Algo por ti

Cuando podría, pero no cambia

*Nota: Escrito pre-OotP. Descripciones de lugares, personas, etc, pueden cambiar respecto al quinto libro (por ejemplo, St Mungo's!)*

El Quidditch no crea adicción. Puede ser considerado, con todas sus faltas y accidentes, bueno, o no, para la salud. Puede argumentarse que hace más bien que mal, sólo visitando la sección de traumatología de St. Mungo's. Se pueden decir muchas cosas pero una de ellas no es, sobre mí, al menos, que te haga dependiente. Jugamos regularmente, pateo los culos de esos asquerosos perdedores (lo que uno aprende de su capitán, ¡qué jerga!) tres veces por semana, me choco contra tres árboles despistados en dos meses y, en general, sobrevivo más o menos bien. Se convierte en una costumbre pero no, parece ser, una necesidad. ¿Por qué lo sé? Bueno, porque el verano se acaba (se acabó, más bien), y, enfrentado a la situación de vivir sin el Quidditch como distracción central en mi vida, no estoy tan mal.

En dos meses, mi vida se ha reencauzado. Es algo positivo. Sigo teniendo clavada la espina de Lil, pero ahora es más como una frustración con la que aprendes a vivir, un dolor sordo en la boca del estómago que, sólo de cuando en cuando, de noche y en la cama, para ser precisos, te hace retorcerte porque piensas que no sirves para nada, y no la herida lacerante que no me dejaba pensar en nada más. Sigo queriéndola, pero ya no tanto (el roce hace el cariño, dicen, y no verla sin duda me está ayudando a sacármela de la cabeza) y estoy bastante resignado a saber que no puede ser. Escucho canciones tristes y me siento sumergido en ellas, pero sólo de vez en cuando. Y sí que puedo funcionar sin ella; sólo era cuestión de proponérselo. Poquito a poco y con buena letra, como dice mamá. Y, si el Quidditch ayuda a salir de la apatía, bienvenido sea.

Lo sustituye una bonita nueva rutina que, sorprendentemente, funciona igual de bien. Hogwarts se ha acabado y con él muchas de las cosas que eran mi vida pero, cuando llega septiembre de nuevo, me encuentro montando una vida nueva sin casi darme cuenta. Se acabó mi época de estudiante. Se acabaron las bromas y las irresponsabilidades. Se acabó auto compadecerme por todo y vivir mirándome el ombligo. Con una sonrisa no del todo falsa en los labios, en cambio, doy el primer paso hacia mi primer día de vida productiva dentro de la cadena de la sociedad.

Voy a ser un cuentista.

Sirius se empeña en llamarlo por el nombre oficial, Adjuntos de la División III del Departamento para la Protección de Muggles, rimbombante y todo con mayúsculas, modesto que es el chico, pero, diga lo que diga, no dejamos de ser cuentistas.

Lo que es bastante irónico, si se piensa un momento, conociéndome. Cursé Estudios Muggles en el colegio, por supuesto, pero por motivos muy poco dignos: era una de las optativas que escogió Lil y, donde ella iba, iba yo de cabeza, seguido, más o menos de cerca, por Sirius. O sea, que los dos acabamos entre electricidad y discos de vinilo (que, no se lo digáis ni a Sirius ni a Lily, pero yo aún no entiendo muy bien cómo funcionan, cómo hacen para escribir la música en ellos y eso; ¡a mí me parece magia!), estudiando como buenos chicos una cosa que, en un principio, no debería habernos interesado demasiado. Y de Sirius aún te lo esperas, con una madre nacida muggle y un montón de primos y tíos sin tradición mágica. Él creció entre los dos mundos y los conoce los dos a la perfección. Pero, vamos, ¿y yo?

Les impresionó mi originalidad.

Las pruebas de acceso para ser cuentista son bastante agradables. Aparte de una prueba sobre conocimientos básicos del mundo no mágico, para la que me preparé a conciencia, hay una pequeña prueba escrita (la que cuenta, en realidad) en la cual te plantean diferentes complicaciones típicas entre muggles causadas por el mal uso de la magia y te piden que propongas soluciones para cada una de ellas.

Y, bueno, no sé ser típico, supongo.

La bordé. ¡Eh, que es mi elemento! No me costó nada inventar, sobre la marcha, explicaciones que parecieran lógicas a un muggle y que, además, fueran diferentes de las clásicas. Después de todo, llevo inventando excusas y bromitas desde que tenía once años y, a la larga, o te conviertes en un experto, o la puntuación de Gryffindor baja en picado. Y me enorgullezco de decir que ganamos la copa ínter residencias cuatro de los siete años que pasé allí.

O sea que ¿en qué se ha convertido mi vida? En una sonrisa un pelín triste por el recuerdo de mi Lil, que no pudo ser, mientras invento explicaciones plausibles para unos pobres muggles en la vida de los que, por desgracia, se ha cruzado algún mago desaprensivo. Sirius y yo, que ahora somos, más que nunca, uña y carne, después de trabajar codo con codo todo el día, comemos juntos, a veces en casa de sus padres, a veces en casa de los míos, a veces con Remus y con Pete. Los fines de semana nos reunimos los cuatro y vamos a dar una vuelta, cenamos en algún sitio, visitamos una ciudad recóndita vía aparición y desaparición (una de las pocas cosas difíciles que, al parecer, nos ha tocado aprender de manera legal, y sólo porque en Hogwarts no se podía hacer, físicamente) y, si se tercia, nos pasamos por algún local de los que nos gustan, tranquilos, con música interesante, donde un hombre lobo cansado o un ex-capitán deprimido puedan sentarse e ignorar el resto del mundo sin más problema que el conveniente hechizo que les aísle acústicamente del barullo. O, si es semana de luna llena, nos estamos con Remus, o bien transformados todos en cuadrúpedos, o le hacemos compañía mientras se recupera.

Y así estoy ahora: de cuentista resignado que cuida de su rarito amigo herido.

St. Mungo's lo sabe. Lo ha sabido siempre, desde que Remus tuvo el accidente. Tienen todo un equipo de investigación dedicado al tema, y tratan a Remus los mejores especialistas, aplicándole las últimas técnicas con esmero y paciencia, por infructuosas que acaben por demostrarse. Eso, por lo menos, es un consuelo. Lo vemos, mes tras mes, sufrir y auto herirse de frustración y rabia, que van a liberarse, maldita casualidad, justo cuando menos puede controlar sus emociones, con la luna nublando sus sentidos. Y nosotros, impotentes, como siempre, sólo podemos quererle mucho y distraerlo tanto como sea posible mientras acaba su transformación. Cuando pasa a ser lobo del todo, por lo menos, se entiende bien con su amigo el perro, su amigo el enorme ciervo y su amiguita la rata. Amiguito la rata. Amiguito el... ¿rato? ¡Tenía que ser Petey!

Es la planta tercera. Entro por la puerta principal, la de la enorme verja forjada, abierta de siete a once, que, a través de un camino de grava, con árboles y césped a un lado y otro, lleva a la entrada al edificio central. Es una puerta amplia, de dos batientes y oscilante, que se abre automáticamente en cuanto me acerco, para darme paso a la recepción: un pasillo con una sala de espera a un lado, un mostrador al otro y, de gastados azulejos naranjas, detrás de otra puerta, de vidrio y madera, la escalera al fondo. Me identifico y me dan un pase para ir a ver a Remus. Es su segundo día aquí, así que, me informan, es posible que haya salido al patio de su planta a tomar el escaso sol que, a principios de otoño, pueda quedar. Debidamente autorizado, cruzo las puertas, subo tres tramos de escalera y cruzo un acogedor pasillo lleno de puertas imposiblemente juntas hasta que me planto frente a la de mi amigo. Pico suavemente y entro, con una caja de delicias caseras de los elfos Potter bajo el brazo y una enorme sonrisa de ánimos en la cara. Sonrisa que no me sirve de mucho puesto que, aunque está en su habitación y no fuera, como me había sugerido la enfermera de abajo, mi amigo está dormido. Sirius aún no se ha pasado por aquí, parece, porque las bromas que le trajo ayer a Remus, por si se aburría, las que sólo él tocó, para enseñárselas, con todo tipo de detalles a nuestro convaleciente, están, intactas, sobre la mesa. Y el libro que se quedó leyéndole, una suave novela muggle cargada de tonterías fantásticas, lo que ellos llaman 'cuento de hadas', cuando Peter y yo nos marchamos a casa, igual, sólo marcado unas páginas después, no más de, imagino, unos diez minutos. Da igual, pienso, con un deje de pena. Total, Remus estaba agotado, igualmente. Sirius no se quedó mucho rato o, al menos, Remus no estuvo despierto mucho rato del que se quedó Sirius. Esto segundo, por habitual, me parece bastante creíble y no me cuesta imaginar a Sirius saliendo de St Mungo's a última hora, justo cuando se acaban los horarios de visitas, aunque Remus se haya pasado durmiendo toda su visita. Pero, aun si nuestros intentos de hacerle compañía se quedan en nada, porque esté demasiado cansado para apreciarlo, seguiremos quedándonos hasta que nos eche, harto. Y, en esa tónica, me siento al lado de su cama y cojo el librito muggle y lo hojeo, leyéndolo en diagonal. Es un cuento bastante insulso, teniendo en cuenta lo que hacemos nosotros a diario con nuestras varitas, pero, a pesar de todo, lo suficientemente interesante, a nivel de acción y sentimientos, sobre todo, como para que mi lectura sea cada vez menos vertical. Tengo que admitir que me cuesta un poco imaginar al principio los problemas físicos que se les presentan a los muggles y que no son problema para mí por el simple hecho de no ser muggle, pero casi me acabo enganchando y todo, al cabo de unos minutos, hasta el punto de que ni me doy cuenta de que mi Lupin se ha despertado por fin hasta que él me habla.

- Buenos días - susurra, con voz ronca.

Doy un pequeño bote en mi asiento, sorprendido porque no me esperaba ningún ruido, y cierro el libro culpablemente de manera instintiva, hasta que proceso el que se haya despertado y me hable.

- Buenos días - respondo, al fin. - ¿Cómo estás?

Encoge un hombro y vuelve a cerrar los ojos, con expresión exhausta.

- Bien - me miente, imagino que lo que él considera piadosamente. - Como siempre.

Asiento suavemente y cojo el paño húmedo que dejamos siempre en su mesita. Sin mediar palabra y antes de que abra los ojos alargo un brazo y le cubro la parte superior de la cara con él, frotándole suavemente las sienes. El día después de la transformación es un infierno y nunca sabemos qué hacerle, pero los dos siguientes son nuestra especialidad, convertida la tortura en poco más que una fuerte resaca.

- Gracias - murmura, con los dientes apretados en una mueca de molestia. - ¿Te gusta?

El libro, sobreentiendo.

- Hm - suspiro. - Es interesante.

Ríe suavemente entre dientes.

- Yo tampoco me entero de nada - confiesa, divertido, interpretando mi 'interés' como incomprensión muggle. - Estos muggles...

- Es curioso que tengan libros de magia, con lo que somos para ellos - sigo yo, por dar charla, aunque en un previsor tono bajísimo. - Algunos nos odian tanto...

Como la familia de Lily, por ejemplo: la secucha de Petunia y su bolita de novio. ¡Lo que le ha llegado a hacer a Lily, la muy bruja! (Y, sí, sé que bruja no es ningún insulto, para nada; al contrario, es más de lo que merece, pero, siendo realistas, no hay adjetivo que la pueda ofender más a ella que bruja y, sólo por eso, siempre, siempre, la asocio a él. ¡Que se chinche!) Claro que, por otra parte, están los que nos aceptan sin problemas, como la familia materna de Sirius.

- Supongo que es como nosotros - Remus interrumpe mis pensamientos, perezosamente. - Entre nosotros también hay brujos que odian a los muggles y brujos que los respetan.

- Y, además, - concluyo yo - sólo es una novela de ficción. Nadie la tomará en serio ni creerá posible lo que en ella se dice, así que ni se cuestionarán odiarnos o no.

Remus calla unos instantes. Por un momento creo que se vuelve a dormir, porque su respiración se vuelve más lenta, y pienso en quitarle el trapo de sobre los ojos, pero vuelve a hablar antes de que me dé tiempo de hacerlo.

- Eso mismo le dije yo a Sirius - musita, sin fuerzas - cuando me prestó el libro.

- Él tiene que saberlo - apoyo.

- Sí - sigue él. - Pero me dijo que, en parte, no era así. Que algunos, sobre todo los niños, se las leían creyendo que todo era posible y que eso hacía que tuvieran ilusión.

- Igual sí - convengo - pero casi todos acaban por crecer.

Remus se vuelve a callar y, esta vez sí, va para largo. Me echo hacia atrás en mi asiento, cojo el libro y busco el punto donde se quedaron, por matar el tiempo. Mi amigo tamborilea con los dedos sobre su abdomen un par de veces, se gira hacia un lado, apoyando la mejilla sobre la almohada y parece intentar volver a dormirse.

- Remus - lo llamo, flojito, intentando no despertarlo si duerme ya.

Él se gira hacia mí y se levanta el trapo mojado de los ojos para mirarme.

- ¿Sí?

- ¿Quieres que te lea...? - le propongo, señalando con la mirada la novela.

Nos mira alternativamente al libro y a mí un par de veces antes de sacudir la cabeza y sonreírme tristemente.

- Gracias, Jamie, pero no hace falta - me asegura. - No me apetece.

- Como quieras. ¿Estás bien? ¿Necesitas algo?

- No - dice, encogiéndose de hombros y volviéndose a cubrir con el paño. - Un vaso de agua, si acaso.

Solícito, me levanto para buscar el vaso y llenarlo de agua de la botella.

- No te queda casi agua - observo, casualmente, y le alargo el vaso. - ¿Tienes otra por aquí?

Sacude la cabeza y bebe.

- Creo que no, pero no te preocupes. No bebo mucho.

Lo cual no es del todo correcto. Remus puede tender a beber poco durante veintialgo días al mes, pero hay un par de días en que, por el ambiente de Mungo's o por lo que sea, se despierta casi siempre con la boca seca. Y, como está tan cansado que no deja de dormirse, eso, de verdad, es algo.

- Luego subiré a la cafetería, igualmente - le informo. - ¿Quieres que te traiga algo?

Él sacude levemente la cabeza, bosteza y pone una mano sobre el trapo húmedo, con cara de dolor. Guardo silencio un buen rato, observándole de hito en hito, mientras retomo la lectura del libro. Cuando, por fin, vuelve a dormirse, salgo de la habitación y subo a la cafetería del hospital.

El lugar está desierto, prácticamente, excepto por un par de mesas ocupadas por lo que, obviamente, son familiares de enfermos, y un par más ocupadas por un grupo de Sanadores, todos con sus capas verdes, uniformadas, con el logotipo de St Mungo's en el pecho. No les presto más atención y me afano en conseguir más agua para mi amigo y bajar otra vez a su habitación. Un par de knuts, un par de botellas y otra vez hacia abajo donde, para mi sorpresa, me espera Sirius.

Oigo sus voces desde la puerta de la habitación, que han dejado entreabierta.

- ¿Y tiene mala pinta? - pregunta Remus, en un murmullo.

- No - suspira Sirius. - Algo... oscuro, pero no.

- ¿De quién habláis? - interrumpo yo, entrando y cerrando detrás mío.

- Moody - responde Sirius, con la vista baja. - Se ve que ha tenido otro... accidente.

Hago una mueca y me siento junto a mi amigo.

- A este paso, nos quedaremos sin él, trocito a trocito - me quejo, exagerando mi tono para darle matices de broma. - ¿Está abajo?

- Sí - dice Sirius rápidamente. - Pero ya se iba, lo he visto cuando salía.

- Bueno - me encojo de hombros. - Espero que no haya sido nada.

Sirius sacude la cabeza y mira a Remus que, por cierto, tiene mucho mejor aspecto que cuando yo he salido de la habitación.

- No lo sé - suspira mi mejor amigo. - Me... preocupa.

Remus asiente y le dirige una mirada triste que no acabo de entender.

- Seguro que no es nada - musita. - Además, la recuperación puede ser rápida.

- Pero si tuviera una recaída ahora... - le interrumpe Sirius, con el ceño fruncido.

- Ya. Bueno. Y ¿qué, Jamie? ¿Todo bien arriba?

Asiento suavemente y miro a Sirius con las cejas alzadas.

- ¿Te encuentras bien?

- Me preocupa el mundo - me dice, con una sonrisa de disculpas. - Tanto peligro, y todo...

Un tema peliagudo sin duda. Si Moody estaba herido, es que se han vuelto a despertar los poderes oscuros. Y, sí, se oye mucho de los sangre pura, hay desapariciones, ataques más o menos organizados... pero nadie quiere creer aún que el peligro sea real. Los tres nos quedamos unos instantes en silencio, visiblemente pensativos y, si acaso, un poco incómodos. El mundo no es un lugar seguro, y eso lo sabemos desde que estudiamos DADA en Hogwarts, vale, pero es duro enfrentarse a ello si las cosas parecen complicarse.

- Bueno, va - dice, Sirius, por fin. - ¿Cómo está hoy nuestro lobo preferido?