Algo Por Ti
Capítulo 11: Cuando te aclaras
Retorno que, en cuanto su respiración se vuelve más profunda y su mano cuelga, laxa, de la cama, llama toda mi atención para dedicarla a algo de reflexión.
Dónde estoy es la primera pregunta que se me ocurre en cuanto el sueño de Lil me da tiempo para pensar. Y no es, por supuesto, una pregunta puramente física, dónde me encuentro, en St Mungo's, pues vaya novedad. St Mungo's no es nada en la respuesta a dónde me encuentro. ¿Estoy perdido?, pregunta auxiliar a que recurro antes de enfrentarme a la primera, demasiado grande como para que no me espante a primera vista. La respuesta a ésa, como mínimo, la sé: no, no estoy perdido. Tengo aún que definir dónde he estado y dónde estoy, más que nada para poder intuir dónde iré a parar, pero, por lo menos, sé que es una respuesta que podré encontrar, o sea, que estoy en algún sitio y que puedo saber adónde. Algo es algo.
Empecemos por el pasado, en un resumen rápido de mis últimos meses de agonía. Hogwarts. Los mejores años. Los chicos y yo, nuestras bromas, nuestras cosillas. Nuestra habitación, siempre tan desordenada. Las clases, los deberes, los trabajos. Lil, mi Lil. Yo era joven, inexperto y con muchas, muchas ganas de vivir la vida, quizás un poco demasiado rápido, pero nadie estaba para puntos muertos a esas edades. Me enamoré perdidamente de la pelirroja más bonita que conoceré jamás (donde lo de pelirroja no debería ser considerado como un grupo excluyente, o sea, que no sólo es la más bonita entre las pelirrojas sino que también supera a todas las mujeres que conoceré nunca, nunca) y dediqué todos mis esfuerzos a hacer que las sonrisas brotaran de sus labios en cascada, que sus ojos brillaran de manera especial de vez en cuando y que el aburrimiento nunca llamara a su puerta. Era mi amiga, mi compañera, la persona con quien más me sentía en casa, cómodo, seguro, querido, y acabé por querer más de ella que una simple amistad, una sonrisa al final del día o el sonido de su voz sólo eventualmente. Me enamoré, Merlín, me enamoré, y perdí de vista qué estaba bien o cómo de bien estaba qué y la quise mucho, mucho, y no me resigné a tener sólo su amistad. Me decidí, apunté y disparé, directo al corazón, el último día posible, la última hora posible, después de una velada inolvidable que yo creía ir a culminar en lugar de arruinar. La quise mucho. No me importaba nada más que ella y su felicidad y, sinceramente, estaba convencido de que podía ser parte de su vida, para mejor.
¿Es ahí dónde estaba antes, en el colegio? Sí, es ahí dónde acabé, justo antes de que me mandara a paseo. Sólo hay, de fondo, una cosa más que no puedo olvidar, sobre todo viendo cómo van yendo las cosas; una cosa pálida e infinitesimal por comparación, algo que sirvió de sustento al amor pero que quedó superado por éste, algo que empezó significándolo todo pero que, sin quedarse pequeño, fue complementado por el deseo de ver siempre sonreír a Lil: nuestra amistad. Éramos amigos, éramos muy amigos y yo confiaba en ella y ella en mí, contábamos el uno con el otro, sabíamos que estaríamos siempre ahí, para cuando lo necesitáramos. Nos ayudábamos y animábamos. Nos dábamos consejos sobre casi cualquier cosa. Hablábamos, hablábamos, hablábamos. Compartíamos cosas. El otro nos importaba. Por aquel entonces no me latía desbocado el corazón con cada roce, no me quedaba sin respiración con cada sonrisa, no deseaba besarla y mimarla y que se durmiera en mis brazos, no, pero todas las semillas estaban ahí, pequeñitas y timoratas, esperando a que nuestra relación creciera para transformarse en plantita. Igual lo hice mal, igual las dejé crecer dentro de mí de maneras en que no tenían que crecer, transformándose en amor en lugar de amistad, igual no controlé lo suficiente la forma que tomaban o las épocas de podarlas, pero estaban ahí y, lo más importante, ahí siguen. Quizás de ahí pueda salvar algo.
Luego, el cataclismo, sólo porque me miro demasiado el ombligo. Lil me dijo que no, Lil me giró la cara y yo, ofendido y humillado, sin pensar en ella, egocéntrico hasta el final, me retorcí de dolor, me dejé morir de apatía y esperé que el tiempo curara una llaga en la que me regodeaba segundo a segundo, pensando en ella, soñando con ella, recreándome en cómo me torturaba su negativa y cómo yo seguía queriendo que me dijera que sí, negándome a salir de un pozo que cada día cavaba un poco más hondo, sólo porque me merecía ese pozo y, ya que estaba justificado, no encontraba motivo para intentar contentarme de otra forma. O sea, que, egoísta como pocas veces en mi vida, perdí de vista tanto a mis amigos como a Lil, que no sólo era la chica que me había vuelto loco sino, además, mi amiga, que compartía un mundo conmigo y que confiaba en mí, y los traicioné amargándome por lo que, comparado con ellos cuatro, no era nada. Angustié a Sirius, preocupé a Remus, inquieté a Petey y, lo peor, dejé a Lily tirada, sola, sin palabras, sin una sola mirada atrás, justo como he hecho hoy en las escaleras. Que entonces todo ese dolor era mucho para mí, ¿vale?, que me dolía de verdad y me hundía y quería morirme y sólo podía pensar en cómo la quería y que poquito la tendría jamás, y aún la quiero y aún la puedo tener poquito y aún me duele, pero, ahora, que tengo la cabeza algo más fría, ahora que la veo así, herida, vulnerable, sola y aburrida en una fría sala de hospital, sin una familia que se digne a hacerle visita alguna, a preocuparse por ella, sin más flores que las que le he traído yo como disculpa, sin un dulce ni juego alguno en los armarios, sin nada que demuestre que alguien ha pasado a hacerle compañía, ahora, que todo aparece como un poco menos empañado por las lágrimas, me doy cuenta de que he sido un estúpido, que he sido un idiota egoísta y que, en mi tormento, no debí estar jamás solo, porque no merezco, porque son mis amigos y puede que no haya estado ahí para ellos cuando me necesitaban. Y no es, claro, el caso de los chicos, que han estado alrededor y que tampoco se han metido en líos, porque son, bueno, no tranquilos, pero sí estables y se tienen los unos a los otros. Pero, ¿y Lil? ¿Qué hay de ella? ¿Qué ha hecho, qué le ha pasado, cómo ha estado? ¿Cómo saber que no le hacíamos falta, cualquiera de los cuatro, en todo este tiempo? Porque lo peor no es que yo la haya traicionado solo, que me necesitara y no estuviera ahí, que no me encontrara aunque me buscara, no. Lo peor es que, en mi estupidez, en mi obcecación, hice dos bandos, separados e irreconciliables mientras no diera yo el primer paso; Lily a un lado, nosotros cuatro al otro, Lily como la que me hería, como la que me fallaba, como la que se negaba a mis deseos, y ellos tres acompañándome, poniéndose de la única parte que podían tomar, habiendo sido nuestro paso por el cole como había sido, dejándola sola y aislada, sin los amigos que más habían significado para ella en su adolescencia. No los únicos, de acuerdo, y no sola del todo, porque seguía teniendo mucha gente a la que acudir, pero sí quitada de los más importantes, de los básicos, de los primeros. Puesta como la culpable cuando fui yo quien falló, quien traicionó, quien pidió más de lo que merecía, quien creyó que era posible que ella sintiera lo mismo, cuando era ridículo, ahora lo veo, desde el principio. ¿Dónde estoy? Estoy avergonzado, estoy arrepentido y quiero cambiar el pasado. ¿Dónde estoy? Donde empecé, amigo de Lil, amigo de Sirius, Remus y Petey, poniendo paz entre los cuatro, demostrando que todo lo que pasó está superado y olvidado. Decidido a no pedir más de lo que me den. Enamorado, siempre, siempre, pero resignado y sabiendo, por fin, que ésta no es mi oportunidad, que no será Lil, que llegaré a olvidar y a caer de nuevo con alguien diferente y que eso no estropeará más amistades. Enamorado, sí, pero dispuesto a fingir no estarlo, si llega el momento, por conservarla, por no volver a fallar, por no traicionar más. Amistad por encima de amor, en lugar de al contrario, como decidí hace meses, justo antes de confesárselo. Con la cabeza más clara ahora. Algo más maduro, no mucho, sólo un poquitín, y valorando mucho, mucho más la amistad, como concepto.
Loco por Lil, pero más loco aún por haber dejado que saliera al mundo sola, sin quedarme cerca. Inspiro entrecortadamente y miro largamente a la preciosidad que duerme a mi lado, una mejilla arañada, un par de puntos en un ceja, tan pálida que le veo venas azuladas dibujando caminos enmarañados en los pómulos y bajo los ojos, con un par de mechones cayendo sobre su cuello, la boca entreabierta para respirar y el ceño fruncido en un expresión molesta, como si le doliera algo incluso en el sueño. Miro su pijama, sus pequeños hombros marcándose entre las arrugas, sus muñecas, la complejidad y perfección de sus manos, que se entrelazan con el borde de la sábana, medio cuerpo girado y medio cuerpo recto por la pierna que, rígida, no puede arrastrar en sueños. Me encojo, estremeciéndome, y observo su rostro, del que sólo veo el perfil, mientras se me escapa un sollozo tras otro, en el más estricto silencio. Lil, mi Lil, mi niña, mi pequeña, ¿y si te hubiera perdido del todo, y si ese hechizo hubiera sido más de lo que podías soportar? ¿Y si no me hubiera dado cuenta jamás de mis errores, y si aún creyera que todo es culpa tuya, y si no creciera nunca lo suficiente como para darme cuenta de lo que importa y de lo que no, y si no hubiera vuelto? ¿Y si nuestros caminos no se hubieran cruzado ya más? ¿Y si tu y yo no nos hubiéramos visto más?
Por segunda vez en una sola noche me encuentro llorando como un niño pequeño, horrorizado ahora no por mi cobarde comportamiento, como antes, sino por lo que podría haber pasado y que no me hubiera perdonado jamás y, bueno, me equivocaba, sí por mi cobarde comportamiento, por haber dejado que la situación llegara hasta esto, hasta hacer posibles todas esas cosas horribles. Me inclino hacia adelante y apoyo la frente en la cama de Lily, a un metro de su cara, mientras me tapo la cara con las manos para ahogar el ruido de mi respiración. Merlín, si lo hubiera perdido todo sin ni siquiera darme cuenta de que la podía recuperar como amiga y de que eso es lo que más quiero en el mundo, ¡¿qué, eh, qué?! Un escalofrío me recorre, del mismo llanto, y hundo los ojos en el colchón con la esperanza que la presión interrumpa las lágrimas que tampoco merezco dejar caer, después de todos los errores que voy cometiendo y de los que no soy ni consciente. Esta vez no, esta vez no, esta vez lo haré bien y me quedaré con ella si ella me perdona y le haré compañía mientras me deje y haré que recuerde que, aparte de todo lo que he hecho mal, éramos amigos, teníamos una relación fuerte, y aún podemos salvar el día si volvemos a ella, sin nos concentramos en lo de antes, si lo intentamos con fuerza. Y, por Merlín, ¡por Merlín!, que quiero.
Todo, todo, todo, Lil. Te lo doy todo, pero perdóname, déjame volver, quiéreme un poquitín y deja que yo te quiera mucho, mucho, porque no he superado nada y aún eres lo más importante de mi vida, sólo que ahora será con tus reglas, lo respetaré todo, no seguiré si tú no me dejas y me conformaré con las migajas que le sobren a los demás, porque he aprendido, vida mía, que algo es más que nada y, si estoy condenado a sentir algo por ti, por siempre, sin poder olvidarlo jamás, prefiero que parte de ese algo la compartamos antes que tener que vivir completamente sin ti por no saber conformarme. No sé si he madurado, no sé si he cambiado, pero estoy dispuesto a aprender de mis errores. Y tú, mi vida, no serás sólo un error, oh, no, jamás. Eres mucho más que eso. Mucho.
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