Disclaimer: De Horikoshi todo, excepto los OCs que no se reconozcan.
El título, de nuevo, de la OST de Mulán: Attack of the Wall (justo el inicio, cuando atacan la muralla. Inicialmente ese iba a ser el título del capítulo 1, que luego acabó quedándose con Gunkanjima porque me pareció importante que la gente supiese que el norme era un poco relevante durante la primera etapa del fic). Son tres partes que, a su vez, van seguidas por otros dos capítulos más con otro título (que me reservo para no hacer spoilers accidentales).
Trigger Warning: Descripciones un poco gore. Mucha violencia explícita. Intenté no recrearme demasiado, pero sería ilógico no hacerlo en ciertas partes. El TW sobre todo aplica en los próximos tres capítulos, pero lo haré extensivo hasta acabar el 25.
¡Muchísimas gracias por leer y comentar!
ATAQUE A LA CIUDAD (PARTE I)
Katsuki observa de reojo a Hisashi, sentado a su lado, mientras finge contemplar el paisaje, con la cabeza apoyada en la mano que tiene sobre el borde del portón de la camioneta y sujetando entre las piernas las dos granadas de su traje de héroe que, como Hisashi con su bolsa de tela, ha preferido conservar consigo en lugar de transportarlas en los vehículos de carga.
Hisashi está serio y no levanta la vista del suelo. De vez en cuando, se toca uno de los pocos mechones de pelo verde que han sobrevivido al incendio del complejo, revelando lo muy cerca del fuego que ha llegado a estar, mucho más de lo que lo estuvo Katsuki, y se muerde el labio inferior. Es sobre todo este último gesto, quizá porque le da al nerd un aire de ingenua vulnerabilidad, el que hace que el enfado de Katsuki al pensar en los riesgos que tomó se disipe antes siquiera de tomar forma.
—Entonces, ¿has descansado bien, Hisashi? —pregunta Hatsume en voz alta, con cada palabra rezumando malicia, cuando llevan más de una hora de trayecto, rompiendo el silencio que se ha instaurado dentro de la camioneta a los pocos minutos de arrancar. Hisashi se ruboriza al instante, tan rojo que Katsuki lo mira de reojo, con curiosidad, lo cual hace que la chica sonría más ampliamente, triunfal. Katsuki pone los ojos en blanco: la condenada chavala es más lista de lo que parece y al nerd le falta calle para ser capaz de atajar sus burlas con facilidad.
—¡Yo… sí… claro, sí! —Hisashi asiente con la cabeza, tratando ingenuamente de mantener la conversación en un terreno seguro—. ¿Y tú?
—Yo he dormido con Ochaco, nada interesante por ahí, he de decir —dice Hatsume, señalando a la chica de mejillas sonrosadas con la cabeza. Katsuki contiene una sonrisa y disfruta por unos instantes de escuchar los balbuceos de Hisashi, cuyo intento de desviar la atención de sí mismo no ha funcionado—. Porque lo cierto es que ella no se mueve ni una décima parte de lo que lo haces tú.
Súbitamente molesto por las últimas palabras de la chica, Katsuki entrecierra los ojos y mira de reojo a Hisashi, preguntándose cómo puede saber su amiga que este se mueve mientras duerme. Está a punto de hacerlo en voz alta, cabreado por la forma en la que el comentario le ha afectado, haciendo que su estómago se retuerza dolorosamente, pero se contiene al oír al nerd protestar débilmente.
—No exageres, no me muevo tanto. —Contra su voluntad, Katsuki bufa al escuchar sus palabras, lo cual suscita una carcajada en todos los compañeros del nerd, que se sonroja otra vez. Sin una pizca de culpabilidad por haberlo delatado, Katsuki sonríe de medio lado, todavía mirándolo de reojo, cuando Hisashi lo censura con una mirada dolida y culpable por su falta de apoyo.
El nerd se mueve muchísimo mientras duerme, eso es algo que Katsuki puede afirmar con rotundidad. La noche anterior, cuando el chico por fin consiguió conciliar el sueño, Katsuki tuvo que aprisionarlo entre sus brazos y pasar una de sus piernas sobre las de Hisashi, inmovilizándolo, tras despertar al recibir varias patadas y golpes cada vez que el nerd se agitaba en sueños. Inicialmente, había sospechado que Hisashi estaba sufriendo alguna pesadilla relacionada con el incendio, pero ahora las palabras de Hatsume revelan que es una característica del nerd, una que no conocía.
Aunque había creído que se despertaría al sentirse aprisionado, había sido al contrario. Hisashi se había quedado completamente relajado después de que Katsuki lo enjaulase entre sus brazos, acurrucado como un conejo asustado que regresa a su madriguera, su respiración acompasándose con la del propio Katsuki y los mechones quemados de su pelo verde cosquilleándole en la nariz. Y, así como Hisashi se había quedado profundamente dormido en algún momento cercano al amanecer, Katsuki se desveló a pesar de que, agotado como estaba, inicialmente había caído rendido de sueño nada más había tocado el suelo.
La cercanía del cuerpo de Hisashi, con la que no había contado cuando lo había llevado a dormir a su tienda, deseando tenerlo cerca para poder vigilarlo y que no se metiese de nuevo en líos antes de llegar a Osaka sanos y salvos; el sonido de su respiración, el aroma de su pelo, tenue y casi imperceptible bajo el olor a humor y que pudo percibir por la cercanía, y lo pequeño y vulnerable de su cuerpo y su rostro, durmiendo como un bebé sin preocupaciones, le habían impedido volver a conciliar el sueño. Sin atreverse a mover un solo músculo para no despertar al chico o que volviese a agitarse sin control y sin apartar la vista del rostro plácido y dormido del chaval, Katsuki ha permanecido despierto hasta que, cerca del mediodía, Shouto ha ido a la tienda a avisarle de que los refuerzos de rescate ya estaban llegando. Es entonces cuando ha aflojado su presa sobre Hisashi que, profundamente dormido todavía, ha rodado alejándose lo suficiente de él para permitirle levantarse.
Y, sin embargo, a pesar de apenas haber descansado por su culpa, habría estado dispuesto a pasar una noche más al raso sin quejarse, compartiendo la misma tienda con Hisashi, algo que lo desconcierta, porque no sabe bien en qué posición le deja ni cómo sentirse al respecto. La conversación en el pasillo, con Hisashi avergonzado y él tratando de desafiarlo, creyendo adivinar qué se escondía detrás de su timidez, ya no parece tan real. Al fin y al cabo, una cosa es proteger al chaval o inmovilizarlo para poder conciliar el sueño en la misma tienda que él y otra disfrutar de ello.
«Correcto. No del todo. Aunque a la vez sí».
—Hasta moratones en las piernas cada vez que he dormido con él. —está asegurando Hatsume en este momento, entre carcajadas, al resto de sus amigos, que se ríen con más ganas al escucharla. Katsuki deja que sus pensamientos se desvanezcan y, ocultando la media sonrisa que sigue en su rostro, mira hacia las camionetas que los siguen y el paisaje disimulando la atención que presta a la conversación.
—¡Katsuki no tiene ningún moratón! —protesta Hisashi, provocando otra carcajada en sus amigos al volverse hacia Katsuki, con el rostro rojo por la vergüenza y la indignación—. ¿Verdad que no te he hecho ningún moratón?
—¿Insinúas que tengo la piel delicada como una niña? —pregunta Katsuki, mirando de reojo a Hisashi, que se muerde el labio inferior y niega con la cabeza, abochornado. La chica de las mejillas sonrosadas dice algo en tono de reproche, sobre lo inadecuado de su comentario, pero Katsuki la acalla con un gesto de asentimiento para que comprenda que sólo está burlándose del nerd.
—No, claro que no, yo…
—La pregunta sería quién patea a la chica con la que duerme hasta hacerle moratones —dice Katsuki sin piedad, tratando de no quedarse mirando fijamente el labio de Hisashi, enrojecido por la fuerza con la que se lo ha mordido. La idea de que Hisashi y su amiga hayan compartido cama sigue molestándolo desde que Hatsume lo ha mencionado, un poco celoso. A pesar de que no parecen tener ese tipo de relación, quizá la haya malinterpretado o hayan tenido un pasado juntos. En cualquiera de los dos casos, le habría gustado haberse enterado por Hisashi, no por un comentario malicioso en una conversación burlona.
—¡Yo no la he pateado hasta hacerle moratones! —vuelve a protestar Hisashi con vehemencia.
—No parece muy caballeroso por tu parte —insiste Katsuki, mordaz.
—¡No es lo que parece! —Hatsume suelta una carcajada al oír esto. Kaminari y Sero la secundan, aunque con menos entusiasmo tras ver el gesto serio de Katsuki, que mira a Hisashi con los ojos entrecerrados, evaluándolo mientras el sentimiento de incomodidad crece dentro de sí.
—A mí me parece que dormías con una buena amiga —dice al final Katsuki con voz suave y tentativa, en lugar de gritarle que eso es lo que diría alguien que pretende ocultar algo. Sin embargo, el rostro franco y abochornado de Hisashi no parece esconder nada del estilo detrás de su habitual expresión de culpabilidad.
—Entonces sí es lo que parece —se apresura a aclarar Hisashi, con un suspiro de alivio tan cómico que suscita otra carcajada en la camioneta.
Extrañamente satisfecho con la sincera respuesta del nerd, Katsuki vuelve a apoyarse en el portón de la camioneta, mirando hacia el paisaje para ocultar la sonrisa de prepotencia que se le ha dibujado en el rostro. Unos segundos de silencio, todavía interrumpido puntualmente por las risas de alguno de los reclutas amigos del nerd, inundan la camioneta. Tras un rato prudente, Katsuki mira de reojo una vez más a Hisashi, confirmando que el chico sigue sonrojado hasta las orejas, lo cual hace que sus pecas destaquen mucho más sobre la piel de su rostro.
—¿Así que ahora es Katsuki en lugar de Dynamight? Sí que ha sido una noche provechosa. —Hatsume, que todavía no ha dado por concluida su particular y maliciosa venganza contra su amigo, se inclina hacia el nerd y le susurra al oído en voz tan baja que, si no fuese gracias a los audífonos que Hisashi le ha fabricado, Katsuki no habría podido llegar a escucharlo. Katsuki se muerde el interior de la mejilla para no estallar en la misma carcajada que Hatsume y el resto, que no ha escuchado nada, miran a la chica sin comprender sus risas.
—No ha sido… yo… Eso no es… —Hisashi no sabe dónde meterse. Aparentemente satisfecha, Hatsume le da un par de palmadas de consuelo en la rodilla.
—Ya pasó… Prometo que no volveré a sacar el tema… salvo que vuelvas a ocultarme cosas —dice Hatsume con voz muy alegre.
—Mei, a veces puedes ser maquiavélica —susurra Hisashi, no obstante, sin hostilidad en la voz y riéndose entre dientes.
—Y aún así, me adoras —concluye la chica, triunfal.
Katsuki vuelve a sentir una pequeña punzada de celos. Es evidente que esos dos se quieren muchísimo y que se preocupan el uno por el otro. Incluso toda esta pantomima de la chica ha estado cargada de cariño hacia Hisashi, que no parece molesto, aunque sí un tanto avergonzado porque la chica lo haya expuesto delante de sus amigos. Aunque supone que también es porque ya tiene suficiente confianza con ellos. Y porque es un chico valiente, a pesar de lo fácil que es sonrojarlo y avergonzarlo, como acaba de demostrar su amiga, que no se amilana ante nada ni niega ninguna verdad para protegerse.
—Mei y yo sólo somos amigos —susurra Hisashi bastante rato después, en voz muy baja. Katsuki lo mira de reojo, curioso y extrañado. Nadie más los ha escuchado. El chico de pelo oscuro y el rubio cuchichean entre ellos y el resto se ha quedado adormilado con el traqueteo de la camioneta. Ni siquiera Hatsume les presta atención—. Sí hemos dormido en la misma cama alguna vez, pero sólo como amigos, cuando hemos tenido que compartirla —insiste, mirándole con intensidad.
—No tienes que dar explicaciones —dice Katsuki en tono seco, esbozando otra media sonrisa, satisfecho de que el nerd haya confirmado que no es un idiota y sabe darse cuenta de las cosas. De algunas, al menos.
—Sí me acuerdo. —afirma Hisashi unos segundos después, con un brillo cómplice en los ojos. Katsuki lo mira, extrañado, sin comprender—. Creía que lo había soñado, pero no. Anoche, cuando me moví, tú…
—No hice nada —lo interrumpe Katsuki bruscamente, poco dispuesto a que el resto de los amigos del nerd escuchen qué han hecho o dejado de hacer en la tienda mientras dormían, por mucho que parezcan no estar prestando atención—. Ni se te ocurra pensar o creerte las cosas absurdas que sueñas, nerd.
El gesto dolido de Hisashi, que agacha la cabeza, sonrojado de nuevo, están a punto de hacerle arrepentirse. Katsuki mueve el brazo con intención de… ¿de qué? Duda, no muy seguro de qué debe hacer o decir, porque él nunca ha tenido demasiada habilidad para estas cosas y ahora se odia un poco por haber matado el brillo en la mirada de Hisashi. Frustrado, al ver que Hatsume sí ha puesto su mano encima de la rodilla de Hisashi y le está dando un apretón consolador, que el chico agradece con una sonrisa de labios apretados, Katsuki aparta la mirada y vuelve a prestar atención al paisaje.
—La verdad es que el carácter que tiene es horrible —susurra Hatsume al oído de Hisashi.
—¡Te estoy oyendo, teleobjetivo! —grita Katsuki. El resto se ríe, enfadándolo aún más al demostrar que solamente simulaban no estar escuchando—. ¡Si vas a criticar a alguien al menos espérate a que no te esté escuchando!
—Mei-san… —murmura Hisashi, asustado, tratando de mediar entre ellos.
—Lo que decía —asiente Hatsume en cambio, con petulancia y sin amedrentarse—. Así no hay quien bromee en condiciones.
—¡Cállate! —ruge Katsuki.
—¡Dynamight-kun! —exclama Hisashi con tono de disculpa, pero Katsuki ya no le está prestando atención, porque está olfateando el aire.
—¡Callaos! —ordena de nuevo, esta vez sin hostilidad en la voz. El resto, percibiendo el cambio, obedecen al instante, poniéndose alerta. Hisashi es el primero de ellos en notarlo, porque palidece al instante.
—Es…
«Olor al humo del fuego azul de Dabi», completa Katsuki en su mente. No necesita decirlo en voz alta, el resto ya está percibiendo el olor a quemado y sus expresiones varían entre el miedo, la sorpresa y la determinación del chico de pelo moreno, el más mayor de todos los reclutas, que se está incorporando, haciendo equilibrios para adaptarse al bamboleo de la camioneta, dispuesto a hacer algo, aunque acto seguido se detiene, al no saber el qué.
—¡Esperad aquí!
Sin esperar a escuchar si están asintiendo o no, Katsuki se coloca rápidamente las granadas en los brazos y se impulsa en el borde de la puerta trasera para auparse sobre el techo de tela de la camioneta, que se hunde y tensa bajo su peso, procurando seguir con su cuerpo el movimiento del vehículo y compensarlo para mantener el equilibrio. Busca con la mirada hasta que ve la ciudad, que se recorta a un par de kilómetros escasos, con el monte Fuji de fondo. Una columna enorme de fuego azul, coronada por una espesa nube de humo negro, consume uno de sus edificios más altos y reconocibles, que Katsuki identifica al instante: la sucursal de la agencia de Endeavour en Musutafu.
Su ciudad. Su agencia. Su casa. Sus amigos. Sus padres. Todo está en Musutafu.
Traga saliva mientras piensa a toda velocidad, sopesando todas las opciones posibles. Las demás camionetas se extienden como orugas procesionarias por delante de la suya, en la autovía, sin haberse percatado o, peor, ignorando deliberadamente el incendio. Al fin y al cabo, son militares del ejército japonés con órdenes de llevarlos a Osaka en el menor tiempo posible para reunir las fuerzas de la leva y los héroes profesionales antes de que se produzcan nuevos atentados. El ejército es lo suficientemente obtuso como para obedecer órdenes contrarias a la lógica por temor a las represalias de los mandos superiores. Katsuki lo sabe de primera mano: ya ha tenido que hacer frente en otras ocasiones a la jerarquía del cuerpo policial.
—Esto va a ser otro puto desastre, joder… —masculla horrorizado, para sí mismo, cuando una segunda columna de fuego se eleva en otro edificio, llenando el aire de más humo negro. El entrenamiento de héroe y su experiencia profesional se imponen al sentimiento de espanto que le invade el pecho durante unos segundos. Respira hondo, intentando relegar al olvido la ansiedad junto al agotamiento de las últimas cuarenta horas.
—¡No! —Un grito de horror lo saca de su ensimismamiento. Por el borde de la loneta que cubre la camioneta asoma la cabeza de Hisashi, que está de pie en la portezuela trasera y se aferra con todas sus fuerzas a la tela para no caerse al asfalto.
—¿Qué coño haces ahí? —pregunta Katsuki, cabreado. No quiere que Hisashi meta los hocicos en esto de nuevo: varios flashes de imágenes de la noche que los villanos asolaron el complejo inundan su mente y esta vez le cuesta más enterrar en el fondo de sus pensamientos el miedo porque Hisashi salga herido. Diga la Comisión lo que diga, esto es asunto de los héroes profesionales, no de los civiles—. ¡Baja de ahí y vuelve dentro, esto no es problema tuyo, nerd!
Hisashi lo ignora y se aúpa con agilidad sobre la loneta, como él. Oscila durante un momento, buscando el equilibrio, pero antes de que se caiga por la aceleración del vehículo, Katsuki consigue atrapar su antebrazo y tira de él con fuerza, acercándolo y rodeando sus hombros con el brazo, lo mejor puede debido a la granada, para asegurarlo al tiempo que él mismo se aferra a uno de los pernos de la camioneta para conservar el equilibrio sin dejar de sostener a Hisashi.
—¿Nunca haces lo que te ordenan o qué, joder?
—¡Mi casa! —consigue decir Hisashi, que se debate entre resistirse al firme agarre de Katsuki o sujetarse a él y no caerse. Para alivio de Katsuki, acaba decidiéndose por lo segundo y rodea su cintura con los brazos, estrujando con fuerza su camiseta entre los dedos—. ¡Mi madre! Yo…
—¿Eres de Musutafu? —pregunta Katsuki sorprendido, bajando la mirada hacia Hisashi. Este mira, hipnotizado, hacia las dos columnas de fuego que arden en el horizonte de la ciudad. Al notar los ojos de Katsuki clavados en él, le devuelve la mirada con un brillo asustado, aunque determinado—. No sabía que eras de Musutafu.
—Sí. A cuatro calles de tu agencia —asiente Hisashi con la voz rota. Se muerde el labio inferior, que le tiembla y señala durante un instante, antes de volver a sujetarse a la camiseta de Katsuki, uno de los dos edificios—. Es la agencia de Endeavour. El de la derecha.
—La sucursal de Shouto —asiente Katsuki. No es muy difícil descifrar qué clase de mensaje pretende lanzar la Liga de Villanos al atacar precisamente ese edificio y no otro—. Ahí hay gente trabajando, pero no son héroes.
—Tenemos que ir. —Distraído mientras calcula cuánto margen de maniobra les queda, Katsuki asiente—. Y yo voy contigo —añade Hisashi con tono valiente y ligeramente amenazante, no muy seguro de que Katsuki vaya a permitírselo. Y, carajo, no debería hacerlo.
—Joder, sí —responde Katsuki, que desea no tener que arrepentirse de llevarse al chico de nuevo al centro del peligro, pero dado que las camionetas no han parado y parecer ser el único que se haya dado cuenta de lo que ocurre, no hay ningún héroe yendo en ayuda de la ciudad. Además, Hisashi no es el único que tiene allí a su madre. Todas las manos son útiles y Katsuki no se fía de volver a perderlo de vista y que se lance en medio de algo peligroso sin que él esté cerca—. Vamos, hay que movilizarse rápido, estamos a punto de llegar al final de la autovía de circunvalación de la ciudad y las camionetas empezarán a alejarse. ¿Tienes tus guantes?
—En la bolsa de tela —asiente Hisashi. Katsuki asiente con aprobación al comprobar que la lleva a la espalda—. No me he separado de ella, tal y como me dijiste.
—Bien hecho. Sujétate fuerte —le indica. Hisashi obedece al instante, apretando más los brazos alrededor de la cintura de Katsuki y aferrando la tela de su camiseta entre los dedos—. No seas idiota. Así no vas a durar ni cinco segundos y encima me vas a desequilibrar.
Guiándolo, obliga a Hisashi a rodearle el cuello con los brazos. Comprendiendo, este se aferra también con las piernas a su torso, sujetándose con todas sus fuerzas. Tras asegurarse de que lleva los audífonos correctamente colocados en el oído, tan cómodos que a veces los olvida, dispara varias explosiones con sus manos que los elevan rápidamente en el aire, alejándose a toda velocidad de la larga fila de camionetas al tiempo que oyen los gritos de los amigos de Hisashi, llenos de sorpresa y angustia.
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Las piernas le tiemblan durante un segundo cuando Katsuki lo deposita suavemente en el suelo. No se ha enterado mucho del trayecto entre las camionetas y apenas estaba empezando a acostumbrarse a la sensación de prácticamente volar cuando el héroe ha aterrizado. El resto del tiempo, Izuku ha preferido esconder la cara en el hueco que une el cuello y el hombro de Katsuki, aferrándose a él con tanta fuerza para no caerse y provocar problemas que hiciesen que el héroe decida dejarlo atrás, que ahora le duelen los músculos de las manos y los brazos.
—Ponte los guantes —ordena Katsuki en cuanto se separa de él, con las piernas temblorosas por la tensión.
—¡Sí! —Izuku se apresura a obedecer, colocándose los guantes bajo la atenta mirada del héroe.
—Escúchame atentamente, nerd. —Katsuki lo está sujetando por los hombros. Izuku asiente—. Tienes que obedecer todas mis órdenes, ¿entendido? Nada de ir por tu cuenta como la otra noche. —Izuku vuelve a asentir, tragando saliva. De repente, al ver al héroe tan serio, ya no está tan seguro de que haber insistido en ir haya sido buena idea—. Si haces todo lo que yo te diga, todo saldrá bien. Hay que hacerlo así para asegurarnos de que tu madre no esté en peligro, ¿de acuerdo? Dilo en voz alta.
—De acuerdo. —Katsuki lo mira con intensidad. Izuku está a punto de recordarle que están perdiendo el tiempo, pero decide seguirle la corriente—. Obedeceré tus órdenes y no iré por mi cuenta.
—Perfecto. A partir de ahora yo soy Dynamight. Tú puedes ser…
—Deku. —Izuku lo interrumpe. Katsuki frunce el ceño, claramente desaprobándolo—. Quiero convertir el inútil en útil.
Lo ha pensado durante los escasos momentos libres que ha tenido en el complejo, sobre todo cuando ha estado trabajando en el taller, tras la conversación que tuvo con Katsuki el día que le fabricó los audífonos, después de haberlo llamado inútil. Pero, aunque Deku fue un apodo para reírse de él y señalar su falta de Don, Izuku ya no es un inútil. Lo ha reconocido hasta el profesor Watanabe. Y esa frustración de ser un inútil es la que lo ha espoleado a superar su propia falta de Don y a sí mismo y ser cada vez mejor. Con decisión, Izuku se mira la mano enguantada, cierra el puño y asiente con una sonrisa.
—Deku va a ser mi nombre de héroe —insiste una vez más.
—Entiendo. —Izuku sonríe, a pesar de las circunstancias, porque efectivamente el héroe parece comprender, a pesar de la somera explicación que le ha dado. Sacando un teléfono móvil del bolsillo, teclea rápidamente—. Estoy avisando a Shouto, él iba muchísimo más adelante y es posible que no hayan visto lo ocurrido. Necesitaremos refuerzos.
—Kats… ¡Dynamight! —se corrige automáticamente Izuku, señalando hacia un tercer edificio que empieza a arder al norte de la ciudad.
—¡Joder! Vamos a ir primero allí, y con suerte los pillaremos todavía cerca. Cuando encontremos villanos, déjamelos a mí. Quiero que tú te centres primero en evacuar a la gente a lugares alejados y seguros y luego ya me apoyes como héroe de soporte, ¿entendido? —Izuku asiente una vez más, la adrenalina recorriendo de nuevo sus venas como si fuese fuego—. Pues vamos, a ver si los atrapamos.
Al norte. Izuku corre tras Katsuki, más determinado que nunca. El bloque de apartamentos donde vive Izuku con su madre está también en la zona norte de la ciudad, así como la agencia de Dynamight. Que los villanos estén atacando zonas concretas como la torre de la sucursal de Endeavour o…
—Mierda… —Al mirar en dirección a la columna de fuego, Izuku ata cabos y comprende qué es lo que está ardiendo exactamente—. ¡Dynamight! ¡Están atacando las agencias de héroes! ¡El edificio en llamas es tu agencia! —grita mientras ambos corren en esa dirección, esquivando a la gente que huye del foco del fuego. Este ladea la cabeza, pero no mira hacia atrás, pero para Izuku es suficiente, sabe que le ha oído.
—¡Deku, recuérdalo! ¡Tranquiliza a la gente, evácuala y sígueme en cuanto puedas! ¡Yo me adelantaré! —Sin esperar a oír su respuesta, Katsuki se impulsa con las explosiones de sus manos y desaparece, volando calle adelante, a toda velocidad.
—¡Sí!
Izuku se detiene, dejando de pelear para avanzar contra la marea de gente, cada vez mayor, que corre en dirección contraria. Pensando lo más rápido que puede, intenta hacer memoria de las intervenciones de los héroes que ha visto por televisión, pero lamentablemente, la mayor parte de las imágenes que estas emiten están centradas en la acción de los héroes principales, no en las labores de apoyo, así que no sabe bien por dónde comenzar.
—¡Evacúen la zona ordenadamente! ¡Los héroes ya han llegado, por favor, conserven la calma! ¡Conserven la…! —grita, tratando de hacerse oír a través de la multitud y buscando con la mirada un sitio al que poder dirigirlos, quizá algún cordón policial que ya se esté estableciendo.
—¡Aparta! —Con un golpe en el hombro que casi lo derriba, el hombre que ha gritado a Izuku ni siquiera mira hacia atrás.
—Pero… —Desolado, Izuku mira a su alrededor, moviéndose lo justo para esquivar otros impactos. El olor del humo negro y espeso empieza a hacerse cada vez más potente y la gente no está dispuesta a detenerse, aunque sea un momento a escucharlo—. ¡Deben conservar la calma!
Sintiéndose un inútil incapaz de cumplir con la tarea que Katsuki le ha encargado, Izuku intenta volver a abrirse paso en la dirección en la que el héroe profesional se ha marcado para al menos apoyarlo cuando, entre el jaleo y el caos de sonidos, cree distinguir el sollozo de un niño pequeño.
«Evacuar a los que no puedan hacerlo por sí mismos», piensa, comprendiendo qué es exactamente lo que Katsuki espera de él. No controlar una marea de gente, sino cerciorarse de que esa marea no provoque más víctimas que el propio ataque.
Se detiene y mira a su alrededor, no demasiado seguro, pero el sonido se repite con la suficiente fuerza como para estar cien por cien seguro de haberlo escuchado. Olvidándose del resto de gente, que al fin y al cabo está corriendo lejos del fuego, y mucho más determinado ahora que tiene un objetivo concreto, Izuku ajusta la fuerza de los guantes al máximo y se aparta hasta llegar a los edificios que flanquean la calle.
Con los puños, crea pequeños agujeros en el ladrillo que le permiten, poco a poco, ir escalando el edificio. Cuando ha subido por encima de las cabezas de la gente, sin soltarse, otea a su alrededor en busca del origen del sollozo. Unos metros más adelante, medio escondido en un portal para no ser arrollado por la gente, hay un niño solitario de unos seis o siete años que llora aterrorizado, totalmente enajenado. Izuku se deja caer hasta el suelo de nuevo y pelea contra la gente para llegar hasta él.
—¡Eh, chaval! —lo llama al llegar al portal donde está. El niño sigue llorando, así que Izuku se agacha delante de él para ponerse a su altura—. ¡Todo está bien! No… ¡No llores! —le suplica infructuosamente—. Todo estará bien, voy a ponerte a salvo, ¿de acuerdo? ¿Cómo te llamas?
Izuku tarda unos segundos en comprender que el niño le está contestando entre lágrimas, sollozos e hipidos. Escuchando atentamente, consigue descifrar que se ha separado de su padre en el caos. Siguiendo un impulso que no sabe bien de dónde ha salido, tira del niño hacia él y lo abraza, rodeándolo con los brazos para hacerlo sentir protegido, y lo tranquiliza con palabras suaves, creando una burbuja de paz al margen de la realidad caótica que los rodea, hasta que los lloros decrecen en fuerza.
—Está bien. Vamos a encontrar a tu padre —le dice gentilmente. El niño lo mira con esperanza en los ojos y parece calmarse.
—¿Eres un héroe? —Izuku duda apenas un segundo antes de asentir, orgulloso. El niño intenta sonreír—. Papá dice que no hay héroes en la ciudad ahora mismo. Lo dijo cuando el fuego empezó y tiró de mí y de mi hermana Mahoro para que corriésemos lejos de los villanos.
—No estábamos, pero hemos llegado para ayudar con los problemas, como siempre —lo tranquiliza Izuku, enjugándole las lágrimas de las mejillas con el borde de la enorme camiseta de Katsuki para secarle la cara—. ¿Cómo te llamas?
—Katsuma. Katsuma Shimano.
—Yo soy Deku. Ven, aférrate a mí. Vamos en busca de tu padre y de tu hermana. Tú serás el encargado de llevar mi mochila de tela y yo te llevaré a ti. ¿De acuerdo? —Katsuma asiente y enseguida Izuku regresa al fragor de la calle con el chaval cargado en la espalda y firmemente sujeto. Determinado a ponerlo a salvo antes de regresar al gentío y buscar a más personas que necesiten su ayuda, busca a su alrededor.
En el rato que ha estado distraído, el flujo de gente y coches ha decrecido, pero Izuku no ve a nadie que esté buscando a un niño perdido. Duda unos segundos, mirando aún en dirección hacia donde Katsuki ha ido, pero no están lo suficientemente cerca del edificio en llamas como para saber qué está ocurriendo allí y cuán arriesgado es acercarse. Concluye que es una locura dirigirse hacia esa zona cargando con un crío, así que decide seguir a la gente y buscar un lugar donde poner a salvo a Katsuma.
—¡Sujétate fuerte! —le ordena Izuku, no sin amabilidad, sorteando a la gente con agilidad—. ¡Y avísame si ves a tu padre o a tu hermana!
Izuku echa a correr, notando cómo Katsuma se aferra a él con brazos y piernas, haciendo toda la fuerza que le es posible, y buscando con la mirada algún indicio de dispositivos de emergencia desplegados para poderles confiar al niño lo antes posible, que se organice la búsqueda de su padre y poder ir al encuentro de Katsuki inmediatamente. Al girar en una esquina, Izuku derrapa sobre el suelo unos pocos metros, frenándose, al divisar al fondo de la calle perpendicular, lejos de donde la gente corre, una patrulla de policía local que parecen estar desplegando un cordón policial y acotando la zona de desastre.
—¡Mira, Katsuma! ¡Ellos podrán ayudarnos a encontrar a tu padre y llevarte a un lugar seguro mientras tanto! —jadea Izuku, aprovechando para recuperar un poco el aliento.
Sin esperar respuesta del niño, echa a correr de nuevo, esta vez en dirección al cordón policial. Súbitamente, una sombra y un bramido espeluznante llenan la calle, obligando a Izuku a detenerse de nuevo y mirar hacia arriba. Un enorme monstruo, como aquellos que atacaron varios sitios de Japón en la época en la que All Might vio terminada su carrera de héroe, se dirige a toda velocidad hacia el suelo. Inmóvil, Izuku es incapaz de hacer otra cosa que mirar cómo aterriza, haciendo temblar el suelo por su peso, justo enfrente de ellos y tirándolo de culo al suelo hasta que el chillido aterrado de Katsuma, que prácticamente lo estrangula con los brazos, lo saca de su inmovilidad.
—¡No te sueltes! —advierte al niño que, a pesar del golpe contra el suelo, sigue aferrándose con fuerza a él. No sabe si Katsuma lo ha oído, porque sigue gritando de pavor.
La enorme bestia se gira hacia él y golpea el suelo con un puño que parece de acero macizo, resquebrajando el asfalto y haciendo estallar una tubería de agua que sale disparada hacia el cielo a presión, igual que un aspersor, tirando a Izuku a un lado. Afortunadamente, Katsuma sigue agarrado a él con fuerza.
«Nomus, se llamaban nomus», recuerda de repente. «Tenemos que salir de aquí antes de que reviente una tubería de gas y nos mate a todos». Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo, porque el nomu está avanzando hacia ellos, parándose en seco sólo al oír varios estallidos a sus espaldas, que hacen que Katsuma chille más fuerte. «Le están disparando. La policía lo está disparando y no consiguen hacerle nada», piensa, escuchando el chillido de terror de Katsuma introduciéndose a través de su oído e invadiéndolo lentamente.
El nomu, molesto por los disparos que impactan en su espalda, se gira con más agilidad de la que cabría esperar para una bestia de su tamaño. «Es inteligente», comprende Izuku. Reacciona con rapidez, girándose para apoyar las rodillas en el suelo e impulsarse con los guantes para levantarse. Torpemente, empieza a correr de nuevo, retrocediendo hacia la calle de la que venían con la única premisa en la mente de alejarse lo más posible del nomu. Un tropezón al girar la esquina, provocado por el temblor que siente en las piernas, lo tira de bruces al suelo y Katsuma, que también ha empezado a temblar descontroladamente, rueda a su lado.
Izuku se tira sobre el niño, protegiéndole con su cuerpo y mira hacia atrás, angustiado, casi visualizando al nomu saltando sobre ambos, pero no hay nada tras ellos, sólo la calle, ahora sí, vacía de gente. El eco de varios disparos más, la alarma del coche de la policía sonando varios segundos antes de enmudecer con un crujido angustiante, les indican que el nomu se ha decantado por el cordón policial y está peleando contra ellos, olvidándolos, al menos por el momento. Katsuma, repuesto de la sorpresa, vuelve a gritar, así que Izuku le tapa la boca con la mano, deseando que no hacer ruido sea suficiente para no atraer de nuevo la atención del monstruo.
—Tranquilo, Katsuma —susurra en el oído del chico, que sigue temblando sin control, las lágrimas derramándose por sus mejillas—. Vamos a salir de esta. Vas a estar a salvo, te lo prometo, pero tienes que guardar silencio.
—Deku… —susurra el niño cuando, unos instantes después, Izuku retira cautelosamente la mano de su boca al creer que no va a seguir chillando.
—Bien hecho —lo felicita Izuku, orgulloso del niño.
—Vaya, así que los héroes han llegado finalmente. Pensaba que no nos ibais a honrar con vuestra presencia.
Izuku gira la cabeza en dirección de la voz tan rápido que el cuello le cruje. Se le corta la respiración al reconocer a uno de los villanos huidos de la cárcel de Gunkanjima, el que tiene forma de lagarto, sentado en la pared de uno de los edificios, justo delante de ellos dos, a apenas unos metros de distancia. En la mano derecha, lleva desenvainada una enorme espada de aspecto amenazador que parece estar hecha de multitud de cuchillos y objetos afilados. Debe haber estado ahí desde el principio, pero Izuku no lo ha visto, demasiado concentrado en Katsuma y en el miedo a que el nomu los estuviese persiguiendo.
—¿Cómo ha dicho el chaval que te llamas? ¿Deku? Bien, veamos de qué pasta estáis hechos los falsos héroes de Musutafu y hasta qué punto estáis dispuestos a sacrificar vuestra vida —dice en voz baja el villano, saltando al suelo y moviendo hábilmente la espada.
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«Correr hacia el grito de auxilio es lo que te hace ser un héroe, no tu Don», se repite Hitoshi una y otra vez, mientras corre lo más rápido que puede hacia la zona norte, donde el tercer edificio arde con fuerza. La zona es un caos de gente que pronto le impide correr. Hitoshi intenta caminar en contra de la marea de gente, pero no es capaz de abrirse paso. No sabe muy bien por qué está haciendo eso, pero realmente no conoce en qué dirección se puede huir, y la gente parece solamente querer alejarse del fuego, sin pensar. Y no hay héroes en la ciudad que vayan a solucionar este entuerto, así que se abre paso a contracorriente, confiando en poder ayudar si llega hasta donde los villanos están.
A lo lejos, a la derecha, a apenas un par de centenares de metros, la agencia Dynamight también arde bajo el fuego azul que ya está asolando varios edificios de la misma calle. De pronto, la gente que corre delante de él choca con aquellos que van todavía más adelante. Hitoshi intenta alzar la cabeza por encima del gentío para ver qué ocurre, pero la gente está cambiando de dirección de huida, invirtiéndola. Hitoshi, que se ha detenido en seco, tratando de comprender qué ocurre, es golpeado por la gente que intenta correr de vuelta y choca contra él al tratar de adelantarlo. Un chillido colectivo de la masa de gente entrando en pánico incrementa la fuerza con la que empujan contra él.
No tarda en ver qué ocurre y tampoco puede evitar que la boca se le abra en un gesto de asombro aterrorizado al ver un monstruo gigantesco que salta con habilidad sobre uno de los edificios. Lleva un par de personas, o los restos que quedan de ellas, en una de las manos, chorreando sangre por la pared donde se agarra y emite un chillido horripilante que le taladra los tímpanos.
—¡Un nomu! ¡Es un nomu! —El grito histérico de la gente le hace sufrir un escalofrío, pero sorprendentemente, Hitoshi se siente más tranquilo que nunca.
«Yo también querría haber sido un héroe». El pensamiento vuelve a cruzarle la mente una vez más, palpitando en ella. Rápidamente, se forma un mapa mental. Delante de él, la agencia Dynamight arde con fuerza. Detrás, un nomu bestial está haciendo una escabechina con todas las personas que atrapa, demasiado rápido para poder huir de él salvo dejando a los más lentos atrás.
Atrapado. Y toda esa gente está atrapado con él, aunque traten de correr en dirección a lo que consideran un peligro menor. Con esa extraña calma que le ha invadido, Hitoshi mira a su alrededor, mirando a la gente que corre despavorida como si fuesen parte de un sueño, intentando reconocer dónde está exactamente. Y, cuando por fin se ubica, arma un plan.
—¡Por aquí! —grita con todas sus fuerzas. Está acostumbrado a hablar en voz muy baja, así que nadie lo escucha. Haciendo un esfuerzo, tan alto que la garganta le duele, vuelve a intentarlo, tratando de infundir seguridad a su voz—. ¡Seguidme! ¡Por aquí! ¡Podemos ponernos a salvo por aquí!
Sorprendentemente, la gente de su alrededor lo escucha, quizá porque habla con la determinación de quien tiene una alternativa real y sabe qué va a decir a continuación. Con más seguridad, lo repite y empieza a abrirse paso hacia el edificio donde, unos metros más adelante, el nomu está trepando por la pared. Él ha vivido muy cerca de allí un par de años atrás, en un piso de menores tutelados por el estado tras abandonar el orfanato, y recuerda haber paseado e ido de compras en esa zona.
—¡Hay una galería! —grita a la gente que ha empezado a seguirlo. Al principio son pocos, pero como patos que siguen a su madre, cada vez se une más gente a la corriente de personas que lo escucha y confía en sus palabras. Aunque, evidentemente, la alternativa es correr por una calle mientras rezas porque haya alguien más lento que tú que pueda entretener al nomu el tiempo suficiente para llegar a un incendio de llamas azules que consumen edificios enteros.
Suplicando mentalmente porque el centro comercial, compuesto por un largo pasillo que conecta dos calles y varias tiendas comerciales dentro de este, no haya cerrado en esos dos años, sigue atravesando la marea de gente sin perder de vista al enorme nomu que parece encontrar divertido saltar desde la pared del edificio sobre la gente que intenta huir de lo que, por el pánico de la gente, se ha convertido en una ratonera que masacrar a placer. Parte de su determinación se viene abajo cuando ve que el acceso a la galería comercial está cerrado por una valla.
—¡No se puede pasar! —Al otro lado de la verja, un hombre joven, nervioso, espera a varios metros de distancia.
—¡Tienes que abrir! —grita Hitoshi. La gente que lo ha seguido, cada vez más al notar el movimiento, lo aplasta contra la verja, haciendo que uno de los barrotes de hierro se le claven en el hombro—. No puedes dejarlos aquí fuera. Si cruzan al otro lado, podrán huir, pero si se quedan aquí van a morir todos.
«Vamos a morir todos», dice la voz de su conciencia dentro de su cabeza, pues él está en el mismo lado de la valla que toda esa gente, atrapado entre el nomu y el fuego. Si no lo asfixia antes la presión de la gente, que ahora ha descubierto la galería gracias a él, empujándolo contra la verja.
—No… no se puede pasar —repite el chico con menos seguridad, retrocediendo otro paso—. No puedo abrir o ellos entrarán.
—¡Entrarán igualmente! Cuando hayan acabado con nosotros, seguirán por las calles adyacentes, no creo que vayan a dejar a nadie atrás viendo lo que están haciendo aquí —dice Hitoshi, que siente como el pánico empieza a atacar de nuevo a la gente tras él. Si el chaval no abre la verja, va a ser una escabechina y él será de los primeros en morir por aplastamiento cuando todo el mundo empuje contra la verja para tratar de no ser el primero que el nomu asesine. Desesperado, busca argumentos para convencerlo, pero el chico ya está retrocediendo hacia la otra salida de la galería.
«Un Don más propio de un villano que de un héroe». Las palabras emergen en su mente una vez más. Apretando la mandíbula, Hitoshi se aferra con ambas manos a la verja metálica. Más empujones desde atrás, que casi no le permiten espacio suficiente para respirar, lo aplastan contra la verja. Apenas le queda tiempo. Como en el atraco del callejón, es un caso de ahora o nunca.
«Ahora», piensa Hitoshi, determinado.
—¡Eh! ¿En serio nos vas a dejar aquí, grandísimo cabronazo? —grita una vez más. El chico, que está a punto de darles la espalda y echar a correr, traga saliva, culpable. Hitoshi se muerde el labio, expectante, con la oportunidad escurriéndosele de las manos—. ¿No vas a ser capaz de ayudarnos? ¿Piensas cargar con esto en tu conciencia?
—Lo… lo siento, yo… No… Lo siento…
Es suficiente.
El chico da media vuelta de manera definitiva y echa a correr hacia el otro lado, pero la sensación de poder ya se ha instalado en la mente de Hitoshi, que afloja las manos sobre la verja y no cae al suelo por el temblor de las piernas simplemente porque la multitud lo está empujando y lo obliga a permanecer en pie, moviéndolo de un lado a otro como un muñeco desmadejado. Varios gritos de horror y otros sonidos que prefiere no identificar, porque suenan demasiado parecidos al que harían extremidades arrancadas violentamente, se elevan de nuevo entre la gente que lo aplasta. Sin arrepentimientos, utiliza su Don y coge el cabo de poder que le ofrece su mente para apoderarse de la voluntad del chico.
—¡Vuelve aquí y abre la verja! —le ordena, casi triunfal.
El chaval duda apenas medio segundo, pero antes de que Hitoshi tenga que repetir la orden, ya está regresando con un paso de autómata que revela lo en contra que está de cumplir esa orden, y saca la llave del bolsillo para introducirla dentro de la cerradura. En cuanto la verja se abre, Hitoshi se tiene que sujetar al chaval para no caer al suelo y ser arrollados ambos por la gente, que llena la galería para huir del horror del nomu. El propio empujón involuntario que le da al empleado rompe el control del Don de Hitoshi. El chaval, que abre los ojos, lleno de terror e ira, mortificado por el control mental al que ha sido sometido, no se para a protestar y se limita a apartarse de él y correr en dirección a la otra salida, junto a la marea de gente.
Hitoshi se aparta a un lado, dejando que la gente cruce. Quiere cerrar la verja, cuyas llaves han quedado en la cerradura, cuando todos la hayan franqueado, por si eso sirve de algo frente al monstruo que es ese nomu. Es mejor eso que nada y, si consigue detenerlo al menos un par de segundos, serán segundos ganados para poder ponerse a salvo. El flujo de personas huyendo va reduciéndose poco a poco e Hitoshi se atreve a asomar la cabeza de nuevo a la calle mientras empuja la verja para cerrarla. El nomu ya no está a la vista, aunque el asfalto está tan lleno de cadáveres y charcos de sangre cuyo olor penetrante y metálico llega hasta donde está, que a Hitoshi se le revuelve el estómago con una náusea.
Con varios empujones más, consigue colocar la verja en la posición adecuada y, cuando va a cerrar el candado con la llave que el trabajador se ha dejado allí, un hombre de cabello blanco y rostro macilento aparece ante él. Al principio no lo reconoce, pero luego cae en la cuenta de que es el villano de las manos en la cara, sólo que ahora ya no las tiene. El mismo que aterrorizó la U.A. años antes de que él entrase a estudiar en ella, aunque no recuerda qué hace su Don.
—Ha visto una presa más jugosa —explica el villano, de cabellos blancos y largos que flotan con la brisa caliente de los incendios cercanos—. Un cordón policial que intentaba evacuar gente. Justo como estabas haciendo tú, ¿verdad? Eso no te va a servir de nada. Ni a ti, ni a ellos.
Hitoshi no se molesta en contestar. Gira la llave dentro del candado, la saca y la arroja dentro de la galería, lo más lejos que puede. Satisfecho, se aparta un paso hacia atrás, jadeando, ahora que la adrenalina le deja evaluar la situación. Sin el nomu, la verja constituye una buena barrera, así que se alegra de haberse quedado atrás para cerrarla. El villano se acerca, mirándolo con interés, y ahora es Hitoshi el que retrocede paso a paso, sin terminar de decidirse a salir corriendo, expectante.
—¿Tú también quieres jugar a los héroes? ¿Quieres que te cuente lo que hicimos anoche con un montón de aprendices que se divertían con los héroes profesionales? —pregunta el villano, sonriendo como un psicópata. Extiende la mano y roza la verja con cuidado, como si quisiera acariciarla. Unos segundos después, el hierro parece desintegrarse como si fuesen cenizas bajo su Don.
—¡No! —grita Hitoshi, angustiado, al ver caer con facilidad la única barrera que separa al villano de la gente que ha huido.
—¿No? ¿Pensabas que algo tan endeble me iba a detener? Ya te dije que no te iba a servir de nada —se burla el villano, sonriendo todavía más—. La fuerza bruta de ese nomu no se compara con mi poder, mucho más potente. Podría asesinarte desde aquí, destruir todo el bloque de edificios hasta que la desintegración llegase hasta donde estés, por mucho que corras. Primero se te desharían los pies y el resto sería cuestión de unos segundos. Te diría que no duele, pero… lo cierto es que no lo sé con certeza desde que conseguí mejorar en su uso.
—¿Quién…? —la voz le falla, pero Hitoshi se obliga a continuar hablando, intentando improvisar qué pregunta puede ayudarle a que el villano siga hablando mientras camina hacia él con la misma expresión que un gato pone cuando juega con el ratón entre sus zarpas, incitándolo a correr antes de lanzarse a darle la dentellada mortal—. ¿Quién coño eres?
—El que te va a matar.
Sin esperar ni un segundo más, Hitoshi echa a correr, galería a través, en cuanto el villano se queda inmóvil en medio del pasillo, paralizado gracias a su control mental cuando le da la orden de detenerse.
