CAPITULO 3: Abriendo las memorias







Ese cosquilleo.

No podía dejar de sentirlo y le incomodaba sobremanera. Desde que se había instalado en su asiento respectivo en la mesa de profesores, el cosquilleo había aumentado en intensidad. Volteó a sus lados, a la derecha se encontraba la profesora Sprout, platicando animadamente con los profesores Sinistra y Flitwick; a la izquierda, Minerva, Albus, "ella" y el licántropo.

Estos últimos dos debían ser los causantes de esa odiosa tensión que en ese momento le llenaba el pecho.

¿Cierto?

Aspiró y suspiró contenidamente, mientras sus manos se crispaban ligeramente sobre su túnica oscura. El mundo repentinamente conspiraba en su contra, o, ¿debería decir Albus Dumbledore?. Otra aspiración, era mejor dejar de lado ese asunto, no valía la pena comerse la cabeza por algo que sabía que iba a ocurrir. Dumbledore era así, no le daría el puesto de DAO, aunque supiera que era el mejor en la materia. El motivo seguía siendo un misterio para él y no había nada que detestase más, que la falta de razones.

Sin embargo, por esta vez y por mucho que le disgustara, tenía que admitir la indudable competencia del nuevo profesor de DAO. Y vaya que sí era competente, Albus había tenido buen tino al fin. Aun con todo lo que le provocara a sus nervios. Y con ese último pensamiento, decidió dejarlo todo por la paz. Sólo esperaba que aquel par de "asuntos", también dejaran de irrumpir en su mente, cada vez que no tenía nada mas en que pensar.

Se irguió mejor en su silla, y agradeció mentalmente que nadie le hiciera conversación por esta vez. Clavó la vista al frente, a ningún punto en particular y dejó que su rostro se tornara pétreo e indescifrable.

Sin saber que unos cuantos asientos mas a su izquierda, unos ojos azul oscuro, no lo habían perdido de vista.







Los murmullos llegaban a ellos, como un rumor sordo a través de la pequeña puerta, provocando la nerviosa expectación de los pequeños de primero. Jazeera platicaba brevemente con algunos de ellos, sin dejar de voltear a ver a su gemelo.

Sahir no se había movido en absoluto, tan sólo limitándose en apoyar su ancha espalda contra la columna, envolviéndose más en su capa oscura. Su largo cabello le caía a un lado como una sedosa cascada negra, apenas contenida por una coleta. Daba la impresión de ser un extraño vampiro de piel tostada y ojos penetrantes. Callado y sombrío.

Sombrío como aquel lugar.

Merlín los amparara, pensó la joven en un repentino destello de angustia; nada los había preparado para lo que habían visto un día antes. El recuerdo de aquella visión se había grabado con fuego en sus mentes para el resto de sus vidas. Era como si alguien, de un limpio golpe les hubiera desgarrado el corazón. Mas no había arrepentimiento en aquellos ojos oscuros, ni en los suyos. Habían esperado ese momento desde hacia muchos años, ahora todo quedaba en manos del padre tiempo, para que les ayudara a aceptarlo todo.

Dejó la platica con sus pequeños compañeritos y se acercó a ese joven, intimidante a lo ojos de aquellos que no lo conocían. Y se recargó en él, pronto sintiendo su brazo rodearle los hombros y apretarla hacia su pecho, para sentirlo subir y bajar acompasadamente, percibiendo que su miraba seguía puesta al frente con obstinación.

Era su juicio y su calma. Severidad y refugio.

Pronto iniciaría la selección y con ello un año que sería como una tormenta en sus vidas.

¿Sobrevivirían?

Ajeno a esos pensamientos, Sahir la aferraba, sintiéndola respirar contra él, percibiendo su necesidad de seguridad, y trasmitiendo con su medio abrazo algo que no pondría en palabras en ese instante.

"Nunca estarás sola"

Nunca. Y en el calor de ese cuerpo, también percibió su cariño y su apoyo, el mudo consuelo que sabía necesitaba pero que jamás saldría como petición de sus labios. Ventajas de conocerse desde el vientre materno, pensó. No necesitaban palabras para entenderse.

Ella era su equilibrio y su amor. Serenidad y sonrisa.

Talló su espalda, debajo de la negrísima trenza que caía sobre esta. Estaban por su cuenta, en el mas peligroso de los lugares.







Mientras tanto, en la mesa alta, una mujer había vuelto su vista hacia otro lado, cuando advirtió que estaba a punto de ser descubierta, decidiéndose a mirar a alguien menos alerta. Cosa bastante fácil, pensó al captar al chico de los ojos verdes, este no la había notado y de haberlo hecho, se habría llevado quizá la mayor sorpresa de toda su vida.

Se la llevaría sin duda, solo un poco mas tarde, pensó para sí dejando que sus labios dibujasen una sonrisita pícara. No podía culparlo de que no la viera, las dimensiones de Hagrid no le ayudaban y Remus por ser Remus tampoco.

Y era ahí donde el chico tenía toda su atención concentrada. Al igual que toda la mesa de Gryffindor, donde el bullicio había ido aumentando sensiblemente al notar al amable licántropo, quien los saludaba bastante emocionado. Aun cuando su rostro cansado, tan sólo mostrara una suave sonrisa, sus ojos brillaban desbordados de genuina felicidad. Estaba orgullosa de él y de aquellos maravillosos niños que le prodigaban la admiración y el afecto que tanto apreciaba y necesitaba Remus.

Sonrió complacida y de nuevo echó una fugaz mirada al lado, seguía erguido y tieso en su lugar, con la mirada impasible puesta al frente. Definitivamente tenía que estarle pasando algo para transformarse en hielo, reflexionó. Siempre tan él, volvió a pensar y le dedicó una sonrisita entre materna y pesarosa.

Solo esperaba que Albus supiera lo que estaba haciendo; ella por su parte, ya sabía que tenía que hacer y no solo con él, también el licántropo. Un brillo malévolo cubrió sus ojos, tenía un año completo para llevar a cabo su gran plan.







Minerva McGonagall, penetró en la pequeña habitación y decenas de ojitos curiosos y llenos de temor se clavaron en su severa imagen. Magos y brujas de escasos once años, la esperanza del mundo mágico, diamantes para pulir durante siete años hasta sacarles todo el brillo posible. Una tarea ardua y no acta para pusilánimes, pensó ella, mientras los recorría con su intensa mirada.

Conscientes de su minucioso escrutinio, los chiquillos se revolvieron incómodos, llegando a la misma conclusión a la que llegara Harry Potter hacia cinco años: "nunca meterse con esa mujer si sabían lo que les convenía". Advertencia extensiva a cierta torre humana que estaba tras ellos. 

Los gemelos, parados al fondo del cuartito, eran por supuesto, lo único que desentonaba en ese paisaje, con sus estaturas cercanas al metro setenta, eran torres en medio de un bosque de cabecitas de todos los colores. Sus figuras, envueltas en las oscuras túnicas, les daban un aire levemente severo, algo enigmático, con ese aire a tierra de oriente.

Los gemelos que Severus debía cuidar y guiar durante un año.

Sintió curiosidad, no tenía la más mínima idea de como podrían ser, se sintió incapacitada de hacer un juicio sobre ellos, porque daban la impresión de que cualquiera que fuera, sería el incorrecto.

Solo se atrevió a pensar que, a simple vista parecían muchachos pacíficos, educados y llenos de sentido común. Sin embargo, tal impresión podría ser errónea. Fred y George Weasley, llegaban con insistencia a su mente. Debía dejárselo al tiempo y a Severus. Por el bien de este último, esperaba que fueran a como se había aventurado a pensar.

Se acomodó los lentes, satisfecha de su escrutinio, indicó a los gemelos esperar y a punto de abrir la boca, para indicar a los pequeños que la siguieran, un súbito ruido la hizo voltear a un lado. Dos cabezas pelirrojas se asomaban por un lado de la puerta que daba a la entrada principal del castillo.

Fred y George Weasley ni mas ni menos.

- ¡¿Me pueden decir qué hacen aquí y no en el comedor señores Weasley?! - tronó McGonagall con fuerza, erizando a mas de uno.

Los chicos respondieron con sendas sonrisas pícaras, haciendo notar con mas intensidad sus pecas. Jazeera rió divertida, recordándolos en ese instante. Le habían gustado nada mas verlos cerca del muellecito del colegio; y ahora, teniéndolos a pocos metros, con esas caras cómicas e inventándole pretextos a McGonagall, cada uno más absurdo que el anterior, la habían dejado encantada.

- ¡Basta!, ¡Ya he oído suficientes disparates, empiezan a mover los pies hacia el Comedor o yo empezaré a quitar puntos en este preciso instante! - ordenó la mujer en el colmo de su paciencia.

- ¡Lo que diga, profesora, no se enoje! - se defendieron al unísono, sin apartar la mirada de los otros gemelos.

Con movimientos lentos y cautelosos, empezaron la retirada, dando la impresión de que al menor descuido, McGonagall les brincaría encima. Sin embargo antes de desaparecer, en una inesperada acción, volvieron a mirar a Sahir y alzaron los pulgares en señal de absoluta aprobación, sonriéndole en complicidad, y esfumándose en el acto.

El árabe solo atinó a elevar las cejas en el más total de los desconciertos. Miró a su hermana, quien simplemente se encogió de hombros, con una mueca divertida.

Sin embargo, a la joven, las miradas de aquel par no le habían pasado inadvertidas. Aquello que había visto en sus ojos, había sido genuino respeto hacia su hermano.







Medio centenar de chiquillos de once años, emocionados y aterrorizados entraron en tropel al Gran Comedor, ante las cientos de miradas atentas. El taburete y el sombrero listos para cumplir su misión. Durante el lapso que duró la Selección de Casas, los vivas y los aplausos no dejaron de estallar como fuegos artificiales entre las cuatro mesas.

Muchos nuevos Gryffindors, Ravenclaws, Hufflepuffs y Slytherins, llenaron los lugares que los de séptimo ya habían abandonado para empezar su nueva vida. A Dumbledore, ese tipo de cosas siempre le provocaban nostalgia, haciéndole recordar a todas las generaciones que habían pasado por sus manos.

Cuando el último niño tomó su lugar y los aplausos se hubieron apagado, Albus Dumbledore se alzó de nuevo, levantando las manos y rogando la atención de las cuatro casas. Carraspeó y pronto, casi todos los ojos se posaron en él, esperando el discurso de todos los años.

¿Qué disparates soltaría esta vez?, pensaron algunos entre risitas.

- Bienvenidos a Hogwarts, queridos alumnos, bienvenidos ustedes y sus cabezas nuevamente vacías. - sonrió el anciano con ojos chispeantes, recorriendo las cuatro mesas.

Hubo risas.

- Un nuevo año, un nuevo ciclo que inicia, como todos los demás, con nuevos compañeros. Sin embargo, dado los acontecimientos del curso pasado, también un año distinto, que espero hayan reflexionado en la intimidad de sus hogares.

Murmullos, rostros serios, la mirada de Dumbledore repentinamente grave.

-  Bien, antes de pasar a citar todas las reglas que ustedes ya conocen y se que detestan (la vida no es justa), tengo un anuncio muy importante que hacerles, dado lo particular del caso. - Dumbledore pausó unos instantes, apreciando la reacción que sus palabras habían tenido en su joven público.

Y de paso, en cierto profesor de Pociones que detestaba los rodeos.

- Este año, además de darle la bienvenida a nuestros queridos compañeros de primer curso, hemos de dar la bienvenida a dos más. - anunció.

Una ola de murmullos recorrió todas las mesas.

- Jazeera, Sahir, ¿pueden pasar, por favor? - invitó Dumbledore con una cálida mirada, girándose hacia la misma puertita por donde habían salido los mas pequeños.

Todo el comedor se hundió en un silencio sepulcral al ver emerge de la puerta lateral, las figuras altas y oscuras de los dos árabes; ambos caminado elegantemente hacia la Mesa Alta, tomados de las manos y sin voltear a ver a su curioso público. No hubo ojo que no los contemplara, ni chico o chica que no notara la forma en que sus túnicas se ceñían como guantes a sus cuerpos, haciendo notable su esbeltez y flexibilidad. Poseían unos rostros morenos y ovalados, con la misma nariz recta, los ojos negros y los cabellos lacios del color del carbón. Tan hermosos como Albus Dumbledore había dicho.

Para cada profesor fue una impresión distinta.

Para Severus Snape, fue una pregunta.

"¿Qué puedes hacer cuando ves lo que pudo ser y jamás será, pasearse frente a tus ojos?"

Nada.

Solo mirarlos tan calmo como siempre, negándose el sentir siquiera un poquito a ojos vistas. Y llevar la nostalgia y la rabia por dentro, a partes iguales, por ese pasado que nunca se podría corregir, mientras la culpa carcome, hasta grabárselos en la mente, con cada uno de sus gestos, de sus voces, de sus facciones; haciendo vivir en ellos a aquellos que nunca tuvieron la oportunidad de hacerlo.







El cuerpo de Severus se había tensado de golpe en un movimiento levísimo, rápido e imperceptible como para ser notado por alguien que no lo conociera lo suficiente.

Sus ojos vivarachos a pesar de los años, brincaron ágilmente del mago adulto, de vuelta a los adolescentes que se hallaban ya junto a Minerva. Se había visto obligada a no dejar que sus propias emociones la traicionaran al ver a esos mellizos con sus dieciséis años, pasar frente a ella. Una vez, hacía muchos años, ella había tenido en sus brazos, a un par parecido; pero a diferencia de los que ahora veía, aquellos otros, habían tenido la piel blanca y no morena, los ojos de un color claro, y no negros. Lo único parecido eran los cabellos, oscuros y sedosos.

Eran como ver a los fantasmas de un pasado del que no se podía escapar por más que se quisiera.

Y supo con certeza, que él pensaba igual.

¿Sabes lo que haces Albus? - cuestionó la mujer en voz baja acercándose al hombre sin dejar de ver a ese par de niños que tantos recuerdos le habían traído.

- Mejor de lo que crees, querida Arabella- sonrió el anciano con confianza. - mejor de lo que crees - y continuo hablando.

Ron casi se había caído de la silla, cuando el Director Dumbledore había anunciado como tutor de los hermanos Kotipelto (tales eran sus apellidos), al mismísimo diablo encarnado en el Profesor Severus Snape, Némesis particular de todo Gryffindor. Sentimientos de conmiseración y temor por aquellos muchachos habían llenado la mesa de los leones.

- Bien Minerva, son todos tuyos. - la voz de Dumbledore, resonó en el comedor.

Serían seleccionados. Y de entre todo ese público, dos cabezas rojas rogaban a todas las deidades del cielo habidas y por haber, que los hermanos Kotipelto se quedaran con ellos.

- Señorita Kotipelto, por favor - pidió Mcgonagall indicándole el taburete.

Jazeera jalo aire y lo dejo salir, estaba nerviosa, mucho. Sin embargo haciendo acopio de todas sus fuerzas, se sentó y tomó el sombrero de manos de la profesora, observando las cuatros mesas pletóricas de alumnos. ¿En cuál quedaría ella?, ¿Hufflepuff, Ravenclaw, Slytherin o Gryffindor?, todas parecían buenas casas. Los gemelos se levantaron de improviso y empezaron a vitorearla, no pudo evitar una sonrisa de alivio, Gryffindor sería buena casa.  Y con esos pensamientos, se colocó el sombrero.

La vocecita se oyó dentro de su cabeza.

- ¡Ooooh!, ¿Qué hay aquí?. Una cabecita mayor, vaya, vaya, hacía mucho que no se me posaba en una cabeza de este tipo.

Veamos... ¿Qué tenemos aquí?...

Mucha justicia, no te dejas llevar por primeras impresiones, puedo ver mucho valor aquí, sin embargo, piensas antes de actuar.

Pasión mucha pasión, sin embargo...

Mmmmh, tienes curiosidad, ambición por saber, "conocimiento es poder", frase interesante.

Entonces... que seas...

¡¡RAVENCLAW!!!

Jazeera se sintió aturdida, ¿Ravenclaw?, volteó hacia la mesa de colores azul y bronce, todos se habían alzado a la vez, batiendo las palmas, felices de darle la bienvenida. Y antes de bajar de la tarima, volteó hacia Gryffindor, lanzando una mirada de disculpa a los gemelos, la verdad le hubiese gustado esa casa; sin embargo Ravenclaw  parecía también muy agradable. Apretó el brazo de su hermano en señal de apoyo y se alejó hacia su mesa. Pronto se encontró sentada al lado de una Ravenclaw de origen chino.

Tocaba el turno de Sahir, quien se colocó y acomodó el sombrero, su rostro sin dejar la expresión seria situó la vista al frente. En su mesa los gemelos habían redoblado sus ruegos, no podia ni debía quedar en Ravenclaw, Gryffindor era su casa. 

Sin embargo, la suerte quiso otra cosa, no habían pasado ni diez segundos, cuando el sombrero gritó para toda la sala.

¡¡¡SLYTHERIN!!!

La mesa de la serpiente estalló en vítores, dedicándole muecas burlonas a los Gryffindors.

Snape, se dio cuenta que había estado conteniendo el aire.

Mientras que el trío Gryff y Ginny alternaban miradas azoradas entre Sahir, que ya se alejaba tranquilamente hacia el nido de las víboras (casa de las serpientes, perdón xD) y los gemelos Weasley, que parecían en estado de choque. El presagio de Ginny se había hecho realidad, para horror de estos últimos.

- Qué pena, una vida tan prometedora echada a perder - suspiró Ron con resignación viendo a Sahir, sentarse entre los Sly - Eeeeh, ¿Fred, George, están bien? - preguntó el chico mirando a sus petrificados hermanos, que empezaban a tener una palidez preocupante.

- Creo que no les ha sentado bien. - musitó Ginny preocupada.







En la mesa de Slytherin había jubilo, esta vez Gryffindor no se había quedado con ninguno de esos dos. Sin embargo, no era una alegría compartida por cierto rubio platinado de ojos grises, que tuvo el disgusto de ver a la persona más repugnante del mundo mágico, sentarse frente a él.

-Ten a tus amigos cerca, y a tus enemigos mucho más - pensó el joven Malfoy, dedicándole una sonrisa malévola. - bien, muy bien

Sahir se vio de pronto saludando a varios condiscípulos y chicas que lo miraban con aquellas "miradas" que le provocaban una leve nota de rechazo, por las implicaciones que llevaban. Y no se equivocó. Durante todo lo que le durara la cena, no había dejado de ser el centro de sus atenciones y preguntas en una avalancha que harían palidecer al Gryffindor más valiente.

Resignado, tuvo que contestarles; para él, era mas importante evaluar a sus condiscípulos, no venía a jugar. Pero al parecer no entendían nada de ello. Y enfrente se encontraba el joven Malfoy, con una expresión que no le deparaba nada agradable.

Moreno, bien parecido y educado, con un precioso acento árabe, y hablaba en monosilábico. A las Slytherins las tenía vueltas locas.

- Mujeres - masculló Terence Higgs a Draco, que tan sólo gruñó algo en respuesta.

A Draco lo tenía fastidiado, con su mirada seria, sus finos modales y esa caballerosidad empelotante que hacia a las chicas volverse mas tontas de lo normal. Sólo tenía el consuelo, de que con el tiempo, la novedad se acabaría y dejarían esa actitud por la paz.

- Creo que voy a vomitar... - musitó arrastrando las palabras, hacia Crabbe y Goyle.

Sin notar siquiera, que uno de sus dos compañeros, se hallaba absorto en contemplar los movimientos delicados de cierta árabe, sentada en la mesa de Ravenclaw.







- Vamos Severus - Dumbledore tocó su hombro, sacándolo de sus pensamientos y vio como poco a poco el comedor empezaba a desocuparse - tenemos un examen para aplicar a los chicos y sus padres esperan - espetó alejándole y llamando a los gemelos.

Y así, la comitiva conformada por todo el profesorado de Hogwarts, y los recién llegados, abandonó el comedor, bajo unas cuantas miradas curiosas. Pronto, el grupo se halló cruzando pasillos y pasadizos al lado de Dumbledore, hasta llegar a una bifurcación, donde todo el personal se separó de Dumbledore y Snape, a una petición del primero, sólo los gemelos continuaron con ellos su camino.

Snape, se encontró de pronto, escuchando atento los discretos susurros en árabe que se daban a sus espaldas; risitas y murmullos emocionados proveniente de la suave voz de la joven árabe, mezclados con la voz mas discreta y ligeramente severa de su hermano. Sonaba a reprimenda.

Lo que no pudo ver fue el intenso escrutinio de aquellos pares de ojos negros, profundos y brillantes. Clavados en su figura para no perder ni uno solo de sus movimientos: fuertes, firmes y discretos; todo ello en una sola imagen, aquella que iba por delante de ellos.

Los brillantes ojos de Jazeera, centrados en las manos blancas del Profesor de Pociones, estaban llenos de una profunda admiración, de la que él era aun ignorante. Mientras que los ojos del llamado Sahir, eran mas profundos y menos legibles que los de su hermana, pero ansiosos de grabarse la imagen que llevaban al frente.

- Rata de Chocolate - pronunció Dumbledore con su habitual tono jovial. Se encontraban frente a la gárgola.

Jazeera ahogó una risita, mientras Sahir carraspeaba.

- Me gustan los dulces, ¿a ustedes no? - volteó el anciano, mirándolos como un abuelito miraría a los nietos.

- Claro que nos gustan - contestó Jazeera amablemente, mientras comenzaban a subir - adoro las meigas fritas y el arroz con leche, ¿y a usted, Señor Director?

- Los merengues y el pastel - contestó el anciano director con una sonrisa - ¿cuales son tus favoritos, Sahir? - cuestionó mirando al silencioso muchacho.

- Ratas de Chocolate, señor - fue la escueta respuesta.

- Oh, vaya, que coincidencia. Bien, hemos llegado, pasen muchachos

- Señor, por favor.

- Oh, gracias hijo.

Mientras entraba detrás del director, Jazeera lanzó una mirada al profesor de Pociones que esperaba a un lado de la puerta, erguido en perfecta compostura, con el rostro severo e inmutable y sus manos entrelazadas a su espalda, unas manos que no había dejado de observar a detalle: largas y blancas, adivinando en ellas dedos elegantes y diestros. Las mismas manos que ella deseaba tener algún día.

Le sonrío, y desapareció de su vista. Con su hermano tras ella.







Sentados frente al escritorio, aquella pareja, le supuso a Severus un cuadro bastante extraño. El hombre de piel clara, con sus rasgos netamente nórdicos, no tenía ni un solo parecido con sus hijos, a excepción de su gran estatura. Mientras la mujer, mas baja, se mostraba como una clara imitación de estatua tapada en lienzo negro; erguida e inmóvil en su silla, dejando ver apenas unas manos de dedos largos y morenos sobresaliendo de su Shador oscuro.

Escrutó sus figuras con ojo crítico, una sana costumbre que nunca había dejado. El hombre, era un mago robusto y poderoso, de unos cuarenta y tantos años, su cabello era de un gris azulado veteado de canas aparentemente prematuras, al igual que su barba. Poseía unos ojos de un azul tan claro que casi parecían de color blanco, tristes y a la vez llenos de amabilidad.

Era un hombre extraño, pensó el profesor de pociones, ya que le provocaba una sensación aun mas extraña. Una sensación indefinible que mezclaba una cierta tristeza y un recuerdo lejano que ni el mismo recordaba.

Sin embargo, era la esposa, quien se mostraba como el elemento mas desconcertante de ese cuadro. Mostrándose como un misterio vivo, ni siquiera sus ojos se podían distinguir bien a través del velo negro, que solo permitía adivinar que debían ser de color oscuro como el de los hijos. Y por las manos tan sólo pudo suponer que los hermanos Kotipelto, habían heredado los rasgos de la madre.

- Agnar Kotipelto, un honor conocerlo Profesor ...

- Snape, Severus Snape

- Un gran placer, Profesor Snape - su tono de voz era profundo y de tintes cálidos - mi esposa, Asha Kotipelto - continuó, señalando a la dama que estaba a un lado.

Como saludo, la mujer tocó el hombro de su esposo y este inclinándose, dejó que le susurrara palabras al oído.

- Mi esposa dice que es un gusto conocerlo, y agradece profundamente lo que está haciendo por nosotros.

Vio a la mujer hacerle una reverencia, sintiendo su curiosidad nacer y crecer rápidamente, ante esa extraña comunicación.

- Digo lo mismo de mi parte. Y tan solo puedo ofrecerle mi ayuda incondicional cuando así lo necesite. Estamos dejando en sus manos algo mas valioso que nuestras propias vidas - continuó Agnar mirando con ternura a sus hijos - y eso no tiene precio, Profesor. Nuestro más profundo agradecimiento, que el Señor lo bendiga - finalizó inclinándose ante él, con las manos juntas.

- Agradezco la confianza - susurró fríamente, haciendo una inclinación de cabeza.

Era hora de que él también dejara unas cuantas cosas claras. Dumbledore les había puesto en antecedentes sobre una parte de su verdadero trabajo, y si eran tan capaces y lo suficientemente conscientes de lo que estaba pasando en Inglaterra, tendrían bien claro que no sería suave con sus hijos, si es que querían que llegaran vivos al siguiente año.

- Bien, creo que tenemos que hacer unas cuantas aclaraciones aquí - susurró Snape con voz tranquila, mientras empezaba a pasearse por el pequeño despacho ante las vigilantes miradas de los presentes. - ¿Profesor Dumbledore?.

El anciano mago asintió, permitiendo al hombre expresarse con libertad.

- Se me ha encargado este trabajo, porque se las ha dicho que soy el más capacitado para enseñarles como son las cosas en este sitio, ¿correcto?.

Asentimiento general.

- Perfecto, entonces me considero en el deber de decirles que es lo que yo pido, para llevar a buen termino esta misión. - espetó dirigiendoles una mirada penetrante - Como punto número uno, debe estar perfectamente claro, que soy el tutor de sus hijos, no su niñera; con dieciséis, espero sentido común y un comportamiento acorde a su edad - espetó con voz sedosa, mientras se paseaba por el recinto - Estamos al inicio de una guerra, donde todo paso en falso puede significar un duro revés para la causa que el Director Dumbledore defiende. Si han sido unos muchachos listos y estan conscientes de su trabajo, saben a lo que me refiero.

- Por esa razón... -

Pausó, barriendo a todos con la mirada.

- ... no tiendo a ser suave con nadie, ni siquiera con los miembros de mi casa. No voy a dudar en castigar a sus hijos, si estos cometen la imprudencia de romper las reglas. Si creen que eso es duro, lo lamento, pero a estas alturas una mano de hierro es lo que mejor funciona.

Atentos a todas sus palabras, Jazeera y Sahir, situados tras las sillas donde sus padres se hencontraban, no pudieron evitar sentir un leve escalofrío ante las palabras de aquel hombre de túnica oscura, con sus movimientos elegantes y su rostro severo. Estaba claro que con ese hombre, no se jugaba.

- Sin embargo... soy justo con aquellos que se lo merecen. Ustedes y yo, sabemos que esto no es un juego, y no pienso tolerar  que la necedad de unos adolescentes, interfiera en mi verdadero trabajo.

Severus calló, dejando que la familia digiriera sus últimas palabras, si deseaban echarse atrás, por el no habría problema, quizá fuera mejor no tener a ese par de muchachos cerca de sí.

Solo hubo un rápido intercambio de miradas y de nuevo todos los ojos estaban sobre él, esperando sus siguientes palabras. Percibiendo, que eran los adolescentes quienes lo miraban con más intensidad.

- Bien, por último - continuó, apartando la vista de ellos - debo aclarar que cuidaré a sus hijos todo lo que pueda, y en la medida que mis demás obligaciones me dejen. Tomo mi trabajo muy en serio, y es todo lo que tengo que decir. 

El silencio duró breves minutos, hasta que el cabeza de familia se alzó en su imponente figura, mirando al hombre que tenía enfrente.

- Bien, Profesor Severus, por nuestra parte, nos consideramos de acuerdo en todo lo que nos ha dicho. Y agradecemos su franqueza. Nuestros hijos saben bien a que venimos aquí, y lo que se espera de ellos. Pierda cuidado, si algo le hemos inculcado a ellos mas que cualquier otra cosa, es el sentido común. Solo me resta decir, que si el Director confía en usted, Profesor, mi esposa y yo confiamos también. Quedan en sus manos.

Severus no pudo evitar una mueca sarcástica, ante semejante voto de confianza ciega. Para ser aurors, le parecieron repentinamente demasiado ingenuos. Sin embargo, se vió obligado a reconsiderar su pensamiento; la palabra de Albus Dumbledore era garantía de credibilidad, aquí y en China. Y si Albus había puesto su reputación como garantía por él, no podía menos que sentirse mas comprometido.







- ¡Señorita Lasombra, no se atrase por favor!

El grito del prefecto de Hufflepuff, sacó a la niña de las trencitas tiesas, de sus pensamientos. Y se percató entonces que todos sus compañeros de casa, ya se encontraban en la entrada, tan solo esperando por ella.

- ¡Voy!

- Señorita Lasombra, no es recomendable atrasarse - le reconvino suavemente Ernie McMillan, cuando estuvo cerca de él - este castillo es muy grande, y perderse es demasiado fácil.

- Lo siento señor prefecto, no volverá a ocurrir.

- Bien, ¡adelante chicos, mañana tendremos un día bastante duro!

- ¡Pero si mañana es sábado! - se quejó un pequeño Hufflepuff de cabello rubio.

- Cierto, lo cual significa que tendrán la oportunidad de aprender mas sobre la ubicación de las aulas en el castillo, materias a llevar y demás menesteres que es preciso saber, si es que no quieren pasarla tan mal como yo. - contestó, dando por finalizada la conversación.

Ajena a esa leve charla, la pequeña niña de las trenzas, no había dejado de pensar en aquel muchacho de piel morena. Tan Calladito y serio. Aun recordaba como sus grandes manos habían sostenido su diminuta figura con infinito cuidado, para subirla a la barca. Y como ella le había sonreído en agradecimiento por su atención. Sentía haber encontrado algo en él, que le daba una extraña sensación de felicidad. Y ganas de que él la sintiera también.

- Este es el dormitorio de las niñas - señaló a una puerta roja, su prefecto de casa.

Sin darse cuenta, habían llegado frente a una pared de piedra, que llegaba hasta el techo y sobre la cual se encontraban varias puertas empotradas, cada una con un letrero donde indicaba el curso de sus ocupantes. Por ser de primero, las puertas de la parte inferior de la pared, les tocaban a ellos.

Todos entraron en tropel a sus respectivos dormitorios. Sus compañeras de cuarto, llevaban una verdadera algarabía, tan emocionadas como ella, por lo novedoso de su habitación. Habían seis camas, para las seis ocupantes y una gran ventana que daba al patio del colegio.

- ¡Wow!, es increíble, ¿no crees Veronique*? - preguntó una niña de cabello cenizo a la pequeña de las trenzas tiesas.

- Si, muy bonito - murmuró embelesada, mirando todo su alrededor. Su baúl se encontraba acomodado junto a una de las dos camas cercanas al ventanal. Y se sintió contenta, le gustaba mucho mirar los atardeceres.

- ¡Oigan, miren lo que trajo Durma*!

Todas a excepción de la pequeña Veronique, se acercaron a un pequeño tejón que una de las niñas mostraba. Emocionadas, habían empezado a acariciarle, comentando lo bonito que era, y los colores que tenía.

Sin embargo, el animalillo quizá pensando que sería divertido jugar con más niñas aparte de su dueña se escurrió de sus brazos y salió disparado a toda carrera por una rendija de la puerta, llevándose con él a cinco chiquillas entre alarmadas y divertidas.

Solo Veronique quedó en la habitación, le habría gustado ir tras el tejón, pero el estar sola y a sus anchas en ese habitación, había podido mas que ella; su padre, un mago restaurador de castillos, le había enseñado a apreciar la buena arquitectura y la de Hogwarts, era la mejor que había visto.

Golpeó con sus dedos la sólida piedra y dejó  que estos viajaran entre las uniones de esta, hasta topar con la cabecera de su cama, haciendo a sus dedos recorrerla con suma lentitud, mientras afuera se oía el bullicio de todas sus compañeras de cuarto correteando al tejoncito. El suelo estaba recubierto con una duela de madera muy pulida, aun olía a cedro y se puso a gatas, adoraba el olor de las maderas.

¡Aquí!

La niña giró su cabeza, desconcertada.

Nada.

Sin embargo creía haber oído una voz reverberante emerger de la cama. Sintió que la carne se le ponía de gallina.

¡Aquí!

En efecto, la voz provenía de debajo de su cama; se suponía que las niñas de su edad no creían en monstruos debajo de la cama. Se sintió tentada a salir y llamar a sus amigas, sin embargo, sintió que esa voz solo podría ser oída por ella. Así que tragándose todo su miedo, se introdujo debajo de esta. Aún no sabía hacer hechizos con su varita, por lo que se vio obligada a meterse a tientas.

Nada, por mas que palpaba no sentía nada. A punto de darse por vencida, sintió como sus manos daban con algo duro, y de forma cuadrada, botado en la duela. Palpó con sumo cuidado y arrastró el objeto hacia sí.

Un rato después, emergía debajo con el objeto entre las manos; fuera, se podían oír mas voces. Sin embargo, lo que llevaba abrazado, era en ese instante lo más importante para ella.








Voldie speaks: Bien, como siempre, mil años después, acabo con esto xD... sorry!. Sigo enredándolo todo. Ya he introducido a los gemelos; ya se sabe quienes son los dos aurors y como punto final, la pequeña Veronique Lasombra ha hecho aparición, como personaje último en esta línea temporal (jo jo jo!). Pero no teman, no pienso inundar esto con personajes nuevos. El juego de ajedrez se ha completado aquí y es hora de jugar.

Sobre las seis camas de las Hufflepuffs para los que pregunten, bueno, Rowling habla de cerca de unas 600 gentecillas por ahí, sin embargo, si calculamos que son 10 alumnos por casa, como muchos han hecho, como que las cuentas no salen, asi que he optado por variar los números, es decir, que cada casa recibe una cantidad de alumnos distinta. Unos más, otros menos.

(*)Veronique: Well, el nombre de la Puffie, es mi mas sentido homenaje para la admiradora numero uno de Claroscuro, que tengo: Verónica Jiménez: ¡Va por ti nena! ^x^

(*)Durma: pequeño cameo de su servidora. Pero nada de engañarse, no pienso tener nada que ver aquí, simplemente fui de extra xD.

Por cierto, me he dado cuenta de algo curioso, mis gemelitos, simbolizan sin querer el escudo de mi País ^___^ ... ¡El Águila y la Serpiente! (checad bandera mexicana)... Y conste que no iba planeado ^_^


[ Respondiendo ]

I-love-Belthazor: Gracias por leer, jo y lamento lo lentium que soy, duh! XD... supongo que ya me mandaste por el inodoro, si te animas a leer, aquí esta el siguiente cap.

Sheylaryddle: Hello nena!, genial volver a saber de ti, espero este Cap. Sea de tu agrado ^^... well, ya he respondido tu duda sobre donde queda este parcito ^^

Vero Jiménez: Que tal!, well, supongo que ya has de querer mi cabecita ^^U... me he tardado... mucho!!! Ó_Ò ... and solo has atinado con uno de ellos. Cierta personita ha trinado de coraje por tener a Sahir de compañero xDDDDD...los gemelos saldrán mas ^_^ y también la pequeña Ginny.

Nary: Hiyaaa nena! Un gustazo saber de ti ^_^... otra admiradora de Sev, WEEEE!! Cada vez somos mas!! *_* ... pues welcome a la recién fundada religión de San Severus Snape, aunque de santo, solo tenga la cuasi sotana que lleva xDDDD...bechus!

Nariko-chan: Jo, pues aceptada querido nuevo miembro de la Secta ^_-... claro que nuestro jefe de casa is the best!... sobre la medallita, uf!, jejeje es de la que menos se sabrá por ahora, sin embargo no abandonará el cuello de nuestro profesor favorito, a menos que se ponga de necio ¬_¬u....