Tokyo Revengers así como sus personajes no me pertenecen, son obra de Ken Wakui...sólo escribo por diversión.

Hanagaki Takemichi chasqueó la lengua por enésima vez en lo que iba de su jornada laboral. Había entrado a su turno en la tienda hacía poco más de tres horas y aún no podía entender qué era lo que hacía allí a esas horas.

O mejor dicho, ¿por qué había aceptado cambiar el turno con uno de sus compañeros? Takemichi no estaba acostumbrado a los cambios de horarios bruscos como aquel; se había habituado a una rutina asfixiante pero segura de trabajar por la tarde y desobligarse a eso de las seis…para volver a su departamento lleno de una necesidad desesperante de atención doméstica que él decidía ignorar olímpicamente día tras día. Sin embargo, cuando su compañero había llegado incluso a rogarle por aquella pequeña rotación de un solo día para tener la noche libre, no había dado demasiados peros al asunto porque de hecho, era una sola noche.

Noche en la que en cualquier momento iba a quedarse dormido mientras acomodaba aquellos cds en las estanterías producto del aburrimiento. Eran las 11 de la noche y ya para esas alturas se preguntaba qué era lo que hacía su compañero de trabajo para sobrevivir noche tras noche tras…

Takemichi se despertó de su ensoñación con una caja en la mano cuando la puerta del local se abrió abruptamente; dando un respingo, se percató que hacía ya rato que nadie entraba al lugar y fue en ese momento en el que reparó que afuera, de hecho, llovía torrencialmente.

Suspirando y resignándose a que iba a tener que hacer un esfuerzo titánico por no ponerle mala cara al posible cliente que había decidido alquilar una película a las once de la noche de un miércoles, Takemichi dejó a un lado la pequeña caja y se levantó con dificultad; con pereza, se estiró en su sitio sin apurarse y caminó despacio entre las estanterías para llegar hasta la parte delantera del local. No tendría que haber descuidado así la entrada, pero visto y considerando que nadie lo vigilaba y el lugar estaba prácticamente desolado…

La música de fondo que había dejado reproduciéndose en el local logró amortiguar el sonido sofocado que salió de su garganta cuando sus ojos finalmente hicieron contacto con la persona que había entrado; recién se percataba de que la puerta no se había cerrado instantáneamente y ahora entendía por qué: habían ingresado tres personas, no una.

Y el aspecto de uno era más siniestro que del que le seguía detrás.

Con un jadeo para nada valiente, la primera reacción de Takemichi fue la de ocultarse de nuevo tras la seguridad de una estantería. Uno de los tipos discutía con el primero que había ingresado, el cual no respondía a los reclamos del otro y la tensión parecía subir en el ambiente.

— ¿Esto es realmente necesario, Mikey?

— Cállate, si Mikey quiso detenerse aquí limítate a vigilar, estúpido.

— Pero…

Takemichi estaba absolutamente seguro que eran parte de la mafia. La idea completamente disparatada se formó en su mente apenas vio al primer sujeto; rubio y con el cabello peinado hacia atrás, su rostro daba una impresión mortalmente peligrosa al igual que la postura de su cuerpo. Pese a que era el de menor estatura, Takemichi estaba seguro que ese sujeto era el tal Mikey y era el jefe; los otros dos tipos eran socios o custodia, no lo sabía exactamente.

— ¿Este lugar está vacío?

Takemichi intentó reprimir un jadeo ahogado al oír su voz. El que había hablado no era ninguno de los otros dos tipos - uno con apariencia más estrafalaria que el otro - por lo que debía de ser Mikey.

¡¿Qué se supone debía hacer?!

Aún seguía camuflado tras la estantería y para su suerte o su total desgracia, ninguno de los tres lo había visto escabullirse allí. Intentó analizar su actual e inesperada situación en pocos segundos, despertándose del todo: si no salía podían ocurrir dos cosas: que se fueran o que decidieran buscarlo. Si optaban por aquello último Takemichi corría el riesgo de que descubrieran se había estado ocultando deliberadamente y lo asesinaran. Bueno, no creía que fuesen a asesinarlo, tampoco para tanto…pero iba a pasarla mal producto de los nervios.

Si salía de su escondite…ya sabía lo que iba a suceder. El tipo llamado Mikey iba a mirarlo fijamente y Takemichi corría el riesgo de mearse en los pantalones. Delante de los tres. Y ahí quizás lo asesinaran.

También existía una tercera opción: que producto del sueño que tenía hubiese malinterpretado lo que había alcanzado a ver en pocos segundos y sólo se tratase de tres amigos que habían entrado al local por la lluvia buscando quizás alguna película para alquilar a último momento.

En esa opción no había asesinatos de por medio.

— ¿Hola?

Takemichi saltó en su sitio casi derribando la estantería; un jadeo para nada masculino abandonó su garganta cuando su rostro tembloroso y sudoroso se ladeó hacia la izquierda.

El tipo rubio lo estaba observando a centímetros de distancia y él no se había percatado de su acercamiento.

La boca de Takemichi se abrió y cerró varias veces; para controlar la crisis de ansiedad que estaba por darle, tomó una caja de la estantería y la presionó entre sus manos a punto de partirla en dos.

— Ah…y-yo…

— ¿Trabajas aquí?

El rostro del tipo que creía que era Mikey parecía relajado y lejos de presentar un semblante molesto simulaba estar divirtiéndose a costa suya. Para ser un mafioso era bastante bien parecido; con un brazo apoyado en la maldita estantería, Takemichi vio como los ojos negros se desviaban de su rostro hacia abajo. ¡¿Encima lo rebajaba?!

— Hanagaki Takemichi. Takemichi, sólo quiero hacerte una pregunta. Mis amigos y yo nos iremos luego.

Se insultó mentalmente al darse cuenta que el tipo sólo había desviado la mirada hacia la maldita cucarda con su nombre escrito en letras gigantes incrustada sobre la solapa de su delantal rojo. Por alguna extraña razón, su voz le pareció tan suave y amigable que gritaba peligro a través de todas las palabras que había dicho. ¡Incluso lo había llamado por su nombre de pila sin ningún tipo de respeto hacia un desconocido!

Y sólo había una posibilidad.

Era un miembro de la mafia, y estaba seguro que iba a asesinarlo, ahora sí.

— D-Dígame.

— ¿Entró alguien aquí en…digamos, la última media hora?

Pese a que la respuesta era clara y sencilla, tener algo en lo que enfocar su mente que no fuese en cómo iba a morir le permitió a Takemichi controlar un poco sus nervios.

— Estoy aquí hace tres horas y ustedes son las primeras personas que entran.

— ¿De verdad? Qué bueno.

"Qué bueno". ¿Eso significaba que no iba a morir? La manera en la que había soltado aquellas palabras…había sonado a ¿alivio?

— No vas a creerle así nomás, Mikey.

Oh, por Dios.

Ese tipo sí que era de la mafia y sí que quería matarlo por la forma en la que había clavado sus ojos verdes en él. El segundo tipo venía acompañado del tercero y los dos se habían prácticamente adosado al primero; el que había hablado parecía a punto de perder los nervios pero para atacar, no como Takemichi que sentía las rodillas como gelatina y estaba a punto de caer al suelo. Ese cabello rosa tenía que ser un color de fantasía pero parecía hasta real. Iba a golpearlo. Iban. Iban a darle una paliza para que dijera una verdad que Takemichi desconocía, iban a…

— ¿Y por qué no? No creo que nos mienta, ¿verdad, Takemichi?

— C-Claro que no, no gano nada con…con…con…

— Respira, muchacho. Te está por dar algo.

El tercer sujeto — el más alto de los tres — tenía la voz rasposa pero tranquila. También tenía los ojos verdes y el cabello peinado hacia atrás como Mikey; haciéndole caso, Takemichi inhaló profundamente para no desmayarse sin dejar de prestar atención al de cabello rosa.

Dio un paso atrás cuando el tipo más alto metió la mano en el traje.

Iba a dispararle, su tono tranquilo había sido engañoso, era…

Cuando sacó nuevamente la mano, respiró aliviado al ver que sólo sacaba una caja de cigarrillos.

— Mikey, mira. Estoy seguro que huyeron hacia este lado y este es el único local abierto…

— Quizás siguieron de largo, no van a ser tan obvios, Haruchiyo. Tranquilízate.

Bien, el tipo del cabello rosa se llamaba Haruchiyo y Takemichi vio una vena palpitando sobre el cuello de su camisa. Su mirada desquiciada le indicaba a claras que no iba a calmarse una mierda.

— Aún así, deberíamos cerciorarnos que…

— No se puede fumar aquí.

Idiota. Estúpido. Suicida.

Había soltado aquello sin pensar y los tres tipos desviaron sus miradas cargadas de enojo hacia él. El tipo más alto se había petrificado con el cigarrillo en la boca y el encendedor en la mano, la llama oscilando débilmente en el aire. Acababa de interrumpir una pelea interna, habían dejado de prestarle atención momentáneamente y ahora sí iban a golpearlo o directamente a matarlo.

— Ah, lo siento.— acto seguido, el sujeto cuyo nombre no sabía apagó el encendedor y lo guardó en el bolsillo.

Silencio.

— Takemichi.

El aludido intentó no saltar en su sitio cuando Mikey posó las manos en sus hombros. Apenas percibió una leve presión allí, porque el verdadero terror estaba en su mirada.

Un asomo de sonrisa adornó el rostro del tipo y Takemichi supo que iban a encontrar su cadáver a la mañana siguiente.

— ¿Te importaría que uno de mis amigos revise el depósito? Tal vez alguien se metió sin que te dieras cuenta.

Takemichi era incapaz de hablar. ¿El depósito?¿Se refería al cuartucho de atrás? Era imposible que alguien hubiese llegado hasta allí sin que él lo hubiese visto, pero decírselo a ese sujeto estaba absolutamente fuera de discusión. Por él, que dieran vuelta el negocio entero si con eso aseguraba su supervivencia. Aún así, lo único que pudo hacer fue abrir la boca sin que ningún sonido saliera de su garganta atenazada. Los otros dos tipos torcieron el gesto detrás de Mikey y el nerviosismo de Takemichi escaló un poquito más.

— Takeomi, ¿quieres ir tú? Haruchiyo, contrólate.

Así que el más alto era Takeomi. Sin media palabra, el tipo pasó de largo y sobrepasó a Takemichi hacia el fondo del local. El pelinegro se limitó a cerrar la boca y apretar la mandíbula. No se le había escapado el cambio radical en el tono de voz de Mikey cuando le había hablado al rosado. Sí, era mejor decirles así y volver el asunto impersonal: mientras el negro había ido al fondo, el amarillo había usado un tono cortante y cargado de autoridad muy contrastante al suave y tranquilo que había usado con él para dirigirse al rosado…y éste, lejos de molestarse, había mantenido silencio.

El amarillo era el jefe y el negro y el rosado sus subordinados.

— Ya nos iremos, no te preocupes, Takemichi. Oye, estás temblando.

¡Y claro que estaba temblando, si el amarillo se había acercado todavía más y Takemichi podía contarle hasta las pestañas! ¿Acaso estaba disfrutando de su sufrimiento? Ese tipo debía estar acostumbrado a causar ese tipo de sensación de pánico, seguro hasta torturaba con sus propias manos, mutilaba, descuartizaba…

— Aquí no hay nadie, Mikey.— la voz del negro sonó a sus espaldas y Takemichi se sintió rodeado.

— Ya ves.— el amarillo desvió la mirada cargada de resentimiento hacia el rosado, quien apenas dejó de mirarlo rodó los ojos.— Bien, hemos terminado por aquí. Muchas gracias, Takemichi.

— Ah…yo no…no hice nada.

— Oh, sí que has hecho.

Los otros dos tipos ya habían enfilado para la salida cuando el amarillo de imprevisto tomó la caja de las manos aún temblorosas de Takemichi. Observó la tapa y alzó las cejas.

— Me la llevo, a ver qué tal. Te la traeré en un par de días, ¿sí?

— Mikey, ¿qué…?

— Vamos.

Sin agregar nada más, el amarillo, el rosado y el negro abrieron la puerta y el leve tintineo de la campana sonó lejano y amortiguado por la lluvia que aún arreciaba fuera. Por supuesto, el amarillo se detuvo antes de salir y giró, sonriéndole.

— Por cierto, me llamo Manjiro Sano. Anótalo en la lista. Por la película.— dijo moviendo la caja frente a su rostro y sonriéndole aún más.— No le digas a nadie que estuvimos por aquí, ¿si? Nos vemos, Takemitchy.

Y se fue sin aguardar respuesta.

¿Ta…? ¿Cómo le había dicho?

¿Sano Manjiro? ¿Por qué ese nombre le resultaba familiar?

¡¿Qué acababa de pasar?!