El campo de trigo se mecía en una siesta intranquila, durmiendo con el viento y velando a las amapolas, al sur de Rivendel.

El cielo estaba claro, la tarde solo movía tímidas nubes blancas en su lienzo azul, que lentamente avanzaban hasta besarse con las montañas verdes, vestidas de flores.

Entre el oro y los rubís del valle sólo sentaban dos personas y sus dedos acariciaban las espigas, entre el murmullo del río, a lo lejos.

Ella, su melena negra que parecía cernir las sombras claras de la noche sobre el campo y su vestido blanco, un rayo de luna y estrella. Él expresaba una sencilla y a la vez complicada encrucijada de serenidad en sus ojos grises, parecidos a los de su padre y su pelo oscuro volaba con la brisa a pesar de ser corto, para ser el de un elfo.

Las espigas doradas del trigo les acariciaban, rozando sus mejillas, cuando estas bailaban la danza del aire fresco del verano, de aquel bello verano.

-Me encanta este sitio, esta como... aparte.- la voz de Elroyënath sonó fría y seria pero serena, como siempre: -Aquí me siento distante, por fin solo...

-Pero hoy no estás solo.- los ojos de Thruviel brillaron a la par con el sol.

En el rostro de Elroyënath se hubieran podido distinguir unos ojos sonrientes, a través del viento: -Hoy es distinto.

Elroyënath era solitario, serio, no hablaba hasta que realmente hubiera algo que decir y pocas veces sonreía, tristeza desterrada parecía habitar en él. Sus ojos semejaban a la oscuridad cuando se le regala luz y su pelo olas de mar que terminaban en su nuca, entre una tiara de oro y una gema verde en su frente. Sus susurros se confundieron con el canto de la brisa: -Me gusta huir de la ciudad y sólo sentirme a mi mismo, en compañía del silencio.

-Muchas veces es buena la soledad, nos ayuda a pensar.- sin embargo la voz que salía de los labios carmín de Truviel le apartaba todos los pensamientos de su mente, destacaba aún entre la belleza de aquel verano.

-A veces creo que nadie me comprende.- tristeza perpetua y perenne en sus ojos de plata.

Thruviel venía del Norte, hacía varios siglos que su familia había viajado hasta Rivendel para quedarse y todavía se sentían discriminados, fuera de la vida real que los habitantes de la ciudad llevaban, nunca se había sentido como uno de ellos. La gente les observaba con reprobación en sus miradas, tal como se mira a un cuadro sin terminar, a una música sin entonar; Truviel no tenía un verdadero hogar en Rivendel: -Yo si te comprendo.

Elroyënath perdió su mirada en el horizonte bordado de hierba verde, que coronaba las cimas de los montes e incluso más allá, sintiéndose aún sin compañía.

Thruviel se acercó hacia él. Los brazos del joven elfo rodeaban sus propias rodillas y perdía su rostro entre ellos. La elfa pasó su brazo por sus hombros y dudó antes de hablar, siempre se lo pensaba antes de decir o hacer nada.

-¿Por qué eres así...? ¿Por qué eres tan distinto a los demás?

Elroyënath giró su cuello para mirarla a los ojos. Si no hubiera sido por la cercanía Thruviel hubiera jurado que aquellos ojos necesitaban llorar, tanta melancolía se acumulaba en ellos...

-Me falta algo.

-¿Qué te falta?

-Ojalá lo supiera.

Truviel le apretó contra sí con su brazo todavía rodeándole el cuello hasta su otro hombro. Las espigas se enredaban en sus cabellos.

A pesar de todo, a pesar de que su amiga intentara consolarle y le conociera desde hacía tanto tiempo, Elroyënath seguía guardándose cosas para sí y su mente solitaria. Y cuanto le gustaba en él aquella sensación de misterio que mantenía... Nadie la trataba como él lo hacía. Era el único que la miraba con unos ojos que no surgían del rostro, si no de más allá de un alma.

-Me gustan tus ojos.

Bajo el casi abrazo de Thruviel Elroyënath pareció temblar y sus mejillas se compararon repentinamente con las amapolas del campo, mientras tartamudeaba: -Gra... gracias, se... parecen a los de mi padre, tal vez por eso te gustan...

-No, no esos ojos.- el rostro de Elroyënath giró aún más y sus mejillas se unieron y los labios de Thruviel ahora rozaban palabras en su oído: -Me gustan los ojos con los que me miras.

Entre sus susurros el siempre serio y erguido Eroyënath pareció desfallecer de repente de impresión, turbado. ¿Por qué se turbaba...? Daba igual, incluso así parecía más misterioso, hasta que volvió a recuperar su traicionera y amada cordura.

-Intento mirar a la gente por lo que es, no por el aspecto ni por lo que se cuenta de ella. Eso es... artificial...- tenía escalofríos y su voz se trababa.

-Me gusta como eres.- Elroyënath abrió ampliamente sus ojos, aquellos preciosos ojos grises.

Thruviel sonrió, le gustaba tener a Elroyënath de ese modo junto a ella. Le gustaba cada uno de sus tremores a cada nota de voz que salía de sus labios y Elroyënath ya no se rodeaba las rodillas y sus manos temblaban como su cuerpo y se posaban sobre la hierba y las espigas y se acercaban a las manos de la mujer y la rozaron al fin, entre respiración intercalada.

-Me gusta tu forma de ser, tu soledad, tu tristeza, tú...- ¡Oh, por Eru! Que sensación el sentir el palpitar de un corazón nervioso aún sin apoyar la cabeza sobre el pecho que habita. Los suspiros de Elroyënath en su oído y sus sentimientos y su ganas de decirle todo lo que de él le atraía se avivaron.

¡Una mano! Sí, por fin una mano en su brazo, la mano siempre seria ahora quemaba de emoción como el fuego de una hoguera. Truviel no pudo resistirse a aquel movimiento, ¡¿Por qué la atormentaba con tanto misterio en cada milímetro de sus movimientos...?! ¡¿Y por qué su corazón ahora palpitaba tan deprisa?! ¡¿Por qué entonces no dudaba ni pensaba en sus palabras?! ¡¿Por qué...?!

-Elroyënath...- sus labios se movieron solos, pronunciando el nombre más enigmático que habían conocido sus oídos.

-Thruviel...- el cuerpo de la mujer se extendió tan fácilmente sobre la tierra, entre las espigas de oro, entre los rayos de sol y amapolas en su pelo de noche.

¡Oh, por Eru, que piel! ¿Cómo podía ser tan suave..? ¡¿Por qué ya no se sentía solo?! Y ahora... ¡Sí, ahora se sentía completo, ya no le faltaba nada! ¡¿Por qué sentía que aquello que tanto había buscado y que en su ser no había aparecido era amor...?! Sí. La quería, lo habría gritado a los cuatro vientos y lo habría susurrado a cada árbol y hebra de hierba de la tierra. ¡La amaba!

La boca incandescente de la elfa se cubrió en seguida por unos labios temblantes pero locos de pasión, deseo avivado a cada segundo que pasaba, ganas de amar en ellos.

Los brazos de Thruviel rodearon la nuca de Elroyënath, sintiendo su corto y suave pelo bajo ellos y se dejó amar como la orilla se deja atraer por las olas.

-Te quiero... te quiero Thruviel... te quiero tanto...- murmullo entre beso y beso, entre caricia y caricia, entre temblor y temblor.

La boca ansiosa de pasión del elfo bajó por el cuello de la mujer y se perdió entre pliegues de vestido blanco y luz de sol, con luna, bajando por su pecho, sintiendo bajo ellos un corazón palpitar y cuando llegó a su abdomen una mano celosa, furtiva, se introdujo entre las ropas, para sentir el terciopelo de su piel. Su ombligo asomó a las caricias de las espigas y Elroyënath apoyó su cabeza sobre aquel suave vientre; sintiendo caricias entre sus rizos oscuros.

-Te amo.

Elroyënath hubiera preferido morir a alejarse de su lado.

CARMENCHU!!!