20 La profecía se cumple

Disclaimer: Todo esto pertenece a Tolkien, con excepción de Finw? que es una humilde creación mía.

A/N: He adaptado un poco la historia original de Tolkien. Ya notarán las diferencias. ***

Minas Tirith estaba siendo sitiada en esos momentos. El día anterior recibieron la ayuda del príncipe Imrahil, de Dol Amroth, quien con su ejército había contribuído a hacer retroceder a las huestes de Mordor, pero en el enfrentamiento, Faramir, hijo menor de Denethor, el Senescal de Gondor, había sido herido.

Sin embargo, las tropas de orcos eran numerosas, sumándose a ellas el poder de los Nazgul, que montaban poderosas bestias aladas, por lo que Denethor tuvo que ordenar replegarse a lo que quedaba de su ejército, dispuesto a resistir dentro de los muros de la ciudad.

Así, los sorprendieron las tinieblas, que se extendían desde Mordor, cubriendo todo a su paso y eran aprovechadas por el enemigo para saquear lo que quedaba, y asesinar a los pocos pobladores que no habían encontrado refugio. Los orcos cavaron también trincheras, las cuales llenaban de fuego. Los hombres de Gondor contemplaban impotentes desde los muros, viendo acercarse grandes carretas con máquinas de proyectiles, las cuales colocaban en las trincheras.

Sabían que era cuestión de tiempo, la esperanza de que llegara la ayuda de Rohan empezaba a desvanecerse. Una vez listas las catapultas, comenzaron a arrojar proyectiles dentro de los muros de la ciudad, causando incendios apenas tocaban el suelo, y junto con los proyectiles, caían también las cabezas de los muertos en la batalla. La moral de los hombres de Gondor se quebró con esta última crueldad, refugiándose atemorizados en los edificios, ya que los Nazgul habían empezado a sobrevolar la ciudad.

Pippin se encontraba con el senescal, quien lo había tomado a su servicio por consejo de Gandalf, sin embargo era un sombrío deber, pues Denethor parecía haber perdido la cordura mirando a su hijo Faramir herido. La situación era tan desesperada, que Gandalf había asumido la defensa de la ciudad, devolviendo la esperanza a los hombres que lo veían pasar.

A mitad de la noche, comenzó el ataque, teniendo como blanco principal la puerta de la ciudad. Los tambores retumbaban infundiendo terror en quienes los oían. El enemigo había traído un ariete de enormes proporciones, que llamaban Grond, en memoria del Martillo Infernal de los días antiguos. Con esta nueva arma, avanzaban inconteniblemente hacia la puerta, custodiada ahora por los caballeros de Dol Amroth y por los pocos hombres de Gondor que tenían el valor para estar allí, rodeados de cadáveres.

De pronto, una criatura negra y horripilante apareció sobre las montañas de cadáveres: el señor de los Nazgul, vestido de negro y con una capucha cubriendo su rostro. Blandió la espada amenazándolos, pero ninguno se atrevió a disparar. Esta distracción sirvió para que al fin Grond llegara a la puerta, sacudiéndola hasta sus cimientos con la primera embestida. Luego, el Capitán Negro gritó tres veces, tres veces retumbó el ariete contra la puerta, y al recibir el último golpe, la puerta finalmente se rompió y el Señor de los Nazgul entró a caballo en la ciudad, haciendo huir a todos ante su paso.

Sólo quedó una persona para hacerle frente: Gandalf, montado en Sombragris le ordenó retirarse.

-"No puedes entrar aquí. ¡Vuelve al abismo preparado para ti! ¡Vuelve! ¡Húndete en la nada que te espera, a ti y a tu Amo! ¡Vete!"

El espectro echó hacia atrás la capucha, y todos pudieron ver que portaba una corona real, sostenida en una horrible calvera con algunos mechones de cabello gris. Rió, y su risa sonó como una carcajada infernal. Levantó la espada, pero en ese instante, en algún lugar de la ciudad, cantó un gallo. El canto anunciaba la llegada de la aurora, a pesar del cielo oscuro. Y a lo lejos, se oyó también un nuevo clamor: cuernos de guerra soplados por guerreros decididos. ¡Al fin los Rohirrim habían llegado!

***

Merry había procurado cumplir su promesa de proteger a Legolas lo mejor posible, pero ¿cómo podía un pequeño hobbit proteger a un guerrero élfico? Pues Legolas insistía en no descansar, diciendo que los elfos no lo necesitaban.

Durante las cuatro noches que siguieron a su partida de Edoras, el elfo apenas había comido, alimentándose exclusivamente del lembas que le proporcionaban los arqueros de Lórien. Asimismo, aparentemente no dormía, pues cada vez que Merry despertaba durante la noche, lo veía de pie, mirando al oscuro cielo.

El cansancio empezaba a hacer su efecto en los hombres de Rohan, mas no así en los elfos, quienes podían sostener esa marcha, aún en la oscuridad. Los arqueros eran guiados por Haldir, Rúmil y Legolas, pero Finw? marchaba ahora a la derecha de Haldir, pues el capitán de los arqueros no quería separarse de él.

Se encontraban a menos de un día de cabalgata a Minas Tirith, pero los exploradores que enviaron volvieron diciendo que el camino estaba bloqueado y que orcos patrullaban la zona. A lo lejos retumbaban tambores.

El rey ordenó una reunión para deliberar, llamando a Éomer, Haldir y Legolas, así como a los otros mariscales de La Marca. Se reunieron en una pequeña tienda instalada para el rey, allí, les informó que los tambores que se oían pertenecían a los Hombres Salvajes de los Bosques, indómitos y esquivos, pero que no eran enemigos no de Gondor ni de Rohan. En ese momento, uno de sus jefes era conducido hacia ellos.

El hombre era pequeño, moreno y arrugado, y por toda vestimenta usaba unas hierbas atadas a la cintura. Miró a cada uno de los presentes, deteniéndose un momento en los dos elfos, cuya belleza lo sorprendió. Luego se dirigió al rey, hablando en la Lengua Común, aunque entrecortadamente y con palabras de su propia lengua.

Explicó que ellos no peleaban, pero ofreció su ayuda como espía, puesto que los unía un odio común hacia los orcos. Informó que la Ciudad de Piedra, como ellos llamaban a Gondor, estaba cerrada, con fuego dentro y fuera. También anunció que las fuerzas del enemigo eran mucho más numerosas que los jinetes y que custodiaban el camino, esperándolos. Finalmente, ofreció su ayuda para guiarlos por un sendero conocido sólo por los Hombres Salvajes.

El rey deliberó un momento con los otros, y finalmente decidió aceptar la oferta, habiéndosele pedido únicamente a cambio no perseguir jamás a los Hombres Salvajes y dejarlos vivir en paz en esos bosques, petición que el Rey aceptó gustoso. El viejo jefe, llamado Ghánburi Ghan, pidió guiar al rey y éste ordenó partir inmediatamente, estimándose siete horas para llegar a Minas Tirith.

Lenta y penosa fue la marcha por ese sendero olvidado, en el que fueron guiados por varios Hombres Salvajes. Los elfos cerraban la marcha, portando yelmos de guerra. Legolas y Haldir también los usaban esta vez, a pedido de Finw?, quien no deseaba que nada malo le ocurriese a su amado capitán.

Se encontraban próximos a Gondor, cuando los Hombres Salvajes que vigilaban los caminos llegaron con la noticia de finalmente los muros habían sido derribados y que los orcos se habían concentrado en esa zona, esperando saquear la ciudad.

Esta noticia fue tomada con tranquilidad por Théoden, que se alegró de que los orcos estuvieran distraídos, pues eso les daría oportunidad para atacalos. Entonces se despidió de GhánburiGhan y ordenó la marcha a caballo.

Antes de irse el viejo jefe pareció olfatear el aire y dijo enigmáticamente - "El viento cambia, trae brisa marina. La mañana traerá novedades".

Era ya de noche, aunque en esa oscuridad permanente no se podía distinguir el día de la noche. Los jinetes avanzaban ya sin guías, pues el camino era visible. Se acercaban cada vez más a los campos del Pelennor, donde se realizaría el ataque.

Haldir cabalgaba junto a Finw?, pensativo. El joven elfo no temblaba ante la batalla, y ya lo había visto combatir con esa determinación de quien no teme a la muerte.

- "Mi pequeño elfo, nos acercamos a la batalla final. Debes prometerme algo", dijo Haldir.

- "Lo que sea, amado mío", respondió Finw? con una sonrisa.

- "No harás maniobras temerarias, ni sacrificios innecesarios. Te quiero con vida", continuó Haldir con seriedad.

Finw? lo miró a los ojos - "Combatiré junto a ti, no nos separaremos. Pero si algo te sucede, no deseo vivir"

- "Eso no pasará"

En ese momento, las compañías de jinetes se habían detenido, y Théoden hablaba, arengando a los jinetes. La hora había llegado.

Haldir entonces ordenó un alto y dando la vuelta al caballo, habló a los arqueros.

- "Arqueros de Lórien, la hora ha llegado! Nos encontramos lejos de nuestro Bosque Dorado y nos dirigimos en esta oscuridad a una ciudad llena de fuego y desolación, con el enemigo por delante. Combatiremos con los humanos, honrando las alianzas de antaño, según el deseo de la Dama Galadriel, contra el enemigo común. Hagamos pues, honor a nuestra promesa!"

Los arqueros golpearon las espadas contra los escudos, saludando las palabras de su líder. A continuación, distribuyeron los grupos que atacarían. El primero de ellos iría con Théoden, Éomer y otros jinetes, abriendo la ofensiva. En él estaban también Haldir, Legolas y Finw?. Merry iba a duras penas sosteniéndose en el caballo de Legolas, tratando de desenvainar la espada y de no ser un estorbo para el elfo.

El primer grupo partió, llegando pronto al sitio donde antes se alzaban las murallas. Los pocos orcos que allí se encontraban fueron rápidamente abatidos por certeras flechas élficas. Continuaron avanzando sobre los campos de Gondor, sin ser sorprendidos, pues las bestias se encontraban dedicadas a la destrucción de la ciudad, sin siquiera pensar que alguien podría haberse acercado, con las fronteras vigiladas.

La ciudad estaba cerca, y por fin sintieron el cambio de brisa que había mencionado Ghán. - "Siento algo en el aire, se acercan vientos nuevos. Un viento de mar, que disipa las tinieblas", dijo Legolas. En efecto, en ese momento, el cielo se aclaró infundiéndoles nuevos ánimos.

Théoden se irguió en el caballo, y con voz clara gritó blandiendo la espada - "¡Galopad ahora! ¡A Gondor!". Los cuernos empezaron a sonar, y Crinblanca se lanzó hacia delante.

Todos, jinetes y elfos fueron poseídos de ese ardor, y cabalgaron cantando una canción de guerra, matando enemigos en el camino, llegando así a la ciudad.

Al disiparse las tinieblas, el Capitán Negro se sintió momentáneamente desconcertado, pues no había previsto que la suerte le fuera adversa. Sin embargo, el siniestro Señor de los Nazgul aún tenía muchos recursos. Se alejó de la puerta derribada y desapareció.

Theóden había llegado a la puerta, con su ejército, haciendo huir a los orcos en dirección al río. Pero los enemigos que custodiaban la puerta eran numerosos y los ejércitos de orcos del otro lado, aún estaban intactos. Legolas seguía de cerca al rey, abatiendo orcos con sus flechas y espada, y llevando a Merry, quien a duras penas se agarraba del manto del elfo para mantener el equilibrio.

El Capitán Negro apareció entonces, desplegando un estandarte - una serpiente negra sobre un fondo escarlata - y se precipitó sobre los defensores. Théoden le hizo frente, así como su ejército, abriendo grandes brechas entre las filas de los enemigos. El rey en persona arremetió contra el Capitán Negro, derribando el estandarte y haciendo huir así a la caballería del enemigo.

De pronto, volvieron las tinieblas, aterrorizando a los caballos que arrojaron a los jinetes de sus sillas. Incluso Crinblanca arrojó a Théoden, quien se puso inmediatamente de pie, animando a sus jinetes a continuar, cuando un dardo negro atravesó a su caballo, que se desplomó sobre él, causándole la muerte.

Una sombra descendió velozmente del cielo. Era la bestia alada de los Nazgul, mucho más grande que cualquier ave conocida, pero totalmente desprovista de plumas. Sus alas estaban hechas de membranas y despedían un espantoso olor. Sobre ella montaba el Señor de los Nazgul, envuelto en su manto negro. Había llamado a su corcel alado apenas fue embestido por Théoden, y ahora volvía, aterrorizando a los hombres de Rohan.

Legolas había sido arrojado también al suelo, pero logró levantarse y susurrando palabras en élfico al oído de Arod, lo calmó lo suficiente como para que se mantuviera cerca de él. En ese momento, la horrible bestia alada se había posado sobre Crinblanca, comenzado a devorarlo. Este espectáculo fue demasiado para el elfo, quien resueltamente, tomó su arco y flechas y aún con el yelmo puesto, disparó sobre la criatura, que lanzó un espantoso alarido, desplomándose muerta.

Merry estaba aterrorizado, de pie junto a Arod observaba todo impotente. El jinete negro emergió de la carroña, mirando al valiente guerrero.

- "¡Osaste interponerte entre el Nazgul y su presa! Pero no es tu vida lo que perderás, pues no te mataré. Te llevaré lejos, más allá de las tinieblas, donde horribles criaturas te devorarán la carne y te desnudarán la mente, bajo la mirada del Ojo sin Párpado"

- "Puedes hacer lo que quieras; mas yo lo impediré si está en mis manos", respondió el elfo desafiante.

- "¡Impedírmelo! ¿A mí? Estás loco. ¡Ningún hombre viviente puede impedirme nada!"

- "¡No soy un hombre! ¡Soy un elfo! Y nadie puede dañar a quien ha perdido toda esperanza ¡Vete de aquí! Porque espectro o no, te atravesaré con mi espada y lucharé contigo mientras me quede vida!", gritó Legolas, quitándose el yelmo. Los dorados cabellos cayeron sobre sus hombros. Sus ojos azules tenían una mirada resuelta y desesperada, y dos lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Alzó la espada y esperó sin vacilar el ataque del enemigo con el escudo delante.

El espectro quedó desconcertado por unos momentos, los que fueron aprovechados por Merry para deslizarse tras él. El hobbit sintió encenderse el coraje de los de su raza, no podía dejar a Legolas morir así, sin prestarle su ayuda.

El jinete de pronto arremetió contra el hermoso elfo, descargando su maza al tiempo que lanzaba un grito de espantoso odio. El escudo de Legolas se quebró y el elfo cayó de rodillas, con el brazo roto. El jinete volvió a abalanzarse con la maza, pero de pronto lanzó un alarido de dolor y cayó de bruces. El pequeño hobbit lo había herido, clavando su pequeña espada en el tendón.

- "¡Legolas! ¡Legolas!", gritó Merry

El elfo se logró poner de pie, tomó la espada y tambaleante la hundió en la cadavérica garganta de su enemigo. - "¡Por Aragorn¡", exclamó.

La espada voló por los aires hecha añicos, la corona del espectro rodó lejos y el elfo cayó sobre el enemigo derribado. Su último pensamiento consciente fue para quien lo había abandonado.

Un terrible grito se elevó por los aires, estremeciendo a todos, y luego se convirtió en un lamento, para finalmente ser engullida por el viento. Del espectro sólo quedaba el manto vacío.

Merry, de pie entre los caídos, observaba la escena, con los ojos nublados por las lágimas. Miró el rostro muerto del noble Théoden, aún bajo Crinblanca. Luego, miró a Legolas. La rubia cabeza del elfo resaltaba en la negrura del manto siniestro sobre el cual yacía inmóvil.

En ese instante, resonaron nuevamente los cuernos y las trompetas, pues la batalla comenzaba nuevamente. Las huestes del enemigo habían sido reforzadas y avanzaban hacia ellos, pero a su vez, en el norte, apareció Éomer con los Rohirrim y los elfos, y desde la ciudad, los hombres de Dol Amroth.

Éomer se acercó al galope, seguido por Haldir y algunos sobrevivientes de la escolta del rey. Miraron con asombro el cadáver de la bestia alada, y los caballos se negaban a acercarse. Éomer y Haldir se apearon, llegando junto al cadáver del rey y se quedaron en silencio por unos momentos. Entonces Éomer tomó el estandarte del rey diciendo, a la vez que lloraba

- "¡No derraméis excesivas lágrimas! Noble fue en vida el caído y tuvo una muerte digna. Cuando el túmulo se levante, llorarán las mujeres. ¡Ahora la guerra nos reclama!"

Luego ordenó que los caballeros de la escolta monten guardia junt a él y retiren el cuerpo con los debidos honores, junto con los caballeros que yacían junto a él.

Haldir había visto a Legolas y corrió a su lado. Acarició su rostro inmóvil y cerró sus ojos. Las lágrimas corrían por sus mejlllas mientras se inclinaba a depositar un beso en los rubios cabellos de su amigo. Había muerto como un digno príncipe y guerrero, pero eso no hacía menos dolorosa su partida. Poseído por una furia ciega, se lanzó junto con Éomer a la ofensiva final, pasando al galope junto al rey y al elfo caídos, y se dirigieron rumbo al sur.

Merry seguía allí, sin moverse, aunque nadie parecía notar su presencia. Se enjuagó las lágrimas. Varios hombres levantaron al rey en unas improvisadas angarillas, mientras otros recogieron el cuerpo del elfo, sorprendiéndose de lo ligero que era. El hobbit caminó tras el cortejo y se dirigieron a la ciudad.

TBC