Algo Por Ti
Capítulo 12: Cuando se arregla
Curiosamente, acabo por dormirme en esa aparentemente incómoda postura,
con la cara apoyada en el colchón de Lil, las manos en las mejillas,
completamente inclinado hacia adelante y mi espalda dibujando la mitad superior
de una ce, cosa que hace completamente comprensible que cuando me despierto,
al cabo de unas horas, tenga las piernas dormidas, los codos adoloridos y la
espalda tan rígida que echarme hacia atrás en el asiento para
ponerme recto se convierte en un suplicio. Eso sin contar, además, que
me he dormido con las gafas puestas, si bien mal colocadas y apretadas contra
mi frente, en la que, imagino por el tacto, han dejado dos surcos marcados que
tardarán un buen rato en irse aunque, mirándolo por la parte positiva,
al menos no las he roto. Pero el caso es que me despierto o, más bien,
algo me despierta, rozándome el pelo, me incorporo y, completamente desorientado,
mira alrededor como un bobo, ligeramente alerta, por si hubiera peligro, pero
más por compromiso con el mundo de hoy día que por ganas, porque
lo cierto es que estoy muy lejos de estar en condiciones de saltar a la yugular
de nadie ahora mismo. Miro a un lado, miro al otro, miro a la chica que me mira,
con una sonrisa divertida, desde la cama, y por fin entiendo dónde estoy:
la habitación de Lily, en St Mungo's, me he dormido mientras lloraba
(lo que hace que, rápidamente, me frote las mejillas con las manos para
comprobar que ya no quedan lágrimas en ellas) la desgracia que soy contra
su colchón y ella me mira con una risa que le cuesta disimular, supongo,
por la manera tan brusca en que me he despertado y echado hacia atrás.
Eso, o por la pinta que hago, despeinado (sí, más que de costumbre),
con toda la ropa desordenada y las gafas en la frente cosa que, por cierto,
explica que lo vea todo borroso. Después de bajármelas hasta los
ojos, miro a Lil con el ceño fruncido de puro sueño y luego bajo
la vista hasta mi reloj, tras un intento infructuoso de situarme temporalmente.
Casi las dos. Aún no es de día. Lo que quiere decir que Lil necesita
algo. Mi cerebro se despierta de golpe y paso hasta de saludarla.
- Dime – susurro enseguida, mirándola fijamente e intentando observar
detalles de ella que me den pistas de lo que sea que quiere.
Ella parece no entender lo súbito de mi reacción, porque me dirige
una mirada extrañada y luego sacude la cabeza.
- Estabas en muy mala postura – me dice, dulcemente. – Túmbate
bien, anda.
Asiento, pero sigo sentado, sin dejar de mirarla, aún preguntándome
qué necesita. ¿Ir al lavabo? ¿Agua? ¿Una nana? Río
mentalmente ante lo vergonzoso que sería sugerírselo siquiera.
Bueno, quizás se reiría, tomándoselo a broma, cosa que
ha de ser necesariamente, conociéndome. Me froto un ojo con un dedo,
reprimo un bostezo y me peino el pelo hacia atrás, en todo momento pendiente
de Lil. Está tumbada, con la mano caída donde antes tenía
yo la cabeza, medio de lado, con marcas de sábanas en la mejilla y ojos
de sueño. Ha sido ella, me doy cuenta, el contacto que me ha despertado,
pero no parece que necesite nada, porque nada me pide todavía, lo que
quiere decir, supongo que me ha despertado por mí mismo, por la forma
en que me he dormido, por la mala postura. Haciéndole caso, aunque tardío,
me tumbo en el sofá, hacia atrás, alargo la mano hasta que la
pongo sobre la suya, cubriéndola, y le dirijo una sonrisa cariñosa.
- ¿Todo bien? – susurro.
Ella asiente, sonríe y mira nuestras manos. Sigo su mirada inconscientemente,
y observo durante unos instantes mi mano tapando la suya; la mía es más
grande y más morena, de la suya sólo se ven las puntas de los
dedos, de uñas cortas, pequeñitas y bien cuidadas. Le acaricio
la muñeca con un movimiento semicircular del pulgar, doblo los dedos
hasta que los paso bajo su mano y se la estrecho y, a la vez, alzo los ojos
hasta los suyos, que, atraídos por mi mirada, me miran, también.
- ¿Seguro? – le pregunto, con una sonrisa ladeada.
- Sí – murmura.
Asiento, me inclino hacia ella y le beso la mano.
- ¿Cómo que te has despertado?
- Me he desvelado – explica, con una mirada ambigua. – Siempre me
despierto un par de veces durante la noche. – Hace una pausa y se ríe
suavemente. – Vaya maneras de dormir que tienes – comenta, mirándome
con una ceja alzada.
No puedo evitar reír también, aunque no sea sin un poco de vergüenza.
- Lo siento – murmuro. – Me he quedado dormido así.
Ella pone cara de no creerlo un motivo suficiente.
- Jamie, vete a casa, anda – suspira. – Aquí no descansas.
La miro con una sonrisa enorme, decidido a tomarme cualquier orden parecida
a broma.
- Tú no te preocupes por mí – le digo, con suficiencia.
– Soy un desastre y me he quedado dormido medio haciendo el pino –
admito, con tono de broma – pero ahora me pongo bien, ¿ves?
Y se lo demuestro relajándome en el asiento, cruzando los brazos bajo
la nuca y los tobillos, con un talón apoyado en el suelo. Duda un momento,
con cara de no creer para nada que pueda estar dormir bien en el hospital, pero
acaba por ceder y ella también se relaja.
- En el armario hay una colcha – susurra, con media cara escondida perezosamente
en la almohada. - ¿Tienes frío?
Sacudo convencidamente la cabeza y bajo las manos a mis piernas.
- ¿Y tú? ¿Necesitas nada?
- No, nada – me asegura. – Estoy perfectamente.
Nos miramos en silencio y los dos sonreímos casi a la vez, sin nada qué
decir, por lo menos yo. Me remuevo en mi asiento, poniéndome cómodo,
y dejo que el sueño empiece a llamarme, sin prisa, observándola,
sediento. Es lo más bonito que podría ver antes de dormirme, la
mejor imagen, la promesa más certera de dulces sueños. Su sonrisa.
Su carita adormilada. Su puño cerrándose junto a su mejilla, casi
como si fuera un bebé que se prepara el pulgar cerca, sólo en
caso de necesidad durante la noche. Qué guapa, Merlín, qué
guapa. Es Lily, la de verdad, la que llevo tanto tiempo echando de menos, es
Lily y se duerme y está aquí, a mi lado, tan cerca que podría
volver a tocar su pelo si lo deseara, y tan real, ¡tan real! No es la
que he soñado durante meses, no es una que yo me pudiera inventar. Lil,
mi Lil...
Algo pesado, seco y pegajoso a la vez, se posa en mis párpados, haciendo
que cada vez que los abro me cueste un poco más, que cada vez tarde más
en volver a ver aparecer a Lil cuando parpadeo. Por otra parte, completamente
a la suya, mi mente enfila por un camino de desvarío tranquilo, plagado
de amor por la pelirroja y de observaciones casi ridículas, inconexas
y con poco sentido sobre los últimos meses y hoy, sobre por qué
de cada acción mía (un por qué que me invento soñadoramente
sobre la marcha y que no se corresponde en absoluto con la realidad, aunque
yo ni me cuestione que pueda ser diferente) y de cada acción suya; sí,
claro, es porque la varita hizo una luz lila en lugar de rosada cuando la profesora
McGonagall nos pidió que transformáramos la pluma en una avestruz,
claro, era eso, y la avestruz se fue con Remus porque era luna llena, por eso
lloraba yo todo este tiempo, pero mira que la quiero, a Lily, ¿eh? Y
entonces Sirius se peinó hacia atrás y, claro, yo no puedo...
y, disparate sobre disparate, se prepara un caldo de cultivo ideal para los
sueños que vendrán esta noche. Estoy justo a punto de perder la
conciencia cuando ella habla.
- Te parecerá ridículo – dice, y tengo que hacer un esfuerzo
para escuchar y entender sus palabras, ya que, en mi ensoñación,
ni siquiera recordaba que estuviera en la habitación y pudiera hablar.
Abro los ojos exageradamente para quitarme el amodorramiento, la miro con expresión
perdida y me incorporo antes de entender que me estaba quedando frito y que
Lily me ha dicho algo.
- ¿Perdona? – farfullo, con voz ronca.
Ella se da cuenta de que estaba más dormido de lo que cree y hace una
mueca de pena.
- Lo siento – susurra, muy flojito. – Pensaba que aún estabas
despierto. Nada, no era nada. Duérmete. Perdona.
Sacudo la cabeza.
- No, no, dime – insisto, con una nube aún en la cabeza. ¿Cómo
era? Tenía sentido. ¿Una pluma? - ¿Qué has dicho?
- Nada – repite ella. – Duérmete, vida.
La nube y todo el sueño se van de golpe, quedando reemplazados por una
sensación fría en la boca del estómago.
¿Me ha dicho... vida?
Trago saliva con dificultad, inspiro abruptamente y la miro, más despierto
de lo que he estado en mi vida.
- Dime – insisto, con voz temblorosa, mientras ese 'vida'
se repite en mi cabeza, con ecos.
Ella sacude la cabeza y me da dos palmadas en la mano.
- Nada – repite, pero su voz también falla y, fijándome
más, me doy cuenta de que ha enrojecido, probablemente por ese apelativo
que se le ha escapado. – Duérmete, en serio.
- No, no – protesto. – No tengo sueño.
- Estabas casi dormido – objeta ella.
- Antes – especifico. – Dime.
Se rinde.
- He dicho que te parecería ridículo – repite, moviéndose
incómoda en la cama.
Ah, sí, es cierto. Lo he escuchado y medio procesado.
- ¿El qué? – ayudo.
Ella se incorpora en la cama, sentándose, y queda casi a mi altura, de
frente, aunque medio metro más alta. Me estrecha la mano.
- Bueno – empieza, insegura, - que... Es ridículo.
Sacudo la cabeza y la animo con una caricia en el brazo.
- Dime, preciosa.
Inspira lentamente antes de seguir.
- Bueno – repite. – Es que... me he despertado, y te he visto aquí...
Me acordaba de que habías venido, no es eso – aclara rápidamente.
– Pero, bueno, no te esperaba. No esperaba encontrarte aquí. No...
estaba segura de que no fuera más que un sueño. O no era consciente
que era hoy, no sé...
Alzo las cejas con pena. ¿La he asustado? ¿Me ha visto y no ha
sabido ver quién era, o algo?
- Es normal – la tranquilizo. – Cuando te despiertas, vas un poco
desorientado...
Lil asiente y me mira agradecida.
- Supongo que ha sido eso. No era consciente de que estabas aquí. Y...
y...
Inclino la cabeza con preocupación.
- ¿Has pensado en echarme un maleficio? – suplo, intentando hacerle
más fácil acabar la frase.
Ella inspira una carcajada rápida y sacude la cabeza.
- No – suspira, riendo. – Para nada. Al revés. Ha sido...
lo más bonito que me ha pasado en mucho tiempo – confiesa, con
voz tímida. – No es que no te esperara, pero...
- Gracias – la interrumpo. – Poder hacer las paces contigo también
ha sido lo más bonito que me ha pasado en mucho tiempo.
Ella se muerde el labio, pensativa, y me dirige una mirada tanteadora.
- Entonces, ¿es eso? ¿Hemos hecho... las paces?
La miro, sorprendido, y asiento con inseguridad.
- Creía que sí.
- Sí, sí – dice ella rápidamente, sacudiendo la cabeza
para tranquilizarme. – No lo niego, no es eso. Sólo quería
asegurarme. Entonces, ¿sí, no?
- Sí – repito, con una sonrisa mayor. – Si tú quieres.
- Claro que quiero – me asegura, con cara de felicidad. - ¿No tienes
sueño?
- Ahora mismo, no. ¿Y tú?
Sacude la cabeza y estira los brazos hacia mí.
- Ven – susurra. – Cógeme.
No puedo evitar una mirada de sorpresa, pero hago inmediatamente lo que me dice:
me levanto, pongo los brazos alrededor de su cintura y la alzo en brazos hasta
que sus piernas se levantan de la cama y puedo pasar un brazo bajo las rodillas.
- ¿Qué pasa? ¿Quieres ir al lavabo?
Ella sacude la cabeza y me pasa los brazos alrededor del cuello, abrazándome
fuerte.
- Quería abrazarte – me dice, al oído. - ¡¡Te
he echado tanto de menos, Jamie!!
Inspiro profundamente y cierro los ojos, abrazándola también,
deseando memorizar muy bien muy bien este momento para guardarlo en un frasquito
y revisitarlo cada vez que me duela el alma. La abrazo fuerte con una mano,
cargando todo su peso con la otra, vuelvo a inspirar, con la nariz en su pelo,
y, a la vez, la beso en la frente, estremeciéndome de emoción.
¡Lil, mi Lil! ¡¡Lily!!
- Te quiero mucho, bonita – le susurro, muy flojito, y ella aprieta tanto
su abrazo que se hace casi doloroso, aunque para nada se me ocurre ni quejarme
ni querer que pare. – Yo también te he echado de menos. ¡Mucho,
mucho, mucho!
Ella sacude la cabeza y se esconde en mi pecho, sollozando suavemente. En cuanto
la oigo respirar alteradamente, mi corazón se encoge de preocupación
y me echo hacia atrás para asegurarme de que está bien, pero ella
no me deja que me separe sino que pasa su abrazo de mi cuello a mis costillas
y sigue mi movimiento, enganchada. Me dejo caer sobre su cama hasta que me quedo
sentado y luego la siento en mi regazo y la rodeo con los brazos.
- Lil, preciosa – le digo muy suavemente, intentando sonar tranquilo y
cariñoso, - ¿estás bien?
Ella asiente, pero sigue llorando. Vaya día llevamos, pienso con una
mueca inquieta. Primero en el callejón, luego en su cama, ahora ella...
Le acaricio el pelo y espero que se le pase lo suficiente como para que me vuelva
a hablar, porque, aunque entiendo por qué llora y me dan ganas de acompañarla,
de la emoción, quiero que lo hablemos y que sepa que lo siento mucho,
mucho, que lo siento tanto que jamás podré sentirlo más
y quiero disculparme abiertamente por ser tan tonto como para dejar que se pierda
todo lo que teníamos por un detalle sin importancia como el querer más.
Como nunca he tenido mucha paciencia con las cosas importantes, acabo por llamarla
unos instantes después, mientras aún está escondida en
mi pecho. Enseguida, ella se separa de mí para mirarme con un ojo mientras
se borra las lágrimas del otro, me sonríe con pena y se echa el
pelo hacia atrás.
- Lo siento – dice, entre sollozos. – Menudo espectáculo.
Alzo las cejas y la riño con una sola mirada.
- Tonta – río suavemente. - ¿Ahora te va a dar vergüenza
llorar delante mío? ¡Si que hemos perdido confianza!
Alza un hombro, duda y luego me sonríe otra vez.
- Perdona – susurra.
- Nah – la tranquilizo. - ¿Estás bien?
- Sí. Sólo que... bueno...
- Te quiero – la interrumpo, quitándole oportunidad de buscar unas
explicaciones que no son para nada necesarias. – Y que sepas que a mí
tampoco me falta mucho para llorar, o sea que no quiero que te dé vergüenza,
¿eh?
Sacude la cabeza aunque no se le borra la mueca contrariada.
- Parezco una niña...
Dieciocho años, pienso con una sonrisa afectuosa. Somos casi niños,
por muy mayores que nos creamos, y nos queda mucho por aprender. Para muestra,
lo que llevo yo vivido en los últimos seis meses y cómo me he
ido dando con todas las paredes posibles antes de aprender el camino correcto.
Le cojo la barbilla con una mano, niego lentamente con la cabeza, mirándola
fijamente a los ojos, y la beso en la mejilla, por encima de las lágrimas.
- Todo está bien – le digo, en un murmullo, y ella me mira intensamente.
– Todo va bien y te prometo no volver a ser tan estúpido nunca,
nunca más.
- Yo fui la estúpida – me corrige rápidamente. – Lo
hice tan mal, Jamie, ¡lo hice todo tan mal!
- Ssh – susurro. – No, no. No hiciste nada mal. Fue una situación
difícil y no tenía derecho a portarme tan mal contigo, después...
Lily sacude la cabeza.
- Era normal, te hice daño, te dije que no sin una sola explicación...
- De eso nada – la contradigo. – Me explicaste lo que necesitaba
saber y si no te entendí a tiempo fue sólo porque estaba tan nervioso
que no podía ni pensar...
- Te quiero – me interrumpe. – Te quiero mucho y no tenía
por qué ser así contigo... Yo, yo...
- Yo también te quiero – replico, cortándola también.
– Te quiero mucho, Lil, y me importa más ser tu amigo que nada
en el mundo. No espero que olvides lo que dije y lo que he hecho todo este tiempo,
porque todo eso pasó y no podemos actuar como si no lo hubiera hecho,
pero sí que me gustaría que lo dejáramos de lado y fuéramos
amigos otra vez, como antes, ¡como sea!, porque eres lo que más
quiero y sin ti en mi vida, ¡tanto como tú quieras, no te pido
nada!, nada tiene sentido.
Lily me vuelve a abrazar fuerte y se esconde en mi cuello.
- Te quiero, te quiero – repite, y oigo que vuelve a llorar. – Jamie,
¡lo siento tanto!
- No, no – la urjo. – No lo sintamos más, Lil, ¡arreglémoslo!
- Sí – me responde enseguida. – ¡Sí, sí!
Tú también eres lo que más quiero, ¿sabes?
Se me hace un nudo en la garganta. No, no lo sabía. No, creía
que no te importaba, que no era nadie, que no me valorabas mucho, que te daba
rabia que hubiera pensado que tú y yo podríamos ser más.
Claro que era solo el desprecio que sentía a mí mismo por haberme
metido en esta situación en primer lugar, sí, y que no pensaba
todo eso del todo en serio, pero, aun así, no, no lo sabía. Inclino
la cabeza y la beso en el hombro, con los ojos cerrados muy fuerte y un abrazo
de oso alrededor de su cintura.
- Gracias – susurro, casi imperceptiblemente. – No estoy seguro
de merecer que me perdones, pero gracias, gracias, ¡gracias!
Ella sacude la cabeza y su puño, cerrándose, estruja mi ropa,
supongo que intentando contenerse para no volver a llorar. Yo, por lo menos,
sí que tiendo a apretar cosas cuando intento controlarme.
Unos segundos más tarde, su mano se relaja y se separa de mi cuerpo para
mirarme.
- Soy yo quien no merece que la perdones – me dice, mirándome serena.
– Fui tan desagradable...
- Ssh – digo, rápidamente. – Ya, ¿eh, Lil? Suficiente.
Nos hemos disculpado y los dos nos perdonamos mutuamente. ¡No empecemos
una disputa por quién es peor, ¿eh?!
Sacude la cabeza, pero me sigue mirando con la misma expresión sosegada.
- Jamie, te necesito – me dice, muy seria. – Creía que no,
creía que podía vivir sin ti y que era lo mejor para los dos,
pero me equivocaba. No lo sé hacer.
- Ni tendrás que hacerlo – añado, pronto. – Yo también
pensaba que era lo mejor y que... bueno, que era un poco como un castigo y que...
te lo merecías... Pero ya pasó. Los dos nos equivocamos.
Baja la vista.
- Lo merecía – dice, débilmente, e interrumpe mis protestas,
justo antes de que empiecen, con una mano alzada ante mi cara. – Jamie,
tengo que explicártelo todo, así que no me interrumpas. Sé
que crees que no. Sé que piensas que todo esto es culpa tuya y que fuiste
egoísta, o vete tú a saber qué, pretendiendo que... –
se interrumpe, sin llegar a decir qué, aunque puedo imaginar perfectamente
por dónde va. Egoísta, sí. Osado y egoísta, terriblemente
injusto. – Pero necesito contártelo – repite, mirándome
suplicantemente, - así que déjame, ¿vale?
Asiento y me echo aún más atrás, dejándole sitio
para que se aparte si quiere o para que, por lo menos, se sienta cómoda
si nuestra charla va para largo.
- Dime – la animo.
Ella sonríe débilmente, suspira y se vuelve a poner seria, la
vista perdida.
- Dios sabe que no sé lo que hacer – murmura, pensando en voz alta.
– Dios sabe que juré no decirte esto jamás y que probablemente
me arrepentiré de decírtelo porque sé exactamente lo que
harás en cuanto lo sepas y sé que yo no quiero eso y que daría
mi vida antes de dejar que te pasara nada. Dios lo sabe. – Una lágrima
se le escapa, y yo me apresuro a borrársela con una caricia.
- No lo haré si tú no quieres – le aseguro, con un vacío
en el estómago porque, por una parte, el tono grave de sus palabras me
está asustando y, por la otra, porque sé que no será cierto,
aunque le jure que no lo haré: si necesito hacerlo, nada me lo impedirá.
Si es muy, muy importante, ni siquiera podré prometérselo.
- No – dice ella suavemente. – Harás lo que tengas que hacer.
No puedo pedirte que no hagas lo que yo he hecho ya. No puedo... no quiero jugar
más contigo.
Sacudo la cabeza y la beso en la mejilla.
- Ssh. No sufras. Lil, preciosa, ¿no estás cansada? ¿No
sería mejor dejarlo para mañana?
- No – asegura. – No tardaré mucho, pero tiene que ser ahora.
Ya llego meses tarde, no quiero esperar más.
Asiento y la miro, expectante.
- ¿Te acuerdas de... aquella noche? ¿De... lo que me dijiste?
- Más o menos – respondo. – Le he dado tantas vueltas que
algunas partes se han... desdibujado – confieso – pero, sí,
a grandes rasgos, me acuerdo. Más de lo que me dijiste tú –
apunto – que de lo que dije yo.
Sonríe.
- A mí me pasa al revés, claro. Me acuerdo de cómo me llevaste
aparte, afuera. Estabas tan guapo... No sé, todo tenía una sensación
especial, como de última vez, como de ineludible final. Me cogiste de
la mano, me abrazaste y fuimos fuera. Yo sabía qué perseguías.
No lo sabía, bueno, pero lo intuía. Lo... temía.
- Me dijiste que parara más de una vez – coincido.
- No quise hacerlo nunca – replica ella, mirándome desafiante.
– No hubiera querido decirte que pararas jamás.
Curioso. Muy curioso. Frunzo el ceño y le dirijo una mirada de incomprensión.
- ¿Por qué? ¿Es una manera de decirme que no hubieras debido
de dejar que la cosa empezara, o algo así...?
Sacude la cabeza y suspira pesadamente.
- Marzo – dice, cambiando completamente de tema. – Antes de los
exámenes. Me llegó una carta que te dije que era de Petunia, ¿te
acuerdas?
Me encojo de hombros.
- Sinceramente, Lil, no – confieso. – No digo que no sea raro que
tu hermana te escribiera, pero no me acuerdo...
- No era de Petunia – sigue ella. – Era una... citación.
Uy. ¿Abogados? Citación a un... ¿juicio? ¿Wizengamot?
- ¿Para qué? ¿Has tenido problemas con la justicia...?
Ella sacude la cabeza.
- No era ese tipo de citación, sino más bien como una... cita.
Alzo las cejas sin entender nada.
- ¿Lil?
- La orden del Fénix – susurra. – Fui escogida para ser parte
de la Orden del Fénix.
Lo cual debería de aclararlo todo, supongo. ¿Qué me estoy
perdiendo?
La miro hasta que ella me mira también y hago una mueca de incomprensión.
- Lo siento, Lil, pero ¿qué es eso?
- Somos unos cuantos brujos que luchan contra Voldemort – explica en voz
baja. – Somos unos quince, por ahora, e intentamos oponer resistencia
al Innominable y a sus caballeros...
Interesante. O sea que todo lo que se rumorea es cierto y hay algo oscuro en
marcha. Y hay una resistencia, eso está bien.
Tardo un momento en entender que Lil está en primera línea de
fuego y sólo una milésima de segundo en horrorizarme ante el hecho
de que el fuego no podría ser menos de fogueo.
- ¿Eres parte de... eso? – inquiero, con un hilo de voz.
- Este mes se han muerto cinco miembros de la Orden – me dice como respuesta,
como si yo no tuviera ya suficiente por lo que preocuparme. – El mes pasado,
siete. Empezaron siendo más de treinta. Nos defendemos, resistimos, conseguimos
alargar su subida al poder, pero...
Me separo por completo de ella y la observo, temblando. Treinta. Quince. Siete.
Cinco. Lily. Lily. No puede ser. No puede estar metida en eso, en eso no, no
puede ser tan peligroso. Sacudo lentamente la cabeza.
- ¿Lil...? – repito, sin voz. - ¿Lo dices en serio...? ¿Eres
parte de... la Orden...?
Asiente lentamente y me mira con pena.
- No quería meterte en esto. No quería que lo supieras y no quería
mentirte durante toda la vida. Lo siento, lo siento. No tenía por qué
meterme, lo sé, no tenía por qué hacer nada de todo esto,
pero Dumbledore me explicó lo que hacían y... no podía
quedarme de brazos cruzados...
Miro la sábana, confuso. Merlín, Lily es parte de la liga que
se enfrenta directamente a los malos. Está metida en todo eso. Ha estado
metida todo este tiempo. Merlín, Merlín. Sus heridas... Alzo la
cabeza y la miro con desconfianza.
- ¿Te... rebotó?
- ¿El hechizo? Hm, no – se responde a sí misma. –
Fue en mi última misión. Perdí... perdí a mi compañero.
Él... era un Auror. Los Mortífagos nos sorprendieron y no pudimos
huir a tiempo. Cuando conseguí salir de allí, él ya estaba...
Muerto, acabo mentalmente con una expresión de horror. Merlín.
¡Merlín! ¡Esa podría haber sido Lily! No es que no
me importe que muriera un Auror pero, desde luego, no me importaría tanto
como perderla a ella. Merlín, Lily, ¡¿en qué te has
metido?! ¡Lily, Lily!
- No murió – acaba ella al cabo de una pausa. – Está
arriba, en el piso de enfermedades mentales. No pudo... soportarlo.
No puedo horrorizarme más, lo siento, Lil, pero sí puedo dejar
que lo que dices empiece a calar más hondo. Cierro los ojos y suspiro
entrecortadamente. No lo quiero creer. No lo quiero creer. ¡Merlín,
Lily! ¡Las cosas oscuras no se tocan! ¡¡Caca!!
Pasamos minutos en silencio, yo acostumbrándome a los nuevos pedacitos
de información, tratando de digerirlos tan bien como sé, y ella
esperando, imagino, a que yo me reponga. Está metida en la Orden, sea
lo que sea y signifique lo que signifique. Es un objetivo de los Devoradores,
que parecen existir de verdad. Está en peligro y lucha por defendernos
a todos del holocausto. Mudblood. Es una Mudblood. Sólo por eso, sólo
por sus padres, ya correría peligro, sólo por haber nacido Muggle
ya sería objetivo y, en cambio... No teme enfrentarse, no teme correr
peligro, no teme jugárselo todo por defender lo que cree. Estoy aterrorizado,
porque lo que más quiero en el mundo podría morir al día
siguiente a manos de un desalmado con el cerebro lavado del derecho y del revés,
estoy al borde del llanto de miedo de perderla pero, en un rinconcito, sin poderlo
evitar, surge la admiración, porque ella está haciendo todo lo
que yo sé que no podría hacer: jugarme la vida, olvidar la calma
en que vivo, cambiarlo todo por un poquitín de justicia. Ella lo está
haciendo, ella vive arriesgadamente por defender lo que cree mientras nosotros
cuatro...
Veo exactamente lo que ella teme que haga. Y sé que es, exactamente,
lo que haré ahora, y, conmigo, Sirius, Remus y Peter, porque es lo que
tenemos que hacer, porque podemos y porque debemos. Alzo la vista hasta que
me encuentro con la suya.
- Lo haré – le confirmo, con un gesto determinado. – Y, cuando
se lo diga a Sirius, Remus y Peter...
Ella cierra los ojos, derrotada.
- Se lo dirás, ¿verdad?
- Tengo que hacerlo – le aseguro. – No podría vivir engañándolos.
- Por eso te aparté de mi lado – explica, triste. – Creía
que era lo mejor. Mejor negarme a verte más que arriesgarte.
- ¿Qué ha pasado? – le pregunto con una mueca puramente
curiosa.
- Tengo miedo – me confía. – Tengo mucho miedo de perder
todo por lo que lucho... Es egoísta y débil, pero no sé
vivir sin ti. Lo he intentado. He estado meses siguiendo adelante, centrándome
en el trabajo, haciendo como que no me importaba. Meses. Cada día tenía
menos sentido. Cada día era más difícil. Cuando te vi en
La Varita, sólo quería abrazarte, besarte, decirte cuánto
te quería. Entonces aún tenía fuerzas para fingir que no
lo sentía, que te odiaba, que todo era culpa tuya por decirme lo que
sentías cuando menos tenías que hacerlo.
- Hoy no – concluyo yo, aventurándome en su razonamiento.
- Hoy no – repite ella, mirándome con una sonrisa melancólica.
– Ya no me quedan fuerzas para nada, Jamie. Te quiero mucho, muchísimo,
y mi vida sin ti, Orden o no Orden, ha sido un calvario desde el principio hasta
el final. Estoy enamorada de ti desde hace tanto que sencillamente no me sé
imaginar la vida de otra manera. Estoy tan loca por ti que no soy capaz de dejar
de pensar en ti ni un solo día. Te dije que no entonces para alejarte
de mí, sólo para alejarte de mí, porque no quería
hacerte daño, porque no quería que te arriesgaras, y me costó
tanto que, si te hubieras resistido un poco, sólo un poco, toda mi resolución
se habría desvanecido. No espero que sea como si no lo hubiera hecho,
no espero otra oportunidad y no querría que te hicieras parte de la Orden,
pero tengo que decírtelo, James, mi James, porque, si no, no puedo seguir
adelante. Sin ti, no puedo seguir adelante.
Tun, tun, tutuntuntuntun... Como si tuviera un reproductor programado, en mi
cabeza comienzan los acordes de la canción que machacaba cuando peor
lo estaba pasando por la negativa de Lily. Escucho la guitarra, la percusión
y, de fondo, el latir de mi corazón, incapaz de pensar en nada, sólo
mirándola. No puede ser. Todo esto no puede ser. Primero está
metida en la Orden y ahora... ¿esto? ¿Me quiere? Estoy enamorada
de ti. Tan loca por ti. Mi James. Nunca me llama James. Sin ti no puedo...
No puedo pensar en nada, y tampoco puedo decir nada, paralizado por tanta información
a la vez, inundándome los sentidos, así que hago lo único
que tiene sentido, dada la situación: me inclino hacia adelante hasta
que mi frente toca la de Lily, inspiro mientras mi nariz acaricia su barbilla
y, tras una pausa, para cogernos algo de confianza, para darle tiempo a echarse
atrás o para darme tiempo a mí para decidirme a decirle algo,
yo qué sé, la miro a los ojos, que están tan cerca de los
míos que los veo borrosos, trago saliva y giro la cara hasta que nuestros
labios casi se tocan.
- Lo dices en serio – digo, con una voz tan estrangulada por la agitación
que ni el tono de pregunta me sale. – Me quieres.
Ella asiente, con los ojos fijos en mis labios, y me tienta con un beso suave
bajo la nariz.
- Lo digo en serio – asegura, y casi me consuela que a ella también
le tiemble la voz. – Lo hice porque no te arriesgaras, pero no quería
hacerte tanto daño. Fue una decisión equivocada y lo siento, lo
siento, lo siento...
Vale, vale. No nos vayamos del tema, pienso con urgencia. Te quiero. Me quieres.
Yo ya tengo bastante, Lil. Y, si luchar contra los malos es lo que cuesta la
felicidad, pues que se preparen.
Yo ya tengo bastante.
Oh, sí, suspiro mientras nuestros labios se encuentran y empieza nuestro
primer beso. ¡Y tanto que tengo bastante!
Y aquí se acaba la cosa. :) ¡Un placer, a todos! Siento haber tardado tanto en acabar esto y, bueno, me lo he pasado bien escribiéndolo, y eso es lo más importante, ¿no? Espero que os haya gustado y os mando un montón de besos eufóricos porque, de una vez, ¡¡Lily le quiere!!
:)
