Reseña:
Himura, cuando su hijo Kenji tenía tan solo tres años entregó
a Yahiko la sobkasu, legándole ahora eld eber de defender a su familia
y, al estar en un contexto de guerras y hambre, decidió vagar por Japón
para ayudar a aquellos en necesidad como una forma de pagar por los pecados
que aún no creía redimidos en absoluto, el peso de su cicatriz
no se había ido del todo. Luego de aproximadamente cinco años
el gobierno de Japón vuelve a requerir los servicios de Kenshin mas él
se negó a pelear en el campo de batalla argumentando que había
dejado de lado su espada y que una extraña enfermedad, que constaba de
manchas rojas cubriendo gran parte de su cuerpo - recuérdese lo que Megumi
dijo acerca de que el cuerpo de Kenshin no resistiría mucho tras sobreexponerlo
en batallas de alto riesgo- lo imposibilitaba para ser útil de esa forma.
Pero si ofreció su ayuda humanitaria y moral para los enfermos y heridos
de guerra y ahora, después de cinco largos años de incomunicación
con su familia, ha vuelto a Japón.
Disclaimer:
Rurouni Kenshin no me pertenece. El anime es propiedad original de Nobuhiro
Watsuki y los derechos están reservados a las compañías
de animación asociadas.
EL RETORNO
Primer capítulo.-
La mañana había seguido su curso normalmente. Los mismos alumnos
de siempre, las mismas clases de todos los años, los mismos errores vistos
en diferentes aprendices, las mismas palabras de aliento para aquellos que no
lo hicieron bien... Era cierto que trabajar en el dojo se había vuelto
más rutinario de lo que había sido cuando él era estudiante.
Ya no había risas alrededor ni salidas en tiempo de florecimiento de
la sakura, ni siquiera comentarios fuera de lugar que merecieran un golpe de
boken en la cabeza. No había nada de eso. Aveces pensaba que diez años
atrás no hubiese siquiera concebido la idea de que su vida se convertiría
en lo que era ahora. No hubiese gastado un segundo de su tiempo contemplando
posibilidades que creía más que remotas. La paradoja de la vida.
Ahora lo remoto era ese grupo de recuerdos que cada segundo que pasaba parecían
más un sueño o una burla de su situación actual.
Aún le era difícil aceptar el cambio tan radical que había tomado todo a su alrededor. No parecía ser el lugar donde venía viviendo tanto tiempo, era más frío, casi gélido, pero este frío no era causado por fenómeno ambiental alguno, no, este era peor, era frío humano.
No había ya por qué pensar en cosas irremediables.
Después de una clase no había nada mejor que un baño de agua fría, inclusive si era invierno. Yahiko levantó la cabeza hacia al cielo y contempló con horror un grupo de cirros que ofrecían un detestable cambio de clima inmediato.
En cualquier momento lloverá y habrá relámpagos, pensó disgustado.
Un gesto de preocupación se hizo lugar en su joven rostro acompañado del par de puños que ahora estaban a sus costados. Odiaba el invierno más que a cualquier otra cosa.
A medio camino se dio cuenta que aún llevaba consigo la shinai en la espalda, debido a la prisa con que había salido para tomar su baño. Volvió al dojo y la dejó en su lugar habitual sin olvidar acariciar con ternura la superficie ya desgastada por el tiempo y el uso constante, como cada vez que la devolvía al lugar preferencial que él le había creado en las viejas paredes del dojo. Era tonto que le guardara tanto cariño a ese objeto cuando era principalmente este mismo aquel con que en otros tiempos mejores cierta voluble instructora de kendo dejaba chichones sobre su cabeza por algún comentario fuera de lugar o una simple provocación. Una sonrisa de aquellas que se dan cuando se contemplan recuerdos que nos fueron queridos pero que nunca volverán se esbozó en su faz. Aquel tinte de melancolía una vez más obligaba a que su mente hiciera de sus recuerdos unos más vastos, unos que no solo fueran escenas colgantes en la nada, y es justo en ese momento, cuando el recuerdo se hacía más vívido y menos confuso es que la memoria cambiaba de matiz radicalmente. Ya no causaba nostalgia sino disgusto. El sentimiento original metamorfizaba a uno totalmente antagónico.
- ¿Yahiko-kun?- preguntó una mujer con voz muy suave sacándolo de sus cavilaciones.
- Eh disculpa Tsubame, ¿me decías?- se apresuró a preguntar.
- ¿Pasa algo, anata? - volvió a preguntar la joven, esta vez acercándose
un poco más a él pero evitando hacer contacto visual.
- No es nada Tsubame, solo pensaba. Dime, ¿qué querías
decirme?
- Es que... prométeme que no...
- ¿Qué desees que te prometa, Tsubame?
- Que no... ¡Yahiko!- exclamó la joven mujer rompiendo en sollozos, buscando refugio en el pecho de su esposo. Él temió lo peor.
- ¡Tsubame! ¡¿Es acaso Kaoru?! ¡Kami-sama! - él
sacudió la mujer al no ver respuesta alguna en ella- ¡Responde,
mujer! ¡¿es Kaoru?! ¡Qué diablos es lo que le ha pasado?
Tsubame solo negaba con la cabeza frenéticamente sin dejar de llorar. Yahiko no sabía que más hacer. Tsubame estaba en shock y eso solo podía significar que algo grave había pasado. Soltó a su esposa con más fuerza de la necesaria causando que ella cayese al suelo sentada; Él la quedó viendo pero las aplabras no salían de su boca. Después se disculparía y ella entendería, ahora tenía prioridades. Se fue lo más rápido que pudo al cuarto de Kaoru. Lágrimas amenazaban con escapársele de los ojos pero no podía permitirse ni siquiera eso. Había gente que dependía de su fortaleza y si alguien debía mantener la calma tenía que ser él. Ni siquiera un segundo de debilidad.
Llegó en cuestión de segundos al dormitorio, su mente creando
imágenes que en ese momento hubiese dado la vida por deshacerse. Abrió
el shoji y ahí seguía ella. Sus respiraciones al mismo paso de
siempre. Estaba durmiendo. No pudo evitar derramar una lágrima él
también y sonreír al mismo tiempo ante tal vista. La emoción
fue tal que olvidó los motivos que lo trajeron hasta ahí. No importaba.
¡Kaoru estaba durmiendo al fin! Megumi estaría muy feliz de oír
esto. Estaba por entrar a chequearla más atentamente cuando sintió
la presencia de alguien más justo detrás de él.
No, no puede ser... es imposible... debe haber algún error... es el momento, es-
Y sin darle más tiempo de aferrarse a la idea de una confusión confirmó sus dudas cuando con el mismo tono de voz que usó la última vez que oyó de él una palabra, le dijo:
- Kon ban wa, Yahiko-kun, tadaima.
¡¿Tadaima?!
No podía terminarlo de creer. Cerró el shoji como si tratara de evitar que la peste entrara a la pieza. Volteó lentamente, rogando que incluso sus oídos estuvieran traicionando su racionalidad. No deseaba ver la figura de aquel hombre otra vez, no a esa imitación barata de aquel que una vez admiró pero que en realida no fue más que un espejismo, una ilusión demasiado buena para ser realidad.
Ahora podía reconocerlo. Sí. Definitivamente era él. Estaban frente a frente. Ambos viéndose a los ojos con dos miradas totalmente distintas; las palabras estaban demás.
En ese momento comenzó a llover.
Se estaba mojando pero aún así permanecía en el mismo lugar viéndolo a los ojos. Así era mejor, así no lo forzaba a evitarle el paso. Después de tanto tiempo estaba frente a frente con aquel que despreciaba con todo su ser. Después de verlo a los ojos por unos segundos más y expresando diciendo con ellos todo aquello que prefería callar se animó a preguntar:
- ¡¿Qué demonios haces aquí?!
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Notas de la autora:
¡Ahí lo tienen! ¿Yo escribí eso? je, je, je. ¿Es un drama, recuerdan? ¡Espero lo hayan disfrutado y dejen reviews! Bye!
Shiomei.
