Hola!
Yo de nuevo por aquí. :)
Lo primero, decir que he dudado mucho en publicar esta mini historia porque bueno... no estoy muy convencida en cómo ha quedado la parte de acción y al final todo ha sido más dramático de lo que acostumbro. No obstante, como se iba a quedar en un rincón oculto de mi ordenador, he decidido publicarla por si a alguien le alegra el día.
Esta historia en concreto es súper cortita, consta de este capi y un mini epílogo que publicaré la semana que viene. La voy a catalogar como T, pero advierto que hay mucha sangre, por lo que si alguien es aprensivo, que sepa que hay bastante violencia.
Sin más, ¡nos leemos abajo!
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HÉROES
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Hasta ese preciso instante en que cambió su vida, Ochaco Uraraka siempre se había sentido un fracaso.
Un fracaso y una farsante.
Hasta ese preciso día en que la vida le recordó algo que había olvidado tiempo atrás. Algo que siempre la había guiado, una luz que se había extinguido dentro de ella con el paso del tiempo, la frustración y el fracaso. Pero entonces llegó, volvió a su vida como un destello brillante, como una luz cegadora, como una revelación. Apareció por fin delante de ella en el mismo instante en que vio a aquel chico de cabello verde moverse sin pensar, dar un salto al vacío desde el corazón.
Cuando aquel desconocido le recordó al fin lo que significaba ser un héroe.
Todo había comenzado aquella mañana de sábado, mientras bajaba al quiosco de al lado de casa a por algo de comida. Tenía la nevera vacía y cero ganas de cocinar. Así que aunque estaba a dieta estricta para su próxima sesión de fotos, decidió que iba a comerse unos fideos XXL de sobre. Porque sí. Porque tenía hambre. Y el hambre no se quita con agua como le decía su representante. El hambre se quita comiendo y ella quería comer.
Así que cogió un sabor al azar de fideos instantáneos, unos mochis de arándanos y fue a pagar al mostrador sin mucho ánimo. No había sido su mejor semana ni de lejos…
—Oh, eres la chica de la revista ¿verdad? —preguntó el dependiente al reconocerla.
Ella asintió con vergüenza y más cuando él sacó la revista, —como un auténtico fan—, para que se la firmara.
Sí, una revista de lencería dónde posaba con una postura bastante provocativa que le daba ganas de vomitar cada vez que la veía. ¿Cuándo había empezado a lucir como una prostituta de lujo? Se odiaba a sí misma y al tipo de heroína en el que se había convertido.
Firmó, pagó y se dispuso a marcharse cuando el dependiente le dio volumen al televisor que tenía colgado del mostrador.
Eso sonaba a… ¿un accidente?
Uraraka giró sobre sus pasos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó rápida—. Dale voz al televisor.
Él obedeció, aumentando todavía más el volumen.
Una disputa de la Yakuza en un centro comercial. Rehenes. Una explosión y varios heridos.
Ochaco Uraraka sabía que los temas de la Yakuza los llevaba siempre la policía. Los villanos eran cosas de héroes, pero la Yakuza se regía por sus propias reglas y si mantenían sus asuntos lejos de la población es porque la policía sabía cómo manejarlos. Claro que si había rehenes de por medio… aquello era un asunto para los héroes.
—Es aquí al lado—dijo entonces el dependiente, señalando los edificios de fondo—. Wow, ¿vas a entrar en acción? ¿Llevas el traje debajo de esa ropa? Te puedes cambiar en mi tienda si quieres…
Uraraka sintió ganas de vomitar, así que lo obvió.
—Índicame dónde es—pidió sin más.
Ya desde pequeñita, cuando Ochaco Uraraka dijo que quería ser una heroína, el fracaso y la frustración la habían perseguido como un ente silencioso.
Sus padres nunca la tomaron muy en serio y sus amigos y compañeros de clase empezaron a reírse de ella a sus espaldas. Tal vez porque 'heroína', sonaba demasiado grande para una niña que sólo sabe hacer flotar cosas.
Ochaco sabía que a sus espaldas nadie confiaba en que aquello fuera posible. Todos decían que tenía un don patético y poco útil, que como mucho podía ser la dueña de una empresa de mudanzas o ayudarle a su padre a cargar camiones con ladrillos y material de construcción.
Y aquello la hacía hervir en rabia. Rabia y frustración.
Porque aquellas burlas quemaban como el fuego y las lágrimas la envenenaban cada noche cuando se metía en la cama sintiéndose débil e ilusa.
Estuvo a punto de rendirse en múltiples ocasiones, pero siempre encontraba algo que le decía que aquel era su destino, como un sueño prometido. Ya fuera ayudar a alguna anciana con la compra, cuidar de que un ejecutivo no tropezara en su primer día de trabajo o atrapar en el aire el globo de un niño que lloraba con ganas. Porque ella, pese a todas las burlas, realmente quería ayudar a la gente de corazón. Ser útil a la sociedad, equilibrar la balanza de las injusticias.
Ser una heroína.
Por suerte, pese a que sus padres pensaran que el don de su hija no era suficiente para ser una heroína, nunca lo dijeron. Y siempre, siempre, siempre la apoyaron. Incluso cuando se presentó a las pruebas de la UA. Aquel año la competencia fue altísima y la prueba tremendamente dura. De hecho, se rompió una pierna en las pruebas y quedó descalificada.
De haber sido una situación real, hubiese muerto. La hubiese aplastado un robot de cuarenta metros.
Aquello fue un gran golpe a su autoestima, pero durante aquel año sabático tuvo mucho en qué pensar. Sus padres, preocupados de su estado cada vez más creciente de ansiedad y depresión, decidieron animarla a hacer Kárate. Los médicos le habían recomendado que lo mejor para recuperar la musculatura de la pierna que se había roto era el deporte y su psicólogo opinó que un poco de defesa personal le vendría bien a la autoestima. Así fue como después de la vergüenza y el fracaso, decidió seguir intentándolo.
Al menos una vez más.
Al año siguiente se presentó a otra prueba de ingreso, esta vez a una escuela un poco más modesta de héroes. Y entró. Su don combinado con las artes marciales resultó ser bastante interesante, al menos para los examinadores. Y se esforzó en ser la mejor.
Porque hasta ahora siempre había luchado por superarse a sí misma, pero entonces descubrió que si quería ser una heroína también tenía que competir contra sus compañeros. Siendo honestos, no caben en el mundo tantos héroes como jóvenes se presentan para serlo. Para ello, hay que ser el mejor. El mejor de tu amigos, de tu clase, de tu escuela, de tu promoción…
No hizo muchos amigos, pero aprendió muchas lecciones.
Buscar agencia fue el paso más duro. Casi todas las agencias siempre pujaban por los alumnos de la UA y ese año en especial no paraban de destacar un chico explosivo y el hijo de Endavour. Para ellos era fácil, tenían dones fuertes y destructivos o eran hijos de otro héroe. Además, eran hombres.
Esa diferencia, que Ochaco Uraraka pensó que no le afectaba en nada, terminó por ser un lastre. Porque descubrió que las heroínas, además de ser salvar gente, tienen que ser guapas y sexys para destacar.
O al menos la mediocres como ella.
Tuvo la suerte de estar en el momento justo el día perfecto, porque con sólo dieciocho años atrapó a un gran villano cuando atracaba un banco. Fue una casualidad, se cocharon por la calle mientras huía y ella no dudó. Salió en todos los periódicos de Japón y en seguida una agencia se interesó por ella.
Su don era útil para los rescates, así que en seguida tomó fama por ello y se logró un hueco en aquel mundo utracompetitivo.
No obstante, se seguía sintiendo un fraude. Porque su día a día era cero heroico. Se pasaba la vida paseando por la calle con su traje ceñido para mostrarse, hacía anuncios de lencería para revistas con las que seguramente se pajeaban pervertidos y rellenaba formularios en la oficina de la agencia como una becaria más mientras su jefa y otros héroes se iban por ahí a comer sushi.
Pese haber cumplido su sueño de ser una heroína, se sentía una farsante.
Al menos ahora parecía que se le presentaba una oportunidad para demostrarse a sí misma que no lo era.
Llamó corriendo a su jefa nada más salir de aquel bazar para avisarla del ataque y pedir refuerzos, pero su orden la paró en seco.
—No te muevas—pidió al otro lado del teléfono—. Mandaré a alguien más adecuado para allá. El don de esos criminales es muy peligroso y de largo alcance. Aunque quisieras no podrías hacer nada. Además estará la policía también implicada.
—¡Pero soy la que está más cerca! ¡Puedo ayudar!
—Uraraka—dijo autoritaria—. No hagas nada hasta que lleguemos. ¿Entendido? No te muevas.
Colgó con un nudo en el pecho, sintiendo como las lágrimas de rabia comenzaban a contonearle las mejillas. Tiró al suelo la maldita bolsa de fideos instantáneos XXL y pagó su frustración con ella. ¡Por qué, pese a tanto luchar, la seguían tratando como a una inútil!
Siguió corriendo en dirección al centro comercial. No haría nada, pero al menos estaría cerca y preparada por si podía ser de ayuda. Ella sentía que podía serlo, ¿por qué seguían sin creer en ella?
Cuando llegó, la policía y la ambulancia rodeaba el perímetro. La mitad del centro comercial se había venido abajo y muchas personas estaban siendo evacuadas de emergencia. No llevaba su traje, pero sí la licencia de heroína, así que la policía la dejó pasar.
Rápidamente evaluó la situación. Era un ajuste de cuentas. Había un hombre y una mujer frente a frente en el patio central interior del centro comercial, ambos cubiertos de sangre de otras personas, apuntándose mutuamente con una pistola. Uno de ellos, parecía no necesitarla. Sus dedos eran directamente cañones de fuego. La otra, por lo que gritaba, debía tener un don explosivo. Parecía poder explotar cosas que había tocado con anterioridad. Ambos estaban tatuados y vestían trajes que indicaban que era de mafias rivales. Entonces vio el conflicto de su disputa.
Una niña.
Una niña que lloraba en los brazos del hombre con el don de las pistolas. La tenía encañonada a la frente y agarrada con violencia por el pelo. La mujer de enfrente no mostraba tenerle mucho aprecio, pero debía de ser valiosa, porque sin duda estaban negociando por ella.
Una niña… Aquello era demasiado.
Sin pensarlo, echó andar hacia ellos para detenerles hasta que alguien la tomó de la mano.
—Espera—le ordenó una voz.
Para ser una orden, sonó suave e incluso amable, lo cual la tomó por sorpresa.
Uraraka se giró molesta para toparse de repente con un chico joven de la policía, que le rogaba con la mirada que no se moviera. Una preciosa mirada verde que le rogaba que no hiciera ninguna tontería.
—¿Qué está pasando? —preguntó por inercia, algo más calmada.
Tal vez se había precipitado.
Él pareció dudar antes de contestar, pero luego debió reconocerla.
—Eres Uravity, ¿verdad?
Ella asintió. Él le sonrió entonces, mostrando una especie de alivio.
Uraraka había visto esa expresión en otras personas. Normalmente cuando ante un crimen, llegan los 'héroes de verdad'. Nunca nadie la había mirado así hasta ahora.
—Están negociando—le explicó casi en un susurro, señalando—. Hace dos semanas encontramos a ambas bandas en una redada. Han roto alguna especie de pacto entre ellas y han derramado mucha sangre. Esto es un ajuste de cuentas, pero…
—Algo está mal—dedujo ella.
Él asintió.
—La Yakuza no trabaja así, no al aire libre, con rehenes y en un lugar público—explicó el chico amable, sin perder la seriedad de la situación.
—¿Por qué nadie se mueve? —preguntó desconcertada—. Hay una niña en peligro…
La policía los rodeaba apuntándoles con armas, pero nadie hacía nada. Los héroes tampoco habían llegado, todo estaba sucediendo muy rápido.
—Mientras no maten directamente a nadie, la policía no puede hacer nada si se matan entre ellos—explicó el policía las reglas de aquellas normas que se pactan entre la policía y las mafias para proteger a los ciudadanos. Ella más o menos las conocía—. Como tienen una rehén, es cosa de héroes, pero mientras no hagan nada tampoco pueden intervenir.
Ella asintió, pensando tan rápido como podía en todas las opciones.
—¿Pero entonces…?
—¡Midoriya!—llamaron entonces al chico.
Él se giró ante la llamada, comprendiendo que todos se estaban preparando para lo peor.
—¡Ya voy!—dijo, sacando el cargador de su arma para comprobar que estaba cargada y abrochándose el chaleco antibalas que tenía abierto. Luego se giró para mirarla—. Tengo que irme…
—Espera—pidió Uraraka, siendo ella la que le sujetó entonces la mano a aquel desconocido—. ¿Qué va a pasar ahora? ¿Cómo puedo ayudar?
Él lanzó una mirada rápida a quien parecía su superior y giró rápido para mirarla. Por alguna extraña razón, pese a toda la tensión y la seriedad de todo aquello, él le sonrió amable.
—No lo sabemos, pero vamos a entrar en la negociación. No podemos dejar que le pase nada malo a esa niña—explicó rápido—. Desde allí podrás escucharlo—le señaló con la mirada el piso de arriba del centro comercial, cómplice—. Que no te vean. Si disparan, será vuestro turno, así que atenta.
'Será vuestro turno' resonó en la cabeza de ella, comprendiendo que para ese desconocido ella era una 'verdadera' heroína. Algo en su inocencia la conmovió. Ojalá ella pudiera verse a sí misma de esa manera.
No tuvo tiempo ni de darle las gracias cuando el chico se marchó corriendo, también a la primera línea de tiro.
Como le había dicho, se movió ágil y discreta sin ser vista. El don de la gravedad era muy útil para esas cosas. Desde allí no le resultó difícil escuchar lo que estaban hablando. Al parecer aquella niña tenía un don que ambos querían. Una para usarlo y el otro para destruirlo. Había dinero y armas de por medio. De ahí el ajuste de cuentas, los asesinatos, el secuestro y negociación por aquella niña.
Seguramente la habían llevado hasta el centro comercial para evitar una emboscada por parte del otro grupo, aun con el riesgo que eso conllevaba. O tal vez simplemente se les había ido de las manos.
Ochaco vio entonces al chico con el que había estado hablando avanzar junto a otros dos más. En medio iba el que debía ser el jefe de la policía, y luego ellos dos, más jóvenes, como refuerzo. Le sorprendía que con lo joven que parecía, hubiese llegado a ocupar un puesto de tanto riesgo como ese. Y más con lo amable y cercano que había sido con ella instante antes.
La policía se acercó a una medida prudencial y luego comenzó la negociación.
Evidentemente, lo único que pidieron fue a la niña.
Pero eso no parecía negociable para ninguno de los mafiosos.
—Sólo queremos preservar la seguridad de la niña—repitió el jefe de policía—. Si pactáis una tregua, os prometemos dejaros ir en libertad. Sólo os pediremos responder por los destrozos. No ha habido muertes, así que podemos solucionar esto de manera pacífica y rápida para ambos bandos.
—¿La queréis? —preguntó el que tenía a la niña agarrada por el pelo, tirando de ella y haciéndola gritar—. Ellos también—señaló a su enemiga—. Si os la doy, esta noche os cortaran el cuello y os la quitarán a la fuerza. Es demasiado valiosa, para mi este trato no es ninguna ventaja.
Volvió a tirar de ella, haciendo que toda la policía en primera línea quitaran el seguro de las pistolas. Aquello lo puso nervioso.
—¡Qué bajen ahora mismo las armas! —gritó furioso, sin dejar de apuntar a la niña a la cabeza—. ¡Que las bajéis, coño!
Dio un tiro al aire, haciendo que la policía cediera rápido.
El jefe dio una orden y todos bajaron las armas.
—Vosotros también.
Aquello los hizo sudar frío. Sobre todo porque tenían a dos mafiosos de los clanes más peligrosos de la ciudad completamente armados en frente. Cedieron y los tres tiraron las pistolas al suelo y le dieron una patada.
—La niña es nuestra—intervino la otra mafiosa, sin bajar su arma—. La secuestraron de nuestra base esta mañana. Ella quiere venir con nosotros.
Podía ser cierto, pero la niña estaba llena de cortes y marcas que no parecían haber sido hechas en un solo día. No estaba mejor con el otro bando. Y las lágrimas de ella parecía confirmarlo.
—Si la policía coopera con nosotros nos iremos de aquí por las buenas, pero si no me temo que lo cosa no va a acabar bien para nadie—añadió desafiante y autoritaria.
Se refería a las explosiones.
Y lo hizo saber chasqueando los dedos y haciendo que el piso de arriba del centro comercial saliera volando por las aires. Todos su cubrieron como pudieron, mientras a los lejos los escombros empezaban a llover en cascada, bajo una hilera de gritos.
—Podemos negociarlo, pero no de esta manera—pidió el jefe de policía—. Bajad las armas, por favor.
Ambos se seguían apuntando, uno a la niña y el otro a la cabeza del otro.
—No podemos protegeros si la seguridad de los civiles está en juego—les recordó la policía.
Uraraka observaba todo a lo lejos, expectante. Miró a su alrededor, esperando a los héroes, pero todavía no habían llegado los grandes. Entre la multitud vio a algunos novatos como ella, pero todos estaban atados de pies y manos. Nadie tenía tampoco el don adecuado.
—Os entregaré a la niña con una condición—dijo entonces el mafioso de las pistolas—. Tenéis que matarla—señaló a la de las explosiones.
Sudor frío.
—La policía no puede hacer eso—se negó el jefe.
Ella se rio, cabreando a su enemigo que dio un paso al frente.
—La policía mata a quien le place y luego dice que es en defensa propia—siguió su discurso el de las pistolas—. Matadla, está atentando contra la seguridad de los civiles, ¿no? ¿No era ese el trato?—justificó—. Matadla y entonces os doy a la niña.
—Bajo ningún concepto podemos negociar eso…
Antes de terminar la frase, la mujer de las explosiones le pegó un tiro en la cabeza al jefe de policía, haciendo que el otro se riera. La gente comenzó a gritar y la policía volvió a levantar las armas. Midoriya y el otro chico quedaron petrificados al ver el cuerpo de su jefe desplomado en el suelo.
—A ver si vosotros negociáis mejor que vuestro puto jefe—dijo entonces la mujer explosiva—. Nos vais a devolver a la niña robada ahora—ordenó— y nadie más saldrá herido. Si no voy a volar este puto sitio.
El otro encañonó a la niña con más fuerza.
—Matasteis a los nuestros a traición usándola.
—La habéis secuestrado.
—Es peligrosa y la ibais a usar contra nosotros, ese no era el trato.
—Los matamos porque entraron donde no debían.
—¡Parad!—alzó entonces la voz el chico del pelo verde—. No vamos a entrar a vuestra negociación. Podéis matarnos o mataros entre vosotros si queréis y el que quede vivo reclamar a la niña. Mientras, la única prioridad de la policía es sacarla de aquí y a vosotros también. Lo sabéis de sobra y vuestros jefes también— aquello último lo dijo casi temblando—. La tregua tiene unas condiciones y son bidireccionales. No os conviene romperlas.
Ambos se miraron, casi riendo. Aunque lo cierto es que no había dicho ninguna tontería aquel niñato. Y el tiempo se les acababa. Además, la Yakuza tiene sus códigos de honor, aun cuando son pactos con la policía. Los helicópteros ya sobrevolaban la zona y los grandes héroes no tardarían en llegar. Y eso complicaría mucho las cosas…
El tipo que tenía a la niña alzó el dedo y le pegó un tiro al otro policía que había estado callado, dejándolo moribundo y gritando de dolor. Le había intentado dar en la cabeza, pero no había sido muy finito. Midoriya lo miraba aterrado. Hizo amago de ayudar a su compañero, pero lo encañonaron a él también.
—Tú me caes bien chaval, acepto tu trato. Lo resolvemos de forma honorable y nos vamos—luego miró a la otra—. ¿Cómo en los viejos tiempos?
—Espero que seas tan honorable como decís que sois los vuestros—escupió.
El tipo de los dedos de pistola soltó a la niña tirándola al suelo. El policía le hizo una seña para que fuera con él pero ella no se movía, aterrada. Estaba acongojada en medio de aquel triángulo de adultos. Entre su captor, la de los 'suyos' y la terrorífica policía.
—Tranquila, no te va a pasar nada, ven conmigo—intentó ser amable el chico del pelo verde, temblando.
Ella era incapaz de moverse.
—Eri-Chan, sé buena y hazle caso a ese puto imbécil—dijo la de las explosiones—. O tu padre se enfadará mucho contigo. Date prisa y nos iremos rápido a casa.
Ella abrió los ojos aterrada, empezando a dar pasos cortos hacia la policía. El de las pistolas no dejó de apuntarle a la cabeza, ni a ella ni a la otra mujer.
—El que quede en pie, se la queda—dijo entonces, apuntando con ambas manos a su rival.
La niña siguió caminando a pasos temblorosos hacia la policía. Los otros se retaron, en un escenario casi de Western. Empezaron a retroceder, sin dejar de mirarse. Contando los pasos.
—¿Tu moneda o la mía? —dijo la mafiosa de las explosiones.
—La mía—rugió el otro—. Las vuestras están manchadas de nuestra sangre.
Se hizo entonces el silencio. Uno que cortaba tanto como un cuchillo. El trato era fácil, era un juego habitual con el que resolvían muchas disputas. Una moneda se tira al aire y cuando cae se abre fuego. Gana el que sigue vivo después. Con un poco de suerte, la policía y los héroes tendrían tiempo durante aquel horrible espectáculo de poner a salvo a esa niña antes de que ninguno de los dos pudiera reclamarla.
Uraraka vio entonces cómo llegaba Endeavor y otro héroes profesionales, todos silenciosos y atentos. Todos esperando que pasara lo que fuera a pasar. Ella analizó la situación, con un mal presentimiento. Observó a la niña, andando aterrada hacia al chico policía y a los otros dos apuntándose entre ellos, lanzando una moneda al aire.
Y se dio cuenta de algo. De un pequeño y minúsculo detalle.
¡Era una trampa!
No tuvo tiempo de reaccionar, pero por suerte alguien más se había dado cuenta.
Alguien más que también vio que al lanzar la moneda, aquel hombre con dedos de bala tenía acceso para dispararle a algo más que a su oponente:
Al objeto del conflicto.
A ella.
A la niña.
Todo sucedió muy rápido. Los disparos, las explosiones, el despliegue de los héroes, el resto de mafiosos apareciendo y disparando sin miramientos… Uraraka saltó de donde estaba sin pensarlo, saltándose todas las normas y protocolos, lazándose al caos. Aterrada de lo que acababa de presenciar.
De presenciar cómo el de las pistolas había disparado dos balas, una para su oponente y otra para la niña. Y de cómo aquel chico del pelo verde había corrido para ponerse en medio de aquello, recibiendo aquella bala que no iba a su nombre.
Luego los otros dos se habían matado a tiros. No sin antes activar todas las explosiones que había dejado preparadas.
Y había aparecido la mafia por todas partes, tiroteándose entre ellos, a por la niña. Y la policía había recibido las balas necesarias por intentar oponerse a ellos. Aquella fue la señal de acción donde se habían sumado los héroes, luchando contra ellos. Entrando en una espontánea carnicería.
Y en todo ese caos, estaba ella.
La más próxima y cercana a proteger a esa niña. Reaccionó tan rápido que gracias a eso pudo adentrarse antes de que todo explotara y el humo se esparciera por todas partes.
No tardó encontrarla, pero antes de que ni tan siquiera pudiera acercarse, el suelo se desplomó con una explosión, precipitándose al piso de abajo. Alzó las manos para evitar que quedaran enterradas entre escombros y evitó justo a tiempo el impacto del suelo en la planta inferior, que se partió y precipitó hacia el sótano del centro comercial. La gravedad quedó suspendida unos segundos y luego corrió a por la niña, que no se había movido del lado del cuerpo del chico policía, mientras lloraba en shock por todo lo que había sucedido de repente.
Por suerte algún héroe debió darse cuenta del plan de Uraraka, cubriendo el suelo de la primera planta de hielo para dejarlas enterradas en el sótano, lejos de aquella carnicería. Así al menos tardarían un rato en acceder a la pequeña.
—¿Estás bien? —corrió Uraraka hacia la pequeña, alzando su mano para llevársela consigo—. Vamos rápido, tenemos que salir de aquí, es peligroso.
La niña estaba cubierta de la sangre del policía. Seguramente le había salpicado por la cercanía del impacto de bala. Realmente le había salvado la vida por muy poco. Por apenas unos segundos.
—¡No me toques! —se apartó con violencia ella, aterrada—. ¡Es peligroso! ¡Vete!
Uraraka retrocedió, pero no pensaba marcharse.
—Tranquila, no voy a hacerte daño—intentó hablar dulce y calmada Ochaco—. Ven conmigo, es peligroso estar aquí.
—¡No, no lo entiendes!—dijo rota, sin parar de llorar—. Siempre hago daño a la gente que me ayuda. Si me voy contigo, te pasará algo terrible.
Ochaco pensó que tal vez la niña tenía un don peligroso. Tendría sentido que por eso la quisiera la mafia. No obstante, no iba a ceder. Debía pensar deprisa.
—Estoy segura que eso no es verdad…—sonó lo más tranquilizadora que pudo.
Ella lloró, negando.
—Él me ha querido ayudar y se ha muerto.
Ochaco redirigió la mirada al chico tumbado en el suelo. El chico amable con el que había hablado hace nada. Ése que le había sonreído con la mirada iluminada, cómo nunca nadie la había mirado. Ése que había alzado la voz frente a la mafia cuando habían matado a su compañero, para salvar a una niña. Sintió cómo las lágrimas amenazaban con salir a buscarla. Miró a la pequeña aterrada, sin saber ni qué decirle. Luego miró hacia el techo de hielo tintado de sangre y al ruido de las escaleras. ¿Tal vez alguien estaba bajando a buscarla? Tenía que pensar rápido.
—Eso no ha sido tu culpa—verbalizó Uraraka, recomponiéndose—. Vamos a ayudarte…
—¡No, no es verdad!
—Confía en mi—pidió amable Uraraka—. Quiero ayudarte, vamos a ponerte a salvo. Te lo prometo y yo nunca incumplo una promesa.
La niña siguió retrocediendo, sin saber si creerla.
—Si me ayudas te morirás…—lloró angustiada.
—Estoy segura de que eso no es verdad…—mintió Uraraka, disimulando su propio terror—. Vamos, toma mi mano, todo va a estar bien.
—Pero…
—Tiene razón…, Eri-chan.
Ochaco dio casi un salto en el sitio cuando escuchó la voz del chico, casi en un suspiro extinto. Lo observó moverse, haciendo un amago de incorporarse con las manos bajo aquel charco de sangre en el que se encontraba. No imaginó ni por un segundo que pudiera estar vivo.
Sin dudarlo, salió corriendo para ayudarlo.
—¡No te muevas!—le ordenó demandante.
—Estoy bien—respondió él, con una sonrisa complicada, sujetándose la herida de bala que no paraba de sangrar.
Le habían dado en un costado, prácticamente en el estómago. Ochaco al ver que no podía evitar que se levantara, al menos lo ayudó a ponerse en pie.
—Eri-Chan… es cómo te llamas, ¿no?—siguió hablando él, buscando entonces la mirada de la niña, que lo observaba como si de un milagro se tratase.
Como si hubiese resucitado de entre los muertos.
La pequeña asintió al oír su nombre, en una mezcla de terror y sorpresa.
A lo lejos Uraraka vislumbró a un policía acompañado de un héroe bajar las escaleras —o lo que quedaba de ellas—hasta donde estaban ellos. Un profundo alivio la invadió.
—No vamos a dejar que te pase nada malo, vamos a ayudarte—le sonrió a la niña el chico, intentado convencerla—. Y no haces daño a la gente. Mira, yo estoy bien.
A ella se le iluminó la mirada.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó insegura, mirando el charco de sangre.
—Pues claro—afirmó el chico, con su bonita sonrisa.
—Pero mi papá se enfadará… —dudó entonces ella.
Él negó, aferrándose con fuerza a Uraraka para no caerse. Ella endureció el agarre, pasando una mano por su cintura consciente de que el chico estaba perdiendo estabilidad. La sangre no paraba de gotear.
—No, no se va a enfadar—dijo con seguridad él—. ¿Verdad que no?
Buscó la complicidad de Uraraka, quien se esforzó en sonreír también.
—Pues claro que no, Eri-Chan—añadió ella, recordando cómo la había llamado él—. Tu papá seguro que quiere que estés a salvo.
Ella parecía insegura. En aquel instante los alcanzaron el policía y el héroe, que resultó ser Eraser Head. La niña se asuntó al verles, corriendo hacia Uraraka y el chico.
—Tranquila, no te van a hacer daño—dijo él, cómplice.
—¡Midoriya!—gritó el policía al verle, completamente en shock.
—¡Corre a pedir una ambulancia!—le ordenó Eraser al ver su estado. Luego miró a la niña—. No te asustes pequeña, venimos a ayudarte.
Ella dudó, viendo cómo el otro hombre se marchaba corriendo y desaparecía en la marea de escombros, disparos y dones.
—Eso es Eri-Chan, éste hombre va ayudarte a ponerte a salvo, ¿verdad Uravity?
—Pues claro que sí—afirmó sin dudas ella—. ¿Sabes que éste hombre puede hacer que desaparezcan los dones un ratito si él quiere? Es invencible.
Aquello llamó la atención de la niña, tal y como Uraraka había previsto. Sin duda, pasaba algo malo con su Don. Algo peligroso.
—¿De verdad?
—De verdad, te lo prometo.
En aquel momento hubo otra explosión y parte del techo de hielo comenzó a caerse. Ochaco detuvo con su don aquellos escombros que cayeron sobre ellos, con cuidado de no soltar al chico. Todo se inundó de polvo y finas gotas de agua.
—Tenemos que sacarla de aquí ya—anunció Eraser mirándolos a ellos dos.
—¿Vosotros no venís? —preguntó la niña aterrada.
—Iremos justo detrás de ti, te lo prometo—dijo el chico para convencerla—. Por favor, déjanos ayudarte. Hazlo por mí. ¿Vale?
Ella estaba nerviosa, pero entonces Eraser se agachó, poniéndose a su altura y ofreciéndole la mano. La verdad, de todos los héroes que podían haber ido al rescate, él era el que tenía el aspecto más siniestro y poco confiable para un niño. No obstante, no debió parecérselo a Eri, quien terminó por aceptar su mano animada por la sonrisa de los otros dos.
—¿No te pasará nada malo si te toco? —preguntó con ansiedad la pequeña.
Eraser negó, con una sonrisa escalofriante. Tras esto, hubo otro derrumbe y se acabó el tiempo para cosas tiernas. Ochaco volvió a moverse con agilidad, consciente de que con una sola mano no podría seguir protegiéndolos de los escombros. El héroe se cargó a la niña en brazos y los miró analizando la situación.
—¿Te quedas con él? —le preguntó a la heroína.
Ella asintió.
—Pero vendrás luego, ¿verdad?—preguntó con terror la niña.
El chico herido asintió, con una enorme sonrisa.
—Pues claro que sí, Eri-Chan—dijo—. Nos vemos luego, tú no te preocupes. Iré justo detrás de ti.
No parecía menos preocupaba, pero se tranquilizó un poco al oírle. Eraser compartió una mirada con los dos adultos, les dijo que tuvieran cuidado y les dio las gracias antes de desaparecer protegido por las rocas flotantes que Uraraka había dejado sobre ellos para evitar la caída de escombros.
—¡Enviaré alguien a buscaros! —les había prometido.
Despidieron a la niña con la mano hasta que despareció entre el humo y entonces Uraraka miró a aquel chico que tenía agarrado en los brazos.
—¿Estás bien? —preguntó ella consciente de que él parecía pesar más ahora.
Sin perder su bonita sonrisa, el chico negó con la cabeza, dejando asomar unas primeras lágrimas.
Uraraka pensó que no sería tan grave, hasta que de repente un hilo rojo empezó a brotarle por la boca y se puso a toser sangre con violencia.
Tiró de él para ponerlos a cubierto. Porque aquello era un campo de metralla, escombros y los indicios de aquella primera matanza entre clanes. Los dones tampoco ayudaban. Los héroes eran muchas veces bastante destructivos y ahí abajo no paraba de caer restos del edificio.
Consiguió hacerlo caminar dos metros dejando un terrible rastro de sangre, refugiándose bajo una columna para quedar lejos de los destrozos. Ahí al menos podía protegerlos con más control. Tuvo que usar su don para que no se le cayera de los brazos, porque él pareció no poder sostenerse en pie por más tiempo.
—No tenías que haberte levantado—le regañó ella, quitándose la sudadera para tapar la hemorragia, haciendo presión—, podrías haber muerto.
—Estaba muy asustada—se refirió a la niña, intentando limpiarse la sangre de la boca—. Tú también te has dado cuenta de que su don es peligroso. Hemos tenido suerte de que la haya encontrado Eraser.
Uraraka sabía que tenía razón.
Lo acomodó como pudo en el suelo e hizo presión en la herida. Entonces hizo su mejor esfuerzo en recordar todas las clases de primeros auxilios que le habían impartido, pero no sabía qué más hacer en ese caso. Sólo podía esperar la ayuda, aunque dada la situación tardarían en llegar. Pensó en cargarlo y sacarlo de allí ella misma, pero la herida se le había abierto demasiado por el sobreesfuerzo y moverlo en exceso podría matarlo. Y era profunda… tanto como para haber atravesado sin miramientos incluso el chaleco antibalas. Tal vez lo había salvado eso último. Uraraka estaba segura de que sin él lo habrían atravesado de lado a lado, matándolo en el acto.
—No te preocupes por mí—dijo él amable al ver la cara de descomposición de ella—. Sé que tiene mala pinta… —tomó aire antes de decir lo siguiente, cogiéndola de la mano—. Vete y ayuda en lo que puedas, te necesitan ahí arriba. Yo… estaré bien.
No se conocían de nada, pero ella sabía que mentía. Sintió rabia porque pareciera estar tirando la toalla.
—No me voy a ir a ninguna parte—dijo solemne—. Y no te voy a dejar aquí sólo, esperaremos juntos la ayuda. Eraser y tu compañero iban a pedir una ambulancia. Todo va a salir bien. ¿Entendido?
Los ojos esmeraldas del chico se inundaron de lágrimas y asintió, sin saber ni qué decir. Luego comenzó a toser, escupiendo aquel mejunje rojo casi negro que puso los vellos de punta a Uraraka. Como tenía miedo de que ahogara con su propia sangre, se sentó a su lado y tiró de él para incorporarlo, apoyándoselo en el pecho. Pareció surgir algo de efecto cuando dejó de toser, pero la sangre seguía saliendo a borbotones de la herida. Se concentró en hacer presión, ya que él también había perdido la fuerza en las manos.
—Tranquilo, no pasa nada—intentó animarlo ella—. No creo que tarden en llegar. Estas heridas parecen feas, pero se curan con facilidad…
¿Estaba mal mentir como una bellaca? Así es, pero no sabía qué otra cosa podía hacer.
—Si te soy sincero nunca pensé que moriría en los brazos de Uravity—dijo él sorbiéndose la nariz, empapado en lágrimas y sudor frío.
—No digas eso, no te vas a morir—negó ella, convenciéndolo.
Aunque lo cierto es que tenía sus dudas y eso que quería creer en sus propias palabras.
—Irónicamente es casi un sueño, soy muy fan tuyo… —rio y lloró a partes iguales, luchando por respirar.
Ella ya no pudo contener más las lágrimas. ¿Aquel desconocido era fan suyo? ¿Por qué lo sería? Si era un fraude como heroína…
—¿De verdad? —preguntó, en un intento de calmarse a sí misma—. No me digas que tú también eres un pervertido, todos mis fans lo son.
Aquello último consiguió hacer que él se riera. Al menos podía darle eso si es verdad que aquel chico se moría. No iba a dejar solo.
—A ver, pervertido es una palabra muy fea—le siguió la broma él, intentando recomponerse—, aunque he visto tus revistas, no te voy a engañar.
—No te culpo—siguió apretando ella la herida.
—La primera vez que oí tu nombre fue cuando atrapaste al tipo ese del robo al banco—explicó él—. Me pareciste increíble. Al igual que en los rescates de Kamino. Salvaste a tanta gente de los escombros… ¿Sabes lo que más me gustó de ti?
Uraraka tragó saliva. Por lo general, era una heroína del montón. Bastante mediocre y poca cosa, como opinaban la mayoría o ella misma. De hecho poca gente la reconocía por la calle sin su traje o aún con él. Y la mayoría eran hombres que compraban aquella asquerosa revista donde salían heroínas casi desnudas. Algunos ni siquiera sabían muy bien cuál era su don. ¿Levitas cosas? Le preguntaron una vez. Y siempre le decían lo mismo, que lo que más gustaba de ella eran sus curvas, su traje llamativo, su voz aniñada, su rostro kawaii, sus grandes pechos (más de uno se había llevado un puñetazo por eso) o que era curioso y mono que alguien tan dulce como ella hiciera artes marciales. Por eso, le conmovió la respuesta de aquel desconocido:
—Que aunque en Kamino tenías una mirada de terror, salvaste a todo el mundo con una sonrisa—dijo—. Una de verdad, de corazón. Como la de All Might. Sé que apenas estás empezando, pero estoy seguro de que vas a llegar muy lejos en tu carrera, porque haces esto desde el corazón. Lo sé desde que te vi por la tele.
Uraraka quería contenerse y mostrarse fuerte, pero no pudo evitar echarse a llorar, apretada a aquel extraño. ¿Era lo más bonito que nadie le había dicho nunca? ¿En serio la estaba comparando a ella con el héroe más grande de todos?
—¿Tú crees? —consiguió decir, sin lograr calmarse.
Él asintió, tosiendo. Uraraka miró a todas partes. ¿Por qué no llegaba todavía la ayuda? No podía morirse. No podía dejarlo morir de esa manera.
—Aguanta un poco más ¿vale? —le pidió.
Él volvió a asentir, buscando el aire como podía.
—Tengo un poco de frío… —dijo entonces.
Uraraka se acomodó mejor en la postura, abrazándolo y frotándole los brazos con una mano. Con la otra seguía haciendo presión para que no perdiera más sangre.
—¿Mejor así?
Sin embargo, se asuntó un poco al notar que él empezaba a cabecear.
—Ey, no te duermas—le pidió, moviéndolo un poco—. Te prometo que vendrán a ayudarnos, pronto, pero no puedes dormirte. ¿Me lo prometes?
Él hizo su mejor esfuerzo.
—Te prometo que lo voy a intentar… —balbuceó.
Cada vez le costaba más respirar.
—Además, no te puedes dormir ahora—intentó animarlo ella—. Si acabamos de conocernos formalmente—hizo amago de bromear—. Ni siquiera me has dicho tu nombre.
Él sonrió.
—Me llamo Izuku Midoriya.
—Encantada Izuku, yo me llamo Ochaco Uraraka—se presentó también ella—. ¿Te importa que te tutee?
Él negó, llorando en silencio.
—¿Te… te puedo tutear yo también? —preguntó con timidez.
Ella sonrió.
—Pues claro que sí, Izuku—afirmó—. No todos los días me encuentro con un fan al que le gusta algo más que mis tetas—siguió bromeando ella, aterrada.
—No he dicho que no me gusten—intentó seguirle el juego él, pero lo invadió de nuevo la tos.
Una tos ronca y húmeda. Pegajosa y escalofriante.
—¿Estás coqueteando conmigo? —probó a animarlo ella, intentando distraerle.
Aquello tenía muy mala pinta.
—Ni se me ocurriría—intentó decir él con algo de esfuerzo—, en realidad soy un desastre con las chicas… pero esto de morirse parece que tiene ventajas.
—No digas tonterías, no voy a dejar que te pase nada—expresó rotunda—. Mi trabajo es salvar a la gente y hoy te ha tocado ser mi rescate del día.
Él hizo amago de risa, pero la tos y el gesto de dolor le cortaron la expresión.
—¿Te duele mucho? —preguntó ella.
Él asintió, intentando respirar para calmarse. Ella empezó a acariciarle el pelo. Sabía que eso no detendría el dolor de una bala desgarrando unos intestinos, pero es lo mejor que se le ocurrió. Era cómo su madre le calmaba el dolor cuando se caía de pequeña.
—¿Y si me cuentas algo sobre ti? —siguió preguntando ella, al ver que la ayuda no llegaba y que el chico empezaba a tener peor cara.
Cada vez estaba más pálido y más frío.
—¿Qué quieres saber?
—¡Pues todo!—exclamó entusiasta—. Es la primera vez que conozco a un policía.
Él tragó saliva, pero no le contestó. Pareció intentar balbucear algo, pero no llegó a entenderlo.
—Hagamos preguntas concretas, ¿vale? —cambió de técnica Uraraka—. Yo te pregunto y tú me respondes.
Él asintió, parpadeando con esfuerzo para seguir atento a la voz de ella. El sudor le empapaba la frente.
—¿Qué edad tienes?
No le contestó. Uraraka le dio varios golpes en la cara con suavidad, llamando su atención.
—Vamos, Izuku, no te duermas. Me lo has prometido—dijo desesperada, sin cambiar el tono cariñoso.
Cada vez había más fuego y humo por todas partes.
—Tómatelo en serio, como si fuera una cita.
—Siento no… no ser la mejor compañía para… para una primera cita—intentó decir él, luchando por estar despierto.
—No pasa nada, no querría estar en otro sitio con nadie más. ¿Tú tienes novia, prometida, esposa, hijos?
Él negó.
—¿Y tú?
Aquello la sorprendió. No pensó que Izuku le preguntara nada.
—Tampoco—negó ella, frotándole los brazos al notarlo temblar. Debía estar entrando en estado de hipotermia—. Sólo he salido con algunos héroes, pero son todos unos cretinos. Tendré que probar con policías, a ver si me va mejor.
Un estruendo hizo que ambos miraran al techo, que se cubrió de nuevo de hielo. Debía ser Shoto, el hijo de Endeavor. Si todo acababa pronto y llegaban los servicios de urgencia, tal vez tenían una oportunidad.
—Venga, Izuku, no te duermas—siguió demandando ella—. Vamos, dime ¿qué edad tienes? ¿Color favorito y héroe? ¿Película? ¿Comida favorita? ¿Cumpleaños, signo del zodiaco? ¿Hobbies? ¿Grupo sanguíneo? ¿Eres alérgico a algún medicamento?
Él cabeceó, intentando enfocar. Tragó antes de hablar, con gran esfuerzo.
—Tengo.. veintiséis años. Mi cumpleaños es el… 15 de julio. Cáncer—intentó hilar ideas—. El amarillo y All Might. Katsudon. Soy cero positivo, no soy alérgico… y no sé qué más me has preguntado.
—No te preocupes, lo está haciendo muy bien—lo apremió ella—. Qué casualidad, somos de la misma edad. ¡Sólo eres mayor por unos meses! ¿Cuál es tu don?
Él tragó saliva, respirando con mucho esfuerzo.
—Soy… soy quirkless, nací sin don—se explicó.
Uraraka se quedó blanca al escucharle. Pobrecillo… realmente sólo hay un 20% de toda la población mundial que nace sin don y de hecho en japón la cifra ha bajado al 7%. Hay que tener mala suerte.
—Seguro que tienes otros muchos dones—le restó ella importancia—. ¿Por qué te hiciste policía? Cuéntame, ¿en tu familia hay más policías, tu madre, tu padre? Vamos Izuku, no te duermas, por favor.
—Tengo mucho frío…
Uraraka lo apretó más contra sí. Que Shoto hubiese congelado el techo no ayudaba. Ella también estaba helada en aquel charco de sangre.
—Ya mismo estamos calentitos, no te preocupes—dijo ella, buscando ayuda a su alrededor—. Cuando salgamos de aquí te voy a invitar a un chocolate caliente o a un ramen, lo que prefieras.
Él empezaba a no responder. Su cuerpo estaba helado.
—De pequeño quería ser un héroe… —confesó, colocando su mano encima de la de Uraraka, sobre la sudadera empapada de sangre—. Dile a mi madre que lo siento…
—Izuku no te rindas, no me dejes sola—pidió ella, golpeándolo levemente en la cara—. Vamos, no te puedes dormir.
—Dile… dile que los pies… se me movieron sin pensar.
Porque así había sido.
Uraraka lo había visto. Había visto cómo Izuku se había lanzado sin pensarlo a salvar aquella niña. Aun cuando sabía que iba a recibir el disparo que iba para ella. ¿Acaso eso no era ya ser un héroe? Conocía muchos héroes con mucho menos corazón y menos determinación que aquel chico quirkless.
Los ojos se le inundaron de lágrimas. La vida era demasiado injusta.
—Izuku… Izuku—lo llamó al ver que no reaccionaba—. Izuku, despierta, vamos. ¡Lucha!
Él no parecía responder. Respiraba muy levemente.
—¡Ayuda! ¡Ayuda aquí abajo! —empezó a gritar desesperada—. Vamos Midoriya, vaya chasco de primera cita, no puedes dejarme así—intentó bromear—. ¡Ayuda por favor! ¡Ayuda!
Uraraka lo zarandeó levemente. No se podía morir. No podía dejar que se muriera.
—Vamos Izuku, no te mueras por favor—suplicó—. No es justo.
Empezó a llorar mientras seguía pidiendo ayuda.
—¡Óyeme bien! ¿Vale? No hace falta que respondas más, pero escucha mi voz, por favor… Mi, mi… cumpleaños es el 27 de diciembre, soy capricornio. Grupo B. Me encantan los Mochis de arándanos y los de melón, pero sólo los como en invierno porque me recuerdan al verano. Mi color favorito es el rosa, sé que es un topicazo, pero lo adoro—siguió hablando atropelladamente, acariciando el pelo del chico, sin dejar de hacer presión en la hemorragia—. Hago kárate desde los dieciséis años y aunque tengo muy mala suerte con los chicos soy una romántica. Odio los días grises, la gente egoísta y las injusticias. Y soy una heroína mediocre, sobre todo si dejo que te mueras… si dejo que alguien como tú se muera por salvarle la vida a otra persona.
Uraraka no supo muy bien cuanto tiempo estuvo contándole intimidades a ese chico desfallecido en sus brazos hasta que llegaron los médicos. Habían tardado en llegar hasta ellos debido a que en medio de tanto caos nadie podía garantizarles su propia seguridad.
Lo operaron de urgencia allí mismo, al menos lo suficiente para estabilizarle. Gracias a que Uraraka había preguntado, pudieron hacerle un trasplante de sangre allí mismo, ya que estaba prácticamente desangrado cuando lo encontraron. Tan pronto pudieron, lo trasladaron en una UVI móvil al hospital más cercano y lo operaron durante horas.
Uraraka hizo el esfuerzo de encontrar a algún compañero suyo que al menos pudiera decirle cómo contactar con su madre. La mujer tenía derecho a ver a su hijo, o al menos a despedirse de él llegado el caso.
Uraraka no salió del hospital hasta el día siguiente.
Había esperado un diagnóstico pero había tanto caos que apenas pudo saber nada. Luego empezaron a llegar más heridos y le pidieron amablemente que se marchara a casa.
Como no era familiar del chico, el protocolo del hospital le negó poder darle información sobre su estado, pero al menos la madre de Izuku le aseguró que la llamaría cuando su hijo saliera de quirófano. De alguna forma, se lo debía por haberle salvado la vida. Incluso si sólo la llamaba para darle el pésame.
En aquel caos, su jefa la había llamado sin cesar, pero no tuvo valor de coger el teléfono. Se había saltado todas las normas habidas y por haber y no tenía fuerzas para enfrentarse a las consecuencias.
Llegó a casa de día, agotada y destrozada. De hecho, se metió en la ducha con la ropa puesta, notando cómo la sangre seca de Izuku Midoriya se marchaba por el desagüe.
La sangre de aquel desconocido que ahora no se podía quitar de la cabeza. Sólo podía pensar en su sonrisa, en su amabilidad y en su determinación. En cómo aquel desconocido le había mostrado qué era ser realmente un héroe, incluso sin don.
De alguna forma le hizo ver que el fracaso no estaba dónde ella siempre lo había encontrado. Y recordó sus palabras:
¿Sabes lo que más me gusta de ti? Que aunque tenías una mirada de terror, salvaste a todo el mundo con una sonrisa. Una de verdad, de corazón. Como la de All Might.
Lloró todo el día y toda noche sin consuelo, rezándole a los ángeles o a lo que sea que hubiera en la otra vida porque no se lo llevaran. Porque la dejaran al menos darle las gracias.
Darle las gracias a aquel chico, a ese desconocido, a Izuku Midoriya, por haber irrumpido en su vida para salvarla de sí misma.
Por haberle hecho el regalo más bonito que nunca nadie le había hecho: descubrir que realmente era una heroína y que siempre lo había sido.
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Siento este final, no me matéis xD
¿Habrá sobrevivido Izuku? ¿Podrá Uraraka darle las gracias y decirle cómo se siente? ¿La vida les habrá reunido por algo? Todo se verá en el próximo epílogo, aunque será bastante breve.
Personalmente esta historia se me hizo algo difícil de escribir y no estoy muy convencida con el resultado, pero creo que merecía ser compartida y no quedarse enterrada en las carpetas de desechos de mi ordenador. Espero que al menos la hayáis disfrutado.
Por otro lado, estoy trabajando en otro Izuocha un poco más tierno y alegre con el que sí estoy bastante contenta. Cuando esté listo, también lo publicaré por aquí.
Si os gusta el Izoucha, tengo otra historia más llamada 'Jet Lag' en mi perfil, por si queréis pasar a echarle un vistazo (Eso sí, el contenido es M total xD)
Como siempre, si os ha gustado, os agradecería que me dejaseis un comentario ^^
Mil gracias a todxs por leer! Un abrazo enorme. Nos leemos la próxima semana.
