Algo por ti
Capítulo 9: Cuando te enredas
Y no escuchar su voz pidiéndome que me detenga, que vuelva, que no huya, negando odiarme, demostrando algo de interés por mi, es casi lo que más me duele de todo, el núcleo del torbellino de vergüenza, arrepentimiento, rabia y amor en que me convierto con cada escalón que bajo. No me llama. Cómo me iba a llamar. Deja que me vaya, que me escape, que destroce la, quizás, última oportunidad de vernos, de encontrarnos, de rehacer la amistad que, cómo no, también desgarré yo. Salgo del hospital temblando, con la vista borrosa e incapaz de pensar en nada más que un punzante dolor por todo el cuerpo.
¡Merlín, Lily! ¡Tú, aquí! Yo estaba bien, estaba bien, era feliz, lo estaba superando, te tenía medio olvidada, medio aceptada, ¡medio negada! ¡¿Con qué derecho, con qué derecho?! ¿Cómo te atreves a aparecer así, a traición, atacarme cuando no te espero, no ser cualquier otra pelirroja, surgir de la nada, herirme, conseguir que me sienta morir sólo de verte allí, herida, sola, frágil, tan dulcemente tú, tan bonita, tan inesperada?
Sin pensar en lo que hago, sigo caminando rápido hacia adelante, más allá del andén de aparición. Sólo quiero huir, huir lejos, estar solo y esconderme de todo el mundo, meterme bajo una piedra muy grande, muy grande, que nadie mueva durante años, ¡que me esconda y me proteja y me deje olvidarte de una santa vez, mi vida, mi vida!
¡¿Por qué?! ¡No podía ser Lily, había pensado que lo era y me había convencido de que no lo era! ¡No tenía que ser Lily! ¡¡No!! ¡No quiero verla más, no quiero que me pase más eso de encontrármela, quiero decidir con quién y cuándo me veo! ¡Quiero dejar de pegarme estos sustos! ¡Quiero dejar de encontrármela cuando no lo espero! ¡Quiero ser feliz y superarlo de una vez y no más sobresaltos!
Quiero irme a casa y meterme en la cama y no salir nunca más. Taparme con las mantas, hasta los ojos, hasta la frente, hacerme un ovillo de amor no correspondido y reproches tardíos y llorar la desgracia de vida que me ha tocado vivir. Porque la he visto, porque está herida, porque no me deja indiferente, por mucho tiempo que pase, y porque soy un idiota que sólo sabe salir corriendo. Pero en cambio lloro en Mungo's, salgo del hospital y me pierdo por las calles desiertas que lo rodean y me quiero morir, ¡morir!, mientras el mundo da vueltas a mi alrededor y yo me odio por ser tan horrible.
Me la he encontrado. Era Lily, mi Lily, por encima de todo, mi mejor amiga, mi querida pelirroja, a quien siempre había cuidado y protegido, mi Lily adorada, mi niña... La chica que más querré en toda, toda mi vida. Y, no, no me deja indiferente, pero quizás no lo haga nunca, quizás esté enamorado de ella para bien o para mal, quizás no tenga sentido no querer quererla, no querer verla, no querer fundirme con su sonrisa, porque eso es algo que pasará mientras viva. Quizás estás cosas no se pueden superar. No en tres meses. Igual, ni en toda una vida.
Así que, ¡¿y qué, si la quiero?! ¿Si aún la quiero? ¿Si verla me ha hecho un cortocircuito enorme y mi única respuesta ha sido poner pies en polvorosa? ¿Y qué si estoy temblando de arriba a abajo sólo porque sus ojos me han vuelto a ver, sólo porque estaba preciosa, en la penumbra, con el pelo corto, sólo porque no consigo recuperar mi respiración normal?
Lily, Merlín, Lily. El concepto de Lily. Todo lo que significa. Lily. Por sorpresa, inesperada, real y cálida como siempre. Cálida. Haciendo que mi corazón se altere de nuevo, que me sienta como si el sol brillara sobre mí, en plena noche, encendiéndome, volviéndome a la vida, calentándome las mejillas y el corazón, sólo de volver a verla. Lily. Lily. Mi vida, mi fe, mi sonrisa, reencontrada. Me paro, en una calle al azar, me recuesto contra una pared, respirando entrecortadamente por el esfuerzo, me seco las lágrimas con la muñeca y, aunque éstas no dejan de caer, me encuentro sonriendo, como un tonto.
Ya no creía volver a verla. Ya la creía perdida, que no nos volveríamos a cruzar nunca más, que lo nuestro estaba, definitivamente, acabado.
Y, mientras mi boca se tuerce con ironía, me doy cuenta de que, en todo este tiempo enfermo por ella, añorándola y sin saber seguir adelante, era eso lo que me amargaba la vida: que lo nuestro estuviera hecho y rematado. No volver a verla. Haber perdido toda posibilidad de relación sólo porque dije lo que no debía haber dicho, sólo porque sentí más de lo que se me permitía. Perdida, para siempre. No queriéndome ver, no queriéndome hablar...
Eso no pasará. Lily está ahí, está sola, sigue existiendo y nuestras vidas se siguen cruzando, se siguen encontrando aun a pesar nuestro. Y se acabó, no pienso rendirme nunca más, no pienso dejar que pase el tiempo hasta que nos olvidemos el uno del otro, miremos atrás y los remordimientos me ahoguen. No pienso dejarte escapar otra vez, Lil. Y, no, no va, para nada, de lo que te dije el último día de colegio. No va de cómo te pueda o no querer, de cómo pueda o no soñar cuidarte toda la vida, soñar contigo, compartirlo todo. Eso sí que quedará olvidado, resignado, frustrado dentro de mí hasta que tú quieras, preciosa. Eso sí que se acabó.
Pero, ¡¿nuestra amistad?! ¿Nuestra comodidad juntos, tu amistad con nosotros cuatro, el tiempo que pasábamos juntos y todo lo demás?
Eso, no. Ni lo sueñes, eso no pasará. Pienso conseguir rehacer ese contacto, pienso restablecer nuestra amistad y, esta vez sí, sabré separar lo que tengo contigo de lo que querría tener y no perder una cosa por no poder conseguir la otra. Pienso volver al hospital, hacerte compañía, cuidar de ti, distraerte, divertirte, leerte cuentos y hacerte bromas. Igual que hace Sirius con Remus. Igual que le haría yo, si mi alegría hubiera acompañado durante todos estos meses. Pienso volver y hablar contigo y sonreír y ser yo mismo, como era antes, sin torturarme, sin estar amargado, sin golpearme de cabeza, una y otra vez, contra las paredes que pusiste entre nosotros cuando me dijiste que no. Contentándome con lo que me des porque, Merlín, Lily, te quiero, y tengo muchas más capas que la de novio frustrado. Tengo niveles, bonita, y me conformaré con lo que podamos recuperar porque, a algún nivel, me harás el hombre más feliz del mundo. Lo nuestro no se ha acabado, sigues cerca, sigues dentro de mi radio de acción y yo sigo queriéndote en mi vida.
Caigo sentado, aún apoyado en la pared, hasta el suelo, doblo las rodillas y escondo la cabeza en el hueco de mis piernas, sollozando quedamente, mientras mis manos se crispan y me estiro mechones de pelo hacia arriba. ¿A quién intento engañar? ¿Volver a ser amigos? ¿Quién se lo cree? ¡¿Quién podría jamás ser tan iluso?!
¡Me he ido! La he visto, la he reencontrado después de meses, cuando más me necesitaba y cuando debería haber olvidado cuánto daño me hizo, si es que alguna vez he tenido derecho a recordarlo, y, nada más verla, he salido corriendo, me he dado la vuelta, no he abierto ni la boca y, sencillamente, he huido.
¡¿Y yo quiero que seamos amigos?! ¡¡Por favor!!
La he dejado. No hay razones que justifiquen mi comportamiento. Sin poder ni andar, con una familia que, seguro, ni la visita, sola y aburrida, en una deprimente habitación de hospital, quién sabe durante cuánto tiempo, sin compañía, sin conversación, y yo, su amigo, quien debería de haberla querido por encima de todo, quien le dijo que nadie le importaba más, apartándose de ella como si tuviera la peste, abandonándola, fallándole. ¿Y aún espero arreglar algo? Soy patético. Soy despreciable. ¡Soy idiota! Idiota, idiota, idiota. ¡Idiota! ¡La he dejado! ¡La he abandonado! ¡¿En qué estaba pensando?! Aunque ella me odiara, aunque no me quisiera ver, ¿dónde estaban, por lo menos, mis modales? ¿¿Tanto costaba decirle "hola, ¿cómo estás?, ¿qué te ha pasado?", aparentando no sentir más que un interés puramente cortés??
No hay más: soy idiota. Me siento abochornado, continuamente avergonzado por mi comportamiento. ¿Cómo se puede ser tan impresentable? ¿Cómo se puede vivir tan mal la propia vida y, aún así, seguir sobreviviendo? Hiciera lo que hiciera mi Lily y me dijera lo que me dijera el último día de Hogwarts, no se merecía, para nada, ese trato. No se merecía que me cargara toda nuestra amistad, que nos separáramos para siempre, que yo pensara que no podía seguir viéndola pero, aun así, aun habiendo pasado por todo aquello, por mucho que me arrepienta y mucho que me odie, no merecía que hoy saliera corriendo en lugar de quedarme con ella y animarla. ¡Estaba herida! ¡¡Está herida!! Está en una silla, con la pierna rota, probablemente, arañazos en la cara, pálida, sola, vulnerable. Por las barbas de Merlín, ¿cómo puedo llegar a ser tan horrible? Aunque no quisiera nada más que amistad, entonces, conmigo, yo no tenía por qué ser ahora tan asquerosamente malo con ella y dejarla así. ¡Estaba herida, por Morgana! ¡Estaba sola en un hospital al que, muy probablemente, no va nadie a verla! ¡Vamos, ni siquiera tiene familia que cuente!
¡¿En qué estaba pensando?!
Soy patético. De verdad que sí. ¿Y yo intento arreglar mi vida volviendo a poner a Lily como parte de ella? ¡No soy capaz ni de reaccionar a tiempo cuando algo es importante de verdad!
Suspiro y alzo la cabeza para mirar a mi alrededor. Nadie. Completamente desierto. Tampoco me sorprende; un barrio residencial de clase alta, por la noche, en un mundo donde todo medio de transporte que no sea aparecer y desaparecer está hasta mal visto. No era como si alguien me fuera a ver y avergonzarme un poquito más, cosa que, por cierto, tendría difícil, a estas alturas. Estoy llorando como un niño en medio de la calle, reaccionando exageradamente a todo (a buenas horas una reacción, por cierto, habiéndome quedado de piedra cuando sí que tocaba hacer algo, qué irónico), sentado en el suelo, hecho una bola. He perdido todo control, tanto de mis actos como de mi existencia, y sólo quiero esconderme bien, bien, que ni Sirius me encuentre, pero no ya de rabia y dolor por haberte encontrado, vida mía, cuando te creía olvidada, sino de pura vergüenza por no haber tenido el sentido común de quedarme a tu lado y hacerte compañía. Lil, Lil. Te quiero, Lil. No soy tan horrible, Lil, sólo era mi momento más bajo, sólo me he quedado sin palabras, sólo estaba convencido de que no podías ser tú. Han pasado meses, han sido semanas, días, de encuentros casuales con centenares de personas, cruces eventuales en la calle, en el Ministerio, en todas las partes a qué hemos ido. Me he encontrado con muchas pelirrojas, con muchas chicas, con bastantes enfermos aburridos en un hospital. ¡No es mi culpa si me había acostumbrado a que nunca fueras tú! ¡A que no coincidiéramos al azar! No es culpa mía si no he madurado lo suficiente como para superar lo que siento por ti, y no es culpa mía, mi vida, si mi chiquitín cerebro no merece seguir viviendo de idiota que soy.
Cosa que no es cierta: sé que todo eso es culpa mía.
Me seco las lágrimas con un manotazo enfadado, estiro las piernas y me levanto del suelo. Soy patético. No podría quererme menos, ahora mismo. Soy una cosita pequeña y despreciable, tirada en una calle, sin fuerzas ni para ir a casa donde, igualmente, no encontraría las fuerzas para desnudarme, ponerme el pijama, meterme en la cama y, encima, dormir. Soy horrible. Soy repulsivo. Soy miserable.
No me vuelvas a hablar nunca, Lil, no me lo merezco. Aunque no desee otra cosa en mi vida, no te engañaré, no lo merezco.
Y, ¿ves...? Igual eso tú lo entendiste antes que yo. Aunque sólo piense eso para torturarme y aunque piense, encima, que me merezco toda la tortura que pudiera conseguir jamás.
Pero, bueno, me repongo, supongo, porque, aunque mareado y desorientado, empiezo a caminar de nuevo, volviendo al andén de desaparición más por no pensar a tiempo que, fuera de los terrenos de St. Mungo's no hay restricciones de apariciones y desapariciones, que porque sea en verdad necesario volver allí. Con el hospital como telón de fondo, desando mis pasos con la cabeza hecha un lío y el corazón pesado, pesado, intentando no pensar en Lil y en cómo le he fallado no quedándome a su lado pero sin poder, a la vez, pensar en nada más. Intentando no odiarme por ser cómo soy. Intentando no hurgar más en mis errores que, lo sé, no son precisamente pocos. Casi enseguida llego a la verja de St Mungo's, cruzo la puerta y enfilo hacia el andén justo antes de que mi resolución se agriete. Entro por la salida lateral. La que no cierran nunca. La que siempre está abierta para visitas nocturnas, que son duramente castigadas por un sortilegio, eso sí, si perturban el descanso de los enfermos. Un cartel, iluminado por un par de velas flotantes, anuncia el camino que lleva hasta la entrada al edificio. La vuelta a Lily. Volver a verla, disculparme, arreglar el entuerto. Sólo girando ahora... Mi estómago se tensa, me preparo para volver a decepcionarme conmigo mismo por mi cobardía y gruño silenciosamente. Iré a casa y no dormiré, no descansaré, no haré más que darle vueltas a lo que debería haber hecho y no he hecho ni haré jamás ni tampoco hubiera salido bien si lo hubiera hecho. Mi noche será un infierno y sólo porque no habré dado los pasos que hacían falta para subir a ver a Lily y decirle que lo siento, que me perdone, que no quería irme así, que no sé qué me ha pasado pero que ése no era yo, que no quiero dejarla ahí sola y que si necesita un poco de compañía. Que aún la quiero, sin implicación alguna. Me visualizo, como decía nuestro capitán, cuando yo era joven y feliz y él se entretenía en torturarme con entrenos a horas tan intempestivas que no podía decirle a Lily que me viniera a ver jugar a Quidditch, diciéndole todo eso; lo pongo en mi mente e imagino que estoy fuera de mí mismo y me veo haciéndolo, volviendo y plantándome en su habitación, tomando el camino correcto y subiendo y entrando y diciéndole, 'Lily, lo siento mucho. No quería irme así'. Lo hago en mi cabeza. Mi boca forma las letras, sin sonido alguno. Mi pecho se hincha y cierro los ojos, armándome de valor. 'Lily, lo siento. Te quiero. No quería irme.' Sé que puedo. Sé que debo. Sé que, si sólo me lo propongo... Esta vez no puedo volver a huir. No puedo tomar la opción fácil e injusta. No puedo fallarme otra vez más. Otra no. Tengo que aprovechar esta oportunidad. Tengo que hacerlo mejor ahora. Tengo que ir.
Voy a ir. Me pongo firme, espalda erguida, alzo la barbilla y miro el edificio que tengo a la derecha, prácticamente por completo a oscuras. Esta vez no voy a huir, así que ya puede dejar de proponérmelo la vocecita malvada que tengo dentro. No voy a irme a casa aún. Por lo menos no puedo desaparecer hasta que no vaya al andén, cosa que limita un tanto mis movimientos. Si no voy a girarme y mucho menos caminar hasta donde sí pueda desaparecer, o empiezo a andar ya o será mejor que me decida a echar raíces, porque nada más va a pasar. Y, oh, sí, por Merlín que voy a subir a velar a Lily mientras duerme, a mimarla, a cuidar que nada le falte. Puedes contar con ello.
Ahora no huyo. Parece mentira, pero aprendo de mis errores.
**************
¡He vuelto al 'Algo por ti'! Se ha colado por el medio una historia de George & Alicia & Oliver, llamada 'Pasa, Alicia', que está a punto a punto de acabar (sólo me falta el epílogo), pero Algo está otra vez en marcha y, con un poco de suerte, no tardaré mucho en poner más capítulos. :)
¡Un besazo!
