Cuando intentas, en vano, compartirlo
Al final, supongo, consigo dormirme del mismo berrinche. No sé, me pasa casi a diario y, la verdad, no le doy ya mucha importancia, en el sentido que ya ni me pregunto lo que hice la noche anterior o cómo me dormí. Soy poco consciente de mí mismo, por la monotonía en que vivo, y, sinceramente, tampoco me importa. Me duermo, me despierto, me duermo, me despierto, siempre es lo mismo. Lloro, recuerdo, me amargo, me odio, me lamento. De verdad que nada, pero nada, cambia; ni depende de mí hacerlo.
Una cosa sí que tengo comprobada empíricamente, al menos: cuando me duermo llorando, duermo peor, pero duermo más. Si me duermo mientras vegeto en algún sofá o en la cama, a deshoras, me despierto cada dos por tres y, la verdad, siento siempre como si mi cerebro trabajara exactamente igual cuando duermo que cuando estoy despierto. Es una sensación de frío blanco, no solamente físico sino, a muchos niveles, psíquico, que me acompaña incluso en la carencia de sueños. Si me duermo llorando, en cambio, es como si el estallido emocional me hubiera cansado y, por fin, pudiera tener un merecido descanso, en lugar de la fuga minúscula de la olla a presión de sentimientos que me permito normalmente.
El caso es que, monotonía al poder, acabo por despertarme, algo más tarde que de costumbre pero con la misma desesperanza. Estoy hecho un ovillo a un lado de la cama y tardo bastante en abrir los ojos, aunque lleve ya despierto. La habitación está en silencio y es de día, bastante tarde, por la luz que entra por las ventanas; las diez o así. Cinco horas de sueño no están mal, conociéndome últimamente. No oigo, por eso, la respiración dormida de mi compañero de habitación, así que imagino que, o está despierto, o ya se ha ido. Claro que, si está despierto, debe de estar completamente inmóvil en la cama, porque no se oye ni un sólo ruido de pasos o de ropa en movimiento.
Cuando por fin abro los ojos, veo que sigue aquí. Está, aún con el pijama, en la cama, los brazos en cruz bajo su cabeza y una expresión contemplativa mientras observa el techo. Me muevo un poco hacia él, para verlo mejor, y él me mira, atraído por el movimiento. Me saluda con las cejas alzadas y yo le respondo con una mueca triste.
- Buenos días - susurro, escondiendo mi cara en mis propias manos, los puños cerrados contra mis mejillas.
- Buenos días - responde, otra vez mirando el techo.
En un esfuerzo sobrehumano (como todo lo que implica moverse, últimamente) me levanto y me cambio a su cama y ruedo hasta Sirius. Éste ni me mira, impertérrito, como si el techo fuera un espectáculo interesantísimo. Vaya, no nos hemos levantado de buen humor.
- ¿Qué haces? - digo, flojito, no demasiado seguro de cómo tratar a mi taciturno amigo.
Murmura que está pensando, con tan pocas ganas que se me hace difícil incluso interpretarlo como diálogo. Después de eso, los dos nos quedamos callados, observando el vacío.
- ¿En qué? - aventuro, al cabo de un rato.
Me mira ausente.
- En nada - miente, y vuelve a girarse hacia el techo.
Le dirijo una mirada preocupada.
- ¿Va todo bien?
- Sí - me asegura. - ¿Y tú?
Río irónicamente y me encojo de hombros.
- Como siempre - suspiro.
Él ni me responde. Sigue callado, mirando el techo.
- ¿Cómo fue ayer? - le pregunto, cuando me canso del silencio.
- Bien.
Frunzo los labios y miro el techo, algo frustrado. Hoy sólo consigo monosílabos.
- ¿Qué pasa, Sirius? - insisto. - ¿Qué te preocupa?
Sacude la cabeza y repite que nada entre dientes.
- Entonces, ¿por qué estás así?
Nada. Un gesto ambiguo, y ya está. O conoció una preciosidad que le ha sorbido el seso en una sola noche, o hay algo muy grave en su mente que hace que esté, como mínimo, brusco.
- Ayer fui a Diagon - digo, por fin. Juro que si esto no lo saca de su ensimismamiento, nada lo hará.
Pero parece que funciona; gira la cabeza y me mira, con el ceño fruncido en incomprensión.
- ¿Para qué? - salta, bastante espontáneo.
- Quería pasear - explico, como si fuera lo más normal del mundo - y pensé en pasarme por La Varita.
Sirius entrecierra un ojo y alza la ceja contraria.
- No te vimos - se queja.
- No - coincido. - No me apeteció, al final.
- Pero fuiste al Callejón - repite él, pidiendo confirmación.
- Oh, sí. Y estuve en La Varita, y os vi, pero me cagué antes de acercarme. No quería que hicierais ningún comentario sobre si ya estaba mejor, ni nada de eso... No sé, tuve bastante paseándome por allí. Me apetecía ver cómo estaba todo.
- Ajá - resopla Sirius. - ¿Te lo pasaste bien?
Me encojo de hombros.
- No estuvo mal. Había mucha gente y me distraje un rato.
Él asiente lentamente y se gira otra vez hasta el techo.
- Me alegro de que te dignaras a salir al mundo real un rato - me alienta - y me hubiera gustado que te hubieras dignado a saludarnos, al menos.
- Te lo digo ahora - declaro en mi defensa. - Podría no habértelo dicho, ni siquiera.
- No hubiera sido una gran diferencia - arguye él, y me doy cuenta de que lo dice con una amargura muy real. - De verdad que nos hubiera gustado mucho verte, Jamie.
Demasiado, pienso, con una mueca. Les hubiera gustado tanto que hubiera echado sus esperanzas a volar, y por mi varita que no estoy bien, con mucho, todavía.
- A mí me gustó veros - comento yo, dirigiendo el tema deliberadamente.
Le sorprendo.
- ¿Te gustó? - pregunta, confuso. - ¿Por qué?
- Bueno, digamos que me gustó veros tan bien rodeados.
El suspiro de Sirius es tan indiferente como puede ser.
- Ah, eso - se tranquiliza. - Nah, no te creas, nada del otro mundo. Eran tres amigas y, como nos vieron solos...
Arrugo los labios, sacándolos un poco hacia fuera, y me muerdo el interior del inferior, pensativo.
- ¿Brujillas fáciles? - pregunto.
- No buscábamos brujillas fáciles - reitera él. - No me gusta el concepto, Jamie. No, sólo eran tres chicas un poco aburridas que vieron a Remus y se interesaron.
- En Remus - repito yo, sonriendo.
Sirius me interrumpe levantándose de la cama.
- En Remus o en lo que sea - me dice, dándome la espalda. - ¿Qué más da? Yo no les vi nada especial.
Suspiro y me levanto también, pero yo me quedo sentado en la cama.
- O sea que seguirás soltero - concluyo, con exagerada pena.
- Tanto como tú - musita él. - Como no se case Petey...
Río suavemente, sin muchas ganas.
- Me apuesto lo que quieras a que eres el primero, Sirius - digo, a media voz.
Él sacude la cabeza y camina hasta mí para sentarse a mi lado.
- No lo creo - me responde, y hace una pausa. - Me preocupas, ¿sabes, compañero?
Asiento suavemente.
- Se me pasará - le prometo, bastante en vano. - No te preocupes por mí. Tú también estarías así si te hubieran dicho que no...
Él duda pero al final hace que sí con la cabeza.
- Y tú intentarías ayudarme - puntualiza.
- No necesito que me ayudes - replico rápidamente, molesto. - Sé que la intención es buena, pero, Sirius, de verdad, ¡estoy bien!
Ríe amargamente ante una mentira tal.
- Me preocupas mucho - insiste. - ¡Jolín, Jamie, no sé qué hacer!
- ¡¡Nada!! - disparo inmediatamente.
- ¡¿Hasta que punto he de respetar ese nada?! Me dices que no haga nada por ayudarte, que no quieres salir, que no quieres hablar...
- Ayer salí - le recuerdo.
- Y ni siquiera quisiste venir con nosotros - me responde él. - Jamie, somos tus amigos. ¡Estamos para ayudar! No somos ella, vale, pero existimos, y...
Tuerzo la boca.
- ¿Qué pasa? - insisto. - ¿Qué perra te ha cogido ahora con ayudarme?
Suspira levemente.
- Ninguna - se queja. - De verdad. Hace mucho que lo pienso, pero pasa el tiempo y me dices que no intervenga y no hago nada y sigue pasando el tiempo y cada vez estás peor. Ayer estaba en La Varita y pensaba en ti, aquí, solo...
- No estaba aquí - corrijo.
- Pero yo no lo sabía - puntualiza él. - Pensaba en nosotros, allí, pasándolo bien, distrayéndonos, y tú decidido a pudrirte aquí. Y, no sé, ¿hasta dónde tengo que respetar lo que me digas y cuándo puedo empezar a hacer algo para animarte?
Sacudo la cabeza, algo confuso.
- Se me pasará solo, Sirius - digo, débilmente. - Si sales y te lo pasas bien, no deberías de sentirte culpable. Yo me alegro por ti.
Sirius bufa.
- No cambies de tema - me riñe, aunque yo no era consciente de estarlo haciendo. - Estás mal y no nos dejas ayudar, y nosotros nos preocupamos por ti para nada, porque ni siquiera quieres hablar con nosotros. Y, o hablas de ello con tus amigos, o buscas un profesional...
Lo miro, interrogante.
- ¿Un profesional?
Asiente suavemente.
- Un médico - articula, pero quiere decir psiquiatra. - O un psicólogo.
Siento que mis mejillas arden con mi indignación.
- Sirius, no necesito nada de eso - exclamo, ofendido. - No estoy tan mal, y, además, ¡se me está pasando...!
- ¡A ver si es verdad! - dice él. - Jamie, sólo quiero que estés bien. Toda esa indiferencia por todo, y las pocas ganas de vivir...
Suspiro, cansado.
- No me suicidaré - le aseguro.
- No es eso - se apresura a corregir. - No es eso, para nada, claro que no. No lo harías, ni por Lily. Eso no me preocupa. Es sólo que... te echo de menos, compañero. Más que nada en el mundo.
Sonrío de lado y asiento suavemente.
- Ayer vi a Lily - musito, cambiando completamente, ahora sí, de tema. - Estaba en La Varita también.
- ¿Lo dices en serio...? - me pregunta, atónito, con cara de palo.
- Sí. Estuvimos hablando. No mucho; de vosotros, más que nada. Os echa de menos.
Él sonríe sin creérselo.
- ¿A nosotros?
- Sí. Estaba con unos del colegio. No sé ni como se llaman - me justifico. - Yo saqué la conversación y ella me... echó en cara haberme quedado con vosotros.
Sirius resopla, crispado, y sacude la cabeza.
- Pues que se aguante - gruñe, espontáneamente. - Después de lo que hizo...
- Ese es el problema - corto yo. - No hizo nada, Sirius. No me quería. Bueno, es mi problema, pero eso no debería de poneros en contra suya a vosotros también.
- No es sólo que no te quisiera - arguye. - Es que durante años actuó como si lo hiciera, para resultar un gran fiasco al final. Es casi cruel, Jamie.
- Casualidad - apunto, intentando sonar tranquilo aunque las palabras de Sirius, en especial 'actuar' y 'cruel', me perturban bastante, porque ahí está tocando hueso. - Es Lily, Sirius. Aparte de todo lo que haya entre nosotros, hemos pasado años con ella. Se merece algo más de nosotros, ¿no crees?
- Estaba con nosotros porque estaba contigo - explica Sirius. - Si ahora no os soportáis, no seré yo quien vaya a buscarla y te deje a ti tirado.
En pocas palabras, Sirius es mi amigo y no el de Lily, y sólo tenía relación con ella por mí. Cómo lo simplificamos, campeón, pero, bueno, porque lo haces porque me quieres y porque intentas animarme, no diré nada. Lily es amiga vuestra conmigo o sin mí, aunque más conmigo que sin mí, pero, hasta que no os demuestre que está bien que lo sea, dejemos en que no la quieres de vuelta.
Bueno. Yo sí.
Como no respondo, él retoma la conversación.
- ¿Y cómo fue con ella? - pregunta, cautelosamente.
Me lo pienso un instante antes de responder.
- Bien, supongo - acabo por decir. - Le eché en cara algunas cosas y ella me echó otras, todo a voz en grito y con cuatrocientos testigos, algo ajenos a nosotros, por cierto. Como había ido con ellos, le dije si ya no nos necesitaba, y eso... - Sonrío ladeadamente, con pena. - Es curioso: sabe calmarme sin que ni siquiera me dé cuenta.
Sirius me mira interrogante.
- ¿Qué pasó?
- Nada - confieso, torciendo el gesto. - Yo ya empecé bastante mal, la piqué y ella también se enfadó, y eso. Nos hubiéramos tirado los platos a la cabeza si ella no hubiera bajado el tono. Pero en cuanto ella se puso triste y humilde caí a sus pies como un perrito faldero y empecé a disculparme por todo.
- Porque la quieres - musita Sirius. - Siento no haber estado ahí, compañero.
- No pasa nada - le aseguro. - Yo también siento estarte preocupando todo este tiempo. Yo... también te echo de menos. Y a mí mismo. Pero no creo que necesite un psiquiatra. Se me va pasando. Sólo que... no quiero hablar de ello.
Sirius frunce los labios.
- Y lo respeto - puntualiza él, y tengo que decir que es en honor a la verdad. - Me alegro de que te vayas animando. Y - comienza, sin demasiada seguridad, - ya verás como al final te va bien, con Lily o sin ella.
Tengo que asentir y aparentar que tengo esperanzas de recuperación, porque ¿qué más puede responder un amigo a los buenos deseos de otro?
Pero, oh, no va bien.
