CAPÍTULO LIV
Gojō formó parte de la subsecretaría de inteligencia e investigación policial por la época en que adoptó a Fushiguro; sin embargo, no tenía ningún amigo allí. Siempre sería más fácil sobornar a la vieja avariciosa de Enya-ba con anillos y joyas de los que tanto presumía en sus artríticas manos.
A ella le gustaban las peleas, pero odiaba los tumultos. Como cada combate del octágono se transmitía al interior de su cabina —y otras habitaciones—, no fue difícil obtener la grabación donde el hermano de Yūji se presentaba como Ryōmen Sukuna para tener su combate contra Panda. Mínimo tuvo el ingenio necesario para no dar su nombre real.
Habría sido más sencillo llamar a Getō y preguntar lo sucedido; no obstante, no tenía los ánimos ni el tiempo para tener un encuentro conmovedor, ponerse al día y discutir el destino de un adolescente con delirios de grandeza y adicción al peligro. Lo buscaría sólo si Sukuna andaba metido en algo problemático y condenable. Cosa que podía descartar. ¿Cómo estaba tan seguro? Getō no era de los que se tomaban las cosas a la ligera. Si una cuenta se encontraba pendiente, la saldaría en un lapso de tres días a lo mucho.
Al llevar más de una semana vivo, Sukuna debió molestarlo o andar cerca de descubrir algo que no era de su incumbencia. Necesitaba interrogarlo y cerciorarse de que no descubrió nada de su pasado como sicario o su actual participación en el lavado de dinero de la Familia Kamo, la yakuza a la que seguía vinculado junto a Nanami. No podía permitir que los gemelos Itadori se enteraran. Mucho menos Fushiguro.
Imprimió algunas imágenes de la pelea de Sukuna en papel fotográfico. Las metió en un sobre, que arrojó sin cuidado a los asientos traseros del auto por la madrugada.
Gojō Satoru
Ven a buscarme a la sala de profesores mañana al salir de clases.
Dile a Megumi que debes volver a casa temprano o algo.
Envío los mensajes de madrugada. Su chico le respondió a la hora en que despertó.
Itadori Yūji
Ah, respecto a eso…
Resulta que debo acompañar a Sukuna al hospital (●´⌓`●)
Van a quitarle los puntos
Gojō Satoru
Entonces hablaremos en el receso.
Yūji se hallaba en el auto de Gojō, sobre el asiento del copiloto, mirando la serie de imágenes en las que su hermano peleaba contra un sujeto que usaba una máscara de panda.
—¿Cómo consiguió esto?
—Te lo dije. Tengo a mis contactos en la policía —explicó—. Todo fue confidencial, no te preocupes.
«Confidencial…». Yūji recordaba bien lo que su hermano le dijo sobre lo que vio en El Jardín de las Quimeras.
—Sensei, ¿por qué la policía tiene este tipo de evidencias sobre un lugar que…? ¿No deberían clausurarlo? ¿O arrestar a alguien si saben qué es lo que ocurre?
«Tu agudeza mental es buena. A veces no sé si es una suerte o una desgracia que no seas tan inteligente. Seguro que si tu hermano estuviera en tus zapatos, pondría en duda de quién obtuve eso y a qué me dedico en realidad» dijo Gojō para sus adentros.
Suspiró y negó con la cabeza.
—Yūji, muchas cosas no son como deberían ser. Desgraciadamente, corrupción hay en todos los niveles y eso es algo con lo que no nos podemos meter. ¿Comprendes?
»No podemos jugar a ser héroes, así funciona el mundo de los adultos. Pero, las excepciones existen, y estamos a tiempo de salvar a tu hermano.
Yūji apretó los dientes. Lo que Gojō decía era verdad. ¿Cómo no lo pensó antes? Seguro había quedado como un niño iluso a los ojos de su pareja.
Desde su última cita comenzó a fijarse en la diferencia de edad a la que nunca le había prestado demasiada atención. Era un juego entre él y Gojō hacer bromas al respecto cada tanto; sin embargo, Sukuna se lo remarcaba como algo negativo cada que podía; Nobara y Fushiguro lo insinuaban sin afán de hacer mal, sino de tener cuidado.
La gota que derramó el vaso fue el momento en que Gojō habló de «contactos» e «investigaciones». No pudo sacarse de la cabeza el hecho de que ambos pertenecían a mundos distintos. ¿No sería mejor para Gojō conseguirse a alguien que estuviera a la altura?
—¿Yūji?
Salió de su trance al escuchar su nombre. Primero era su hermano.
—Sí. Está bien. Entonces, ¿cuál es el plan?
Gojō sonrió.
—Sukuna. —Yūji levantó la voz al no verlo en la sala, el cuarto de entrenamiento ni en su habitación.
Segundos más tarde, el susodicho salió del baño.
—No dejas ni cagar a gusto. —Desvió la mirada hacia la horrible figura de poste de luz albino que opacaba la puerta principal y lo saludaba con la mano—. ¿Qué hace esa cosa aquí?
—Le pedí de favor que te llevara al hospital.
—No lo necesito. Iré en metro.
—Sukuna.
—Bien, pediré un taxi. —Rodó los ojos. Yūji no había dejado de fastidiar desde la mañana con que lo acompañaría para que no se sobreesforzara. No esperó ese desenlace.
—Te la vives aprovechando los descuidos de la gente para tu beneficio personal, ¿por qué no hacerlo ahora?
—Me viene en gana ser una mejor persona ahora. ¿No es lo que tanto querían tú y el abuelo?
—¡¿Lo ves?! Ya empezaste a usar a los muertos a tu favor. Pero, ¿sabes lo que en verdad diría el abuelo? «Deja de comportarte como un jodido crío que se hace del rogar y sube al auto».
A Sukuna le cayó como ácido al estómago encarar los ojos decididos de su hermano. No habría poder humano o sobrenatural que lo hiciera doblegarse. Además, le molestó el doble ver al viejo Wasuke en sus palabras.
Tomó a Yūji por el cuello del uniforme y lo atrajo hacia sí.
—Esta va a ser la primera y la última vez que le pides a tu puto novio hacer algo que implique reducir la distancia entre nosotros a menos de diez metros. ¿Te quedó claro? —amenazó.
Yūji le sostuvo la mirada en silencio.
Gojō apretó los puños en su lugar. No era la primera vez que los veía discutir y le prometió a su chico que no intervendría de ninguna manera.
Sukuna soltó a Yūji con un empujón. Le costó mantener el paso sin renguear. La herida en su muslo sanaba más lento de lo que su paciencia podía soportar.
—Fushiguro quería venir, pero, ya sabes, tiene obligaciones como capitán del equipo. Mandó decir que te comportaras —agregó Yūji.
—Já. ¿Crees que voy a caer en…?
Un tono distintivo que había configurado en el celular para saber que se trataba de Megumi interrumpió la conversación.
Detuvo su andar y revisó por curiosidad.
Fushiguro Megumi
Itadori dijo que Gojō iba a llevarte a que te quitaran los puntos.
No empeores las cosas.
Te dejaré en abstinencia indefinida si me entero que hiciste una escena.
Llama en la noche.
10-11.
Yūji volvió a la escuela. A Sukuna le venían recuerdos de guerra al estar sentado en el lugar del copiloto con Gojō manejando. El día que se hizo pasar por su hermano casi vomitó allí mismo.
No cruzaron palabras en ningún momento. Su estancia con el doctor fue breve. Moría por regresar a casa y que Gojō desapareciera de su vista, así que entró al auto cuanto antes.
Por su parte, Gojō extrajo del bolsillo interior del saco una licorera que contenía sevoflurano. Esa era la única razón para traer la sofocante prenda encima con el calor que hacía.
Empapó un pañuelo con el compuesto mientras aseguraba que no había nadie más cerca de ellos en el estacionamiento del hospital.
Entonces, se metió al auto y con un movimiento rápido envolvió el cuerpo de Sukuna con los brazos, presionando el paño contra la boca y nariz de éste.
Claro que recibió un cabezazo que no pudo evitar ni fingir que no dolió, en especial porque de sus fosas nasales no tardó en escurrir un líquido carmesí, acompañado del lagrimeo característico de un golpe en esa zona.
Aplicó más fuerza de la necesaria para contener al chico. Lo empujó hacia adelante, echándose encima para disminuir el espacio y la probabilidad de movimiento con el auto como su aliado.
Debía esperar entre dos y tres minutos para que lo que le hacía inhalar comenzara a dormirlo, pero no podía esperar más. ¡Al diablo el protocolo de secuestro! Soltó el pañuelo y apretó el cuello de Sukuna con intención de asfixiarlo. Eso sería mucho más sencillo que esperar a que el anestésico hiciera efecto.
De encontrarse en mejores condiciones, Sukuna habría logrado, cuando menos, escapar y partirle la cara al imbécil fuera del auto.
Se preguntó qué planeaba el psicópata ese dentro de pequeñas descargas convulsivas de adrenalina y desesperación por oxígeno. Su último pensamiento antes de sentirse adormilado, ver el mundo gris y, luego, negro, no lo recordaría al despertar.
En cuanto Gojō dejó de percibir la resistencia opuesta, apretó más el cuello. Si lo soltaba en ese instante, se despertaría entre cinco y diez segundos, por lo que encendió un contador mental para inducirlo a un desmayo prolongado, mas no a la muerte. No era su momento aún.
Al dejarlo ir, se limpió los remanentes de sangre del rostro con el saco que lanzó a los asientos traseros.
Con la respiración agitada abrió la guantera y apresuró los dedos hacia una inyección de propofol que pidió a Shōko preparar para un varón de ochenta kilos.
La sostuvo con la boca mientras buscaba una vena en el brazo de Sukuna. No le representó un gran problema, pues se le marcaban a simple vista.
Le quitó el capuchón a la jeringa y metió la aguja bajo la piel. Dio un tirón al émbolo cuando creyó estar en vena. Un fluido carmesí se mezcló con el líquido incoloro dentro del cilindro antes de verter el contenido en el cuerpo ajeno.
«Hubiera sobornado al médico para que lo drogara con algún medicamento» se reprochó mientras regresaba la jeringa a la guantera.
«Shōko dijo que debería durar una hora dependiendo del metabolismo» recordó, poniendo el auto en marcha. Tardaría unos cuarenta minutos en llegar a su destino.
Sukuna abrió los ojos con dificultad. Los párpados, pesados, no le cooperaban para volver a la realidad.
Sentado, tenía la barbilla casi en contacto con el pecho. La cabeza le pesaba, entumecida, como si hubiera bebido litros y litros de alcohol, sin sufrir la maldición de la resaca subsecuente.
No se encontraba en el carro. Una silla de metal soportaba su peso. Gruesas correas de cuero unidas a los reposabrazos le sujetaban las extremidades; lo mismo ocurría a la altura del pecho.
Intentó moverse sin éxito y un súbito mareo lo obligó a levantar el rostro para contener el inicio de una arcada. La luz sobre su cabeza brillaba demasiado, pese a encontrarse lo suficientemente alejada.
—Te tomó más tiempo de lo que imaginaba.
Escuchó una insidiosa y desagradable voz no muy lejos de él. Cerró los ojos.
—Incluso salí a comer algo. Volví y seguías sin despertar. Por un momento pensé que te había matado, hasta que tu pulso comenzó a normalizarse.
Permanecieron en silencio. Sukuna enfocó la mirada en Gojō, en la mesa sobre la que abrió una valija metálica, de la cual, extrajo un arma de fuego de cañón largo que en su mano se veía menos grande de lo que en verdad era.
Observó al otro cargarla como tantas veces había visto en películas: colocó el cartucho por debajo, ajustándolo hacia arriba con el empuje de la palma. Tiró de la corredera hacia atrás y ésta regresó a su sitio con un ruido metálico.
Gojō avanzó hacia Sukuna, le puso una mano sobre los cabellos y tiró con brusquedad para obligarlo a mirar hacia arriba.
—Tus pupilas ya no se ven tan perdidas. Creo que podemos hablar ahora.
Lo soltó.
Tomó el sobre y una silla, que arrastró y puso delante del chico, sentándose con las piernas separadas por el respaldo.
Colocó el arma sobre uno de sus muslos para manejar mejor las imágenes dentro del folder. Sacó una a una, permitiendo a Sukuna apreciarlas, antes de regresarlas y lanzarlas hacia a la mesa.
—¿Cómo rayos conseguiste eso? —habló con voz ronca e incrédula. Le costaba no sonar como recién despierto.
—Un amigo en la policía me las dio para advertirte que dejaras de meterte en lugares problemáticos.
—¿Advertirme?
—A veces le da like a las fotos que subo con Yūji. Parece que te confundió con él.
—Entonces ya lo sabes.
Gojō asintió.
Pese a ser raptado, inmovilizado y tener de cerca a un loco con un arma y pruebas de algo que nadie debería conocer, Sukuna estaba más calmado de lo que cualquiera podría estar en una situación así. Quizá porque conocía a Gojōo o por el efecto de la droga en el organismo. Incluso para él resultaba anormal mantenerse inalterable, con el cerebro en el limbo.
—Y me secuestraste para hacerme recapacitar como cualquier adulto razonable, supongo —en su voz había una ironía resignada; la situación era absurda, aunque innegable pues ocurría delante de sus ojos.
Gojō esbozó una sonrisa de dudosas intenciones.
—Te voy a dar tres opciones, Sukuna. Vas a escoger una…
—¿O si no? —interrumpió.
—Yo escogeré por ti. Para eso estamos los adultos.
Sukuna soltó un bufido burlón, más por obligación que por ganas.
—Tu primera opción —empezó, restándole importancia a lo anterior—, es dejar las peleas clandestinas y alejarte de cualquier asunto relacionado con la yakuza. Es la decisión más viable y la que tomaría cualquier persona inteligente, pero estamos lidiando contigo, así que por algo tengo más opciones.
»La segunda es cortar lazos con Megumi y con Yūji.
—¿Por qué preferiría eso?
—Porque a cambio de eso te colocaré en una buena familia. Quieres ser un yakuza, ¿no? ¿Qué mejor que entrar con carta de recomendación?
»Aunque tendría que desfigurarte. Por desgracia, tengo un precioso novio adolescente y te pareces mucho a él. Muchísimo. Eso es un inconveniente. Sería problemático que intenten hacerle algo creyendo que eres tú.
»Y la tercera opción. —Amoldó los dedos a la pistola y apuntó a Sukuna sin vacilar—. Desaparecer sin dejar rastro. Personalmente, prefiero esta. Es conveniente para todos. Para Megumi. Para Yūji. Para mí.
Sukuna dejó que una carcajada ronca, pastosa y arrogante inundara la habitación. Gojō se convenció de que se trataba de un pequeño ataque de histeria producido por los remanentes del anestésico que le administró. El brazo no le tembló ni un milímetro.
—Tú —agregó Sukuna—, ¿en verdad crees que por apuntarme con un arma voy a ceder a tus ridiculeces? Podrás ser mayor que yo, pero no eres más que un niño sosteniendo un…
La frase fue cortada por tres explosiones de pólvora seguidas.
Sukuna abrió los ojos más de la cuenta. Se habrían desorbitado de sus cuencas de no ser porque los cerró con fuerza. Apretó los dientes, negándose a soltar un solo quejido. Exhaló por la nariz una serie de bufidos exhaustos que le ayudaron a contener el dolor.
Los disparos jamás tuvieron la intención de callar y aturdir. La primera bala se incrustó en su brazo, justo entre las dos franjas de los tatuajes; la segunda, en la parte media del abdomen; la tercera, en la pierna derecha, en el mismo lugar donde le habían quitado los puntos. La última fue la más lacerante.
—Bastardo… —alcanzó a proferir de manera ahogada, cargada de tirria y desazón, los ojos inyectados en sangre.
Gojō se puso en pie. Con el semblante impávido se acercó a Sukuna y le soltó un puñetazo certero sobre la ceja, abriendo la piel a causa del inclemente impacto contra el metal de la parte baja de la empuñadura del arma.
Con el dedo medio de la mano izquierda, empujó la bala del abdomen, experimentando un lento regreso a la vida al percibir el calor de las vísceras ajenas.
—¿Sabes cuánto tiempo tarda una persona en morir luego de que se le perfore el intestino? —Movió el dedo por dentro, como si buscara hacer más grande la herida. Por primera vez, Sukuna emitió un quejido amargo—. Dos horas. Si quieres seguir respirando, debo hacer que te traten antes de eso y el lugar en el que pueden hacerlo está a una hora de aquí. —Dejó de jugar con el torso del chico, agitando la mano para sacudirse la sangre—. Así que, dime, Sukuna. ¿Qué opción eliges? Piensa con cuidado, porque no tendrás otra oportunidad.
Al finalizar, colocó el cañón de la pistola sobre la sien del muchacho y esperó.
Gojō ingresó por un camino de terracería, que a los pocos metros se volvió de pavimento. Detuvo el auto cuando un grupo de hombres armados con trajes de asalto y ametralladoras le cerraron el paso. Uno de ellos se acercó a su puerta y tuvo que bajar el vidrio.
—¿Asunto? —inquirió el hombre, ignorando el hecho de que el copiloto era un muchacho que palidecía por la pérdida de sangre y aferraba una de sus manos al abdomen.
—Anuncia por el comunicador de tu oreja que Gojō Satoru está de vuelta. Y quiero que llegue cuanto antes a oídos de Suguru —demandó.
Muy a su pesar, así lo hizo el hombre, esperando una respuesta del otro lado.
No transcurrieron ni tres minutos cuando dio la señal al resto de guardias para que se apartaran de la entrada y bajaran las armas.
—El señor Getō lo espera. Dice que: ya conoces el camino.
Gojō subió el vidrio y arrancó. Sukuna, apenas consciente por el dolor y sintiendo el cuerpo cortado desde minutos atrás, no perdió ni un solo detalle de la corta charla.
Él había escuchado antes el nombre de Getō Suguru.
—Tú… —habló con dificultad—, ¿quién demonios eres?
Gojō evocó una mueca divertida y zorruna, sin dejar de mirar al frente.
«Ha pasado tiempo» dijo Gojō para sus adentros, al detener el vehículo justo al frente de la Casa Principal. Por dentro, una imponente mansión tradicional japonesa de tres pisos; por fuera, un cercado de altos y gruesos muros de hormigón.
—Bájate —indicó, dejando las llaves pegadas para que algún sirviente retirara el coche después.
Sukuna obedeció. Se mantuvo de pie a duras penas, impotente. Era la segunda vez que se paraba en un lugar desconocido, rodeado de un montón de gente que no dudaría en matar y que, al parecer, conocía a Gojō.
Para ingresar a la casa debían recorrer un pasillo al aire libre cuyos pilares dispuestos a los costados sostenían un techo muy alto sobre sus cabezas. Hombres de traje se situaban por todo el trayecto, cubriendo de manera parcial los jardines a sus espaldas.
Sukuna era casi arrastrado por Gojō del brazo sano. Lo único que podía hacer era esforzarse en no tropezar mientras profería cientos de maldiciones en el interior de su alma.
Las puertas de madera se abrieron por dentro, revelando del otro lado a Getō con Hanami detrás.
Getō tuvo que fingir no sorprenderse por la inusual escena que acontecía frente a sí. Tenía varias preguntas maquilándose en el interior de su cabeza y no dejaría ir a su viejo amigo hasta que le respondiera todas y cada una de ellas.
—¡Hey, Suguru! —Levantó la mano para saludar, una sonrisa abierta y campante le iluminó el rostro—. ¿Está el doctor Ieiri? Necesito que, bueno… —Dirigió el rostro a Sukuna, cuya ropa empapada de fluidos sanguinolentos comenzaba a gotear el suelo que pisaba.
—Nos volvemos a ver —dijo Sukuna, fijando su mirada en la ajena.
—Llama a la unidad médica —indicó Getō a Hanami, previo a reducir la distancia entre él y Gojō—. Satoru…
—Ya sé, ya sé. —Soltó al chico y se rascó la parte trasera del cuello con fastidio—. Dije que mandaría una postal en navidad y han pasado diez años desde…
—¿Tú le disparaste? —interrumpió.
—¿Mh? Sí, ¿por q…?
No finalizó la pregunta. El puño de Getō, cubierto con una manopla que nadie vio cuándo se colocó, alcanzó la nariz de Gojō, arrojando a éste al suelo y mandando sus lentes por los cielos.
Los guardias cercanos colocaron las manos sobre sus armas, esperando de Getō una orden para desenfundar.
Gojō se puso de rodillas con la frente en el suelo, soportando a duras penas el lagrimeo. Sukuna echó una sonrisa de oreja a oreja; sin embargo, un súbito mareo lo obligó a girarse. Escupió jugos gástricos de tonalidad amarillenta con tintes rosados mientras intentaba mantener el equilibrio.
Cayó de rodillas. Se sentía del carajo y la consciencia le chasqueó los dedos para que buscara rápido una zona de reposo si no quería caer de forma patética sobre su propio vómito.
La pared más cercana se hallaba a un par de pasos, por desgracia, se sentía incapaz de llegar a ella y ni loco se arrastraría. Se limitó a tirarse sobre uno de sus costados, evitando la porquería en el piso que había salido de su propio cuerpo.
Con una mano sobre la herida del abdomen y la mirada fija sobre el imbécil pretendiente de su hermano, sonrió. Gozar del sufrimiento ajeno era lo mejor antes de desvanecerse.
Las manos de Gojō reposaban sobre su propia sangre. La garganta no tardó en reconocer el horrible sabor metálico.
—¡¿Eso por qué fue?! —gritó, levantando al fin el rostro y exhibiendo la evidente fractura del puente nasal.
—¿Por qué fue? —repitió Getō en voz baja. Los presentes notaron el tic en su ojo derecho—. Dime una cosa, Satoru. ¿Serías capaz de dispararle a mi hermana?
—¿Eh? ¿Qué tiene que ver ella en esto?
—Por favor, sólo responde —mientras hablaba, comenzó a sobarse las sienes—. No quiero tener que golpearte de nuevo.
—Uh, bueno, no me agrada mucho. —Se puso en pie—. Pero no lo haría. Es parte de tu familia directa.
Gojō podría parecer un completo imbécil en ocasiones. Un imbécil que discernía a la perfección hasta qué nivel podría llevar su osadía. Por lo tanto, aquella respuesta le bastó a Getō para saber que el otro no tenía ni la más remota idea de quién era Sukuna.
—Nunca creí decir esto: Tu ignorancia te ha salvado de que te meta los mismos tres tiros, Satoru. Así que grábate bien esto. —Señaló a Sukuna con la mano extendida—. Ese chico es mi sobrino. Y ya sabes cuáles son las reglas de la familia.
Las neuronas de Gojō colapsaron. Un pequeño «¿Eh?» chillón fue lo único que lograron conectar antes de que el cuerpo principal enmudeciera.
La unidad médica llegó y subió a Sukuna a una camilla bajo las indicaciones del médico de base, el padre de Shōko.
Getō no tuvo reparos en soltar esa información porque debía hacer entender a Gojō la importancia de la situación y, con la información que tenía sobre Sukuna, éste no dudaría en indagar si veía que el tipo que alguna vez le disparó se comportaba con mucha más ética de la debida. Sin mencionar que, al estar allí, le debía una explicación de por qué eran recibidos por el mismísimo oyabun y por qué se les daba un trato preferencial.
Perdonen la tardanza. Creo que lo he repetido varias veces ya, pero a veces se me va la onda y siento que no lo he hecho, así que lo digo otra vez; estoy con la tesis y se me complica un poco publicar como antes ;v; por lo que estoy poniendo eso como prioridad para titularme cuanto antes y volver a publicar una vez a la semana. Aunque no lo crean, soy quien más extraña eso ;v; Aparte, el mes pasado no publiqué nada porque me cerraron la cuenta de Wattpad y ya iba a cumplir 10 años activa, así que me pegó en mi derecho de antiguedad(?)
Por otro lado, ya casi somos 200 seguidores en Twitter y 1,000 en Facebook. Al alcanzar esas cifras estaré sorteando un fanfic a elección del ganador en cada plataforma, como cuando llegamos a los mil en Wattpad, así que vayan a dejar su like y follow si aún no lo han hecho. (⌒▽⌒)
Aparte, por allá publico cosas que podrían llamarles la atención~
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