Notas: Este es el séptimo capítulo. No se me ocurrió un título que me dejase satisfecho. ¡Acepto sugerencias! (Y les agradecería bastante que opinaran a cerca de cómo creen que deba llamarse este episodio. Dejen REVIEW!).
Capitulo
Séptimo
Sin título.
Por una u otra razón, los intenciones de visitar al pelirrojo fueron desdeñadas durante casi 10 días, de tal manera que terminó la semana anterior sin que Yamato y yo fuésemos a ver los videos, y esta semana estaba también, a su vez, llegando a término.
Era el último viernes de mayo. Iba caminando del colegio a mi casa, pensando en que sólo faltaba un mes más y la evaluación final para que empezaran las vacaciones. Probablemente tendría que presentar varios exámenes de regularización, ¡Qué pereza!; pero ni modo, el haber desatendido tanto las materias tenía que costarme algo, y siempre estuve totalmente consciente de ello.
Esta tarde nada evitaría que fuéramos con Izzy.
–Hola hijo. ¿Qué tal te fue en la escuela? –preguntó mamá.
–Bien.
–En unos minutos estará servida la comida.
–¿Y?, ¿Qué hay de comer? –pregunté secamente.
–Hígado encebollado, arroz con perejil, sopa de verduras, y crepas de canela de postre.
–No pienso comer esas asquerosidades.
–¡Taichi Yagami, no me hables en ese tono! Y no digas tonterías. ¡Vas a comer!
– Ush… –musité, deseando que mi madre simplemente se callara. ¿Por qué no lo hacía? ¿Por qué no simplemente cerraba su gran hocico y ya? Me estaba aturdiendo.
–Y vas a comer de todo, ¿me oyes?; o no sales en toda la tarde.
–Ajá… –al decir esto ya había subido a media escalera; estaba sólo a unos pasos de mi habitación. Y mi madre, desde la planta baja, seguía hablando.
–Pensé que ya no me darías problemas con la comida; ¡ya estás grande, jovencito!, ¿no te has dado cuenta? Deberías aprender a Kari, ella…
Y ya no escuché nada más. Entré a mi cuarto y cerré la puerta con seguro. ¿Qué si no me había dado cuenta? ¡Bah!, que pregunta tan más estúpida; ¿Cómo podría NO darme cuenta de que todas las partes de mi cuerpo habían aumentado de tamaño? ¿Cómo podría ignorar los vellos que empezaban a aparecer por todas partes?
En realidad, durante la pubertad uno debe hacer grandes esfuerzos para tenerle paciencia a sus padres, y más cuando empiezan a hacerte notar continuamente que estás creciendo, y por lo mismo demandan que tu comportamiento sea "maduro" y no sé qué otras idioteces.
Tenía sueño… mucho, mucho sueño. Para ser sincero, no quería ir con el pelirrojo ¿qué me importaban sus videos? Seguramente eran más asquerosos y bizarros que las fotografías que había visto. ¿Era normal que no sintiera interés especial por la pornografía?... pero tenía la tarde libre, ya que los entrenamientos de fútbol no empezarían sino hasta la semana entrante, y no perdería nada con ver esos videos ¿o sí?
Un nock-nock en la puerta me sacó de mis cavilaciones.
–¡Taichi, baja inmediatamente a comer! –era mi madre. Supe que trató de abrir la puerta, por que oí el ruido cuando sujetó la perilla en un intento de darle vuelta –De lo contrario…–continuó en un tono amenazador, pero pausó la frase, para darle más suspenso a la situación.
–Ya sé, ya sé… no salgo en toda la tarde. Ahorita voy –musité dócilmente. No me gustaba para nada la idea de tener que quedarme encerrado todo el día.
Cuando llegué al comedor los platos ya estaban servidos. Al sentarme junto a Kari, quien estaba dormitando recargada sobre la mesa, me di cuenta de que había 4 raciones. Eso significaba que, extrañamente, mi padre nos acompañaría a comer, cosa que ocurría muy esporádicamente.
–Así que se le ocurrió venir a comer hoy a mi papá, ¿eh? –dije con amargura en la voz.
–Sí –contestó mi madre– y deberías sentir gusto de que pueda venir hoy. En cualquier momento llegará.
–¿Tenemos que esperarlo? –bufé con impaciencia.
–¿Cómo se te ocurre preguntar eso? –recriminó mamá.
–Es que debo apresurarme –expliqué– tengo que ir a hacer una tarea, a casa de Koushiro.
–Está bien hijo, pero tú y tus compañeros tienen toda la tarde por delante para hacer esa tarea; vamos a esperar a tu padre para comer y punto; no seas impaciente.
Me tragué la ola de protestas que querían salir disparadas de mi boca. No tenía caso expresar desacuerdo, pues de cualquier forma se haría lo que mamá quisiera.
–Hikari, no te duermas en la mesa –ordenó mi madre.
Mi pequeña hermana alzó la cabeza, se talló los ojos y adquirió una posición correcta.
–¿Por qué no puede dormirse en la mesa? –pregunté.
–Por que no está bien –contestó mi progenitora.
–¿Por qué no habría de estar bien?
–¡Porque la mesa no es un lugar para dormir! –mi madre empezaba a impacientarse, y mientras discutíamos, pasaban los minutos sin que papá apareciera. A nuestra discusión siguió un largo silencio, y el tic-toc del reloj en la pared era como un taladro que me perforaba el cerebro directamente a través de los oídos, encrespándome los nervios.
–Taichi, no entiendo qué te está pasando. Tu comportamiento ha sido sumamente rebelde desde hace algunos meses.
–No es cierto –dije. Estaba jugueteando con la comida, revolviéndola con el tenedor.
–¿Así que ahora resulta que soy una mentirosa?
–No sé.
–¿Qué voy a hacer contigo Tai?
Mi actitud era totalmente antipática; mientras mi madre me hablaba yo seguía revolviendo la comida del plato con el tenedor que sostenía en mi mano derecha, mientras recargaba el mentón sobre la palma izquierda. Nunca jamás se habría podido ver a alguien más hastiado que yo en aquellos momentos.
–¡Baja el codo de la mesa y no estés desordenando y machacando los alimentos!
Estaba harto de sus órdenes estúpidas, de la comida tan mala, de las reglas sin sentido, de tener que esperar a papá. Por otro lado, Kari parecía estar feliz. Había ido a su cuarto a sacar un cuaderno de su mochila; después regresó para ponerse a hacer la tarea mientras seguíamos esperando..
–¡No entiendo por qué tenemos que esperarlo! – grité. Mamá comenzó a hablar, pero no la escuché, y seguí gritando –Nunca viene a comer, y el día que dice que va a hacerlo no lo hace, ¡¿qué derecho tiene de arruinarnos la tarde?! ¡Ha pasado toda una hora! ¡Cuánto lo siento, pero ya me voy!
Me levanté de la silla, y en cuanto volteé con intenciones de irme, vi a mi padre de pie en la entrada del comedor. Mi respiración era agitada, y cuando me sonrió sentí una inmensa culpabilidad. Después de todo él nos mantenía, gracias a él tenía una casa dónde vivir y alimentos todos los días (el hecho de que no me gustaran era otro asunto).
–¿Nos acompañas a comer, hijo? –su voz era grave, pero afable. ¿Por qué había tenido la amabilidad de pedirme que los acompañara a comer, en lugar de ordenármelo…?
–Yo eh…mh… este… la comida está fría –dije, un poco avergonzado.
–No hay problema, puede recalentarse en el microondas, ¿cierto? –mi madre asintió moviendo ligeramente la cabeza, y se llevó los platos. Los demás estuvimos aguardando sin decir una palabra hasta que regresó.
No pude ignorar el hecho de que mi plato, el cual había revuelto y machacado tanto hasta convertir los alimentos en una papilla uniforme y de apariencia asquerosa, había sido llenado con una nueva porción. Me invadieron los remordimientos. Ni siquiera yo sabía qué carajos me estaba pasando.
–Papi –era Kari quien hablaba– qué bueno que viniste temprano hoy. ¡En la escuela me saqué 100 en todas las clases! –y le mostró la boleta de calificaciones.
Y empezaron a hablar, mi padre, mi madre, Kari… se veían alegres, sonrientes, felices… me sentía tan fuera de lugar... y de pronto, inesperadamente, fue ordenado por mis padres que mi hermana se retirara. ¿Cuánto tiempo había pasado?, ni idea. Todos habían terminado de comer, excepto yo, que apenas había ingerido la mitad de lo que me habían servido.
–Acompáñame a la sala mientras tu madre recoge la mesa –sugirió papá.
No había pasado ni un minuto desde que nos sentamos en los sillones cuando vi que mi madre cruzaba el umbral para pasar a sentarse junto a mi padre.
El silencio era tan denso, y la tensión de mis músculos no podía haber sido mayor.
–¿Qué es esto? –me atreví a preguntar.
–Hijo, perdona mi impaciencia de hace rato –se disculpó mi madre– quería decírtelo pero no lo consideré prudente. Tu padre y yo queremos platicar contigo.
–¿Ah sí? Con razón viniste a comer hoy; ya se me hacía raro –dirigí una mirada de reproche a mi padre– ¿Y de qué se supone que quieren hablar? ¿eh?
–Sucede que ya tienes 12 años, caso 13… y…– comenzó mi progenitor.
–No tienes que informarme mi edad, te aseguro que…
–No me interrumpas, por favor.
Hubo un largo silencio. Estaba bastante nervioso y no podía mirarlos directamente a la cara. Trataba de aparentar enfado, aburrimiento, ligereza, qué se yo, cualquier cosa que le restara importancia al asunto.
–Bueno; voy a ser directo. Como te decía, tienes 12 años, estás creciendo, y seguramente has empezado a descubrir muchas cosas que antes no sabías. Estás en la etapa del desarrollo conocida como pubertad y ya es hora…
–¡Vaya! qué novedad –en esos instantes era el ser más sarcástico sobre Odaiba– soy un púber; si no me dices no me entero.
–Y YA ES HORA –enfatizó mi padre, ignorando lo que había dicho– de que hablemos sobre un tema muy delicado, pero que es importante en la vida de todo ser humano…
No lo puedo creer me dije ¡Que situación tan patética!, ¡Mis padres tratando de hablarme de sexo!
–Papá, YA SÉ ¿Ok? –le dije, mirándolo directamente a la cara por primera vez en toda la tarde.
–¿Ya sabes qué?
–Todo lo que vas a decirme. Si estuvieras un poco más enterado, sabrías que en la escuela nos retacan información de esto; de hecho los alumnos del 3er grado en secundaria llevan una materia especial de "orientación", o sea que el próximo año la cursaré –afirmé. Mi voz era pausada; hablaba entre dientes y con la mandíbula apretada.
–¿Te sientes incómodo porque mamá está aquí? –me preguntó.
–Ush… no; no sé; ¡me da igual!
Mi padre le susurró algo a mi madre en el oído y ésta se retiró sigilosamente, después de brindarme una cálida sonrisa. Seguidamente, el hombre se aposentó a mi lado.
¡Dios!, Mi situación no podría ser más desagradable. Seguramente él cree que va a tener una plática de "hombre a hombre" conmigo… ¡¿Por qué tengo que pasar por esto?!
–Bueno, tal vez ahora te sientas más libre. ¿En qué iba? Ah sí… mira hijo, la sexualidad es un asunto que se debe tratar con sumo cuidado, y a esta edad uno se empieza a interesar por las muchachas…
–Papá… ¡Y-A S-É! –grité. Y fue tal el tono y el volumen de mi voz, que aquel hombre que estaba tratando de cumplir con su obligación de padre, entendió por fin que no era algo de lo que en realidad tenía que hablar con su hijo. Al menos no en ese momento.
–Está bien. Te creo. Aunque no estoy muy seguro de qué tan confiable es la fuente de la que recibiste la información…
–Ya te dije, en la escuela; en la clase de biología, para ser más específico.
–Mmh… –aun no estaba totalmente convencido– bueno… como última cosa, respecto a este tema –Ya cállate, imbécil, cállate, ¿no entiendes?…, no podía dejar de repetir frases similares en mi interior, y sin embargo él seguía rebuznando. Parecía estar eligiendo las palabras con sumo cuidado –quiero decirte que… –seguía pensativo– puedes preguntarme cualquier cosa. Lo que sea. Que no te de vergüenza. Cualquier duda que tengas…–me exasperaban sumamente las pausas que hacía– no sé…respecto al sexo…, mh… la masturbación…, tu cuerpo,… las jovencitas…, y mh, eh…l-los me-métodos –empezaba a tartamudear– anticonceptivos… todo eso es importante… ¿de acuerdo? Inclusive de cualquier asunto en general… puedes confiar en mí, ¿está claro hijo?
Su atención y amabilidad, en aquél momento, me daban asco. Ahora entiendo que sólo trataba de ser un buen tutor, pero no me parecía una razón suficientemente buena como para que me hiciera pasar un momento tan engorroso.
–Ajá…
–Bueno –sonrió– eh… –balbuceó– también hay otro asunto –¡¿Y ahora qué?!, me pregunté a mí mismo en silencio, dejando escapar un resoplido– Tu madre… mh… ella dice que últimamente estás actuando de una forma extraña… que te encierras largas en tu cuarto o en el baño cuando estás en casa, cosa que podría entender perfectamente, pues todo el mundo necesita privacidad, pero también dice que no has estado comiendo propiamente, y además llamaron de la escuela para notificarnos que has estado faltando mucho a clases… y bueno, precisamente ayer llegó el reporte de calificaciones del período pasado, ¡y te aparece calificación reprobatoria en la mitad de las materias!. Naturalmente tu madre está muy consternada.
No dije nada, pero empezaba a sentir un nudo que me oprimía la garganta. Sí, era cierto, era un mal hijo ¿pero tenía que estármelo restregando en la cara? No quería llorar. No frente a él.
–Taichi…
–¿Qué? –pregunté con la voz entrecortada. Resollaba fuertemente.
–¿Entiendes por qué se preocupa tu madre?
–Sí –mentí. No tenía una idea completamente clara de qué estaba hablando; no lo había escuchado con atención, y sus palabras resonaban desordenadamente en mis oídos.
–Ella cree que tal vez te hace falta tener más disciplina, y aconsejó que deberíamos permitirte salir menos, que para hacer las tareas en equipo invites a tus compañeros a que vengan para acá en lugar de ir tú a sus casas, etc. pero la verdad considero con no son medidas necesarias, y que ella está exagerando; inclusive pienso que podría ser contraproducente; las personas necesitan libertad. ¿O tú qué crees, hijo?
–No sé.
Hubo un largo silencio.
–Prométeme que compondrás las cosas y no será necesario imponerte algún castigo.
No contesté. Tenía la cabeza agachada. No podía permitir que viera mis ojos brillosos, al borde del llanto.
–¿Tai…?
Silencio… mucho silencio. ¿Qué hacía ahí? ¿Por qué no se largaba y me dejaba solo?
–Está bien –dije en un tono apenas audible.
–¿Qué?
Me aclaré la garganta.
–Di-je que es-tá BI-EN.
–Me da gusto –y al decir esto se levantó, me dio una palmada en la espalda, y se dirigió a su dormitorio. Seguramente informaría a mi madre acerca de nuestra plática.
Unas cuantas lágrimas mudas escurrieron por mis mejillas, pero las enjugué de inmediato y suspiré largamente. Subí las escaleras corriendo, entré a mi habitación, tomé mi mochila y salí de mi casa con premura.
Notas finales: Y bien ¿Qué título debería ponerle a este episodio? (El próximo capítulo no será apto para menores! ^_^ )
