mariapotter2002: muchas gracias!
Nena Taisho: Lo sé, en el mío también... pero así podré dedicarme a escribir nuevos fics!
Alex: Muchas gracias!
Nora Cg: muchas gracias! A mí también me encanta como ha ido evolucionando su relación :)
Capítulo Treinta y Nueve
Llamas
La últimas dos semanas antes de que Hermione presentara su proyecto de ley a favor de los semihumanos y criaturas mágicas ante el Wizengamot pasaron demasiado rápido.
Tanto ella como Draco habían ido a recibir a sus padres al aeropuerto de Londres para acompañarlos hasta su nueva y mejorada casa.
Su madre Jean gritó al ver el anillo que llevaba en el dedo y Peter miró a Draco seriamente, haciendo que él diera un paso atrás. Finalmente le ofreció su mano, estrechándosela y dándole la bienvenida a la familia.
Ambos habían decidido que la boda sería en primavera, en un sitio que era muy importante para los dos. Especialmente para Draco.
Tan solo sus amigos más cercanos sabían que aquel era un trámite completamente innecesario. Sus almas y cuerpos ya estaban unidos en un vínculo mágico irrompible.
Tras el viaje a Italia, Hermione había vuelto del Ministerio tras su primer día de trabajo con una copia del formulario 1026-D ya firmada por ella. Y al día siguiente la entregó en su departamento con la firma de Draco, haciendo que ambos quedaran registrados como compañeros.
Las Veelas sin compañera tenían fama de ser peligrosas y difíciles de controlar. Y eso, justo al incidente del Callejón Diagon habían forzado a Draco a permanecer lejos de zonas públicas, esperando hasta que las aguas se calmaran.
Él reducía a cenizas cualquier ejemplar del Profeta que se cruzara en su camino. Era raro el día que Rita Skeeter no publicaba nada sobre lo peligrosos que eran los medio humanos como él.
En su opinión, hombres lobo y Veelas deberían estar bajo el estricto control del Ministerio.
Hermione se ponía furiosa cada vez que escuchaba el nombre de esa mujer. Lo primero que pensaba hacer cuando la nueva ley fuera aprobada era exigir su dimisión.
No iba a parar hasta conseguirlo. Rendirse no era una opción.
Quería que Draco fuera totalmente libre, igual que ella. Que algunas de las injusticias del mundo mágico pasaran a la historia.
Había revisado todo hasta la extenuación, y él se dedicaba a leer y releer el borrador mientras ella estaba trabajando.
Era perfecto. Al Wizengamot no le iba a quedar más remedio que aceptarlo.
Hermione suspiró y salió de su despacho, mirando de reojo el calendario que colgaba en la pared del fondo.
Dos días. Solo quedaban dos días.
El ascensor se detuvo en el Atrio y caminó hacia una de las chimeneas con su abrigo en la mano. Las llamas verdes rodearon su cuerpo, dejándola poco después sobre las ascuas de la chimenea de Grimmauld Place.
Harry y Draco la estaban esperando en la cocina con la cena preparada.
—Hola, chicos —saludo, dejándose caer sobre una de las sillas de madera y resoplando con fuerza.
Harry sonrió levemente y Draco arqueó una ceja, sacando una cerveza de mantequilla del frigorífico y echándola en un vaso. Se acercó a ella y lo dejó sobre la mesa.
Ella le dedicó una sonrisa de agradecimiento, calentando la bebida con un golpe de su varita.
Los tres compartieron la comida mientras repasablan el plan por décima vez. Harry, Ron y Narcissa estarían en las bancas del tribunal, preparados para dar su testimonio si era necesario.
Aunque, si todo salía tal y como Hermione lo había planeado, no haría falta llegar a eso.
Media hora después Draco y ella se despidieron de Harry, subiendo las escaleras hasta la segunda planta y entrando en su cuarto.
Él la rodeó con sus brazos nada más cerrar la puerta, girándola y atrapando sus labios entre los suyos.
Hermione cerró los ojos, dejando que los besos de Draco borraran todas las preocupaciones de su mente por un momento. Jadeó cuando él profundizó el beso, dando un paso atrás.
—Estoy agotada.
—Lo sé, Hermione —Draco hundió las manos en sus rizos, sonriendo y rozando la punta de su nariz con la suya. —Solo quiero besarte un poco más.
Hermione suspiró cuando se inclinó y reclamó de nuevo sus labios, uniendo sus lenguas en un beso lento y tortuoso que despertó esa pequeña llama que se encendía en su interior cada vez que él la tocaba.
Draco parecía insaciable, como si nunca pudiera tener suficiente. Cada noche la besaba hasta dejarla sin aliento, tomando posesión de su cuerpo de todas las formas imaginables y lamiendo la marca de cuello con cada embestida de sus caderas.
Ella ya había tenido que reparar la ducha del segundo piso varias veces. Tal como le había prometido, unos días después de volver de la villa italiana ambos pasaron más de una hora bajo el agua con la espalda de Hermione presionada contra la pared mientras él entraba y salía de su interior con desesperación, mordiendo y succionando cada centímetro de piel que sus labios podían tocar.
Jamás olvidaría la reacción de Draco cuando decidió probar a hacer lo que él tanto adoraba, arrodillándose ante él y mirándolo a los ojos para no perderse ni una de sus expresiones. Sus alas plateadas salieron de su espalda en cuanto lo rozó con sus labios, partiendo la mampara de la ducha en mil pedazos.
Por suerte ella la arregló fácilmente después con unos cuantos movimientos de varita, agradeciendo que Harry no estuviera en casa en ese momento y no hubiera escuchado el ruido de cristales rotos o los rugidos de Draco.
La necesidad de sentirlo cerca ocupaba cada rincón de su mente, impidiéndole concentrarse en su trabajo. Draco le aseguró que era normal sentirse así tras haber sellado el vínculo, y que todo volvería a la normalidad tras algunas semanas.
Pero ella dudaba que alguna vez fuera capaz de mirarlo y no querer comérselo a besos. Se sentía completa por primera vez en su vida, aunque nunca había notado que algo le faltaba hasta que Draco ocupó ese hueco que estaba oculto en lo más profundo de su corazón.
A la mañana siguiente se despertó envuelta en sus brazos y sonrió al moverse y escucharlo suspirar.
—¿Qué hora es? —preguntó Draco con voz ronca, apretándola de nuevo contra su pecho para que no pudiera alejarse.
Ella se rio suavemente, girando sobre el colchón y peinando hacia atrás los mechones rubios que caían sobre su frente.
—Hoy tenemos mucho que hacer.
Draco abrió sus ojos grises y la miró fijamente mientras una pequeña sonrisa se extendía por su rostro.
—A Potter no le va a gustar.
Hermione dejó salir un largo suspiro. La idea de que se mudaran y dejaran de vivir con él no le había hecho gracia a su mejor amigo.
A pesar de que los había pillado más de una vez con poca ropa y dando rienda suelta a su pasión en uno de los sofás, o en la encimera de la cocina mientras Draco preparaba uno de sus platos, Harry no quería quedarse solo en aquella casa tan grande.
Y aún faltaban ocho meses para que Ginny volviera de Hogwarts.
Tras una ducha rápida por separado para evitar distracciones ambos descendieron las escaleras hasta la planta baja, encontrando a Harry en la cocina con el desayuno ya preparado.
Él torció el gesto al verlos aparecer, desviando la mirada y bebiendo un gran sorbo de su café. Hermione suspiró de nuevo, acercándose a él y rodeando su cintura con el brazo.
—No podíamos quedarnos aquí para siempre, Harry —murmuró, apoyando la cabeza en su hombro.
Él se encogió de hombros y resopló.
—No me habría importado. Esta casa se va a quedar muy solitaria sin vosotros.
Draco se sentó en la silla frente a ellos, eligiendo una de las galletas de chocolate que él mismo había horneado el día anterior y dándole un bocado.
—Vendremos a visitarte, Potter.
Hermione asintió con una sonrisa.
Harry los observó a los dos en silencio un momento. Se sentó al lado de ella y dejó su taza ya vacía sobre la mesa, cruzándose de brazos.
—Cuando termine tu periodo de prueba voy a presentar mi dimisión.
Draco levantó la mirada con el ceño fruncido y Hermione giró la cabeza, muy sorprendida.
—¿Qué?
Los ojos verdes de Harry se posaron sobre ella y vio una chispa de temor en ellos.
—No quiero ser auror —admitió en un susurro.
Ella tragó saliva.
—Oh.
Sabía que dejar ese trabajo haría que Harry se sintiera culpable. El mundo mágico había reaccionado con ovaciones y aplausos en cuanto se unió al Departamento de Seguridad Mágica, y no vería con buenos ojos que diera un paso atrás.
Pero su amigo ya había dado demasiado por una sociedad que no se merecía nada más de él.
Draco la miró de reojo con una ceja levantada, como si pudiera adivinar sus pensamientos.
—Siempre he pensado que no deberías dedicar más tiempo a lo que llevas haciendo toda tu vida —comentó con tranquilidad, ladeando la cabeza mientras llenaba su taza y la de Hermione. —Está bien que dejes que otros atrapen a los malos por una vez.
La sonrisa de Harry fue la única confirmación que Hermione necesitaba. Si su amigo pensaba que un cambio era lo mejor para él, contaría con todo su apoyo.
—McGonagall me ha dicho que el puesto de profesor de defensa contra las artes oscuras me estará esperando cuando decida dejarlo.
—¡Eso es genial, Harry! —Hermione lo abrazó de nuevo, muy sonriente. —Serás un profesor increíble.
Ya lo había demostrado cuando estuvo al frente del Ejército de Dumbledore. Él se rascó la nuca, apartando la mirada para ocultar su sonrojo.
—Gracias —murmuró, suspirando por la nariz. —Eso espero.
Draco se puso de pie, palmeando el hombro de Harry al pasar y deteniéndose al lado de Hermione.
—Vamos, Granger. El muggle nos estará esperando para darnos las llaves.
Habían comprado una pequeña casita en la zona muggle de Londres, muy cerca de donde vivían los padres de Hermione. Y aquella mañana la pensaban dedicar a unir su chimenea a la Red Flu y repartir todas sus pertenencias por las habitaciones con la ayuda de los elfos de la Mansión Malfoy.
A mediodía ya estarían instalados en su nueva casa, y por la noche todos sus amigos estaban invitados a cenar para inaugurarla. Incluidos los Slytherin.
Harry puso los ojos en blanco mientras ella se levantaba y cogía su bolso de cuentas.
—¿Vas a dejar de llamarla Granger algun día?
Hermione cruzó una mirada con Draco, sintiendo que sus mejillas enrojecían al ver la sonrisa torcida que había en su rostro.
Cuando estaban solos él la llamaba por su nombre constantemente, susurrándolo en su oreja y murmurándolo entre sus labios.
El entrecejo de Harry se arrugó.
—¿Qué significa esa mirada? —preguntó, entrecerrando los ojos.
—Nada —Hermione se aclaró la garganta, maldiciendo a Draco internamente cuando lo escuchó reir entre dientes. —Nos vemos esta noche, Harry. Dile a Ron que traiga a Padma —añadió, dando media vuelta y caminando hacia la puerta.
Él no tardó en seguirla, atrapándola antes de que llegara a la chimenea.
—¿Por qué no le explicas cuándo digo tu nombre?
Ella apretó los labios, golpeando su hombro. No pudo evitar sonreír cuando lo escuchó reir otra vez.
La risa de Draco era contagiosa, y nunca lo había visto tan feliz.
—Mi Hermione —susurró él, dejando un beso corto sobre sus labios. —Esta tarde iremos a la mansión. Mi madre no está y creo que te vendrá bien relajarte en la piscina.
—¿Relajarme? —preguntó ella, arqueando las cejas.
La sonrisa de Draco se amplió.
—O volverte loca. Lo que prefieras.
Ella puso los ojos en blanco y golpeó su brazo, alejándose de él.
—Idiota —murmuró entre dientes, cogiendo un puñado de polvos flu e ignorando el calor que sentía en las mejillas.
—Tú fuiste la que dijo que quería darse un baño ahí conmigo —comentó él, colocándose a su lado y apartando sus rizos para besar la curva de su cuello. —Yo solo cumplo tus deseos.
—¿No íbamos a llegar tarde?
Draco arrugó la nariz y dio un paso atrás.
—Me distraes demasiado.
—¡Eres tú el que me distraes! —protestó ella con el ceño fruncido.
Draco volvió a sonreír y sujetó su mano, abriendo su palma y dejando caer los polvos sobre la chimenea.
—Digamos que los dos nos distraemos mutuamente.
Hermione suspiró, sonriendo cuando él entrelazó sus dedos con los suyos y se adentraron juntos en las llamas verdes.
—¿Hay algo más que quiera añadir, Señorita Granger?
Hermione bajó la mirada a su libreta, asegurándose de que había mencionado cada uno de los apartados. Volvió a mirar a los miembros del tribunal mágico, contemplando cada uno de sus rostros, y asintió.
—De hecho, sí. He traído varios testigos —murmuró, dejando la libreta sobre la mesa que había ante ella.
Las puertas de la sala se abrieron y Draco las atravesó. Llevaba puesto un traje negro y su mirada no se desvió de la de ella ni un segundo, caminando hasta sentarse en la silla que había a su lado.
—Todos conocen a Draco Malfoy, mitad Veela. Pero sospecho que muchos pensarán que mi opinión sobre él no es objetiva —dijo Hermione, cruzando una mirada complice con Kingsley, que le guiñó un ojo. —Así que he pedido a otras dos personas que nos acompañen hoy.
Los miembros del tribunal se miraron unos a otros cuando las puertas volvieron a abrirse. Una mujer de pelo plateado entró en la sala, tan hermosa que los dejó a todos sin aliento. A su lado caminaba un hombre cuyo rostro tenía varias cicatrices y que parecía querer estar en cualquier otro sitio menos allí.
—Ella es Nadine Delacour, madre de Fleur Delacour y mitad Veela residente en Francia —anunció Hermione, inclinando la cabeza hacia la mujer cuando se sentó junto a ellos. —Y Tom es un hombre lobo, líder del clan que vive en el norte de Escocia.
Tom también tomó asiento, entrelazando sus manos y observando al tribunal con desconfianza. Hermione se colocó tras los tres testigos, cruzándose de brazos y mirando fijamente a los miembros del Wizengamot más mayores, que eran los más criticos con su proyecto de ley.
—Creo que todos deberían escuchar sus historias con atención antes de tomar una decisión.
Nadine se puso de pie, saludando a todos con un movimiento de barbilla.
Había llegado el momento de explicar al mundo que los medio humanos existían desde hacía milenios y que merecían los mismos derechos que cualquier otro ser humano.
Hermione jadeó al escuchar el veredicto, limpiándose las lágrimas que corrían por sus mejillas con el dorso de su mano.
Cruzó una mirada con Narcissa, que estaba igual de emocionada, y volvió a mirar al frente del tribunal.
Los flashes de las cámaras la deslumbraron pero no se movió.
Aceptada. El proyecto de Ley había sido aprobado y era efectivo desde ese mismo momento.
Tantos meses de trabajo y noches sin dormir habían dado resultado. Draco y todos los que eran como él volvían a ser considerados humanos.
Unos brazos se enroscaron a su alrededor y sintió unos labios sobre su frente, devolviéndola a la realidad.
—Lo has conseguido, mi amor —susurró Draco con voz temblorosa, apretando su abrazo y suspirando.
Hermione levantó la mirada y su corazón se encogió al ver que él también tenía lágrimas en los ojos.
—No habría podido sin tu ayuda —acarició su mejilla, sonriendo cuando él cerró los ojos. —¿Qué va a ser lo primero que hagas con tu varita?
Draco abrió los ojos, dedicándole una sonrisa tan sincera que su corazón se saltó un latido.
—Preparar un festín para esta noche —desvió la mirada hacia donde estaba el ministro, que seguía charlando alegremente con varios miembros del tribunal. —Invitaremos a todos para celebrarlo.
Harry y Ron llegaron hasta ellos, envolviéndolos en un gran abrazo grupal que hizo reir a Hermione y gruñir una protesta entre dientes a Draco.
Los tres amigos salieron de la sala muy sonrientes, seguidos de Draco y su madre.
Narcissa no podía dejar de llorar, esta vez de alegría, y su hijo aún sonreía mientras caminaba junto a ella con un brazo alrededor de sus hombros.
Todos subieron las escaleras hasta la novena planta y utilizaron los ascensores para subir a la siguiente, saliendo al Atrio donde una lluvia de flashes cayó sobre ellos.
Cerca de la fuente había decenas de periodistas esperando para entrevistarlos, y cientos de curiosos se agolpaban a su alrededor.
Harry, Ron y Hermione los esquivaron con facilidad, acostumbrados a tanta atención indeseada, aunque ella decidió detenerse frente al periodista enviado por El Profeta.
Por suerte no era la maldita de Skeeter, o su reacción habría sido muy diferente.
Harry y Ron se detuvieron junto a la chimenea para esperarla y Narcissa se acercó a ellos, abrazando a Harry con una gran sonrisa.
Draco se quedó al lado de Hermione, ignorando a los reporteros que no dejaban de hacer fotografías.
Ella contestó a las preguntas, anunciando que aquel día pasaría a la historia como uno en el que se había hecho justicia en el mundo mágico.
Hermione sintió un nudo en el estómago y miró a Draco de reojo, viéndolo escanear a la multitud con los ojos entrecerrados.
«¿Qué te pasa?»
Él apretó la mandíbula al escuchar su voz en su mente.
«No lo se. Tengo un mal presentimiento.»
Ella volvió a centrar su atención en el periodista, que seguía haciendo preguntas e intentando desviar el tema a su relación amorosa con Draco.
Hermione torció los labios, revelando lo justo para que el público que leyera esa entrevista entendiera que, aunque la idea de esa nueva ley había surgido para ayudar a Draco, ella lo había hecho por todas las criaturas mágicas a las que el Ministerio de Magia llevaba años dando de lado.
Todo pareció detenerse cuando tres varitas surgieron entre los curiosos, apuntándola directamente al corazón.
—¡Avada Kedrava!
Antes de que pudiera reaccionar Draco se había transformado y rodeado con sus alas, interponiéndose entre ella y las maldiciones imperdonables.
Pero Hermione no pensaba permitir que él muriera para protegerla. Sujetó su cintura y los hizo girar, quedando al frente de nuevo.
Tenía la varita en la mano y apenas tuvo que moverla. Un escudo de protección dorado los rodeó a ambos y se escuchó una explosión cuando los tres rayos de luz verdosa chocaron contra la barrera mágica, desintegrándose al instante.
La gente gritó, huyendo en todas direcciones mientras los aurores corrían hacia el centro del Atrio.
Hermione jadeó, mirando a su alrededor.
Quince personas habían caído al suelo, empujadas por la fuerza de su hechizo protector. Entre ellos los tres atacantes.
Hermione miró a Draco con expresión confundida y vio que su cuerpo estaba envuelto en llamas. Él también la miró y escuchó su voz en su mente.
«Te dije que ahora somos más poderosos.»
Él la soltó y su rugido retumbó por las paredes del Ministerio. Se abalanzó sobre las tres personas que habían intentado asesinarla, empujándolas contra el suelo antes de que pudieran intentar levantarse.
Hermione corrió a su lado e intentó apartarlo de ellos sin éxito. Draco era demasiado fuerte.
Si los mataba, todo lo que habían logrado aquella mañana no habría servido de nada.
Draco rodeó el cuello de uno de los hombres con su garra, levantando su rostro hasta que sus ojos quedaron a la misma altura.
Sus iris plateados centellearon y el hombre jadeó, palideciendo.
—Esta mierda quería acabar contigo porque sabe que así me mataría también a mí —gruñó con voz grave, apretando el agarre alrededor de su garganta.
El rostro del hombre empezó a ponerse rojo. Se estaba ahogando.
—Suéltalos —Hermione dejó de tirar de su brazo y se arrodilló junto a él, colocando las manos en sus mejillas. —Mírame, Draco.
Él obedeció. Su expresión era fría y llena de ira, y sus brazos no dejaban de temblar. Estaba furioso.
—Estoy bien —susurró ella, manteniendo el contacto visual. —Estamos bien.
Draco apretó la mandíbula y hundió más la rodilla en el pecho de otro de los hombres, que gimió de dolor.
—Suéltalos —insistió ella, acariciando su rostro y sonriendo. —No merece la pena.
Lo vio tragar saliva y sus enormes alas se plegaron en su espalda cuando se levantó, sujetando a Hermione entre sus brazos y apartándola de los atacantes.
Harry, Ron y cinco aurores más ya estaban a su lado. Sus dos amigos guardaron las varitas de los tres hombres en sus bolsillos mientras los apuntaban con las suyas, con oleadas de ira chispeando en sus ojos claros.
Otro auror conjuró esposas alrededor de sus muñecas, y los otros cuatro los levantaron del suelo.
—Os vais directos a Azkaban por intento de asesinato —anunció la aurora de mayor rango, moviendo la barbilla hacia las chimeneas.
Los aurores se los llevaron sin mirar atrás.
Hermione se encontró con la mirada aterrada de Narcissa, que estaba paralizada junto a la chimenea con una mano sobre el pecho.
Había faltado muy poco para que todo por lo que habían luchado se arruinara.
Draco rugió en su mente.
«Para lo que ha faltado poco es para que te maten.»
—¡Soltadnos! —gritó uno de los hombres, sacudiéndose con fuerza entre los brazos del auror. —¡Los peligrosos son ellos!
El Atrio permaneció en silencio hasta que los tres desaparecieron entre las llamas verdes, camino de su nueva celda en Azkaban.
Tras lanzar una maldición imperdonable delante de cientos de testigos no era necesario un juicio. La condena era pasar el resto de su vida entre rejas.
Draco sujetó la barbilla de Hermione, levantándola hasta que ella lo miró a los ojos.
—No vuelvas a interponerte entre una maldición asesina y yo, Granger.
Ella arrugó el entrecejo, sacudiendo la cabeza.
—Yo también quiero protegerte, y pienso hacerlo.
El rostro de Draco se suavizó y la observó, paseando la mirada entre sus ojos.
—Nadie me ha protegido nunca de esa forma.
Los periodistas habían vuelto a acercarse y los flashes de las cámaras se reflejaban en las paredes oscuras del Atrio. La noticia del ataque estaría en todas las portadas a la mañana siguiente.
—Pues vete acostumbrando —murmuró ella, colocando las manos sobre su pecho. —No pienso dejar que nadie te haga daño.
Los iris plateados de Draco parecieron volverse líquidos y sus alas temblaron.
—Hermione...
Ella contuvo el aliento cuando se inclinó, besándola como si hubiera pensado que nunca podría volver a hacerlo. Hermione rompió el beso, agarrándose más fuerte a él, y Draco junto sus frentes.
La idea de perderlo la había aterrorizado, aunque había sido capaz de reaccionar a tiempo.
Harry suspiró, mirándolos cuando se separaron.
—Me parece que voy a tener mucho trabajo que hacer durante el tiempo que me queda aquí.
Ron asintió con gesto serio a su lado. Esas tres personas no serían las únicas que intentarían algo así.
—Cuenta conmigo, Potter —gruñó Draco, rodeando el cuello de Hermione con sus brazos y pegándola contra su pecho. —Puedo ayudarte.
Harry observó a sus tres amigos con preocupación. Más aurores habían llegado al Atrio y habían formado un cordón de seguridad alrededor de ellos, impidiendo que alguien más se acercara mientras investigaban lo que acaba de ocurrir y recogían el testimonio de los testigos.
—Creo que ha llegado la hora de volver a sacar la capa de mi padre —anunció en voz baja, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie los escuchaba. —Atraparemos a todo el que intente atacaros, Hermione. Te lo prometo.
Narcissa permaneció en el mismo sitio mientras todos daban su versión de los hechos. Los aurores se dieron por satisfechos tras media hora, murmurando que se marcharan a casa y descansaran.
Hermione miró a Draco de reojo mientras caminaban hacia su madre, con Harry y Ron a su espalda.
—¿Estás más tranquilo?
Él apretó su mano. No hacía ni un minuto que había vuelto a su apariencia humana y todavía podía ver la preocupación en sus ojos.
Y ella aún podía sentir la adrenalina corriendo por sus venas. Sospechaba que ambos necesitarían varias horas para tranquilizarse.
—Vayamos a por mi varita —dijo, agarrando el brazo de su madre con su mano libre y entrando con ambas en la chimenea más cercana. —No pienso despegarme de ella hasta que Potter y el resto de aurores se aseguren de que estás a salvo.
Hermione sonrió mientras las llamas verdes los envolvían.
Draco podía volver a usar su varita.
¡Un penúltimo capítulo bastante intenso! Espero que os haya gustado, los últimos capítulos de un fic son siempre los más difíciles de escribir para mí.
Ya solo nos queda el epílogo, que espero tenerlo terminado para la semana que viene!
