Pasa, Alicia

Capítulo 4: Que no

Cuando me despierto, al día siguiente, Angie está tarareando una canción popular, sentada en su cama mientras se arregla las trenzas a golpe de varita. Somnolienta, me siento en la cama y la saludo con una mano alzada que ella me responde con una sonrisa afectuosa. Antes de que pueda procesar esa sonrisa ya está sentada en mi cama y me pregunta por la velada anterior, alegando para justificar sus ganas que me fui a dormir increíblemente pronto y que no le di oportunidad ni de preguntar.

- No hay mucho que explicar – digo, con voz ronca. – George es un idiota y Oliver sigue igual que siempre. Buenas noches – añado, y me dejo caer sobre la cama otra vez para seguir durmiendo.

- Oh, Alicia – se queja mi amiga. – ¡Cuenta, va! De algo debisteis de hablar en la sala común.

Gruño algo que no se parece tanto a Quidditch como pretendía.

- ¿Y? – inquiere, con una curiosidad que sólo saben tener las mejores amigas. - ¡¿Qué te dijo?!

Acabo por girarme en la cama, abrir los ojos y, dando por perdida mi ración extra de sueño, explicárselo todo con tantos pelos y tantas señales como puede recordar mi dormido cerebro.

- Hasta que George – acabo – se metió por medio y lo estropeó todo. Como – apunto – siempre.

- ¿Por eso te enfadaste tanto con él? – pregunta Angelina, con las cejas bajadas con preocupación.

- Por eso y por existir – explico, sin querer entrar en más detalles. – No me apetece hablar de él.

Angelina asiente, comprensiva, y vuelve a su cama a seguir arreglándose las trenzas mientras yo me levanto y voy al lavabo. No tardo mucho en arreglarme y bajar a la sala común, donde, en un rincón, los cuatro chicos del equipo discuten los horarios de entreno, como cada sábado a las seis de la mañana. A estas alturas, cuando a Oliver sólo le queda este año para ganar la copa, deberían de haberse rendido a lo inevitable y levantarse, como nosotras, sin rechistar, pero no es, con mucho, así. En cambio, siguen protestando como el primer día con quejas sobre como los días de fiesta para dormir, o algo así. Con mi sonrisa menos dormida, a pesar de las circunstancias, me acerco a ellos y saludo con la mano. En cuanto llego, dejan la pelea y me devuelven el saludo. Sin vergüenza alguna, admiro el uniforme de Oliver y cómo él lo llena mientras él explica a Harry los ejercicios que espera que hagan hoy y todos esperamos que Angelina y Katie estén listas. En cuanto ellas bajan, los siete salimos hacia el campo de Quidditch para empezar uno de nuestros múltiples entrenamientos semanales, que Oliver se apresura a explicar por el camino.

Los entrenamientos, por mucho que nuestro adorado capitán intente innovar, son bastante rutinarios. Harry va un poco a la suya, esforzándose en ser cada vez más rápido y practicando algunos movimientos complejos pero limitándose, en general, a revolotear a nuestro alrededor, como en cualquier partido. Fred y George, por otra parte, empiezan una competición clásica en términos de '¡más rápido, más fuerte, más alto!' en la cual todos tememos por las pobres pelotas, que nada malo han hecho desde el último partido. Y, por último, Oliver queda a nuestra disposición para una práctica conjunta de pases, lanzamientos, puntería y habilidad del portero para pararnos.

Hay que reconocer que a veces puede ser un poco frustrante, entrenar con Oliver: cosas que con el portero de cualquier otro equipo sabes que pasarían, él las para como si nada. No es que sea invencible, ni un as del Quidditch, ni nada de eso, pero, bueno, está por encima de la media escolar, y eso, cuando intentas colarle un gol, da una rabia increíble.

Y, un poquitín, te alegras de ir a Gryffindor y no a cualquiera de los otros equipos y espera que ellos se sientan ante Oliver como tú.

La nieve, como, increíblemente, cada sábado, también, hace su aparición dos horas antes de que acabemos, cuando estamos por la parte táctica del entrenamiento. No es excusa, nos asegura Oliver sin palabras, con una sola mirada, para dejarlo, ni es que ninguno de los seis lo esperáramos. Ni Harry, que sólo lleva con nosotros dos años, éste es su tercero, es tan iluso. ¿Que hay un huracán? ¡Ataos a las escobas, porque ni así os librareis del entrenamiento del sábado! Así que, en cuanto vemos que la nieve no sólo aparece sino que parece dispuesta a quedarse un buen rato, un considerado George mariposea a nuestro alrededor, varita en mano, encantándonos la ropa para que no cojamos frío. Cuando pasa por mi lado, con cara de palo, pienso un momento en que me dijo ayer su hermano sobre la coraza con que se defiende de nosotros. Le busco los ojos, previendo su frase socarrona después de pronunciar el hechizo pero, para mi sorpresa, ni me mira ni dice nada. Le observo, con un escalofrío de placer al notar el calorcito de mi camiseta, mientras encanta la ropa de los demás, y veo que sólo les dedica una sonrisa cortés. Nos hemos levantado, supongo, con el pie izquierdo. Normalmente dice algo, por poco que sea, sobre venir a calentar tu corazón, o del estilo, pero hoy no parece tener ganas de nada. De hecho, está apático hasta al dar a la bola y veo que, en cuanto damos por finalizado el entrenamiento, más tarde, Oliver vuela hasta él y le pide que se quede un momento porque tiene que hablar con él. Todos dudamos si quedarnos también, aunque sea sólo por lo raro de la situación, hasta que Fred reacciona por todos y baja al suelo para ir al vestuario. Como hipnotizados, todos lo seguimos, al final, y sólo los dos chicos se quedan atrás, conversando en murmullos de escoba a escoba.

En el vestuario, Katie es la primera en abrir la boca.

- Vaya con George – suspira, preocupada. - ¿Qué le pasará hoy?

- Todo el mundo tiene un mal día – lo justifica Angelina. – Igual no se encuentra bien.

- Tampoco lo ha hecho tan mal – apoyo yo, sin convicción. – Igual Oliver le quiere hablar de otra cosa.

- Bueno – concede Katie. – Lleva unos días raro – suspira. – Desde que volvieron de Hogsmeade el – se lo piensa – el martes. ¿Os acordáis de que Fred comentó que ni siquiera había querido entrar en Zonko's?

Alzo las cejas, sorprendida. ¿El martes?

- No fueron a Hogsmeade el martes – corrijo, haciendo memoria. – Eso fue el lunes.

- También – apunta Angelina. – Pero no han ido más en toda la semana – aclara, mirándome con temor.

Chasqueo la lengua.

- No fueron el martes – insisto. - ¿El martes por la tarde?

- Después de las clases – responde Angelina, con cara de no entender mi negativa.

Pero yo sé que no puede ser. Esa tarde George se la pasó en su habitación, leyendo mi diario de cabo a rabo. Y luego vino y me lo contó y yo le odié por ello. ¡No fueron a Hogsmeade!

- ¿Qué pasa? – dice, por fin, Katie. - ¿Qué sabes que nosotras no?

Sacudo la cabeza y le quito importancia.

- Nada – aseguro. – Me equivocaba de día.

Lo digo con tan poca convicción que veo que no se lo creen pero supongo que piensan que debo de tener alguna razón para cambiar de opinión, porque no hacen más preguntas al respecto sino que se limitan a seguir quitándose el uniforme en silencio, lo que me da tiempo para pensar en lo de Hogsmeade. ¿Fueron a Hogsmeade también el martes? No es que desconfíe de mis amigas, pero me sorprende un poco que les hiciera falta ir dos días seguidos. Y más cuando se supone que estaba violando flagrantemente mi integridad. Entonces, ¿qué, fue o no fue? Y, si fue, ¿leyó mi diario antes? Veamos, yo lo dejé sobre la cama después de comer, cuando me fui a la biblioteca a hacer los deberes. Él entró en mi cuarto, como pronto, media hora después, cuando Angelina salió y vino a buscarme. Y me lo devolvió dos horas y pico más tarde, en cuanto yo entré en la sala común. Le da tiempo de ir y volver de Hogsmeade y leer un rato, sí, pero ¿todo el diario? No es precisamente una minucia y, aunque no dudo de la velocidad de lectura de George, no puedo ni imaginarme a alguien leyendo ese tocho en poco menos de una hora. Y, si no se lo leyó de cabo a rabo, ¿por qué me dijo que sí? ¡Me dijo que hasta había releído algunos párrafos, de lo interesantes que le parecían! Que no dudo que fuera una exageración, sólo por picarme, pero decirme que ha leído algo que no ha leído cuando puede imaginarse que me pondrá negra que lo haya hecho es de locos. ¿Igual lo leyó en Hogsmeade? ¡Merlín, ni me lo quiero imaginar leyendo trozos en voz alta para el deleite de Fred y de Lee! Es un pensamiento tan horrible, de hecho, que salgo, con la coleta deshecha y sin capa ni chaqueta, a picar al vestuario de chicos.

- ¡George! – llamo, enfadada. - ¡¡George!!

Una nariz pelirroja se asoma por una rendija.

- Alicia – me saluda, con el ceño fruncido. – George aún no ha vuelto.

Alzo las cejas, con sorpresa, y miro a quien resulta ser Fred con una mueca de desconfianza.

- ¿Oliver tampoco? – me aseguro.

- No – dice él, con actitud inocente. - ¿Quieres que les diga algo cuando vuelvan?

- No – decido rápidamente y me giro para irme. Enseguida me doy la vuelta y añado – Fred, ¿a qué hora volvisteis de Hogsmeade el martes?

Fred alza las cejas, visiblemente extrañado.

- No lo sé – confiesa. – Cuando tú nos viste.

- ¿Cuando entré en la sala común?

- Sí. Diez minutos antes. ¿Por qué? ¿Va todo bien?

No me molesto a responderle sino que corro de vuelta hacia el campo. Los veo de seguida, sentados en las gradas, y subo las escaleras hasta ellos de dos en dos.

- ¿Y qué más da? – oigo a George suspirar cuando estoy a punto de llegar. – No es como si tuviera sentido. Lo hecho, hecho está, y no voy a conseguir nada por mucho que...

Se interrumpe al ver que me acerco, me mira un instante y luego se gira hacia el otro lado de las gradas. Oliver se gira para ver lo que le ha hecho callar y me sonríe tensamente cuando me descubre.

- Alicia – me saluda. - ¿Pasa algo?

- ¡Tú! – llamo a George, ignorando momentáneamente a Oliver, con la sangre hirviendo, - dime, ¡¿montaste un club literario en Hogsmeade o es que era demasiado aburrido?!

George me mira un instante, con el ceño fruncido, hasta que imagina de qué le hablo.

- Lo intenté – dice, girándome la cara de nuevo – pero a nadie le interesó mucho.

Cierro los puños, con rabia, y me tengo que contener para no darle.

- Qué lastima – mascullo, irónica - ¿no? Te podrías haber hecho rico con su publicación, si yo tuviera una vida más interesante.

Oliver me mira con los ojos muy abiertos, sin entender, claro, nada, pero decido dejarlo a oscuras por el momento.

- No se puede publicar – sigue George, con voz pasota – algo como eso.

- Ya – coincido con acidez – demasiado soso.

- E infantil – apunta. – Igual dentro de un par de años hay más suerte.

Inspiro bruscamente y le doy un empujón en el brazo.

- Te odio – escupo, con dos lágrimas traicioneras rodando por mi cara. Él se gira por fin para mirarme, con una mueca dolida que no podría importarme menos. – ¡Eres horrible! No tenías bastante con leerlo sino que además tenías que compartirlo con ellos, ¡¿no?! ¡¡Te odio!!

George se levanta de golpe y me encara, mirándome con una expresión también enfadada que, sumada a los centímetros que me saca, me intimida.

- ¡No! – exclama, respirando agitadamente. - ¡¡No entiendes nada de nada!!

Y se calla, dejando entre nosotros tan sólo una mirada tensa y el ruido de su respiración. Oliver acude en su ayuda, calmándolo con un brazo en el pecho.

- ¿Por qué no se lo explicas? – sugiere, conciliador. – No la puedes culpar de no entenderlo si no se lo explicas.

George mira un segundo a Oliver antes de volver a mirarme a mí, sonreír sin ganas y dejarse caer en el asiento.

- ¿Para qué? – renuncia con la vista perdida en el campo. – No merece la pena.

Inspiro profundamente, pidiendo calma y paciencia para no matarlo todavía. Oliver vuelve a intervenir.

- Sí que la merece – le asegura, con una sonrisa compasiva. – Sabes que la merece.

George suspira, mira a Oliver y luego a mí y vuelta a Oliver.

- Wood, tío, gracias – articula – pero no sabes hasta qué punto no la merece. No te molestes.

- ¿Alicia – intenta ahora nuestro capitán – no merece la pena?

George hace una sonrisa irónica.

- Explicarlo no merece la pena – corrige. – No cambiará nada.

- Si no lo intentas – empieza Oliver de nuevo – no lo...

- ¿Por qué no? – interrumpo yo, furiosa. - ¿Aparte de patética e infantil soy estúpida?

- Y con pésimo criterio – añade. Hace una pausa y esconde la cara en las manos. – No es por eso.

- ¿Entonces? – demando yo.

- Tú sabes que no cambiará nada. Me odias, ¿no? ¿Qué más te da lo que pueda decir ahora?

Vuelvo a rogar paciencia y decido intentar otra táctica.

- Tu hermano – le digo, con rabia – cree que todo esto sólo es una coraza para que no te podamos hacer daño pero, ¿sabes?, creo que estás vacío por dentro.

Él ríe muy suavemente.

- Y tanto – suspira. – Como que ése no era mi hermano.

Alzo las cejas y le dirijo una mirada incrédula.

- Venga ya – exclamo.

- Pues bueno – concede él. – '¿Lo hace – me imita, asquerosamente agudo – por herirme?'

Encajo los dientes e intento tragarme la rabia, sólo por no estallar.

- Eres un impresentable – suelto. – ¡La única manera que tienes de acercarte a la decencia es como un impostor!

Él se encoge de hombros y se vuelve a poner de pie, esta vez de perfil a mí.

- Bueno – suspira, – si no tienes nada más que decir, capitán, me voy a duchar.

Oliver sacude la cabeza, inseguro, pero se aparta para que pase. Yo, en cambio, me niego a salir del paso y cuando se me acerca pongo los brazos en jarras, ante lo que él se limita a encogerse de hombros de nuevo, esta vez con resignación, y a saltar al asiento de abajo, por donde sí puede salir. Cuando me ha pasado y está junto a las escaleras, le llamo.

- ¿Por qué? – pregunto, de espaldas a él.

- No lo entenderías – repite. – O no te importaría.

- ¿A quién se lo leíste? – musito, mirando, sin ver, a Oliver, que está delante mío.

- Idiota – suspira George, y oigo cómo vuelve a andar.

- ¡¿A quién?! – repito. Me giro y le veo, dos escalones más abajo.

- ¿Qué más te da? – me pregunta. – Ya no se puede evitar, ¿a que no?

- ¿A quién? – vuelvo a preguntarle, con una mirada amenazante.

Baja un escalón más.

- ¿De verdad necesitas esa respuesta? – me pregunta, negando lentamente.

- No lo sé – dudo con sorna. - ¡¿Crees que lo entenderé?!

- Si lo entendieras no preguntarías.

- ¿Y por qué no me iluminas? – le reto.

Parece considerarlo un momento antes de sacudir la cabeza.

- Nah – exhala. – No merece la pena.

Y, con eso, baja los escalones que le quedan hasta el campo y de allí se encamina hacia los vestuarios. Incapaz de aprender, vuelvo a llamarlo.

- ¡George! – grito, asomándome por la escalera. Como si no me hubiera oído, sigue caminando – No lo hiciste, - intento, desesperada – ¿verdad?

Ahora sí, se gira.

- ¿El qué? – me pregunta, también gritando.

- ¡Leerlo! – respondo, rogando que sea la respuesta correcta.

Él sonríe pedantemente.

- ¡Nunca lo sabrás! – se burla y se vuelve a girar.

- Lo sabré si me lo dices – le aseguro, mientras bajo al campo.

- Tampoco me creerías.

- Sabes lo de... él – apunto, justificando cualquier posible incredulidad futura mía.

- Nah – repite. – Que no.

Y, sin más, desaparece en el vestuario, dejándome sin respuesta y con más preguntas de las que traía.

Al cabo de poco, Oliver se detiene a mi lado.

- Lo siento – murmura, con la vista perdida en el vestuario donde se ha refugiado George. – No le hagas caso, se ha levantado torcido. – Asiento pero, como no digo nada, él sigue, después de una pausa. – No sé si sirve de nada – suspira, con voz pensativa – pero yo también creo que es sólo una coraza.

Gruño un débil acuerdo y cambio el peso de un pie a otro.

- Lo siento – digo, muy flojito. – Vaya espectáculo.

Él sólo me sonríe abstraídamente y señala el vestuario con la cabeza.

- Vamos, anda – sugiere, más animado, - antes de que nos echen de la residencia por apestosos.

Y los dos caminamos hasta nuestro respectivo vestuario. Cuando entro, Angelina y Katie ya se están vistiendo y, aunque intentan preguntarme dónde estaba o qué ha pasado, leen en mi actitud que no estoy de humor y me dejan sabiamente en paz. Con todo, acaban mucho antes que yo y, después de verlas mirarse incómodas, completamente vestidas y sentadas en el excesivamente caldeado vestuario, por tercera vez en menos de un minuto, les acabo pidiendo que se adelanten y que me esperen en el comedor mientras me ducho y me cambio. Y, cuando por fin consigo librarme de ellas, me meto bajo una ducha hirviendo y disfruto de un largo y sereno silencio.

Salgo del baño bastante más tarde que de costumbre, cuando las chicas de Hufflepuff ya han entrado en el vestuario para ponerse el uniforme; les toca entreno a ellos. Saludo sin mucho compromiso mientras acabo de recoger mis cosas y les deseo suerte justo antes de salir fuera. Tengo que ir al comedor, como mi estómago se encarga de recordar, para la comida, y luego debería de ponerme con los deberes de Aritmo, a ver si avanzo materia. Y después de cenar tenemos la reunión de Prefectos, o sea que mejor que aproveche la tarde, no sea que la cosa se alargue.

Un pensativo George (ahora, sin lágrimas y a la luz del día, no hay duda) me interrumpe con su sola presencia. Está apoyado, con las manos en los bolsillos, en la pared del vestuario de chicos, justo enfrente de la puerta por la que salgo, y no tiene cara de arrepentimiento, precisamente. En cuanto acabo de cruzar la puerta, y antes de que yo me pueda escaquear, alza los ojos, me ve y se endereza.

- Alicia – me saluda.

- Ya no soy Lilee-Cilee – observo, hosca.

- Sólo lo hago para picarte – replica él, resentido.

Me encojo de hombros y empiezo a caminar hacia el comedor. Rápidamente, él coge su bolsa, se la echa a la espalda y se pone a mi nivel.

- Wood – explica él al cabo de un tirante silencio – me ha obligado a esperarte.

Hago una sonrisa de lo más falso.

- Oh, vaya – canto – cómo te agradezco la preocupación.

- Preocupación – se mofa él. – Como si te importara mucho lo que yo te pueda decir.

- O a ti lo que pueda decir yo – respondo, como si fuera obvio. – Después de todo, te tienen que obligar para que me esperes.

Alza las cejas con cara de seguir pensando que no entiendo nada de nada.

- Creí – aclara – que te encantaría saber que tu amorcito se preocupa tanto por tu bienestar.

- ¡Oh! – exclamo, sin poderme contener - ¡Pues se equivoca de la misa, la mitad! ¿Cómo podría procurarme mayor bienestar que pidiéndote que me evitaras?

Él se envara.

- No te preocupes – me advierte. – A partir de ahora, no te volveré a causar malestar alguno.

- ¿Me evitarás? – insisto, sin creerme ni que exista esa posibilidad.

- Como si no existiera – confirma.

- Oh, pues mejor – bostezo. – Con eso tendrás que preocuparte menos por lo que no entiendo.

- Y tanto – coincide él.

Nos quedamos un rato callados antes de que vuelva a intervenir.

- Wood – retoma – dice que, o me disculpo, o me echa del equipo.

- No sufras, haremos como si te hubieras disculpado – lo tranquilizo. – No queremos – me burlo – que pierdas tu plaza en el equipo, ¿a que no?

Sólo se encoge de hombros, y se vuelve a hacer el silencio.

- Igual – acaba por volver a hablar, sonando bastante picado – podrías escuchar mis disculpas, en vez de darlas por imaginarias.

Me sorprende su reproche.

- Creía que no te disculparías. Que nunca – puntualizo – te disculpabas.

- ¿Cuándo he dicho yo eso? – salta, ofendido. – Me disculpo cuando hace falta.

- Y ahora – deduzco – crees que hace falta.

- Bueno – se lo piensa – Wood dice...

- Déjalo – le interrumpo. – No hagas sólo lo que Oliver te diga. No merece – le imito – la pena.

- Lo siento – masculla, haciendo oídos sordos a mis pullas. – Antes me he pasado. No quería ser tan desagradable.

Le miro con una expresión sarcástica que le hace enrojecer de rabia.

- ¡¡Bueno – estalla, – tú tampoco ayudas!!

- ¿Yo? ¡¿Qué hago?!

- Ya – resopla. – Tú no haces nada, ¿no? ¡Tú no me picas hasta que salto!

- Al contrario de lo que podrías creer – le replico, parándome en seco, - mi mundo no gira a tu alrededor y, si soy desagradable contigo, es sólo porque me tienes hasta la coronilla de bromitas y motecitos estúpidos. ¡No por 'picarte'!

Él se encoge de hombros y deja caer la bolsa al suelo.

- Siento ser tan insoportable que no puedes evitar saltarme a la yugular – me reprocha, tenso.

- Siento ser tan cortita – le digo, en el mismo tono – que no puedo entender nada de lo que pasa en tu vida.

George se gira hacia el castillo y suspira pesadamente.

- No vamos a ninguna parte, Liz – rezonga. – Lo mejor será que pasemos el uno del otro unos meses, y punto – concluye. – Por lo menos evitaremos sacarnos los ojos.

- Igual sí que es lo mejor – coincido. – Si no, sólo conseguiremos pelearnos cada vez más.

Él asiente, suspira y vuelve a echarse la mochila encima.

- Vamos – murmura. – Nos perderemos la comida.

Asiento y empiezo a caminar, esta vez un poco más rápido. A medio camino, él vuelve a pararse.

- Claro que no lo hice – prorrumpe, con la cara contraída. - ¡¿Cómo puedes ni siquiera pensar que yo haría una cosa así?!

Le observo un instante, sin entender a qué se refiere, hasta que la pregunta con que he empezado la pelea de después del entreno vuelve a mí. El diario.

- No es tan inverosímil – objeto. – A veces pierdes de vista tus límites.

- ¡Pero nunca leería el diario de nadie! – estalla, dándose una palmada en los muslos. - ¡¡Por Merlín, Alicia!!

Lo miro, sorprendida.

- ¿Cómo se supone que voy a saberlo? – le pregunto, intentando mantener una voz calmada. – Has hecho cosas que yo creía que nadie haría desde que te conozco.

Me mira con los ojos entornados por el dolor.

- Nunca haría una cosa así – repite. – Hacemos cosas, sí, pero sólo porque son graciosas, ¡y nunca con mala intención!

O sea que no lo leyó. Y, aun así, sabe lo de Oliver. ¿Cómo se come?

- Tú crees – suspiro – que todo el mundo sigue los razonamientos internos de tu cabecita, pero no es así. Dices que no lo entiendo pero ¿cuándo me lo has explicado? Y, si me dices que lo has leído, ¡¿qué tengo que entender yo?!

Sacude la cabeza.

- Que era una broma – me responde. – Que lo hacía sólo para hacerte rabiar. Que soy un idiota. Aunque esa parte la pillaste bien.

- Se te da bien expresarla – le pico, con una media sonrisa para que vea que es broma.

Incluso consigo que él medio sonría también.

- Perdona – se vuelve a disculpar. – Te digo muchas cosas... horribles, pero no las pienso. O sí las pienso – añade, con un toque descarado – pero tengo que disimular ¡porque si no Wood me va a sacar del equipo de una patada!

Sonrío débilmente.

- Disculpas aceptadas – le aseguro. – Lo cual no quiere decir que las cosas vayan a cambiar, ¿verdad?

Él se encoge de hombros.

- Bueno – duda – yo lo intentaré. Pero – se queja encrespadamente – te hago una broma y tú no la entiendes y respondes mal y me haces daño y ¡respondo! ¡¡No lo puedo evitar!!

- Me controlaré – le prometo. – Te responderé mal y luego saldré pitando – le aseguro.

Él ríe suavemente.

- Sólo leí la última línea – dice, de repente. – Estaba abierto sobre la cama y miré a ver qué era y leí lo que ponía... sin querer. En cuanto vi lo que era lo dejé y me lo guardé para que no cayera en malas manos.

- ¿Te lo llevaste a Hogsmeade? – pregunto, curiosa, por ver cuánto mundo ha visto mi diario.

- Sí – acepta él – pero no lo saqué ni lo miré ni se lo leí, como has sugerido tan surrealistamente. Y lo llevaba muy bien guardado, para que no le pasara nada. Te lo devolví en cuanto te vi.

Suspiro y señalo el castillo de delante nuestro.

- Anda, va – sugiero. – Vamos antes de que nos quedemos sin comer.

Él me sonríe y asiente.

- Vamos, guapa – me anima. - ¿Me perdonas por haber sido tan horrible?

Asiento suavemente.

- No pasa nada, George. Ya está olvidado.

- Gracias. No te voy a decir que no piense lo que dije de Wood, pero, si te gusta, adelante. Es un buen chico y, como hemos podido comprobar hoy, se preocupa por ti.

Enrojezco y le miro con inseguridad.

- ¿Tú crees?

- Sí. Una mala elección, pero, bueno, podría ser peor. Me podrías haber elegido – dice, con una mueca de horror – a mí.

Río y sacudo la cabeza.

- O a Percy – le recuerdo.

Él duda un instante.

- Como ya te dije, Percy no está tan mal – dice, muy, muy flojito y con la boca torcida en una mueca de asco. – Es un pedante insufrible pero, como pareja, no está muy, muy mal; sólo regular.

Y, como amigos que acabamos de volver a ser, le cojo el brazo que tiene libre y lo estiro hacia el comedor. Él me deja arrastrarlo, aunque no colabora mucho, y por fin estamos de vuelta en el castillo. Dos pasillos y un tramo de escaleras y veo a Angelina y a Katie, hablando con Fred, que está sentado delante de ellas en la mesa. Nos acercamos y mi cara se enciende cuando, al pasar junto al extremo de la mesa, Oliver me mira, sonríe satisfecho y me guiña el ojo, guapísimo. Estoy segura, y creo que George también lo sabe, de que nuestra tregua se habrá roto en cuanto en hechizo de la amenaza de Oliver se rompa, cosa que será antes del anochecer, pero, durante el instante en que me quedo mirando embobada a nuestro capitán antes de que George me estire hacia mis amigas, no tengo ninguna duda de que ha merecido la pena. Igual que ha merecido la pena, concluyo abochornada, que George me haya sacudido antes de que mi babeo se hiciera evidente. Le saco la lengua para agradecérselo y él me responde igual, arrugando la nariz para exagerar el gesto.

- Siéntate, anda – me ordena en cuanto estamos junto a las chicas y me ayuda galantemente con la mano hasta que me siento. – Cabecita a pájaros – me llama, a media voz, sólo por hacerme rabiar antes de desandar lo que hemos andado y dar la vuelta a la mesa para irse a sentar junto a su hermano, enfrente de Katie.

************************************************

Y hasta aquí el cuarto, o sea, Que no.

Los agradecimientos van, esta vez, para Maika Yugi (yo también adoro a los pelirrojos y me hace feliz que lo encuentres divertido), Ly de Black (¡gracias!), Yaiza (^_^ ¡¡Muchas gracias!! ¡De verdad!) y Miina (:D Noia, sàpigues que et mereixes un plus per premonició! Em va fer molta gràcia que endevinaves una cosa que ja està escrita. I, respecte a en Diggory... bé, l'esmenten de tant en tant, que jo també vaig pensar de seguida que estava viu i que s'havia d'aprofitar, però no crec que surti gaire... No crec que hi càpiga - en George afegiria que sí, home, només hi faltava ell!! -. Moltes gràcies, noia. De debò, m'agraden molts les teves reviews!! I m'agrada encara més que això t'interessi. :) Àcies!).

Y el siguiente, ahora que por fin he acabado de rediseñar mi página web, www.lladruc.tk, ¡pronto!