Algo por ti

Cuando hieres

- Lily - saludo, antes incluso de verle la cara.

Lily.

Que le den a Sirius, que le den a Remus, que le den a Petey. Lo siento, compañeros, pero ahora mismo no me importáis demasiado, mucho menos podéis contagiarme nada en absoluto, como no sea un constipado con mala baba y, no lo puedo evitar, ni puedo ni siquiera sentirme mal por ni tener sitio para vosotros.

Como un adolescente incontrolado, enrojezco furiosamente al verla y mi corazón se acelera y me sube a la garganta, consiguiendo que me sienta, por distracción innecesaria, aún más inseguro, nervioso y torpe. Ay, Lily. ¡Siempre un placer!

- ¡Vaya…! - exclama ella, mirándome con el ceño fruncido y una sonrisa. - Me preguntaba dónde estarías.

Sonrío, altivo y despectivo, y me encojo de hombros.

- ¿Qué pasa, muñeca? ¿Me echabas de menos?

Lo digo en un tono creído que es tan poco yo que hasta Lily se sorprende, y me mira con una mueca de extrañeza. Yo nunca le diría muñeca, y ella lo sabe. Yo nunca actuaría todo petulante y seguro de mí mismo. Enrojezco aún más al darme cuenta de que, seguramente, ser todo lo contrario de lo que soy le está diciendo más a Lily sobre lo comodísimo y tan encantado que llego a estar de verla aquí. De verdad que me hacen un buen Crucio, a la mala leche, y no me gusta más que habérmela encontrado.

¡¿No sería irónico que, justo ahora, pusieran la musiquilla que me he repetido hasta planchar mi cerebro por delante y por detrás?!

- Me sorprende que no estés con ellos - me murmura, al oído, con expresión sorprendida.- ¿Dónde estabas?

- Por ahí - digo, indiferente. - Paseando por Diagon. Hoy vengo solo.

Lily frunce el ceño.

- ¿No vienes con ellos? - insiste.

- No - respondo y me encojo de hombros. - Me han dicho si venía, pero no me apetecía, y ahora he cambiado de opinión. ¿Y tú? ¿Estás sola?

Se gira hacia un lado y señala con la cabeza un grupito de gente que conozco a medias, alumnos del colegio, de nuestro curso y mayores; algo raritos, si me preguntan, por cierto.

Asiento y alzo las cejas.

- Vaya, Lily - suspiro en casi un grito para que me oiga a través de la música. - Tú tampoco cuentas ya con tus compañeros de clase, veo.

Evito expresamente la palabra amigo, ya que dudo que ella la merezca, a estas alturas, y veo, por su expresión casi ofendida, que ella la ha notado tanto como yo.

- O mis compañeros pasan de mí - me responde rápidamente.

- No me creo que no te hayan llamado nunca - digo, con los ojos entrecerrados con altanería, aunque me creo perfectamente que no la hayan llamado nunca, un poco por mezcla de política de no intromisión, por discreción, por incomodidad y, otro poco, por falta de necesidad. Ellos son mis amigos y, aunque ella formaba parte casi de nuestro grupito, porque yo siempre estaba con ella... bueno, eso no quita que seamos los cuatro amigos, y ella sólo Lily, mi supuesta futura novia que, mira por dónde, ni futura ni nada.

- Pues créetelo - me suelta, con los brazos en jarras, con tono de reproche. - Como puedes imaginar por cómo son contigo, no fue de mi parte de la que se pusieron.

Inspiro fingidamente compasivo y señalo con la cabeza al grupito que la acompaña.

- Bueno - digo, con una sonrisa que esconde casi rabia - al menos tienes suerte y no te cuesta nada encontrar con quién sustituirnos.

Soy cruel y ella me dirige una mirada dolida antes de seguir cargando contra mí, pero, la verdad, lo necesito y no me hace sentir nada culpable. Es una buena chica y yo la quiero y todo eso, pero tengo que demostrar mi dolor con alguien o contra alguien, que viene a ser más o menos lo mismo. Y como ella es la única que sabe todo lo que ha pasado y es la única a la que podría culpar, me parece el objetivo, dentro de lo que cabe, más justo.

- Pero tú tienes mucha más - me replica, mirándome con descaro. - Te haces la víctima y todos te miman a ti y me desprecian a mí.

Río amargamente.

- Tengo suerte - coincido. - Ellos siempre fueron mis amigos y ahora pasan el verano conmigo aunque yo no esté de humor. Tengo suerte de tenerlos a mi lado. Pero, Lily, yo no me hago la víctima: soy la víctima. Y que se queden conmigo no tiene nada que ver con que me prefieran a ti. No sé, princesa, míratelo.

Baja la vista y frunce el ceño. Casi la oigo hervir, pero no me sé estar de picarla y hacerle sentir, ni que sea un poquito, lo que estoy pasando.

- Eres muy injusto - me reprocha. - No eres ninguna víctima. Yo no quería hacerte daño.

- Pues lo hiciste a conciencia - replico rápidamente.

- Pues mira, ¡lo siento! - exclama. - No es culpa mía que fuera como fuese. Simplemente pasó así, ¡¿qué querías que hiciera?! ¡Si fueras un poco más maduro y dejaras de mirarte la barriga, al menos podríamos seguir siendo amigos!

- ¡Pero si no te importa! - le suelto, casi sin pensarlo. - Si los quieres, ¡quédatelos! Seguro que tú eres mucho mejor amiga que yo, les explicas lo que te pasa y te apoyas en su hombro para llorar tus problemas. ¡Oh, seguro que sí; quédatelos!

- No es justo que sólo porque no te corresponda…

Sacudo la cabeza. El enfado la hace enrojecer y me mira con ojos como llamas de fuego. En serio. Llamas, extrañamente, verdes brillantes, casi fluorescentes y un poco preocupantes.

- Nunca dije que yo fuera justo - la interrumpo, rehuyendo sus ojos pero sin bajar para nada mi altanería. Aún me duele verla enfadada conmigo, porque la quiero, y eso, pero eso no quita que me siga molestando todo lo que ha pasado y que se le quiera echar en cara. - Ahórratelo, ¿quieres? - le pido, con un mohín - Y, sí, mira, soy así: pedante y egocéntrico, alguien a quien le encanta hacerse el víctima sin derecho, ¡¿cómo se me pudo ocurrir quejarme, cuando no tengo motivos?! - pregunto, fingiendo inocencia y sorpresa. - Pero, cariño, preciosa - escupo, con ironía - perdóname. No sabía que no te gustaba como era, pero, ¡no te preocupes!, me voy a casa, para que puedas disfrutar de tus perdidos amiguitos sin que yo moleste, venga. Por ti. - Hago una pausa, durante la que la miro con las cejas alzadas y el gesto torcido en una mueca de asco contenido. Cuando vuelvo a hablar, es petulancia de nuevo, mezclada con muy fingida compasión. - ¿Duele mucho, o qué, ver que las lealtades que te tienen no son tan fuertes?

Lily, que parece que escucha las variaciones de mi tono a la perfección, a pesar de la música de fondo, me dirige una mirada asesina, con el ceño fruncido y un tic nervioso leve en la ceja derecha, inspira entrecortadamente y me gira la cara.

- No - responde, sorprendentemente suave de golpe. - No duele; yo ya sabía que el centro de la piña eras tú. Yo puedo caerme sin más.

Suena triste, rendida, casi arrepentida. Dolida.

Soy un gilipollas enamorado; ¡¿qué le voy a hacer?!

- Pero te echan de menos - me derrito a su indefensión y me desarmo, completamente calmado. - Deberías dedicar algo de tiempo a Remus, al menos.

Encoge un hombro, aún apenada.

- Se sentiría culpable - se queja. - Quizás más adelante, cuando todo sea más fácil. No te preocupes.

Inclino la cabeza y bajo las cejas con pena. No sé cómo lo consigue, pero ahora mismo, aunque no creo que quedarse sin los chicos sea ni remotamente comparable al tormento que estoy pasando yo por no tenerla a ella, que es a quien quiero de verdad, me siento fatal por estárselos quitando. No tenía mucha relación con ellos, más que conversaciones casuales... pero quizás es sólo que yo, demasiado pendiente de nuestra relación, no veía lo que los otros tres significaban para ella, y ahora lo está pasando fatal porque los echa de menos, y, pobrecita mía, está sola, sin nadie con quien hablar, ni salir, ni nada, y les echa de menos y es desgraciada sólo por mi culpa...

- Lo siento - murmuro, expresando abiertamente un arrepentimiento que, visto lo que le he dicho hasta ahora, ya dudaba que existiera, pero que ahora me golpea fuerte. - Yo no quería que fuera así.

Lo dicho, un gilipollas enamorado, porque, en un momento de lucidez, mientras estas palabras salen de mi boca, yo mismo noto que rayan lo ridículo: fue ella la que lo hizo así. Yo no he puesto de mi parte, porque podría haber intentado mantener la amistad con aún más fuerzas, o al menos insistir para que ellos llamen a Lily, pero fue ella la que me dijo que no y la que me dijo que quizás era mejor que dejáramos pasar un tiempo, unos meses, antes de que todo volviera a ser como siempre.

Claro que, como la quiero, la lucidez no me puede durar mucho, y para cuando ella sacude la cabeza y vuelve a hablar, sigo tan arrepentido como puedo estar.

- Yo tampoco - me confiesa. - Pero bueno, ya pasará. No es para tanto.

Sí que es. Deberíamos de intentarlo con más ganas. Deberíamos de poder respirar el mismo aire sin que eso nos produjera urticaria. Debería de dejar de cocerme en autocompasión y pensar un poco en Lily y seguir siendo amigos aunque no sienta nada por mí. Deberíamos seguir como antes ya, sin tener que dejar pasar tiempo por egoísta que soy.

Dudo un segundo antes de volver a hablar, mientras una idea algo imposible se juzga en mi cabecita aún enamorada.

- Vamos - digo, por fin, tomando la idea por válida e inclinando la cabeza hacia el lugar donde Sirius, Remus, Petey y sus respectivas amistades se divierten. - Podemos empezar por demostrarles que nos llevamos bien ahora mismo, para que vean que los podemos compartir.

Lily ladea la cabeza un segundo, indecisa, los mira y sonríe con pena.

- Creo que no - responde, ausente, pensando, imagino, en todas las complicaciones que vendrán si me hace caso y vamos juntos a reunirnos con ellos. - Va - dice, al cabo de una pequeña pausa. - Mejor lo dejamos para otro día, ¿eh? Será violento y, además, hoy he venido con ellos - señala con un gesto a sus compañeros - No puedo hacerles ese feo. Pero gracias.

Hago un gesto impotente pero comprensivo y observo a mis amigos. Ahora se han sentado los seis y bromean sobre algo, porque ríen y se dirigen miradas divertidas de vez en cuando. Remus está diciendo algo grosero y atrevido, porque hace gestos ampulosos y exagerados, y todos lo miran con atención, sentados a su alrededor. Las chicas están sólo como acompañantes sin roce ni muestras de un afecto para el que no ha habido tiempo, como siempre, y parecen realmente encantadas con lo que sea que se está inventando nuestro lobito. Es encantador y realmente muy divertido, aparte de una gran persona, y sabe Merlín que si una de ellas consigue que él se interese por ella por encima de ciclos lunares y dolorosas transformaciones, será la mujer más afortunada del mundo. Claro que eso es tan poco probable como que la que era mi mejor amiga, ahora una bolita pensativa y algo desanimada a mi lado, me acerque a ella, me bese apasionadamente en los labios y me pida que vayamos a mi casa para demostrarle todo lo que siento de manera bastante gráfica.

Ja.

Miro a Lily, que los observa, también, con una sonrisa en los labios. Vaya flipada la mía. Ja, ja. Eso no pasará jamás. Mi estómago se queda vacío de repente, con toda la pena acumulada en las poquitas horas que llevo paseando por el mundo, ajeno a todo, y me siento mareado y pesado, desbordado por el peso de mis emociones, bastante deprimentes por sí mismas sin Lil cerca y dignas de un suicidio colectivo con ella aquí y, encima, añorada de sus amigos que yo le he quitado sólo por enamorarme de ella y no haber sido capaz de ser correspondido.

Acaba por cansarse de observarlos en silencio y yo me decido a despedirme. Lo hago con pocas palabras, amparado por el ruido, y cuando ella me devuelve el saludo dudo un instante, indeciso sobre si ir a compartir las nuevas conexiones de mis amigos, aparte de su sincero interés por las razones de mi inesperada aparición, o ir a casa a seguir vegetando y a maldecirme una y otra vez por cada una de las estúpidas y egoístas frases con las que he regalado los oídos de la que yo aún deseo como mi dama, consiguiendo hundirme más en la piscina. Pero Sirius, Remus y Petey no me importan demasiado ahora mismo, aunque me esté mal decirlo. O sí me importan, vaya, pero dudo que yo ayude en algo la trascendencia de este momento en su futuro como padres de familia si aparezco y me planto en medio. Igual hasta les quito las chicas, pienso, en broma, con una mueca petulante mental, y sonrío suavemente.

Me decido por dirigirme a la salida de La Varita, sin ceder a la necesidad de mirar atrás en ningún momento. Lily, supongo, vuelve a la suya, con sus nuevos amigos, mientras el peso de la casualidad me cae encima, regio. ¿Qué probabilidad había? ¿Qué probabilidad había de que ella viniera aquí hoy, entre todos los días? O, incluso si viene cada día, ¿qué probabilidad había de que yo decidiera venir solo, cuando ya les había asegurado a ellos que no me apetecía y que me quedaba en casita? ¿Y de encontrarla tras la columna en que me escondía para ver a mis amigos redecorar su vida? ¡¿Por qué, por qué, por qué?! Hay una veintena de locales. ¿Por qué teníamos que encontrarnos aquí? ¡¿Por qué teníamos que encontrarnos en absoluto?!

******************************************************************************

Siento haber tardado un poco con este capítulo. He estado intentando subirlo desde el viernes, pero llevo toda la semana débil y mareada y casi no he podido ponerme con nada. :) ¡A ver si me dura el encontrarme mejor!