Pasa, Alicia

Capítulo 7: Tranquila, bonita, sólo soy yo.

Llega el siguiente entrenamiento de Quidditch, es decir, mi siguiente gran oportunidad, y yo aún no me he decidido. ¿Le digo a Oliver que su sonrisa me pierde? ¿Que quiero algo más de él? La verdad, no sé si quiero algo más de él. O de nadie.

Así que cojo la pelota, esquivo a Angelina, que intenta quitármela, me hundo unos tres metros para esquivar a Katie, que se acerca, y doy una pirueta antes de soltar la bola, que así, tenemos estudiado, sale con un efecto rarísimo, una curva irregular, y es más fácil que se le escape al portero, incapaz de predecir perfectamente su trayectoria. Que no es el caso, por cierto: de un sólo movimiento de escoba, Oliver la para y se la lanza a Angelina, que la espera preparada para la acción y, en cuanto la recibe, sale corriendo hacia el medio campo, volando en zigzag para esquivarnos, mientras nosotras dos nos afanamos en perseguirla para quitarle la pelota. El mejor momento, según he tenido oportunidad de comprobar, es cuando acelera después de esquivar a Kat por el costado izquierdo: Angelina es diestra y coge la mano con la izquierda para controlar el mango de su escoba mejor y, al inclinarse hacia la izquierda, le cuesta mantener el equilibrio y pierde concentración en la pelota. Sólo tengo que esperar que Kat ataque y rezar porque lo haga por la izquierda, acercarme por abajo, y...

Freno en seco y un 'pff' enfadado silva ante mi cara. A unos metros por encima, George me sonríe creídamente, el bate a la altura de su cara, tal como ha quedado después del movimiento de golpeo. Frunzo los labios y le hago una mueca burlona antes de seguir con mi carrera hacia Angelina. Kat se está acercando a ella, Kat está a punto de llegar y, falle o no, tengo que estar allí para recibir el pase, si una de las dos lo necesita, o para quitársela a quien acabe con ella. Tengo que llegar...

Pero nuestro capitán va y pita tiempo cuando me quedan sólo dos metros para estar junto a ellas, mientras Angelina finta a Kat. ¡Y, Merlín, lo hace por la izquierda! ¿¿No podía esperar treinta cochinos segundos??

Hago un giro de 180 grados con la escoba y aminoro la marcha mientras me acerco a Oliver. Los chicos han llegado ya junto a las porterías y nos esperan en silencio. En un determinado momento, una bludger pasa junto a nosotros y Fred la coge firmemente, abrazándola en su pecho, sin haber necesitado mover su escoba más que levemente. Como la otra bola parece tener menos ánimos de atacarnos junto a los aros, George acaba por cansarse de esperar y va a perseguirla por la pista. Cuando vuelve, Oliver ya ha empezado a explicar la siguiente tanda de entrenamientos: primero los ejercicios de Harry, luego los nuestros y por último los de ellos dos. Nos toca hacer una estrella con dos pelotas, pasándonoslas rotativamente, y luego entrenamiento básico de velocidad. Genial. Y a los gemelos, explica Oliver a continuación, ejercicios de ésos que los ponen aún más fortachones. La bludger de George, mientras él está atento a las explicaciones, se agita violentamente un instante, y su escoba se eleva, siguiendo el tirón de la pelota, antes de que la pueda volver a controlar. Su movimiento atrae mi vista y me quedo mirándolo mientras recupera el equilibrio y cuando le dirige una mirada enojada a la pelota. Frunce el ceño, aprieta los dientes y la mira como amenazándola, tratándola como una entidad física con sentimientos como el miedo. No es más que una pequeña broma, parte de su expresividad, pero consigue que sonría ante su desenvoltura. Además, incluso pelirrojo y achaparradillo, visto desde aquí, enfadándose con una pelota nada inocente, torciendo el gesto y luchando por mantener el equilibrio sin manos para cogerse al palo de la escoba, se pone hasta guapo. Hay que confesar que, diga lo que diga la cándida de Angie, los gemelos no es que sean especialmente agraciados: un poco bajitos, muchas pecas y un color de pelo imposible, no sólo en la cabeza sino también en cejas, pestañas y, por lo que he visto, hasta en las axilas. No son, con mucho, monstruos y, sin duda, sus aptitudes sociales compensan lo que les pueda faltar en físico, pero lo cierto es que, en general y por lo que he visto, sin dudar en ningún momento que ha de haber excepciones, los pelirrojos no acostumbran a ser demasiado guapos. O, por lo menos, yo no tiendo a encontrar pelirrojos despampanantes.

Y, aún así, me quedo mirando a George mientras él escucha lo que dice Oliver, pensando que no es tan feo y que, en el fondo, es una buena persona que me quiere y me cuida. Y, típico de mí, oh, pobre y sola Alicia, me derrito por un poquito de afecto que me demuestre el chico y, después de toda una noche para darle vueltas y más vueltas a sus palabras sobre lo de que no querría que acabara herida y eso, mi predisposición hacia George es de lo más positiva.

Él se gira un momento y nuestras miradas se encuentran. Enrojece y aparta rápidamente la vista, sólo para volver a mirarme un instante después y, ahora sí, nos sonreímos. Saludo discretamente con la mano, saludo que él no me devuelve, más por falta de medios que por no querer hacerlo, y sus ojos vuelven a Oliver, que sigue explicando. Yo también miro a Oliver un instante antes de volver a mirar a George y, sonrío sorprendida, nuestras miradas se vuelven a encontrar. George alza las cejas, con una sonrisa avergonzada, y se concentra en el capitán, que enseguida nos despide a todos y nos deja que vayamos a hacer nuestros respectivos ejercicios. Nosotras tres vamos a un lado del campo para empezar con la estrella; primero estática, luego en movimiento por el campo. No es un ejercicio fácil y nos dedicamos por entero a él, sin mediar prácticamente palabra, más allá de instrucciones de lanzamiento y recepción, o palabras de sincronismo cuando nos estamos moviendo. Cuando acabamos, empezamos con las carreras y piruetas, poniéndonos a entrenar con Harry que, aunque es mucho más rápido que nosotras y de poca ayuda le debemos ser, no parece nada molesto por compartir su recorrido con nosotras. Es una senda delimitada por señales luminosas surtidas de la varita de Oliver, donde, ha marcado tanto las fintas como los giros y piruetas que tenemos que hacer. No es un recorrido nuevo, aunque haya añadido un par de truquitos para la ocasión, pero dejamos que Harry nos haga un par de rondas de demostración para aprender qué y cómo hacerlo, y luego lo repetimos hasta que Oliver se canse de vernos, intentando hacerlo cada vez más rápido. A mí lo que más me cuesta, personalmente, es una subida que hay después de un giro doble: en algún momento de la pirueta pierdo el rumbo y acabo haciendo la subida correctamente pero en sentido contrario la mayoría de las veces. Angie, en cambio, lo hace todo perfecto a la primera, y, no sin sana envidia, Kat y yo tenemos que observarla repetir el ejercicio inmaculado una vez y otra, con la sola diferencia de los segundos en que lo consigue.

Una cosa buena que tiene este ejercicio, por eso, es la cola. Después de acabarlo necesitamos unos diez segundos de recuperación de la respiración, y por eso Oliver hace que nos pongamos los cuatro a la vez: mientras uno lo hace, los otros no sólo descansan sino que hasta aprenden de sus errores. O, traducido a nuestro nivel, no sólo descansan sino que, encima, charlan. Y, aunque son conversaciones de lo más inocuas, con Harry delante (Angie nos asesina con la mirada cada vez que se nos escapa algo que remotamente podría dar la idea al jovenzuelo de que ella siente nada por Fred, por ejemplo), siempre hacen la tarea más amena.

Y, cuando los chicos acaban con su entrenamiento pro-musculitos, ellos también vienen a hacernos compañía en el recorrido, con lo que la cosa aún se hace más agradable. Se acercan haciendo cabriolas y se ponen a la cola, precisamente detrás mío. George hasta se pone a mi nivel y me dirige una sonrisa de disculpas que al principio no entiendo a qué viene.

- Siento lo de la bludger, antes – me dice, en un murmullo. Entiendo que es la que ha pasado por delante de mi cabeza cuando he frenado. – No he calculado bien; si no llegas a frenar, podría haberte hecho daño de verdad.

Me encojo de hombros y le pico en el hombro juguetonamente.

- No digas tonterías – le riño. – Estamos jugando a Quidditch: ¡las bludgers son un peligro! Si te contuvieras por miedo a hacerme daño, ¿de qué serviría el entrenamiento?

- Eso mismo – coincide Fred, empujándome suavemente con el mango de la escoba. – En Quidditch, ¡¡no tienes que disculparte si le aplastas el cráneo a alguien!!

Katie, detrás suyo, ríe, sacudiendo la cabeza.

- Sólo si no son Slytherin – corrige. Fred le dirige una mirada de lo más ofendida hasta que ella se explica. – Vamos, si no, ¡McGonagall te obliga a disculparte!

Cierto, asiento calladamente. Por evitar rencillas, la profesora McGonagall siempre intenta tomar medidas más estrictas entre Gryffindors y Slytherins. Pero, bueno, aunque no sea un Slytherin, lo de disculparse depende de cada uno y es ahí donde se demuestra lo que se vale. Vocalizo este último pensamiento y doy pie a que George se pavonee ante su hermano durante unos segundos, hasta que me toca a mí hacer la carrera. Espoleada por el ejemplo de Angie, que, como siempre, bate récords, salgo a toda pastilla en cuanto se ilumina mi turno, acelero progresivamente, aprovecho las curvas para tomar impulso aunque, hacia la mitad, como siempre, acaba por asustarme perder el control de la escoba si voy demasiado rápido y acabo por hacer una actuación discreta, si bien aceptable. Bastante mejor, por ejemplo, que George, que lo hace justo detrás mío y que, sin práctica ni calentamiento, puesto que los dos acaban de llegar, tarda veinte segundos más que yo. Su mueca de horror al ver la marca, cuando se pone detrás mío en la cola, sudando y resoplando por el esfuerzo, es sencillamente impagable.

- Uf – suspira. – Vaya patata.

Nunca son demasiado rápidos, ninguno de los dos, siendo, como son, los fuertotes del equipo, dos grandullones muy desarrollados y, por tanto, bastante más pesados que nosotras tres y Harry, pero, sí, incluso a su nivel, ha sido bastante patata. Sonrío divertida ante el adjetivo y lo animo con un puñetazo suave en el hombro.

- Era la primera vez – lo justifico. – No te preocupes.

Él asiente, se encoge de hombros y se peina hacia atrás con las dos manos abiertas, usando las palmas para secarse el sudor, mientras no deja de mirarme.

- Lo has hecho muy bien – dice, al cabo de una breve pausa.

Alzo las cejas.

- Venga ya – exclamo, riendo. - ¡Pero si Angelina me ha sacado...!

- Tá, tá – me interrumpe automáticamente. – Lo has hecho muy bien. Me gusta cómo tomas las curvas.

Comentario banal sobre mi ejercicio, para mantener viva la conversación. Yo sé que mis curvas no tienen nada de especial, pero no me molesto en discutirlo. Si él lo dice, lo dejamos así, porque tampoco tenía importancia el comentario en sí. En cambio, le cuento lo que creo que falla en mi ejercicio, a ver qué le parece.

- Pero me da miedo correr – le explico, con una mueca. – Llega un momento en que me da pánico que no me dé tiempo a reaccionar, o algo...

Él asiente.

- En la pendiente – dice, sin expresión de sorpresa alguna. – Te he visto frenar. Pero no pasa nada, no te preocupes. Es hasta sano tener una conciencilla que te diga cuándo estás corriendo demasiado.

- Lo malo es que no lo estaba haciendo. Sé que podría ir más rápido y no habría peligro. Que puedo. Pero, llego, y...

- Te da miedo – suple él.

- Me cago, iba a decir – corrijo, sacudiendo la cabeza con resignación.

Él ríe suavemente ante mi pequeña grosería.

- Se lo deberías de decir a Wood – acaba por aconsejarme. – Él sabrá qué ejercicios te pueden ayudar, y le puedes pedir que te entrene especialmente. Aunque creo que sólo es falta de confianza. Poco a poco, irás cada vez más rápido tú sola.

Me encojo de hombros y asiento. Fred, con un tiempo mejor que el de George pero tampoco como para tirar cohetes, llega y se pone detrás nuestro, tan pendiente del ejercicio de Angelina que ni nos saluda. George, que cada día tiene menos de santo, aprovecha para encantarle, sin que él se dé cuenta, la escoba para que se quede en punto muerto y, cuando Angie por fin acaba y Fred recupera el conocimiento e intenta acercarse a nosotros para que avance la cola, su montura reacciona secamente, haciendo que él se incline bruscamente adelante. Y, justo después, mientras Katie y Harry hacen su ejercicio, los gemelos se van a entrenar velocidad por su cuenta, uno persiguiendo al otro con un bate, siempre, eso sí, entre risas y excusas de George, del tipo '¡te lo mereces, si te quedas babeando así por ella!'. Y, lo más irónico, ¡Angie no sospecha nada de nada!

Cinco rondas después, Oliver decide que ya es suficiente, reflexiona un poco sobre nuestros respectivos trabajos y lo que tenemos que hacer si queremos, este año sí, conseguir la Copa, y nos manda a ducharnos. George me hace un par de señas para que me anime a pedirle entrenamiento especial, pero no lo hago, por una parte, porque no creo que sirviera para mucho y, por otra, porque ni Oliver ni yo estamos en cursos fáciles y, sinceramente, no tengo tiempo para nada.

Y, como soy Gryffindor y los Gryffindors son un dechado de virtudes, entre las que se cuenta la valentía, para empezar, George tiene que hacerme pagar por no decirle nada al capitán: cuando ya voy de camino a los vestidores, aún volando, salta a horcajadas de mi escoba. Eso hace, claro, que la escoba se incline hacia atrás y, como no lo esperaba en absoluto, me falta muy poco para perder el equilibrio y, si no acabamos estampados los dos en el suelo es sólo porque él reacciona a tiempo y toma el mango de mi escoba, empujándome con el pecho hacia delante y pasando las manos por mis costados para llegar hasta el palo.

- So – canta, en mi oído, mientras mi escoba aún se balancea. – Tranquila, bonita, sólo soy yo.

Lo dice con un tono dulce que me hace preguntarme si habla con la escoba, a quien acaricia suavemente como si se tratara de una montura mucho más Muggle, o conmigo. Y, no sé si por la proximidad, por su olor, a duro entrenamiento, o por la posibilidad de que alguien me pudiera decir bonita, con ese tono, con tanto afecto, me da un bote el estómago. Aunque no es una sensación del todo nueva, me quedo unos segundos mareada y aún me recuesto más en él. Él parece notarlo, porque me coge más fuerte, apretando sus codos contra mi cintura.

O no lo hace porque lo note, porque lo siguiente que noto es el viento que choca contra mi cara, tan rápido que tengo que entrecerrar los ojos.

- ¡George! – grito, asustada. - ¡¿Qué haces?!

Noto que se encoge de hombros y gira la cara para acercar la boca a mi oído.

- Te adiestro – me dice, con voz traviesa. - ¿No te daba miedo ir a demasiada velocidad?

Intento girarme para dirigirle una mirada enfadada, intento decirle algo mordaz e intento frenar la escoba, todo a la vez, con lo que acabo por no hacer nada de nada, sino que me quedo sin palabras y frustrada, mientras cada vez vamos más rápido. George gira en seco hacia la mitad del campo de Quidditch y seguimos, igual de rápido, pero en dirección contraria, acercándonos cada vez más a los aros de la portería, que, de tan rápido como vamos, no son más que una manchita borrosa delante nuestro. Consigo reaccionar, poniendo las manos sobre las de George y tirando hacia arriba fuerte de la escoba, para hacerla frenar, cosa que, por culpa de la gran resistencia física de George, sólo consigo a medias. Él vuelve a girar hacia la otra portería pero, por lo menos, esta vez vamos a una velocidad aceptable.

- Puedes frenar – me dice, en un murmullo, como proponiéndome un reto – cuando tú quieras. A ver cuánto aguantas.

- ¡No! – exclamo rápidamente. - ¡Ni en broma, George, bájame ahora mismo!

Él me mira, sorprendido.

- Creía que querías mejorar – se queja. – Que no querías que te diera miedo la velocidad.

Eso me pasa por confiar en un gemelo: si les cuentas a Fred o a George que tienes un problema, ten por seguro que media hora más tarde se habrán asegurado de que se resuelva favorablemente. Unos amigos geniales, en ese sentido, pero... Tiemblo. Yo y George, sobre una escoba, con el reto de ir cada vez más rápido, ¡es casi un suicidio!

- Déjame bajar – le repito, a medio camino entre furiosa y asustada. – ¡Esta no es la manera!

- Es una manera – corrige él. – Tienes que coger confianza, Liz, y sola tardarás mucho. No te pasará nada; yo frenaré, si tú no lo haces. Sólo quiero ayudar. De verdad. Confía en mí.

Dudo un momento. ¿Es una manera? No me da tanto miedo la velocidad como para tener que recurrir a tratamientos de choque. Pero, a la vez, sí que confío en él, aunque no lo haga siempre y aunque muchas veces dude de que sea lo más correcto, y, un poco, sí que creo que pueda funcionar. Yo me resisto a acelerar pasado un punto, y él lo hará, y podré concentrarme en decidir... no sé. No sé nada.

El mundo se detiene a mi alrededor. Me giro y miro a George, sorprendida de que haya frenado por completo. Él suspira y sacude la cabeza antes de inclinarse hacia adelante, empujándome con él, y, habiendo decidido, parece, por mí, guía la escoba a los vestuarios. Gryffindor vuelve a golpearme, porque me encuentro alzando el mago para que frene.

- Intentémoslo – le ordeno, mirándolo de reojo.

- No – suspira él. – Igual no era una buena idea.

- No, no – insisto. – Anda, va, probémoslo.

George duda un momento más antes de asentir, soltar el mago de la escoba y silbar suavemente. Casi al instante, su propia escoba vuela a nuestro lado, y mi escoba se inclina cuando él coge impulso para saltar a la suya propia. Le cojo la manga de la capa para hacer que pare.

- ¿Qué haces?

- Traer a un experto – me dice, como si fuera obvio.

- ¿A un experto?

- Un capitán – explica.

Sacudo la cabeza rotundamente.

- ¡Ah, no! – exclamo, haciéndome la ofendida. - ¡Ha sido idea tuya, tú pringas!

- Pero si lo digo por ti – suspira. – Wood es más de fiar, controla mejor, te sentirás más segura...

- Que no – insisto. – No digas chorradas y empecemos.

George aún duda un poco más antes de mandar su escoba a paseo.

- ¿Estás segura? – pregunta una vez más. – Con Wood irías mejor...

Vuelvo a negar y le cojo las manos, asegurándome, ya que controlará él la escoba, de que me coja fuerte.

- Contigo voy más tranquila – concluyo.

Y él, convencido por fin, acelera otra vez y empezamos el entrenamiento extra. Con los dos en la escoba, claro, no llegamos a velocidades extremas, cosa que se agradece. Notarla frenada, mucho más pesada que de costumbre, hace que me confíe y, aunque vamos más rápido de lo que estoy acostumbrada, la verdad es que no me afecta tanto. George está ahí y frenará si yo no lo hago. George está ahí y me rodea la espalda, haciéndome sentir más segura de lo que me notado jamás en una escoba.

Ni fuera de ella.

Inocente y sin experiencia, es casi patético que me ampare en el contacto físico mientras debería estar entrenando, pero el entreno no podría importarme menos. Es George, lo sé, y sólo es la inercia que me empuja hacia él, pero... bueno, no me habían abrazado jamás, sólo mis padres, y eso, y no es lo mismo con ellos. Es lo que tiene la juventud: te llegan sensaciones nuevas, te llegan experiencias desconocidas y te embriaga el descubrimiento.

Total, que, concentrada en George, no freno en absoluto, y es él quien acaba haciéndolo. Aminora la marcha y ríe suavemente en mi oído.

- Ahora te has pasado – me riñe, en broma. - ¿Tanto me odias que no te importa matarte si me arrastras contigo?

Río, también, y sacudo la cabeza, notando mucho, mucho calor. Por suerte, le doy la espalda y no puede ver cómo de roja me he puesto.

- No íbamos tan rápido – protesto débilmente.

- No – asiente él – pero creía que me frenarías antes. ¿Quieres que lo intentemos otra vez?

Me tenso, preparándome, y le hago un gesto para que empiece. A la segunda consigo tanto disfrutar de la protección del cuerpo del pelirrojo a mi alrededor como frenar a tiempo. Y a la quinta hasta soy yo quien lleva la escoba, aunque con George aún detrás no tenga demasiado mérito.

- Anda, vamos a ducharnos – me dice George en cuanto freno otra vez. – Ya hemos avanzado mucho. ¡Y te aviso que dentro de poco empezaré a heder!

Río entre dientes, inspiro entrecortadamente, impelida por la alusión, y huelo mi propio sudor y el de George, aún aceptables, antes de bajar la escoba para aterrizar ante los vestuarios. Necesitamos una ducha, coincido, aunque sólo sea por quitarnos de encima la ropa mojada, con la que no se debe jugar en invierno. Y, justo a tiempo, además, porque, para más motivos, en cuanto pisamos el suelo se pone a nevar.

Corriendo, vamos hasta las puertas de los vestuarios, que están techadas, antes de que nos resfriemos.

- Gracias – le digo a George en cuanto nos paramos para despedirnos. – No hacía falta y no era tan importante, pero muchas gracias.

Él alza las cejas y sonríe con incomprensión.

- De nada, mujer – suspira. – No es para tanto.

Yo me encojo de hombros y enrojezco otra vez, con la salvedad de que él, ahora, sí que lo puede ver.

- Me lo he pasado bien – confieso, en un murmullo.

- Yo también – me responde él, con una sonrisa enorme. – ¡Cuando quieras nos estrellamos!

Río, le doy una palmada de despedida en el hombro y corro hacia los vestuarios.

Con una sonrisa enorme en los labios.

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:) ¡Soooo!

¡Notas administrativas! La historia tendrá diez capítulos más un epílogo (Mar vende la piel del lobo antes de cazarlo... pero ¡bueno!) y debería de estar acabada esta semana... Yo así lo espero, al menos. Llad está haciendo un dibujillo que le ha inspirado esta historia, pero no sé muy bien cuándo estará - si es antes del epílogo, pondré una nota aquí; si no, que será probablemente que no, estará en mi página, que comparto con ella (ella es la de la paleta, yo la de la pluma y el tintero. Gráfico, ¿no? :D)

Daya y Miina, ¡muchas gracias! ^_^

Sólos dos cositas. En primer lugar, Daya, muchas gracias por decirme que te gusta cómo escribo... -^-_-^- Y, bueno, dices que, como pongo a Oliver, sólo Quidditch y Quidditch... lo cual es cierto, pero también hay que fijarse en quién dice las cosas (¡George!) y por qué las dice (¡Grrrrrr!). Pues eso. En el fondo, a mí Oliver me cae muy bien y, bueno, no encuentro tan horrible que le guste el Quidditch, porque le gusta sinceramente y no por tener un tema de conversación.

I, en segon lloc, Miina, una review maquíssima, com sempre!! Aix, noia, em mimes, em mimes!! Em preguntes què era el que ocupava en George... En poques paraules, i talment com ho vaig dir a la Llad quan va llegir aquell tros (o va ser ella, qui ho va dir? :$), una depressió d'allò més programada. Oh, sí, va a enfonsar-se. A consciència! I, respecte al noi de la teva vida, filla, només et puc parlar des de la meva experiència i et puc dir que hi ha dos camins per a assolir un futur maco i estable: o t'enamores del teu millor amic, amb la qual cosa arrisques una amistat però tot és cómode i bonic i ja el coneixes i saps que un futur amb ell és una cosa tranquil·la, d'aquelles de passet a passet, o, si et manquen millors amics (que sol ser el cas, ho sé, que els nois a certes edats no estan com per a amistats...), comences una relació vergonyosa i timidota, plena d'inseguretats, que acaba evolucionant cap a una amistat sòlida com a base d'un amor d'aquells còmodes i bonics i de passet a passet. O sigui que tranquil·la. A poc a poc, i amb bona lletra!

Y, el siguiente capítulo, 'Argh', ¡pronto!

¡Besos!