Las Crónicas del Campamento Mestizo, fue escrito por Rick Riordan.

La Última Hija del Mar

Belerofonte, solo leería el título del próximo capítulo. —Capítulo 33: Salvando nuevos amigos y reencuentro con las Cazadoras.

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Piper McLean, tomó el libro.

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El año pasado, regresamos al Campamento con el Vellocino de Oro. Nos dieron los laureles dorados, quemaron nuestros sudarios, y nos enteramos de que Quirón fue enviado por Zeus, directamente al Campamento, retomando su papel, como nuestro entrenador, mientras que Argos volvió en su papel de vigilante.

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Todos estaban felices, de que las cosas hubieran resultado tan bien. Zeus feliz por su hermano Centauro y Hera feliz, por su creación de un millón de ojos.

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Colgamos el Vellocino, de una de las ramas bajas del Pino de Thalía, y esperamos a que este sanara. Dos noches, después de que regresáramos, alguien llamó a la puerta de mi cabaña, de forma insistente. Me puse de pie, y fui a ver. Era Grover. —Está... está allí... —Dijo sin sentido. —no.… no sabemos cómo...

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Los que venían del futuro, sabían a lo que se refería Grover y miraron a Thalía, felices.

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Quirón trotaba hacía el Pino de Thalía, lugar hacía el cual también me dirigía, en compañía de Grover, solo que yo estaba más confundida. —Maldito sea el señor de los titanes —dijo Quirón—. Nos ha engañado otra vez y se ha brindado a sí mismo otra oportunidad de controlar la profecía. —La lluvia me estaba despertando. Me aclaró las ideas y el cerebro. Troté junto a Grover, cuando vimos algo brillando, al pie del pino y alumbraba algo más. —Ha curado al árbol —dijo Quirón, con la voz quebrada. —Y no sólo le ha hecho expulsar el veneno. —Reconocí a ambas chicas, al pie del pino. Una de ellas, sentada y la otra, acostada. La primera, era mi tía Hestia y la segunda, era Thalía Grace.

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Zeus y Hestia, sonrieron de felices, al saber que Thalía volvió a la vida, por obra del Vellocino.

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Me acerqué, y pasé mi mano derecha por encima de su cuerpo, secándola al instante. La cargué y al concentrarme, generé vapor desde el agua que me mojaba, para así calentarla. —Necesita néctar y ambrosía —dije. — ¡Vamos! —grité a los demás—. ¿Qué les pasa? Vamos a llevarla a la Casa Grande. —Entonces la chica tomó aire con una especie de temblor. Luego tosió y abrió los ojos. Tenía el iris de un azul asombroso: azul eléctrico. Me miró desconcertada. Tiritaba y tenía una expresión enloquecida.

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—Esa es una muy buena idea —dijo Apolo sonriente. —Muy bien pensado, muchacha. Lo de calentarla, al transformar el agua de tu interior, en vapor.

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¿Quién…?

Me llamo Penélope, pero dime Penny —dije—. Tranquila, estás a salvo.

El sueño más extraño…

Todo va a estar bien, te lo prometo.

... Morir.

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Todos entristecieron, ante esas palabras de Thalía. Zeus suspiró, y con la mirada, le pidió a Piper, que siguiera leyendo.

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No —le aseguré—. Estás bien. ¿Cómo te llamas?

Me llamo Thalía —dijo—. Hija de Zeus.

Le enseñé una sonrisa, esperando que fuera reconfortante. —Me llamo Penélope, —repetí —hija de Poseidón.

Cuando llegamos a la enfermería, lo pensé un poco, y conversé con Will Solace, líder de la Cabaña de Apolo a quien logré convencer, de que permitiera a sus hermanas, que atendieran a Thalía. —Aunque sé que Thalía, era amiga de Luke y de Annabeth, pienso que, para ella, sería más reconfortante, si es atendida por el género femenino. —Will lo pensó, y asintió, yendo a llamar a sus hermanas: Kayla Knowless y Grace Benson.

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—No eres como el Cabeza de Algas de tu padre, Jackson —dijo Atenea, satisfecha con la solución de comodidad, que había ofrecido Penélope. —Tú sí piensas.

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Un mensaje Iris apareció ante nosotros, justo cuando Quirón estaba llegando. Era Hylla. —Penny. He desafiado y derrotado, a Janeth Wilson, la anterior reina de las Amazonas. No te haces una idea de cómo reinaba sobre el resto de las Amazonas. Con un puño de hierro, te lo digo. Tengo mucho trabajo por delante, y espero que te encuentres bien.

Me alegro que puedas darle otro rostro a las Amazonas, y guiarlas por un mejor camino, Hylla —dije yo, ella me enseñó una sonrisa de orgullo puro. —Prometo mantenerme en contacto.

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Hera suspiró. Definitivamente, necesitaba mantenerse más al corriente de lo que ocurría con sus guerreras. Pero Hylla definitivamente, parecía ser una buena guerrera. Parecía ser... justa.

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En los días siguientes, Thalía parecía apegarse a mí, considerándome su amiga y agradeciéndome con su compañía, el que la hubiéramos liberado del pino. La primera reunión entre Thalía y Clarisse, fue... complicada. Clarisse estaba muerta de celos, y le dejó en claro a Thalía, que era yo era su novia.

Thalía se enfadó con ella, diciéndole que yo solo era su amiga, y le arrojó un rayo.

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Los hijos de Zeus, abrieron los ojos, asustados por el destino de la hija de Ares, ante el ataque de Thalía. Tragaron saliva, y miraron a Clarisse, quien estaba allí mismo, pero era como si no la creyeran real, o como si creyeran que solo era un fantasma.

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Thalía y yo, abrimos los ojos de horror, pero Clarisse desplegó su escudo y bloqueó el rayo, solo siendo arrojada hacía atrás, dejando dos surcos en el suelo.

Pero Thalía estaba agradecida conmigo, por haberla atendido y cargado hasta la enfermería, así que pasamos varios días juntas.

En las tardes, yo servía de saco de boxeo de Clarisse, para que dejara de lado sus celos y frustración. Parecía que se había quedado sorda, mientras que Thalía y yo, jurábamos que solo éramos amigas.

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—Lo siento mucho, Cara de Pino —se disculpó, una sonrojada Clarisse.

Thalía frunció el ceño. —La única que tiene derecho, de llamarme así, es Penny, no tú.

Ellas se sonrieron. Solo las personas del futuro, sabían quienes conformaban el Harén de Penélope Jackson.

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Pasaron las semanas, y yo comenzaba a comunicarme con mi madre, casi todos los días, pues decidí pasar el año, en el Campamento Mestizo, entrenando con Clarisse y Thalía, quienes lentamente, parecían irse llevando mejor.

Una de esas noches, tuve un sueño, donde Lady Artemisa, me agradecía por cuidar de las Cazadoras, durante la misión en el Mar de los Monstruos. La veía tocar mi frente, y sonreírme, mientras que un aura plateada, rodeaba mi cuerpo, antes de desvanecerse. —Hace ya muchos milenios, confié en un hijo de Poseidón, quien me traicionó. —Me explicó la diosa. —Entonces, maldije a todos sus descendientes, para que no pudieran usar un arco. Pero tú... tu eres completamente distinta, a tus hermanos y hermanas, Penélope Jackson. Yo, Artemisa, diosa de la caza: te permito empuñar el arco y siempre dar en el blanco.

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— ¿Le quitaste la maldición, a mi hermana? —preguntó Belerofonte. — ¡Eso es fantástico, lady Artemisa!, gracias. —La diosa de la caza, asintió. No quería decirlo en voz alta, pero esa chica le agradaba mucho. Sentía... Ya, bueno: era su esposa, ¿o no?

—Es mi futura esposa, Belerofonte —dijo Artemisa.

—En serio, muchas gracias sobrina —dijo Poseidón.

— ¿Entonces es por mamá (Artemisa), que mamá (Penny) es tan buena? —preguntó Luna. Artemisa le sonrió a su hija y asintió.

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Cuando desperté, suspiré. Intentando convencerme de si fue un sueño, o si fue algo real. Pero decidí, que solo había una forma de saberlo, y aunque era de noche, fui a la armería.

Era un asco, el no tener visión nocturna o vista de lechuza. Aun así, logré llegar la armería, y me costó bastante, casi tres horas, abrir ese candado. Agarré un arco, un Carnac lleno de flechas, y fui hacía la zona de tiro con arco. Coloqué la flecha en la cuerda y la tensé. —Recuerda. Espada recta, piernas juntas... saca pecho y respira, antes de disparar —recordé a Quirón, la primera vez, que lo intenté y seguí sus indicaciones. Dejé ir la flecha.

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Artemisa y las Cazadoras, tomaron aire y escucharon la lectura.

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Tal y como lo había dicho, Lady Artemisa en mi sueño, fue un tiro perfecto.

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Teseo y Zoë, abrazaron a su madre, quien reía con ellos, y les hacía cosquillas.

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Practiqué por varias horas. Al final, suspiré, y decidí que, al día siguiente, le daría un sacrificio a Lady Artemisa.

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Cuando llegó el periodo de las vacaciones de invierno, mi madre me preparó una bolsa de viaje y unas cuantas armas letales y me llevó a un nuevo internado. Por el camino recogimos a mis novias Clarisse y Thalía.

Desde Nueva York a Bar Harbor, en Maine, había un trayecto de ocho horas en coche. La aguanieve caía sobre la autopista. Entre aquella ventisca y lo que nos esperaba, estábamos demasiado nerviosos para decirnos gran cosa. Salvo mi madre, claro. Ella, si está nerviosa, todavía hablaba más, contándoles a mis novias, algunas historias embarazosas de mi época infantil.

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—Ambos saben de esas historias, ¿verdad? —preguntó Sally, a Poseidón y Anfitrite, quienes sonrieron con cariño a Sally y a una Penny quien parecía desear, que se la tragara la tierra.

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Cuando llegamos finalmente a Westover Hall estaba oscureciendo y mi madre ya les había contado las anécdotas más embarazosas de mi historial infantil, sin dejarse una sola.

Thalía limpió los cristales empañados del coche y escudriñó el panorama con los ojos entornados.

Westover Hall parecía un castillo maldito: todo de piedra negra, con torres y troneras y unas puertas de madera imponentes. Se alzaba sobre un risco nevado, dominando por un lado un gran bosque helado y, por el otro, el océano gris y rugiente. — ¿Segura que no quieres que las espere? —preguntó mi madre.

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Hera y Anfitrite asintieron, ante las palabras de Sally.

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Seguras —le dije yo, algo nerviosa. —Desconocemos, cuanto tiempo nos llevará el rescate. Solo puedo desear, para que Tique nos sonría. —Mamá me besó en la frente, y abrazó a mis novias, mientras arrancaba.

Será mejor que entremos ya. —Dijo Clarisse. —Grover debe de estar esperándonos.

Tienes razón. —Contestó Thalía —Me pregunto qué habrá encontrado aquí para verse obligado a pedir socorro.

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Los dioses se miraron unos a otros, y luego al Sátiro. —No voy a decir nada, para eso estamos leyendo.

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Yo alcé la vista hacia las negras torres de Westover Hall. —Nada bueno, me temo. —Las puertas de roble se abrieron con un siniestro chirrido y entramos en el vestíbulo entre un remolino de nieve. —Wow —fue lo único que logré decir. Aquello era inmenso. En los muros se alineaban estandartes y colecciones de armas, con trabucos, hachas y demás. Yo sabía que Westover era una escuela militar, pero quizá se habían pasado con la decoración. Me llevé la mano al bolsillo, donde siempre guardo mi Tridente. Percibía algo extraño en aquel lugar. Algo peligroso. Thalía se había puesto a frotar su pulsera de plata, su objeto mágico favorito. Los dos estábamos pensando lo mismo: se avecinaba una pelea.

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— ¡ACCIÓN, QUE BIEN! —dijo Ares feliz.

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Me llegaban los ecos de una música desde el otro extremo del vestíbulo. Parecía música de baile. Escondimos nuestras bolsas tras una columna y empezamos a cruzar la estancia. No habíamos llegado muy lejos cuando oí pasos en el suelo de piedra y un hombre y una mujer surgieron de las sombras. Los dos llevaban el pelo gris muy corto y uniformes negros de estilo militar con ribetes rojos. La mujer tenía un bigote disperso, mientras que el tipo iba perfectamente rasurado, lo cual resultaba algo anómalo. Avanzaban muy rígidos, como si se hubiesen tragado el palo de una escoba. — ¿Y bien? —preguntó la mujer. — ¿Qué hacen ustedes aquí?

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—Un profesor, seguramente —lamentó Apolo.

—Espero que tengan una buena mentira, planeada —dijo Hermes.

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Pues... —Caí en la cuenta de que no tenía nada previsto. Sólo había pensado en reunirme cuanto antes con Grover para averiguar qué sucedía, ni siquiera se me había ocurrido que tres chicos colándose de noche en un colegio, podían despertar sospechas. Durante el viaje tampoco habíamos planeado nada. Así que farfullé —: Pues verá usted, señora, sólo estamos...

Nosotros estudiamos aquí. Acuérdese. Yo soy Thalía, y ellos, Clarisse y Penny. Cursamos octavo.

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Todos, especialmente Apolo y Hermes, suspiraron.

Penny besó los labios de su chica del rayo. —Me alegra tanto, que pensaras rápido.

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Señorita Latiza, ¿conoce usted a estos alumnos? —Pese al peligro que corríamos, me mordí la lengua para no reírme. ¿Una profesora llamada Latiza? El tipo tenía que estar de broma.

La mujer pestañeó, como si acabara de despertar de un trance. —Sí... creo que sí, señor —dijo arrugando el ceño. —Clarisse. Thalía. Penny. ¿Cómo es que no estáis en el gimnasio?

—Cuando la Niebla te salva, en lugar de joderte la existencia —dijeron los hermanos Stroll.

Antes de que pudiésemos responder, oí más pasos y apareció Grover jadeando. — ¡Vinieron...! —Se detuvo en seco al ver a los profesores —Ah, señorita Latiza. ¡Doctor Espino! Yo...

¿Qué ocurre, señor Underwood? —dijo el profesor. Era evidente que Grover le caía fatal. — ¿Y qué significa eso de que han venido? Estos alumnos viven aquí.

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— ¡GROVER! —se quejaron todos, y el Sátiro intentó esconderse.

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Grover tragó saliva. —Claro, doctor Espino. Iba a decirles que han venido... de perlas sus consejos para hacer el ponche. ¡La receta es suya! —Espino nos observó atentamente. Llegué a la conclusión de que uno de los dos ojos tenía que ser postizo. ¿El castaño?, ¿El azul? Daba la impresión de querer despeñarnos desde la torre más alta del castillo.

Pero la señorita Latiza dijo entonces con aspecto de funámbula: —Cierto. El ponche es excelente. Y ahora, andando todos. No volváis a salir del gimnasio. —No tuvo que repetirlo. Nos retiramos con mucho «sí, señora» y «sí, señor» y saludándolos al estilo militar. Nos pareció lo más adecuado allí.

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Los dioses bromistas, como Apolo y Hermes, junto a algunos de sus hijos, comenzaron a suspirar exageradamente.

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— "Casi lo arruinas, pedazo de cabra" —le riñó Clarisse, bajando la voz y le dio un golpe en la cabeza, haciéndolo sonrojarse.

¡Por los pelos! —dijo— ¡Gracias a los dioses han llegado! —Thalía lo abrazó, Clarisse asintió con la cabeza, y yo le abracé también.

Bueno, ¿y qué era esa cosa tan urgente? —le pregunté. Admito que estaba, un poco impaciente, debido a que sentía el asecho de algún monstruo.

Grover respiró hondo. —He encontrado dos.

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— ¿Dos mestizos? —preguntaron los dioses, sorprendidos.

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¿Dos mestizos? —dijo Thalía, sorprendida. — ¿Aquí?

Encontrar un solo mestizo ya era bastante raro. Aquel año Quirón había obligado a los sátiros a hacer horas extras, mandándolos por todo el país a hacer batidas en las escuelas (desde cuarto curso hasta secundaria) en busca de posibles reclutas. Corrían tiempos difíciles, por no decir desesperados. Estábamos perdiendo campistas y necesitábamos a todos los nuevos guerreros que pudiésemos encontrar. El problema era que tampoco había por ahí tantos semidioses sueltos. —Dos hermanos: un chico y una chica —aclaró. —De diez y doce años. Desconozco su ascendencia, pero son muy fuertes. Además, se nos acaba el tiempo. Necesito ayuda.

Muy bien —dijo ella—. ¿Esos presuntos mestizos están en el baile? —Grover asintió.

Pues a bailar —dijo Thalía. — ¿Quién es el monstruo?

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Luke y Annabeth, la miraron levantando una ceja. — ¿Bailas?

Thalía los miró enfadados. —Claro que sé bailar.

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¡Oh! —respondió Grover, inquieto, mirando alrededor. —Acabas de conocerlo. Es el subdirector: el Dr. Espino.

Una cosa curiosa de las escuelas militares: los chicos se vuelven completamente locos cuando un acontecimiento especial les permite ir sin uniforme. Supongo que, como todo es tan estricto el resto del tiempo, tienen la sensación de que han de compensar o recuperar el tiempo perdido.

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Todos, incluso Nico y Bianca, miraron sorprendidos a Penny. Solo Sally, se atrevió a realizar la pregunta. — ¿Te mandé a algún colegio militar?

Penny se sonrojó. — ¿Recuerdan hace dos libros, sobre que hice que un cañón destruyera el bus escolar? —Todos asintieron, no hacía falta, explicar más.

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Bailé con Thalía y luego con Clarisse.

Entonces, cambié de parejo, a Grover. "Allí están" —Grover señaló con la barbilla a dos jóvenes que discutían en las gradas. — "Bianca y Nico di Anghelo"—La chica llevaba una gorra verde tan holgada que parecía querer taparse la cara. El chico era obviamente su hermano. Ambos tenían el pelo oscuro y sedoso y una tez olivácea, y gesticulaban aparatosamente al hablar. Él barajaba unos cromos; ella parecía regañarlo por algún motivo, pero no paraba de mirar alrededor con inquietud.

¿Ellos ya...? O sea, ¿se lo has dicho? —preguntó Clarisse.

Grover negó. Yo suspiré. —Vamos por ellos y saquémoslos de aquí —dije. Eché a andar, pero Thalía me puso una mano en el hombro. El subdirector, el doctor Espino, acababa de deslizarse por una puerta aledaña a las gradas y se había plantado muy cerca de los hermanos Di Anghelo. Movía la cabeza hacia nosotros y su ojo azul parecía resplandecer.

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—Esto no será fácil para ustedes —lamentó Atenea.

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Deduje por su expresión que Espino, a fin de cuentas, no se había dejado engañar por el truco de la Niebla. Debía de sospechar quiénes éramos. Ahora estaba aguardando para ver cuál era el motivo de nuestra presencia allí. — "No los miren" —ordenó Thalía, entre susurros. — "Debemos de esperar una ocasión propicia para llevárnoslos" —explicó, yo asentí. — "Entretanto tenemos que fingir que no tenemos ningún interés en ellos"

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—Necesitan una distracción —dijo Atenea. Sus hijos e hijas presentes en el lugar, asintieron.

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— "Hay que despistarlo" —susurró Clarisse.

— "Intentemos camuflarnos entre los alumnos" —Susurró Thalía, pero más, hablándome a mí Somos tres poderosos mestizos. — "Caminemos, bailemos y así lo despistamos. Grover: sácalos de aquí" —el nervioso Sátiro, asintió.

Clarisse y yo comenzamos a bailar, ella me decía, que deseaba estar más cerca de su madre. Visitarla, hablarle sobre mí y eso último, me hizo sonrojar. ¿Quería que oficializáramos nuestro noviazgo, ante nuestros padres?

Oh, carajo —gruñí yo, Clarisse me miró sorprendida por mis palabras. —Ares me matará, cuando se lo digamos. Prefiero decírselo, donde los otros dioses, puedan protegernos. —Eso la hizo sonreír como loca, y besarme en los labios.

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Afrodita y sus hijas arrullaron, por la ternura.

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Los Di Ángelo y Grover ya no estaban allí, pero tampoco Espino. ¡Los tres, estaban en peligro! Tal vez ya habrían desaparecido cuando empecé a conversar con las chicas. Yo también sabía lo mío de monstruos. Podía resolver aquello por mi cuenta. Aun así, me alegraba mucho, tener a Clarisse a mi lado. Nos acercamos lentamente, a la salida.

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—Debieron de haber buscado a Thalía, e ir los tres —dijo Zeus, frunciendo el ceño.

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Crucé a toda prisa el pasillo, pero en el otro extremo no había nadie. Abrí una puerta y me encontré de nuevo en el vestíbulo principal. Me quedé pasmado. No veía a Espino por ninguna parte, pero sí a los hermanos Di Angelo, que permanecían al fondo paralizados de terror. Avancé poco a poco, bajando el tridente. —Tranquilos. No voy a hacerles daño. Necesito sacarlos de aquí. Por favor, confíen en mí, los llevaré a un lugar seguro.

Pero no era por mí, que estaban paralizados de terror, sino por lo que estaba detrás de mí. Vi los ojos de la chica abrirse. Me giré, desplegué mi escudo, solo para ser mandada a volar. Ahora no era el Dr. Espino, era un hombre león, quien me rugió y me comenzó a arrojar...

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— ¿Hombre león? —preguntó Artemisa, algo asustada. —Oh, no.

—Mantícora —gruñó Atenea, sintiendo un dolor de cabeza, a punto de nacer.

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Me cubrí con el escudo y sentí los objetos, golpeando contra él. Esquivé dos zarpazos, mientras retrocedía, hasta toparme con la pared. Lanzó un nuevo zarpazo, y yo elevé mi tridente, cercenándole algunos dedos, antes de ser ahorcada, y arrojada como una muñeca de trapo.

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—Bien por cortarle los dedos, y mal porque estás volando de un lado a otro, hermana —dijo Orión con una mueca.

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Al levantarme, lo hice apoyando mi espalda contra la pared, solo para abrir mucho mis ojos, y agacharme, cuando el hombre león, perforó con sus garras, el sistema de aspersores, lo cual me permitió tener más agilidad, velocidad y fuerza, lanzándole un golpe a la cara, con mi escudo, y luego otro. Antes del tercero, tuve que cubrirme, porque me arrojó espinas.

¡Penny, vamos! —me dijo Clarisse.

Gracias al agua, que ahora estaba en el suelo, pude manipularla, y atar al Dr. Espino con cadenas. — ¡HEY, VAMOS! —los Di Anghelo nos siguieron, y junto a Grover y Thalía, venía una chica de piel morena, cabello crespo de color castaño oscuro y ojos dorados.

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Hades intentaba por todos los medios, no cambiar a Plutón, pero reconoció la descripción de la chica. Estaba feliz, de que su hija, ya no estuviera atrapada en el Campo de Castigo.

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¡¿Y AHORA QUÉ?! —preguntó Bianca (gritó, más bien), nosotros estábamos contra la ventana.

Cariño, ¿puedes hacernos una plataforma de agua, o un ascensor acuático? —pidió Clarisse, sacando su lanza y su escudo.

Fruncí el ceño. —De poder puedo, nena, pero no sé hacía donde...

¿Qué le pediste? —nos preguntó la chica Bianca, bastante desubicada. — ¿Cómo le dijiste?

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Todos miraron con algo de enfado, a la hija de Hades (aunque todavía, no sabían que lo era). Ella levantó las manos, para apaciguarlos a todos. —Estaba recibiendo demasiada información, en muy poco tiempo. —Se excusó. —Lo de tener ante nosotros, a un hombre león y que Clarisse le pidiera crear una plataforma acuática y eso, ya era bastante. Preguntaba por eso, no por el hecho de que ella fuera lesbiana.

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Thalía y Clarisse, la miraron con el ceño fruncido, justo cuando yo ya estaba partiendo la ventana, haciendo que la chica Hazel y Nico, se asustaran porque mi accionar. Me miraron como si estuviera loca. Luego, los tres semidioses, ahogaron un grito, cuando me vieron pasando una pierna, por encima del vacío.

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—Creí que se tiraría al vacío. —Confesó Nico, sufriendo un escalofrío. —No me importaba tanto, el hecho de que nos abandonara, sino el hecho de que fuera a (supuestamente) suicidarse.

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En eso, vieron como yo le daba forma a una plataforma de hielo, que flotaba sobre un geiser de agua. —Rápido, no podré sostener el geiser por mucho tiempo. —Mis novias y Grover pasaron, y luego los Di Anghelo y su amiga Hazel. Haciendo movimientos con mis brazos y muñecas, nos guie, sanos y salvos, hasta la entrada de Westover.

¡¿Cómo hiciste eso?! —preguntó el chico, con un exceso de azúcar, se veía asombrado y emocionado, acercándose a mí e invadiendo mi espacio privado. — ¡¿Puedes controlar el agua?!

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Todos comenzaron a reírse de Nico, quien convocó sombras, volviéndose una silueta, y fundiéndose en la sombra de Will Solace, quien miró su propia sombra, con cariño.

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No pude evitar reírme, ante la emoción del joven. —Sí. Puedo controlar el agua. Puedo volverla hielo o volverla vapor. Soy Penélope Jackson... —Me detuve. Sabía que debería de estarles explicando, porqué su profesor, se transformó en un Hombre León, y sobre mis habilidades, pero no sabía, ni como empezar a hablar del tema mitológico.

¿Jamás les ha pasado, que ven cosas extrañas? —preguntó Thalía, ellos se miraron. —Personas con cuernos o con piel escamosa, con colas extrañas. —Se miraron entre ellos, y asintieron.

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—No lo están haciendo nada mal, para tener en cuenta, la adrenalina que llevan encima —dijo Ares sonriente.

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Ustedes tres, no son humanos. —Dijo Grover. —Uno de sus padres, es un ser humano normal. El otro es un dios. Una deidad Olímpica.

Los dioses están vivos actualmente, y viven aquí mismo: en los Estados Unidos. —Dijo Clarisse. —Soy hija de Ares, así que soy buena con las armas. Mi amiga rockera, es hija de Zeus —Thalía hizo que los rayos aparecieran en su mano.

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Zeus hinchó el pecho, de orgullo.

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Bianca abrió los ojos, como si hubiera recordado algo importante, y me miró intensamente. — ¡Creaste cadenas de agua, sobre el profesor Espino! —me señaló. — ¿Hija de Poseidón? —Yo le sonreí, y asentí. — ¿Y dicen que nosotros tres, somos hijos de algún dios? —Los cuatro, asentimos. En eso, la puerta se abrió, y el Sr. Espino, estaba allí.

Rugió y nos disparó espinas. Yo me armé con mi arco, y comencé a dispararle flechas, Thalía invocó rayos, y destruyó las espinas, que mis flechas no destruyeron.

Entonces oí un sonido nítido y penetrante: la llamada de un cuerno de caza que sonaba en el bosque. La Mantícora se quedó paralizada. Por un instante nadie movió una ceja. Sólo se oía el rumor de la ventisca y el fragor del helicóptero. — ¡No! —dijo Espino—No puede... —Se interrumpió de golpe cuando pasó por mi lado una ráfaga de luz. De su hombro brotó en el acto una resplandeciente flecha de plata. Espino retrocedió tambaleante, gimiendo de dolor. — ¡Malditos! —gritó. Y soltó una lluvia de espinas hacia el bosque del que había partido la flecha.

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Artemisa y las Cazadoras, sonrieron con suficiencia. Estaban allí mismo, en el Campo de Batalla, tras la Mantícora.

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Pero, con la misma velocidad, surgieron de allí infinidad de flechas plateadas. Casi me dio la impresión de que aquellas flechas interceptaban las espinas al vuelo y las partían en dos, aunque probablemente mis ojos me engañaban. Nadie —ni siquiera los chicos de Apolo del campamento —era capaz de disparar con tanta precisión.

La Mantícora se arrancó la flecha del hombro con un aullido. Ahora respiraba pesadamente. Intenté asestarle un mandoble, pero no estaba tan herida como parecía. Esquivó mi estocada y le dio un coletazo a mi escudo que me lanzó rodando por la nieve. Cuando vino sobre mí, yo sonreí, al verlo empalarse a sí mismo. —Como el tío Adamas. —Pensé.

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Los Olímpicos y Semidioses asintieron, recordando al décimo tercer olímpico y gemelo de Hestia, de la otra dimensión.

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Lo resolviste rápidamente —me alabó una chica, ésta algo más joven que yo; tendría doce o trece años. Llevaba el pelo castaño rojizo recogido en una cola. Sus ojos, de un amarillo plateado como la luna, resultaban asombrosos. Tenía una cara tan hermosa que dejaba sin aliento —buen trabajo, prima.

Lady Artemisa, es un placer volverle a ver, y.… gracias por don del arco —dije yo, sonriéndole y haciendo una reverencia. —Zoë, me alegra verte de nuevo.

Penélope —me saludó la Cazadora, y miró a mi novia, asintiendo, en lugar de hacer una venia. —Clarisse.

Aunque no es a la Mantícora, a quien estoy cazando en esta oportunidad —dijo mi prima, arrodillándose en el suelo, como buscando huellas. —Tuve un sueño premonitorio, y siento que es urgente que sigamos este camino, para poder adelantarnos a los hechos actuales, y conseguir ventaja en la guerra. Necesito que las Cazadoras, vayan al Campamento. Cuando llegue el momento, ustedes lo sabrán. Zoë, deberás de venir, deberás de seguir mi rastro, acompañada por Penélope, Thalía y dos personas más, pero ya sabrás quienes son.

¿Eres la diosa Artemisa? —preguntó Bianca, llamando la atención de la diosa.

Lo soy. —Respondió la diosa pelirroja. —Es un placer conocerlos a todos. Y antes de tomar una decisión precipitada, Bianca Di Anghelo, prefiero que vayas al Campamento y aprendas de Quirón. —Bianca frunció el ceño, y asintió. —Zoë, levanta las tiendas, por favor.

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Todos los dioses, miraron extrañados a Artemisa. Ella no solía perder la oportunidad, de sumar a nuevas Cazadoras. ¿Por qué era tan cortante con Bianca?

—Me pregunto... ¿Qué podría haber, en ese sueño? —preguntó Apolo confundido, y frunciendo el ceño. — ¿Tendría que ver con Bianca? —se preguntó, y miró a su hermana. — ¿crees que se unirá a la Caza?

Artemisa frunció el ceño. —No admitiría a una nueva cazadora... si es que tuviera debilidad por los chicos, si pesara en sus espaldas una maldición, o si estuvieran un peligro inminente.

Piper McLean, le entregó el libro a Malcolm, uno de los hijos de Atenea. —Capítulo 34: Conversación, y Los Di Anghelo y Hazel, se ponen a prueba.

—Las pruebas para determinar, quien es su padre divino, me imagino —dijo Atenea, todos hicieron sonidos, de haber caído en la cuenta.