Pasa, Alicia
Epílogo: ¿Una capa de Percy en mi cama?
Dos años después
Me encojo, llena de sueño, en el curtido sofá de los Weasley, a solas en la sala de estar, mientras espero que él baje. Es tarde y sé que no debería molestar y que, aunque Molly sea adorable y me quiera y no le pueda importar menos si vengo a las tantas y los despierto a todos, que yo esté ahora aquí es un desbarajuste, sobre todo con la casa tan llena como la tienen. Y tampoco pinto nada aquí, tampoco es tan urgente, podría bien esperar a mañana para decírselo en la tienda y no importunar ahora, pero...
Pero necesito verle. Y, vida mía, sí es urgente.
Es un desasosiego interior de lo más desagradable, como una comezón en las puntas de los dedos y una opresión en el pecho que hace que precises verlo. Te duele el alma hasta que no lo consigues. Y no es una imagen: te duele de verdad.
¿Por qué lo necesito tanto? Por nada en especial. Bueno, no lo sé. Hoy ha sido de lo más surrealista. Decepcionante. Bueno, no tanto. Un regusto amargo al final de una jornada larga y llena de trabajo. Un día interminable que no quiero dejar que pase así, medio enfadados. Sin entendernos.
Porque eso es lo que ha sido la media hora escasa que hemos pasado juntos: un gran malentendido. Yo he tenido un día de perros en el Ministerio, George ha tenido más faena de la que pueden soportar, aun con la ayuda de Ron y Ginny, en la tienda y, cuando nos hemos visto, ha sido poco y mal. Él se ha puesto a desvariar, yo me he puesto irritable y hemos acabado por ir a cenar cada uno a su casa porque no importa, Lizzie bonita, lo cierto es que Fred y yo tenemos cosas entre manos y...
Suspiro y miro el reloj de pared. Todas las fotos están en casa (cosa rara, por cierto, conociendo a los Weasley), aunque yo, ahora mismo, no vea a nadie cerca. Deben de estar ya cada uno en su habitación. Molly, Arthur, Bill, Charlie, Percy, Fred, George, Ron y Ginny, nueve pelirrojos bajo el mismo techo. Ocho, corrijo rápidamente. Percy está en su otra casa, en Londres, que supongo que es tan 'casa' como podría ser la de sus padres, para el entendimiento del reloj. ¿Debe de tener un reloj parecido? Y, si es así, ¿quién debe de salir en él?
George baja las escaleras descalzo. Oigo sus pasos, remolones, mientras baja los últimos escalones y camina hacia la sala donde estoy yo. Sin prisa. Sin ganas. Escondo el cuello en la capa y cierro los ojos, intentando acostumbrarme a la idea de que no se muere de ganas de verme, sino que casi intenta postergar el momento. Bueno, me lo merezco. He sido de lo más incomprensiva hoy, y es sólo normal que no se deshaga de ganas de verme, sino al revés. Por fin, por eso, reúne las fuerzas necesarias para abrir la puerta que tengo detrás y oigo cómo entra en la salita.
- Alicia – me saluda, suavemente, y camina hacia mí.
Lentamente, me giro para verlo y preparo una sonrisa para saludarlo, preguntándome con un deje de ironía si se querrá sentar a mi lado aun habiendo pasado una última cita tan tensa.
- Hola, George – digo, intentando sonar tranquila.
Se me acerca, me besa en los labios y apoya el culo en el brazo del sofá, justo al lado de donde me siento yo.
- No esperaba que vinieras – susurra, mirándome confuso.
- Ya – me disculpo con una mueca. – Lo siento. No quería molestar, creo que no era consciente de que fuera tan tarde.
- No es tan tarde – me tranquiliza él. – No te preocupes. ¿Todo bien?
Me encojo de hombros y me inclino hacia él, hasta que pongo la cara en su pecho. Me pasa un brazo alrededor de los hombros.
- No quería irme a dormir así – suspiro. – Peleados.
Hace un ruido de sorpresa y se echa hacia atrás.
- ¿Peleados? – repite. – No estábamos peleados.
- Bueno – acepto. – Lo que sea. Como nos hemos despedido.
Sacude la cabeza y se vuelve a relajar, escondiéndome de nuevo en su pecho.
- Estábamos cansados – me tranquiliza. – Llevamos mucho encima. No te preocupes, anda, bonita, ¡no era más que cansancio!
Me encojo de hombros otra vez y me concentro en la sensación de estar ahí, con él, cuidada y protegida, casi como si borrara todas las cosas feas de mi día. Que no han sido pocas, por cierto. Desde el desastre que tengo por jefe, incompetente donde los haya, y toda la faena que lo acompaña, hasta mis frustraciones personales por el poquito tiempo que George, con todo esto de la tienda, clientes, pedidos, inventarios e inventores, tiene, el día sólo ha ido de mal en peor. Nos hemos visto a las seis pasadas, aunque deberíamos haber comido juntos (ésa ha sido culpa mía) o vernos, al menos, cerca de las cinco. Pero no, la cosa se ha alargado y, claro, en una tienda que justo empieza y que aún se está afianzando, no puedes negar a los clientes el derecho de ser atendidos, aunque entren a las cinco menos dos minutos y tú cierres a las cinco. Y si, cuando cierras por fin la puerta, tienes una cola de siete personas, supongo que sólo deberías alegrarte por lo bien que va el negocio. ¿No?
Total, que he estado en la rebotica, trasteando los nuevos inventos, una hora y pico, mientras acababan. Ginny y Fred, comprensivos, no han dejado de pedirme disculpas silenciosas cada vez que nuestras miradas se cruzaban cuando entraban a buscar algo y he oído a Fred decirle a su hermano que lo dejara ya y se fuera, que se encargaba él. Sonrío suavemente y me aprieto contra mi fortachón. En el fondo, me hace muy feliz que su sueño se esté cumpliendo tan bien, que tenga una tienda y que sea famosa en todo Diagon, que todo el mundo les compre y que el trabajo les desborde. Que haga feliz a todo el mundo y no sólo a los pocos que teníamos la inmensa suerte de compartir la vida con ellos.
- Lo siento – le digo, flojito. – Estaba muy cansada y lo he pagado contigo.
Él sacude la cabeza y me peina hacia atrás con una caricia.
- No te preocupes – repite. – Lo entiendo. Yo también he tenido una tarde movidita.
Me friego contra él, como una gatita.
- Me alegro mucho de que os vaya tan bien – aliento. – Me siento orgullosa de vosotros.
George hace un ruidito despectivo, como si no fuera gran cosa lo que están haciendo, y me separo para dirigirle una mirada de amonestación por no creerme. Lo digo completamente en serio, creo que lo están haciendo muy bien llevando la tienda, y él debería de saber que es cierto. Abro la boca para explicárselo pero él me interrumpe con una sonrisa tímida.
- Lo sé – me dice, aparentando un descaro que sus ojos traicionan. – ¡Si es que somos geniales!
Pongo los ojos en blanco y le saco la lengua, pero vuelvo a echarme sobre él. Que bromee conmigo y me trate como siempre me hace, incomprensiblemente, perder los papeles momentáneamente, y me encuentro con un nudo en la garganta. Yo no quiero pelearme con George. No quiero pelearme jamás con él. ¡Y hoy hemos estado tan cerca!
No me hubiera ido nunca sin él, aunque hubiera tenido que esperar tres horas, pero le he dicho que sí. Aún no sé por qué. No debería de decirle nunca cosas que no siento, y menos por castigarle por una cosa que no era culpa suya. Le he dicho que ya era hora, que estaba a punto de irme a cenar sin él, y no me ha respondido. En cambio, ha sonreído distraídamente y me ha dado un beso, casi de compromiso, en la mejilla. Hemos salido de la tienda, hemos caminado por Diagon y me ha preguntado por algo de mi día. Cómo llevaba el trabajo, o algo así. Desde ahí, todo ha empezado a ir cuesta abajo. Recuerdo no tener ganas de hablar del trabajo, no tener ganas de discutir con él si me convenía o no seguir en el Ministerio y no tener ganas de escucharle hablar sobre lo que había hecho en el mediodía que nos hemos perdido por culpa mía. Era un poco, la verdad, como si me lo estuviera echando en cara. Y yo nunca he tenido celos de Fred y entiendo que tengan una relación especial por ser gemelos y haberlo compartido todo durante tantos años y más ahora, que trabajan e inventan juntos, pero, bueno, lo cierto es que lo que menos me apetecía, mientras me reprochaba indirectamente no haber podido ir a comer con él, era escuchar sobre las últimas invenciones del dúo prodigioso y de cómo Fred y él han pasado más tiempo juntos hoy del que pasará conmigo en toda la semana. No son celos, no es posesión ni inseguridad; sólo necesidad. Te necesito, George. Necesito estar contigo.
Me abrazo fuerte y escondo la cara en su camiseta.
- ¿De verdad te gusta la tienda? – me pregunta él, palmeando dulcemente mi pelo.
- De verdad – musito, en su pecho. – Lo estáis haciendo muy bien.
Se desliza sobre el brazo del sofá hasta que se pone a mi lado en el sofá, empujándome hacia el lado contrario para hacerse sitio.
- Liz – murmura, ya a mi nivel, mirándome a los ojos – te quiero muchísimo.
- Y yo a ti, George – le aseguro, con una sonrisa. – Muchísimo.
Se encoge, tímido, y me acaricia la mejilla con la nariz.
- Nunca me habías dicho que estabas orgullosa de la tienda – dice, con una expresión infantil.
Hago memoria un momento antes de corregirle.
- Te lo dije cuando la vi por primera vez – le recuerdo. – El primer día de vacaciones.
- Pero entonces aún no nos habías visto en acción – objeta y chasquea la lengua. Y luego, otra vez tímido, añade: - Gracias.
Y lo dice tan inseguro que me da un bote es estómago, porque, sólo eso, hace que me sienta la chica más especial del mundo. Puedo ser una novata inexperta y no muy valorada que tiene que hacer todo el trabajo sucio que no le gusta a nadie más en el departamento, puedo ser demasiado joven para que se me tome en cuenta y demasiado mayor para que se me tenga alguna consideración pero, ahora mismo, en los brazos de George y con él mirándome así, soy alguien. Alguien a quien quieren, alguien a quien valoran, alguien importante. Alguien cuya opinión es la que más cuenta para el mejor hombre que he conocido jamás.
Y, como por arte de magia, se me pasa toda la frustración y el cansancio, y avanzo hacia George con una sonrisa agradecida y le doy un beso en los labios que ni él entiende, aunque me devuelve igual.
Merlín, tendríamos que haber hecho esto a las seis, en vez de haber dejado que me quejara de mi trabajo hasta que he estado demasiado furiosa para nada más que ir a casa a comer con papá y mamá. Tendría que haberle dejado que me mimase y me cuidase, que seguro que era lo que pretendía cuando me ha preguntado por el día y cuando me ha sugerido que igual no era el mejor trabajo para mí. Tendría, corrijo, que haber sido yo quien dejara todo eso aparte y me hubiera concentrado en mimarlo y cuidarlo también, comprenderlo e intentar que se relajara después de tantas horas detrás del mostrador. Suspiro arrepentidamente, frente contra frente.
- Me hubiera gustado cenar contigo – le digo, arrepentida. – Siento haberte dicho que lo dejáramos para otro día.
- Mañana – susurra él, y me acaricia la mejilla. – Da igual, guapa.
- He tenido un día cargante – me justifico.
- Lo sé. Pero ya se ha acabado, y mañana será mejor. No sufras.
Le dirijo una mirada incrédula, pero me niego a empezar otra discusión. Mis días, laboralmente hablando, son infierno tras infierno, pero es algo por lo que tengo que pasar si quiero llegar a tener un buen puesto en el Control de Animales, un buen sueldo y, por tanto, una buena casa donde alojar a mi perfecta futura familia.
- Tú tampoco lo has tenido fácil, hoy – observo. – Cuánta gente, ¿no?
Él se encoge de hombros.
- La vuelta al colegio – explica. – Tenemos más faena que nunca porque todos los que vuelven a Hogwarts están aprovisionándose, y sólo empeorará, de ahora en adelante. Todos esperan al último día.
- Ya. ¿Por eso no cerráis el sábado?
Asiente compungidamente; el sábado hacen jornada intensiva. Parte de mi frustración nace, precisamente, de ese detalle, aunque mi razón entienda que es bueno y necesario.
- Luego iremos más desahogados. Tendremos pedidos, pero los pedidos pueden esperar.
- Pero no tendréis ni a Ginny ni a Ron – le recuerdo.
- No. Vuelven a Hogwarts – piensa en voz alta. – Se va a hacer de lo más extraño no estar ahí con ellos, ¿eh?
- Somos mayores. Es lo que tiene crecer.
George tuerce la boca y me besa.
- ¿Has cenado?
- Sí, en casa. No te preocupes. ¿Y tú?
- Sí.
- Dile a tu madre que siento no haber venido a cenar – digo, apenada. – Que no es que no quisiera. Que estaba cansada.
No me gustaría ofender por nada del mundo a la señora Weasley. No nos hemos visto más que en vacaciones, pero es una mujer a quien es imposible no querer, y odiaría que pensara que no la aprecio. De hecho, sabiendo que ha criado a Fred y a George, hay pocas personas a quien admire más.
- No te preocupes – insiste. – Se lo he explicado antes y ha dicho que no pasaba nada. No tienes que cenar siempre aquí.
- Me encantaría cenar siempre aquí – corrijo, con voz apasionada.
George me dirige una mirada de reto.
- Comida no nos falta – amenaza. – Y disposición, tampoco. Si no vienes, es porque no quieres.
- Tengo unos padres, yo también – le recuerdo.
- Pues que vengan – concluye él, con los ojos entornados y una mueca fresca.
Río suavemente y le doy un beso.
- Anda, prolijo arruinador de Weasleys, será mejor que me vaya – rezongo. – Tu familia debe de estar deseando poder irse a dormir, y yo aquí molestando.
Él se encoge de hombros.
- No molestamos a nadie – asegura. – Y acabas de llegar. Quédate un poco más, anda.
- Mañana madrugo – le recuerdo. – Y tú también.
Duda un instante, en silencio, antes de resoplar.
- Quédate – insiste. – Por favor.
Ladeo la cabeza, sopesando la idea. Lo de molestar a todos va en serio, y no me siento bien quedándome mucho rato más.
- George, es tarde.
- Diez minutos – propone. – Luego te vas.
- Diez minutos – concedo. – Pero luego, sí, ¿eh?
- Sí – cede él. – No te entretendré.
Hace una pausa, me mira y me besa.
- Guapa – dice, porque sí.
- Fortachón – le piropeo yo como respuesta, con una mirada exageradamente lujuriosa.
- Hum – murmura, al ver mi mirada - ¿No te quieres quedar a dormir? – sugiere inocentemente.
- ¿Con Fred en la habitación? – río yo. - ¡Hum!
Él se encoge de hombros.
- Pues lo echamos. Que se vaya a dormir con Ron.
- Y Ron estará encantado de dormir con tu hermano – aseguro yo.
- Si no lo está, peor para él. Yo sí lo estaré, y eso me basta y me sobra.
Sacudo la cabeza y pongo las piernas sobre sus rodillas.
- Eso no pasará – le aseguro. – ¡Mañana hay trabajo!
George asiente y me mira pensativo.
- Siento mucho que hayamos discutido – me dice, serio. – Estaba un poco nervioso y, cuando te has puesto a la defensiva, no he sabido reaccionar.
- Lo siento – repito yo. – No debería de haberme puesto así.
- Yo no quiero que dejes tu trabajo – me asegura, mirándome directamente a los ojos. – Es lo que quieres hacer y lo respeto y te apoyo. Te quiero, Liz. Te quiero mucho. Es sólo que no me gusta mucho que se aprovechen de ti. Tú vales mucho, y allí te tienen infravalorada. No me gusta.
- Lo sé – lo tranquilizo, con una caricia en el brazo – pero es algo por lo que tengo que pasar. Todo el mundo pasa por ello, George, y es muy dulce que te preocupe, pero tengo que soportarlo si quiero llegar a algo.
Él baja la vista y suspira.
- Y tú quieres llegar a algo – acaba. - ¿Verdad?
Le miro, sorprendida.
- Claro – respondo. – No a Ministra, ni mucho menos, pero... sí, claro. ¿Por qué lo dices?
- Por nada, por nada – asegura rápidamente. – Por nada, no sé, me ha salido así. Yo también me siento orgulloso de ti, Liz. Y serías una Ministra buenísima.
Sonrío, halagada, y le doy un golpecito juguetón con la nariz.
- No quiero ser Ministra – insisto. – ¡Con un Weasley en el Ministerio tendremos más que suficiente!
- Igual acabas como ayudante de Percy, Ministro – bromea él. - ¿Te imaginas?
Pongo cara de horror.
- No quiero llegar tan alto – aseguro. – Me gusta más Control de Animales.
George asiente y baja la vista.
- Perdona si a veces te parece que no valoro tu trabajo – dice, en voz baja. – Sí que lo hago. Mucho. Es sólo que eres mi Alicia y que acabamos de salir del colegio y que me da rabia que ya te metan en jaleos. No has tenido casi ni vacaciones...
- Tú tampoco – le recuerdo. – ¡George, yo estoy bien!
- ¿Y te gusta tu trabajo?
- Me gustará – le prometo. – Cuando me asciendan, dentro de unos meses, será mejor.
- ¿Es lo que te ves haciendo el resto de tu vida?
Me mira fijamente, interrogativo, casi con ilusión. Frunzo el ceño, no comprendiendo qué le puede ilusionar de mi respuesta ni a qué viene esa pregunta.
- No lo sé – respondo, dudosa. – Supongo. Quiero decir que estaría bien. Si me ascendieran y me dieran más confianza, sería un trabajo agradable.
No cumplo sus expectativas, porque sus ojos se apagan un poco.
- George, ¿qué pasa?
Se encoge de hombros.
- Nada, Al – me asegura, con la vista baja. – Han pasado los diez minutos, anda, será mejor que te vayas a descansar. ¿Quieres que te acompañe?
- George – insisto, sorda a su pregunta. - ¿Qué pasa?
Acaba por alzar la vista hasta que nuestros ojos se encuentran.
- Que te quiero – dice, con una sonrisa que usa para cambiar de tema. – Vamos, va, que te acompaño.
No me lo trago.
- George – repito, separando el nombre en dos forzados golpes de voz.
- Te lo diré cuando te asciendan – propone. – Cuando seas una brujita importante para el mundo.
Le miro unos instantes, sin palabras, antes de decidir que no me interesa el trato. Y, cuando quiero, puedo ser muy tenaz.
- George, en serio, ¿qué pasa?
- No. Ya te lo diré.
- Ya soy una brujita importante para el mundo – digo, con una pose pedante. – Va, ¡dímelo!
- Si lo quieres saber, trabaja duro para que te asciendan antes – me chantajea. - ¿Quieres que te acompañe, o qué?
Me encojo de hombros para dejarle acompañarme si quiere y le mando una mirada molesta.
- No deberías haber empezado si no me lo ibas a decir – le recrimino.
- ¿Yo? – pregunta, riendo. - ¡Pero si no he dicho nada!
- Sí que has dicho. Que si me gusta y que si es lo que quiero hacer.
- Quiero asegurarme de que eres feliz con lo que haces – argumenta. – ¡Es normal que te lo pregunte!
- ¿Y no hay nada más? – le reto.
- Nada más. Vamos, anda, preciosa. ¿Sabes que te quiero?
Asiento con convicción. No se me olvida que no me ha dicho qué pasaba y, no, no me creo que no haya nada más.
- Te quiero mucho, mucho – insiste él. – Y te prometo que no volveremos a achacar al otro el cansancio de nuestros respectivos empleos.
- Trato hecho – acepto. – ¿Seguro que no hay más?
George ríe entre dientes, grave y bajo, y me besa.
- Pesada – me riñe, tan afectuosamente que hace que una sensación cálida bañe mi pecho. – ¡Nada más!
- Pero, piénsalo – le pido, con una sonrisa mimosa. – Imagínate que sí que hay más y que no me lo dices y que te pasas toda la noche dándole vueltas a no habérmelo dicho, cuando podrías haberlo hecho y...
- ¡Liz! – me interrumpe, con el ceño fruncido y una sonrisa. - ¡A casa!
- Pero te arrepentirás – insisto, mientras le lleno la mejilla de besos. – Me habré ido y hasta mañana al mediodía no nos vemos y, claro, me lo podrías haber dicho, pero no; ¿y si no me lo dices nunca? Porque yo creo que lo tengo que saber...
Harto, George me pone las manos en las costillas y me estira hacia él, hasta que me siento en sus rodillas.
- Qué mala eres – me regaña. – No te crees que no es nada, ¿eh?
- No sabes mentir – le aseguro, con una mueca de exasperación, y los dos estallamos en una carcajada a la vez, un segundo después.
- Yo no sé mentir – repite él. – Quién lo diría.
- La profesora McGonagall – suplo yo – no, desde luego.
Abre desmesuradamente los ojos y sacude la cabeza con rotundidad.
- Supongo que no – concede. - ¿Te quedas un rato más?
Hago como que me lo pienso.
- Si me lo cuentas, sí, me quedo más.
- Y si no, te vas – deduce él.
- Sí. ¿Qué me dices?
Él también hace como que se lo piensa un instante.
- Bah, vete – acaba por decidir. – Ya nos veremos mañana.
Alzo las manos, con las palmas abiertas hacia arriba, hasta la cintura y me encojo de hombros.
- Como tú quieras. Has tenido tu oportunidad.
George asiente convencido y me mira con tranquilidad. Como yo no hago nada, acaba por cansarse de observarme.
- ¿No te vas a casa? – pregunta con sorpresa.
- No – le aseguro. – En el fondo, estás deseando decírmelo.
Un lado de la boca se le curva en una sonrisa segura de sí misma.
- Igual sí – concede. – Pero necesitas descansar, y tardaremos un poco en... hablarlo.
Me muerdo el labio para evitar reírme cuando lo que quiero es aparentar petulancia.
- Y yo soy la mala – observo, mirándome las uñas.
- Pero yo todo lo hago porque te quedes – me echa él en cara, con una sonrisa angelical. - ¡Y lo mejor es que funciona!
- Me tienes en el bote – concluyo. – Hablémoslo, pues.
- ¿Y tu descanso?
Cierro los ojos con resignación.
- Vida, me tienes demasiado intrigada.
Él se encoge de hombros y enrojece suavemente.
- No es nada del otro mundo – me avisa. – Además, lo tenía todo preparado para esta tarde, pero...
Le interrumpo con una mirada asustada.
- ¿Me he cargado algo?
- Sola, no – me tranquiliza. – Quería llevarte a un sitio. Pero podemos ir ahora.
Asiento y luego sacudo la cabeza, pensándomelo mejor.
- No hace falta – decido. – Vamos mañana, mejor, ¿vale? Ahora es muy tarde. ¿Me llevas mañana?
Mi negativa le amedrenta dos segundos.
- ¿Mañana? – duda. - ¿Estás muy cansada?
- No, pero estás en pijama, y todo...
- Por eso no te preocupes. Si me esperas, subo a por mi capa en un momento.
Vuelvo a negarme pero, antes de que empiece a protestar, él me coge en brazos, me deja sobre un sillón libre y va corriendo hacia arriba mientras yo suspiro culpablemente por venir a molestarle cuando ya estaba casi en la cama.
Verle desaparecer corriendo y escuchar sus pies desnudos sobre la escalera me hace pensar, además, en la lentitud, por comparación, con que venía, y hace que me odie por haber conseguido esta tarde que perdiera hasta las ganas de verme. Lo hemos arreglado y, sólo gracias a eso, no me siento horriblemente vacía, pero, igualmente, me prometo que nunca más perderé la paciencia con él, y menos cuando no tiene culpa de nada.
Enseguida, sus pasos desnudos reaparecen en la escalera, supongo que para decirme que lo dejemos para mañana, ya que no se ha puesto los zapatos. ¿O los trae en la mano para ponérselos aquí?
Aparece, respirando rápidamente, en la puerta, me sonríe brillantemente y me da la mano para que me levante. Va, efectivamente, descalzo, y no hay zapatos a la vista. Sólo se ha puesto, sobre el pijama, su vieja capa de Hogwarts, que le llega por las pantorrillas.
- ¿Vamos?
- ¿No te vistes? – pregunto, pasmada.
- Llevo lo importante – me asegura crípticamente. Acto seguido, alza la varita para enseñármela – Vamos a la tienda.
Dudo, pero saco también mi varita.
- ¿Pero no te vistes? – insisto.
- No te preocupes – me riñe, con voz paciente. - ¿Tú primera?
Lo acepto con un suspiro y desaparezco de la Madriguera para aparecer en la rebotica de Weasleys' Wizard Wheezes. Casi a la vez, George aparece a un metro de mí.
- Aquí estamos – suspira, mirando a la tienda en penumbra. - ¿Todo bien?
- Sí – murmuro, aturdida por el silencio completo que nos rodea. - ¿Tú?
- Perfectamente – asegura. - ¿Sabes que te quiero?
Me giro hacia él, aunque no llego a distinguir sus rasgos en la oscuridad, y alargo una mano hasta que le toco la capa.
- Sí – vuelvo a murmurar. - ¿Y tú?
- Sí – repite él. - ¿Y sabes que no quiero que te enfades nunca, nunca, conmigo?
Hago un ruido afirmativo y noto que él me coge la mano. Su varita se enciende.
- Ven – me ordena suavemente. - ¿Ves el suelo?
- Sí. ¿Dónde me llevas?
Señala con la cabeza a un rincón del almacén.
- Ahora lo verás – asegura. – Sígueme.
Y, bueno, le sigo. Con pasos lentos, prácticamente a tientas, me lleva hasta el rincón que había señalado, donde hay una puerta que yo nunca había visto.
- ¿George? – pregunto, sorprendida, en cuanto la veo. – Esa puerta no estaba ahí esta tarde.
- No – concede él. – O, bueno, sí, pero estaba encantada. Fred la ha desencantado cuando nos hemos ido.
Emito un 'ah' demasiado atónito para que suene en nada aliviado, y le observo mientras busca algo en la capa.
- ¿Adónde lleva? – pido, demasiado curiosa para esperar.
- Arriba – responde él tranquilamente, se saca una llave del bolsillo y abre. En efecto, hay unas escaleras tras ella. – No tiene que gustarte – me avisa. – De hecho, puedes odiarla. Está hecha para eso.
Le miro el cogote sin entenderlo, pero él no se da cuenta, de espaldas y en la oscuridad. Sube las escaleras conmigo detrás, abre otra puerta con otra llave que saca del mismo bolsillo y, caballerosamente, me cede el paso. Fugazmente pasan por mi mente escenas de unas cuantas de sus bromas y me imagino cómo sería que al entrar me convirtiera en oca, me cayera algo encima o me desangrara. Sea lo que sea ese arriba que tengo que odiar, delante mío sólo hay negra oscuridad y ni siquiera llego a imaginar qué puede esperarme.
- George – le llamo, en un susurro inseguro - ¿de qué va todo esto?
- De ti y de mí y de cómo te quiero – me dice, con las manos en mis hombros. – No te va a comer, Lilee. Pasa que encienda la luz, ¡anda!
Reúno fuerzas y doy un paso adelante, traspasando el umbral. Eso no parece satisfacer a George, porque no hace nada, así que me arriesgo a dar un par de pasos más. He recorrido más de un metro desde la puerta cuando él me abraza por la cintura y murmura un Lumos perezoso.
Enseguida se hace la luz e, igual de rápido, quedo cegada, aun con los ojos previsoramente cerrados como los tenía. A través de un parpadeo rápido y molesto entreveo un par de bultos granates a un lado y un par más marrones a otro lado, todo bastante confuso y doloroso hasta que me acostumbro a la claridad.
Muebles. Cuadros. Flores. Me giro hacia George con las cejas alzadas.
- ¿Qué es esto?
Él suspira.
- Un apartamento – explica. – Pequeñito y acogedor, a medio decorar, pero un apartamento. ¿Qué te parece?
Miro a mi alrededor críticamente.
- Bonito – aprecio con sinceridad. – Muy bonito. ¿De dónde...?
- Venía con la tienda – me explica, separándose de mí y caminando por la sala casualmente. – Pensé en amueblarlo y acondicionarlo si nos iban bien las cosas.
Sonrío incrédulamente y lo sigo mientras me enseña los detalles del comedor, de la cocina, del baño y, por último, de los dormitorios.
- Es muy bonita – le aseguro. - ¿Lo has hecho solo?
- Para nada. Fred, Ron y Ginny han ayudado mucho. Y mamá se ha encargado de las sábanas, toallas, paños de cocina y jerséis de bienvenida hechos a mano.
Río suavemente ante lo último y me siento en la cama, probándola.
- Está muy bien – observo, mientras giro la cabeza para apreciar el efecto de conjunto. – Es muy acogedor.
Él lo acepta con una mueca modesta y se sienta junto a mí en la cama.
- Quería enseñártelo esta tarde – explica, acariciándome un mechón suelto sobre el cuello. – Está más o menos listo pero quería que me dieras tu opinión y que me ayudaras a escoger lo que falta.
Es un halago que confíe en mí para ayudarle y, aunque no tengo mucho tiempo libre últimamente, la idea me convence.
- Cuando quieras. Mañana podemos ir de compras, si quieres. ¿Qué te parece?
- Genial. ¿Te gusta en serio? Ya te he dicho que, si la odias, no pasa nada. Se puede cambiar lo que quieras. Y no tiene porque ser encima de la tienda; es que nos salía más barato si nos la quedábamos también.
- Está muy bien – le aseguro, tomándole la mano y mirándolo fijamente a los ojos para convencerlo. – Es muy, muy bonito.
George sonríe, creyéndoselo a medias, y se estira de repente hacia atrás, tumbándose en la cama.
- Hoy no era un buen momento – reflexiona. – Esta tarde, quiero decir. He empezado con mal pie.
Me tumbo a su lado.
- Yo no he ayudado – acudo. – Pero ya está, ¿no?
Asiente y me acerca a él con un abrazo.
- ¿En serio te gusta ese trabajo? – me dice, muy serio.
- Ahora mismo, no – concedo. – Pero mejorará.
- Lo sé – dice, con una mueca. – Espero que sea pronto.
- Yo también – coincido, mientras hundo la nariz en el cuello de su capa. – Y mientras dure, tú harás de mi vida un paraíso.
Él asiente, pensativo.
- Lo intentaré – asegura. – Y cuando te asciendan, también.
- Lo sé – inspiro, mientras la sensación de estar tumbada junto a George empieza a calar en mí. – Hacía mucho que no teníamos una habitación para nosotros solos.
- Desde el colegio – especifica, con una respiración agitada que me hace un nudo en el vientre.
- ¿Podemos dormir aquí? – sugiero, mirándolo esperanzadamente.
- Claro. Podemos enviar a Pig para que tus padres no se preocupen. Pero ¿y el pijama?
Miro el techo con una sonrisa traviesa.
- Me puedo poner el jersey de bienvenida de mamá Weasley – propongo. - ¿Te hace?
George ríe suavemente y me estira hasta que me tumbo sobre él.
- Vaya si me hace – susurra frente mis labios. - ¿Ya descansarás suficiente?
Calculo mentalmente las horas de sueño.
- Lo justo – decido. – ¡Lo que sí que iré es contenta a trabajar!
George me empuja a un lado para tumbarme en la cama y luego rueda encima mío.
- Tengo que decirlo – me advierte, mirándome con una mueca de resignación. - ¡¡Allie, deja esa mierda de trabajo!!
Alzo las cejas, extrañada por su acceso.
- Es temporal – protesto débilmente.
- Lo sé, lo sé – dice, y me besa. – Y sé que antes te has puesto a la defensiva porque insisto demasiado en que no es lo bastante bueno para ti. ¡Pero es que te quiero!
Lo beso fugazmente.
- Y yo a ti. Mucho. Pero, George, tengo que hacer algo con mi vida y ése es uno de los mejores trabajos que voy a conseguir recién salida de Hogwarts...
- No te enfades, ¿eh? – me pide, interrumpiéndome. – Quiero que hagas lo que quieras. Y, si no te gusta mi idea, pues nada, pero... hoy has visto cómo vamos por aquí.
- Por lo de Hogwarts – colaboro.
- ¡Paparruchas! – exclama espontáneamente. – Eso te lo digo yo para que no me odies por estar tan ocupado.
- Muy bonito por tu parte – le digo, con una mirada irónica.
- Gracias. Soy así al natural. El caso es que nos va bien, y estamos ganando bastante como para poder tener este apartamento y todo...
Me adelanto a lo que me va a decir.
- ¿No necesito trabajar? ¿Tú me mantendrás?
Él enrojece un poco y cierra los ojos como ofendido.
- Para nada - se revuelve. – Aquí, o pringamos todos, o no pringa nadie.
Y lo entiendo. Se me escapa una sonrisa complacida.
- ¿Me estás ofreciendo trabajo?
- Si tú quieres – me advierte él. – Vamos a contratar a alguien y yo pensé enseguida en ti. Sé que es frustrar tu carrera en el Ministerio y que te importa y por eso no quiero que te lo tomes como que no la respeto, pero, bueno, quiero verte cada día y...
- Controlarme – sugiero, más por picarlo que porque lo crea de verdad. George no es, más allá de lo razonable, celoso, y nunca me ha hecho más que bromas sobre mis compañeros de trabajo.
¿Trabajar en el WWW? No es el Ministerio, no es un trabajo con posibilidades de ascenso y de mejorar de sueldo, pero es un trabajo donde me valorarán, me querrán, no me explotarán y, lo mejor, con excelente compañía. Además, es la empresa de mi chico. Alzo la cabeza para besarlo calurosamente, ahogando las protestas que está a punto de proferir contra mi comentario de control.
- ¿Cuándo empiezo? – le digo, cuando nos separamos.
- Alicia, no tienes que...
- Quiero – declaro. - ¿Por eso estabas nervioso hoy?
- Bueno – concede. – Por eso y por la casa.
Coaccionados por su comentario, miramos a nuestro alrededor y suspiramos satisfechos a la vez.
- Sobresaliente en todo – le aseguro.
- Oh, mis propios NEWTs particulares – bromea él, extasiado.
- Sacaste notas inmejorables en mis OWLs – le sigo la alegoría. - ¿Crees que estarás a la altura, después de tanto tiempo sin hacer exámenes?
- No tanto tiempo – observa él, desabrochándome incidentalmente un lazo de la capa. – Sólo desde el colegio.
- ¿No has perdido la práctica? – dudo de él, con una mueca insegura.
- Hay cosas que no se olvidan – me asegura, y va otro lazo. – Práctico, el apartamento, ¿verdad?
Empiezo a besarlo mientras le digo que sí con la cabeza. Enseguida se aparta.
- Ssh – me dice, pidiéndome una pausa. – So, bonita. Espera un momento. Quiero pedirte algo, antes.
- Lo que sea – replico rápidamente, inclinando la cabeza para buscar sus labios otra vez.
En cambio, vuelve a mirar a su alrededor.
- No has preguntado lo más obvio, Lilee – me critica.
- ¿Lo más obvio?
Me mira y asiente, muy serio.
- ¿Por qué un pelirrojo fortachón, loco por ti y buen amante donde los haya – le muerdo suavemente la barbilla, con los ojos en blanco, ante ese comentario – se dedicaría al interiorismo?
- ¡¿Eso es lo más obvio?! – exclamo, riendo entre dientes.
- ¿Por qué – dice, con una mirada penetrante – esta casa?
Miro los muebles y alzo un hombro. Tiene razón, no me lo he llegado a cuestionar en serio, sólo he aparcado el tema, cuando me ha pasado fugazmente por la cabeza.
- Bueno, si la teníais... – empiezo, haciendo suposiciones sobre la marcha.
Hasta que supongo lo único que puede ser cierto, conociendo a George. Él se da cuenta enseguida de que lo he acertado, porque me sonríe orgullosamente y asiente, sin decir ni una palabra, confirmándome qué pretende. Estar durante casi medio año sin una habitación y que te llueva una del cielo es una cosa, pero que resulte que te estén proponiendo que esa casa sea tuya... Somos muy jóvenes, acabamos de salir de Hogwarts, y si WWW fracasa no tendremos absolutamente nada. Es casi una locura. Mis padres no se lo creerían. No se lo creerán. Mirarán a George con esa sonrisa afectuosa pero incrédula que le ponen siempre, esa de quererlo y aceptarlo pero de no saber muy bien con quién se ha ido a juntar su hija ni de qué será capaz él en el futuro. Con dieciocho años recién cumplidos, ¡viviendo con George Weasley y trabajando con él en su tienda! Igual hay peleas, como hoy, o cansancios, o malentendidos, porque la vida no siempre es un camino de rosas, por mucho que los dos lo intentemos, pero, ahora mismo, la felicidad me desborda. Y, sí, si fallase la tienda, por lo que fuere, nos iríamos juntos a pique pero, aún así, aunque cuando eso pasara ya tuviéramos hijos, sé que conseguiríamos salir adelante. Que seríamos capaces, que podríamos con la situación, que lo lograríamos.
- Entonces – dice George, por asegurarse la respuesta que seguro que ya ha leído de mi rostro, - ¿quieres?
- Sí – digo, sin voz. – Claro que quiero.
Me abraza y esconde la cabeza en la cama, con la mejilla contra la mía.
- Es curioso – dice, al cabo de unos instantes en silencio. – Mamá siempre decía que si éramos tan traviesos, ninguna chica se querría casar con nosotros.
- Las madres tienen que decir cosas así para controlar a sus hijitos hiperactivos y sin respeto alguno por la disciplina – le explico, abrazándolo fuerte. – ¿Eso te decía?
- A veces. Cuando la sacábamos de quicio. Que no encontraríamos novia, y eso. ¡Y mira!
- Lo que llegas a demostrar, ¿eh?
Ríe suavemente y me besa.
- Estoy demostrando – susurra, con tono de confesión – hasta que soy mejor para ti que el idolatrado por las masas portero de los Puddlemere.
Ahora soy yo quien río.
- Eso lo demostraste en quinto – dogmatizo, mientras le desato la capa. – Por mucho que tú dijeras, yo lo sabía.
- Hasta que te des cuenta de lo contrario y te arrepientas del cambio de opinión de última hora – suspira, resignado.
Es un comentario tan trillado entre nosotros dos que ni le contesto. Él sabe que lo adoro y que Oliver nunca, nunca volverá a meterse entre nosotros, así que, en lugar de seguirle la veta y asegurarle que no, estiro de la capa para liberarla del propio peso de George. Él se gira en la cama para ayudarme a quitársela.
- Cuidado – susurra mientras le saco la primera manga. – Está muy vieja, que no se rompa.
Estiro con más suavidad para complacerlo y la primera sale sin estropicios.
- ¿De cuándo es? – le pregunto, acariciando el leoncito bordado en la solapa.
- De quinto, sexto y séptimo – dice él. – Y, antes, de Percy. Y de Fred.
Le quito la otra manga con una mueca.
- Uff – bufo. – ¿Una capa de Percy en mi cama?
- Uff – repite él. – Pero tiene mucho valor sentimental, para mí.
Inclino un hombro, tímida, y acaricio la capa, llena de recuerdos.
- ¿Quinto?
- Quinto – confirma él. – Es la capa que te puse cuando me odiabas y te ibas a dejar morir congelada para que no me lo pudiera perdonar jamás.
- Eso mismo – confirmo, riendo. - ¿Te odiaba? – dudo, no pudiéndome creer ahora que lo hiciera.
- Bastante – conviene. – Y bastante merecido.
- Nah – le aseguro, con la palma abierta sobre la capa en su pecho. – No me acuerdo – represento. – Oye, ¿cómo que de Fred?
- Se la cambié – explica serenamente. – Cuando te ibas a congelar yo no llevaba capa, así que se la pedí, te la puse y, como habías estado tú en ella, me la quedé yo y le di el cambiazo a Fred.
Le miro a los ojos con desconfianza, sin acabar de creerme del todo lo que dice. ¿Cambiarse de capa sólo porque yo la había llevado diez minutos? Y me lo dice tan pancho, como si nada, como si, después de tanto tiempo, fuera un detalle sin importancia. Cambiarse la capa sólo por mí. Porque yo...
Lo estiro para que se tumbe otra vez encima mío y, en cuanto lo consigo, le doy un beso enorme, aún más loca por él por ese detalle que a él le parece tan antiguo como para no importar.
- Te quiero – musito, entre besos. – Te quiero mucho, tontorrón. ¡Mira que si te llego a hacer caso cuando me dijiste que pasara de ti!
Sonríe y se separa para mirarme a los ojos.
- No seas tonta, Spinnet – me riñe. - ¡¡Cualquier jovencita con dos dedos de frente (y me consta que tú los tenías ya entonces) nunca hubiera hecho caso a un gemelo!!
Río y le beso mientras muevo la cabeza con rendición.
- No debería – suspiro entrecortadamente – hacerte caso jamás. No trabajar contigo ni vivir contigo ni nada de nada.
Él hace un ruido despectivo e indiferente.
- No – refuta, sin dejar de besarme. - Ahora eres mayor y sabes lo que te conviene. ¡Y soy justo yo!
Estoy completamente de acuerdo. Suspiro con fruición y me concentro en mi chico, que me desabrocha el lazo restante de la capa y me la quita con cuidado para luego dejarla caer sin contemplaciones sobre la alfombra a los pies de la cama. Mi propia cama. La cama de George y mía. Nuestra casa. Es como tener un regalo enorme liado con un papel precioso y con un montón de lazos: lo que ves hasta ahora, sin llegar a abrirlo, no importa mucho, no es más que decorado, infraestructura, pasos previos necesarios. Es un paquete muy bonito, preparado con esmero, con colorido, exuberante, emocionante. Yo prepararé pronto paquetes así en la tienda de abajo, por cierto. Pero, en el fondo, lo que importa está dentro, escondido, esperando, y tienes que tener paciencia hasta que llegue. Y tú miras el paquete y tu corazón se acelera sólo de premonición, de imaginación, de excitación.
Así es nuestra casa, una promesa enorme de todo lo que llegará, preparada con primor en las horas libres de mi fortachón, pero nada más que un envoltorio que esconde lo que llegará con el tiempo: nuestra vida juntos, nuestras risas, nuestros hijos. Miles de noches en esta cama, durmiendo uno junto al otro, susurrando comentarios del día, robando besos adormilados. La sensación de estar cambiando de mi vida, de estar empezando a desliar el regalo, como una pulsación de trascendencia, se me pone en el estómago mientras George me besa dulcemente. La primera vez en casa. Nuestra primera vez en esta cama. Lo miro un instante, arrastrando toda la importancia que tiene para mí este momento en una sola mirada, y luego avanzo hacia él para besarlo vorazmente.
- ¿Estás bien? – me pregunta a través de mis besos.
- Te quiero – respondo, tan sólo, y cierro los ojos muy fuerte para atesorar el momento.
- Y yo a ti, bonita – me asegura él, con los labios en mi cuello. – ¡Mucho, mucho!
:))))))))))))))))))))
Ahora sí, se acabó. ^_^ Y, como que ya no me vais a tener que leer más aquí, en los pies de capítulo, voy a aprovechar para enrollarme, cosa que, según se puede comprobar (¡esto era un one-shot!) se me da de fábula. ¡Total, con no leerlo!
Primero de todo, dedicar este fic a Llad, por darme el tiempo que yo necesitaba (un petonet, maca. :)) y agradeceros a todos que lo hayáis leído. Vuestros comentarios me han hecho, como George le hace a Alicia al principio, sentir especial. Espero, además, haberos hecho pasar un buen rato con el fic. ¡Os aseguro que yo me lo he pasado en grande escribiéndolo! Muchas gracias por llegar hasta aquí y por decirme lo que pensábais, capítulo a capítulo. Sin vosotras no lo hubiera dejado de escribir, cierto, pero no hubiera sido, con mucho, lo mismo. ¡Muchas gracias!
Sobre este epílogo (¡una capa de Percy! ¡¡caca!!) os tengo que confesar que no es el único que empecé a escribir. Mi idea era hacer unas pinceladas rápidas a su vida después del colegio, unos años después, cortito y lleno de fluff... Y empecé a escribir una versión, que se complicó y complicó hasta quedar eterna. La dejé en cuanto me di cuenta de que no iba a ser lo suficientemente corta como para funcionar de epílogo, y empecé otra, más interesante y (por lo tanto) muuuuuuuuuucho más larga. Lo bueno es que, ésa segunda, probablemente la reutilice en un futuro... Ya veremos. ¡Fred & Angelina! Aquí tenéis la tercera (y definitiva) Se hizo más larga de lo planeado (cómo no) pero ¡por lo menos no tiene más capítulos que la historia en sí! :D
Va, vamos a las reviews antes de que mi labia sí que nos lleve a más capítulos de los que tiene esto... De este último capítulo he recibido comentarios de lo más bonitos... :$ Me alegro mucho, ¡mucho! (no dejo de decir eso, ¿a que no?) de que gustara tanto la declaración... *_* ¡A ver éste, qué tal!
Gracias a *Rosie-chan* (¡¡gracias!! ¡Me encanta que te encantara! :D), Ly de Black (bueno, éste ha sido más bien otro golpe de gracia), Miina (maca! sàpigues que, després de 10 capítols, jo també t'estimo a tu! I m'ha fet molta gràcia veure't aparèixer tb a l'Algo! :D I, no, estar enamorat no vol dir deixar de fer bromes... De fet, jo sóc de la opinió que l'amor s'ha de basar en l'humor perquè duri! hm! Per cert, envia-li un petonet a la teva germana de la meva part i digues-li que espero que li agradi això :D), Maika Yugi (¡gracias! Respecto a escribir nuevas historias... ¡estoy ansiosa! Tengo, por desgracia, tres a medias - Tom y Algo por ti, definitivamente a medias, y Desaparecida, a falta de ¡sólo! medio epílogo - y estoy intentando quitarme por lo menos una de encima antes de empezar nada más. :) Más detalles, por cierto, en mi profile, picando en mi nombrecito allá arriba!), Daya (:))))))) ¡gracias! No creo que los reyes lo encuentren pero, por si lo hacen, ¡me lo pondré en mi lista, también! :D) y Nimph (hola!! M'alegro molt que t'inspirés...! *envermelleixo* :D Compte amb el sucre, a veure si et tornaràs addicta...! *Mar treu la llengua i posa cara d'indiferència mentre llepa una gran piruleta del to exacte dels cabells dels Weasley* Com jo!!)
¡Apa, cuidaos! Un besazo muy grande a todas y, sin más, un merecido (y si no que se lo pregunten al corazoncito de George)
