Pasa, Alicia
Capítulo 9: Percy, Diggory, ¡hasta Ron!
Más que un poco especial, diría yo. Haya lo que haya detrás del comportamiento de George, lo que no se le puede negar, al menos, es que tiene una enorme personalidad de lo más original y, para qué negarlo, hasta encantadora. Hiperactivo, quizás, y con una imaginación desbordante, se hace notar donde esté, no sólo por las bromas sino también por los comentarios ingeniosos que te hacen reír. Me paso toda una semana observándole y juzgando en silencio si estoy loca o no, y llego a algunas conclusiones.
Por una parte, por ejemplo, me doy cuenta de que, para enamorar a alguien, para interesarle, o lo que sea, hay diferentes caminos que te llevan a diferentes sitios. Lo digo por mi experiencia: Oliver y George. Aún no tengo claro si George me gusta o qué, pero por lo menos me doy cuenta de cómo y por qué Oliver, y de cómo y por qué George. Oliver, para empezar, entró por la vista. El chico es guapo y su físico me llamó la atención. De ahí, sumando un par de detalles de comportamiento y sin olvidar el atractivo añadido de ser un chico mayor y más importante que yo (cosa que siento que tienen todos los de sexto y séptimo, no sé por qué) que me hacía caso regularmente y que era muy agradable conmigo, llegó a gustarme. Pero, la verdad, no mucho. O sea, sí, bueno, bastante, pero a un nivel puramente 'superficial'. Sin opciones de futuro que yo considerara realmente. Sin conversaciones serias. Sin conocernos. Sin creérmelo demasiado. Atontada, solamente, porque lo encontraba muy mono.
Y luego está George. Lo que siento por él es, la mayor parte del tiempo, tan diferente de lo que sentía por Oliver que, la verdad, me cuesta reconocerlo como lo mismo. A veces no, tengo que confesarlo; a veces, a ratitos, cuando George hace o dice, me siento igual que cuando me miraba Oliver, con cosquillas en el estómago, una sonrisa tonta pero enorme, nervios e inseguridad... Pero son las menos veces. Con George, en cambio, me siento cómoda y feliz, satisfecha de ver que nos llevamos bien otra vez, confiada y encantada. A ratos, cuando me voy a la cama o cuando estoy sola y me da por pensar, también hay frustración e inseguridad. ¿Me quiere? ¿No me quiere? ¿Tiene todo esto algo de sentido? ¿Me estoy enamorando de él, y ahora va en serio, no como cuando Oliver, y acabaré haciéndome el mismo daño? Igual es un error darme alas. Igual debería de reducir el contacto con él, dejarme de chicos en absoluto y concentrarme en llevar una vida feliz y plena yo solita. Un clavo saca a otro clavo, y en este sentido George ha hecho que Oliver se esfume considerablemente (aunque no del todo, y, un poco, aún me pongo colorada cuando estoy sola con Oliver), pero me da un poco de miedo que sea peor el remedio que la enfermedad y que supere lo del capitán para caer más hondo con George.
Pero, a lo que iba, que me he dado cuenta de cómo puede George gustarle a una chica, y me sorprende que no me prendiera antes. Por una parte, hay la sicología 'como me quiere, le quiero también'. Puede parecer ridícula y, si no hay treinta páginas de mi embrollado diario sobre ella, no hay ninguna. Como cabe la posibilidad remota de que George sienta algo por mí, con lo que todo su comportamiento se explicaría románticamente y yo me sentiría muy especial, porque un chico se fija en mí y le importo y todo eso, yo voy y dejo un pedacito de mi corazón para él. Puede parecer ridícula, insisto, pero, eh, bueno, me ha pasado. Y de ahí he concluido que hay pocas cosas más bonitas que que te quieran, igual que hay pocas cosas más excitantes que despertar deseo. Y, si un chico quiere conseguir a una chica, una buena táctica es demostrarle que ella le importa, tener detalles con ella, hacer que ella vea que le quiere. Nada más fácil. No dudo que no estoy descubriendo nada nuevo pero es algo que yo, personalmente, no sabía. Y supongo que también funciona en el sentido contrario, de chica a chico, porque, cuando quieres a alguien y no te da vergüenza demostrárselo, eres de lo más agradable y cariñosa y eso seguro que, a un nivel o a otro, es más efectivo que no dejar de insultarle, ¿no?
Total, que, por ahora, tengo, primero, que te puede entrar un chico por los ojos gracias a su físico y, segundo, que, para encandilar a alguien, nada como quererle.
Y luego está la risa. Si George y yo llegamos a nada, o sea, si, bueno, si acabo por decirle que me gusta y eso...
Porque me gusta. Me lo cuestiono y cuestiono como si fuera imposible, como si no me lo pudiera creer, como si me estuviera volviendo loca, pero lo cierto es que, dentro de mí, aunque no me lo quiera confesar del todo, sé que siento algo. Y no por haber comenzado como respuesta a unas vacías esperanzas de que él me quiera es lo que siento menos digno. No. Me niego a quitarle valor sólo porque antes (muy antes, muy antes) me gustara Oliver Wood.
Me hace reír. Parece una chorrada. Llega, mira a su alrededor, ve cualquier cosa y suelta alguna que hace que te rías. Y ya está.
Yo lo veo como si todos lleváramos una pantalla alrededor, transparente pero impenetrable, que mantiene a los demás a una cierta distancia afectiva. Completamente cerrada para los desconocidos, cerrada y con pinchos para los enemigos y cerrada, pero a una distancia más corta, para los amigos. Bueno, pues llega alguien, pongamos George, hace que te rías y la pantalla titila. Palpita, un segundo más brillante que normalmente y al siguiente, menos. Y una vez. Y otra. Y otra más. Pero, cuando vuelve al funcionamiento normal, lo hace con menos potencia cada vez.
Y llega un momento en que, cuando brilla menos, sencillamente deja de hacerlo, y tienes a un George con acceso a todo tu espacio, sin barreras afectivas de por medio. O sea, que, si George quisiera, sólo por hacerme reír, sólo por ser divertido y, un poco, también, por quererme, podría querer pasar tiempo y tiempo con él. No el resto de mi vida (aunque se me pasa por la cabeza), porque esas palabras están un poco fuera de mi alcance, con mi edad, pero sí algo más de tiempo. Y de más calidad.
Mira, le quiero, qué le vamos a hacer.
¿Y qué hago al respecto? Nada. Esperar. Observar. Razonar. Por lo menos, eso, lo he cumplido. Voy a clase, estudio, hago los deberes, paso con mis amigos gran parte de mi tiempo libre, charlando o yendo a jugar fuera o lo que quieran ellos, y me acerco a George, como amiga, tanto como puedo. Desde Herbología, me siento con él en algunas clases. En la mitad, más o menos. Nos vamos turnando, Fred y yo, para ponernos a su lado. Depende de las clases, soy yo la que prefiere no forzar la situación, porque las parejas de trabajo ya están hechas y sería un poco raro cambiarlas y, en otras, es sencillamente casualidad; entramos separados, se sienta él primero y Fred va detrás por tradición, yo me encanto y acabo poniéndome en la última fila, por llegar tarde... cada día es una aventura. Y, cuando conseguimos ser pareja en las clases, comentamos los deberes, la ropa del profesor, la postura de Angelina y Fred en la mesa de delante, la última de los Slytherin. Cualquier cosa. Charla trivial sobre cosas mundanas.
Luego está el Quidditch. En los siguientes dos entrenamientos, no hacemos carreras, así que no tengo ni oportunidad de comprobar cómo de bien me ha ido montar en escoba con él. Entrenamos por grupos, cosas muy concretas, con lo que me harto de ver a Angelina y a Katie, y sólo a ellas, y, si no, hacemos partidillos de calentamiento, con lo que todo lo que veo de George es su bate silbándome en el oído cuando pasa cerca, persiguiendo una bludger. Todo un poco frustrante pero, bueno, el Quidditch no es toda mi vida. Y, además, creo notar que él está un poco irritable antes y después de los entrenamientos. Podrían ser imaginaciones mías o podría estar demasiado sensible al respecto, con todas las invenciones sobre sus motivaciones reales de cuando era tan desagradable, pero yo diría que está como más hostil conmigo. Cortante.
Lo que lleva a una cierta reconciliación de lo más agradable, por cierto, después de los entrenamientos. Extenuados a conciencia por nuestro incólume capitán, llegamos a la residencia y nos dejamos caer en algún sofá, todos en sincronía. O me pego a George, me recuesto en él, espalda contra hombro, y hablo en susurros agotados hasta que consigo que a él se le olvide el mal humor y me pase la mano por la cintura y vuelva a ser tan travieso como siempre.
Que igual me lo invento. O igual no. Que igual le afecta. O igual no.
Sobre eso, no tengo nada claro. Si tuviera menos miedo de hacerme falsas ilusiones quizás sería menos insegura al respecto, pero, temiendo, como temo, ver amor donde sólo hay amistad, la verdad es que no me decido a creer nada, ni para bien ni para mal. Me mira, me sonríe, hablamos mucho y es ligeramente hosco con el capitán, pero no es nada determinante. No le tolera algunos comentarios y pone los ojos en blanco ante algunos de sus gestos, pero no es, para nada, como un letrero de dos pisos con la palabra celos brillando con estrellitas. No. No lo sé. Si estaba celoso porque me quiere o si era sólo que de verdad creía todas esas cosas malas de Oliver y de mí, no lo sé. A mí él me gusta, y Oliver ya no. Eso acaba por ser, casi, casi, lo único que sé seguro.
Con una sonrisa, tengo que admitir que, bueno, es algo.
Y, respecto a lo de por qué me gusta George y por qué me gustaba Oliver, bueno, tengo que añadir algo más: en lo de George también hay parte de físico. Son los gemelos y ser Adonis no es parte a destacar de su encanto, pero no es como si no fueran atractivos. Llevo meses escuchando a Angie cuchichear sobre su barbilla, sus pecas, lo fortachones que se estaban poniendo y, para ser sincera, George también entra por la vista. Cuesta un poco más que en el caso de Oliver, sí, pero también. Sólo hay que saberlo apreciar.
Como nota al pie, de lo más frívola y banal, sólo por aligerar el tema, ¡¿te imaginas que acabamos siendo familia, Angelina y yo?!
No soy la única, por eso, que pasa una semana de contemplación y reflexión.
Oliver. Bueno, sensible, es. Y no puedo evitar notar que tiene una sonrisa preciosa cuando se me acerca, medio incómodo medio osado, para hablar conmigo el viernes por la noche, cuando yo vuelvo a la sala común desde la biblioteca, donde estaba ampliando Runas. Se levanta un poco más tarde que yo, sale detrás mío y me pilla en el pasillo.
- Alicia – me saluda, con esa sonrisa insegura.
- Hola, Oliver – le respondo, sonriendo también. - ¿Ya has acabado?
Asiente y dirige una mirada sugestionada a sus libros.
- ¿Y tú?
- También – respondo. - ¿Para dónde vas?
- A la torre. ¿Y tú?
- También – repito.
Él se encoge de hombros y empezamos a caminar juntos.
- ¿Qué estabas haciendo? – me pregunta, como casualmente.
- Runas – explico. – Teníamos un texto para traducir. ¿Y tú? ¿DADA?
Asiente y me mira un poco sorprendido de que lo sepa.
- Te he visto coger libros de la sección – explico.
- Elemental, querido Watson – se burla de sí mismo y rápidamente se excusa por la mención. - Es de un libro Muggle...
Río suavemente.
- Lo sé – le aseguro. – Unos cuantos libros, de hecho. Los casos de Sherlock Holmes, de Sir Arthur Conan Doyle. A Katie le gustan bastante.
Él asiente.
- Cierto – suspira. – Se los leyó el año pasado.
- Efectivamente. Y, ¿qué, muy aburrido, DADA?
Sacude la cabeza rotundamente.
- ¿Con el profesor Lupin? ¡Bromeas! ¡Para un profesor bueno que tenemos!
Completamente de acuerdo.
- A ver si éste nos dura – le digo. – Sabe lo que se hace y siempre consigue que las clases sean amenas.
Oliver asiente rotundamente.
- Éste sí – pronostica. – Es imposible que sea un mago del mal. Y, bueno, ¡de Lockhart tiene bien poco!
- Nada de nada – confirmo yo. – Lockhart era un fraude, y lo peor fue que yo, por lo menos, me lo creí todo.
- Y yo – me consuela él. – Y prácticamente toda la escuela.
- ¡Menudo farsante! – exclamo.
- Ya – bufa él. – La verdad es que, si no llega a ser por el profesor Lupin, a saber qué nos hubiera tocado este año.
Asiento. Él retoma la palabra al cabo de un rato.
- Oye, Alicia, tú y George ya... ya estáis mejor, ¿verdad que sí?
- Sí – respondo. – Mucho mejor. Hicimos las paces y ahora somos buenos amigos. ¿Por qué?
Él sacude la cabeza.
- Por nada. Sólo que me he fijado que os lleváis bien otra vez y, bueno, quería comentarlo...
Comentarlo. Curiosa manera de decirlo.
- Estamos muy bien – insisto, con una sonrisa agradecida. – No volveremos a tirarnos los platos a la cabeza ni nos chillaremos ni haremos nada raro en el campo de Quidditch.
- Quidditch – replica él, con una mueca. – ¡No hablaba de eso, ahora! Si tenéis que desahogaros, mejor sobre una escoba que en tierra; se llega más lejos. Además, con eso, practicáis. Pero no iba por ahí – persevera. – Lo decía porque tenéis una relación un poco rara y me preguntaba si tú estarías bien.
- ¿Yo? Perfectamente. De verdad.
- Pues me alegro, chica. ¿Ya no quieres matarlo?
Río suavemente.
- A ratos – miento. – Cuando nos quitan cien puntos de golpe, y eso.
- Ah, eso – me sigue la broma. – Bueno, no es para tanto. ¡Total, sólo son puntos!
Sonrío y los dos callamos unos instantes.
- Perdónale – acaba por decir él. – A veces es un poco difícil y dice lo que no debería de decir, pero no lo hace con maldad.
- Lo sé – le aseguro. – Todo aquello está olvidado.
Oliver duda un instante, abre la boca y la cierra sin decir nada. Le miro en silencio hasta que vuelve a abrirla.
- Te quiere – acaba por decir. – Igual no lo expresa, pero te quiere.
- Y yo a él – respondo, tranquilizándole. – No te preocupes, Oliver, estamos bien. Todo fue una enorme confusión, porque él no hizo lo que yo creía que había hecho y sólo me lo dijo porque...
Buena pregunta. ¿Por qué?
- Bueno, no sé por qué – acabo mi frase tras una pausa. – Pero sé que todo fue un error y estamos bien y hablamos y...
- Lo sé – me interrumpe. – Os he visto. Estáis bien.
Y vuelve a callar, pero con una expresión preocupada que no entiendo para nada.
- ¿Entonces? – acabo por preguntarle.
- ¿Qué?
- Que qué te preocupa.
Baja la vista y se encoge de hombros.
- Nada.
Observo, callada, y espero a que siga hablando. Es una de las mejores tácticas para conseguir que la gente diga más de lo que piensa: dejarles que hablen mientras tú te limitas a escuchar.
Oliver rompe pronto el silencio.
- George. Que no esté bien. No sé. ¡Es tan difícil!
Alzo las cejas. ¿Difícil? ¿El qué?
- ¿Qué es difícil?
- George – explica él. – Todo.
George es difícil. Bueno, lo es, a veces. Me encojo resignadamente de hombros.
- Yo creo que él, ahora, está bien – aventuro. – Ya no nos peleamos, ni nada de eso...
- Eso está bien – me anima. – Muy bien. Y, Alicia, ¿te... puedo hacer una pregunta?
Asiento y me giro hacia él.
- Claro.
- Últimamente estás muy contenta – observa. – Y... miras... mucho a George.
Enrojezco instantáneamente.
- ¿Mucho? – pregunto, con una mueca de horror.
- No mucho. No, no. Bonito, ¿eh? Estás pendiente de él, y eso...
Sé exactamente por dónde va Oliver y siento que me tiembla todo el cuerpo de nervios. ¿Qué le digo? ¿Seré capaz de decir en voz alta lo que siento y será precisamente a Oliver, no a una de mis amigas?
- Me he dado cuenta – empiezo, con voz débil, montando cuidadosamente la frase en mi mente, - de cómo de importante es para mí la amistad de George.
Oliver asiente y me sonríe cariñosamente.
- Me alegro muchísimo, Alicia – me dice, sonando completamente sincero. – A veces no nos damos cuenta de lo que tenemos al lado hasta que lo perdemos, y me alegro de que vosotros lo hayáis recuperado a tiempo. Y, Alicia...
- ¿Sí? – pregunto, al ver que se interrumpe.
- Si alguna vez necesitas hablar... cuenta conmigo.
Asiento.
- Gracias. Lo haré.
De tácito acuerdo, aligeramos el tema.
- Hablando de Lockhart – dice, con picardía, y yo intuyo lo que sacaremos a colación ahora, - ¿qué es eso que dijo George...?
- Ya, ya – le interrumpo. – No tengo criterio.
Ríe suavemente.
- Ni tú, ni la mitad del mundo mágico – se queja. - ¡Hasta mi madre estaba loca por él!
Le dirijo una mueca compasiva y le pico suavemente en el hombro.
- Qué le vamos a hacer – digo, sin mucho sentimiento. – Una cara bonita, y perdemos de vista la realidad.
Oliver suspira.
- Pero no es cierto que creas que no tienes criterio – me corrige, más serio, - ¿verdad?
- Supongo que no – concedo. – Me avergüenzo de haber caído en la trampa de Lockhart, cosa que los gemelos se encargan de recordarnos periódicamente a Angelina, a Katie y a mí, y sólo para hacernos rabiar, pero creo que voy escogiendo mejor.
Él asiente, pero no dice nada, así que acabo por volver a hablar yo.
- Me siento muy bien con George – reflexiono en voz alta. Es un tema del que no estamos exactamente hablando ahora mismo, pero antes se ha quedado como colgando por ahí y me decido a reemprenderlo porque, aunque no lo necesito, sí tengo ganas de hablar de ello y Oliver me lo ha ofrecido antes. – Nunca me había sentido así.
- Me alegro mucho – dice Oliver, con una sonrisa brillante. – No creo que pudieras haber escogido mejor, la verdad.
Arrugo la nariz.
- Según él, probablemente sí – me quejo. – Percy, Diggory, ¡hasta Ron!
La expresión de Oliver se petrifica un instante.
- Un momento, un momento – dice, apresuradamente. - ¡¿Me estás diciendo que propone a Percy antes que a sí mismo?!
Río suavemente y me encojo de hombros.
- Percy – cito – no está tan mal.
Oliver ríe también.
- Necesito una declaración jurada de eso.
Me encojo de hombros y seguimos andando un rato en silencio.
- El chico de que hablamos... – comienza él por fin.
- Ah, sí – susurro, en cuanto recuerdo aquella conversación.
- ¿Era él?
- No. Me gustaba otro. No tanto como George ahora, por eso – observo. – Me gustaba otro y él se enteró y se puso a hacerme la vida imposible porque creía que no había escogido bien y por eso nos pelamos tanto.
Oliver asiente.
- Lo sé. Me lo contó en el campo de Quidditch.
Alzo las cejas y le miro, sorprendida.
- ¿Qué te contó?
- Que te gustaba un chico, de fuera de la escuela. Que él no creía que fuera el chico para ti.
Sonrío ampliamente, divertida.
- ¡Vaya cara! – río. – ¡No era un chico de fuera de la escuela! ¡¡George, pero qué morro!!
Oliver me observa, sin saber qué pensar.
- ¿No? Pero él me dijo...
- Para despistar – concluyo. - ¡Es increíble!
Se encoge de hombros y me pide perdón con una mueca.
- Lo que sea – acaba. - ¿Y ya no te gusta?
- No. Por el camino descubrí a George.
- Bien hecho – me anima. - ¿Y él sabe que ya no te gusta el otro?
Sacudo la cabeza.
- No hemos hablado más de eso.
- Pues deberías decírselo – me aconseja. – Por lo menos, que ya no hay otro.
Me encojo de hombros y el corazón empieza a latirme más rápido mientras reúno fuerzas para preguntarle lo siguiente.
- ¿Es tan... importante que lo sepa? – digo, débilmente.
¿¿Le importo a George??
Oliver me sonríe, alza una ceja y chasquea la lengua.
- Ah, no – se queja. – Eso ya lo sabes tú solita, creo yo. ¡No me necesitas!
Y, sin más, volvemos a la residencia, en silencio, caminando juntos pero cada uno encerrado en sus pensamientos.
Lo sé yo solita. Bueno. Le he dicho a Oliver que me gusta George. Qué complicada soy, sobre todo cuando llevo una semana huyendo de Angelina y de Katie que no paran de preguntarme por cualquiera de los dos chicos. Y Oliver me ha dicho que se alegra y que no podía haber escogido mejor, que bien hecho, que le diga que, por lo menos, ya no hay otro. Me da esperanzas. Me trata como si tuviera posibilidades reales.
Se me planta una sonrisa enorme en la cara y se me encoge el corazón de alegría. ¡Posibilidades! Me ha dicho poco y me lo ha dicho bastante velado como para no revelar demasiado pero, a la vez, lo suficientemente claro como para que no me dé miedo tener esperanza.
Y, bueno, sí... tengo que decírselo. Tengo que hablar con George, tengo que decirle que Oliver ni fu, ni fa y que me vuelva a ayudar con el entrenamiento de una vez, que me siento bien con él, que quiero que estemos siempre como ahora, sin pelearnos, sin discutir, disfrutando de su compañía.
Me siento un poco culpable por lo que me lleva a querer decírselo. Es como cobarde que quiera contárselo ahora, que Oliver me ha dado a entender que todo está bien. Quiero decir que, en el fondo, no me arriesgo, porque yo ya sospecho que él me corresponde, y no es demasiado bonito hacerlo sólo por eso...
Pero, rápidamente, me corrijo a mí misma. Quiero a George. En serio, lo quiero, me siento eufórica cuando él está cerca y sólo quiero su contacto, sus ojos, su sonrisa, sus bromas. Quiero a George. Empezaría por lo que empezara y me preocupará lo que me preocupe el por qué, sí, pero ahora lo quiero y nada cambia eso. Y se lo digo porque lo necesito, porque quiero sacarlo, porque necesito decirle que le quiero y que quiero estar con él.
¿Creo, diga lo que diga Oliver, que me corresponde? Con el corazón en la mano, la verdad, ni más ni menos que antes, o sea, no lo sé. Igual sí, igual no. Tengo más sospechas de gustarle a George que, por ejemplo, de gustarle a Lee, pero no es nada definitivo. Nada seguro. Y Oliver me ha infundido ánimos, me ha dado un poco de seguridad en mí misma, en que merece la pena, en que George merece saberlo, pero no me ha dado nada claro sobre su posible respuesta. Ha hecho que no me importe tanto y que crea que, en el fondo, George y yo, como amigos, nos tenemos cariño suficiente como para que algo como una confesión mía no rompiera nada. Que crea que quererle es bonito y que no puede horrorizarle. Que me reconcilie con la idea de haber perdido la cabeza por un pelirrojo alocadillo.
Porque, bueno, ¡vaya si la he perdido!
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:) ¡El penúltimo, sin contar el epílogo! Básicamente, de transición, al principio, pero con algo de marcha Wood-era al final...
Muchísimas gracias por vuestros comentarios, mis queridísimas amigas :) ¡Son como para alegrar el día a cualquiera! Veamos, que os respondo una a una, lo que ya se ha convertido en una costumbre...
*Rosie-chan*: Me alegro de que te gusten los nicks, muchas gracias por visitar la página y me hace muy feliz que te gustara. Y, por las fantasías, *voz grave y ojos desorbitados* ¡¡¡¡no te preocupes!!! ¡No me cuesta mucho ir servida! Yo y mi imaginación desbordante... :D
Miina: Ho sento, maca, na Rosie se't va avançar! :) Però a mi m'agraden totes iguals :p Bé, com has vist, sí que és en el següent, que s'adonen dels sentiments, i tot... Ja veuràs, ja. A veure què et sembla! I l'epíleg, després, per a donar temps de situar i pair algunes de les cosetes del fic. Hm...!
Ly de Black: :) Actualizo muy regularmente, sí... algo bueno que tengo que aprender a hacer con mis demás fics :/// (Mar sacude la cabeza pensando en el curioso momento que están pasando su fic Algo y ella, en pleno timeout). Bueno, me alegro de que te guste!
Alicia: ¡Hola, guapa! ¡Qué sorpresa! Y qué comentario más bonito... ^_^ Gracias. En serio. ¡Mchuicks!
Maravilla Divina: Gracias. :D Me gusta tu ego. Y, sexo... no, yo diría que no. Habrá algunas insinuaciones en el epílogo y una escena de cama en el sentido estricto de que pasará en una cama, pero nada, desde luego, gráfico, sólo besos y desatar lazos. Gráfico no. ¡Para nada!
Zapping: Sí, té un bon embolic... Per això he fet servir aquest capítol com a pont, perquè s'aclari una mica, i per això li he donat una mica de temps. Pobreta, eh? A ella ja li agrada canviar d'opinió però, alhora, no deixa de preguntar-se si deu estar bé o què o si es ven barata... Uff.
Y, el siguiente, 'Ni ganas', ¡el final!
¡Muchas gracias a todos por leer esto y un besazo!
