Algo por ti

Capítulo 10: Cuando vuelves

Rasco suavemente la puerta con su nombre, pidiendo permiso quedamente para entrar, con cuidado de no despertarla si es que ya está durmiendo. No recibo respuesta, así que rasco otra vez, igual de flojo y, ahora sí, una voz ahogada me responde, invitándome a entrar. Me peino el pelo hacia abajo, intentando arreglar el desorden que seguro se ha formado en algún momento de mi agonía, me arreglo la capa y abro la puerta intentando disimular tan bien como sé los nervios y la inseguridad.

La habitación es tan parecida a la de Remus que su familiaridad me calma un poco. Una cama, unos pocos muebles, la silla en la que la he visto y algunos aparatos médicos de lo más estrafalario. Está todo en penumbra, con nada encendido salvo por un candelabro azulado en la cabecera de la cama, y Lily, recostada, me observa, con la misma cara de sorpresa, aunque levemente más hostil, que la que ha puesto cuando la he visto antes, en la escalera. La miro un momento, avergonzado, y luego bajo la vista al ramo de flores que llevo en la mano, que he conjurado en el pasillo, poca cosa para disculpar mi comportamiento de antes y poca cosa, además, en comparación con ella. Avanzo un par de pasos hacia ella, con la estima por los suelos, y curvo mi boca en un esbozo de sonrisa triste.

- Hola – digo, muy flojito.

Ella me saluda con una mirada incierta y un gesto incómodo, una leve dilatación de la nariz mientras sus labios se aprietan. Casi a la vez, la luz de la estancia se acentúa un poco, respondiendo a mi aparición, y todo se tiñe de un cálido ámbar, con lo que se revelan algunos pocos detalles que la oscuridad velaba, una pila de papeles y libros y una muñeca muy usada sobre una cómoda. Doy unos pasos más y le alargo las flores, pésimo heraldo que, mientras se lo acerco torpemente, me parece del todo inadecuado y ridículo. Digno de que se riera, me desdeñara y me echara de su habitación, no tanto por las flores sino por lo que las flores no consiguen empañar. Ella las mira un momento pero, antes de que llegue a intentar tocarlas, retiro la mano y sonrío, falsamente afable. Si las flores no son lo suficientemente buenas para tapar todo aquello, que sé que lo son, ¿qué más me queda que actuar como si nada hubiera pasado, seguir adelante, esconderme tras un papel? Fingir alegría. Que no pasa nada. Que no recuerdo lo que se me clava, hiriendo más hondo, con cada gesto.

- He traído flores – le informo, y me giro hacia su mesita. Aparto un par de revistas y hago sitio para el ramo, que encanto para que se quede flotando a diez centímetros de la superficie, y luego para que no se marchite. – Son lilas – explico, no porque soy así de idiota y creo que a ella le va a interesar sino, más bien, por rellenar el silencio.

Lily se gira hacia mí y me observa mientras las dejo, pero no dice palabra. Supongo que la he sorprendido demasiado, primero yéndome y luego, contra todo pronóstico después de haber salido corriendo, volviendo a aparecer aquí. El silencio no está mal, considero mansamente, sólo que hace que aún me sienta más inoportuno aún y hace que intente mantener la farsa de una conversación, por monólogo que sea, con tal de llenarlo, pero sé que lo merezco. Pongo bien un par de florecillas que se habían girado dentro del ramo, estiro un poco el lazo que las une y me giro hacia Lily con una sonrisa casual que me hace sentir un mentiroso, porque la miro como si viniera cada día a verla y sólo fuera un detalle sin importancia haberle traído flores. Me quedo a un metro de la cama y miro turbado a mi alrededor, con una silla vacía tras de mí pero sin querer sentarme sin el permiso explícito de Lily.

Que no llega. Le dirijo un par de miradas temerosas y disfrazadas de observación casual; la muñeca, la sábana, la pared, el suelo, la pared, Lily, la sábana, el armario, mi mano, y así hasta que se me acaba la paciencia. Las dos veces nuestras miradas se cruzan, pero no hace ademán ni de abrir la boca, y, al fin, decido hablar yo de nuevo.

- Siento lo de antes – digo, en un tono sencillo y nada avergonzado, como si no hubiera sido para tanto; sorprendente que aún me quede el autocontrol necesario para aparentar tranquilidad. – No he sabido reaccionar. – Y sonrío suave, confiadamente, todo lo contrario de lo que me bulle dentro, hasta que se me ocurre qué más decir a continuación. Cómo está. Qué hace aquí. Mi control se agrieta, mi sonrisa se congela y me encuentro perdido y asustado, inspiro bruscamente y la miro con el rostro contorsionado de dolor. – Lo siento – repito, ahora sí, sincero y sentido, con los ojos cerrados y el rostro inclinado hacia el suelo. – No quería marcharme así. He pensado que no querrías verme, que me odiabas, que sólo era yo y que no te importaba, que... – Suspiro, interrumpiendo mi propio balbuceo. - ¿Qué ha pasado, Lily? – pregunto, con un hilo de voz, mirándola intensamente. - ¿Cómo es que estás... así?

Ella frunce el ceño y sacude la cabeza.

- No es nada – me asegura, con voz ronca. – Estaba practicando sortilegios y uno me rebotó, con tan mala pata que me caí y me rompí la pierna. No te preocupes, no es nada.

Asiento, aunque sigo igual de preocupado, y me inclino hacia ella hasta que apoyo las manos en la cama.

- Lo siento – susurro. - ¿Estás bien? ¿Te duele mucho?

Sacude la cabeza.

- Sólo la cabeza, a veces – comenta, - pero creo que es más por estar aquí todo el día que por la caída.

Asiento otra vez y sonrío débilmente.

- Me has dado un susto de muerte – le confieso, con voz dulce. – No esperaba encontrarte aquí.

- Yo tampoco – responde. – Siento que me hayas encontrado. Quiero decir, así, por sorpresa... Me hubiera gustado que fuera diferente.

Le quito importancia con un gesto y apoyo una pierna en la cama, de cara a ella.

- Eso da igual – murmuro. – Siento lo de tu pierna – aclaro.

Sonrío, de medio lado, tímido y como un niño pequeño ante ella, y mi mano roza la suya.

- Estoy bien – me dice, baja la vista, se pone un mechón de pelo tras la oreja y me sonríe también, con arrugas de tristeza en su frente. ¿Cómo puede ser tan bonita? – En un par de días me la curarán. Cuando se pase el descontrol.

El descontrol mágico, entiendo, sin necesidad de preguntárselo. Hasta un ignorante en la materia como yo (nunca fui para sanador) entiende que, si le rebotó un hechizo y le dio tan fuerte como para que se cayera y todo, es normal que los que sí fueron para sanadores esperen un poco antes de encantarle aún más la pierna, sólo hasta que se estabilice su organismo. Asiento comprensivamente y le cojo la mano.

- Tengo que disculparme por mi comportamiento – susurro, con una mueca. – Desde el último día de colegio, sencillamente, no he sido yo.

Mentira. He sido un yo deprimido y asqueado de la vida, un yo loco por ella pero sufriendo por no tenerla, pero yo desde el remolino del cogote hasta el dedo índice de cada pie, de nacimiento más largo que el pulgar. Pero, bueno, refiriéndome estrictamente a lo que ella ha podido ver, lo cierto es que no puede tener mucha idea de cómo he sido en realidad, porque no me he comportado en absoluto cómo me sentía sino más bien como un egocéntrico insensible con ganas de polémica.

- Lo siento – responde, mientras observa su sábana. – En parte, es mi culpa.

- No – le digo, con una sonrisa que intenta ser animada. – Eso ha quedado atrás – le aseguro. – No merecías que fuera tan desagradable contigo, ni en La Varita, ni antes, marchándome así. He sido bastante... inmaduro. Cosa que, a la larga, se cura – le aseguro, frunzo la nariz y tuerzo la boca exageradamente, hasta que consigo que se ría, aunque suavemente. – Y, mientras crezco o no – acabo – ¡te hago reír haciendo mohines!

Me mira, agradecida, y me estrecha la mano que le tengo tomada.

- No has sido inmaduro. Verme ahí... Es normal que no hayas sabido reaccionar.

Decido que la broma es, quizás, la mejor manera de salir del paso y superar un poco la incomodidad entre nosotros, así que me lanzo a ella.

- Ya – le sigo la corriente, con un suspiro hastiado. – Porque tu silla tiene más sentido común que nosotros, que si no, hubiéramos salido los dos corriendo, ¿eh?

Sonríe de lado. No le ha hecho mucha gracia, cosa que justifico rápidamente en el hecho de que estoy bajo mucha presión, ahora mismo, y que iré mejorando con la práctica, pero al menos le ha hecho la gracia suficiente como para una sonrisa. Es un paso. Me levanto de la cama, me llevo sus dedos a los labios para plantarle un beso ligero y, tras soltarle cuidadosamente la mano sobre el colchón, me siento en la silla que hay junto a la cama.

- Quién sabe – sigo, sólo porque no sé callarme – ¡igual hasta nos hubiéramos equivocado y hubiéramos salido hacia el mismo lado!

Inspira una risa silenciosa y minúscula y se vuelve a peinar un mechón rebelde tras la oreja, una vieja manía que tiende a salir más cuando se siente tímida. O, quizás se aplique más en este caso, incómoda.

Sé que han pasado un montón de cosas y que por hacer como que no han pasado no van a desaparecer. Sé que tendremos que superarlas muy poco a poco y que eso costará mucho tiempo y esfuerzo, sin contar el hecho de que en todo ese tiempo no puedo permitirme volver a salir huyendo ni un sólo momento, si quiero llegar al final del camino. Sé todo eso y, aún así, creo que, lo mejor, ahora mismo, es fingir. Fingir, fingir que todo es como antes, que no me odia, que no la anhelo, que no vivo amargado desde que me giró la cara. Fingir para crear la verdad, una nueva verdad, un nuevo tiempo dónde ella se dé cuenta de que podemos ser amigos exactamente igual que antes y dónde yo me sienta tan agradecido de haberla recuperado que ni sueñe con una nueva declaración de amor.

- Bueno, señorita Evans – comienzo, con un suspiro. - ¿Le importaría hacerme un resumen de su pronóstico?

Me mira sorprendida un momento, sin entenderme, y luego se mira la pierna con comprensión.

- Bueno – me asegura. – La Sanadora dice que, muy probablemente, pasado mañana me vaya a casa. No son más que heridas superficiales y sólo me quieren tener aquí por si se me vuelve a descontrolar algo, para vigilarme y para ver cómo evoluciono, pero no es grave.

- ¿Estás como una manzana? – bromeo, con una sonrisa irónica dirigida a sus vendas.

- Lo estaré – admite ella, mirando también su estado actual y sacudiendo la cabeza resignadamente. - ¿Y Remus, cómo está?

Ladeo la cabeza y la observo con interés. ¿He dicho yo algo de Remus? Yo diría que no. ¿Lógica? ¿Luna llena? O...

- ¿Has visto a Sirius? – pregunto intuitivamente.

- Ayer – me explica. – Subía a ver a Remus y me vio pasar y vino a ver si era yo o qué. ¿Te lo dijo?

Frunzo los labios y el ceño y la miro descontentamente.

- Oye, Lil – rezongo, exagerando mis gestos para conseguir otra risita – sé que, ahora mismo, no tengo derecho a una opinión elevada por tu parte, ¡¡pero te pasas!!

Abre mucho los ojos y me mira, pero, en efecto, consigo otra minúscula carcajada.

- ¿Me paso? – repite.

- ¡Si me lo hubiera dicho, hubiera pasado a verte! – le aseguro. Hago una pausa antes de añadir algo más, a media voz. – Uy, y hubiera venido con mis mejores galas y con un diálogo preparado, vaya si no – refunfuño. – A ver si te crees que hasta con preaviso reacciono tan mal.

Ríe suavemente otra vez y se tumba en la cama, girándose hacia mí para seguir hablando más cómodamente.

- Pues sí, lo vi ayer – dice, flojito. – Me dijo que Remus ya mismo sale.

- Pronto – confirmo. – Ya sabes cómo son estas cosas. Esperamos que mañana le dejen salir y que siga descansando en casa. Aquí se aburre.

Lil asiente comprensivamente y alarga un brazo hacia mí, que enseguida le tomo la mano.

- No me extraña, esto es demasiado tranquilo.

- Bueno – objeto – es para que descanséis. No esperarías fiestas continuas, ¿verdad?

- Antes de veros aquí, no – me dice, con una mueca para que entienda que es sólo por picarme.

Caballeroso, dejo pasar la pulla, referida a nuestra no inmerecida pero sí exagerada fama de destrozahogares, en el sentido estricto de la palabra y sin ninguna referencia a matrimonio alguno, y, en cambio, decido apuntar más bajo, a los temas directamente peliagudos de Lil.

- ¿Sabe Pet que estás aquí? – pregunto con tono casual, aunque por dentro me regodeo en el apodo, que hace que tanto a Petunia como a Lily les hierva instantáneamente la sangre y que luego la segunda se deshaga en esfuerzos por negarlo porque, claro, que las dos reaccionaran igual implicaría que se parecen en algo y, bueno, ¡Merlín nos libre!

La mirada horrorizada y la pausa tensa que la sigue son impagables.

- Oh, no – gruñe, por fin. – Dios nos libre.

- ¿No se lo has dicho?

- ¡Ni ganas! – exclama, un poquitín demasiado alto en el silencio del hospital. - ¿Qué quieres, que me envíe una tirita usada y una nota de 'Espero que te mueras'? ¡No, gracias, no la necesito!

- ¡Jo, Lil! – exclamo, fingiendo rabia. - ¡Ya te vale! ¡Con lo que nos hubiéramos divertido a su costa en cuando hubiera pisado St Mungo's!

Lily sonríe pensativamente, como contemplando la escena, pero acaba por sacudir la cabeza.

- Dios nos libre – repite. – Desde que se ha casado, es horrible.

Alzo las cejas, extrañado.

- ¿Se ha casado?

- Oh, sí – suspira ella. – Con el tal Dursley.

Un perro pachón donde los haya. Espero que, sinceramente, les vaya tan bien como se merecen. Que es muy, muy poco.

- Oh, vaya – me quejo, y le aprieto suavemente la mano. - ¿Fuiste a la boda?

- No – confiesa, con un deje de pena. – Se le olvidó invitarme. Fue cuando aún estaba en el colegio. Sólo nos hemos visto un par de veces, desde entonces, pero han sido una pesadilla.

- Si te consuela – propongo – los lamentos de Sirius serán una pesadilla peor cuando se entere de que tu hermana se ha casado.

Lily ríe, con ganas, y niega pensativamente.

- Pobre – lamenta. – Se le partirá el corazón.

- Ya te digo – bufo yo. - ¡Tres años que lleva preparándolo todo! Te lo prometió.

- No – corrige ella, muy acertadamente. – Me lo prometió usted, señor Potter.

- Cierto – admito – pero ya sabes que el brazo ejecutor es Sirius. Y Remus el cerebro razonable a quien con tan poca frecuencia escuchamos.

- Ya – gruñe. – Así os luce el pelo. ¿Teníais algo preparado en serio?

- No lo dudes – respondo rápidamente y sin faltar para nada a la verdad. – Hace mucho que no hablamos del tema, pero, sí, teníamos un par de bromas listas para hacer del día P un día un poco menos estirado.

- Y menos feliz, para algunos – concluye ella. – Gracias, igualmente.

- De nada – digo, con una mueca. – Creo que tampoco nos necesita, para ser infeliz.

Lily se encoge de hombros, pone cara de duda y baja la vista.

- Nunca se sabe – musita. – La felicidad es conformarse con lo que tienes. Y están hechos el uno para el otro.

Mi opinión difiere ligeramente.

- Para ser feliz hay que tener un mínimo de cosas con qué conformarse – discrepo. – No sé tu hermana pero, cariño, yo no sería feliz con alguien como él.

Ella alza un hombro sólo perceptiblemente, se muerde el interior de la mejilla y se queda callada un buen rato, pensando.

- Jamie – dice al fin, en un murmullo. – Te he tenido que hacer horriblemente infeliz...

Todo mi cuerpo se tensa ante el cambio de tema. Nonono, ahí no es dónde yo quería ir. No, no, no, no, ¡no! ¡No hablemos de eso, que vuelve y me siento dolido e incómodo a tu lado, Lil! ¡Quiero olvidarlo, olvidarlo, olvidarlo!

- Ssh – le digo, demasiado rígido como para que suene apaciguador a pesar de intentarlo. – No digas tonterías.

- Pero es cierto – insiste ella, mirándome de reojo. – Fui muy cruel y ni siquiera te expliqué...

La interrumpo con un gesto de la mano que tengo libre.

- Eso ya está – declaro. – Se acabó. Pasó. Sólo quiero volver a ser amigo tuyo, Lily, sin remordimientos ni dolores. Todo aquello ha quedado atrás.

Sonríe de lado, agradecida, y su índice recorre mis dedos, dibujándolos, creando contornos llenos de hormigueos.

Y, con cuatro palabras, reinventa mi mundo y mi persona, consiguiendo de repente lo que mis amigos llevan esperando meses: que me sienta muy, muy feliz.

- Te quiero mucho, Jamie – susurra, mirándome tímida.

¡Ay! Se me escapa una sonrisa enorme.

- Yo también te quiero, bonita – suspiro como respuesta, casi temblando, y le acaricio la mejilla suavemente a la vez que le aparto un mechón de pelo. – Ya pasó, ¿eh?

Ella asiente, se encoge en la cama, me mira y vuelve a asentir, musitando un sí débil, algo indecisa. Alzo las cejas para preguntarle qué pasa, en qué piensa, por qué duda, pero me detengo antes de decirle nada, influido, probablemente, por verla tan vulnerable, ahí, encogiéndose, chiquitina. Es tarde, está enferma y, sobre todo, lo que tengamos que hablar puede esperar, porque pienso pasar mucho, mucho tiempo con ella. Como antes. Justo igual. Acabo por no decir nada sino que me levanto de la silla, le suelto la mano tras una caricia que me tiene que calmar la morriña que vendrá y camino hasta el otro lado de la cama para colocarle bien la almohada.

- Mañana hablamos – le digo, flojito, y la beso en la frente. - ¿Te importa que me quede?

Abre los ojos exageradamente y alza las cejas un momento, con sorpresa, pero, al contrario de lo que yo esperaba, no me dice que no sino que me sonríe, se gira en la cama para mirarme y asiente. Todas las frases de súplica que han florecido en mi cabecita para convencerla de que me deje quedar en cuanto se niegue se desvanecen en un vaho mental encantado de la vida. ¡Me deja! ¡Sin chistar!

- Me encantaría que te quedaras – dice, flojito. - ¿Tus padres...?

- Les envío una nota – le aseguro. – Pero, ahora, a dormir, ¿sí?

- El sillón se tumba – me explica innecesariamente, girándose hacia el lado contrario para darme indicaciones al respecto. – Si tocas en el respaldo, hacia la mitad...

- Lo sé - la interrumpo, divertido. – Remus tiene el mismo. No te preocupes. Descansa, Lil, ¡que tienes que ponerte buena!

- Vale, vale – dice, riendo ruborizada por mi tono de sermoneo. – Pero tú descansa también, ¿eh? Ahí estarás cómodo... y mañana no trabajas, ¿no? – Sacudo la cabeza. – Si quieres, igualmente, tengo un despertador en el armario... o, no sé, podemos pedirle a la enfermera que nos llame, si tienes que ir a algún sitio.

- No tengo que ir a ningún sitio – le aseguro, la vuelvo a besar en la frente y voy a sentarme en el sillón. – No te preocupes por mí – le digo, mientras me echo en el cómodo asiento. – Estaré bien. Si necesitas algo, dímelo, ¿vale? Aunque esté durmiendo, me despiertas y me lo pides, que me quedo para cuidarte. ¿Vale?

Lily tuerce la boca, sonríe y asiente.

- Vale – murmura, mientras se prepara para dormir, doblando los brazos, de perfil, delante de su pecho. Los dos sabemos que no lo hará. Cierra los ojos, suspira, los abre pesadamente al cabo de unos segundos, me mira solemnemente y añade – Gracias.

Lo dice con un tono tan serio y sincero, tan directamente del corazón, que consigue que todo el significado con que carga esos poquitos sonidos me llegue a la perfección y yo también me sienta agradecido por hacerla sentir así. Mientras le guiño un ojo como respuesta, sin nada de sueño, por cierto, me doy cuenta de es como si no hubiera pasado el tiempo y todo volviera a tener sentido. Mi corazón late rápido, mi estómago da volteretas sólo al verla y me siento completo sólo de mirarla y de que me mire también. Nada ha cambiado, no puedo olvidar todo aquello pero, a la vez, todo es como antes y se repite y vuelvo a no tener problemas y a ser feliz, feliz por estar junto a mi Lil.

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A ver, detalles técnicos, o así: en primer lugar, he vuelto a Algo Por Ti y, esta vez, va completamente en serio, lo que quiere decir que el final del fic llegará en dos o tres días, si los hados computacionales me son favorables (acabo de cambiarme de ordenador y justo nos estamos tomando confianza). El fic tiene dos capítulos más, uno de reflexión (= comida de coco) de Jamie y otro de acción... bueno, tanta acción como hasta ahora, no os vayáis a pensar. ¡En su línea! :)

Un besazo para todos los que han ido dejando review durante todo este tiempo. Comentarlas una a una es algo que no tenía por costumbre hacer, sobre todo porque no tengo el tiempo suficiente para escribir, así que voy a hacer sólo un par de comentarios, ¿vale? En primer lugar, Sirius & Remus... bueno, bueno, admito que hay 'hints' premeditados - pero no hay nada. ¡Que Remus es un amargado hombre lobo! (Aunque confieso que me han rondado ideas Slash en el pasado que de vez en cuando aún considero como posibles semillitas de fic...) Y, en segundo lugar, el fic es un James &Lily, sí. :) ¿Quién lo diría, no? Queda explicado al final - aunque, no, no veremos directamente cómo se siente Lily, sólo por lo que habla.

¡Espero que os guste!