La guitarra apoyaba en la madera, delicada como una hoja parda de otoño e imponente como los montes más allá de los bosques.

El fuego azul de las luciérnagas dentro del farol iluminaba el suelo del flet, dulce y delicado como la guitarra.

La luna en el cielo salpicaba con su luz el cielo, de estrellas intermitentes y de crispaz destello plateado.

Se sentó en el escabel y con la delicadez de los movimientos de un gato, sin irrumpir en la tranquila escena, cogió su guitarra por el mástil, acariciando suavemente sus cuerdas, acallándolas.

Las hojas en el árbol ondeaban con el viento fresco de la azul noche.

Sus ojos azules miraron a lo lejos, más allá del dorado del árbol, más allá de los árboles y la llanura, más allá del mar, su vista se cegó, sintiendo sólo junto a él la guitarra.

Pasó sus dedos sobre la primera cuerda y con la mano derecha cerca del agujero donde el breve sonido retumbaba en su interior, jugueteó con las notas, llegando a su corazón y retumbando, como en la guitarra, en su alma, al compás con su palpitar.

Sus dedos blancos llegaron hasta las yemas de marfil para afinar las cuerdas, girándolas sobre ellas mismas. Tan claro era el sonido que producía como los rayos de la luna, que sobre su pelo lucían.

Los ojos perdidos en el sonido de la música se cerraron y solo su oído guió a aquel ciego por el camino de la emoción.

Cada cuerda sonaba, dejando su suspiro en la cabeza de Haldir, y a cada nota y movimientos sobre los trastes en lo alto del mástil, el corazón se le encogía y sólo el alma se atrevía a arrullar las cuerdas en la danza de una canción leve y pausada como la brisa entre la espesura.

El aire en sus pulmones y besando roces en sus labios le ayudó a pronunciar lo que su interior quiso decir, imitando el sonido de las notas bajo sus dedos: -Cuéntame, otra vez, como iba aquella melodía que hablaba de nosotros dos, la escribió el que inventó el adiós...

El sonido de su corazón sonaba como el amor en su cabeza y solo recordando un beso sus palabras se extendieron en su voz: -Cuéntame, otra vez, si no es el mismo sol de ayer el que se esconde hoy, para ti, para mi, para nadie más se ha inventado el mar...

Solo, sentirse junto a su instrumento traduciendo las palabras de su alma a través de una canción enlazada con las notas de su pensar, las notas de aquella clara y dulce guitarra.

El viento era tan bello cuando entraba junto con la música en sus oídos...: -Se inventaba el horizonte por llegar donde existe siempre el don en algún lugar y aquel derroche de mi fantasía mía... mía... mío es este maldito atardecer...

Se sintió la persona más feliz del mundo. ¿Qué más daba ahora quién podría oírle...? Aquella canción, inventada junto al viento, era para una persona y sólo a ella la dedicaba, entregado en cuerpo y alma a que de su guitarra saliera su pasión.

Una lágrima de emoción salió de sus ojos azules, imitando a la noche con la luz brillante de la luna en su suspiro, recorriendo su mejilla: -Y me iré, me iré contando cada paso, no quiero despertarte. Y me iré, te dejaré un puñado de canciones, y de beso un nuevo guiño y al final me iré.

Las hojas bailando al viento y el bosque entero envuelto en sombras: -Déjame que te dé cada segundo envuelto en un atardecer de vida, para ti, para mi, para nadie más se ha inventado el mar...- viendo en su mente junto a la música de su voz y sus dedos a la persona que más amaba en el mundo, mas que para él estaba lejos, en cuerpo y alma.

Una nueva lágrima en su rostro: - Y recuerda que te desnudé, y ninguno sabía muy bien que hacer aquella noche, noche fría, mía... mío fue este maldito atardecer... -cuan lejano era aquel recuerdo, que vivía en sus ojos llorosos, y difuminado como la luna entre nubes pálidas, de noche azul.

-Y me iré, me iré y lo haré despacio, no quiero despertarte y me iré, perdóname pero es que tengo prisa, que he quedado con mi alma para pensar en ti...

La luna brilló en su pelo tintándolo de plata, semejándolo casi a la madera, mutada con la música de su voz y su llanto de amor bajo las estrellas.

La luz del farol, colgado en la rama sobre él, se apagó cuando la luz del alba empezó a nacer en el horizonte y su guitarra lentamente calló cuando de sus ojos las lágrimas se apagaron y de sus labios salieron susurros de amor eterno sobre la persona lejana: -Te amo...

CARMENCHU!!!

P. D.: ¿Se nota mucho que me encanta tocar la guitarra? Si... tal vez me he pasado... hoy estoy especialmente romántica... ¿por qué será?

Pero que bonito llorar por la pasión de una canción...

Debe ser que tanto escuchar Alejandro Sanz me afecta...