Tampoco es como si tuviera sentido, vamos, seamos realistas. Nada de todo esto importa demasiado, al final, a ella, a nadie, aunque para mí sea un mundo. Nada tiene sentido, yo no tengo sentido, nada me importará a partir de ahora.
La canción que lleva horas repitiéndose en mi reproductor acaba, con un chasquido sordo, y pasan dos segundos en silencio mientras vuelve a la posición inicial. Un sonido metálico suave, una guitarra acústica y vuelve a empezar el lamento, con una métrica y una rima impecables, tan imposibles, espontáneas, como fuera del mundo me siento yo mientras suena. No os engañaré, ya no lo oigo, hace un buen rato que no lo escucho y, sinceramente, desde el principio me importaba un comino. Sólo quiero no escuchar el silencio, no dejar mi cerebro dar vueltas, no tener la libertad de correr en la memoria hacia momentos más cómodos.
Siento algo por ti, yo sólo no puedo, no funciono sin ti. Son sólo palabras que hacen acompañar a la música, ¿por qué deberían importarme? No las digo yo, sólo es una canción, sólo música, sólo algo cualquiera, ruido, voces desconocidas, aunque ya me sepa de memoria cada inflexión, sólo es algo, y ya está, mamá, nada que ver con cómo me siento, ve tranquila, yo protejo el fuerte.
Nada que ver con lo que siento por nadie, no, no tengo nada con nadie, sólo me gusta quedarme en la sala, con todas las persianas medio bajadas y las gruesas cortinas encerrando el brillante sol afuera, medio tumbado en el sofá, horas y horas, en la misma postura, auto compadeciéndome. Pero no es nada, no, claro que no.
Cierro los ojos y dejo la mente en blanco. Qué bien se está sin pensar nada. Sin torturarse. Algo de la canción se filtra, por desgracia, pero se equivoca. No eres la única, claro que no. La canción se equivoca. No eres la única opción, y siempre me quedará el celibato. Tampoco está tan mal.
Estúpida canción, de hecho. Debería pararla y escuchar algo mejor, algo más alegre, algo diferente por una vez. Algo que no hablara sobre cómo alguien quiere a otro alguien con quien lo han dejado por gilipollas (y que alguien me corrija, si se atreve: cuando has escuchado una canción así cincuenta veces sabes que no fue el destino, lo que los separó, sino lo gilipollas que fue el que ahora se queja. ¡Y, sí, siempre es culpa de él!) y de cómo no puede seguir adelante sin el otro alguien.
Pues yo puedo. Claro que sí. No es tan difícil, ¿ves? Coges unas vacaciones, le alquilas tu lechuza a tu primo de Alemania para cortar con el correo, te pones una túnica vieja y algo sucia, por cierto, cierras los ojos detrás de los cristales de tus gafas y te dejas caer en el sofá, con total abandono. Apatía e inacción, pocos pensamientos y la repetición constante de una misma pieza. Es un comportamiento perfectamente normal; ¡a ver si no la he superado ya!
Total, si no me quiere, pues que no me quiera.
Debería parar esa música. Empieza a gustarme y todo. Pero pararla implica levantarme, o al menos alargar la mano hasta mi varita, y no me apetece ahora mismo. Después. ¡Total, en cuanto la apague la echaré de menos y pondré otra o incluso volveré a poner la misma...! No vale la pena y no pienso moverme. Abro un ojo, sin ganas, me miro un pie, lánguido sobre el cojín del sofá, subo la vista por la pierna, me miro la rodilla, demasiado huesuda, y alzo la vista hacia el techo. Soy pequeño, minúsculo, en un mundo que no me importa, un mundo que no me puede dar ya nada, soy un paria de la felicidad, y ni siquiera me importa.
Huelo mal. Sí, ya, desagradable, pero es cierto. O no, todavía no, pero lo haré. La puerta del balcón está abierta, tan sólo una rendija, que alza las cortinas y hace que pase una brisa suave de camino a la puerta contraria, conmigo en medio. Eso es lo único que me hace soportar estar aquí sin hacer nada, porque evapora rápidamente el sudor y casi hace agradable pasar calor. Lo cual no quita que esté sudando. Lo cual quiere decir que dentro de dos horas oleré mal. Pero, bueno, tampoco es como si no fuera a querer por cómo huelo.
Oh, no. Ya hay doscientas otras razones para eso.
El techo es aburrido, y mi música repetida y repetida, también. Yo soy aburrido y mi vida también es aburrida, pero ni me aburro. No me importa lo suficiente. Apático e inmóvil, no me paro a fijarme lo suficiente.
Oigo que la puerta corredera que da al jardín se corre suavemente a un lado. Me doy cuenta, por el ruido de roce de ropa cuando se vuelve a cerrar y las cortinas dejan de volar, de que alguien ha entrado. Ese alguien, sea quién sea, batalla unos segundos con la tela antes de librarse de ella, suspirar y avanzar hacia mí. Un Sirius despeinado entra en mi campo de visión, no me presta casi atención, indiferente él también, se acerca a la mesa y finge tocar algún objeto al azar, como si fuera la razón por la que ha entrado. Un Sirius despeinado me observa de reojo, creyendo que yo, con la vista aún fija en el techo, no me doy cuenta, y un Sirius despeinado acaba por darme la espalda antes de hablarme, aparentando que no le extraña ni preocupa (inocente, como si no se notara) mi comportamiento atípico de este verano.
- ¿Hay más limonada? - pregunta, tranquilo.
- No lo sé - mascullo, en un gruñido.
Él se encoge de hombros y va a la cocina. Vuelve al cabo de poco, con un vaso lleno, y se sienta en el sillón que hay junto al sofá donde me pudro de autocompasión y auto indiferencia. Ése soy yo.
- ¿Quieres? - me pregunta, enseñándome el vaso un segundo.
- No - respondo concisamente.
Estamos un rato en silencio, escuchando los dos la canción. Cuando empieza la segunda repetición que presencia Sirius, éste suspira suavemente.
- ¿Tanto te gusta? - me dice, molesto.
- Está bien - declaro, sin ganas. - ¿No te gusta?
- Hum - asiente él. - ¿No te cansa?
- Todavía no - le aseguro, y cierro los ojos de nuevo.
Otra vez nos quedamos en silencio. Oigo, de vez en cuando, el sonido casi metálico de los cubitos chocando contra el vaso de cristal cuando Sirius lo mueve, y su respiración pausada cuando no coincide con un latido del ritmo de la canción. Y huelo su colonia y el ejercicio que ha hecho afuera. Fuera de eso, la existencia próxima de mi mejor amigo no me molesta en nada. A veces es una suerte tener amigos con la capacidad, aunque no la frecuente decisión, de cerrar la boca.
- ¿Hoy tampoco vendrás? - me pregunta, por fin. Mucho tardaba.
- No - grazno.
Se inclina hacia delante y me mira la frente con obstinación. No he abierto los ojos, así que no lo puedo ver, pero lo veo nítidamente, como si los tuviera abiertos y enfocados hacia él.
- ¿Por qué? - pregunta neutramente.
- No me apetece - explico, y entreabro los ojos. Ahora sí que le veo, por una rendija. No me equivocaba en nada.
- No entiendo qué hacemos aquí, si no te apetece.
Me encojo de hombros y cierro de nuevo los ojos. Yo no les he pedido que se quedaran.
- Pasáoslo bien vosotros - acabo por decir, aunque, venga ya, no me importa demasiado.
Él sacude la cabeza.
- Si tú no vienes, no vamos - me amenaza, y luego añade, para justificarse: - Siempre es lo mismo.
- Si yo voy, también - le recuerdo.
- Será diferente de la última vez - observa él.
- Ve desnudo - sugiero. - Eso también lo hará diferente de la última vez.
- Y si llevo un ciervo atado con una correa también lo será - me desafía.
- Si consigues un ciervo al que puedas convencer de que lo sea y de que no deje de serlo durante toda la noche, adelante - concluyo yo, con una sonrisa de sorna.
- Hay maneras - dice, a pesar de que su tono es de rendición. - Si no quieres venir, que te den.
Asiento y me relajo en el sofá.
- Que me den - repito, sólo por paladear las palabras. Muy negro tengo que tenerle para que me hable así, pero, bueno, supongo que tiene motivos para estarlo.
- Hoy vamos a La Varita - explica.
Hago un gesto vago. Sinceramente, Sirius, date cuenta: no me importa.
- Es tranquilo - sigue, testarudo. - Remus aún está cansado y al menos nos podremos sentar en una mesa.
Abro los ojos y miro el techo. Sirius, yo también estoy cansado; ¿por qué no vas y que te den a ti también?
Que te den, que te den, que te den, canto, en mi cabeza. No a ti, Sirius, claro que no, compañero, sino sólo que te den, curiosa frasecita. Suena bien, que te den, que te den. La formo con la lengua contra los dientes, saboreándola con la boca cerrada. Que te den, Jamie; llevas un buen tiempo bien jodido. Va, Jamie, sólo pasa de todo hasta que todo pase de ti, y entonces pasarás hasta de estarlo. Sólo hasta que todo haya olvidado que existes. Sólo hasta que tú hayas olvidado que la vida debería de tener un motivo de ser.
Que no tiene jamás, por cierto.
Sólo son patrañas.
Y a Jamie ni las patrañas le sirven para ser feliz. ¿Qué hace más real una cosa cuando la comparten dos que cuando es cosa de uno solo? ¿Qué pasa, la locura debería dejar de ser tal si dos locos la sintieran igual? ¿Una mentira sería más cierta porque la creyeran más personas? ¿El amor me tiene que hacer más feliz porque seamos dos lo que creemos en él que cuando sólo lo creo yo?
Que te den, Jamie, y que le den a todo lo que no eres tú. ¡La indiferencia puede ser una coraza tan dulce...!
Sirius se cansa, alza la varita y apaga el reproductor. El silencio se hace entre nosotros, casi doloroso en su novedad. Cierro los ojos con fuerza, frunzo el ceño e ignoro la ausencia de música hasta que se vuelve soportable.
- ¿Por qué no vienes? - insiste Sirius, con un suspiro harto.
- Porque no me apetece - repito yo también, como si se lo estuviera diciendo por primera vez. Eso sí lo tengo, pero no es paciencia: es sólo que he aprendido, por prueba y error, que es mucho más fácil actuar como si no te hubieran hecho antes esa pregunta que darles pruebas del poco agradable hecho de que no quieres respondérsela con más detalles o con una respuesta que, no como la que les das, les satisfaga. Si yo finjo que no me canso, ellos tardan más en cansarse de mí y exigirme salir de mi apatía.
Sirius calla. No tengo que mirarle para saber que su expresión es ceñuda y que, ahora mismo, puntualmente, sólo unos instantes, y aunque me quiera, me odia. Me odia, dice en serio lo de que me den, le gustaría pegarme un par de tortas, a ver si espabilo de una santa vez. Le frustro, y le frustro mucho, con toda el alma, como si me empeñara en hacérselo peor, como si lo hiciera a propósito. Me quiere, y le parte el corazón verme así y lo acaba de matar no poder hacer nada, no saber hacer nada, para hacerme reaccionar. Y, precisamente porque me quiere, es aún peor, porque no puede decirme nada que me hiera, no puede hacerme daño para ver si así, por lo menos, respondo como alguien vivo.
Lo siento, compañero. Lo siento un poco, porque te quiero, pero no lo suficiente como para cambiar y echar sangre a mis venas en lugar de horchata. Pero sí lo suficiente, por eso, como para alargar una mano, coger la suya y hacer que la ponga contra mi cara, tapándome los ojos. Me sabe muy mal tenerte preocupado, Black.
- Os lo pasaréis bien - digo, en cambio. - ¿Iréis todos?
- Sí - suspira. - Pero no es lo mismo sin ti.
- No estoy de humor, Sirius - me quejo. - Otro día.
No es que no me importe. No es que no os quiera. No me odiéis, no me odiéis, porque no podría soportarlo, y ni siquiera me importaría. Dejadme hundirme unos días, solo...
Pero, me doy cuenta de repente, ya van tres semanas. Tres semanas así, apático, indiferente, ausente en todo momento... Los preocupo. Claro que los preocupo.
Y hoy, por primera vez, me planteo volver a interesarme por el mundo. Sólo me lo planteo, claro, y me lo plantearé muchas veces antes de hacer algo, pero, bueno, es un paso. Palmeo afectuosamente la mano de Sirius, sobre mi cara, y luego la aparto, sin mucho miramiento, y me vuelvo a quedar como estaba.
- Pásatelo bien - le digo, intentando, con bastante éxito, sonar hostil. - Que conozcas muchas brujitas fáciles.
Resopla, enfadado.
- Brujitas fáciles - gruñe. - ¿Eso quieres para mí?
Me encojo de hombros.
- Si te hace feliz - le digo, petulante. - Por lo menos te lo hacen pasar bien.
- Habla don Experiencia - me responde, enojado.
- No - concedo - pero a ti no te iría mal tener alguna experiencia de vez en cuando.
Suspira y se levanta del sofá.
- Como si tú hubieras tenido alguna - masculla.
- Como si no me arrepintiera - asiento yo, con un gesto de quien sabe de lo que habla, aunque no sea así. No he tenido experiencias, pero él tampoco, y no creo que ninguno de los dos se arrepienta. Ya vendrán. O no. ¿Qué prisa puede tener Sirius? Y yo, célibe, a lo peor, tampoco estaré tan mal.
- No quiero brujitas fáciles - dice, por fin, y noto que se ha ofendido más de lo que yo creía esperable.
Abro los ojos y lo miro, sorprendido.
- Con no ser fácil tú, ya lo tienes - murmuro, reconciliador.
Él se encoge de hombros y me dirige una mirada triste.
- Te echo de menos, ¿sabes? - me dice, muy flojito. - No quiero brujitas fáciles. Quiero que tú vengas y te estés con nosotros.
Sus ojos, fijos en los míos, llenos de tristeza y censura, son difíciles de soportar. Estamos en silencio unos instantes, mirándonos sólo, hasta que yo giro la cara hacia el respaldo del sofá, con una mueca molesta.
- Hoy no - digo, antipático. - Otro día, a lo mejor, pero hoy no.
Sirius asiente y alza un hombro, inseguro.
- Todos te echamos de menos - me asegura. - Nada es lo mismo sin ti, Jamie.
Chasqueo la lengua. O deja ese tema o lo mando a paseo, lo juro.
- No me apetece - me encabezono. - Podríais entender que no me apetezca ir a la vuestra por una vez.
Como siempre que me muestro enfadadizo, Sirius se pone a calmarme con disculpas y consigo, indirectamente al menos, que deje de insistir.
- No te preocupes - dice suavemente. - Si lo entendemos. Pero tú tienes que entender que nos empecemos a cansar de tanta autocompasión.
Giro de nuevo la cabeza, para mirarlo dolido, pero me canso a medio camino, le dedico un reojo enfadado y alzo la varita para volver a encender mi reproductor.
- Déjame - le digo, con voz ronca, porque se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas, como cada vez que pienso demasiado en algo de todo eso. - Si quiero auto compadecerme, ¡¿y qué?! ¡Me lo merezco, después de todo, ¿no crees?!
Le miro un segundo y, antes de que le dé tiempo a decir nada, me tapo los ojos con el brazo, cansado. Sirius empieza a decir algo, pero yo le doy más voz a la música, hasta que entiende que no quiero escucharle. Oh, no puedo yo solo. Y nunca dejé de creer...
Mi amigo - mi mejor amigo - se va, probablemente harto de mí y odiándome por lo cabezota que soy. Me pongo en su piel unos instantes y me siento culpable por hacerle creerse tan impotente, no dejándole ayudarme. Me gustaría levantarme, ir y abrazarle, explicarle lo que me pasa, pedirle ayuda, que me saque de ésta, que me ayude a flotar. Pero no lo haré. Oh, no. Claro que no. Mi vida es como una piscina enorme, profunda, y yo estoy cerca del fondo, pero no lo toco, y me dejo flotar. Mi capa flota a mi alrededor, mis extremidades se elevan unos centímetros y ya no me pesan, el pelo se me revuelve en remolinos lentos. Estoy triste y nada me apetece, sí, pero me gusta estarlo. ¡No tener nada qué hacer, no tener preocupaciones, no vivir, no sentir, no hacer más que respirar, y sólo porque cuesta más dejar de hacerlo que seguir, es tan agradable...! No me levantaré, no correré tras Sirius, no reharé nuestra amistad. No haré nada de nada. No me preocuparé por lo que, a lo mejor, aunque yo no lo crea, aunque ni me lo cuestione, pueda ser una depresión. No saldré de ésta porque no creo que lo necesite. Estoy genial como estoy.
Tarareo la canción y cierro los ojos. Si no lo veo y no lo siento, es como si el mundo no existiera.
Como si ella no existiera.
Nota legal: Aparte de la ya imaginable nota legal sobre los personajes de HP, que no me pertenecen como idea original (aunque, para decir la verdad, la personalidad que les infiero sí que es bastante mía, porque no sabemos casi nada de ellos por los libros todavía), en esta historia se hace necesario mencionar los derechos de autor de 'Algo por ti', la canción que Jamie escucha y a la que hace alusión en este capítulo y en siguientes. La canción pertenece al grupo sueco Roxette y está incluida en su álbum 'The Ballad Hits'. Es una canción actual, detalle que tendréis que perdonarme, y está en inglés, aunque James la comente en castellano. La canción, huelga decirlo, no es mía ni así la clamo. Respeto mucho el trabajo ajeno y soy consciente de estar usándola sin permiso y sólo me sé justificar mediante la admiración y la casualidad que hizo que Jamie surgiera justo alrededor de esta canción, consiguiendo el ambiente perfecto. Esto no pretende ser un songfic y, por tanto, la canción saldrá sólo lateralmente y su letra exacta o su ritmo tampoco será muy importante; perdonadme por tanto el usarla como excusa para describir los pensamientos de James. La canción A Thing about you no tiene mayor importancia en sí para el desarrollo de la historia, en el fondo, pero tenía que comentar su origen.
Muchas gracias.
