¡Sorpresa, yo por aquí! Para los que pensarais que me había olvidado de estos dos... aquí os traigo la continuación de esta historia cortita.
Es bastante fluffy en honor a este mes de octubre pasado y a varios retos en el género. Quise haberla publicado hace una semana, pero me vi bastante pillada de tiempos y algo desanimada.
Por suerte, tengo más sorpresas Izuochas ya escritas y espero poder compartirlas con vosotras muy pronto.
Para los que seguís el resto de mis historias, pronto actualizaré las que tengo abiertas.
Os dejo leer! Ya comentamos impresiones abajo :)
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HÉROES - IZUKU MIDORIYA
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126.
Uno, dos, seis.
Uraraka lo llevaba apuntado en un papel y grabado a fuego en la cabeza mientras miraba insegura por todas partes. ¿Se habría equivocado de planta? No, debía de ser esa…
Habitación ciento veintiséis.
126.
Uno, dos, seis.
Esa era la habitación de hospital del chico al que le había salvado la vida.
O tal vez fue al revés, porque la vida de Ochaco había cambiado desde que lo conoció hacía cuatro semanas atrás.
Había dimitido.
Y otras ofertas le llegaron, atraídas por su heroísmo en el rescate de la niña de la mafia. Resultó ser que la pequeña había sido secuestrada con anterioridad por la mafia inicial para experimentar con su don y ahora se buscaba el paradero de sus padres biológicos. Eraser Head se había tomado la molestia de darle las gracias públicamente a Uravity y había defendido que actuó con heroicidad y maestría al proteger a la niña de la explosión y el derrumbe, por no hablar de la lealtad que había mostrado al compañero policía con el que había colaborado, además de protegerlos a ellos respectivamente.
Esa noche el teléfono de Ochaco echó fuego de la gente que quería contratarla o entrevistarla, pero Uraraka no tenía la cabeza para eso. Sólo tenía dos cosas en mente:
—Dimitir de su actual trabajo.
—Y que sobreviviera Izuku Midoriya.
No paraba de repetirse su nombre una y otra vez en la cabeza, rezando todo lo que sabía por él. 'Por favor, lucha. Por favor, que se salve. Por favor, por favor…'
La noche después del ataque y de la operación de urgencia, el chico fue inducido al coma para intentar salvar su vida. Estaba realmente muy grave y fue casi un milagro inexplicable que no hubiese muerto en el acto del impacto o momentos después. Lo enviaron directo a la unidad de cuidados intensivos y durante dos semana estuvo con diagnostico reservado. Fue gracias a la amabilidad de la madre del chico que Uraraka pudo tener noticias de él. La mujer estaba tan agradecida con ella por salvarle la vida a su hijo, que decidió mantener el contacto, ya que al no ser familiar del chico Uraraka no tenía derecho a saber sobre su estado.
Estuvo con el corazón paralizado hasta que al fin una noche la madre del chico le dejó un mensaje de voz a Uraraka donde le decía que lo iban a mover a planta. Por suerte había reaccionado bien a la medicación y su cuerpo había aguantado bien todas las operaciones. Se encontraba fuera de peligro.
Fuera de peligro. Gracias, gracias, gracias.
Nada podía sonar mejor aun cuando su estado era muy grave.
Pese a que en ese momento todo en la vida de Uraraka era caos, se sorprendió al encontrar un salvavidas en la tormenta. Uno que fueron extrañamente las conversaciones diarias que mantenía por teléfono con la madre de Izuku, en las que le preguntaba si había habido avances. Aunque bueno, luego siempre se iban por derroteros y acaban hablando de todo y de nada. Era como tener una segunda madre.
Hasta ese momento Uraraka no se había dado cuenta de lo sola que estaba o de lo poco que hablaba con sus propios padres. Tal vez se vio reflejada en la soledad de aquella madre soltera. Había intimado tanto en las últimas semanas con ella, que hasta se sentía incluso mal de haber empezado a saber tantas cosas de la intimidad de los Midoriya.
Estaba saliendo de una rueda de prensa cuando llegó al fin aquel ansiado mensaje de Inko:
Ha despertado.
Y entonces, después de semanas de ansiedad y malestar, volvió a respirar de verdad. De pura felicidad. Tuvo incluso que sentarse en el primer banco que encontró de camino a su casa, porque le temblaban las piernas de la emoción y la tranquilidad de que Izuku Midoriya lo había conseguido. ¡No había muerto! ¡Gracias a Dios o al Universo o a lo que sea que hubiese allí arriba! Gracias a la vida que le había dado una segunda oportunidad a quien de verdad se lo merecía. Y ella, sin saber por qué, se echó a llorar de felicidad en mitad de la calle, releyendo una y otra vez aquel mensaje.
Ha despertado.
Izuku Midoriya.
El chico que casi se desangra en sus brazos… estaba vivo. Y había despertado.
Gracias, gracias, gracias.
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Y ahí estaba ahora, muchos días más tarde, buscando el número de la habitación que le había dado por teléfono aquella buena mujer, junto con el permiso especial para poder verle.
Izuku había despertado muy confuso por lo que había pasado, pero sin duda lo primero que hizo fue preguntar por Eri-chan, agradecido de que la niña se encontrara bien. La televisión le había hecho una entrevista muy breve desde la cama del hospital, donde se había mostrado amable y muy tímido. Mucho más de lo que Uraraka lo recordaba.
Claro que le habían distorsionado la voz y su imagen por protección de datos para/con las víctimas de atentados; pero aun así Ochaco pudo notar aquellos matices. Sí, sin duda se le veía muy tímido y le pareció hasta mono que apenas sabía gestionar los elogios de la prensa, como si ponerse delante de una pistola a tiro marcado fuera algo de sentido común que hubiese hecho cualquiera.
La mafia había roto el trato con la policía, por lo que su caso y otros muchos se hicieron muy sonados en televisión ante la complejidad de la operación en la que habían estado implicados. De ahí que hubiese mucha protección en el hospital y nadie pudiera verle sin el permiso especial que Uraraka había necesitado tres días para conseguir. ¡Y eso que ella era Uravity y tenía privilegios de heroína!
No obstante, toda aquella burocracia ahora le daba igual a Ochaco Uraraka. Ahora sólo quería comprobar con sus propios ojos que aquel chico amable estaba bien. Se lo debía. Eso y un profundo sentimiento de gratitud y esperanza. Algo que no podría pagar ni con todo el dinero del mundo.
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Uno, dos, seis.
Llamó a la puerta ciento veintiséis echándole valor y esperando no haberse equivocado. Estaba tan nerviosa… ¿Estaría despierto? ¿Le estarían haciendo pruebas? ¿la reconocería? Llamó de nuevo para hacerse notar y abrió con cuidado.
—¿Se puede? —preguntó lo más cortés que pudo.
Se oyó un murmullo al fondo.
—Sí mamá, no te preocupes—sonó la suave y dulce voz de él.
Estaba hablando por teléfono sentado en la cama. Levantó la mirada al verla entrar y sonrió al reconocerla.
—Tengo que dejarte, tengo visita—se despidió, haciéndole un gesto a Uraraka para que entrara—. Sí, es ella. Sí, claro. Sí, se lo digo. Sí, yo también te quiero—rodó los ojos, algo avergonzado—. Luego nos vemos.
Colgó y sus ojos fueron directos a los de ella, que lo miraba expectante, conteniendo todo el aire que tenía en los pulmones, sin saber muy bien qué hacer o qué decirle. Luego, tal vez por romper el hielo o por nerviosismo, él le regaló una bonita y cómplice sonrisa. Suficiente para tranquilizar el corazón de Uraraka que sonrió también con timidez.
Izuku estaba conectado a diversos medicamentos y suero por varias vías y tenía todo el pecho vendado bajo la bata de hospital. No obstante, no tenía mala para nada. De hecho, pese a la palidez, se le veía muy radiante. Tanto, que Uraraka se sonrojó, porque no recordaba que Izuku fuera que tan guapo.
—Hola—se atrevió a decir ella con timidez, muy bajito.
—Hola—respondió él, intentando ocultar un leve temblor en la voz.
Se quedaron entonces callados y volvieron a compartir una sonrisa. ¿Por qué estaba tan nerviosa? Se preguntó Uraraka. ¿Cuándo había vuelto a tener 15 años?
—¿Có… cómo estás?—se animó a decir, echándole valor y cerrando la puerta tras de sí. Actuando con normalidad, al menos con la que podía.
—Bien, mejor. Mi... mi madre te manda recuerdos—respondió alegre el chico, luego se apresuró en añadir—. ¿Cómo estás tú? Te vi por la tele.
—Yo también te he visto a ti por la tele.
Volvieron a mirarse como dos tontos sonrientes y se rieron con cierta torpeza. Al final, Uraraka tomó valor para actuar como la mujer adulta que era. Así que se acercó y sentó en la silla al lado de la cama, a su lado. En la silla de visitas, con firmeza y seguridad.
Claro que tenerlo tan cerca la puso aún más nerviosa de lo que pensaba. Porque de cerca le brillaban los ojos. Esos ojos verde esmeralda que hacían juego con su pelo desordenado y revuelto. Esos que hablaban de gratitud, sonrientes, tímidos. ¿Tenía pecas en las mejillas? Caray… qué bonitas eran. ¿Por qué no se había fijado la última vez en ese detalle? Sí que era guapo maldita sea, sí…
—Esto… que bien que hayas venido… yo te quería dar las gracias—se lanzó a hablar a Izuku, mordiéndose el labio y moviendo los brazos un poco arbitrariamente—. No tengo palabras de gratitud suficientes para agradecerte que me salvaras la vida. De no haber sido por ti sin duda no estaría aquí. Mi madre y yo te estamos muy muy agradecidos.
Las palabras fueron tan claras y sinceras, que Uraraka comprendió que Izuku llevaba mucho tiempo pensándolas, dándoles forma en su cabeza. No obstante, no podía aceptarlas. No al menos si no era recíproco.
—No me des las gracias, Izuku—lo tuteó.
Obviamente se habían tuteado antes, pero pensó de pronto que tal vez era irrespetuoso hacerlo. Había recordado que estaba con un desconocido. Uno del que sabía muy poco y a la vez demasiado como para no conocerse de nada.
—Perdona, Midoriya-kun.
Izuku se puso rojo al escucharla, así que movió las manos negando.
—Tranquila, puedes tutearme si quieres. Aunque si no quieres, no. O sea, por mí puedes llamarme Izuku, aunque si es raro para ti puedes llamarme Midoriya. La gente suele llamarme Midoriya, aunque no todos claro… Tú llámame como prefieras. Yo prefiero lo que tú prefieras. Lo que quieras —se apresuró a decir, liándose a sí mismo.
Aquella torpeza y cercanía le dio un respiro a Uraraka. De repente, se sintió mucho más tranquila, como en un lugar seguro dónde podía ser ella misma.
—Izuku—confirmó—. Te llamaré Izuku. Tú puedes llamarme Ochaco. Tenemos la misma edad después de todo, ¿no? —añadió—. No sé si recuerdas lo que hablamos.
Él asintió, con un extraño brillo en los ojos.
—Sí… hay partes que no recuerdo muy bien, pero me acuerdo de casi todo lo que hablamos… de… —pareció dudar—. De tu voz.
Hizo una leve pausa antes de seguir, incapaz de seguir mirándola a los ojos.
—La he oído en sueños también—confesó—. Ha estado conmigo estas últimas semanas.
El corazón de Uraraka se aceleró como una adolescente. ¿Había oído su voz en sueños? Si él supiera cuantas veces ella había repetido las palabras de él en su cabeza.
—Perdón, no quería incomodarte—se apresuró en añadir el chico, rojo como una manzana de caramelo—. No tenía que haber dicho eso, perdona, ha sido raro.
—No, no, tranquilo, tranquilo—lo cortó ella—. Me parece muy bonito. Yo también he pensado mucho en ti estas últimas semanas. Estabas todo el rato en mi cabeza. He estado muy preocupada, rezaba con todas mis fuerzas por ti, porque despertaras pronto.
Obviamente, después de decir eso se apartaron la mirada. El calor le inundó las orejas a Ochaco y no había que ser muy perspicaz para ver que Izuku estaba tan o más rojo que ella. ¡Qué estaban haciendo! ¿Podían tener una conversación normal y menos incómoda? Vamos, eran adultos… no era tan difícil.
—¿C…co…cómo está E… Eri-chan? —consiguió preguntar Izuku, casi leyendo los pensamientos de ambos.
Fue un alivio, porque Uraraka quería morirse de la vergüenza de haberse expuesto de esa manera delante del chico. De haberse abierto en canal en los dos minutos que llevaba con él en esa habitación. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué el corazón le latía tan fuerte? Hacía años que no se ponía así delante de un chico.
—Bi… bien—consiguió decir—. Está bajo tutela de Eraser head. Todavía no han encontrado a sus padres biológicos. Creen que lleva años con los mafiosos. Han estado experimentando con ella… estaba llena de cortes.
La voz de Uraraka se fue apagando al decir aquello, alimentada de un sentimiento horrible de impotencia y rabia. Uno que Izuku que compartía, pese a la serenidad de sus palabras.
—Es imperdonable—dijo rotundo, aunque sin ira en la voz—. Y pagarán por ello—aseguró—. Aunque ahora lo único importante es que ella esté bien y a salvo.
Uraraka asintió, consiguiendo el valor necesario para retomar el contacto visual con Izuku. Al encontrarse con los ojos castaños de ella, él sonrió triste.
—¿Quieres ver algo? —propuso entonces con su suave voz.
Ella asintió.
Izuku le señaló un cajón de cómoda que estaba junto a la ventana y ella se acercó, extrayendo de allí un papel.
—¿Esto? —preguntó observando una hoja metida en un sobre.
Izuku le sonrió y asintió.
—Sí, Eri me hizo un dibujo—dijo orgulloso Izuku—. Todavía no me han dejado verla, pero me lo envío hace dos días. Tú también sales.
Uraraka asintió, con un extraño nudo en el pecho. Era un dibujo muy feo que parecía hecho por alguien con menos edad que la niña. Tal vez eso es lo que pasa cuando le robas la infancia a alguien. No obstante, era bonito a su manera. Uraraka regresó a la silla junto a Izuku, sin dejar de mirar el dibujo. Era verdad, ella también salía. Salían de hecho los dos juntos, tomándola de la mano y al fondo Eraser Head. A Izuku lo había pintado con sangre, pero también con un halo amarillo rodeándolo, como si fuera un ángel. Ella salía muy desproporcionada y algo pelona, pero con una enorme sonrisa que a Uraraka le pareció muy tierna. Se le saltaron las lágrimas.
—Es bonito, ¿verdad? —preguntó Izuku, cercano.
Ochaco asintió, dándole el dibujo a él.
—Cuando lo veo… —explicó Izuku, mirando el dibujo—. Siento que todo ha valido la pena. Que aunque el mundo sea un lugar injusto y hostil, vale la pena seguir luchando si con ello se le puede devolver la inocencia a un niño.
Ella asintió, observando a aquel chico lleno de pecas que miraban sonriente y triste aquel dibujo. Realmente Eri-chan tenía razón. Izuku tenía un halo a su alrededor. Brillaba. Brillaba de manera inexplicable e inexorable, trasmitiendo una paz y una calma que Ochaco no había encontrado en muchas personas.
—Eres un héroe, Izuku—dijo entonces en voz alta Uraraka, materializando sus pensamientos—Le has salvado la vida a esa niña.
Y a mí, pensó para sus adentros.
Él la atravesó con la mirada, húmeda de una extraña emoción.
—Tú me la has salvado a mí—respondió muy bajito—. Muchas gracias, Uraraka-san. Nunca lo olvidaré.
Ella asintió avergonzada y huyendo del extraño calor que de repente sentía en el pecho, se apresuró en cambiar la conversación.
—No ha sido nada—corrió a decir—. Déjame al menos cumplir mi promesa… te, te dije que te invitaría a algo, ¿no?
La lengua se le trabó al decir eso último, al igual que las tripas. Él sonrió, amable.
—Si no lo soñé… —meditó, llevándose la mano a la barbilla—. ¿Dijiste ramen o chocolate caliente?
—¿Seguro que no te hiciste el sordo para no responderme? —bromeó Ochaco.
—Nunca podría olvidar que una chica quisiera invitarme a tomar algo—le siguió la broma Izuku—. Ya te dije que… esas cosas no se me dan muy bien… —casi tartamudeó al hecho de recordar que estuvo coqueteando y flirteando con ella en lo que pensó que eran sus últimos minutos en la tierra—. Qué… qué menos que acordarme.
—¡Pues entonces tenemos una cita! —dijo alegre y divertida, intentando quitarle hierro al asunto, mientras se ponía en pie y levantaba la mano de forma exagerada, medio en broma, medio en serio.
—¿Una ci... cita… ahora? ¿A...a aquí? —preguntó inseguro—. No me dejan salir fuera…
—¡Pues claro, aquí mismo y ahora! ¡Qué mejor sitio! —dijo irónica, como si fuera obvio—. Los hospitales tienen muchísimo encanto… Déjame buscar algo decente y vuelvo. ¡No te muevas! No tardo.
Ochaco desapareció entonces de la habitación y regresó al rato con lo que parecían dos cafés para llevar y una bolsa blanca pequeña. Izuku mientras tanto se había estado poniendo nervioso en in crescendo. Durante su ausencia no supo ni qué hacer. Como le había dicho a Uraraka, estaba condenado al reposo forzoso. Apenas tenía permiso para levantarse tres veces al día de la cama. Básicamente para: orinar, andar un poco e ir a chequeos médicos.
De hecho, ni siquiera le había dado tiempo a asimilar bien que estaba SOLO con Uravity en lo que ella había autodenominado amablemente como una 'CITA'. (Y eso que mentalmente se había preparado para estar con ella a solas cuando su madre lo avisó de que iría de visita). Intentó tranquilizarse. Porque obvio que ella solo trataba de ser simpática y cercana. Era parte de su papel de heroína: hacer sentir bien a los fans. No obstante, ese razonamiento no lo entendía el corazón de Izuku. Ese que además estaba preocupado por su estado limitativo.
Si al chico ya le costaba andar de por sí, ahora le temblaban las piernas como si fuera gelatina.
—¿Has traído café? —preguntó cuando la vio entrar con dos vasos de plástico cerrados y humeantes.
Ella puso cara de boba, sonriendo torpemente. Algo pilla y coqueta. Preciosa como ella sola.
—Lamentablemente no había chocolate ni ramen en este hospital… Y tu médico me ha dicho que no puedes tomar café—se sinceró—. ¡Pero he encontrado algo mucho mejor!
Con ayuda de la chica, se levantó de la cama. Tuvo que venir también una enfermera para que pudieran recolocarle todo lo que tenía entubado en un porta sueros portátil. Uraraka firmó además varios papeles dónde se hacía responsable de que no salieran del recinto, de que no harían nada peligroso y dónde juraba no atentar contra la seguridad de Izuku.
Su madre había pedido también esa documentación en dos ocasiones. La primera, cuando entrevistaron a Izuku (porque lo llevaron a una sala más iluminada); y la segunda, un día que salieron a pasear por los jardines. Ése último fue un día triste. Uno en el que Izuku estuvo de muy mal ánimo al sentirse tan malherido e incapacitado. Sabía que no debía impacientarse, pero cuando despertó del coma apenas podía caminar, hablar con normalidad o coordinar las manos. Por no hablar de que se orinaba encima todo el rato, así que aquella fue la forma que su madre tuvo de animarlo. 'Que le diera el aire, porque era cuestión de tiempo'.
Ahora lo veía todo como un mal recuerdo lejano. Ya se encontraba mucho más recuperado y una extraña vitalidad le inundó el pecho al verse caminando por los pasillos sujetado del brazo de Uravity. De Ochaco Uraraka. De aquella chica tan alegre, hermosa y cercana.
—¿A dónde quieres ir? —preguntó Izuku cuando echaron a andar.
—¡Al sitio más bonito que haya! —respondió muy alegre—. No merecemos menos, obvio. Sé impresionar a mis citas.
—¿Has tenido muchas?—consiguió decir Izuku muerto de timidez.
Uraraka se rio.
—Algo así… pero la mayoría con tipos horribles y algo lelos—dramatizó divertida—. Tengo mis esperanzas puestas en esta.
Izuku bufó divertido, mientras se hacía al esfuerzo físico.
—Espero cumplir entonces con tus expectativas, al menos intelectuales porque físicamente estoy en un estado bastante cuestionable—le siguió la broma el peliverde.
No anduvieron mucho más. Sólo hasta la parte dónde podían coger sillas de ruedas. Izuku estaba todavía demasiado delicado como para caminar tanto. El chico pensó que aquello sería un poco deprimente y vergonzoso, pero nada más lejos de la realidad. Básicamente porque Ochaco era como una niña grande y cuando nadie los veía, corría por los pasillos con Izuku; quien siendo sinceros, aquella dosis de adrenalina le despertó un poco el ánimo.
Luego tomaron varios ascensores hasta llegar a la última planta del último piso. Cuando llegaron ahí arriba, Ochaco señaló unos escalones finales y sin mucho problema acabaron saliendo al rellano de una azotea.
—Caray… —dijo Izuku al observar las vistas desde allí arriba.
Comenzaba a caer la tarde en Tokio, esa de luces naranjas y rosas por el humo de los coches. Esa que se oscurecía bajo las siluetas de los edificios, pero que todavía no había encendido el esperpento de sus luces de neón.
—Ven, desde ahí arriba tendremos mejores vistas—señaló Uraraka el pequeño tejadín construido.
Izuku jadeó irónico, agarrado al brazo de ella.
—Ágil… lo que se dije ágil no estoy como para subir… —dudó.
La única forma de subir era a través de una escalerilla de pared semicolgante. Ella rio, con su bonita voz, sólo para él.
—He firmado un papel donde juraba que no atentaría contra tu vida, tranquilo—dijo divertida—. Pensaba ir por el camino fácil. Ven, dame tu mano.
Izuku la miró a contraluz, con su pelo castaño mecido por el viento naranja y sus ojos brillantes. ¿A lo mejor sí que se había muerto? Luego miró la mano que le ofrecía y comprendió lo que quería decir ella. Una oleada de emoción le invadió el pecho.
—¿En serio puedo…? —intentó decir. Ella le cortó.
—No te asustes si sientes un hormigueo al principio, es normal—explicó—, pero si te mareas mucho avísame.
Él asintió, y sin mucho preámbulo más la tomó de las manos. En ese instante, Izuku perdió la gravedad y todo a su alrededor pareció tornarse volátil. El estómago le dio un vuelco y la adrenalina le recorrió con un suave cosquilleo desde la punta de la nuca a los dedos de los pies.
Estaba flotando.
En gravedad cero.
Sujetado al mundo de las manos de Uravity. De esa chica que se reía suave. Aunque bueno, tampoco hacía falta que ella usara sus poderes para hacerlo sentir así.
Sin mucho problema, Uraraka los elevó hasta el tejado y con sumo cuidado los aterrizó a ambos poniendo especial cuidado en agarrar bien a Izuku cuando anuló su don y pusieron los pies en el cemento.
—¿Bien? ¿No te has mareado?
Él la miró resplandeciente.
—¡No! ¡Ha sido increíble! —dijo animado y alegre—. Guau… qué sensación más extraña. ¿Te sientes siempre así cuando usas tu don? ¿Le afecta de la misma manera a todo el mundo? Es… asombroso, como estar volando…
Izuku parecía fascinado y asombrado, maravillado como un niño. Y ella le miró con ternura.
Se sentaron con cuidado al borde de la pared, con vistas a aquel Tokio que se ennegrecía e iluminaba por igual. Uraraka sacó y repartió el contenido de la bolsa blanca que había estado cargando para la supuesta 'cita'.
—Toma—le ofreció su vaso de plástico a Izuku.
No hacía frío especialmente, pero comparado con la temperatura del exterior, aquel vaso estaba calentito. No era chocolate, ni ramen, ni café… pero era al menos una sopa de verduras bastante nutritiva y rica para ser de hospital.
—Está un poco sosa porque no lleva sal, pero es lo mejor que he encontrado—se disculpó Uraraka.
Él negó, con una sonrisa. Como bendecido.
—Es perfecta—sentenció.
Tú eres perfecta pensó para sus adentros.
En la bolsa llevaba dos panecillos de leche, también sin azúcar ni sal, —en el estilo de la comida hospitalaria— y dos chocolatinas que Uraraka había sacado de una máquina expendedora.
—No le digas a tu médico que te he dejado comer eso—bromeó ella sobre eso último.
—Me llevaré el secreto a la tumba.
Comieron en silencio, observando la ciudad y luego, como dos personas que están con los nervios a flor de piel y a punto del infarto… se pusieron a hablar hasta por los codos.
Charlaron de todo y de nada, desde recetas de sopas a dietas milagro, influencers de cocina, noticias, prensa, agencias de héroes, el reciente escándalo romántico entre MT Lady y Kamui Woods, la última telenovela de moda que causalmente ambos veían, la última peli que habían visto, sus libros favoritos, un reality show que odiaban, criticaron a la sociedad en la que vivían, a la precariedad laboral, al futuro incierto de la juventud, a los sueños fallidos…
—¿Y cómo te enteraste de que eras Quirkless? —llegó a preguntar Uraraka.
Izuku se encogió de hombros.
—Me lo dijeron los médicos cuando tenía cinco años… mi madre estaba preocupada porque no lo había manifestado todavía… y bueno… no hay mucha más historia.
—Eras muy pequeño…—dijo con cierta tristeza Uraraka.
—Sí… supongo que entonces tampoco entendía muy bien qué significaba—explicó—. Yo sólo quería ser como All Might y jugar con mis amigos. No entendí hasta mucho más tarde lo que supone realmente ser quirkless en esta sociedad. Se… se te cierran muchas puertas—añadió.
—¿Ah, sí? ¿A qué te refieres?
Izuku se rascó una ceja, intentando buscar la mejor manera de resumirlo.
—No sé… por ejemplo… —meditó—. Imagina que hay alguien con un don para manipular el agua, los materiales o la temperatura… Es tan fácil como que a la hora de entrar a trabajar en un lugar tan simple como una panadería, por supuesto contraten a estas personas antes que a alguien que no tiene ninguna habilidad extra para hacerlo. Por mucho que cualquiera pueda hacer pan.
Uraraka asintió, consciente de lo que quería decir Izuku. El nuevo gran problema de la sociedad superpoderosa, era qué hacer con los que no pertenecían a ella. Como el drama de los 'X-Men' o el conflicto de la evolución darwiniana. ¿Qué futuro le espera a los que se quedan en los márgenes?
Uraraka siempre había oído de la trata de personas sin don que acaban dedicándose al crimen, a la prostitución o a trabajos precarios. Por no hablar de los índices de pobreza o fracaso escolar.
—Supongo que tampoco hay muchas opciones cuando eres quirkless—concluyó Izuku, aunque extrañamente no había resentimiento en su voz—. Ya partes de que tendrás que esforzarte el doble que el resto para llegar al menos a la mitad de lo que ellos tienen. Una vez entendí eso… empecé a decidir sobre mi vida.
Uraraka se abrazó las rodillas, algo alicaída por esa realidad.
—¿Y decidiste hacerte policía?
Él negó, con una sonrisa.
—Oh no, yo estaba empeñado en ser Héroe e ir a la UA.
Ochaco abrió los ojos, asombrada.
—¿En serio? ¿Tú también quería ir a la UA?
Izuku asintió en la oscuridad. El sol prácticamente se había ido.
—Sí—confesó el chico—. Era mi sueño desde pequeño. Quería ser un héroe, lo deseaba con todas mis fuerzas… supongo que te parecerá un poco ridículo después de lo que te he dicho sobre ser quirkless.
—¡Para nada! —negó Uraraka, que seguía conmovida por la heroicidad de aquel chico sin poderes—. A veces la sociedad es cruel y arbitraria, pero soñar no tiene nada de malo. ¿Sabes que yo me presenté a las pruebas de admisión?
Él la miró asombrado.
—¿En serio? No lo sabía… No lo he leído en ninguna parte. Nunca lo has dicho, ¿no?
Luego se ruborizó. Le daba vergüenza parecer un fan loco. Ella rio, divertida.
—No, nunca lo he dicho… me da vergüenza—explicó—. Fue un fracaso absoluto. No conseguí ningún punto, saqué malísima nota en la parte teórica y encima me rompí la pierna en la prueba final.
—¿Ah, sí?
—Sí… estuve seis meses con muletas y una escayola hasta la ingle—confesó—. Mis padres me apoyaron mucho… fue por ellos que decidí seguir intentándolo una vez más. Al año siguiente me presenté a las pruebas de E.N.O.G.A y me cogieron. ¿Y tú al final no te presentante? —intentó cambiar de tema Uraraka.
Él negó, algo triste.
—Me di cuenta unos días antes que… por mucho que lo quisiera, había cosas a las que tenía que renunciar—explicó–. El primer requisito para ser héroe es tener poderes. Y… estaba cansado de pelear todo el rato contra el mundo. Es un camino agotador y muy solitario…
—Entiendo… —compartió ella—. Es una profesión muy cruel y competitiva. Yo al menos tuve suerte la segunda vez que me presenté.
—La suerte también hay que ganársela—la reprendió Izuku, para que no se quitara mérito—. Y tú eres muy buena heroína. Lo que te dije aquel día… lo pienso totalmente en serio. Vas a llegar muy lejos.
De nuevo a Uraraka el corazón le jugó una mala pasada. Odiaba cuando le palpitaba así y le coloreaba las mejillas con ese descaro.
—¿Sabes que dejé mi agencia? —confesó entonces.
Era raro, pero en ese momento sentía que podía contarle cualquier cosa a Izuku. El chico, además de inteligente y amable, resultaba ser muy bueno escuchando. Ahora se preguntaba, sintiéndose como una estúpida, por qué había malgastado tanto tiempo saliendo con héroes narcisista, ególatras y competitivos… Con lo fácil que era hablar con personales normales y cercanas.
Qué real… se sentía todo aquello. Estar ahí, en la cima de un hospital, hablando con él.
—¿En serio lo has dejado?
Uraraka le explicó que la habían invitado a irse y que ella había dimitido. Le habían llovido muchas ofertas, pero ahora estaba intentando buscarle un sentido a su trayectoria profesional y su vida personal. Estaba cansada de ser la becaria eterna, de que le rompieran el corazón y de hacer lo máximo para no llegar nunca a ser suficiente.
—Tómate el tiempo que necesites, en estas cosas es mejor no precipitarse—le dio su opinión Izuku—. Creo… creo que no hay nada peor que estar en un trabajo que te encanta pero sentirte miserable.
Sus palabras le calaron hondo.
Y tenía toda la razón. Así se había sentido ella durante años. Siendo la página número trece de una revista barata para salidos, revisando papeles y archivando criminales locales a los que nunca les vería la cara, reservando en un restaurante caro de sushi para sus jefes cuando no estaba invitada… No. Iba a darle un cambio a su vida, uno que -irónica y extrañamente- había empezado con ese chico.
Con aquel gesto de amor incondicional que vio en él, de valentía y heroísmo. De pura bondad.
Había oscurecido tanto afuera que a Izuku ya apenas se le marcaban las pecas, sus rasgos bonitos o el calor de sus mejillas. Esas que eran golpeadas con suavidad por su pelo revuelto por el viento. No obstante, Uraraka sentía que en ese momento podía verle hasta el alma.
Lo que le había dicho antes en la habitación era cierto.
Llevaba semanas sin poder sacárselo de la cabeza. Al principio había pensado que era porque se sentía responsable de su vida. Después de todo, ella había salido a su rescate y él era su rescatado. Siempre se teje un vínculo así entre salvador y salvado. Izuku lo había hecho con Eri-chan y es normal. Es un vínculo importante. Uno que no se rompe hasta que el héroe se asegura de que esa persona está bien. Uraraka conocía ese vínculo, a veces para bien y a veces para mal.
No obstante, de repente se dio cuenta de que no era eso lo que la ataba a Izuku. Él no era una deuda saldada. No era un rescate. No era una injusticia o un trabajo bien hecho. Izuku no había estado en su cabeza por eso. Estaba atrapado en sus pensamientos por la simple razón de que la había tocado en lo más profundo del alma con la bondad de su corazón. Porque la había salvado de su propia ira, de la vergüenza, del resentimiento a no ser suficiente. Y ahora que lo volvía a tener delante después de semanas de angustia, vivo, cálido, cercano y sonriente como un ángel… se daba cuenta que no había ido a esa habitación de hospital para visitar a un rescate. Oh, no, ¡qué tonta! No había ido hasta allí para saber que el chico estaba bien y volver a su vida con la conciencia tranquila.
Definitivamente no.
Uraraka estaba allí, aún sin saberlo, porque no podía ni quería dejar escapar a Izuku Midoriya de su vida.
—¿Estas bien? —la sacó de su trance el chico—. Te has quedado callada.
Ella parpadeó confusa, intentando poner los pies sobre la tierra y arrancarse la maldita flecha de cupido del pecho.
—Sí, sí… es sólo… que tienes razón—soltó—. Me sentía un poco así y eso no me hacía bien. ¡Pero va a cambiar! Te lo prometo. Tengo muchos planes—soltó animada.
Él sonrió.
—Me alegra oír eso.
—¿Y tú? —inquirió Ochaco, también luchando contra el viento—. ¿Qué piensas hacer ahora?
Izuku se mordió el labio.
—Supongo que recuperarme y volver al trabajo—respondió tranquilo—. Tendré que esperar a que las cosas se calmen un poco, pero haré todo lo que esté en mi mano para restaurar el orden y conciliar las cosas —expuso—. Sin embargo… creo que no podemos volver a lo de antes. Es corrupto que la policía negocie con secuestradores de niños. Creo que hay que cambiar las condiciones del sistema y empezar de cero. Es intolerable que esto haya pasado delante de nuestras narices y no hayamos hecho nada. Es imperdonable y hay que combatirlo.
—Estoy totalmente de acuerdo—asintió ella—. A veces los héroes también tenemos una doble careta bastante siniestra. Y alguien debe luchar por cambiarlo.
—Sí… menos mal que hay heroínas como tú—soltó—. Me alegra pensar que se puede seguir confiando en la justicia.
—Y héroes como tú—añadió Ochaco, chocando el hombro con él, muy bajito y cercana, consiguiendo que el chico se ruborizara.
Se quedaron mirándose, clavados en los ojos del otro, rodeados por un aura extraña. Una cálida y veraniega que llegaba tarde a aquel otoño tardío de principios de noviembre. Una que los invitaba a la cercanía, a la complicidad y a la intimidad de la torpeza.
De alguna manera el tiempo parecía haberse detenido allí para ellos. Mirándose, escrutando la extraña familiaridad que hay en los desconocidos. Como si se conocieran de una vida pasada o de una realidad paralela. Como si hubiesen estado predestinados a encontrarse en mil vidas, a mirarse mil veces como en ese momento.
—Bueno… Se… se hace tarde —rompió la magia Ochaco, poniéndose en pie—. Y hace un poco de frio aquí arriba, ¿no?
Porque sí.
Necesitaba romper aquello porque estaba segura de que si seguían mucho más tiempo allí arriba mirándose así… iba a acabar besando a Izuku. Estaba desesperada por hacerlo aún cuando no se conocían de nada. Se moría por hacerlo, por probar sus labios, por sentir su sonrisa contra la suya, por sentirse abrazada por su calidez.
Y eso le aterraba.
Tanto como lo deseaba, así que era mejor reservar aquellas emociones para otro momento.
Además, Izuku estaba débil, coger un resfriado no le vendría bien y ella era responsable de él.
—Cla... claro, vamos—desperó también de su trance el peliverde.
Con el mismo mimo del principio, lo ayudó a ponerse en pie y colocar debidamente el porta sueros que habían estado moviendo de un sitio a otro en todo momento. Uraraka volvió a tomarlo de las manos y flotaron con gracia hasta el suelo de la azotea.
Luego y aun sabiendo lo irresponsable que aquello era de su parte, propuso algo indecente. Tal vez porque no se resistía a la mirada de fascinación de Izuku. Esa alegre y vivaz que era adictiva.
—¿Será muy raro si te propongo una locura?
Izuku se limitó a sonreír con los ojos y agarrar con fuerza el porta sueros. Y como quien conoce al otro sin explicación alguna, leyó la mente de Uraraka.
—Soy un temerario por naturaleza…—dijo cómplice.
Aquella parte fue un poco torpe y patética, pero Izuku acabó subido a caballito sobre Uraraka y ella los hizo descender a ambos por la facha del hospital hasta la habitación 126. Flotando en la oscuridad de la noche, en la nada, en la caída libre, entre las ventanas doradas, mecidos por el viento y con la risa tonta de dos niños que están haciendo la mayor de las fechorías.
—¡Pensé que esto sería más digno!—bromeó Uraraka a gritos por el viento, sujetando las rodillas de Izuku y el maldito porta sueros—. Mi vida a veces es un poco patética, ya te acostumbrarás. Soy además bastante torpe.
Sí que visto desde fuera, era bastante ridículo.
El chico no pesaba nada para ella en la no gravedad, pero era raro tenerlo a la espalda, abrazándola con sus cálidos brazos alrededor del cuello. Él sólo sonría contra su oído.
—¿Pero qué dices? —negó él también a gritos para escucharse—. ¡Esto es la cosa más increíble que me ha pasado nunca! ¡Es cómo volar! ¡Como tener poderes!
Como tener poderes. Ella sonrió.
—¡Además, si te sirve de consuelo, a mí en el colegio me llamaban Deku, también era muy torpe!
Uraraka no se lo podía creer. ¡Qué malos y crueles son los niños!
—¿Deku? ¡Qué idiotas! —dijo enfadada—. ¡Además, Deku también significa 'puedo hacerlo'! ¡Y sin duda tú eres una persona que ha conseguido todo lo que se ha propuesto! ¡No es ningún insulto para alguien como tú!—añadió—. ¡Ojalá te hubieses presentado a las pruebas de la U.A! ¡Tal vez nos hubiésemos conocido!
—¿Te imaginas?
—¡Quién sabe! —rio Ochaco, viendo que unos ancianos se asomaban por las ventanas para saludarles.
Ambos les devolvieron el saludo alegres.
—¿Sabes? —le dijo esta vez al oído el chico, para evitar gritar, totalmente sincero—. Para mí es más que suficiente con habernos conocido ahora.
Ella se estremeció al oírle, con un escalofrío que le acarició toda la espina dorsal. Luego entraron por la ventana de la 126.
Llamaron a la enfermera entre risas de adolescentes. Les regañó por la hora y con cuidado la buena mujer ayudó a Izuku a tumbarse en la cama y volver a conectar de nuevo todo en su sitio. Uraraka firmó más papeles donde certificaba que Izuku estaba sano y salvo en su habitación y que no había reportado nada extraño. Luego se despidieron, con una enfática sonrisa imborrable.
Como los días que nunca se olvidan.
—Muchas gracias por venir, Uravi.. Uraraka-San… Ochaco—dijo al fin Izuku, cuando se quedaron solos—. Ha sido... muy especial para mí. No lo olvidaré.
—Y para mí también, lo digo en serio Izuku—se apresuró en decir ella, con la extraña necesidad de hacerle saber a Izuku que aquello lo decía de corazón.
No eran palabras bonitas prefabricadas de heroína. No era una visita de piedad a un hospital. Se lo había pasado realmente bien. De hecho no quería irse, pero debía hacerlo. El horario de visitas había terminado hacía media hora. Además, la madre de Izuku estaría al llegar, ya que la mujer siempre iba en horario nocturno.
¡Dios se había implicado demasiado! ¡Más de lo políticamente correcto! Pero es que le daba igual… se sentía TAN plena. Tan extrañamente… feliz.
—Izuku—dijo entonces ella, sin saber ni dónde había sacado el valor para aquello—. Yo... tengo que irme, pero no quiero hacerlo.
A él se le aceleró el corazón, sin saber ni qué decir.
—Y... quiero que sepas—continuó—. Que me lo he pasado muy bien esta tarde y que todo lo que te he dicho hoy lo pienso de verdad y... no he venido a verte como si fuera un favor. Realmente... quería verte.
Él sonrió, extrañamente conmovido.
—Y... —suspiró la chica, rascándose la nuca, riéndose internamente por la locura que iba a hacer—. Tú... ¿Tienes… algo que hacer el viernes por la noche?
Izuku la miró confuso pero divertido. Esto que le estaba pasando... ¿era real?
—Oh… —exhaló el aire, sorprendido—. Bueno, estoy prácticamente atado a esta cama y con reposo obligado hasta dentro de dos semanas así que…—dijo, con una sonrisa boba—. Consultaré en mi agenda. ¿Por?
Uraraka también sonrió.
—Pues no organices nada—dijo con cierta altanería, nerviosa y torpe como ella sola—, porque tienes una cita conmigo—exageró para evitar que se notara que le temblaba la voz.
Casi pudo oír el corazón de Izuku acelerarse.
—Y traeré ramen, ramen del bueno, del que tiene sal y es caro, del que puedo pagar con mi sueldo de desempleada—añadió divertida—. Así que dime ¿qué clase te gusta?
El peliverde tardó un rato en reaccionar, sin saber cómo, de la noche a la mañana, Uravity en persona le estaba proponiendo tener una cita 'real' con él, con un don nadie. Aquella mujer a la que tanto había admirado. Aquella por la que llevaba arrítmico su pobre corazón todo el día.
—T… to… to…. todas—consiguió decir, como un idiota—. Todas me gustan. ¡El ramen quiero decir! O sea, todas las clases me gustan. Todos están bien. Lo que tú quieras estará bien.
Ella asintió.
—Trato hecho entonces—pactaron.
—Yo… —dijo de repente Izuku—. Le pediré a mi madre que te compre mochis... ¿de Melón? —hizo memoria—. Me dijiste que era tu comida favorita y te gustaba… comer mochis de melón en invierno porque te recuerdan al verano. Es otoño, pero supongo que vale—terminó su deducción. Luego la miró, algo avergonzado— ¿No lo he soñado verdad?
Ella negó, con una sonrisa.
Uraraka no tenía ni idea de qué iba a ser de su vida. No sabía qué quería o hacia dónde se encaminaba su historia como heroína y como mujer. No obstante, de repente tenía una cosa muy clara:
Y es que no iba a volver a infravalorarse jamás. Porque era una buena heroína. Una del tipo que le salva la vida a la gente, que cuida a las personas.
No obstante, eso no era lo único que tenía claro. De repente, había decidido algo más:
Y es que Izuku Midoriya había irrumpido en su vida para quedarse en ella. Y no, por nada del mundo lo iba a dejar escapar.
Ahora bien, suerte, azar o destino… eso ya que lo decidieran otros. Ella se conformaba con darse la oportunidad de vivirlo.
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¡FIN!
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí! Quiero dar las gracias a toda la gente que acogió con tanto amor esta pequeña historia. Me han llegado muchos comentarios fuera comentándome lo mucho que les gustaba la idea de Izuku policía y quirkless. A mí me parece triste, porque sabemos que conlleva renunciar a todo lo que cree y al ver su progresión en el anime y el manga, se ve que es capaz de llegar muy lejos, sólo necesitaba una oportunidad.
Ahora bien, puestos a otra realidad... aquí se han cruzado sus caminos.
Tengo que admitir que durante un tiempo me rondó la idea de que Izuku no sobreviviera, pero a ver... siendo honesta conmigo misma, le tengo demasiado cariño como para algo tan cruel. No se lo merece, y menos después de conocer a Ochaco Uraraka.
Ha sido muy fácil escribir las conversaciones entre ellos aunque me he ido a un tono suave y romanticón que no acostumbro. No obstante, creo que es lo que pedía el reencuentro. ¿Creéis que tendrán muchas más citas?
Supongo que eso es ya otra historia ;P
Como siempre, os agradecería mucho una review y saber si os ha gustado este cierre o si esperabais algo diferente. Esas cosas siempre me ayudan a seguir creciendo como escritora.
Como he dicho más arriba, estoy preparando más Izuochas de distinto corte, que espero publicar prontito.
Gracias a los que apoyáis mis historias y me dais ánimos. También a los anónimos que leen.
Un abrazo!
REVIEWS
Beruni: ¡ay! ¡Qué alegría leerte por aquí! Muchas muchas gracias por dejarme una review. ^^ Tú me alegraste el día a mí jaja Gracias por decir que te gustan mis Izuochas, yo lucho por ellos jajaja porque sí, apenas hay buenas historias de ellos en español y jo ¡Hay que hacerles justicia! Y sí, aquí ellos son un poco diferentes, pero claro... han tenido un pasado distinto. Espero que te haya gustado la combinación de ambos y este final. ¡Ya me dirás qué te pareció!
Kromalex, Soledad Manticora y Ukinea, a vosotras os respondí por privado. ¡MUCHAS GRACIAS!. Por si acaso, si a alguna no le llega que me diga y le copio la respuesta aquí.
Un abrazo!
