Esta es la primera historia de un ciclo de historias que planeo centrándome en los personajes predilectos de muchos... ¡los Santos de Oro!

Quiero enfocarme en una cualidad de cada uno de ellos por historia, espero que estas sean de su agrado y prosperen...

Bien, pues ya saben, esto no lo hago por lucro, sino por puro gusto (y quizá algo de crueldad para atormentarles XDD), todos los personajes a excepción de aquellos que he creado yo son propiedad de Toei y de Masami Kurumada... ¡espero que les guste!

Este relato quiero dedicarlo de manera respetuosa a uno de mis amigos más queridos: IaN HaGeN.

IaN, quiero reiterar en estas líneas mi admiración y respeto, así como el profundo cariño y felicidad que el haber encontrado un amigo de tu gran calidad me otorgan la riqueza de tu compañía.

Un abrazo, amigo mío y gracias por tu amistad.

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El joven dio una vez más vuelta en su lecho.
Súbitamente la temperatura se había incrementado y el sudor empapaba su cuerpo, ¡dormir estaba siendo tan difícil para él en estos momentos!
No. No era verdad.
Esto no era nada nuevo, lo cierto es que sus últimas noches eran todo menos tranquilas. Extraños sueños que le aquejaban iban y venían con una frecuencia casi medida.
"Cuando nuestra Patria desapareció..." pensó el joven entre sueños. "...se decía que se sentía mucho calor."
La noche había dejado de ser oscura y silenciosa. El rojo fulgor del fuego se reflejaba sobre las copas de la espesa selva, y el ruido de tambores y cantos inundaba al medio ambiente, Así mismo, sobre los tambores y cantos se escuchaba el sonido tumultuoso de muchas voces y llantos... súplicas angustiadas, pero de entre todas, una, una era la que más le atormentaba, una era la más sórdida, la más necesitada...

"¡Si alguien pudiera oírme!"
Una gota de sudor recorrió el pecho del joven que dormía.
"¡Si tuviera una esperanza!"
"No lo puedo evitar... es una voz que me habla ¡al alma! ¡al espíritu! ¡al Cosmos!" pensó nuevamente el joven en medio del ruido.
"¡Qué por favor me lleve! ¡Qué me rescate!"

Afuera, en el risco donde se encuentra la Torre de Jamir, un fulgor dorado la invade, un fulgor dorado que proviene del único habitante de esta misteriosa y solitaria construcción.
Mu finalmente logra escapar de su sueño.
Extrañado, el bello joven ve a su alrededor. El ruido y el calor se han ido para dar lugar a la realidad del momento. Un silencio casi mortal es el que hay en este sitio, a veces interrumpido por el silbido misterioso del aire de las cumbres que se cuela por las ventanas. Un aire que dista mucho de estar caliente, como lo percibía hasta hace unos momentos, es un aire frío al cual tras el paso de los años habitando la cumbre de esta alta montaña, había logrado adaptarse hasta el punto de dejar de reconocer que era uno frío. Sin embargo, esta vez, a causa de la conmoción que su sueño le causara, o del sudor, o quizá de ambas cosas, su piel reaccionó con un escalofrío que le recorrió de pies a cabeza.
Mu se llevó las manos a la frente con un gesto de disgusto y desesperación.
"¿Qué me está pasando? ¿Cuál es esta inquietud que habla a mi Cosmos?" haciendo a un lado las sábanas, Mu se pasea por la habitación tras dejar su cama. Al ver por la ventana las nevadas cumbres, Mu piensa. "Sé que no es una amenaza, es una súplica angustiosa, de algo o de alguien... pero ¿quién podría ser lo suficientemente poderoso como para hablar a mi Cosmo y no poder liberarse de su situación?" Al verse en el espejo, Mu nota las huellas de las últimas malas noches en su rostro, en la forma de grandes ojeras. "Debo encontrar la paz..."
Siguiendo un camino que sabe de memoria y sin necesidad de luz, Mu sube unas escaleras que le llevan a la azotea del edificio enclavado en las montañas fronterizas de China y Nepal.
Como un oasis es un alivio para el cansado viajero del desierto, la vista del estrellado y sereno cielo es una visión bienvenida por el joven de cabello morado. La luna llena y su luz azulada ilumina la azotea haciéndola brillar con un fulgor casi místico.
"Debo intentar encontrar una respuesta... pero no seré capaz de ello sino hasta poder poner en paz a mi mente." Dijo resuelto.
Despojándose de su ropa, decidió sentarse en meditación para encontrar un tronco de paz que le ayudara a flotar en el mar de desesperación en el que se sentía ahogar. Y cerró los ojos.
En el silencio y oscuridad de la noche, no es difícil alcanzar un estado de paz, y el cuerpo de Mu comienza a brillar. Al abrir sus ojos, estos tienen el mismo fulgor dorado que le rodea. El aire se llena de energía.
Con atención Mu pone su vista al sur... a la selva del país del sur de esas montañas. Allí encontrará su respuesta.
Los sentidos de Mu de Jamir están entre los más afinados de entre todos los seres vivos del planeta Tierra, y con toda probabilidad, son mejores y más confiables que cualquier aparato tecnológico creado por el hombre como radares ó satélites artificiales, encendidos y aumentados por el Séptimo Sentido que le convierten en un ser mucho más extraordinario de lo que es, no le resulta difícil trazar una ruta que le llevará a las respuestas que su alma necesita para recuperar su paz. ¡Tal es el poder del Santo Dorado del Carnero bajo las órdenes de la diosa Athenea! ¡Tal es el poder de Mu!

CAPÍTULO 1

PEREGRINACIÓN

Existe una constante en los picos de las montañas donde Mu ha decidido establecerse.
Y esa constante es la frialdad del aire. No importa que tanto brilla el sol, como lo hace el día de hoy, lo cierto es que el fino aire, difícil de soportar, por otro lado, para cualquier ser menos extraordinario que el, puede llegar a provocar quemaduras en la piel al rozar, y su fineza podría ser comparada al roce de una navaja filosa, tanto, que no puede ser sentida al comienzo, sino hasta sentir el molesto escozor que genera el corte fino en la piel, como el del papel.
Pero, por supuesto, ese no es el caso para el joven de cabellos morados.. Su piel se encontraba curtida por tanto tiempo de habitar en esta Torre tras su ida del Santuario de Athenea tras la petición hecha por su maestro Shion años antes, podía recordar con claridad esa última conversación que como niño le llenara de angustia... como su maestro le había ordenado buscar al Viejo Maestro de los 5 Picos. Poco después, se enteró al sentir el cosmos de su Maestro desaparecer del firmamento de Cosmos que era capaz de captar con la claridad que un astrónomo tiene al ubicar las viejas y constantes constelaciones en el cielo, que éste se encontraba muerto, y que el viejo Kagemusha, Arles, ocupaba el trono del Santuario por órdenes del mismo. Había ignorado los llamados de este nuevo Patriarca poniendo toda clase de pretextos tontos, pero lo cierto es que el mundo se perfilaba para tiempos muy oscuros... la diosa Athenea había nacido justo antes de su partida del Santuario, para ahora debía de ser una niña de once años, y las nuevas Guerras Sagradas debían de estarse cocinando con la llegada de otros dioses como ella a La Tierra.
Los Dioses y sus misteriosos juegos... misteriosos o caprichosos, Mu creía que era más bien la segunda palabra la que se ajustaba más a describir la sucesión de guerras que los dioses tenían cada 250 años aproximadamente.
¿Qué les traía a volver y volver? ¿Orgullo? ¿Aburrimiento? No podía descifrarlo, y quizá era lo mejor. Meditando en la intimidad de su mente, y en esa ocasional renuencia que le invadía por luchar, Mu pensó:

"Y quizá sea mejor no intentar comprender la voluntad de seres que nos dicen son superiores... cuestionarlos es tanto como querernos igualar a ellos, o igualarlos a nosotros."

Sin embargo, no podía negar el Carnero Dorado, que el obtener la Armadura Dorada de Aries había figurado entre las mayores alegrías de su vida, era obvio que él había nacido para esto. Su gran maestro, Shion, se lo había explicado ya en alguna ocasión. Su mente se lanzó a un viaje en el pasado, hasta un día en que, en campo abierto, en el Santuario de Athena en Grecia, Mu preguntara a su maestro sobre lo que hacía él ahí y quién lo había llevado hasta allá.

"No es casualidad el hecho de que tú, Mu, siendo uno de los últimos Lemurianos, hayas nacido bajo la protección de la constelación de Aries." decía Shion con voz paciente a su pupilo. "Así como no lo fue el que haya sido así en mi propio caso, como al comienzo de los tiempos del Santuario..."
Mostrando el cielo con sus manos, el enmascarado Patriarca mostró el cielo y señaló las estrellas.
"Es un hecho, Mu, que nuestra materia está conformada por lo mismo que el Universo tiene... nosotros somos hijos del cielo, y como su química y física nos rigen, su magia y su poder nos alimenta... la Gran Voluntad y los dioses nos ayudan a seguir un camino, y tanto tú como yo estábamos destinados desde la lejanía de los tiempos a ser llamados al servicio de Athena y de su Santuario."
"¿Maestro? ¿Quiere decir que entonces yo... seré Santo Dorado de Aries? ¿Pero... y usted?"
"Mi destino, y la etapa de vida en la que me encuentro, me han llamado a ser algo diferente, Mu, por eso, es que sé que la Armadura de Aries te reconocerá como su nuevo dueño, como Patriarca, he dejado atrás ese deber, porque he sido llamado a uno superior."
"Maestro... ¿cuando llegue Athenea, comenzará la Nueva Guerra Santa?"
Shion escuchó la voz de Mu, todavía casi un niño y se sonrió.
"Lamentablemente sí, Mu." Con tristeza aparente el Patriarca tocó el hombro de su pupilo. "En verdad es triste que así sea... sospecho que la Guerra en esta ocasión será más cruel de lo que ya han sido anteriormente."
"¿Más cruel? ¿Más que cuando se hundió Lemuria?"
Viendo al extraordinario cielo nocturno del Santuario, Shion respondió.
"Esa vez, nuestra Patria pagó el precio, Mu, pero en esta ocasión, todo el mundo puede pagarlo... por eso tú tienes que defender a Athenea, pase lo que pase, porque ella viene a luchar por nuestro mundo y por la justicia ¡nunca la traiciones, Mu! ¡No hay excusa posible!"
"Sí, Maestro." respondió resuelto el joven de cabello morado viendo con admiración a su Maestro. "¡Juro que haré eso!"
"Muy bien." dijo El Patriarca Shion asintiendo con su cabeza satisfecho. "Con tu tenacidad y la nobleza de tu cosmo, Mu, sé que serás uno de los Santos más fuertes de toda la Orden de Athena, uno que pasará a la historia por la magnitud de sus hazañas..."

Entre más recordaba, Mu concluía con más firmeza que El Patriarca sentado ahora en el trono del Santuario no era su maestro. Esa bondad, esa dulzura se habían ido, este que se sentaba hoy en el trono, y gobernaba era un intruso... un maestro de mentiras, pues no sólo había asumido el trono de manera espuria, sino que lo hacía bajo la máscara de una identidad a la verdadera.
"El mal está entre nosotros..." pensó con tristeza el Carnero Dorado. "Que Athena nos ampare..."
Usando un sombrero tradicional chino y el traje de un campesino, Mu tomó una maleta de paja y vio hacia su Torre de Jamir.
"Ahora emprendo un camino, un camino para encontrar la paz que necesita mi alma antes de emprender la lucha contra el mal que se aproxima, Athenea, protégeme."
Oró viendo con un poco de nostalgia a su alrededor. No podía comprender porqué nadie querría destruir esa paz, pero al observar la belleza, pudo entender porque todo mundo anhelaba dominarlo.
"Nuestro deber como Santos de Athena es impedir que el mundo le sea arrebatado a los hombres..."
Y con ese espíritu, Mu de Jamir, Mu de Aries, Santo Dorado del Carnero, emprendió un viaje que jamás anheló ni presintió, pero que, como su maestro Shion quizá pensara si estuviera vivo, estaba destinado a hacer.