Cuando lo intentas
Tres horas después, después de la cena, se van. Yo seguía escuchando música antes de la cena y luego he cenado con ellos, aunque sólo para que dejen de insistir en que lo haga, y, una vez salen por la puerta, vuelvo a poner en marcha la misma canción. Iban guapísimos, arreglados y dispuestos a lo que fuera, con hambre de mundo. Hambre de mundo. Sonrío. Hambre de mundo.
La idea me lleva a evocarla y de evocarla a sentirla no hay más que un grado. Imagino a Sirius, observando la población de La Varita, sonriendo pícaramente a Remus y yendo en pareja a buscar brujitas inocentes. O cogiendo a Pete por banda, bromeando con él, retándolo a presentarse juntos a un par de chicas, hasta que Petey cede y deja que Sirius le arrastre a la caza. Casi siempre va así, Petey empieza no queriendo nada con nadie, tímido y avergonzado, y hay que insistirle un par de veces y empujarlo a la acción para que reaccione, pero, una vez empieza, no hay quien lo pare. Sirius, por lo guapote o por lo que sea, aparte de no cortarse un pelo, es más de atraer a las chicas que de ir a buscarlas, pero nunca llegan a nada. Se lo pasan bien, eso siempre, se lo pasan bien y ríen y conocen gente y luego vuelven a casa, igual de solos, éstos no me pierden la virginidad ni a la de diez, pero habiendo pasado un buen rato, y que les quiten lo bailado. Y mientras, yo, aquí, solo, me amargo y me amargo porque no la tengo, porque no me quiere, porque ya me vale, porque, carajo, sin Lil no soy nada. Me mortifico, me asquea mi vida, no me queda esperanza, cuando, sólo a través de ellos, podría sentirme como si volviera a tener mi edad y mis dolores desaparecieran y pudiera mover el planeta con el pulgar. Podría dejar que me contagiaran sus ganas de vivir, podría dejarme creer que soy como ellos, podría ceder y soltarme y...
Tiene algo, el pensamiento, de mágico, seas muggle o no. Es curioso: piensas algo, te imaginas cómo sería sentirlo y, ¡puf!, mucho antes de darte cuenta, sólo de ponerte en el papel de otra persona, sólo de jugar a ser actor, toda tu persona se transforma y sientes de verdad lo que antes teorizabas.
Y yo, sólo de pensar en mis amigos, siento la picazón de comerse el mundo, sólo un bocadito hoy, pero volver a la acción, ni que sea un poquitín. Acción, la mejor medicina. Lo único que me puede hacer olvidarla.
Antes de darme cuenta, me estoy vistiendo, bailando la música que tanto me repito.
¿Por qué debería amargarme por ella?, pienso mientras elijo mis mejores pantalones. Lo que pasó, pasó, y no la tendré, pero mis amigos van a divertirse, y yo por Merlín que necesito pasármelo bien por una noche. Necesito airearme, necesito desdibujarla a ella, necesito enviar todo al demonio y refrescar mi vida. Necesito dejar de sentirme cómodo en la piscina, necesito olvidar que la quise, necesito olvidar que ella jamás lo hará. Necesito, necesito; y haré. Iré a buscarlos, sé adónde iban, me presentaré allí y me lo pasaré bien con ellos. Encontraré una brujilla fácil. Olvidaré todo lo demás.
Con un gesto rápido, me vuelvo a quitar los pantalones y corro hacia el lavabo para ducharme primero. Últimamente he descuidado un poco mi higiene y, aunque me he mantenido aceptable a golpes de varita, controlando el estado de mi pelo y de mi olor corporal, hay que reconocer que nada sienta mejor que una ducha para empezar a sentirte nuevo. Suspiro, doy al agua y me meto bajo el chorro ardiente, lleno de una energía que les tomo prestada, sé que a ellos jamás les importaría, a mis amigos.
Diez minutos, y estoy vestido. Diez minutos más y mi pelo se corresponde remotamente a lo que la gente entiende por un peinado. En tres minutos cierro todas las ventanas de la mansión, no sea que haya algún imprevisto, y, cuando ya se ha hecho de noche del todo, alzo la mano de la varita delante de mi puerta.
Sí, me gusta el riesgo.
La Varita, y conste que hace mucho que no voy y, por tanto, no sé si la han movido o qué, está en la tercera bocacalle a la izquierda de Gringotts, en el Callejón. Podría haber aparecido allí, claro, o podría haber ido con Polvos Flu o con alguna carroza o con lo que fuera. Pero me apetece ver el paisaje, a golpes vertiginosos de volante mientras las papeleras, buzones, farolas y casas se apartan de nuestro camino. Y, total, por dos sickles y medio, es casi un regalo.
El autobús para, subo y hablo un poco con el conductor, Shunpike. Es una persona algo rústica y casi me cuesta entender algunas de las cosas que dice, pero la verdad es que me cae bastante bien, a pesar de la endiablada manera en que conduce. Me conoce de vista, de cuando lo cogí años anteriores, a veces con los chicos y a veces con papá y mamá, y me pregunta por mi vida, en general, antes de coger el dinero que le tiendo y cerrar la puerta tras de mí. Después de un modesto y no muy sincero 'bien, gracias', acompañado de una sonrisa forzada, entro y me siento junto a la ventana. Serán unos diez minutos, a la velocidad a la que vamos, si no nos interrumpen por el camino, y estoy dispuesto a disfrutar de todos y cada uno. Primero son los postes de la entrada a mi casa. Luego un poste telefónico. Más allá los contenedores de basura. Es como si el mundo fuera elástico; todo se aparta de nuestro camino por arte de magia. De pequeño siempre me maravillaba, hasta el punto que lo cogíamos cuando no era necesario, sólo porque mis padres sabían que me encantaba, en vez de usar Flu o cualquier otra cosa. Y, un poco, me recuerda a mi escoba, a cómo era pasar a través del campo y de las gradas a una velocidad supersónica, con el mundo por alfombra y el cielo infinito por techo. Sí, me encanta la velocidad. Siempre me gustó. Y, ahora mismo me siento tan lleno de adrenalina, de repente, que daría cualquier cosa por volver a mi escoba y estar horas y horas sobre ella, sólo corriendo, fintando, dando giros imposibles. ¡Bien, una cosa que ella no ha estropeado! Lo hacía por ella, me entrenaba con más ganas porque ella me venía a ver pero, aún así, nací para estar sobre la escoba. Y mañana mismo lo haré, claro que sí, sólo o con los chicos, si ellos quieren, y será como antes, como cuando me entrenaba para entrar en el equipo, como cuando nos levantábamos temprano y yo saltaba de la cama, deseando volver a levantar los pies del suelo.
Ya no estoy en una piscina, pienso con una sonrisa. Ahora quiero volar y volar y volar.
Llegamos, sonrío educadamente, doy las gracias y me bajo. Estoy delante del Caldero, por la parte muggle. Oxford Street. No le dedico más que una mirada distraída a los pocos muggles que pasean a mi alrededor, que no se fijan en mí, antes de entrar en el pequeño pub. Dentro hay bastante ambiente, claro, siendo la hora que es de un día de vacaciones, y, en contra de mi costumbre, que es quedarme y beber algo, aunque sólo sea por educación, ya que me parece bastante feo usar el Caldero sólo como puerta, hoy paso de largo de la atestada barra, decidiendo que no puedo perder una hora entera por un trago, ni que sea por cortesía. Así que, tan pronto como he entrado, salgo al patio. La puerta de mahones está abierta, ya que no le da tiempo de cerrarse, con el tráfico que hay hoy, y la cruzo para llegar al Callejón, que hierve de actividad. Hay hadas iluminándolo todo y, aunque algunas tiendas están cerradas, como la de Ollivander, veo que otras se resisten a perder las atenciones de tan numeroso público, como la heladería de Fortescue, donde hay algunos brujos de más edad charlando tranquilamente, o la Tienda de Quidditch, que estrena un llamativo cartel fluorescente y animado en el que se reconocen jugadas destacadas de la última Copa del Mundo.
Aspiro lentamente y sonrío. Menudo cambio he dado, y luego tendré que hablar con mi psicoterapeuta Sirius, por mucho que él se empeñe en asegurar que será un simple trabajador del Ministerio, para que me explique a qué llaman los dichosos muggles trastorno bipolar, y a ver si lo tengo o qué. Pero eso será luego, y ahora me siento feliz y contagiado de interés por las cosas, si bien no, quizás, de interés por mis amigos, todavía. Me apetece pasear por Diagon y verlo todo, escuchar conversaciones y comprarme un granizado de mantequilla de Fortescue, me apetece remolonear y mirar todos los escaparates, comprar cosas que luego no usaré y hablar con gentes a quien luego no recordaré, y no me importará. Me apetece alargar el momento de entrar en La Varita. Me apetece disfrutar de estar mejor sin que a ellos les sorprenda tanto que me recuerden que no estaba tan bien.
Y allí voy. Me paseo durante tanto rato como quiero, hasta que los pies se me cansan, hasta que ya he visto todas y cada una de las tiendecitas de Diagon y alguna, incluso, de la parte más externa de Knocturn. Todo sigue como siempre, excepto un par de puestos ambulantes nuevos y otro par que echo de menos. En uno de ellos le he comprado un colgante a Sirius, uno con una forma rara y con una perla iridiscente, y mi bolsillo, donde lo he guardado sin envolver, brilla suavemente en la noche. Se lo daré como un lo siento. Se lo daré y les pediré a todos que me perdonen por ser tan idiota de no aceptar su ayuda. Se lo daré y me justificaré ante los otros diciendo que a ellos no les regalo nada porque a ellos no les van esas cosas, cosa que es cierta, sólo a Sirius le he visto con colgantes, en vacaciones, aparte de una buena razón, por lo menos para mi bolsillo. Y ya está.
Así que, como al final me canso, acabo por entrar en La Varita. La Varita Vivaracha, de hecho, aunque nunca nadie diga el nombre completo porque, para ser sinceros, es algo incómodo y casi siempre suscita risas, por lo menos entre nosotros, que estamos enfermos. Es un local bastante amplio y, aunque responde bien a las necesidades de la juventud de hoy en día y, por tanto, no es muy diferente de otros locales de ocio, tiene algo que lo hace más tranquilo que el resto y, como Sirius bien ha dicho, es fácil encontrar siempre algún rincón donde sentarte y, si no hablar, ya que no hay el silencio necesario, sí disfrutar de la música.
Y, si los conozco, estarán al fondo del local, a la derecha.
Me dirijo remolonamente hacia allá. Por todas partes hay gente bailando, charlando, riendo, la mayoría agrupados en parejas o, si no, en grupos de parejas. En este aspecto, nosotros somos un caso raro, y lo reconozco. Cuatro chicos y ninguna chica, proporción incorrecta. Claro que vienen muchos chicos solos y muchas chicas solas, pero rara vez se van así, mientras que nosotros, hasta la fecha, siempre hemos vuelto a casa como hemos salido. Pero qué le vamos a hacer; a pesar de lo que aparentamos, somos cuatro chicos tímidos. Remus, porque es Remus y no quiere a nadie en su vida, ¡no se lo puede permitir!, Sirius, porque pasa, Peter, porque es Peter y porque es Peter, y yo, porque todo me sale al revés, el caso es que nadie se molesta en añadir chicas al grupo.
Bueno, o eso creía yo, porque cuando me acerco adonde imagino que están y los busco sentados alrededor de una mesa, bromeando, o así, me sorprenden los tres en agradable compañía, bailando una canción lenta con tres bomboncitos que no conozco de nada pero que, por lo parece, ellos sí quieren conocer más. Sonrío, gratamente sorprendido y casi orgulloso de ellos, y me escondo tras una columna para mirarlos sin molestar. Realmente, nos hacemos mayores. No me debería sorprender, ya lo sé, ¡pero si siempre conocen a alguien, cuando vienen, ni que sea por bailar en parejas! Yo sé que no es nada, y menos en el caso de, por ejemplo, Remus, que, cómo se repite el campeón, no quiere tener nada que ver con nadie mientras cierta maldición siga colgando sobre su cabeza, yo sé que sólo son ellos bailando en parejas, con la misma implicación que si bailaran entre ellos, lo sé, lo sé, ¡pero es que están tan monos! Por un momento, casi desearía estar entre ellos, sonriendo a una casi completa desconocida mientras bailas junto a ella, compartiendo frases entrecortadas entre el ruido ambiental, notando cada contacto casual como una fascinante caricia, poniendo las manos en su cintura, tímidamente, y sintiendo tanto que es real que la vista se te nubla y no deseas nada más que acercarla más a ti, abrazarla y cruzar los brazos en su espalda y oler su pelo, y su piel, y sentirte vivo y saber que todo tiene sentido.
Sólo de mirarlos, se me contagia todo otra vez, aunque en mi imaginación, para que engañarnos, más que invención hay recuerdos, nítidos y dulcemente dolorosos, en los que el cabello es siempre rojo y el hombro en que pongo mi barbilla está lleno de pecas. Le beso, suavemente, la piel, blanquísima, cierro los ojos y me siento en las nubes, tan sólo recordando la fiesta de despedida de Hogwarts, compartiendo con Lil lo que serían, y yo que no lo sabía, mis últimos instantes de paz.
Claro que, cómo no, alguien tenía que demostrar que todo lo que sube (a las nubes, en este caso) tiene que bajar y que, por la fuerza de la gravedad, la aceleración constante y esas cosas un tanto raras que Sirius dice entender y que a mí aún me hace pensar más que los muggles son unos bichos raros, si más alto se sube, más rápido (y fuerte) se golpea el suelo al caer, ya que, mientras estoy perdido en la contemplación de mi amadísima pelirroja, atrás en el tiempo cuando aún todo era seguro y cómodo, una mano (sí, sí, la mano) se posa en mi hombro y me hace despertar.
- ¿Jamie...? - oigo que me llaman, casi al oído.
Y no, no necesito ni girarme para saber que la he cagado, cagado, cagado. ¡¡Con lo guapo que estaba yo, sucio y apestoso, en casa!!
Pero, deportivo que es uno, me giro y planto una muy, muy falsa sonrisa en mi cara de asqueroso perdedor.
- Lily - saludo, antes incluso de verle la cara.
***********************************************************************************************
Un rocoso acantilado... Sé que es un recurso fácil, pero era por dónde tenía que ser cortado este capítulo. :$
Oh, por cierto, pretendía escribir una pequeña introducción antes del primer capítulo, disculpándome sobre todo por las palabrotas que se les escapan a los chicos, que no se cortan ni un pelo, pero, entre el millón de cosas que tenía que hacer a la vez ese día, se me pasó. Lo siento. Es, como ya habéis visto, un J & L bastante triste, contado en primera persona por Jamie, que está completamente hundido porque su amor no es correspondido. Lo he puesto como PG por el lenguaje y temas maduros y, aunque en un principio tenía que intuirse Sirius & OC de fondo, al final me he decidido a dejar eso para otra historia y centrarme en James y Lily. Los primeros capítulos de la versión en la cual salen Sirius y OC estarán disponibles, poco a poco, en mi página web pero, como no los seguiré, no aquí en fanfiction.net, para no dejar picos a medias.
Muchas gracias por vuestras reviews, que siempre me alegran el día, (aunque, Mena, cariño, creo que te confundes: mi cumpleaños es en Diciembre y no he estado pachucha, ni, la verdad, te conozco personalmente, por lo que imagino que crees que soy otra persona, pero muchas gracias igualmente, me alegro mucho de que James te pareciera sexy :[ ) y espero que os siga gustando. :)))
¡Muchos besos!
