Sí, estás leyendo el prompt bien. Lechuga.
4 - Fresa
Prompt: Lechuga
Para ser la primera conversación de verdad Madeline había tenido en…
¡Lo había hecho bastante bien!
La sola idea de la soledad que tendría en la montaña era una de las razones por las cuales Madeline se había siquiera animado a ir en un primer sitio. Pero no podía negar que la compañía de Theo fue una bocanada de aire que ella no sabía que necesitaba. Eso le había dejado fresca como lechuga para retomar su camino.
Esa renovación de ánimos le permitió dejar de ver la ciudad como aterradora. Irónicamente cuando recobró la idea de que estaba perdida sabía que esta vez estaba yendo por el camino correcto, pues se encontraba a sí misma en zonas nuevas de la ciudad.
Madeline podría estar refrescada, pero la ciudad definitivamente no lo estaba. No cuando encontró maquinas rectangulares que se movían de un lado a otro, incrustadas con luces de semáforos que aún funcionaban. No entendía su propósito, pero le ayudaban a cruzar la helada ciudad efectivamente como su sprint, así que reciprocó la ayuda que esos bloques mecánicos con una confundida gratitud.
Para exacerbar sus dudas sobre la ciudad, a mitad de su camino se encontró con más vida aparte de ella misma. No otras personas–lo cual agradeció internamente–pero vida en definitiva.
Era una fresa en lo que antes debió ser un pequeño puesto de frutas a mitad de una calle con edificios tan abandonados como cubiertos de nieve. Dicha fresa no solo captó la vista de Madeline por el rojo resaltando sobre la azulada ciudad muerta y viva al mismo tiempo, si no por lo extrañamente fresca que la fresa estaba a comparación de cualquier otra fruta en el local, las cuales estaban más que podridas.
A primeras a Madeline podría parecerle extraño, pero en el lapso de un día había adquirido un sprint que le permitía prácticamente volar por unos segundos y estaba en la amalgama de una ciudad, un laberinto y una cueva de hielo con máquinas que le ayudaban a cruzar precipicios enormes en los cuales su sprint no era suficiente.
Tal vez extraño, pero no imposible.
Madeline tomó la fresa y la guardó en su mochila. No por hambre, había estudiado bien las escaladas de montañas y estaba segura de que tenía suficiente agua y comida preparada para unos días, pero no le sentaba dejar a su suerte a posiblemente la única cosa que quedaba con vida en este lugar. La sola idea de hacerlo le creaba un nudo en la garganta.
¿Estaba teniendo sentimientos y emociones por un objeto inanimado? Sí. ¿Había alguien para detenerla? Hasta donde ella sabía, no.
A medida que avanzaba el espacio se hacía más y más amplio. Trozos del cielo anaranjados eran visible entre los edificios. Su sentido de maravilla se vio mezclado nuevamente con sorpresa al encontrar otra fresa con un inquietante perfecto estado. Esta vez, en una banca algo cubierta de nieve de un parque viejo.
Ya tenía una así que ¿Para qué otra? Pero de misma manera, Si ya había agarrado una ¿Por qué no llevarse esta también? No era como que alguien fuera a echarla de menos. Espacio le sobraba un poco en su mochila.
Esa misma sorpresa se empezó a transformar en una absurda confusión cuando encontró más de esas fresas en los lugares más improbables y recónditos de la ciudad a la vez que recorría los últimos tramos de su travesía.
Para cuando pudo ver las siluetas de las ruinas, Madeline ya había coleccionado un total de cinco fresas. Poco a poco el espacio a su alrededor se volvía más amplio y se le facilitaba respirar, quitándole el silencioso miedo de que el techo sobre su cabeza podría caerle encima. Su vista y mente fue apaciguada por el ahora azul oscuro cielo estrellado. Los edificios abandonados lentamente eran reemplazados por estructuras tan antiguas como la montaña.
Madeline encontró un lugar para descansar en un punto medio entre la ciudad y las ruinas que Theo le había hablado.
Mientras se asentaba de vez en cuando le echaba vistazos a las ruinas que visitaría el día siguiente. Cada vez que lo hacía no podía evitar sentir un malestar en su estómago, como un nudo apretándose cada vez más fuerte.
A sus ojos las ruinas eran la antítesis de la ciudad que de pronto mostró mantener atisbos de vida. Tanto con las fresas que había cogido aprecio y las maquinas que mantenían en un movimiento perpetuo la ciudad.
Madeline tan solo esperaba que Theo la tuviera más fácil que ella para llegar hasta las ruinas. La parte de su mente que nunca se callaba le decía que no quería estar sola.
