Bajaba la colina verde de altas hierbas mientras las nubes grisáceas
cubrían el cielo.
El pelo, moreno y rubio a la vez, como el bronce, se deslizaba sobre su frente y su nuca, como las olas del mar, a lo lejos, en la orilla y el horizonte.
Las flores salpicaban la pradera y de vez en cuando crecían en grupos, acompañando las unas a las otras y sin separarse demasiado de las demás lejanas. El viento las abrazaba y las mecía como a un niño en sus brazos y la capa de Boromir se deslizaba con ellas.
Bajando la ladera desde aquella meseta hacia la playa pasó su mano entre la hierba suave y una flor clara, blanca como la espuma, llegó hasta sus dedos, durmiendo al fin en ellos, con ternura y con la flor entre sus manos pisó la arena.
El viento marítimo se sentía más húmedo que de costumbre y las nubes a lo lejos se amotinaban con las olas lejanas del mar, intenso azul y verde. La arena cálida bajo sus pies descalzos y su capa calló al suelo, en el confín de las hierbas, en el lindero de la costa.
El sonido del mar, la brisa, olas, espuma, la arena y una mujer en la orilla y su vestido azul confundido con el mar y sus bordados de oro, los rayos de sol escondidos; y su pelo, olas oscuras, difuminadas entre el castaño de brillos ocultos.
Boromir sin hacer ruido y encubierto por las olas que rompían entre canciones y burbujas se acercó a la mujer, un primer rayo blanco en el horizonte oscuro, y ella de espaldas. Posó una mano sobre su hombro, lentamente y con cuidado, sintiendo aquella suave piel bajo ella y disfrutando cada segundo, clavando sus ojos en la lejanía, donde el cielo y el mar se besaban.
La mujer esbozó una sonrisa al sentir aquel calor entre sus cabellos, más allá de su espalda y sobre el hombro del hombre apoyó suavemente la cabeza, abrazándole, sin dejar de mirar las olas romper.
Un trueno dejó escuchar su voz desde el infinito, y su clamor pareció apagado.
La flor apareció ante su mirada, blanca y sencilla, comparándose con las espumas del mar distante. Ella la cogió entre sus dedos y con ternura olió su aroma, sonriendo.
Una mano fuerte, ahora sutil, rozó su mejilla y con cuidado navegó por ella y, como las olas bajo sus pies, se extendió por su rostro, hasta la playa de su pelo. Los ojos de la mujer se cerraron y sintió la caricia como la hierba siente los besos del viento y ante ellos se rinde.
Un nuevo rayo en los confines del mar y el agua tibia mojó el largo vestido de la mujer. Los dedos del hombre perdidos entre pelo oscuro bajaban pegados e su cuello. Acercando sus labios a su frente blanca la besó y sus cabellos se fundieron en uno solo.
-Te pareces al mar.- la voz salió de los labios de Boromir, entre susurros.
-¿Cómo...?
Las palabras volaron sobre sus murmullos: -Suave, lejana, ligera, fresca, libre, salvaje, nuevamente nueva, conocida y desconocida, me atraes y me das miedo.
La mano de ella llegó hasta el pómulo de él y le apartó el pelo de los ojos azules como las aguas: -¿Me amas?
Una brisa rebelde meció las hierbas en un baile intranquilo a sus espaldas, el eco del trueno en los acantilados, el mar intranquilo y manos rozando cada parte de sus cuerpos. Dedos perturbados entre caricias lentas, incontrolables aún y cuando demasiado reprimidas a los impulsos traidores de sus cuerpos y la arena les acogió entre pasión.
Dos centellas a lo lejos, dos besos estremecidos, temblorosos, trémulos, sobrecogidos, besos que descifraban amor en caricias secretas.
Espuma, caricia, agua, caricia, luz, caricia, lluvia errante, caricia, amor, caricia, beso, caricia, caricia, caricia y cariño.
-¿Me amas, Boromir...?
Un beso prolongado en la comisura de la boca insaciable.
-Claro que sí, Thrimir...
Un beso prolongado en el cuello de labios insatisfechos.
-¿Cuánto...?
De nuevo un relámpago y sus discípulos y fuertes ecos de truenos aún inaccesibles. Besos en la piel y la arena.
-Mi amor es más grande que el mar. Te amo tanto como granos de arena hay en esta playa, como estrellas hay en el cielo, como rayos tiene el sol... Te amo. Mas no puedo decírtelo con palabras.
Sus susurros volaron con el viento, cercano a la tormenta y sus besos se escondieron, tras un relámpago de luz distante.
CARMENCHU!!!
El pelo, moreno y rubio a la vez, como el bronce, se deslizaba sobre su frente y su nuca, como las olas del mar, a lo lejos, en la orilla y el horizonte.
Las flores salpicaban la pradera y de vez en cuando crecían en grupos, acompañando las unas a las otras y sin separarse demasiado de las demás lejanas. El viento las abrazaba y las mecía como a un niño en sus brazos y la capa de Boromir se deslizaba con ellas.
Bajando la ladera desde aquella meseta hacia la playa pasó su mano entre la hierba suave y una flor clara, blanca como la espuma, llegó hasta sus dedos, durmiendo al fin en ellos, con ternura y con la flor entre sus manos pisó la arena.
El viento marítimo se sentía más húmedo que de costumbre y las nubes a lo lejos se amotinaban con las olas lejanas del mar, intenso azul y verde. La arena cálida bajo sus pies descalzos y su capa calló al suelo, en el confín de las hierbas, en el lindero de la costa.
El sonido del mar, la brisa, olas, espuma, la arena y una mujer en la orilla y su vestido azul confundido con el mar y sus bordados de oro, los rayos de sol escondidos; y su pelo, olas oscuras, difuminadas entre el castaño de brillos ocultos.
Boromir sin hacer ruido y encubierto por las olas que rompían entre canciones y burbujas se acercó a la mujer, un primer rayo blanco en el horizonte oscuro, y ella de espaldas. Posó una mano sobre su hombro, lentamente y con cuidado, sintiendo aquella suave piel bajo ella y disfrutando cada segundo, clavando sus ojos en la lejanía, donde el cielo y el mar se besaban.
La mujer esbozó una sonrisa al sentir aquel calor entre sus cabellos, más allá de su espalda y sobre el hombro del hombre apoyó suavemente la cabeza, abrazándole, sin dejar de mirar las olas romper.
Un trueno dejó escuchar su voz desde el infinito, y su clamor pareció apagado.
La flor apareció ante su mirada, blanca y sencilla, comparándose con las espumas del mar distante. Ella la cogió entre sus dedos y con ternura olió su aroma, sonriendo.
Una mano fuerte, ahora sutil, rozó su mejilla y con cuidado navegó por ella y, como las olas bajo sus pies, se extendió por su rostro, hasta la playa de su pelo. Los ojos de la mujer se cerraron y sintió la caricia como la hierba siente los besos del viento y ante ellos se rinde.
Un nuevo rayo en los confines del mar y el agua tibia mojó el largo vestido de la mujer. Los dedos del hombre perdidos entre pelo oscuro bajaban pegados e su cuello. Acercando sus labios a su frente blanca la besó y sus cabellos se fundieron en uno solo.
-Te pareces al mar.- la voz salió de los labios de Boromir, entre susurros.
-¿Cómo...?
Las palabras volaron sobre sus murmullos: -Suave, lejana, ligera, fresca, libre, salvaje, nuevamente nueva, conocida y desconocida, me atraes y me das miedo.
La mano de ella llegó hasta el pómulo de él y le apartó el pelo de los ojos azules como las aguas: -¿Me amas?
Una brisa rebelde meció las hierbas en un baile intranquilo a sus espaldas, el eco del trueno en los acantilados, el mar intranquilo y manos rozando cada parte de sus cuerpos. Dedos perturbados entre caricias lentas, incontrolables aún y cuando demasiado reprimidas a los impulsos traidores de sus cuerpos y la arena les acogió entre pasión.
Dos centellas a lo lejos, dos besos estremecidos, temblorosos, trémulos, sobrecogidos, besos que descifraban amor en caricias secretas.
Espuma, caricia, agua, caricia, luz, caricia, lluvia errante, caricia, amor, caricia, beso, caricia, caricia, caricia y cariño.
-¿Me amas, Boromir...?
Un beso prolongado en la comisura de la boca insaciable.
-Claro que sí, Thrimir...
Un beso prolongado en el cuello de labios insatisfechos.
-¿Cuánto...?
De nuevo un relámpago y sus discípulos y fuertes ecos de truenos aún inaccesibles. Besos en la piel y la arena.
-Mi amor es más grande que el mar. Te amo tanto como granos de arena hay en esta playa, como estrellas hay en el cielo, como rayos tiene el sol... Te amo. Mas no puedo decírtelo con palabras.
Sus susurros volaron con el viento, cercano a la tormenta y sus besos se escondieron, tras un relámpago de luz distante.
CARMENCHU!!!
