La Flor del Demonio

El flautista de Hamelín

Habían pasado tres días de su fiesta de té con Camille. Ferdinand había estado tan preocupado el día de la fiesta de té, que había pedido el nombre de la aburrida niña tonta que sería su concubina a su asistente, poniendo de pretexto que no quería llamarla niña cada vez que se refiriera a ella.

Justo ahora, Ferdinand se encontraba jugando al gweginen con su padre, a la mitad de su propia fiesta de té. Si era sincero, era la primera vez que jugaba con el Zent y defenderse le estaba costando mucho más que con su profesor de estrategia.

—Así que, Ferdinand —inició su padre luego de hacer dos movimientos y quitarle tres de sus fichas—, ¿qué te pareció la hermosa flor que te obsequié por tu bautizo?

El niño simuló estar considerando su siguiente movimiento para pensar a qué se estaba refiriendo su padre. No recordaba haber recibido ninguna flor por su bautizo, a menos que… ¡Camille!

'¡Por todos los Dioses! ¿qué le contesto? ¿se la llevará si le digo que no me gustó? ¡pero va a quitármela si le digo cuánto me gustó!' pensaba Ferdinand sin dejar de analizar el tablero, decidiéndose por un movimiento y una respuesta.

—Es linda —y tomó dos de las fichas de su padre, observándolo de reojo con cautela.

Zent estaba sonriendo. Por alguna razón a Ferdinand le pareció una sonrisa desagradable. Pero era una sonrisa, ¿no? Había dado la respuesta correcta, ¿cierto?

—¿Te parece, Ferdinand? —su padre movió una de sus fichas, capturando una y dejando un espacio abierto en su formación. Parecía una trampa, pero no veía más salidas. ¿Quizás se había alegrado con el comentario y por eso bajaba la guardia?

—Si, es bonita, pero nada más —respondió el niño atacando en el tablero, robando al menos cuatro piezas y resoplando como si la mención de la niña fuera algo aburrido para él.

—Eso es bueno, Ferdinand. La función de una concubina es ser hermosa y servil —su padre avanzó otra de sus fichas. No hubo capturas. Luego dio un sorbo a su té—. Además, tu actitud hacia ella ya ha comenzado a cultivarla.

La ficha que Ferdinand estaba a punto de mover casi se le cae de los dedos. Respiró profundo para disimular su confusión, haciendo bailar la ficha un poco antes de moverla y mirar a su padre.

—Lamento ser tan pequeño todavía, padre. ¿Puedes explicarme a qué te refieres con cultivarla?

Su padre sonrió de nuevo. Era la misma sonrisa desagradable de hacía un momento, solo que mucho más amplia que antes. Incluso lo vio suspirar mientras se reacomodaba en su asiento, tomando una ficha y levantándola, examinándola a detalle conforme daba su explicación.

—Verás, después de tu fiesta de té, Siegfried vino a darme un informe. Comprenderás que como Zent, debo estar informado de todo lo que sucede en el palacio para que Mestionora y Dultzetzen puedan proveerme de sus bendiciones cuando es necesario.

Ferdinand tragó con dificultad, observando como su padre colocaba la pieza de nuevo en el tablero, moviéndola de un modo demasiado peligroso justo ahora, dejándolo sin salidas viables.

—Así que fui a conocer a tu futura concubina sin que ella lo supiera, por supuesto. Es una de las flores más bellas que he visto. Efflorelume la colmará de todo tipo de bendiciones con cada año que pase. Casi te envidio por ello, hijo mío.

—¿Y? —preguntó Ferdinand, molesto por alguna razón, lanzando un violento ataque que se llevó al menos tres piezas más del tablero, cruzándose de brazos y mirando a su padre, el cual soltó una sonora carcajada ante su ceño fruncido.

—No debes temer nada, Ferdinand. La flor ya ha empezado a bailar a tu propio compás. Invirtió el día siguiente a la fiesta de té en comparar su curriculum de estudios con el tuyo y ajustarlo. ¡Está decidida a alcanzarte con tal de complacerte! No pensé que serías tan bueno para ganarte una flor a tan corta edad. Me llenas de orgullo, pero…

Su padre movió una única ficha y el juego estuvo acabado. Ferdinand había sido derrotado por completo.

—Como bien has dicho, hijo mío, todavía eres muy pequeño. Te guiaré después para que la flor te sea leal y obediente en todo momento, ya lo verás.

.

Había pasado una semana, la semana más larga de mi vida después de mi primera semana en el Palacio de Adalziza.

Ferdinand era un idiota y un arrogante con muy buenas notas, pero solo tenía siete años, así que todavía tenía salvación.

Para cuando llegó el día de la tierra de nuevo, ya había logrado que Alessandra y Berniece me llevaran muestras de los ingredientes usados para los postres y le entregaran una receta mía para hacer galletas a los chefs que tenía asignados. Había notado que Ferdinand solo había mirado los dulces sin probar nada además de su té… si es que se le puede decir probar a meter el dedo en algo.

Esta vez fuí la primera en llegar al jardín. Alessandra me ayudó a supervisar al personal. Incluso probó una de las galletas antes de que Ferdinand llegara, asegurándome que los dulces no habían sido envenenados en las cocinas.

—¡Su Alteza, el Príncipe Ferdinand ha llegado!

El mismo niño odioso de la semana anterior entró entonces. Apenas mirarme entrecerró los ojos, levantó la nariz e inhaló con fuerza, como si verme le causara algún tipo de repulsión.

Conté hasta diez conforme me arrodillaba con los brazos cruzados y la cara hacia el suelo. Entre menos viera el rostro de este pedante, más fácil sería llevar a cabo mi plan.

Di mis largos saludos nobles y esta vez, él respondió sin que fuera necesario que le recordaran. Luego tuve que esperar a que se sentara para poder sentarme yo también.

Ferdinand miró a los dulces con curiosidad. Fue apenas un par de segundos. Suficiente para hacerme sentir orgullosa e inflar un poco el pecho conforme tomaba una de las galletas.

—Estas son galletas de té y mantequilla. Encontrará que el sabor no es demasiado dulce y que combinan bien con el té que van a servirnos —dije después de hacer la muestra de veneno. Luego probé el té frutal que nos habían traído.

Ya fuera por curiosidad o porque le comenté que no eran muy dulces, Ferdinand se llevó una galleta a la boca y luego otra. Sus ojos brillaron apenas un instante. Estaba a punto de tomar una tercera cuando se dejó caer hacia atrás en su asiento, poniendo de nuevo esa cara de aburrimiento y cambiando la dirección de su mano para revisar sus uñas.

—No están mal —comentó antes de mirar a uno de sus eruditos.

'¿Perdón? ¿Que no están mal? ¡Estúpido mocoso malcriado! ¡Mis galletas te gustaron! ¡Admitirlo no va a matarte!'

Aclaré mi garganta luego de tomar un poco de té para calmarme. Esta vez no iba a salirse con la suya y dejarme aquí sola como una tonta sin siquiera despedirse como una persona civilizada.

—Príncipe Ferdinand, estuve pensando mucho en sus palabras de nuestra última fiesta de té —pude verlo simular que no me oía.

Sé que disimulaba, pues sus ojos habían dejado de mirar sus uñas sin cambiar de postura en ningún momento para mirarme. ¿Qué es esto?

—La memorización no es suficiente para imaginar algo, cómo usted dijo. Ya que la capacidad imaginativa de mi Lord debe ser aún mejor que la mía, preparé una historia que, estoy segura, no ha escuchado antes.

—¿Una historia? —dijo Ferdinand apoyando su cabeza de manera perezosa en una mano, recostandose sobre la mesa de manera parcial—. Muy bien, veamos qué historia insulsa me has traído. Te advierto que si no me gusta, me iré.

Alguien debería disciplinar a este tipo, ¡en serio!

Tomé aire y cerré mis ojos un momento. Había pensado en esto toda la semana, recordando todas las historias que podía recordar de mi vida como Urano. Fue una suerte que comenzara ese fichero sobre bestias fey, había sido un poco más sencillo adaptar las historias a este mundo de esa manera.

—Antes de comenzar, príncipe, la historia que voy a contarle tiene una moraleja o aprendizaje que, espero, le sea de utilidad como futuro Zent de este glorioso país.

'En realidad espero que algo de esto se quede grabado en tu cabeza y dejes de ser tan desagradable'

—Como digas. Ahora empieza, no tengo todo el día.

—*—

Hace mucho, mucho tiempo hubo un ducado llamado Hamelín. Su ciudad capital estaba rodeada por murallas, era una ciudad muy bonita y también muy próspera, después de todo, era una ciudad portuaria. Comerciantes de todo el mundo iban ahí.

Todos sus habitantes vivían felices en Hamelín hasta que un día, mientras todos dormían, empezaron a llegar a la ciudad pequeños shumil.

Al inicio, los habitantes tomaron a los shumil como mascotas, pero cada día llegaban más y más, tantos que los caballeros tuvieron que comenzar a cazarlos. No importaba cuantos mataban, cada vez que la diosa de la luz iniciaba su recorrido, la ciudad volvía a quedar totalmente infestada. No había un lugar en el que no se encontrara un solo shumil.

La situación era tan terrible, que el Aub mandó traer zantzes para que acabaran con ellos además de trampas y otras cosas, pero no sirvió de nada. Incluso probaron con venenos para animales, pero no funcionaba. Los shumil eran cada vez más y más.

En medio de esta situación llegó a Hamelín un trovador que aseguró al Aub que sería capaz de limpiar la ciudad de los shumil.

—¿Usted sólo podrá hacerlo? —preguntó el Aub.

—Por supuesto —aseguró el trovador—. Pero a cambio pido mil monedas de plata pequeñas.

—No se preocupe. Si lo consigue le daré mil monedas de oro pequeñas.

El trovador llegó a la plaza del pueblo, sacó una flauta de su bolsillo y empezó a tocar

—*—.

—Espera un momento, ¿cómo podría un trovador eliminar a los shumil solo con una flauta —preguntó Ferdinand frunciendo el ceño

—Si me permite continuar, milord, podré explicarlo —respondí con una sonrisa brillante

—*—

Cuando comenzó a tocar, el encantamiento de la flauta se activó, después de todo, ese trovador en realidad era un noble de un país lejano.

Mientras el flautista tocaba, los shumil comenzaron a salir de todos los rincones de la ciudad. Cientos y cientos se acercaron hasta él y comenzaron a seguirlo cuando empezó a recorrer todas las calles de Hamelín.

El flautista continuó caminando hasta salir de la ciudad y llegar al río, donde se paró en la orilla y siguió tocando. Los shumil estaban tan ensimismados por la música que cayeron al agua y murieron ahogados.

Entonces, el flautista volvió a ver al Aub para pedir su recompensa.

—¿Mil monedas de oro pequeñas por una música? ¡Te daré como mucho cien monedas de plata pequeñas! —dijo el Aub riéndose.

—¡Eso no es lo que me prometiste! Lo lamentarás.

Cuando el día estaba por cambiar de fecha, el trovador entró en la ciudad noble y comenzó a tocar con fuerza su flauta, caminando entre las mansiones. En esta ocasión, fueron los niños, grandes y pequeños desde antes de la edad de bautismo y hasta cerca de la mayoría de edad e incluso los hijos del Aub quienes empezaron a salir de las casas y comenzaron a seguirle allá donde iba. El flautista salió de la ciudad y todos los niños de Hamelín salieron con él y nunca más se los volvió a ver.

—*—.

—La pérdida de nobles fue tan grande que la mitad del ducado comenzó a volverse arena blanca debido a la escasez de maná.

—Comprendo el por qué ese ducado perdería maná, pero dijiste que esta historia me enseñaría algo, y no veo que pueda ser eso, además de la estupidez de ese Aub. Si no tenía el dinero pactado debería haberse puesto en contacto con su gente, incluso con Zent —Resopló exasperado.

—Mi señor, déjeme explicarle la moraleja. Este cuento quiere que quien lo escuche comprenda que la mentira y la arrogancia solo le harán perder aquello que quiere proteger. El Aub quería proteger su ciudad, más al no cumplir la promesa hecha al flautista perdió su ciudad junto con la mitad del ducado, incluyendo a los niños de las familias nobles.

—Veo el sentido en ello —confirmó el niño antes de levantarse—. Como esta segunda fiesta de té no fue una pérdida total de mi tiempo, consideraré recompensarte con mi presencia el próximo día de la tierra. Espero que prepares otra historia —dijo antes de irse.

Tanto mi séquito cómo yo nos apresuramos a ponernos de rodillas para despedirlo.

Por curiosidad, levanté la mirada, observando a Ferdinand deteniéndose en la salida y volteando conforme su asistente le abría la puerta y el erudito se adelantaba.

'¿Me sonrió? ¿El príncipe arrogante sabe sonreír? No, ¡por supuesto que no! De seguro estuve tan nerviosa con esto toda la semana que mi mente debe haberme jugado una mala broma'

Me levanté, esperando con paciencia a qué Alessandra terminará de coordinar a la servidumbre para que terminarán de asear la mesa y el lugar. Estábamos por irnos cuando me detuve, mirándolos.

—A nombre del Príncipe y mío, les agradezco mucho por su duro trabajo. Espero seguir contando con su apoyo en el futuro.

Alessandra y Berniece me sonrieron con disimulo. El resto del personal me miraban estupefactos antes de arrodillarse y cruzarse de brazos. Necesito ganarme a estas personas para que me ayuden a mejorar la relación con el príncipe.

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—Lo ha hecho usted muy bien, amo Ferdinand —dijo Siegfried antes de cruzar sus brazos en una leve reverencia y salir de su habitación.

El niño lo observó. Seguro iría a reportar todo lo visto a su padre. ¿Habría notado que en realidad estuvo atento desde que se le ofreció un cuento que nunca había escuchado? Esperaba que no, así como esperaba que nadie de su séquito notará que le había sonreído a Camille.

Ella había cumplido su ofrecimiento, una historia que él jamás había escuchado. No solo eso, estaba seguro de que no había encontrado una historia como esa.

Estaba demasiado emocionado y no podía demostrarlo. Su padre no podía saber que ella había encontrado algo que llamara su atención.

'Cuando sea un adulto y me convierta en Zent, podré ir con ella y pedirle disculpas. Después le pediré más de esas deliciosas galletas. Le preguntaré de dónde ha sacado la historia de hoy. ¡Hasta podríamos discutirla! ¡Eso sería divertido! Y padre ya no tendrá el poder para arrebatarme a nadie más' suprimió una sonrisa con dificultad antes de avisar que se iría de nuevo a su habitación oculta.

—¿De nuevo, milord? —le cuestionó su asistente en turno.

Pensó en cómo se había comportado la vez anterior, el trabajo que le había costado a Camille mantener la calma y se sintió asqueado, dejando que eso mismo se reflejara en su rostro.

—Necesito un lugar adecuado donde quejarme. ¿No se supone que para eso es mi cuarto oculto? ¿Para que pueda expresar mis emociones como es debido?

—¡Lo lamento, majestad! —se disculpó de inmediato su asistente, arrodillándose y dejándole pasar.

Apenas la puerta se cerró, el pequeño niño se dejó caer junto a la puerta, suspirando ante el recuerdo de la hermosa niña narrando la historia, rememorándola una y otra vez hasta memorizar cada palabra, cada pausa y cada gesto de ella.

—Un día, Camille, un día te diré esta historia de memoria y entenderás por qué no podía darme el lujo de perderte a ti también.

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Notas de una de las Autoras:

Y empezamos a meter las historias.

Lo queramos o no, algo aprenden los niños de los cuentos que escuchan y Ferdinand tiene tan solo siete años en este momento, de modo que este es el primeero, pero no el último de los cuentos que iremos introduciendo con ayuda de Camille. Esperamos hayan disfrutado con esta versión de El Flautista de Hamelín. Habrá más cuentos y más pensamientos internos de Camille... lo malo es que también tenemos encima a este Zent desagradable cuyo nombre no puedo revelarles. ¿Alguien quiere jugar a adivinar cual de los cinco príncipes ganó el puesto de Zent esta vez? Prometo que les daremos la respuesta en algún punto. Pista. No es Traokvar.

Un saludo a todos, mil gracias a quienes han dado Fav o Follow, un millón de gracias y además abracito en grupo a quienes hayan dejado un mensaje para esta historia. ¿Qué les puedo decir? a los escritores nos gustan las palabras, no importa si son nuestras o de otras personas y las apreciamos aún más cuando van dirigidas a nosotros y nuestros trabajos.

Cuídense mucho y feliz fin de semana, nos veremos el próximo sábado.

SARABA