te dije que tuvieron un romance?
Lo preguntó aunque sabía que no hace mucho lo había mencionado. Quería que Aileen tuviese todo el contexto antes de soltarle un gran golpe de realidad.
—Sí, y un bebé. Qué loco, ¿no? Sería un "mitad-dios". ¿Qué habrá pasado con él? Dijiste que tu memoria se fue cuando ese desgraciado bastardo te golpeó y te echó por un barranco.
—Y así fue como paré en Rodorio. Sin memoria. Hasta ahora.
—Qué horrible. ¿Pero, qué habrá pasado con él?
—Ella —corrigió—, fue una niña.
—Ah, cierto. Dijiste que había sido una niña. ¿Qué habrá pasado con ella?
—Seguro sufrió mucho. Sin sus verdaderos padres protegiéndola, es más que obvio lo mal que debió haberla pasado. —Luciana miró a Aileen con tristeza—. De haber tenido éxito y habérmela llevado lejos… quizás ella y yo habríamos tenido vidas muy distintas. Y su tía habría podido encontrarla.
—¿Su tía?
—La hermana del dios menor; otra diosa del sueño. —Luciana suspiró—. De haber podido escapar a tiempo…
—No te tortures —dijo, sin saber, quitándole un gran peso de encima a Luciana—. Quién sabe qué hubiese pasado… tú estabas mal, y… hacerte cargo de un bebé que no era tuyo no parece algo fácil. Aunque haya sido la hija de tu amiga.
—Pero habríamos sufrido menos, te lo aseguro.
—Hablas como si ya la hubieses encontrado —dijo Aileen frunciendo el ceño hacia Luciana, quien no lo negó. Aileen hizo una sonrisa triste—. Supongo que… tienes que cuidarla ahora a ella, ¿no?
—Ya no es necesario. Su padre por fin es libre y puede hacerlo él.
Quizás Aileen no se dio cuenta, pero sonrió enternecida.
—¿Entonces nosotras nos soportaremos un poco más?
Luciana asintió con su cabeza.
—Sólo si eso quieres.
—¡Sí quiero! —exclamó abrazándola fuerte.
Vamos. Tenía que decírselo.
—Colette… Colette —la llamó no queriendo dejar de sentir su agarre, pero debía dejar los rodeos y ser franca.
—¿Sí?
Aún unidas, ver sus ojos brillantes casi que Luciana se acobardarse.
—Lo lamento. De verdad. Te fallé, y lo siento —susurró triste hacia la chica, que miró confundida.
—¿Por qué te disculpas? ¿A qué te refieres con que fallaste? Tú me salvaste.
—No, Colette… yo fallé. No pude ponerte a salvo cuando debí hacerlo. Colette; tú eres esa niña.
Borrando poco a poco su noble expresión de agradecimiento, el agarre de Aileen flaqueó.
—¿Perdón? ¿Cómo dices?
—Tú eres la hija de mi amiga, Elora. E hija del dios menor Haidee. Tu madre murió dándote a luz, tu verdadero padre fue apresado por tu abuelo; ¡y por mi debilidad fuiste criada por el monstruo…! ¡El hijo de otro monstruo! —embargada por esa sensación de impotencia; Luciana se separó de la chica, levantándose, pasándose el cabello para atrás; Luciana miró severa a Aileen, que se había quedado muda y pasmada en su sitio—. Colette… tú eres Aileen; la hija de mi amiga, la hija de mi amigo. ¡La niña que no pude proteger! Tú eres esa niña.
—Continuará…—
Ahora que estoy libre del Flufftober de este año (si son fans de Kimetsu no Yaiba les invito a echarle un vistazo a los fics subidos) ya puedo seguir al corriente con estas actualizaciones.
¡Athena está "desaparecida"!
¡Itiá está peleando con Sage y tiene en su poder la daga dorada!
¡Gateguard está peleando en el mundo de los sueños mientras su cuerpo es manipulado para atacar a Hakurei!
¡Y Luciana le acaba de revelar a Colette que ella es Aileen, la hija de Haidee y Elora!
Muchas cosas pasaron en este capítulo y espero les haya agradado.
En realidad, creo que en este capítulo es en el que ha habido más cortes; como que en un momento estamos en un lugar con unos personajes, y luego estamos en otro, con OTROS personajes xD.
Disculpen si los mareé con tanto cambio, pero no puedo entretenerme haciendo un capítulo por cada escena. Lo siento. No creo que debamos entretenernos con tantos detalles.
Las cosas se están poniendo feas y ya veremos cómo nuestros héroes salen de esto con vida.
¡Muchas gracias por el apoyo! ¡Por sus lindos reviews! ¡Los adoro!
Yo en verdad deseaba terminar con este fic este año, pero creo que no se va a poder.
Pero como poco a poco nos acercamos al final de esta épica historia. Recuerden que después de este fic tengo planeado uno para la ship sisyritte (Sysiphus x Fluorite) así que no se entretengan. ¡Esta escritora tiene mucho por ofrecerles aún!
¡Saluditos y, por cierto, tanto si son de México como no...! ¡Feliz día de muertos!
Yo ya puse mi ofrenda y si desean verla, la foto la tengo en mi página de Facebook.
¡Ahora sí, saludos! ¡Y hasta el próximo capítulo!
Gracias por leer y comentar a:
Nyan-mx, Natalita07, Guest, y camilo navas.
Reviews?
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