Pasa, Alicia
Capítulo 10: Ni ganas
Tardo unos veinte segundos en localizar tres cabezas pelirrojas entre la pequeña multitud de la sala común. Es viernes, con lo que mañana no hay clase y, los afortunados que tienen pocos deberes o que ya los han hecho se dedican la noche a sí mismos, a establecer relaciones sociales, a airearse, a descansar. En un rincón, con Ron y Harry, están mis amigos, charlando tranquilamente. Oliver, que los ve más a menos cuando yo, me hace un gesto con la cabeza para indicármelos y, cuando yo asiento, los dos nos dirigimos hacia ellos.
Fred es el primero en vernos y saludarnos con un alegre movimiento de cejas y luego es George quien alza los ojos de un pergamino para mirarnos un instante, sonreírnos y volver a bajar la vista. Y alzarla de nuevo, vergonzoso y como quien no quiere la cosa. Oliver y yo reímos suavemente a la vez y nos miramos de reojo, él sacude la cabeza y recorremos los últimos pasos hasta los sofás, bajo la atenta (y muy interesada) mirada de Angie y Katie, que no despegan la vista del capitán y de mí. ¡Ilusas!
- Chicos – saluda Oliver en general, con una mano alzada. Luego se gira hacia mí y señala con un movimiento de hombros su cartera y las escaleras. – Ahora bajo, voy a dejar las cosas arriba.
- Bueno – acepto, encogiéndome de hombros. – Hasta ahora.
Me toca suavemente el hombro y me guiña disimuladamente el ojo.
- A por todas – dice, sólo moviendo los labios.
Le respondo entrecerrando pedantemente los ojos y dejo que se vaya mientras tomo asiento en un sofá vacío, enfrente de Angelina y Katie.
En medio segundo tengo a George al lado, cayendo sin contemplaciones sobre el sofá y mis hombros.
- ¡Alicia! – exclama, con una gran sonrisa. - ¡Sí que vuelves tarde de la biblioteca hoy!
Alzo las cejas y finjo mirarme el reloj.
- Como siempre – observo, con cara de perplejidad. – Diría que hasta he vuelto un poco antes, y todo.
Él sacude la cabeza despreciativamente y se acerca más a mí.
- Cuenta, cuenta – me ordena rápidamente. - ¿Tenemos que felicitarte? ¡¿Por fin?!
Por alguna razón, mis ojos se posan en Harry y en Ron, que me miran con los ojos como platos y casi puedo ver las ruedecillas girando en sus cabecitas. ¿Alicia y Wood? Me encojo de hombros.
- ¿Felicitarme? – pregunto inocentemente. - ¿Por qué?
- No sé – dice él, igual de inocente. - ¿No era tu cumpleaños?
Sonrío, hermética, y ahora sólo alzo un hombro.
- Creía que no te acordarías, Gee – suspiro, melosa.
- Pues ya ves – me sigue el rollo. – Soy una monada, ¿a que sí?
- Y tanto – aseguro, con un convencimiento exagerado que sólo parece fingido. – ¿Qué me has comprado?
Él me mira asustado y se lleva una mano a la boca.
- Qué muggle eres – me reprocha. - ¡Regalos por un cumpleaños!
Tuerzo la boca y le giro la cara.
- Excusas – me quejo, con voz llorosa. – ¡Es mi cumpleaños y no me has comprado nada!
- No me harás sentir culpable – me advierte rápidamente. – No es tu cumpleaños hasta mayo.
Cierto, pero decido hacerle sentir culpable de verdad, así que abro desmesuradamente los ojos y le encaro.
- ¿Mayo? – repito, incrédula. – Ya veo cómo me conoces.
Parece un poco amedrentado un instante, antes de reponerse.
- Lo que tú digas – cede, y sonríe con interés. – Háblame, háblame. ¿¿Capitán?? ¡Llevas diez minutos a solas con él!
Cosa que él no debería de saber. Miro a Fred, que se encoge de hombros culpablemente, y luego a Harry que, curiosamente, se ha encogido también. ¡Merlín, sí que llega lejos su perversión de las mentes jóvenes! De vuelta a George, me encojo de hombros, le dedico una mirada feliz y cargada de secretos y me levanto.
- Hemos estado hablando – digo, con voz ensoñadora, sólo para hacerle rabiar. Para conseguir, no lo negaré, una prueba de que eran celos y no sólo un amigo demasiado preocupado. Qué mala soy, pienso durante un instante. Juego con él... pero al menos prometo no hacerlo durar mucho.
Él inspira lentamente y gira la cabeza para mirarme de reojo.
- Hablando – repite, en tono neutro. - ¿Sobre el tiempo?
Sonrío y me encojo de hombros.
- Para nada.
- ¿Entonces?
- Sobre chicos – confieso. – Sobre el chico que me gusta.
Angelina y Katie cuchichean algo y me miran con una mezcla de reconocimiento y de intriga. Fred, en cambio, suspira y les reparte cartas a Lee, a Ron y a Harry, dándonos la espalda casi como si no estuviéramos.
Y George me sonríe cariñosamente y estrecha un instante su abrazo.
- ¿Y? – pregunta, flojito. - ¿Cómo ha ido, Liz?
Le devuelvo el abrazo y me echo sobre él para apoyar la cara en su hombro.
- Bueno – le respondo en un susurro, - Oliver es un sol y yo diría que la cosa ha ido bastante bien. – Hago una pausa y cambio el tono por uno de crítica. – Por cierto, ¿qué es eso de que me gusta un chico de fuera de la escuela?
George se queda paralizado un instante y hasta sus pecas se oscurecen.
- Uy – suspira. – Te lo ha dicho.
Asiento suavemente y pongo la mejilla en su clavícula. Quiero a este chico. En serio. Es lo más real que he tenido jamás, tan real que casi podría tocarlo con los dedos, un cariño exigente y profundo envolviéndonos...
Del cual, por cierto, él no se da cuenta.
- Lo siento – musita, con voz apenada. – Me salió sin querer. No tengo excusa. Lo siento. De verdad.
Niego rápidamente, no pasa nada, y luego me separo de él y me levanto del sofá. Tengo que sacarnos de ese grupito de mirones si quiero llegar a decir algo sobre lo que ha pasado en realidad.
- George, ¿has visto a Percy?
Excusas: yo misma lo he visto en la biblioteca, estudiando codo con codo con Penélope.
- No – responde, sorprendido por el cambio de tema. – Supongo que estará en la biblioteca.
- Sí – suspiro, aparentando hastío. – Voy a buscarlo, que tengo que preguntarle una cosa sobre la próxima reunión.
George se encoge de hombros, aún con expresión de desconcierto. Como no dice nada, yo vuelvo a hablar.
- ¿Te apetece acompañarme?
Pregunta demasiado directa como para decir que no y, aún así, veo que lo intenta.
- ¿Ahora? ¿A Percy? Liz, no te ofendas, pero tengo cosas que hacer, y... ¿Por qué no Oliver?
- Gee, te lo he pedido a ti – lo acuso. – Si no quieres acompañarme, pues nada, pero creía que no te importaría. Que éramos – golpe bajo – amigos, y eso.
Chantaje emocional puro y duro, pero no uno digno de ir a Azkaban; sólo flojito y por su propio bien. Se lo traga.
- Con Wood estarías mejor – sigue quejándose, pero se levanta y me sigue. – Además, bajará enseguida y ¿qué dirá cuando no te vea?
- Ella se lo pierde – suplo rápidamente, poniendo voz grave para darle más énfasis. – Anda, va, tontorrón, ¡acompáñame!
Él acaba por encogerse de hombros y acompañarme. En el agujero del retrato, por eso, le pido que me espere un segundo y vuelvo corriendo a Angelina y Katie y les doy mi mochila para que me la cuiden.
- Y, de capitán – digo crípticamente en un susurro, de espaldas a George – nada de nada. Ni ganas.
Y salgo rauda, de vuelta a mi pelirrojo.
- No necesito la mochila – explico en cuanto llego a su lado. – Vamos, anda.
Él asiente y me cede el paso a través del agujero. Lo cruzo, él lo cruza detrás mío y empezamos a caminar por los pasillos, en el camino inverso al que hemos hecho Oliver y yo minutos antes sólo que, al pasar junto a la primera galería, me desvío y salgo al exterior, obligándole a que me siga.
- Liz, la biblioteca no está por aquí – objeta, un par de pasos por detrás mío.
- Lo sé. Ahora vamos, ahora vamos. ¿Puedo hablar contigo un momento?
Él me mira con las cejas alzadas, frunce los labios con desgana y se encoge de hombros.
- Claro – suspira. - ¿Qué pasa?
Me siento en el banco más cercano, y él se pone a mi lado.
- Nada – confieso, un poco nerviosa. – Que quería que habláramos, sin ellos por medio.
Él se encoge de hombros en silencio y espera a que siga hablando. Interiormente, gruño ante su comodidad.
- He estado hablando con Oliver – le digo, por romper el hielo. – Él quería hablar conmigo.
Digiere la información un segundo en silencio, haciendo muecas pensativas con los labios.
- ¿Y? – acaba por decir, como yo no sigo. - Eso está bien, ¿no?
- Muy bien – asiento. – Hemos hablado de ti.
George se envara instantáneamente.
- ¿De mí? – repite, respirando fuertemente.
- Sí – respondo, con voz mansa. – De lo bien que estamos tú y yo ahora.
Baja la vista y se retuerce la capa.
- Supongo que te ha dicho cosas de mí.
- Que eres un buen chico – lo calmo. – Que últimamente estoy muy contenta. Cosas que son ciertas, las dos. Y que te dijera un par de cosas.
Inspira pesadamente.
- ¿Qué cosas?
Me encojo de hombros y me inclino hacia la izquierda, hasta que mi costado se recuesta en el suyo.
- Cosas – repito, vaga. – Cosas que no sé cómo decirte.
Eso parece sorprenderlo lo suficiente como para interesarlo por la conversación, porque se gira al momento hacia mí.
- Liz, Liz – dice, apremiado. – No... no creo que haga falta. Quiero decir que yo... eso da igual, ahora. No hace falta. De verdad.
Le dirijo una mirada serena, calmada, hasta que él se calma también y se queda en silencio, sólo mirándome.
- Sí que hace falta – corrijo. – Tenemos que hablar de Oliver y de nosotros.
Se retrae visiblemente ante el pronombre.
- Lo siento – dice, débilmente, y esconde la cara entre las manos. – No debías de enterarte así. Merlín, Wood... nunca creí que te lo diría. Me dijo que no lo haría. Que podía confiar en él. Que sólo quería ayudar. Si hubiera sabido que...
¿Qué me ha dicho Oliver? Pienso en lo que le he dicho: que Oliver y yo hemos hablado de él, que no sé cómo decirle cosas, que quiero hablar de nosotros. Cree que Oliver me ha contado, ¿qué? ¿Que le gusto a George? Eso daría una buena razón a Oliver para preguntarme hoy por lo que siento y para animarme a dar el paso, pero ¿cómo debería de saberlo Oliver? ¿Se lo diría George mismo? ¡¿Cuándo?!
Interrumpo sus quejas, que están acercándose a las imprecaciones contra Oliver, con otra mirada seria y una mano en la barbilla.
- Vale, vale, George – le calmo. – Oliver no me ha dicho nada de ti – le aseguro, divertida. – ¡Cállate antes de que metas la pata y te arrepientas!
Él inspira lentamente y me mira, hostil.
- Entonces, ¿de qué habéis hablado de mí?
- Yo he hablado de ti – aclaro. – No Oliver.
- Pero te ha dicho lo de que le dije que era de fuera del colegio – protesta.
- Colateralmente – le justifico. – No iba por ahí la cosa.
George asiente, suspira y me mira a los ojos.
- Vale. Empecemos de nuevo. ¿De qué habéis hablado?
- No de lo que tú crees – le aseguro. – George, yo... – enrojezco y bajo la vista – ya no me gusta Oliver.
George se echa hacia atrás, atónito.
- ¿Perdona?
- Que ya no me gusta Oliver. Que... no siento nada por él.
Un lado de la boca de George lo traiciona dulcemente, elevándose en un esbozo de sonrisa encantada antes de que él lo pueda controlar y se ponga serio y, al parecer, preocupado.
Mi corazón se acelera y me derrito sólo por ese detalle.
- ¿No te gusta Oliver? – repite, grave. – Pero ¿por qué, Liz? Es un buen chico, es responsable y, tú lo dijiste, mono. ¿Qué ha pasado? ¿Es culpa mía? ¿Tan pesadito he sido?
Sonrío divertida y niego con un movimiento de cabeza.
- Has sido pesadito – acepto – pero no es eso. Sencillamente, ya no me gusta.
George asiente lentamente y se queda en silencio, pensativo.
- ¿Ya no te gusta? – dice, al fin. - ¿Lo dices en serio?
- Completamente. Olvidado.
Él lo acepta con un gesto y dobla las rodillas sobre el banco, hasta que se abraza las piernas.
- Vaya – suspira. – No me lo esperaba a estas alturas.
- Debería habértelo dicho antes – me reprendo a media voz. – Cuando pasaba. Confiar en ti desde el principio. Por eso empezó todo el lío del diario, ¿no? Estabas enfadadísimo porque no te había dicho que me gustaba Oliver desde el principio... Pero es que no estaba segura.
- ¿De Oliver? – pregunta, para asegurarse.
- No, de ahora. De que ya no me gustara. De qué sentía. No sabía cómo decírtelo.
Él asiente lentamente y apoya la barbilla entre las rodillas.
- Siento que te cueste confiar en mí – dice suavemente. – He sido tan desagradable que lo entiendo, pero te prometo que no volverá a pasar.
- No, no – le interrumpo. – No iba por ahí, tampoco. Era sólo un comentario casual; me ha venido a la cabeza lo del diario, pero no quería decir que fuera porque no confiara en ti. – Me pongo muy seria y le miro a los ojos hasta que él se ve obligado a mirarme también. – George, necesito consejo, y no hay nadie en quien confíe más que en ti.
Alza las cejas con incredulidad y sé que, si mi tono hubiera sido diferente, se hubiera reído de una declaración tan ridícula, dado todo lo que hemos vivido últimamente. En cambio, se limita a asentir imperceptiblemente.
- Dime.
Me levanto y me arrodillo en el suelo, delante de él. Ante mi movimiento, él desdobla las rodillas y se cuadra, sin entender mucho de qué va esto, pero me deja hacer sin ningún comentario.
- George – empiezo, mirándolo fijamente y apoyando los brazos en sus piernas. – Es que me odiarás otra vez.
Sacude la cabeza y me aparta un mechón de pelo de la cara, con una media sonrisa de lo más insegura. Lo cierto es que, con esta perspectiva y todo, está de lo más guapo.
- No seas tonta, Liz – murmura. – He aprendido la lección. No me pondré nunca más así por una tontería como ésta.
Bajo las cejas, con pena, y le cojo de la mano.
- ¿Y si no te gusta lo que te digo?
- Te lo diré civilizadamente y te apoyaré en lo que sea – me asegura. – Liz, me estás asustando.
Bueno, sí, lo sé. Pero me hacía falta una última confirmación de que decirle que estoy loca por él no se cargará toda la relación que que se enterase de que me gustaba Oliver estuvo a punto de hacer desaparecer.
- No – susurro. – George, es que ahora me gusta... otro chico.
Él cierra los ojos un instante y asiente.
- Lo imaginaba – confiesa, y sonríe sin ganas. – Un clavo saca otro clavo y todo eso.
Me encojo de hombros.
- Pero es que este chico aún te va a gustar menos para mí que Oliver.
Detalle que he considerado en mi diario como doscientas veces, por cierto.
- No seas tonta – repite. – Seguro que no. Si tú lo has escogido, ya me está bien.
- Pero lo dijiste – insisto. – Podría haber caído más bajo que fijándome en Wood. ¿Te acuerdas?
George alza las cejas y sacude lentamente la cabeza, con los ojos entornados, haciendo memoria.
- ¿Más bajo que Wood?
Asiento y me decido a asestar el golpe final.
- Sí. Me podría haber enamorado de ti.
George me mira intensamente un instante, sus ojos se estrechan un poco y luego aparta la vista para mirar la pared de al lado.
- Yo dije eso – observa, más que pregunta.
Asiento y le acaricio la mano, rogando porque la respuesta a mis sentimientos sea de verdad un sí. Él tan sólo suspira y baja la vista al suelo, sin pronunciarse, hasta que llega un momento en que no puedo aguantar más la tensión.
- Te quiero – susurro, y él me mira, asustado, a los ojos. – Te quiero, George, y me he enamorado como una idiota de ti, de tu sonrisa, de tu descaro. De lo buenos que son los pelirrojos como amantes – río suavemente, con un nudo en la garganta.
Ni sonríe, sino que vuelve a apartar la vista. Siento como si el corazón me pesara doscientos quilos, y la incertidumbre me ahoga. ¿George? ¿Vida, qué pasa? ¡Di algo! ¿George?
- Alicia – dice, por fin, sin voz y sin mirarme. – No... no.
¡¿No?!
- ¿No, qué? – pregunto, rápidamente, con la respiración acelerada.
- Que no – repite, con la mirada vacía. – No digas tonterías.
Inclino la cabeza y la apoyo sobre sus piernas, hundida. No. Tonterías. Es como si me estrangulara la emoción, y no es precisamente agradable. Por no hablar de las ganas de llorar sólo ante la posibilidad de que ese no sea definitivo.
- No son tonterías – protesto débilmente. – Te quiero y no es ninguna tontería. Eres mi mejor amigo, George, y estuve ciega al no darme cuenta antes de cómo de dulce y único eres – me regaño tardíamente, con sólo un hilo de voz. – Pero no es ninguna tontería.
La mano de George me acaricia suavemente el pelo.
- No, Alicia – repite. – Bonita, no hace falta. De verdad.
Alzo la cabeza y le miro. Él me sonríe afectuosamente.
- No hace falta – insiste.
- ¿El qué?
- Todo esto. Yo estoy bien.
Me sorprende este diálogo. ¿Él está bien? ¿Y qué? Quiero decir, ¿qué tiene que ver con mi confesión?
- ¿George? – pruebo.
Ahora me acaricia la mejilla, muy suavemente.
- Te quiero – susurra, mirándome a los ojos con pena. – Pero todo esto no hace falta.
- ¿El qué? – vuelvo, entendiendo aún menos. - ¿Por qué?
Parece que entiende mejor esa pregunta.
- Porque no. Me costó aceptarlo, pero ahora estoy bien.
Tomo la mano que me acaricia la mejilla y la llevo a mis labios.
- ¿Aceptar – aventuro, con la boca contra sus yemas – que me gustara otro?
Él asiente y se estremece cuando le acaricio los dedos.
- Oliver no está tan mal – dice, temblorosamente.
- Wood – corrijo, usando el apellido, como hace él casi siempre – es historia.
- Pero él sí te hará feliz – sigue él. – Es un buen...
- George – le corto en seco, mirándolo con determinación. – Te quiero. ¡Punto!
Sacude la cabeza.
- No por pena – rechaza. – No así...
- Pues ya me dirás cómo – rezongo yo. - ¡George! – le llamo, con tono enfadado, para que reaccione de una vez.
Y funciona. Me mira fijamente a los ojos, se le vuelve a escapar un lado de la boca en una sonrisa y se inclina rápidamente hacia mí que, lista, como estaba, para saltar, me incorporo casi inmediatamente, quedando recta sobre mis rodillas.
- ¿Lo dices en serio? – susurra suavemente cuando estamos a sólo escasos centímetros de distancia, tan cerca que su aliento me hace cosquillas en los labios. - ¿Me quieres?
- Estoy loca por ti – digo, con confianza y una sonrisa.
Sonríe, por fin, con alegría, y cierra los ojos muy fuerte mientras se acerca para besarme. Noto su respiración en mi nariz, su mano en mi mejilla y, por fin, sus labios sobre los míos, cálidos y suaves como seda. Le respondo el beso enseguida, con una sonrisa gigante que él, que no puede dejar de notar, responde con una risa suave, y alargo los brazos hacia él hasta que le rodeo el cuerpo y lo abrazo muy fuerte. ¡Me siento tan feliz, feliz como nunca, que me siento a punto de explotar!
- Te quiero – articulo, separándome lo justo de él para que lo entienda. – Te quiero.
- Y yo a ti, preciosa – me responde, y me da un vuelco el corazón. – Estoy loco por ti – sigue, entrecortadamente - ¡desde cuarto!
Mi sonrisa se hace aún más pronunciada, tanto que dolería, de no estar él abrazándome, mimándome y besándome y consiguiendo que mi cerebro esté más que atontado, con demasiada delicia por sentir como para fijarse en tonterías físicas.
- ¡Te quiero, te quiero! – exclama George, separándose de golpe y empujándome a un abrazo grandote. – No es broma, ¿verdad? ¿Me quieres? ¡¿Quieres salir conmigo y dejarme intentar hacerte tan feliz como pueda?!
Me separo de él para verle la cara y le sonrío pícaramente.
- Creía que eras aún peor chico que Wood – le reprocho, con tono afectuoso y un reflejo acaramelado en los ojos. – Que, si él no me iba a poder hacer feliz, imagínate tú.
Sorprendentemente, hasta George tiene momentos en que no está para bromas.
- Pero yo quiero hacerlo – me dice, serio y penetrante. – Quiero hacerlo, Liz, no hay nada que quiera más en el mundo. Estaba celoso y dije muchas, ¡muchas! tonterías, pero era sólo porque te quiero. Porque quería ser yo. Alicia, ¿quieres salir conmigo?
Bajo la vista a su capa un instante antes de responder, para dar solemnidad al momento.
- Claro que quiero – le digo, cuando vuelvo a mirarle. – Y yo también quiero hacerte feliz, si me dejas.
Es bonita la concepción del amor que tiene George: hacer feliz al otro. En cuanto lo pienso, sé que es justo lo que es el amor, en una inocente primera aproximación, al menos: ser feliz porque haces feliz al otro.
- Eso no te costará nada – me asegura. – Sólo verte hace que todo parezca muchísimo más bonito.
Sólo verle me ilumina el día. Veo que sentimos lo mismo.
- ¡Hasta – sigue – los calzoncillos de Percy!
Y, aquí lo tenemos, George Weasley. Río y me aúpo para besarlo.
- ¿Sabes cómo me conquistaste? – pregunto retóricamente cuando nos separamos.
- ¿Siendo irresistible? – bromea, con una cara de no creérselo ni él que lo disculpa de la chulería.
- Haciéndome reír y queriéndome tanto – le respondo.
Le vuelvo a besar, antes de que bromee con lo irresistible que es, y funciona a la perfección como método de distracción, porque se olvida hasta de hablar en, por lo menos, diez minutos y, cuando lo vuelve a hacer, es para levantarme del suelo.
- Vamos, Lilee-Cilee – dice, suavemente, mientras me tiende la mano. – Volvamos a la residencia a ponerle los dientes largos a Wood.
Le tomo la mano, dejo que me ayude a levantarme y que, sin soltármela, me rodee con ella hasta que mi espalda está contra su pecho.
- ¿Sabes – pregunta de repente, mientras empezamos a caminar – cómo me conquistaste tú a mí?
Alzo las cejas, me encojo de hombros y lo miro de reojo. Ni idea. Él me responde rápidamente con una mueca de convicción.
- ¡Siendo irresistible!
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Y, ahora, sólo a falta del epílogo (¡total y completo fluff, Nimph! ¡A mí también me encanta!), que será dos años después (post OotP, pero ya he intentado que no haya ni un solo spoiler, aunque es OotP compliant) y se llama '¿Una capa de Percy en mi cama?'.
Va, penúltimo comentario de las reviews... :)
Yaiza & Maravilla Divina: :) Sí, ya se acaba... Ha sido corto pero intenso y me alegro mucho de haber acabado esto tan rápido. ¡A ver si ahora se contagia 'Algo por ti', que lo acabo de retomar! Lo cierto es que esto empezó como un one-shot... ¡y en inglés! Os puedo asegurar que el cambio de idioma ha facilitado mucho las cosas...
Por cierto, Maravilla, sí, soy española. Catalana y, para más detalles, de Barcelona.
Oh, y, Yaiza, Llad, que lo lee todo en cuanto sale de la impresora (parece la Kristine de OSC :D), pensó justo igual que tú, que si Oliver ahora sí que estaba interesado en Alicia... Pero no, en absoluto. Él sólo quiere ayudar, porque sabe más que la chica y quiere ver a George feliz.
Ly de Black: ¡Gracias! La continuación ya está aquí, ¡y el golpe de gracia, en un par de días!
Alicia: :D Sí que tiene sangre fría... ¡pero es que Angie está muy, muy bien conectada! ¡¡Cualquiera le dice una cosa así, que George se entera!!
Nimph: Fluff, fluff, fluff. Què seria el món sense?! Espero que hagis trobat que n'hi ha prou i, si no, espera't al següent capítol, l'epíleg... Jo mai no en tindria prou, de fluff, saps?! :))))))))))))))
I una menció especial per na Miina, amb molt d'afecte. :) Un petonet! :*
