Pasa, Alicia

Capítulo 8: Argh

Argh. Argh, argh, argh.

A mí me gusta Oliver. ¿Sí?

¡Sí! Es guapo, es simpático, es dulce y considerado... Es formal, es educado, responsable y buen tío en general. ¡Una monadita! Me gusta. Sí. Me gusta. ¡Me gusta!

Hm. Me gusta. Hm.

Entonces, ¡¿por qué demonios no dejo de pensar en George encima de la escoba?!

Suena patético. Es patético. Si él se enterara, se reiría tanto que las mandíbulas se le caerían a pedacitos. Voy tan desesperada que un chico me abraza ¡por pura necesidad, a ver cómo te aguantas, si no, sobre una escoba, dos personas y a toda velocidad! y me paso toda la tarde siguiente imaginando cómo hacerlo para conseguir que me vuelva a tocar. Me siento tan segura entre sus brazos, incluso en un contacto tan casual, que no dejo de soñar despierta con esa misma protección, con una sonrisa, con una frase dulce donde me diga que soy bonita.

¡Cuando lo que soy es penosa!

¿Es que me gusta George, ahora? ¿¿Qué pasa, soy una chaquetera, cambiando de un chico a otro sólo por una trivial muestra de afecto que ni siquiera era tal??

¡¡Argh!!

Pero me duermo pensando en él, imaginando que le importo, que se duerme a mi lado, abrazándome por la espalda en la cama, igual que hemos hecho en la escoba, que me dice que me calme, que sólo es él, que quiere estar conmigo, que me quiere, que cree que soy increíble, que me valora tanto...

¡¡Y – y – y – y...!! ¡Lo – lo que llego a pensar de él! No puedo ni considerarlo sin avergonzarme. ¡Lo que llego a pensar, Merlín! ¡Por una carrera en escoba!

¡Seré peliculera!

Porque tomo sus palabras, sus reacciones reales, y les doy vueltas y más vueltas y más vueltas y me invento que responden a motivos que no corresponden pero que yo me invento igual y acabo pensando que me quiere de verdad y que está celoso y que qué bonito sería, qué suerte tendría yo, qué dulce, qué mono, y qué que no sea Oliver si para mí es igual de guapo, porque no está nada mal, de físico, y porque, además, el físico no podría importar menos si me quiere.

Y, Merlín, no puedo parar. Primero, lo del diario. Bueno, va todo junto. ¡Bueno, ni sé cómo va! El caso es que pienso que reaccionó tan mal, peleándose tanto conmigo y siendo tan desagradable respecto a Oliver porque estaba celoso. Celoso. Leyó en el diario que me gustaba Oliver y se le cayó el mundo encima; por eso se inventó que lo había leído de cabo a rabo, que había disfrutado extensamente de algunos de los párrafos y empezó a taladrarme con cómo de poco merecedor de mis afectos era el capitán. Que por eso se puso tan pesado, por celos, por rabia, porque él me quería y le ponía enfermo que yo hubiera escogido a otro, no ser él, perder antes de empezar. Y me pongo en su lugar y la que se pone enferma soy yo, pero de empatía, porque me lo imagino pasándolo mal, y sufriendo, y la coraza, y no saber cómo reaccionar, y cuando me dijo que pasa de él mismo, que no merecía la pena. Que no sabía tratar a las chicas. Que intentaba ser amable pero que empezaba a hacer bromas y una cosa llevaba a la otra hasta que estábamos tirándonos tiestos a la cabeza. Que estaba celoso, celoso, y, de repente, todo lo horrible que fue durante una semana entera, amargándome la vida con saña, se me aparece como un halago y un motivo para quererlo aún más.

¡¡Argh!! ¡¿Seré idiota?!

Me. Lo. Invento. ¡Todo!

Debería de concentrarme en Oliver, en si se lo diré o no, y dejar de darle vueltas a las pecas de George, a su sonrisa, a cómo me hace reír, a todos los detalles que tiene, a cómo me pasa el brazo alrededor de los hombros, y, así, media hora. George se convierte en el centro de todo y Oliver pasa a ser mono y no creo que el estómago deje de darme vuelcos al verlo, pero, a la vez, es ajeno y distante. Fruta prohibida: si George está celoso, si a George le importo yo y le duele verme con Oliver, ni lo miraré, ni pensaré en él; lo que sea por no hacer daño a George.

Cosa que es ridícula y que implica una sobreactuación que me abochorna hasta a mí misma. ¡George no me quiere! Me estoy montando una historia imposible, conjetura sobre conjetura, cuando yo sé, ¡sé!, que no hay nada de nada. Pero todo es dulce, fácil de creer y encaja de una manera que...

No me lo quiero creer. No me quiero creer que tengo posibilidades con George. No quiero montar castillos para ver que luego son sólo de aire. Dejaré las esperanzas en punto muerto; si me quiere, bien, y, si no, pues no me afecta. No creeré nada, más allá de la duda razonable. No puedo, no puedo, no puedo. ¡No! Observación y razón en vez de suposiciones y sentimientos descompasados.

Lástima que a mi corazón le dé por ir por un camino completamente aparte del de mis decisiones.

¿Enamorada por empatía? ¿Comprada por muestras de afecto?

¿Tan necesitada voy de cariño que me vendo tan barata?

No lo sé. Igual sí, igual iba desesperada, igual todo lo que hacía falta era una caricia para volverme un cachorrito agradecido y leal, pendiente de su amo.

O igual se me ha caído algún tipo de venda de los ojos, porque, de repente, veo mucho más claro.

No me gusta George con la timidez estúpida de cuando era Oliver quien nublaba mi mente. No necesito babear mientras lo miro, no me siento sin nada qué decir en cuanto se acerca. Al revés; hablo con él normalmente. Me comporto completamente natural. Cuando nuestros ojos se encuentran siento una calidez muy agradable en el pecho, pero no pierdo los papeles ni tengo que apartar la vista.

Y sólo verlo, sólo eso, hace que se me desvanezca instantáneamente el mal humor con el que me he despertado y que, en su lugar, se me plante una sonrisa enorme en la cara.

Vamos los seis a desayunar, y entre George y yo se colocan Lee y Katie, haciendo un poco difícil que hablemos, pero, aún así, estoy pendiente de él, dirigiéndole sonrisas y comentarios divertidos a la que tengo oportunidad. Sólo conseguir que sonría me parece un premio en sí, y me devano los sesos para decir algo ocurrente.

Tanto que, después de desayunar, de camino a las clases, Angelina y Katie me separan a rastras de los chicos para, dicen, ir al lavabo un momento, no nos esperéis, os pillamos en el invernadero.

Y, en cuanto cierran la puerta del lavabo detrás nuestro, se me quedan mirando con el ceño fruncido y una sonrisa pícara.

- Lilee – dice Katie, copiando uno de los motes que tanto adora George, lo que me hace suspirar de hastío y, a la vez, sólo de recordarlo, enrojecer un poquito. – Creía que no habías descansado nada.

- Que tenías dolor de cabeza – sigue Angelina, con voz de incredulidad.

- Y lo tengo – protesto débilmente. – No he dormido bien...

Mentira, lo del dolor de cabeza, al menos. Estoy (estaba, corrijo, antes de ver a George, y se me escapa una sonrisa) de mal humor, y ya está, pero es más fácil decirles que me duele la cabeza que no explicarles que estoy enfadada conmigo misma porque ahora, de golpe y porrazo, el centro del mundo es pelirrojo, con pecas y con una sonrisa que nunca me había fijado cómo de bonita es.

- Ya – suspira Angelina, sacudiendo sus trencitas de un lado a otro. – Quién lo diría, con lo charlatana que estás.

Me sonrojo, avergonzada.

- ¿Charlatana? – repito, como si no entendiera de qué habla, mientras rebobino mis recuerdos de la mañana para ver si se nota tantísimo que no paro de intentar divertirle.

- Bueno – acude Katie, – yo diría que sí, bastante. Y George seguro que diría que también.

- ¡Si es que soy irresistible! – exclamo, imitando la voz y los gestos de los gemelos.

Angie me mira con una mueca.

- ¿Lo es?

- ¿Quién? – respondo rápidamente, lo que resta algo de credibilidad a mi tono de inocencia.

- George. No dejas de mirarlo. ¿Hay algo que nos quieras contar?

Sonrío y me encojo de hombros.

- Me siento bien – observo, ciñéndome tanto como puedo a la realidad. – Llevamos días peleándonos muchísimo y, cuando no, él me huía. Ayer me ayudó en el entrenamiento y... la verdad – me encojo, tímida, – me siento muy agradecida de ver que todo va bien y de que me ayudara tanto ayer. No tenía por qué hacerlo.

Angie asiente y se echa hacia atrás, rumiando la sinceridad de mis palabras. Katie reacciona algo antes.

- Pero tú, Oliver, ¿no?

Las miro alternativamente y finjo una muestra de sorpresa, como si no tuviera nada que ver una cosa con la otra.

- Pues claro. ¿No pensaréis que...?

Me interrumpo y bufo con una sonrisa incrédula. ¿Yo y George? ¿Cómo pueden pensar algo así?

Porque yo, a ellas, se lo cuento todo, más o menos, pero no esto. No quiero que sepan lo que pienso, mis dudas, mi tontería por George, hasta que no se me aclare un poco el lío que tengo adentro. Oliver es Oliver y ellas tienen tanta relación con él como la puedo tener yo, pero George es el hermano de Fred, y puedes contar con que Angie le explique una cosa así a Fred, aunque sea sólo por ayudar, y de un gemelo a otro ¿qué hay, tres milésimas de segundo?

- ¿Seguro? – duda Kat.

- Pues claro – insisto. – No sé de dónde habéis sacado una cosa así. Anda, vamos, que llegaremos tarde.

Y corremos hacia el invernadero, donde nos esperan los tres chicos, ya dentro y sentados en mesas contiguas.

Es una locura que me guste George, pienso mientras nos acercamos a él. Es una locura descubrirlo sólo gracias a la sospecha de que él pueda sentir algo por mí y empezar a quererlo porque como él ya me quiere, es más fácil que salga bien. O por empatía, por pena, o lo que sea. Por, en todo caso, un desvarío mío: inventarme que siente algo por mí, que eran celos, y todo eso.

Pero, me justifico a mí misma, lo cierto es que creo que eso sólo me abrió los ojos. George es mi amigo y es uno de los chicos más extraordinarios que conozco y, si ahora entro en el invernadero y ver que se gira hacia mí hace que se me ilumine el día, no es sólo porque él me pueda querer o no. Sólo estoy empezando y podría pararlo ahora si quisiera pero, por mucho que haya empezado como respuesta a una de las posibilidades de sus sentimientos, por mucho que haya surgido todo a partir de un abrazo que no me esperaba y al que le doy más importancia de la que tuvo, lo cierto es que me gusta George Weasley. Me gusta su sonrisa, su nariz pecosa, su pelo, su descaro, su inmensa imaginación. 'Fíjate en alguien que te quiera', me dijo.

Bueno, George, querido, no sé si lo he hecho o no, la verdad, pero creo que encontrarás que es una mejora. Y, teniendo en cuenta que eres uno de mis mejores amigos y que llevamos cinco años compartiéndolo prácticamente todo, si tú no me quieres, Gee, aunque no sea a la manera extendida, aunque sea sólo amistad, no sé quién debe de hacerlo.

Así que me siento a su lado en la mesa, ocupando el sitio que tradicionalmente es de Fred, y me agacho para coger mis pergaminos con toda naturalidad. Angie, con buenísimos reflejos, aprovecha para decirle a Fred que se siente con ella, también como si nada, y enseguida entra Sprout y empieza la clase. George no hace ningún comentario sobre el que me siente a su lado o no y se limita a parecer temperadamente sorprendido unos instantes antes de que la lección de hoy nos haga concentrarnos en otra cosa. No hablamos hasta que se acaba la hora y nos toca recoger los utensilios y, aun entonces, él no pregunta cómo es que me siento a su lado, ni nada. Comentarios sin importancia, bromas sencillas sobre las plantas que nos rodean y una clase menos en el día. Lo siguiente, Historia, de vuelta en el castillo. George se levanta primero, mientras yo guardo una regadera en su sitio, coge sus cosas y me espera junto a la mesa, aunque su hermano y Lee ya están a medio camino de la puerta. Le dirijo una sonrisa agradecida y cojo también mi bolsa. Sólo entonces empezamos a hablar.

- Vamos – suspira, mirando hacia la puerta con cansancio. – Aunque no es como si se fuera a dar cuenta.

¿Campana?, me pregunto con una sonrisa traviesa. Seguro que él aceptaría. Seguro que es lo que él desearía, hacer campana, ni que fuera conmigo en vez de con Fred. Pero tenemos los OWLs, los malditos OWLs, y...

Empezamos a andar, a un metro de distancia, uno al lado del otro. A medio camino hacia la puerta, al pasar bajo un rayo de sol, me doy cuenta de que tiene el pelo mojado, lleno de gotitas de condensación el flequillo, y alargo una mano hacia él para secárselas.

- Espera, ven – le ordeno. – Tienes agua.

Él se intenta mirar la zona afectada, lo que hace que se ponga bizco, mientras yo se lo estrujo cuidadosamente con la palma de la mano.

- La humedad – se justifica.

- Sí – coincido, y, una vez seco, le arreglo el pelo para que esté como siempre. – Ya estás. Vamos.

Él asiente y reanudamos la marcha, pero ya hemos perdido a Fred y a los otros de vista. Me vuelvo a plantear sugerirle hacer novillos, pero soy demasiado buena chica.

- Oye, George – acabo por decirle, un poco después. – Eh, em... ¿te molesta que me siente a tu lado?

Él se gira con una expresión sorprendida.

- ¿A mi lado?

- Sí, como antes – me explico. – Siempre te sientas con tu hermano y me preguntaba si te había importado que me sentara yo.

Sacude la cabeza, aunque no se lo borra la extrañeza.

- No, claro que no. Siéntate donde quieras.

Le sonrío agradecida y giro la cintura a derecha y a izquierda mientras camino, como bailando.

- Estás contenta, hoy – observa él.

Me encojo de hombros.

- Un poco – acepto, sonriente. – No sé, me siento bien.

Él sonríe y se mete las manos en los bolsillos.

- Me alegro – dice, flojito.

Salimos a fuera y caminamos un rato en silencio. Sopla un viento frío pero no demasiado fuerte y, por lo menos, no nieva. Cierro mi capa fuertemente a mi alrededor, para protegerme, y me acerco un poco a él.

- George – le llamo, con el cuello encogido por el frío, - ¿de verdad crees que ese entrenamiento funciona?

Se lo piensa un momento antes de entender de qué le hablo.

- ¿El de la velocidad? – me pregunta, para asegurarse. – No lo sé, Liz. Creo que, si lo que te da miedo es no saber cómo reaccionar cuando vas muy rápido, puede irte bien para coger confianza, sí.

Asiento, pensativa, y me muerdo el labio inferior.

- Quizás sí – concedo. – No sé, contigo en la escoba me siento más segura – le confieso. – No me da tanto miedo estrellarme.

Él se encoge de hombros y no dice nada. Suspiro e intento encontrar una manera de pedirle que me ayude con ese ejercicio, cuando tenga un rato, pero mi razón encuentra enseguida varios motivos para no hacerlo, motivos entre los que prima, básicamente, el poco tiempo que tiene él libre, entre sus propios entrenamientos, exámenes, castigos y bromas. Así que acabo por decir lo único que se me ocurre.

- Gracias – murmuro, mirándole de reojo. – Muchas gracias por ayudarme.

- Ya me las diste ayer – protesta él. – No hay para tanto, Lizzie.

Me encojo de hombros e insisto.

- Sí que lo hay – replico. – Estuviste mucho rato conmigo, perdiendo el tiempo, cuando tienes muchas más cosas que hacer y, bueno, tampoco tenías por qué. En serio, George, te lo agradezco mucho.

Pone los ojos en blanco y suspira teatralmente.

- De nada – concede. – Me alegro de que te sirviera de algo, si es que te sirvió.

Sonrío enigmáticamente y me digo que ni él sabe cuánto me sirvió. ¡Si no hubiera sido por ese entrenamiento, ahora mismo no me temblarían las piernas, Gee!

- Igual debería de entrenar más – reflexiono en voz alta al cabo de poco. – Angelina hace que me ponga colorada cada vez que coge la escoba.

Él ríe suavemente en anticipación de sus siguientes palabras.

- Curiosamente, ¡es lo mismo que le pasa a Fred!

- ¡Por cierto! – exclamo, ante la mención – Fred y Angelina. ¿Qué?

Él me mira con inocencia.

- ¿A qué te refieres?

- Tú haciendo de Fred – le recuerdo – me dijiste no sé qué de Angie. Diste a entender que te gustaba. ¿Es cierto?

Sacude la cabeza con una mueca de horror.

- No pretendo ofender, ¡pero Angelina no es mi tipo!

- Tonto – le riño, con una sonrisa. - ¡A Fred!

Él se encoge de hombros.

- No es asunto mío – musita, sin ganas. – Yo no dejo de decirle que me deje intervenir, que ya verá qué bien que le sale todo, pero él no quiere, así que no puedo decir nada. ¿Y ella, le corresponde?

Río y choco mi hombro contra su brazo. Qué malo es; sólo con la última palabra ha dejado entender lo que decía no ir a decir. Él me devuelve el golpecito, suave y con una risa reprimida, con la boca cerrada para disimularla. ¡Está más guapo...!

- Sí, le corresponde – acabo por contestarle.

- Feúcho con suerte – suspira él, mirando el cielo.

- ¡No es feo! – protesto inmediatamente. – Yo lo encuentro muy mono.

George me mira un instante, baja la vista y resopla, sin decir nada en un buen rato, hasta que ya estamos dentro del castillo.

- Me alegro por él – suspira, mirando distraídamente a su alrededor. – Por los dos.

- Yo también – le respondo, muy sinceramente. – Estarán bien juntos. ¡Aburrirse no se aburrirán!

Él sacude la cabeza con una sonrisa ladeada.

- No – concuerda. – Nunca.

Callo, completamente de acuerdo con él.

- Pero no se lo digas a Fred, ¿eh? – salto, de repente. – Angelina no quiere que lo hablemos, y...

- No te preocupes – me tranquiliza. – No pensaba hacerlo.

Sonrío y alzo un hombro.

- Lo sé – murmuro, con una sonrisa. – Pero tenía que decirlo.

Él me mira con el ceño fruncido un instante.

- Confías en mí, ahora – observa, medio divertido.

- Salté a conclusiones precipitadas y no usé la lógica – me critico. – Fui una estúpida y no quiero que me dejes caer jamás en los mismos errores pero, sí, claro que confío en ti. ¿Lo dudas?

Se encoge de hombros.

- Bueno – vacila, – no soy una persona excesivamente de fiar.

- Eso no es cierto – refuto. – Eres muy de fiar. Todo aquello fue un malentendido.

- Qué positiva estás hoy – me reprocha con una sonrisa. - ¡Al final hasta te pareceré buena persona!

- ¡Uy! – exclamo, ofendida. – Tanto no, Gee, hasta tú sabes que tienes límites. No que los respetes, no, pero sabes que los tienes.

Ríe suavemente y me mira con interés.

- ¿Cómo me has llamado?

- Gee – repito. - ¿Qué pasa, los apodos ridículos son de tu exclusividad?

Sacude la cabeza y se lleva la mano al corazón, formal.

- Todo tuyos, Al – trina.

- Gracias. ¿Te molesta?

Responde con una mueca de indiferencia.

- Soy el único de mis hermanos que no tiene mote – observa. – Hasta que no lo pruebe no sabré si me molesta.

- Será cuestión de probarlo. ¿Nos quedamos con uno, o tengo que inventarme veinte diferentes, como haces tú?

Él duda un instante.

- Quedémonos con uno por el momento – propone – hasta que me acostumbre. ¿De acuerdo?

- De acuerdo.

- A ti te molesta, ¿verdad? ¿Quieres que pare?

Sacudo la cabeza.

- No me molestan en serio – le confieso. – Si estoy enfadada y me chinchas con ellos, sí, pero, si no, no me molestan. O si son excesivamente ridículos.

- ¿Bliblee? – pregunta, riendo.

- Por ejemplo – asevero. - ¡Pero si ni se reconoce mi nombre!

- Ya – suspira él, – pero es que llega un momento que no se pueden hacer más cursis. ¡Tu nombre no da para tanto!

- ¡Oh! – me quejo. - ¡Pues anda que George! ¡Si es que no se puede encontrar mote alguno!

Él sonríe compasivamente y me abre la última puerta. Entramos en la clase de Historia y, como nuestros amigos han pasado antes, nos encontramos que nos han dejado una sola mesa para los dos, manteniendo las parejas de Herbología. Le dirijo a George una mirada de duda y señalo la mesa, pero él me hace una mueca para asegurarme que no hay problema. Cuando nos sentamos, mientras Binns empieza la explicación, le pregunto si está seguro, porque Historia es Historia y él y Fred se pasan siempre las clases preparando cosas, pero él me repite que está bien, que Fred está mejor y que un cambio siempre es agradable y, pluma en mano, empieza a escribir en un trozo de pergamino. Sin dar crédito a mis ojos, tengo que alzarme sobre su hombro para ver qué está haciendo, porque no me creo que esté tomando notas. En cuanto lo nota, aparta el pergamino de mi campo de visión y me saca la lengua infantilmente.

- ¿No tomas apuntes? – me echa en cara, con voz repelente.

- Aún no ha dicho nada nuevo – protesto con suficiencia. - ¿Se puede saber qué haces?

Él asiente y me pasa el pergamino.

- Te escribo notitas – explica, mientras leo un '¡¡Hola, Lizzie-Pizzie!!' en lo alto del rollo. – He pensado que no querrías que Binns nos pillara hablando y nos quitara puntos.

Asiento y cojo mi pluma para contestarle.

'¡Hola, Gee-Gee! ¿Sabes que es la primera vez que me siento a tu lado?'

Él garabatea rápidamente la respuesta.

'¡Y tanto! ¡¡Esto de tener un gemelo es casi como la lepra: no hay quien se siente contigo!!'

Le respondo con una mueca comprensiva y él retoma la pluma para seguir escribiendo.

'Aunque, no sea que Fred coja esto y se enfade conmigo, ¿eh?, tener un gemelo también tiene sus cosas buenas.'

Arrugo la nariz antes de contestarle.

'¡No creo, la verdad, que el claustro piense lo mismo!'

George ríe suavemente.

'No, ¿eh? Supongo que, si fuéramos sólo uno, seríamos más controlables.'

'¿Y la escuela más aburrida?'

George se lo piensa un poco antes de responder, mientras yo tomo apuntes como una buena estudiante.

'Quizás descubriríamos nuevos talentos', acaba por escribir. 'Igual hay un montón de bromistas frustrados por nuestro monopolio.'

'Bueno', concedo, 'seguro que siempre hay un par de alumnos que destacan por su creatividad y su alegre interpretación de las normas. Y, los demás, dejan que sean ellos los que carguen con el peso de la imaginación y con todos los castigos.'

Él asiente pensativamente. Una nota de Fred, de la mesa de delante, nos interrumpe, y yo observo de reojo a George mientras la lee y la responde.

'Fred dice', vuelve a escribirme a mí, cinco minutos más tarde, 'que le gusta la nueva disposición de asientos.'

Sonrío disimuladamente.

'A mí también', le confieso. 'Siempre se agradece un cambio.'

Cito sus propias palabras, y él se da cuenta y alza las cejas.

'Algunos más que otros', objeta. 'Me sorprende que me quieras aguantar en clase, y todo.'

'Bueno, tengo que dejar clara una cosa', escribo, con aire misterioso.

'¿Qué?'

'Que, aunque tú no te lo quieras creer, soy tu amiga y me gusta estar contigo', le replico, sacándole la lengua. 'Nos hemos peleado muchísimo, pero ahora hemos hecho las paces y me gustaría que todo fuera como antes.'

'Es como antes', asegura él. 'Sólo que, bueno, pensaba que querrías pasar de mí unos días hasta que se te olvidara cómo de desagradable soy.'

'No eres desagradable', corrijo enseguida. '¡Sólo un poco especial!'

***********************************

¡Uy, cuántas reviews! ¡¡Y qué bonitas!! ¡Muchas gracias! (Mar tira florecillas a los lectores mientras da 'saltironets')

A ver, una a una:

Miina, sí, filla, i tant que vas ser la primera! De fet, la teva review em va arribar quan acabava de posar el capítol, i em vas sobtar i tot! :D Personalment, visualitzo en George com a fortot i adorable, un peluixet bromista i juganer, però no exactament guapo. Molt, com diu l'Alícia, especial. Però el físic, crec jo, és una de les coses que menys importa, a la llarga. Oh, i les mates al poder!!! Però si són el del més maco que hi ha a escola!! Quan es complica el càlcul amb l'análisi vectorial, accepto que la cosa és un xic confusa fins que l'entens, però, l'àlgebra és maca! Per cert, gràcies per llegir-te el Desaparecida, també! ^_^

¡Yaiza! ¡Hola, chica! En el capítulo anterior no me dio tiempo de comentar tu review porque cuando la vi ya estaba subido el nuevo capítulo, ¡lo siento! Fanfiction.net lleva unos días un poco... rarita, pero bueno, ¡paciencia! Seguro que tu ordenador, en cualquier caso, está en mejor estado que el mío, que me lleva dos años pidiendo una renovación (pero yo quiero a éste! Soy sentimental! O perezosa...) Me alegro de que te guste la historia y, bueno, supongo que es bueno que os vaya sorprendiendo, ¿no?

jaleb: por alguna razón, no había leído tu review en el correo, y la acabo de descubrir ahora, escondidilla entre las otras: ¡ha sido como encontrar una perla cuando no te la esperas! Es una review muy, muy bonita, de ésas que te ponen una sonrisota socarrona en la cara y tengo que agradecerte, como a todos, que gastes tu tiempo leyendo, primero, y molestándote a dejar una nota, después. Muchas, muchas gracias.

Nimph: Hola, noia! M'ha fet il·lusió retrobar-te! :) Gràcies! M'alegro que t'agradi! I, sí, a mi tb em recorda al Pero no entre sí, malgrat que ells siguin radicalment diferents (bé, sóc la mateixa escriptora, estrany seria que els fics no tinguessin res en comú). Si t'hi fixes, hi ha un parell de picades d'ullet al PNES... :) I, no, la Lilee-Cilee no s'entera ni de la meitat, tot i que, tonta, no ho sigui. (Els hi tinc una mania especial a les protagonistes que no pensen el que és obvi, mira...!!)

*Rosie-chan*: ¡¡Uy, uy, fantasías de pelirrojos!! :D ¡Yo quiero! Y no te preocupes, ¡yo también voy ocupadísima! Habláme cuando tengas tiempo y te apetezca, pero no te sientas obligada nunca, ¿vale?

¡Muchos, muchos besos!