Sus dedos trazaban el aire, llenándolo de los ligeros surcos de su fragancia.

Cerezo blanco.

Un aroma que estaba impregnado en ella desde que visitó Japón, siendo niña. Un perfume que no le permitirían llevar a la esposa de un teniente ingles tradicionalista. Pero en este caso, era parte de ella, emanaba de su piel y recorría cada rincón de su cuerpo. Se hundía en sus profundidades, hasta emerger sutilmente de sus cabellos.

¿Y qué podían hacer contra eso?

Nada.

Por eso, hasta ahora; Terese O´Neill, podía darse el lujo de pasear por las calles de Londres, mientras los demás fingían no darse cuenta que la envolvía tan sensual esencia.

A veces, su suegra se preguntaba, mientras la veía de soslayo, si la joven de enormes ojos negros se daría cuenta del efecto que causaba en los hombres. La sospecha de una respuesta afirmativa lograba que la anciana no simpatizara mucho con la recién casada. Pero, tal sospecha se diluía, al contemplar la seriedad y propiedad de Terese. Y era una seriedad tan natural como su efluvio.

Acababa de cumplir 18 años, y era tan serenamente hermosa como reservada. Provenía de una familia acomodada, y era una jovencita refinada. De maneras suaves y elegantes, además de una primorosa caligrafía.

El único pero que la madre de su esposo, mujer de severos convencionalismos occidentales, le imponía; era el hecho de ser descendiente de nipones.

La abuela de Terese había sido una hermosa geisha de Kioto, que se enamoró de un oficial de húsares ruso. Un amor muy poco común para la época, pero tan sincero, que acabó debilitando un poco los formularios sociales. De esta unión, bendecida por dos religiones, nació una niña: Torihatsu, la cual, a los dieciséis años se casó con un marino inglés y dio a la luz, en medio de una viudez prematura, a Terese...Terese O´Neill Yazpick; ahora Terese Bracknell, por el sagrado vínculo del matrimonio.

Con una dote considerable; había pasado a formar parte de la familia de su esposo con total aceptación y cumplía con sus deberes de casada siempre con presteza. Así era ella. Inmutable en su posición. Amable y obediente.pero totalmente inexpresiva.

Aunque..

Aquella mañana tenía algo de diferente. Había tenido un sueño que no recordaba, pero que logró que un suspiro desesperado escapara de sus labios; al tiempo que una pregunta extraña; jamás antes formulada, se clavaba en su cabeza:

¿Qué es el amor?

Y así la encontró el nuevo día: Sentada en la cama, moviendo ligeramente las manos frente a ella; como si las viera por primera vez. Y aspirando casi desconcertada su propio perfume.

Cerezo blanco...

¿Por qué era la primera vez que lo sentía tan suyo? ¿Por qué de repente le dolía tanto reconocerlo? Y más pasmoso todavía era el hecho que de repente; la imagen de nieve manchada de sangre le viniera a la mente, cada vez que el aroma llegaba a sus sentidos.

¿Qué rayos pasaba?





















Notas...

Si, es muy poquito, pero la escuela me trae loca. De todas maneras, gracias por leer; y espero muy pronto hacer algo más largo y entendible. ; )

Dedicado a:

Firuze Khanume: Gracias por tus comentarios. Se que el nuevo capítulo llega muy tarde y es muy corto; pero espero que lo sigas leyendo, prometo no dejarlo aunque me tarde un poco. ^.^

la rarotonga: Estoy completamente de acuerdo contigo ¡¡¡Viva Tomoe!!! Y espero leer tu fic también.

Yersi Fanel: El placer será totalmente mío de que lo sigas leyendo..muchas gracias. ^.^ Por cierto, también me gusta Kamatari.