-Alan despierta. ¡Vas a llegar tarde al trabajo¡- La voz de la tía Elena
resonaba en medio de la habitación mezclándose con los histéricos pitidos
del despertador que tocaba las ocho en punto. Poco a poco el muchacho iba
ganando la batalla que mantenía contra las sabanas que insistían en que se
quedase durmiendo.
-Dios, ¿Cómo puede ser que seas tan perezoso?- La tía Elena se acercó al lecho de Alan y tiró de las sabanas dejando el cuerpo del muchacho desprotegido a merced del viento matinal de San Francisco.
-¡Ya voy, ya voy!-. Poco a poco sus ojos fueron abriéndose acostumbrándose a la intensa luz que se colaba por la ventana. Se levantó y cogió la ropa que se había dejado el día anterior encima de la silla del escritorio. La miró detenidamente examinándola para ver si estaba lo suficientemente limpia para poder ponérsela. Optó por vestirse con otra ropa que tenía en el armario, y tras llevarla al bombo de la ropa sucia se quitó el pijama y se puso la ropa.
Fue al cuarto de aseo y se miró al espejo. -Dios mío que asco que doy- . Su pelo rubio, caía enredado por su cabeza. Cogió un cepillo, lo humedeció y empezó a peinarse su media melena. Una vez peinado se recogió el pelo en una cola baja y volvió a mirarse al espejo -Esto parece ya otra cosa-. Su ojos azules brillaban radiantemente, con una pequeña chispa de alegría. Retrocedió unos pasos y se miró casi por completo. Su constitución era algo esmirriada, y encima, la ropa holgada que siempre llevaba ayudaba más a que diese esa impresión de enclenque. Una vez terminado su aseo salió del baño y vio a la tía Elena pasando el aspirador por la moqueta del pasillo del piso de arriba.
-Recuerda mi niño que hoy era el último día para que llevases al trabajo el papel que te pidieron-. El tono de la tía siempre era dulce y aunque te estuviese embroncando no lo parecía.
-Si por que parece que les urge. -Solo recuerda que pase lo que pase no necesitamos ese trabajo tuyo-. La tía tenía el presentimiento que no iba a ser un día normal.-Recuerda que de todas maneras dentro de quince días empiezas el nuevo curso y tendrás que dejar de trabajar.
-Pero de todas maneras no voy a quedar mal. Me pidieron ese papel hace ya un mes, y no lo he podido llevar. Creo que están algo molestos-. En un acto reflejo miró el reloj y sobresaltado echó una rápida a su tía exclamando:- Mierda llego tarde-. Cogió el vital papel y salió de la casa.
La boca del metro estaba dos calles arriba de donde vivía Alan y no tardó en llegar. Bajó las escaleras a trompicones esquivando a las grises personas que se dirigían como él hacia los respectivos puestos de trabajos. Llegó a la altura de las taquillas y sacó su tarjeta multiviajes. Pasó la barrera y volvió a bajar más escaleras, esta vez las que conducían a su anden. Una bocanada de aire le sacudió la cola y le sucedió algo que le dejó aturdido. Justo con el golpe de aire, una frugal imagen le vino a la cabeza. Vio un túnel largo y oscuro y al final de él había un ojo de que se abría y mostraba una pupila semejante a la de los reptiles. Poco a poco esa pupila se fue alejando y dejó ver un más que gigantesco dragón rodeado de la más tremenda oscuridad.
Cuando su vista volvió al pasillo del metro, estaba apoyado en la pared algo exhausto y extrañado. Normalmente, y desde que él recordaba había tenido extrañas visiones que eran atribuidas a su elevado nivel de imaginación. Pero desde luego ninguna como esta. Cuando se hubo calmado un poco siguió su camino hacia el anden y se colocó más o menos en el lugar donde estaría la salida en la estación donde se apearía, casi hacia el final del lugar. Un sonido sonó en off en toda la estación. La voz de un hombre advertía que un tren pasaría en recorrido de pruebas y que no pararía. En el fondo del túnel dos luces empezaron a acercarse, lenta pero firmemente. Un tren del metro de San Francisco pasó a toda velocidad con las luces de adentro apagadas. A su paso levantó una tremenda ventolera que pillaba de improvisto a todos los ocupantes del anden. El último fue Alan que había quedado algo pensativo tras la visión. Casi ni se había dado cuenta de que el tren había pasado de no ser que tras la larga estela de viento el papel se fue volando siguiendo al tren. Alan lo miró y cuando analizó lo que la situación suponía empezó a ponerse nervioso.
-Mierda. Lo que faltaba, aparte de que voy a llegar tarde no les voy a poder entregar ese condenado papel-. Miró muy nervioso el oscuro túnel por el que se había adentrado el papel. Por su mente rondaba una única pregunta ¿Bajaba a buscarlo, o no? Se miró el reloj y vio que seguramente ya llegaba tarde. Volvió su mirada otra vez al túnel y se percató de que el papel estaba en una pasarela bajando unas escalerillas, seguramente eran las del personal de la estación.
Saltó la valla y se paró al ver que dos luces cegantes se dirigían hacia él. Un tren se estaba acercando en dirección contraria. Al pasar el tren, el túnel parecía más oscuro. El contraste había sido demasiado y los ojos de Alan tardarían un rato en volver a adaptarse a la tenue oscuridad. Miró en dirección a la ubicación del papel y entrecerró los ojos. Le pareció ver que una sombra estaba con el en la pasarela, y lo mejor de todo parecía que tenía el papel.
-Esto. verá. He pasado para recoger ese papel-. Alan pensaba que aquella sombra era algún empleado del metro. Pero se equivocó, ya que tras decir esas palabras la sombra torció una esquina que parecía haber salido de la nada y se llevó con ella el papel. -¡Oye!.
Dejando atrás el miedo que sentía ando precavido siguiendo el camino que había tomado la sombra. La esquina desembocaba en un largo pasadizo tenuemente iluminado. La sombra corría a lo lejos y se perdió por otro pasillo. Alan apresuró su marcha, debía encontrar a ese empleado, aunque con la reacción que este había tenído con él, dudaba que fuese un empleado. Cuando tomó la segunda intersección a la derecha, la oscuridad se hizo total. Fue entonces cuando volvió a ver a aquel dragón, con sus fauces abiertas haciendo el gesto de comerse una diminuta bola de color azul, con unas manchas amarillas que se removían dentro. Se sintió algo aturdido pero continuó la marcha palpando las paredes.
-Vaya mierda de día. ¡Cabrón VEN AQUÍ!-. Aquel chillido hizo un gran estruendo en mitad del pasadizo.-¿Dios y ahora que voy a hacer? Creo que me he perdido.
Siguió andando durante un par de minutos pero a él le parecieron horas. Seguía arrastrando su mano por el irregular contorno de la pared. La notaba sucia, sabía que hacía mucho tiempo que nadie pasaba por allí. De repente y como si la pared se hubiese evaporado, dejó de sentirla. Algo extrañado volvió la mano por el recorrido que había hecho para intentar localizar de nuevo la pared. Pero esta había desaparecido. Estaba solo en mitad de la oscuridad y un sentimiento de claustrofobia se apoderó de él. Su respiración era más acelerada y su cara, aunque no podía verla, era de puro terror. En aquel punto no sabía si continuar con su marcha o retroceder. -Seguramente-, pensaba,- si continuo lo más probable es que llegue a alguna alcantarilla, y si vuelvo para atrás seguiré como estoy ahora- Sopesaba la situación y decidía cual era la mejor solución para salir de aquel lío. Fue entonces cuando tras decidir que volvería tras sus pasos que una bocanada de aire recorrió las paredes de aquel túnel, llevando consigo un susurro.
-¡Alan!-Una voz como salida de la nada recorrió la oscuridad y asustó al muchacho.
-¿Qué?, ¿Quién anda ahí?. Esto no tiene gracia, ¡devuélveme el papel!- Su voz sonaba un tanto asustada, aunque intentaba que no lo pareciese.
-¡Alan, ven!
Miró de nuevo a su alrededor. Rodeado de la más austera oscuridad, no podía evitar sentir pánico, aunque algo en su interior le decía que debía seguir adelante. Posó un pie en algún sitio en la nada. Ya no sentía ni el suelo ni ninguna formación sólida a su alrededor. ¿Qué estaba pasando? Se preguntaba. Era como estar flotando en el espacio, salvo que no veía nada, ni siquiera a si mismo.
Avanzaba lentamente sin saber cual era su destino, hasta que la voz de la tía Helena le llegó a sus recuerdos. Recordaba la vez en que le contaba el cuento del aquel príncipe que se adentró en el laberinto para destruir a un monstruo. Una princesa le esperaba en la entrada y le entregó un ovillo de seda para que no se perdiese dentro. Recordaba perfectamente a su tía leyendo la historia y recordaba el ímpetu con el que leía la frase de "Teseo si te ves a oscuras, busca rápidamente la luz. La luz siempre estará contigo, búscala" .
Así se encontraba Alan. Creía que estaba en un terrorífico laberinto creado en las entrañas de metro de San Francisco, rodeado de 'nada', entonces siguió el consejo de la princesa del cuento y se puso a buscar la luz. Empezó a avanzar lenta pero firmemente, en realidad estaba muy asustado pero sabía que si quería salir de aquella situación debía ser valiente. El trabajo y el maldito papel se le habían borrado de la memoria, su única preocupación era salir, salir sano y salvo.
Andó sin sentido durante un par de minutos. Cuando le parecía bien giraba hacia la derecha o a la izquierda, y no volvió a sentir ni paredes, ni suelo, ni techo. Todo era negro, hasta que de repente un punto apareció en el horizonte. Sus ojos se abrieron de esperanza. Había encontrado la luz, ahora solo tenía que llegar hasta ella. Corrió todo lo que le dieron sus piernas, pero correr sin tener ninguna superficie en la que apoyarse era muy difícil y se sentía como si estuviese pataleando en mitad del cielo. A medida que se acercaba el punto era más grande, pero no iluminaba el lugar, solo a sí mismo dando a ver lo que parecía un edificio. De repente Alan se sorprendió al ver que debajo suyo volvía a haber suelo. Se paró y miró a su alrededor. Continuaba todo oscuro, miró hacia sus pies y lo único que vio fueron sus pies y nada. Miró otra vez enfrente viendo el edificio en la distancia. Adoptó una postura pensativa y volvió a mirar hacia abajo. La sorpresa fue grande, podía verse los pies, se miró las manos y también, podía verse el entero. Parecía que la situación iba mejorando, ahora solo tenía que llegar hasta allí.
Al cabo de un buen rato de carrera a más no poder, llegó exhausto al edificio. Era una ermita, posiblemente gótica. Gárgolas y demás monstruos que eran irreconocibles adornaban sus casi perfectas paredes. Alan parado ante la ermita, miró en derredor para intentar ver algún atisbo de paredes, techo o cualquier otro indicio de estructura sólida en la cueva donde se pensaba que estaba.
-¿Qué coño hace una ermita en medio de una cueva, debajo del metro? ¿Hay alguien?- chilló esperando encontrar a alguien que le pudiese sacar de allí, pero su petición de ayuda fue en vano ya que ni un alma le contestó.
Miró detrás del edificio y vio que más allá volvía a haber lo que había dejado por detrás, o sea nada. Solo oscuridad. Siguió mirando las paredes de la ermita hasta que le pareció ver algo que se movía en una de las esquinas. La sombra estaba allí. Alan salió corriendo intentando alcanzarla, dio la vuelta entera al edificio y cuando volvió al punto de partida encontró en el lugar donde había el relieve de lo que creía que era un dragón una puerta entreabierta. Era una robusta puerta de dos batientes, toda bordeada de molduras que imitaban las formas de unas enredaderas que finalizaban en unas enormes rosas de madera. Al parecer la sombra se había adentrado, y esa era la única opción que consideraba el chico.
Abrió un poco más la puerta, y se asomó tímidamente por el hueco. El interior estaba formado por una única estancia, repleta de puertas que supuestamente daban origen a las siguientes salas. En vez del típico altar en uno de los extremos, había lo que parecía ser una fuente, que escupía un agua verdosa, justamente en el mismo centro de la estancia.
Alan puso un pie dentro. En ese mismo instante volvió su cabeza la imagen del dragón, aunque esta vez acompañado de una voz femenina "Cuidado, encontrarás la verdad". Se sacudió la cabeza, y pensó en que si entrar era lo más correcto. Empezó a dudar la posibilidad de continuar adelante y retiró el pie poniéndolo de nuevo en el oscuro suelo de las afueras. Entonces la sombra volvió a moverse a la velocidad de la luz. La puerta en la que Alan estaba apoyado se abrió y el chico calló dentro de la ermita. En ese mismo instante una de las múltiples puertas se abrió y una figura encorvada entró. Iba apoyado en un bastón muy retorcido que casi le superaba de altura. Llevaba una túnica gris, sucia y polvorienta, que le llegaba hasta los tobillos, los zapatos que casi estaban tapados por la túnica eran alargados y terminaban en una retorcida punta. El chico desde el suelo dirigió su mirada hacia arriba y vio la expresión de sabiduría que inspiraba aquel hombre. Sus ojos miraban hacia Alan y asintió con la cabeza. La sombra salió desde detrás de la fuente y se colocó al lado del anciano. Él la miró volvió asentir y la sombra se unió a los pies del hombre quedándose enganchada de nuevo al suelo como si nunca se hubiese movido. En aquel preciso momento Alan, todavía tendido en el suelo empezó a preguntarse más cosas, sin hallar las respuestas. ¿Era aquella sombra, qué él había pensado que era un empleado del metro, una sombra en realidad?
-Veo que mi sombra ha hecho bien su misión.
Alan poco a poco fue incorporándose limpiando las pequeñas chinas que se le habían clavado en las manos.-¿Qué.?
-Permíteme presentarme. Soy Sendra, señor del Nexo.
-¿Qué, qué, qué?¿El qué?- No podía creer que estaba pasando. Mejor dicho, no sabía que estaba pasando.
-Creo que tu has visto al Dragón Oscuro. ¿Verdad que le has visto?.
-¿Pero dónde estoy? Yo solo quiero ir a mi casa, ya ni siquiera quiero ir a mi trabajo.
-Todo a su debido tiempo. Primero dime, ¿Has tenido la visión del Dragón Oscuro?
-Si te refieres a lo que me pasó en el metro, si. He visto una imagen de un dragón que se estaba comiendo una bola- Las lagrimas estaban apunto de brotar de los ojos de Alan. Su desesperación salía por su boca temiendo que aquel viejo le hiciese algo. Quería volver a casa, junto con tía Elena, aunque presentía que tardaría en volver.
-Tranquilízate Alan. No voy a hacerte daño. Empecemos por el principio. Supongamos que el mundo que tu conoces, no es más que una parte más entre otros mundos. Y supongamos también que todos esos mundos están conectados entre sí por algún lugar- Sendra abrió los brazos en cruz y añadió: -Supongamos que esa unión es esta ermita. Bienvenido al Nexo.
Alan le miraba con incredulidad. Analizaba lentamente la situación. Pensaba, "estoy perdido en algún lugar del metro de San Francisco, en una ermita abandonada, con un viejo que dice que existen más mundos" -A ver, me parece que me he perdido algo. Simplemente me he perdido en el metro, seguí a alguien que cogió un papel que tenía que llevar a mi trabajo y tras media hora de andar entre la oscuridad, he aparecido aquí. Y va y me sueltas que hay más mundos aparte del mío y que me encuentro en el único punto en común. ¿No es así?- En su tono de voz se notaba un aire sarcástico.
-Exactamente. Se que te va a resultar difícil comprender lo que en los siguientes días puede ocurrir, pero tienes que hacerlo. Muchas cosas van a depender de ti. ¿Ves todas esas puertas? Todas comunican con un mundo diferente. Esa -señaló una puerta completamente recta- es la puerta que comunica con tu mundo. Y la puerta de tu mundo que comunica con esto, cambia cada segundo. Si la atraviesas ahora puede que se abra en mitad del océano Pacífico, o en pleno corazón del Sahara.
-¿Quieres decir que no voy a poder volver a casa?
-De momento hay cosas más importantes que hacer, y casi no queda tiempo. Ya has tenido la visión. Eso quiere decir que se acerca.- En aquel preciso momento el anciano sacó de la nada una campanilla que hizo repicar.
El sonido de la campanilla serenó a Alan, parecía como si la campanilla estuviese creada con ese fin.
-Ahora escucha bien Alan. ¿Recuerdas de que color era la bola que se tragaba el Dragón Oscuro?, recuérdalo Alan, es de vital importancia-. Con cada palabra que pronunciaba iba repiqueteando la campanilla haciendo que el chico entrase como en un estado de sopor.
Alan medio adormecido asintió con la cabeza - Era azul, bastante grande y con unas manchas que parecían nubes de color amarillo.
- ¡Sutei! El siguiente mundo es Sutei. Ahora te voy a contar una historia- Sendra chasqueó los dedos y una silla apareció detrás de Alan. Este se sentó sin perder de vista al que parecía ser un mago.- Presta atención. Cada aproximadamente unos mil años.-Se calló en seco le miró y continuó hablando.- Creo que he empezado mal.
Alan sentado en la silla notaba como si su conciencia se fuese debilitando. El sonido de aquella maldita campanilla le estaba dejando dormido. Sus pensamientos cada vez se iban haciendo más extraños, la realidad se iba difuminando. Las preocupaciones del muchacho se pintaban de color de rosa frente a aquel sonido tan relajante.
-Empezaremos mejor-dijo el mago mientras continuaba con el pausado repiqueteo- Todos los mundos existentes están unidos por un punto. Ese punto es esta ermita, y cada una de esas puertas lleva a un mundo diferente. Existe una teoría que dice que todos los mundos tienden por si solos al equilibrio. Cada mil años aproximadamente el Dragón Oscuro aparece, despierta de su sueño para devolver a un mundo al azar al Caos total, para a posteriori hacerlo renacer con una nueva forma. Pero como su oscuridad tampoco es eterna, se de a cada mundo la posibilidad de defenderse. Un elegido, formará el centro de la estrella, y deberá encontrar a las doce puntas que le lleven hacia la luz. Tu has sido elegido por la visión del dragón y deberás enfrentarte a todo lo que se te avecine -su voz se detuvo por completo y comprobó que el muchacho ya se hubiese quedado completamente dormido- "Cuando necesites volar, tendrás alas. Cuando necesites respirar, tendrás aire. Cuando necesites calor, tendrás el fuego. Y cuando necesites entender, entenderás" - Las palabras del viejo sonaron graves y retumbaron por toda la estancia. Levantó los brazos y el cuerpo de Alan empezó a levitar -Ahora viaja muchacho, ves a Sutei y sálvales - acompañando el cuerpo del chico lo acercó a una puerta de madera que empezaba a entreabrirse. Por el resquicio emanaba una calurosa luz que poco a poco fue devorando la estancia. El cuerpo dormido de Alan la atravesó y tras esto, la puerta se cerró.
-Dios, ¿Cómo puede ser que seas tan perezoso?- La tía Elena se acercó al lecho de Alan y tiró de las sabanas dejando el cuerpo del muchacho desprotegido a merced del viento matinal de San Francisco.
-¡Ya voy, ya voy!-. Poco a poco sus ojos fueron abriéndose acostumbrándose a la intensa luz que se colaba por la ventana. Se levantó y cogió la ropa que se había dejado el día anterior encima de la silla del escritorio. La miró detenidamente examinándola para ver si estaba lo suficientemente limpia para poder ponérsela. Optó por vestirse con otra ropa que tenía en el armario, y tras llevarla al bombo de la ropa sucia se quitó el pijama y se puso la ropa.
Fue al cuarto de aseo y se miró al espejo. -Dios mío que asco que doy- . Su pelo rubio, caía enredado por su cabeza. Cogió un cepillo, lo humedeció y empezó a peinarse su media melena. Una vez peinado se recogió el pelo en una cola baja y volvió a mirarse al espejo -Esto parece ya otra cosa-. Su ojos azules brillaban radiantemente, con una pequeña chispa de alegría. Retrocedió unos pasos y se miró casi por completo. Su constitución era algo esmirriada, y encima, la ropa holgada que siempre llevaba ayudaba más a que diese esa impresión de enclenque. Una vez terminado su aseo salió del baño y vio a la tía Elena pasando el aspirador por la moqueta del pasillo del piso de arriba.
-Recuerda mi niño que hoy era el último día para que llevases al trabajo el papel que te pidieron-. El tono de la tía siempre era dulce y aunque te estuviese embroncando no lo parecía.
-Si por que parece que les urge. -Solo recuerda que pase lo que pase no necesitamos ese trabajo tuyo-. La tía tenía el presentimiento que no iba a ser un día normal.-Recuerda que de todas maneras dentro de quince días empiezas el nuevo curso y tendrás que dejar de trabajar.
-Pero de todas maneras no voy a quedar mal. Me pidieron ese papel hace ya un mes, y no lo he podido llevar. Creo que están algo molestos-. En un acto reflejo miró el reloj y sobresaltado echó una rápida a su tía exclamando:- Mierda llego tarde-. Cogió el vital papel y salió de la casa.
La boca del metro estaba dos calles arriba de donde vivía Alan y no tardó en llegar. Bajó las escaleras a trompicones esquivando a las grises personas que se dirigían como él hacia los respectivos puestos de trabajos. Llegó a la altura de las taquillas y sacó su tarjeta multiviajes. Pasó la barrera y volvió a bajar más escaleras, esta vez las que conducían a su anden. Una bocanada de aire le sacudió la cola y le sucedió algo que le dejó aturdido. Justo con el golpe de aire, una frugal imagen le vino a la cabeza. Vio un túnel largo y oscuro y al final de él había un ojo de que se abría y mostraba una pupila semejante a la de los reptiles. Poco a poco esa pupila se fue alejando y dejó ver un más que gigantesco dragón rodeado de la más tremenda oscuridad.
Cuando su vista volvió al pasillo del metro, estaba apoyado en la pared algo exhausto y extrañado. Normalmente, y desde que él recordaba había tenido extrañas visiones que eran atribuidas a su elevado nivel de imaginación. Pero desde luego ninguna como esta. Cuando se hubo calmado un poco siguió su camino hacia el anden y se colocó más o menos en el lugar donde estaría la salida en la estación donde se apearía, casi hacia el final del lugar. Un sonido sonó en off en toda la estación. La voz de un hombre advertía que un tren pasaría en recorrido de pruebas y que no pararía. En el fondo del túnel dos luces empezaron a acercarse, lenta pero firmemente. Un tren del metro de San Francisco pasó a toda velocidad con las luces de adentro apagadas. A su paso levantó una tremenda ventolera que pillaba de improvisto a todos los ocupantes del anden. El último fue Alan que había quedado algo pensativo tras la visión. Casi ni se había dado cuenta de que el tren había pasado de no ser que tras la larga estela de viento el papel se fue volando siguiendo al tren. Alan lo miró y cuando analizó lo que la situación suponía empezó a ponerse nervioso.
-Mierda. Lo que faltaba, aparte de que voy a llegar tarde no les voy a poder entregar ese condenado papel-. Miró muy nervioso el oscuro túnel por el que se había adentrado el papel. Por su mente rondaba una única pregunta ¿Bajaba a buscarlo, o no? Se miró el reloj y vio que seguramente ya llegaba tarde. Volvió su mirada otra vez al túnel y se percató de que el papel estaba en una pasarela bajando unas escalerillas, seguramente eran las del personal de la estación.
Saltó la valla y se paró al ver que dos luces cegantes se dirigían hacia él. Un tren se estaba acercando en dirección contraria. Al pasar el tren, el túnel parecía más oscuro. El contraste había sido demasiado y los ojos de Alan tardarían un rato en volver a adaptarse a la tenue oscuridad. Miró en dirección a la ubicación del papel y entrecerró los ojos. Le pareció ver que una sombra estaba con el en la pasarela, y lo mejor de todo parecía que tenía el papel.
-Esto. verá. He pasado para recoger ese papel-. Alan pensaba que aquella sombra era algún empleado del metro. Pero se equivocó, ya que tras decir esas palabras la sombra torció una esquina que parecía haber salido de la nada y se llevó con ella el papel. -¡Oye!.
Dejando atrás el miedo que sentía ando precavido siguiendo el camino que había tomado la sombra. La esquina desembocaba en un largo pasadizo tenuemente iluminado. La sombra corría a lo lejos y se perdió por otro pasillo. Alan apresuró su marcha, debía encontrar a ese empleado, aunque con la reacción que este había tenído con él, dudaba que fuese un empleado. Cuando tomó la segunda intersección a la derecha, la oscuridad se hizo total. Fue entonces cuando volvió a ver a aquel dragón, con sus fauces abiertas haciendo el gesto de comerse una diminuta bola de color azul, con unas manchas amarillas que se removían dentro. Se sintió algo aturdido pero continuó la marcha palpando las paredes.
-Vaya mierda de día. ¡Cabrón VEN AQUÍ!-. Aquel chillido hizo un gran estruendo en mitad del pasadizo.-¿Dios y ahora que voy a hacer? Creo que me he perdido.
Siguió andando durante un par de minutos pero a él le parecieron horas. Seguía arrastrando su mano por el irregular contorno de la pared. La notaba sucia, sabía que hacía mucho tiempo que nadie pasaba por allí. De repente y como si la pared se hubiese evaporado, dejó de sentirla. Algo extrañado volvió la mano por el recorrido que había hecho para intentar localizar de nuevo la pared. Pero esta había desaparecido. Estaba solo en mitad de la oscuridad y un sentimiento de claustrofobia se apoderó de él. Su respiración era más acelerada y su cara, aunque no podía verla, era de puro terror. En aquel punto no sabía si continuar con su marcha o retroceder. -Seguramente-, pensaba,- si continuo lo más probable es que llegue a alguna alcantarilla, y si vuelvo para atrás seguiré como estoy ahora- Sopesaba la situación y decidía cual era la mejor solución para salir de aquel lío. Fue entonces cuando tras decidir que volvería tras sus pasos que una bocanada de aire recorrió las paredes de aquel túnel, llevando consigo un susurro.
-¡Alan!-Una voz como salida de la nada recorrió la oscuridad y asustó al muchacho.
-¿Qué?, ¿Quién anda ahí?. Esto no tiene gracia, ¡devuélveme el papel!- Su voz sonaba un tanto asustada, aunque intentaba que no lo pareciese.
-¡Alan, ven!
Miró de nuevo a su alrededor. Rodeado de la más austera oscuridad, no podía evitar sentir pánico, aunque algo en su interior le decía que debía seguir adelante. Posó un pie en algún sitio en la nada. Ya no sentía ni el suelo ni ninguna formación sólida a su alrededor. ¿Qué estaba pasando? Se preguntaba. Era como estar flotando en el espacio, salvo que no veía nada, ni siquiera a si mismo.
Avanzaba lentamente sin saber cual era su destino, hasta que la voz de la tía Helena le llegó a sus recuerdos. Recordaba la vez en que le contaba el cuento del aquel príncipe que se adentró en el laberinto para destruir a un monstruo. Una princesa le esperaba en la entrada y le entregó un ovillo de seda para que no se perdiese dentro. Recordaba perfectamente a su tía leyendo la historia y recordaba el ímpetu con el que leía la frase de "Teseo si te ves a oscuras, busca rápidamente la luz. La luz siempre estará contigo, búscala" .
Así se encontraba Alan. Creía que estaba en un terrorífico laberinto creado en las entrañas de metro de San Francisco, rodeado de 'nada', entonces siguió el consejo de la princesa del cuento y se puso a buscar la luz. Empezó a avanzar lenta pero firmemente, en realidad estaba muy asustado pero sabía que si quería salir de aquella situación debía ser valiente. El trabajo y el maldito papel se le habían borrado de la memoria, su única preocupación era salir, salir sano y salvo.
Andó sin sentido durante un par de minutos. Cuando le parecía bien giraba hacia la derecha o a la izquierda, y no volvió a sentir ni paredes, ni suelo, ni techo. Todo era negro, hasta que de repente un punto apareció en el horizonte. Sus ojos se abrieron de esperanza. Había encontrado la luz, ahora solo tenía que llegar hasta ella. Corrió todo lo que le dieron sus piernas, pero correr sin tener ninguna superficie en la que apoyarse era muy difícil y se sentía como si estuviese pataleando en mitad del cielo. A medida que se acercaba el punto era más grande, pero no iluminaba el lugar, solo a sí mismo dando a ver lo que parecía un edificio. De repente Alan se sorprendió al ver que debajo suyo volvía a haber suelo. Se paró y miró a su alrededor. Continuaba todo oscuro, miró hacia sus pies y lo único que vio fueron sus pies y nada. Miró otra vez enfrente viendo el edificio en la distancia. Adoptó una postura pensativa y volvió a mirar hacia abajo. La sorpresa fue grande, podía verse los pies, se miró las manos y también, podía verse el entero. Parecía que la situación iba mejorando, ahora solo tenía que llegar hasta allí.
Al cabo de un buen rato de carrera a más no poder, llegó exhausto al edificio. Era una ermita, posiblemente gótica. Gárgolas y demás monstruos que eran irreconocibles adornaban sus casi perfectas paredes. Alan parado ante la ermita, miró en derredor para intentar ver algún atisbo de paredes, techo o cualquier otro indicio de estructura sólida en la cueva donde se pensaba que estaba.
-¿Qué coño hace una ermita en medio de una cueva, debajo del metro? ¿Hay alguien?- chilló esperando encontrar a alguien que le pudiese sacar de allí, pero su petición de ayuda fue en vano ya que ni un alma le contestó.
Miró detrás del edificio y vio que más allá volvía a haber lo que había dejado por detrás, o sea nada. Solo oscuridad. Siguió mirando las paredes de la ermita hasta que le pareció ver algo que se movía en una de las esquinas. La sombra estaba allí. Alan salió corriendo intentando alcanzarla, dio la vuelta entera al edificio y cuando volvió al punto de partida encontró en el lugar donde había el relieve de lo que creía que era un dragón una puerta entreabierta. Era una robusta puerta de dos batientes, toda bordeada de molduras que imitaban las formas de unas enredaderas que finalizaban en unas enormes rosas de madera. Al parecer la sombra se había adentrado, y esa era la única opción que consideraba el chico.
Abrió un poco más la puerta, y se asomó tímidamente por el hueco. El interior estaba formado por una única estancia, repleta de puertas que supuestamente daban origen a las siguientes salas. En vez del típico altar en uno de los extremos, había lo que parecía ser una fuente, que escupía un agua verdosa, justamente en el mismo centro de la estancia.
Alan puso un pie dentro. En ese mismo instante volvió su cabeza la imagen del dragón, aunque esta vez acompañado de una voz femenina "Cuidado, encontrarás la verdad". Se sacudió la cabeza, y pensó en que si entrar era lo más correcto. Empezó a dudar la posibilidad de continuar adelante y retiró el pie poniéndolo de nuevo en el oscuro suelo de las afueras. Entonces la sombra volvió a moverse a la velocidad de la luz. La puerta en la que Alan estaba apoyado se abrió y el chico calló dentro de la ermita. En ese mismo instante una de las múltiples puertas se abrió y una figura encorvada entró. Iba apoyado en un bastón muy retorcido que casi le superaba de altura. Llevaba una túnica gris, sucia y polvorienta, que le llegaba hasta los tobillos, los zapatos que casi estaban tapados por la túnica eran alargados y terminaban en una retorcida punta. El chico desde el suelo dirigió su mirada hacia arriba y vio la expresión de sabiduría que inspiraba aquel hombre. Sus ojos miraban hacia Alan y asintió con la cabeza. La sombra salió desde detrás de la fuente y se colocó al lado del anciano. Él la miró volvió asentir y la sombra se unió a los pies del hombre quedándose enganchada de nuevo al suelo como si nunca se hubiese movido. En aquel preciso momento Alan, todavía tendido en el suelo empezó a preguntarse más cosas, sin hallar las respuestas. ¿Era aquella sombra, qué él había pensado que era un empleado del metro, una sombra en realidad?
-Veo que mi sombra ha hecho bien su misión.
Alan poco a poco fue incorporándose limpiando las pequeñas chinas que se le habían clavado en las manos.-¿Qué.?
-Permíteme presentarme. Soy Sendra, señor del Nexo.
-¿Qué, qué, qué?¿El qué?- No podía creer que estaba pasando. Mejor dicho, no sabía que estaba pasando.
-Creo que tu has visto al Dragón Oscuro. ¿Verdad que le has visto?.
-¿Pero dónde estoy? Yo solo quiero ir a mi casa, ya ni siquiera quiero ir a mi trabajo.
-Todo a su debido tiempo. Primero dime, ¿Has tenido la visión del Dragón Oscuro?
-Si te refieres a lo que me pasó en el metro, si. He visto una imagen de un dragón que se estaba comiendo una bola- Las lagrimas estaban apunto de brotar de los ojos de Alan. Su desesperación salía por su boca temiendo que aquel viejo le hiciese algo. Quería volver a casa, junto con tía Elena, aunque presentía que tardaría en volver.
-Tranquilízate Alan. No voy a hacerte daño. Empecemos por el principio. Supongamos que el mundo que tu conoces, no es más que una parte más entre otros mundos. Y supongamos también que todos esos mundos están conectados entre sí por algún lugar- Sendra abrió los brazos en cruz y añadió: -Supongamos que esa unión es esta ermita. Bienvenido al Nexo.
Alan le miraba con incredulidad. Analizaba lentamente la situación. Pensaba, "estoy perdido en algún lugar del metro de San Francisco, en una ermita abandonada, con un viejo que dice que existen más mundos" -A ver, me parece que me he perdido algo. Simplemente me he perdido en el metro, seguí a alguien que cogió un papel que tenía que llevar a mi trabajo y tras media hora de andar entre la oscuridad, he aparecido aquí. Y va y me sueltas que hay más mundos aparte del mío y que me encuentro en el único punto en común. ¿No es así?- En su tono de voz se notaba un aire sarcástico.
-Exactamente. Se que te va a resultar difícil comprender lo que en los siguientes días puede ocurrir, pero tienes que hacerlo. Muchas cosas van a depender de ti. ¿Ves todas esas puertas? Todas comunican con un mundo diferente. Esa -señaló una puerta completamente recta- es la puerta que comunica con tu mundo. Y la puerta de tu mundo que comunica con esto, cambia cada segundo. Si la atraviesas ahora puede que se abra en mitad del océano Pacífico, o en pleno corazón del Sahara.
-¿Quieres decir que no voy a poder volver a casa?
-De momento hay cosas más importantes que hacer, y casi no queda tiempo. Ya has tenido la visión. Eso quiere decir que se acerca.- En aquel preciso momento el anciano sacó de la nada una campanilla que hizo repicar.
El sonido de la campanilla serenó a Alan, parecía como si la campanilla estuviese creada con ese fin.
-Ahora escucha bien Alan. ¿Recuerdas de que color era la bola que se tragaba el Dragón Oscuro?, recuérdalo Alan, es de vital importancia-. Con cada palabra que pronunciaba iba repiqueteando la campanilla haciendo que el chico entrase como en un estado de sopor.
Alan medio adormecido asintió con la cabeza - Era azul, bastante grande y con unas manchas que parecían nubes de color amarillo.
- ¡Sutei! El siguiente mundo es Sutei. Ahora te voy a contar una historia- Sendra chasqueó los dedos y una silla apareció detrás de Alan. Este se sentó sin perder de vista al que parecía ser un mago.- Presta atención. Cada aproximadamente unos mil años.-Se calló en seco le miró y continuó hablando.- Creo que he empezado mal.
Alan sentado en la silla notaba como si su conciencia se fuese debilitando. El sonido de aquella maldita campanilla le estaba dejando dormido. Sus pensamientos cada vez se iban haciendo más extraños, la realidad se iba difuminando. Las preocupaciones del muchacho se pintaban de color de rosa frente a aquel sonido tan relajante.
-Empezaremos mejor-dijo el mago mientras continuaba con el pausado repiqueteo- Todos los mundos existentes están unidos por un punto. Ese punto es esta ermita, y cada una de esas puertas lleva a un mundo diferente. Existe una teoría que dice que todos los mundos tienden por si solos al equilibrio. Cada mil años aproximadamente el Dragón Oscuro aparece, despierta de su sueño para devolver a un mundo al azar al Caos total, para a posteriori hacerlo renacer con una nueva forma. Pero como su oscuridad tampoco es eterna, se de a cada mundo la posibilidad de defenderse. Un elegido, formará el centro de la estrella, y deberá encontrar a las doce puntas que le lleven hacia la luz. Tu has sido elegido por la visión del dragón y deberás enfrentarte a todo lo que se te avecine -su voz se detuvo por completo y comprobó que el muchacho ya se hubiese quedado completamente dormido- "Cuando necesites volar, tendrás alas. Cuando necesites respirar, tendrás aire. Cuando necesites calor, tendrás el fuego. Y cuando necesites entender, entenderás" - Las palabras del viejo sonaron graves y retumbaron por toda la estancia. Levantó los brazos y el cuerpo de Alan empezó a levitar -Ahora viaja muchacho, ves a Sutei y sálvales - acompañando el cuerpo del chico lo acercó a una puerta de madera que empezaba a entreabrirse. Por el resquicio emanaba una calurosa luz que poco a poco fue devorando la estancia. El cuerpo dormido de Alan la atravesó y tras esto, la puerta se cerró.
