-¡Corre Alan, vayámonos. Los monstruos están apunto de llegar ¡

Alan estaba recobrando el equilibrio. La fuerte sacudida les había pillado por sorpresa. Había escuchado algo de monstruos... ¿que querría decir?

-¿Qué dices?

- Los monstruos del sueño. Saldrán del cielo y la tierra. ¡Vienen a por mi!- La última frase la dijo con un pavor impresionante. Cogió la mano del muchacho y intentó arrastrarlo.

-Tranquila, seguro que no pasa nada.

-No lo entiendes, en mi sueño pasaba eso, y siempre se hacen realidad. ¡Mira!- Amanda señaló un punto a lo lejos en el cielo. Luego dibujando una linea recta indicó el punto paralelo en el suelo.

En ambos puntos empezaron a dibujarse unos agujeros, como si lo que hubiese habido antes no existiese.

-¡Que...!- Alan miró los agujeros y luego a Amanda.- ¿Qué de ahí van a salir los monstruos?- Miró el cuerpo sin vida del hombre lagarto.

Amanda asintió con la cabeza y volvió a coger la mano de Alan y lo arrastró. Los chicos corrieron intentando huir del peligro que se les venía encima, pero la llanura del viento era demasiado vasta como para poder llegar al fin.

-¡Arien!

-¿Qué?

-Arien. ¡Tenemos que impedir que llame al viento¡

-¿Quién es Arien?

-¡No lo se! ¡Pero tenemos que impedir que llame al viento!

Alan frenó en seco su huida y se giró. Aquello le aterrorizó. Tanto en el cielo como en la tierra se habían abierto dos gigantescos agujeros por los que salían ...algo. Por el de la tierra empezaban a aparecer los hombres lagarto como el que había muerto. En cambio en el del cielo, unas criaturas voladoras, amorfas, con partes de diferentes animales de la Tierra, se acercaban velozmente.

-¡Alan, rápido. Nos queda poco tiempo!¡Ahora empezará el viento!¡Hemos de ponernos a salvo!

Alan miró a la niña y su débil expresión había cambiado. En su mirada solo se percibía la supervivencia. Se había vuelto dura. Esa no parecía ser la misma Amanda. Entonces la volvió a ver. Aquella mirada. La mirada del dragón, justo encima de la niña. De la mirada salía un aura negra que la envolvía.

Volvió en sí. Otra visión en el momento más oportuno. El ejercito de criaturas estaba a apenas unos metros de ellos. Los engendros alados avanzaban más rápido que el cuerpo terrestre. El viento soplaba más y más raudo. Muchos de los bichos voladores empezaban a tener dificultades para llegar hacia los muchachos.

-¡Amanda corre!

Alan, como guiado por un impulso, se paró en seco y volvió a taparse la cara con los brazos en cruz. Él sabía que tenía que pasar algo. Estaba segurisimo que había tenído que ver con la muerte del hombre lagarto. Volvió a quitarse los brazos y vio como se alejaban dos haces blanquecinas, que supuestamente habían salido de sus brazos.

Dos de los monstruos alados les habían dado alcance. Uno de ellos se llevó el impacto de los haces de viento de Alan. El segundo esquivando el ataque, se acercó lo suficiente para poder coger a Amanda entre sus garras.

-¡¡¡¡¡¡ALAAAAAANNNNN!!!!!! ¡¡¡¡¡¡SOCORRRRRROOOOOO!!!!!

-¡Mierda!. ¡Amanda....!- El chico preocupado volvió a prepararse para un nuevo ataque. Cruzó sus brazos y cuando se dispuso a abrirlos con todas sus fuerzas, el viento empezó a aumentar considerablemente su fuerza.

Los chillidos de Amanda se veian amortiguados por el siseo de las corrientes del viento. Alan consiguió abrir los brazos, y los haces salieron disparados a dos lugares al azar, que nada tenían que ver con los que había apuntado. Los engendros alados ya no tenían control sobre su itinerario. Los hombres lagarto, a duras penas podían mantenerse en pie. Ambos grupos volvían inmediatamente a los agujeros de los que habían salido. Peñascos eran lentamente arrancados del suelo y lanzados contra los monstruos. Alan intentaba en el suelo no salir volando, pero sus esfuerzos eran en vano.

Fue arrastrado por el viento. Un remolino se lo engulló y lo encerró justo en su ojo. Cada vez podía respirar peor. La sensación de mareo era agobiante. Vomitó un par de veces, y lo ultimo que vio antes de cerrar los ojos fue la figura de Amanda, que arrastrada por los ultimos indicios del viento huracanado y de los monstruos, atravesaba el agujero del cielo.

Se había quedado casi sin aire. Estaba exhausto. Todo había empezado normal. Pero sin motivo aparente, le estaban pasando cosas demasiado increíbles como para que fuesen verdad. Finalmente cayó dentro de sus propios pensamientos.

Tanto el cielo como la tierra se volvieron a estremecer. Los dos agujeros empezaron a cerrarse. Las últimas criaturas rezagadas intentaban llegar al lugar de donde habían salido. Entre rayos y sonidos guturales los huecos se terminaron de cerrar, dejando a más hombres lagarto en tierra que no engendros alados. A lo lejos unas figuras motadas en caballos emprendieron al galope contra los monstruos. Finalmente la paz volvió a la llanura del viento.

Los jinetes llegaron donde estaba el cuerpo exhaustado de Alan. En un momento lo rodearon. El sonido de unos cascos de caballo se acercaban, y a medida que se acercaban, los demás iban abriendo un pasillo. Por el se acercaron tres caballos. Los de los extremos eran dos hombres, mientras que el del medio era una joven doncella cubierta de las más delicadas sedas. Tenía expresión de cansada, e iba apoyada en los hombros de los caballeros. Su caballo era guiado por las manos de los hombres.

Los demás hombres al verla entrar agacharon la mirada en aire solemne.

-Levantadle. Lo llevaremos a Arilan- La chica habló, y tras decir eso se levantó un murmullo entre los demás.

-Pero Mae Arien, sabe que nadie puede entrar en Arilan.

La muchacha miró al caballero que tenía a su derecha.

-Pero Tilión, ¿Cuánto tiempo hace que me conoces? ¿Crees que sería capaz de dejar a alguien abandonado a las puertas de Deveea?

El caballero agachó la mirada. Su compañero sonrió y ordenó a uno de los jinetes que cargase al inconsciente en su montura.

-Volvamos a casa.- Arien miró a lo lejos, hacia la montaña cornuda a la que se dirigía Alan.