Pasa, Alicia

Capítulo 3: ¡Yo no sé nada!

Y, claro, con mi suerte, ¡¿cómo me iba a librar de él en toda la velada?!

Llega con Oliver y, por el silencio que guardan los dos mientras se acercan a la mesa, me doy perfecta cuenta de que venían hablando de mí. No quiero ni imaginar lo que puede haber salido de la boca de George en los pocos minutos que han pasado a solas y sólo me consuela el que nuestro capitán lo conozca lo suficientemente bien como para entender que, diga lo que diga, sólo puede ser mentira. Una enorme sarta de mentiras, para más INRI.

Oliver se sienta en un extremo de la mesa, su sitio acostumbrado, y me saluda tímidamente con un movimiento de cejas. Sonrío cortésmente pero, por extraño que pueda parecer, ni para Oliver tengo la cabeza. En mi mente, entre ideas asesinas, sólo hay George y le presto toda mi atención mientras se acerca a mi sitio. Todo lo de mi alrededor está vacío y no hace falta mucha experiencia, aunque yo la tenga, para ver que se sentará justo a mi lado, me pasará el brazo por la cintura, donde dará un buen apretujón, porque encima es un aprovechado, y luego seguirá picándome, actuando como si nada.

Y, como si me hubiera leído el pensamiento, su mano aparece en mis costillas, donde me pellizca con picardía antes de dejarse caer en la silla que siempre ocupa Angelina.

- Sí, sí – suspira, como si tuviéramos una conversación a medias – son tus pechos, chica, lo siento.

Alzo las cejas y me fuerzo a una rabia fría.

- Oh, vaya – me lamento, con una mueca. – Demasiado pequeños, ¿verdad?

- Un poco – coincide él. – Supongo que te irán creciendo con los años.

- Al revés que tu cerebro – apunto, a media voz, pero con mi sonrisa más refinada.

- Pero justo igual que otra parte de mi cuerpo.

- Con lo cual admites que estás a medio desarrollar – aprovecho para anotar. - ¿Puedo hacerlo público? Hay gente a quien le interesará reírse de ti y de tu cosita pequeñita.

- Claro – me asegura, con un gesto dadivoso – y yo haré público lo de tu macarra.

- Que quisieras tú – interrumpo – ser la mitad de buena persona que él.

- Oh – se queja – ¡yo no soy un buen ejemplo! Pero compáralo con mi hermanito y verás.

Dudo un instante.

- ¿Con cuál de ellos? Todos te superan, incluso Fred, y mira que parte con un material genético defectuoso. ¿A cuál te refieres?

- Me refería a Percy, de hecho: el típico chico ideal, perfecto en todo y hasta con una novia digna de él. Pero, bueno, supongo que, según tú, hasta Ron es una alternativa mejor a mí.

Alzo las cejas ofendida.

- ¿Ron? ¡¡Claro que es mejor que tú!! ¿Acaso lo dudas?

Él se limita a encogerse de hombros.

- Saldrías con un renacuajo antes que conmigo – observa, y yo asiento rotundamente, completamente de acuerdo.

- Saldría con tu padre antes que contigo – corrijo – y mira que conozco los prontos de tu madre.

- Y, de todos esos, tenías que escoger un macarra.

- ¿Te gusta la palabra? ¿Es que la acabas de aprender, o qué? Porque, sinceramente, no creo que sepas lo que quiere decir.

- Diría adicto al Quidditch, que lo define mejor – me pica, a media voz – pero, querida, sería demasiado evidente hasta para él.

- Gracias – ironizo – por tu consideración.

- Ya me lo agradecerás esta noche – me replica, con una mueca maliciosa – cuando estemos a solas.

Río de él y de sus patéticas pretensiones.

- Uy – exclamo - ¿me vas a enseñar tu cosita?

- Podría hacerlo – responde, haciéndose el interesante.

- Igual me la quedaría – le amenazo, con una sonrisa dulce en los labios. – A veces me entra – amago un mordisco al aire – hambre.

- Qué miedo – canta él, nada preocupado. – En el fondo, te lo pasas mejor conmigo que con él, ¿a qué sí?

- En el fondo – respondo yo, aparentando no haber oído su ridícula suposición – tienes que amargarle la vida a alguien para ser feliz, ¿verdad?

- Supongo que soy despreciable – se burla.

- Supones – me apresuro a intervenir – más que bien. Pero, claro, sólo es la opinión de alguien con pechos pequeños.

- Y sin criterio – añade él.

- ¿Mis pechos tenían que venir con criterio de fábrica? – le pregunto, fingiendo estupor y mirándome alternativamente una teta y la otra. - ¡Hasta eso tengo mal!

George pone los ojos en blanco y se cuadra respecto a la mesa. Por fin, me suelta la cintura

- Tonta – dice, a media voz. – Ponte como quieras, pero enamorarte de Wood es de lo más ridículo.

Me encojo de hombros y me siento bien, también.

- No esperaba que lo entendieras – le aseguro. – Por algo no te lo había dicho.

- Porque temías que perdiera esperanzas en ti y perdieras así la posibilidad de sexo apasionado conmigo.

- Contigo – corrijo – y tu cosita.

- Si tuviera la más mínima duda sobre mi hombría y todas esas chorradas muggles – me explica – tus continuas alusiones al tamaño de algo que no has visto me harían defender mi honra. Como no tengo ningún complejo, Cilita querida, ¡tengo que entender que te mueres de ganas de compartir lecho conmigo!

Suspiro, hastiada.

- Oh, sí, George. Eres lo que yo consideraría el hombre ideal. Alguien a quien confiar tu vida. Alguien que nunca te defraudaría.

- Bueno – concede, declinando el derecho a defenderse de mis muy realistas acusaciones – mejor que confíes en alguien que sólo te defraudará en cuanto el Quidditch entre por medio. ¡Por favor, Lilee-Cilee, si no sabéis mantener una conversación si no va de tácticas de entrenamiento!

Enrojezco de rabia.

- ¡Y tú – le acuso – no sabes decir ni una frase sin ofender a alguien!

- ¡Y tanto que sí! – se defiende airadamente. – Mira: Alicia, querida, preciosa, oh la más dulce flor del jardín, tienes un gracioso y elegante granito en la nariz. O – me interrumpe, cogiendo la punta de su capa y apartando una mano mía que, inconscientemente, que ya iba hacia mi nariz, para limpiármela él pomposamente – ¡no es un granito!

Y, como si no me hubiera humillado lo suficiente, se mira una imaginaria mancha en su capa con cara de interés.

- Idiota – gruño, grave y hostil.

- Cuídate, ¿eh? – sigue él, tan pancho. – Si todos son como éste, no quiero imaginar cómo debes de ser resfriada.

- ¿Lo ves? – le reprocho. – Eres incapaz de no ofender. ¡Sencillamente, no sabes!

- ¡Intentaba ayudar! – se queja, sonando hasta ofendido. - ¿Qué prefieres, que todo el colegio te vea con un moquito en tu diminuta nariz? ¡Sólo intentaba ayudar!

Sacudo la cabeza y me giro hacia un lado, dándole la espalda. Es un idiota. Es un idiota. Me pone de tan mal humor que otra vez me han venido ganas de llorar. Hablar con él es como chocar una y otra vez contra una pared que sabes que no se moverá pero que sigue viniendo a ti por mucho que intentas alejarte. Tantas vueltas al mismo tema y tan poco razonamiento por su parte me frustra poco a poco, hasta que llega un momento, como ahora, que ya no puedo más. ¿Pero se da cuenta, él? No, para nada. Él nunca se da cuenta de nada. En lugar de comprenderme, pedirme algún tipo de disculpas e intentar que todo sea más fácil entre nosotros, tolerando mis opiniones y callándose las suyas cuando insiste en ellas por décima vez, no se le ocurre nada más que volverme a abrazar y apoyar la barbilla en mi hombro. Sin contemplaciones, bajo bruscamente el brazo, haciendo que su cabezota pierda el apoyo y caiga, mientras rezo porque se muerda la lengua.

- Qué mala eres – se queja, en un murmullo. – ¡Intentaba animarte!

- ¿Quieres animarme? – aprovecho, girando la cara para mirarle un instante. - ¿De verdad?

Duda, se encoge de hombros y vuelve a la carga, abrazándome con los dos brazos, ahora.

- Me vas a echar – predice, nada incorrectamente. - ¿A que sí?

- ¿A que eres una pesadilla? – respondo, retóricamente, mientras me aparto de un estirón.

- No sabes aguantar una broma – protesta.

- Leer mi diario no es lo que yo considero una broma de buen gusto – me quejo yo como réplica.

- ¡Ay, Lizzie! Me lo vas a estar reprochando toda tu santa vida, ¡¿o qué?!

- No – le tranquilizo – sólo los pocos años que nos quedan por pasar en el mismo colegio. Luego pienso olvidarte así – y chasqueo los dedos para dar más expresividad a la celeridad que tengo en mente.

- Por mí no te cortes – me dice, con toda tranquilidad. – Si quieres, puedes empezar a olvidarme ahora mismo.

- ¡¡Pero si no me dejas!! – me quejo, subiendo la voz. - ¡No me dejas ni a sol ni a sombra!

- ¡No lo quieres entender! Yo. Intento. ¡Ayudar!

- Y tú tampoco lo quieres entender – respondo, enfadada. - ¡No veo qué ayuda puedo necesitar!

- ¡Toda! Tú te crees que será perfecto, ¡pero no lo será! ¿Qué pasará si llegas a salir con él, eh? ¿Lo has pensado? ¡No tiene tiempo y no es precisamente romántico!

- ¡No lo conoces! – salto. - ¡Nunca has visto cómo es cuando está con una chica!

- ¡Pero no lo necesito! Le conozco lo suficiente como para ver cómo será y no te conviene. ¡Estás ofuscada! Puede tener un culo precioso, ¡pero no es tu tipo!

- ¡Tampoco me conoces a mí! ¿Qué pasa, tienen que ser rubitos y con ojos azules para que sean 'mi tipo'?

George hace una pausa e inspira, tomando fuerzas.

- Sólo querría que te fijaras en alguien que te quiera, Lizzie – dice, por fin, flojito y con expresión arrepentida. – Wood es mono, pero no creo que te diera toda la importancia que mereces. En ese sentido es mejor Percy. ¿Me entiendes? En ese sentido Wood no te merece.

Sacudo la cabeza.

- Déjame en paz – le pido, intentando mantener el tono calmado. – Puedes creerte con derecho a juzgarlo todo pero, digas lo que digas, no tienes ni idea de cómo es él. Y, en todo caso, ni me importa tu opinión ni me puede servir de nada. Si me tengo que estrellar – acabo, entrecerrando los ojos – déjame hacerlo sola, porque no puedo aprender de otra manera.

Y, por segunda vez en menos de media hora, me levanto, dispuesta a huir de la pesadilla en que se ha convertido el pelirrojo. Justo cuando me aparto de la mesa George me coge de la manga y me estira hacia él.

- No quiero que te estrelles – murmura, con la mirada fija en mis ojos. – Alicia, ese tío no merece la pena. Si sales con él, ¿qué vas a hacer el año que viene, cuando ya no esté? ¿Qué vas a hacer el año siguiente? Y, aun suponiendo que siguierais juntos para cuando salgamos de aquí, él estará en un equipo profesional. ¿Qué harás, hacerte parte de su club de fans? ¿¿Seguirlo partido tras partido?? Liz, Lizzie, ¡se va! Se larga, ¡¿lo entiendes?! ¡¡No quiero verte como alma en pena el año que viene porque él ya no está aquí!!

Con un tirón del brazo me deshago de su gancho.

- Déjame en paz – le repito, en poco más que un susurro.

Pero, mientras me doy la vuelta y salgo sin cenar del comedor, noto que las ganas de llorar son mucho más intensas que antes. Y ahora, encima, no son sólo por la frustración que despierta con cada pelea: el muy idiota ha conseguido que me crea esas últimas palabras y cruzo el comedor con el corazón en un puño. ¿Qué espero de Oliver, en realidad? ¿Quiero salir con él, estar juntos, dejarlo sólo en amistad, qué? Oliver es mono y con él me siento en la gloria. Si tuviera oportunidad, creo que podría ser feliz con él, y me esforzaría mucho en hacerlo feliz también. Pero, ¿y si tiene razón George? ¿Y si el Quidditch sería más importante que yo, y si fuera una experiencia horrible, y si no dejara de frustrarme día tras día? ¿Y si me marcara de por vida y perdiera toda esperanza en el amor?

Voy tan cegada por mis preocupaciones que ni siquiera veo a los chicos entrar en el comedor hasta que no los tengo encima, y choco frontalmente contra Fred, cayendo al suelo. Él me saluda y me ayuda a levantarme y oigo que me pregunta si estoy bien y que adónde voy, pero no le presto más atención y, con los ojos llenos de lágrimas, les doy rápidamente la espalda a los cuatro para correr hasta la primera salida al exterior que encuentre.

¿Tiene razón ese estúpido engreído? ¿Será un fiasco total con Oliver? ¿No es el tipo de chico que me pega? ¡¿Puedo juzgar nada antes de intentarlo?! No probar algo por miedo a que salga mal no es sólo cobarde sino además estúpido. ¿Dónde iría el mundo, así? Pero, a la vez, mi instinto de autoprotección me pide que vaya con cuidado, que no me arriesgue, que intente ir a lo seguro. ¿Quiero a Oliver lo suficiente como para correr el riesgo de hacerme daño? ¿Debería de prestar atención a George, o es tan cascarrabias como parece, y solamente eso?

Y, como George tan amablemente se ha encargado de recordarme, ¡¿qué será de mí el año que viene?! ¿Y el otro? ¿Y el otro?

¡Oliver se va! ¡Desaparece! ¿Qué relación tendremos, después? ¿Qué sentido tiene, para nada, empezar una relación que, como mucho, durará dos meses antes de que él se largue y me olvide en medio de una vida de lujo y aventuras como portero de un equipo de verdad?

Llena de dudas, me siento en uno de los pocos bancos del jardín que no está cubierto de nieve, estiro mi capa alrededor de mi cintura, protegiéndome más del frío, y me acurruco para intentar encontrarle algún sentido a lo que dice George. ¿Tengo que hacerle caso? Ni siquiera le he pedido aún su opinión y, si no fuera por lo indiscreto e inoportuno que es y por lo poco que le importó cómo me sentaría a mí que fisgoneara en mis cosas privadas, ahora ni siquiera sabría que me gusta Oliver. Tuvo que leerlo para saberlo, y lo hizo sin permiso. No estaba autorizado ni a enterarse ni a juzgarlo. Si fuera por mí, él no se enteraría jamás.

Pero, la verdad, ¿hace eso su opinión despreciable?

Él ha cometido faltas lo bastante graves como para que no vuelva a confiarle nada, de acuerdo, y, aunque no las olvide y mucho menos las perdone, dadas las nulas muestras de arrepentimiento y contrición de que hace gala, he de saber separar lo mal que me cae de lo que puede haber de cierto en sus consejos. Así, aunque su opinión realmente no me interese, por lo poco que me importa él en sí, ya que me la da y que tiene razón en algunas cosas, como por ejemplo lo de que Oliver se va, ¿debería escuchar todo lo que dice y juzgar después? ¿O, como hasta ahora, negarme a escucharle y presuponer que sólo lo dice para picarme?

¿Es posible que George intente ayudarme de verdad? ¡Sería la primera vez en su vida! Él siempre bromea, engaña, hace rabiar, incordia y, si le sobra tiempo y ve que tú eres un Slytherin, te deja en ridículo. ¿Se puede haber vuelto ahora un buen samaritano que intenta evitar que una amiga se estrelle? ¿Lo puedo estar juzgando tan mal?

Pero no, me digo, no puede ser. No puedo creer que piense realmente que Oliver no merece la pena como chico, con lo amigos que los gemelos son del capitán. ¿Quizás sabe que Oliver no me ve de esa manera, e intenta convencerme de que lo deje estar antes de que necesite enterarme de que a Oliver le gusta otra? Es una posibilidad, aunque remota, pero no creo que George fuera tan complicado. ¿Por qué hacerme enfadar tanto, hasta los extremos de empezar a no soportar más de cinco minutos en la misma habitación que él, cuando podría acercarse afectuosamente a mí y decírmelo con tacto y luego animarme para que no me lo tomara tan mal? Además, no sé, puede ser el chico que más me ha gustado hasta ahora, pero no es como si estuviera enamoradísima de él: si me lo dijera, simplemente, tampoco me lo tomaría tan mal. Y, si ha leído mi diario, sabrá que lo entenderé y que no me importará tanto. No tiene sentido. De todas las maneras posibles de actuar, si estamos en el caso en que Oliver va detrás de alguna otra, la de picarme continuamente es la más estúpida que se me ocurre, y con diferencia.

Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me hace rabiar tanto? ¿Por qué no deja de ponerme motes cada vez más ñoños y me habla como a una persona normal? ¡¿Por qué es tan idiota?!

Suspiro pesadamente. Son preguntas retóricas, en el fondo: no me trata muy diferente a lo que trata a todo el mundo. Es George y, tan sólo por serlo, tiene que hacer un espectáculo cómico constante de su vida. Tiene que mortificar a los demás, tiene que hacer siempre la suya y, si él piensa que Oliver es lo peor que me podría procurar, tiene que soltarlo a los cuatro vientos, sin importar cómo me pueda doler que lo haga o cómo me pueda sentir yo al escuchar sus razones. Él tiene que hacerlo, o no sería George Weasley.

Pero, a la vez, tiene parte de razón. Me hierven los ojos cuando escondo la cara en mis brazos. Nada de esto tiene sentido. ¡¿Yo con Oliver?! Oh, vamos. ¡Las posibilidades son remotas! Soy tan pequeña, tan ajena a su vida, tan insignificante...

Lo que me hace pensar, con una mueca, en los comentarios sobre mis pechos. Soy bastante poca cosa en general y, bueno, la verdad es que mi delantera no es como para tirar cohetes. Tengo un pecho mediano, ni mucho ni poco, y nunca he tenido complejos al respecto, pero las palabras de George hacen que dude hasta de eso. ¿Tan poco deseable soy? No es que el pecho lo sea todo pero, bueno, sólo hace un par de años que se me notan y, la verdad, creía que no estaban tan mal. Que los chicos me podían encontrar mona.

Soy patética.

¿Y qué, si tengo las tetas pequeñas? ¡Sólo a un estúpido como a George se le ocurriría basar toda una vida de pareja en el tamaño del sujetador! Tengo muchas cosas que ofrecer a quien me quiera y si una buena delantera no es una de ellas ¡me da exactamente igual! Soy como soy y por Merlín que podría hacer feliz a Oliver, si él quisiera.

Y él a mí. Estoy segura. Parece que sólo le interesa el Quidditch, pero yo sé que no es así. Lo que pasa es que sólo tenemos en común eso, aparte del colegio y, más tarde o más temprano, acabamos sacando el tema. Tema que, por cierto, yo no encuentro nada vacío o banal: él vive el Quidditch como ningún otro. Sería superficial si habláramos de los equipos que seguimos, de como van en la liga, y esas cosas. Una conversación típica entre chicos, por cierto. Imagino a George, con su inconfundible jersey azul, hecho por su madre el invierno pasado, chocándola con alguien, Fred, Lee, Ron, Harry, Diggory, quien él quiera, da igual, con una estúpida cara de seguro de sí mismo y comentando la última derrota de los Cannons. Suspiro pesadamente. 'Eh', me mofo en silencio, imitando mentalmente su voz, exageradamente ronca, '¿viste que metieron un gol? Já, já, ¡cómo mola!'

Argh. Argh. Tuerzo la boca y escondo más la cara en mis brazos. Oliver no es frívolo cuando habla de Quidditch: a él de verdad le importa nuestro equipo, disfruta entrenando y se preocupa porque el trabajo de todos se combine lo mejor posible. Tiene verdaderas dotes de líder y, encima, es un portero genial. Es de lo mejor que puedes ver sobre una escoba, y sus paradas, aparte de ser precisas, tienen una fluidez casi artística.

¿Y qué hace George, en cambio? Perder el tiempo con bromitas, importándole más bien poco el equipo fuera de los entrenamientos o de los partidos y, en todo caso, cuando le da por preocuparse por el Quidditch ¡la da golpes a una pelota con un bate de madera! Puede hacerlo genial, eso no se lo negaré, y puede que se complemente con su hermano que da gusto de verlos pero, en el fondo, no deja de ser una posición brutota en la que se reciben más golpes de los que el pobre cascarón que tiene por cabeza debería de soportar.

Aunque tampoco es que los compare. George es George, y Oliver, Oliver. Si el pelirrojo no fuera tan desagradable, no estaría mal como amigo pero, estando como están las cosas, como que lo aprecio poco. Y Oliver es una monada en todo, es guapo y simpático y hace que el pecho se me llene de una sensación deliciosa cada vez que me sonríe. Merece la pena, claro que sí. Es un buen chico que no haría daño a nadie jamás y, si le importa tanto el Quidditch, es algo que podríamos compartir, más que distanciarnos. Y estoy segura de que, si se comprometiera con una chica, podría ser de lo más romántico. Y sacar tiempo. Si algo te importa, se consigue tiempo de donde sea.

Lo que sí es innegable es que se va. El año que viene, ¡puf, desaparecido! Si tiene suerte, como todos damos por sentado, conociendo sus habilidades, lo ficharán en alguno de los equipos que ya han pedido venir a verlo jugar. Y entonces él será un chico famoso y de éxito, mientras que yo seguiré siendo una mera estudiante de Hogwarts a la que no se le da mal recibir y lanzar pelotas montada en un escoba pero que, por mucho que se empeñe, jamás destacará como para ser jugadora en ningún equipo profesional. Entonces, si llegáramos a salir juntos, ¿cómo acabaríamos?

La verdad, lo veo muy remoto. ¿Yo, con Oliver? No creo que tengo muchas posibilidades o, en todo caso, lo considero demasiado improbable como para tomármelo como algo puramente platónico. Que no es que no me gustaría estar con él, pero... no será. No puede ser, ¿cómo me va a querer él? No es sólo que tenga pocas tetas, gracias, George, por una nueva razón para la inseguridad. Es que soy Alicia. Sólo Alicia. ¿Él, no ser digno de mí? ¿O justo al revés?

¡Por favor si tiene media escuela suspirando por él! Y él nunca da ninguna muestra de preferencias por una o por otra, con lo que todas seguimos suspirando por él durante meses, sin ninguna decepción del tipo '¡oh, le gusta tal!', y un rosario de lamentos envidiosos.

No tengo ninguna posibilidad, diga lo que diga George de que es justo al contrario. Me siento como si el mundo fuera chiquitín y despreciable, sin ganas para nada. No tenía esperanzas, para comenzar, pero es que, si lo piensas, aún tiene menos sentido.

Una lágrima baja por mi mejilla, dejando un rastro de cosquillas tras de sí. Cambio de posición y me froto el camino húmedo que ha dejado con una mano helada. Inspiro entrecortadamente y apoyo la barbilla en mi brazo, con la vista perdida en la nieve a mis pies.

De la nada, una capa cálida aparece sobre mis hombros.

- Te vas a resfriar – murmura una voz afectuosa a mi espalda. – Vente adentro, anda.

Me giro un instante, después de volver a secarme las mejillas, por las que siguen cayendo lágrimas, y saludo con una sonrisa a la mancha pelirroja que ha acudido a mi lado. Él me devuelve la sonrisa con un deje triste y a la vez atento.

- ¿Ya habéis cenado?

Asiente y se acerca remolonamente a mí.

- Te hemos guardado tu cena – me explica. – Angelina te la subirá a la torre.

- Gracias – le respondo, y me vuelvo a girar hacia adelante.

Oigo un par de pasos hacia mí, sobre la nieve crujiente, y pone unas manos enguantadas sobre mis hombros.

- ¿Te has hecho daño, antes? – murmura, preocupado. – Ibas tan rápido...

Me encojo de hombros.

- Perdona – susurro. – Estaba un poco...

- Molesta – suple, con un tono divertido.

- Histérica – corrijo yo, riendo sin ganas. – Tu hermano me hace perder los estribos.

Guarda silencio un instante antes de sentarse detrás mío en el banco de piedra y abrazarme por la espalda.

- Es un tonto – se queja, con voz cansada. – Tiene que aprender a tratar las chicas, ¿sabes?

Me encojo de hombros y me recuesto en su pecho, dejando que me mime un poquitín.

- Creo – aventuro, con los ojos cerrados – que él cree que ya es un as tratándolas.

Fred ríe suavemente y me besa el pelo.

- No me extrañaría – admite. – Típico de George.

- ¿Por qué lo hace, Fred? – pregunto, con la voz entrecortada. - ¡¿Por qué tiene que ser tan desagradable?!

Fred guarda silencio, pensándoselo un instante.

- No lo sé – decide, al final. – Porque no sabe cómo reaccionar si no, creo.

Me abrazo para calentarme, pensando en el sentido de esas palabras. Fred se da cuenta en seguida y me aprieta más, en un abrazo de oso. ¿Reaccionar a qué?, me pregunto sin ganas. ¿No sabe cómo tratarme después de haber leído mi diario?

Lo cierto es que no entiendo cómo fue que me lo dijo. Se lo podría haber callado y punto y, aunque actuara en consecuencia, yo no me subiría por las paredes en cuanto aparece.

- Es un idiota – musito, y giro la cabeza para esconderla en el cuello de Fred.

- Ya – responde él, pensativo. – Pero no se merece que pierdas una cena por culpa suya. Pasa de él, Alicia – me pide. – Es lo mejor que puedes hacer. No merece la pena.

Pero éramos amigos, protesto débilmente, dentro de mi cabeza. Éramos amigos y, aunque me hacía rabiar con los continuos apodos, por lo menos reíamos y no estábamos mal juntos. Froto mi mejilla contra el jersey de Fred. Se ha quitado la capa para dármela a mí, noto con una sonrisa. Se debe de estar congelando sólo por animarme. Me sacudo y me incorporo a la vez que me seco de nuevo las mejillas.

- Vamos adentro – le ordeno, firme. – Hace frío.

Se encoge de hombros pero me estira hacia atrás hasta que me echo sobre él de nuevo.

- Espera – me pide. - ¿Estás bien?

- Sí – le aseguro. – Es sólo que George ha dicho cosas que me han hecho pensar.

- Cosa – murmura él tras un gruñido – que ya es más de lo que le han hecho hacer a él.

Le miro, sin entenderle.

- Que no piensa – me aclara, resoplando. – Siempre habla sin pensar, y luego mira.

Me acurruco otra vez.

- ¿Lo hace – empiezo, con un hilo de voz – por herirme?

Fred sacude la cabeza y me besa en el cuello, sobre la capa, mientras me friega los brazos con movimientos rápidos, para que entre en calor.

- Lo hace porque no tiene costumbre de pensar. Yo creo – añade, a media voz – que no sabe evitarlo. Que él intentaría ser más majo, pero que se le escapan las cosas sin pensar.

Bufo suavemente y ahora soy yo quien niega.

- Ha hecho cosas – le confieso – que no son de no pensar.

- Pues seguro – ríe él – que, igualmente, no estaba pensando, cuando las hizo. Anda, va – me anima, – ¡no le des más vueltas! ¡Sólo es George!

Hago que sí y me reincorporo. Esta vez, Fred me suelta y se levanta en cuanto le dejo espacio.

- Alicia – me dice, mientras se separa de mí, - George es un poco especial. Ya lo conoces. No es que quiera herirte. Ni que te odie. Ni siquiera es que no te quiera – apunta. – Lo que le pasa es que le cuesta dejar de lado las bromitas y decir lo que piensa de verdad. Es como una... – hace una pausa, buscando la palabra adecuada – coraza – decide, por fin. – Puede parecer que siempre hace daño a los demás pero yo creo que sólo lo hace para defenderse.

Alzo las cejas y me giro para mirarle. Tiene los brazos cruzados y parece pensativo. Cuando ve que le estoy mirando, me sonríe con pena.

- A mí – le confieso, bajando los ojos a la nieve – no me parece que sea para defenderse.

- Hay mucho que no sabes de él – me replica. - ¿Vamos adentro?

Asiento y me levanto también. Tengo el culo helado y me duele por el contacto con el frío y duro banco pero, creo, sobreviviré. Cuando me acerco a Fred, él me coge de la mano y me hace dar un giro sobre mí misma hasta que me abraza otra vez por la espalda. Me planta otro beso en el cuello de su capa y vuelve a masajearme los brazos.

- No le hagas ningún caso a mi hermano – me advierte, con voz enojada. – Es un tonto que no sabe cuidarte como te mereces. Pasa de él.

Hago un gesto vago, completamente consciente de que será George quien me perseguirá en cuanto intente dejarlo de lado, y alzo una mano hasta que palmeo suavemente la mejilla de Fred.

- Estoy bien – le aseguro. – Vamos adentro, anda, antes de que tenga que informar a Angelina de que eres demasiado bueno conmigo.

Me sonríe con petulancia y frunce el ceño, en un gesto tan George que casi me da rabia.

- No se lo creerá, corazón – me asegura. – Ella sabe que eres su mejor amiga y que nunca coquetearías con el chico que le gusta. Porque – añade rápidamente, con cara de interesadísimo – yo le gusto, ¡¿a que sí?!

Río suavemente y me encojo traviesamente de hombros.

- No lo sé, chico – miento, mientras me deshago de su abrazo y voy hacia la entrada al castillo. – ¡Yo no sé nada!

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Una actualización con un solo día por medio. ¿No está mal, no?

Otra vez, ¡muchas gracias por las reviews! ¡¡Qué bonitas!! Y, para mi sorpresa, ¡otra catalana! Quina il·lusió, i jo que normalment no en veig gaires!

Lo de agradecerlas una a una se está volviendo una costumbre. No lo había hecho nunca pero, bueno, empiezo a pensar que os merecéis un pequeño detalle, por dejar vuestra opinión y eso. ¡Además, son poquitas y me lo puedo permitir!

Así que (y obvio la traducción Català-Castellano, porque entre dos lenguas romance pocas veces es necesaria, pero, si la queréis, pues nada, ¡tengo una cuenta de correo preciosa que estará encantada de recibiros! :D):

Zapping: M'alegro que t'agradin els fics dels bessons. A mi, com veus, també. Són una 'monada'! I m'alegro molt que t'agradi el fic fins ara. :)

Yaiza: ¡¡Muchas gracias!! Yo, no te creas, tampoco tenía muy claro la pareja George Alicia hasta que no me puse. Y, cuando me puse, bueno, se coló Oliver por ahí... ¡Mmm! :p

Miina: M'encanten les teves reviews! Normalment la gent no s'hi enrotlla gens, i és maquíssim veure que algú se les treballa tant i deixa coses tan llargues. Moltíssimes gràcies, noia, de veritat! Dius que al començament et queia malament la Lilee. Espero que això vagi, com dius, canviant. Crec que cada cop la vaig definint més i no és pas estirada ni res d'això, a veure si així la cosa millora. :) I respecte en George i la seva poca sensibilitat... Ja en parlarem més endavant, eh? Però, veuràs, és només una cuïrassa, com diu el pèlroig en aquest mateix capítol... i no sap tractar les noies.

Un petonàs! / ¡Un besazo!