...en otra dimensión, era una vampira.
Acá con suerte me convertía en fantasma o comida para peces.
—¡Vuelve, vuelve!
—Se nos fue...
Por el rabillo de mis ojos humedecidos y somnolientos, vi como cinco enormes siluetas levantaban la cabeza hacia el cielo.
—Jacob, detente, le vas a quebrar las costillas...
La presión en mi pecho se detuvo, volviendo a invadirme la sensación de ahogo y el sabor a pescadería.
Hundiendo las manos en la suave arena, escupí fuego, salpicando de agua, a alguien frente a mí.
Con ojos vidriosos entreví como el sujeto torcía el gesto, mientras me ayudaba a inclinarme para sacar el agua de mis pulmones.
—¡Julieta! ¡Regresaste! —Resonó la voz de Seth, por sobre el pitido de mis oídos, llenos de agua y sal... y... animalitos marinos tal vez.
—¿Cómo quedó el video? —Susurró una voz ronca de fumador compulsivo, que no reconocí como la mía, hasta que carraspeé.
Los chicos sacudieron la cabeza y rieron aliviados de no tener que cargar con un muerto.
Medio incorporada, seguí tosiendo para eliminar los restos de sal que me desgarraban la garganta. Pese a ello, el dolor no menguaba y el esfuerzo no hacía más que disminuir mis escasas fuerzas.
Sin mucha delicadeza, volví a recostarme con las manos acunadas bajo mi mejilla, agarrando señal. De inmediato, mi breve descanso fue interrumpido por de Jacob, quien con su imponente figura cubría la vista del cielo nublado.
Enfurruñada, acepté su mano para incorporarme.
Entre trompicones, caminé hasta el auto, rodeada de la manada. Sus cuerpos cálidos me acompañaron a cada paso, a falta de una manta que conservara mi disminuido calor corporal.
Me arropé con los cubreasientos del V16, subiendo al máximo la calefacción, mientras Jacob conducía a toda velocidad hasta mi casa.
—¡Mira! ¡Soy famosa! El video se hizo viral...
Su silenciosa réplica, interrumpida por mis estornudos intermitentes, no me desalentó.
El breve video, se había viralizado en distintas redes sociales, con diferentes títulos, pero con la misma reacción en común: asombro.
Y en algunos casos preocupación de que siguiera viva.
—Hay que cobrar entrada al acantilado.
Jacob frunció el ceño, dando un vistazo en mi dirección.
—Síp. Ponemos una barrera y cobramos entrada por saltar del acantilado. ¡Todos preguntan cómo llegar! Será un súper atractivo turístico... Y podemos sacarle mucho provecho... —Concluí asintiendo.
—Eso es ilegal. No puedes cobrar por entrar a la playa. Ni a la reserva...
—¡Con mayor razón! Un pack completo por un tour turístico por la reserva y salto al acantilado. Si se muere en la caída ¡le devolvemos su dinero!
Mi broma no pareció hacerle gracia en lo absoluto.
Dio un gruñido y volvió la vista al frente, tensando los labios en una línea.
—Es el medio negocio... —Musité con un puchero. —Te falta mentalidad de tiburón. —Solté una carcajada ante la ironía. — ¿Entiendes? Tiburón. Océano...
Jacob, continúo inmutable.
Rodé los ojos y abracé mis rodillas, hasta acercarlas a mi pecho, apoyando el mentón en ellas.
—Si en un principio me hubieras dicho que no sabías nadar... —Masculló con tono cansino.
—¡Qué sí sé nadar! — Repliqué ofendida. — Lo que pasa es que me dio un calambre en la pierna... Y el agua estaba muy fría... — Un escalofrío sacudió mi espina, de solo recordarlo. — Y luego apareció la sirenita ésta, modo venganza... La Virginia...
¿O era Verónica?
Como se llame.
La pelirroja había salido desde las profundidades del mar a jalarme las patas y a darme duro contra el roquerío. Aún tenía la nuca y la parte posterior de la cabeza adoloridas.
Me estremecí y acuné mis manos contra mi boca, para calentarlas mediante mi aliento.
—Ven aquí. —Denotó Jacob, pasando su brazo sobre mis hombros y apegándome a su costado.
Puse las manos alrededor de su cintura y di un suspiro, agotada.
Quería arrastrarme hasta la ducha y echarme a remojar para quitarme el olor a mariscos.
Ok, no.
Tampoco es como que oliera a algo que no fuera a perro mojado, revolcado y atropellado.
Además, no estaba entre mis planes, tomar un baño, cenar algo liviano, y llorar hasta dormirme...
Este último encuentro cercano a la muerte me había dado un nuevo propósito.
Como si en lugar de ver las puertas del infierno, la luz del túnel se hubiese hecho presente, en los momentos que creí serían los últimos de mi existencia en el plano terrenal, tuve una epifanía.
Una tan cliché y predecible como todo aquel que ha pasado un susto de muerte o siente que su vida pasa sin ningún propósito, ni relevancia que el ser un personaje de fondo, en la historia de alguien más.
Iba a vivir cada día como si fuera el último.
Literal...
Respondió mi subconsciente, al considerar el hecho de que la pelirroja seguía al acecho, esperando el momento para matarme.
Sacudí la cabeza, alejando esos pensamientos, como si el no pensar en ello, hiciera una diferencia.
No iba a detener a la pelirroja.
Pero...
Me iba a ahorrar muchas noches de insomnio y paranoia.
Y no hay nada más importante que la salud mental.
En resumidas cuentas, después de ver a la cara a la parca —otra vez— le daría a mi existencia, un necesario cambio.
—¡Voy a comprar esos pasajes a Turquía! — Dije golpeando el puño contra el salpicadero. — Y luego me compraré un Ferrari. No... ¡Hassan me comprará un Ferrari!
Jacob detuvo el automóvil frente a mi casa, y me miró confundido. Como si se me hubiera zafado un tornillo, más concretamente.
—¿Qué? —Antes de que pudiera explicarle que era una renacida, e iba a mandar al demonio los pueblos mágicos, poblados de criaturas sobrenaturales, se apresuró a agregar. — ¿Quién es Hassan?
—Mi patrocinador y futuro padre de mis diez hijos.
—¿Qué? —Su tono estaba cargado de pánico.
—Síp. Cuando sea la boda te aviso... —Anuncié, mientras extendía la mano a la manilla, entrecerrando los ojos, para divisar la finita garúa que caía.
— La media nave. —Comenté a propósito del auto de alta gama aparcado a unos metros de mi casa.
—¿Lo reconoces?
—Es un Mercedes. —Respondí extrañada, de que, no supiera algo tan básico.
Jacob, puso los ojos en blanco y se removió inquieto, tensando la mandíbula.
—Me refiero a si te es familiar.
—Sí... Lo tengo aparcado en el patio trasero, junto a mi jet privado, genio. —Repliqué con un bufido.
Estaba abriendo la puerta del copiloto, cuando en un rápido movimiento, Jacob, cerró de un portazo.
—¡Oye! — Su piel cubierta de pequeñas gotas de sudor, dejaba ver las marcadas venas de sus brazos, que me obstruían la salida. —¡Quítate!
Haciendo caso omiso, me miró serio.
—Creo que se trata de ellos. —Murmuró, inhalando con fuerza.
—¿Quienes? ¿La CIA? ¡¿El FBI?!
Tragué duro, sin despegar la vista del auto, agrandando los ojos con pánico.
¿Se habrían enterado de la venta de estupefacientes?
¡Imposible!
Los únicos que sabíamos de ese negocio eran un muerto y yo.
¿Y si el pariente de Marilyn Mason, el tal A. Manson, me había delatado con la venta del cuadro?
¡O peor!
¿Si el comprador era un agente encubierto del FBI?
Los colores huyeron de mi cara, al pensar en que en ese preciso instante podían estar interrogando al Willy.
Doble putiza me iba llevar.
—¡Demonios Julieta! —Los temblores que sacudían el cuerpo de Jacob, se volvieron más violentos. —¡Los Cullen!
—Ah... —Suspiré aliviada.
Con eso sí podía lidiar.
Encogiéndome de hombros, pateé la puerta y salí.
Jacob, saltó a mi encuentro a toda prisa, observando atento su entorno.
—¡Vuelve al auto! ¡Podría ser una trampa! —Exclamó, tomándome por las muñecas.
Con brusquedad deshice el ademán. Su toque quemaba, al contacto de mi piel entumecida. Sus ojos oscuros, me devolvieron la mirada, con una mezcla de ira y tristeza.
—¡Por qué siempre tiene que ser algo malo! —Respondí, alentada ante una nueva perspectiva, de que, en adelante, solo atraería cosas buenas, como si eso fuera suficiente para que pasaran.
Síp.
Piensa positivo y que el universo haga lo demás.
—¡Por qué no puede ser... no sé mi abuela perdida que... viene a decirme que soy la princesa de... Rajastán!
—¡Te volviste loca! Solo inventas excusas para ir corriendo con ellos.
Jacob detuvo sus pasos a escasos metros de la entrada, apretando sus puños temblorosos a su costado.
Chasqueé la lengua, antes de contestar.
—Quizás... ¿Sabes? Estar bajo el agua más de tres minutos, deja tu cerebro sin oxígeno... —Me llevé una mano al mentón. —Pero... yo no estuve tanto rato sumergida... Así que... Sí. Quizás tengas razón y estoy loca.
—Si entras allí, no podré protegerte. Eso estipula el tratado.
—¡Relájate! Los tiempos en que me perseguía la desgracia ya pasaron.
Seguí caminando despreocupada, hasta que comencé a dudar de mis propias afirmaciones.
¿Y si el Mercedes no era de una vieja adinerada, reina de un país del sudeste asiático y Jacob tenía razón?
Volteé a echarle un vistazo al vehículo y tragué duro.
¿De dónde me era familiar?
Efectivamente, los Cullen tenían autos de alta gama, pero, eso no quería decir que todos los vehículos lujosos que pasaran por Forks, eran de su propiedad.
El innombrable, tenía un Volvo.
El ángel de Victoria Secret, un BMW.
La mole, un Jeep.
Sacudí la cabeza e introduje la llave en la cerradura de la puerta principal, dando un suspiro.
Dentro de la casa, reinaba la oscuridad. Ni siquiera alcanzaba a divisar a Sunny y a sus ojitos amarillos y hambrientos que solían recibirme.
Busqué el interruptor, mientras la incertidumbre apresaba mis extremidades, entorpeciendo mis movimientos.
¿Qué auto manejaba el doctor?
Tragué duro y encendí la luz.
¿Y si se había enterado del robo y ahora venía a vengarse también?
Mi mantra de positivismo, se fue al diablo, en el preciso instante en que un par de ojos dorados, me miraron con aprehensión.
