Como si una manada de elefantes le hubiese pasado por encima, se levantó
Alan. Esperaba encontrarse la habitación en casa de la tía Helena, quería
ver el acuario que tenía a los pies de su cama, pero en vez de eso, solo
vio un gran espacio abierto lleno de una corta hierba verde. No veía nada a
lo lejos, aquella llanura parecía no acabarse nunca. No existía indicios de
vida humana por los alrededores. A lo lejos, muy a lo lejos había unas
montañas que tenían el pico nevado y entre ellas le pareció ver otro pico,
pero este, con cuernos. Se puso en pie y giró sobre si mismo. El viento
corría con gran fuerza y tenía su pelo cada dos por tres en la cara.
-¿Dónde estoy?
La pregunta sonó vacía y si Alan hubiese tenido intención de que alguien le contestase, se llevó un chasco. Tenía la cabeza atontada y todavía se sentía adormilado. Recordaba levemente una escena en la que aparecía un viejo. Cerró los ojos intentando recordar lo sucedido. No recordaba nada, solamente veía un ojo de dragón que se alejaba más y más, hasta mostrar completamente a la monstruosa criatura que estaba devorando una bola azulada.
Ahora ya no estaba en casa. No sabía que hacer, para donde tirar. Había decidido andar hasta encontrar algún rastro de civilización, aunque en medio de la interminable llanura no sabía para donde ir. Una vez más calmado, empezó a recapacitar.
-Piensa Alan. Piensa.¿Que es lo que más te llama la atención de este lugar?- Dio una vuelta sobre si mismo para encontrar algo que se convirtiese en su destino. Al fondo, entre las distantes montañas, estaba aquella montaña de cuernos- Decidido, iremos hacia allí.
Movido por la desesperación mas que por el temor, Alan caminó unos quince minutos en dirección a la montaña cornuda, como él la había bautizado. Durante esos quince minutos el paisaje cambió poco, la basta llanura se extendía hacia el horizonte sin mostrar grandes montañas que las que había en el fondo. De vez en cuando algunos animales un tanto raros, una mezcla entre perros y monos, se cruzaban delante del muchacho. Los más valientes se detenían para mirarle, dejando una distancia prudencial. Tres soles brillaban en el cielo, y por eso el calor iba en aumento. En la llanura del viento no había nada que le proporcionase sombra alguna, así que empezó a preocuparse por su salud. ¿Cómo podía ser que hubiese salido de su casa un día, llegase al metro, y luego apareciese aquí? Alan sabía que había un breve capítulo en su vida que no lograba recordar. Sabía que tenía que ver con aquella visión.
El sonido de una campanilla rompió el susurro del viento. Esa campanilla le era familiar, pero no lograba recordar de qué. A lo lejos y como surgido de la nada, había un pequeño montículo de piedra de unos cinco metros de alto. Era un cono perfecto aunque la punta estuviese inclinada levemente hacia adelante. Alan miró el suelo. No se lo podía creer, ¡Una sombra! Muerto de calor y sudando a chorros corrió hacia ese montículo. A medida que se acercaba, le parecía oir unos leves llantos, que casi eran amortiguados por el correr del viento. A escasa distancia de su descanso se paró expectante. Una sombra humanoide se había movido por el perfil de la sombra del montículo. Alan sin saber como actuar se quedó parado notando como el sudor le caía por la frente. -¿Quién anda ahí?- gritó en tono amenazante. Fuese lo que fuese, Alan no quería que advirtiese que estaba muerto de miedo.
Por uno de los lados del montículo empezó a asomar una cabecita negra. Unos ojos verdes amarillentos le miraban temerosamente. Era una niña. Una niña de aspecto delicado. Alan al verla se sorprendió y se quedó en el sitio. La niña cuando lo vio salió corriendo hacia él y se le abrazó con una débil fuerza, hundió la cara contra su abdomen y se puso a llorar. Alan incrédulo no sabía que hacer hasta que al final, guiado por su corazón posó su mano en la cabeza de la chiquilla he hizo un gesto revolviéndole el pelo.
-Venga. Venga, ¡Cálmate! No creo que estés peor que yo, ¿Cuéntame que te pasa?
La niña seguía llorando en la barriga de Alan, y cuando escuchó su voz y notó su mano se serenó. Miró hacia arriba, y al ver la cara del chico remitió un poco su llanto. Aun entre sollozos le respondió:-No se dónde estoy.
Alan suavemente la separó de si y la condujo hacia la sombra. Le había dado tiempo a mirarla. Era una niña de unos trece años. Tenía un pelo precioso ondulado, completamente negro, se sabía que estaba limpio por que relucía, y se movía al son del viento con una soltura increíble. Vestía un camisón blanco adornado únicamente con una cruz de color rojo (aunque algo desgastado) a la altura del corazón. Era un camisón de hospital. Su piel tenía un tono pálido que hacia resaltar el rojo de sus labios.
-¿Has venido para salvarme? -La niña miraba a Alan con los ojos rojos de haber llorado. Su voz sonaba débil y algo el la figura de ella hacia saber a Alan que estaba enferma.
-Ojalá pudiese, aunque no si como salvarme a mi.
La niña al ver que el chico le comprendía totalmente empezó a calmarse más todavía, se limpió los ojos y volvió a abrazarse a Alan.
-He tenido tanto miedo. Estaba en la cama de mi habitación, la pierna empezó a dolerme otra vez y entraron los medicos. Me pusieron una inyección y me entró sueño. Luego cuando me desperté estaba aquí. Solo me acuerdo de una cueva, estaba soñando con una cueva muy oscura.
-Pues más o menos lo mismo que a mí. Me iba a trabajar cuando entré en el metro y. zás aparecí aquí. Bueno. por lo menos ya no estamos solos ¿verdad?- Alan le guiñó un ojo acompañando el gesto con una sonrisa.
La niña sonrió y dijo:- Eso es bueno, por cierto me llamo Amanda.
-Yo me llamo.- No le dio tiempo a terminar la frase cuando la expresión de Amanda cambió completamente.
Sus ojos se abrieron como platos y en un gesto reflejo señalo hacia Alan. -¡Cuidado Alan, detrás de ti!.
El chico sorprendido de que la niña había adivinado su nombre se giró asustado y vio como un hombre mitad lagarto armado con una cimitarra de lo más curvada y dentada se les iba acercando. Su cuerpo aparte de ir recubierto por las tipicas escamas, llevaba también una dura coraza metalizada de color dorado. Se desplazaba rápidamente. Llevaba la boca abierta como emitiendo algún tipo de sonido imperceptible para los humanos.
En su boca se podían ver una hilera de colmillos afilados y una lengua bífida que serpenteaba entre ellos. En breves segundos el monstruo estaba a la altura de Alan. Su postura amenazante no bajó ni un segundo y se disponía a atacar. El cimitarrazo era evidente. Alan con un gesto de defensa subió pavorizado los brazos y los colocó formando una cruz justo en frente de su cara. Solo se escucho un chillido agudo emitido por el viento. Alan que esperaba el golpe de la cimitarra se quedó esperando a que el lagarto acabara con sus vidas. Aquel momento se hizo eterno. Como no llegaba el frío metal, empezó a abrir lentamente los brazos. En el suelo yacía el cuerpo de un lagarto con una profunda herida contusa en el cráneo. Parecía como si la cimitarra se le hubiese vuelto en su contra y le hubiese rebanado la tapa de los sesos. Entonces el muchacho empezó a sentir un leve escozor en los brazos. Los tenía rojos, como si la fricción del aire los hubiese rozado demasiado. Amanda mientras, estaba sentada en el suelo, muerta de miedo. Sus ojos habían cambiado de expresión. Estaba como ausente. En realidad, Alan estaba extrañado, ¿Cómo había adivinado su nombre?, ¿Cómo había matado a aquel lagarto? Eran preguntas que no tardarían en verse respuestas.
Amanda había subido a un plano superior. Estaba absorta por una de sus visiones. Todo era blanco y negro, Alan estaba sentado junto a ella, cuando de repente un temblor de tierra. Los dos se pusieron en guardia. El cielo se abrió, y la tierra también. Un enorme agujero había a unos cien metros de donde estaban ellos. El agujero que se formó en el cielo era de más o menos el mismo diámetro que el del suelo. Entonces empezaron a salir. Era como un enjambre de abejas. Una multitud increíble. Eran seres horripilantes, la cara era de murciélago, el cuerpo era de serpiente aunque llevaban unas garras de algún animal irreconocible, batían las alas de la espalda rápidamente emitiendo un zumbido ensordecedor.
Del agujero del suelo parecía no salir nada. Poco a poco empezaron a verse las cabezas de los hombres lagarto. Finalmente llegaron a la superficie, iban igualmente armados y protegidos como el que había matado Alan. Era un ejercito impresionante. Lo peor era que el objetivo de ese ejercito era ella, Amanda. Mientras el ejercito, tanto el aéreo como el terrestre se acercaba un símbolo azulado apareció en mitad del cielo, acompañado de bocanadas de viento. Cada vez más fuertes, tan fuertes que empezaba a arrastrar tanto a las criaturas aéreas como a algunos de los hombres lagartos más débiles.
El viento era cada vez más y más fuerte, tanto Alan como Amanda estaban luchando por no salir volando. Se refugiaron detrás del montículo, pero fue inútil. El viento corría a una velocidad descomunal llevándose todo lo que pillaba. El ejercito tampoco aguantaba y se veía arrastrado de nuevo a los agujeros. El montículo empezó a ceder, hasta que se rompió. Alan cogió a Amanda de la mano que empezaba a verse arrastrada por las corrientes de aire. El momento fatídico sucedió, Amanda se soltó. Las corrientes de aire la arrastraban por mitad del cielo llevándola a uno de los agujeros. La niña era presa del pánico, y lo último que se le pudo escuchar fue:
-¡Arien no lo hagas, me da miedo la oscuridad!
El viento paró. Volvía a estar sentada al lado de Alan, en la llanura. Estaba sudando, y respiraba aceleradamente. El corazón se le iba a salir. Echó una mirada de auxilio a Alan.
-¿Quién es Arien?
-No lo se. Creo que sería mejor que nos fuésemos, o nos encontrarán.
-¿Quiénes?
-Los monstruos
-¿Monstruos? ¿Qué pasa Amanda?
Una bocanada de aire removió el pelo del muchacho, abrió los ojos como platos cuando vio otra vez aquellos ojos de reptil. No estaban en ningún sitio, solo en su mente, pero sabía que cada vez que los había visto había pasado algo malo.
Siguió hablando con la niña, ella le explicaba algo acerca de una visión. Eso le sonaba familiar, el siempre había tenido extrañas visiones, que normalmente se hacian realidad. Al parecer Amanda también compartía ese mismo don, aunque le daba la impresión que el don de Amanda era mucho más fuerte. Le había explicado con detalle todo lo que había visto. El normalmente solo recordaba fragmentos de algo que al parecer no tenía sentido.
-Alan rápido vayámonos de aquí.-La voz de la niña sonaba a asustada, sabía que quedaba poco tiempo para que algo malo sucediese.
Entonces el suelo se estremeció bajo sus pies.
-¿Dónde estoy?
La pregunta sonó vacía y si Alan hubiese tenido intención de que alguien le contestase, se llevó un chasco. Tenía la cabeza atontada y todavía se sentía adormilado. Recordaba levemente una escena en la que aparecía un viejo. Cerró los ojos intentando recordar lo sucedido. No recordaba nada, solamente veía un ojo de dragón que se alejaba más y más, hasta mostrar completamente a la monstruosa criatura que estaba devorando una bola azulada.
Ahora ya no estaba en casa. No sabía que hacer, para donde tirar. Había decidido andar hasta encontrar algún rastro de civilización, aunque en medio de la interminable llanura no sabía para donde ir. Una vez más calmado, empezó a recapacitar.
-Piensa Alan. Piensa.¿Que es lo que más te llama la atención de este lugar?- Dio una vuelta sobre si mismo para encontrar algo que se convirtiese en su destino. Al fondo, entre las distantes montañas, estaba aquella montaña de cuernos- Decidido, iremos hacia allí.
Movido por la desesperación mas que por el temor, Alan caminó unos quince minutos en dirección a la montaña cornuda, como él la había bautizado. Durante esos quince minutos el paisaje cambió poco, la basta llanura se extendía hacia el horizonte sin mostrar grandes montañas que las que había en el fondo. De vez en cuando algunos animales un tanto raros, una mezcla entre perros y monos, se cruzaban delante del muchacho. Los más valientes se detenían para mirarle, dejando una distancia prudencial. Tres soles brillaban en el cielo, y por eso el calor iba en aumento. En la llanura del viento no había nada que le proporcionase sombra alguna, así que empezó a preocuparse por su salud. ¿Cómo podía ser que hubiese salido de su casa un día, llegase al metro, y luego apareciese aquí? Alan sabía que había un breve capítulo en su vida que no lograba recordar. Sabía que tenía que ver con aquella visión.
El sonido de una campanilla rompió el susurro del viento. Esa campanilla le era familiar, pero no lograba recordar de qué. A lo lejos y como surgido de la nada, había un pequeño montículo de piedra de unos cinco metros de alto. Era un cono perfecto aunque la punta estuviese inclinada levemente hacia adelante. Alan miró el suelo. No se lo podía creer, ¡Una sombra! Muerto de calor y sudando a chorros corrió hacia ese montículo. A medida que se acercaba, le parecía oir unos leves llantos, que casi eran amortiguados por el correr del viento. A escasa distancia de su descanso se paró expectante. Una sombra humanoide se había movido por el perfil de la sombra del montículo. Alan sin saber como actuar se quedó parado notando como el sudor le caía por la frente. -¿Quién anda ahí?- gritó en tono amenazante. Fuese lo que fuese, Alan no quería que advirtiese que estaba muerto de miedo.
Por uno de los lados del montículo empezó a asomar una cabecita negra. Unos ojos verdes amarillentos le miraban temerosamente. Era una niña. Una niña de aspecto delicado. Alan al verla se sorprendió y se quedó en el sitio. La niña cuando lo vio salió corriendo hacia él y se le abrazó con una débil fuerza, hundió la cara contra su abdomen y se puso a llorar. Alan incrédulo no sabía que hacer hasta que al final, guiado por su corazón posó su mano en la cabeza de la chiquilla he hizo un gesto revolviéndole el pelo.
-Venga. Venga, ¡Cálmate! No creo que estés peor que yo, ¿Cuéntame que te pasa?
La niña seguía llorando en la barriga de Alan, y cuando escuchó su voz y notó su mano se serenó. Miró hacia arriba, y al ver la cara del chico remitió un poco su llanto. Aun entre sollozos le respondió:-No se dónde estoy.
Alan suavemente la separó de si y la condujo hacia la sombra. Le había dado tiempo a mirarla. Era una niña de unos trece años. Tenía un pelo precioso ondulado, completamente negro, se sabía que estaba limpio por que relucía, y se movía al son del viento con una soltura increíble. Vestía un camisón blanco adornado únicamente con una cruz de color rojo (aunque algo desgastado) a la altura del corazón. Era un camisón de hospital. Su piel tenía un tono pálido que hacia resaltar el rojo de sus labios.
-¿Has venido para salvarme? -La niña miraba a Alan con los ojos rojos de haber llorado. Su voz sonaba débil y algo el la figura de ella hacia saber a Alan que estaba enferma.
-Ojalá pudiese, aunque no si como salvarme a mi.
La niña al ver que el chico le comprendía totalmente empezó a calmarse más todavía, se limpió los ojos y volvió a abrazarse a Alan.
-He tenido tanto miedo. Estaba en la cama de mi habitación, la pierna empezó a dolerme otra vez y entraron los medicos. Me pusieron una inyección y me entró sueño. Luego cuando me desperté estaba aquí. Solo me acuerdo de una cueva, estaba soñando con una cueva muy oscura.
-Pues más o menos lo mismo que a mí. Me iba a trabajar cuando entré en el metro y. zás aparecí aquí. Bueno. por lo menos ya no estamos solos ¿verdad?- Alan le guiñó un ojo acompañando el gesto con una sonrisa.
La niña sonrió y dijo:- Eso es bueno, por cierto me llamo Amanda.
-Yo me llamo.- No le dio tiempo a terminar la frase cuando la expresión de Amanda cambió completamente.
Sus ojos se abrieron como platos y en un gesto reflejo señalo hacia Alan. -¡Cuidado Alan, detrás de ti!.
El chico sorprendido de que la niña había adivinado su nombre se giró asustado y vio como un hombre mitad lagarto armado con una cimitarra de lo más curvada y dentada se les iba acercando. Su cuerpo aparte de ir recubierto por las tipicas escamas, llevaba también una dura coraza metalizada de color dorado. Se desplazaba rápidamente. Llevaba la boca abierta como emitiendo algún tipo de sonido imperceptible para los humanos.
En su boca se podían ver una hilera de colmillos afilados y una lengua bífida que serpenteaba entre ellos. En breves segundos el monstruo estaba a la altura de Alan. Su postura amenazante no bajó ni un segundo y se disponía a atacar. El cimitarrazo era evidente. Alan con un gesto de defensa subió pavorizado los brazos y los colocó formando una cruz justo en frente de su cara. Solo se escucho un chillido agudo emitido por el viento. Alan que esperaba el golpe de la cimitarra se quedó esperando a que el lagarto acabara con sus vidas. Aquel momento se hizo eterno. Como no llegaba el frío metal, empezó a abrir lentamente los brazos. En el suelo yacía el cuerpo de un lagarto con una profunda herida contusa en el cráneo. Parecía como si la cimitarra se le hubiese vuelto en su contra y le hubiese rebanado la tapa de los sesos. Entonces el muchacho empezó a sentir un leve escozor en los brazos. Los tenía rojos, como si la fricción del aire los hubiese rozado demasiado. Amanda mientras, estaba sentada en el suelo, muerta de miedo. Sus ojos habían cambiado de expresión. Estaba como ausente. En realidad, Alan estaba extrañado, ¿Cómo había adivinado su nombre?, ¿Cómo había matado a aquel lagarto? Eran preguntas que no tardarían en verse respuestas.
Amanda había subido a un plano superior. Estaba absorta por una de sus visiones. Todo era blanco y negro, Alan estaba sentado junto a ella, cuando de repente un temblor de tierra. Los dos se pusieron en guardia. El cielo se abrió, y la tierra también. Un enorme agujero había a unos cien metros de donde estaban ellos. El agujero que se formó en el cielo era de más o menos el mismo diámetro que el del suelo. Entonces empezaron a salir. Era como un enjambre de abejas. Una multitud increíble. Eran seres horripilantes, la cara era de murciélago, el cuerpo era de serpiente aunque llevaban unas garras de algún animal irreconocible, batían las alas de la espalda rápidamente emitiendo un zumbido ensordecedor.
Del agujero del suelo parecía no salir nada. Poco a poco empezaron a verse las cabezas de los hombres lagarto. Finalmente llegaron a la superficie, iban igualmente armados y protegidos como el que había matado Alan. Era un ejercito impresionante. Lo peor era que el objetivo de ese ejercito era ella, Amanda. Mientras el ejercito, tanto el aéreo como el terrestre se acercaba un símbolo azulado apareció en mitad del cielo, acompañado de bocanadas de viento. Cada vez más fuertes, tan fuertes que empezaba a arrastrar tanto a las criaturas aéreas como a algunos de los hombres lagartos más débiles.
El viento era cada vez más y más fuerte, tanto Alan como Amanda estaban luchando por no salir volando. Se refugiaron detrás del montículo, pero fue inútil. El viento corría a una velocidad descomunal llevándose todo lo que pillaba. El ejercito tampoco aguantaba y se veía arrastrado de nuevo a los agujeros. El montículo empezó a ceder, hasta que se rompió. Alan cogió a Amanda de la mano que empezaba a verse arrastrada por las corrientes de aire. El momento fatídico sucedió, Amanda se soltó. Las corrientes de aire la arrastraban por mitad del cielo llevándola a uno de los agujeros. La niña era presa del pánico, y lo último que se le pudo escuchar fue:
-¡Arien no lo hagas, me da miedo la oscuridad!
El viento paró. Volvía a estar sentada al lado de Alan, en la llanura. Estaba sudando, y respiraba aceleradamente. El corazón se le iba a salir. Echó una mirada de auxilio a Alan.
-¿Quién es Arien?
-No lo se. Creo que sería mejor que nos fuésemos, o nos encontrarán.
-¿Quiénes?
-Los monstruos
-¿Monstruos? ¿Qué pasa Amanda?
Una bocanada de aire removió el pelo del muchacho, abrió los ojos como platos cuando vio otra vez aquellos ojos de reptil. No estaban en ningún sitio, solo en su mente, pero sabía que cada vez que los había visto había pasado algo malo.
Siguió hablando con la niña, ella le explicaba algo acerca de una visión. Eso le sonaba familiar, el siempre había tenido extrañas visiones, que normalmente se hacian realidad. Al parecer Amanda también compartía ese mismo don, aunque le daba la impresión que el don de Amanda era mucho más fuerte. Le había explicado con detalle todo lo que había visto. El normalmente solo recordaba fragmentos de algo que al parecer no tenía sentido.
-Alan rápido vayámonos de aquí.-La voz de la niña sonaba a asustada, sabía que quedaba poco tiempo para que algo malo sucediese.
Entonces el suelo se estremeció bajo sus pies.
