CAPÍTULO
II
EL DESCENSO
Al ir bajando de la montaña,
el aire que era escaso comenzaba a hacerse más denso, y sobre
todo, más caliente.
Durante esta época del año,
las lluvias monzónicas afectaban a la mayor parte de Nepal.
Las montañas iban quedando atrás y la distribución
de gente se iba incrementando. Durante el camino, Mu tuvo oportunidad
de ver a la gente en su mundo diario, ir y venir, algunos tenían
rostros preocupados, algunos otros, denotaban pereza, rostros de
sufrimiento, otros que reflejaban alegría o dolor. Todos
viviendo vidas normales, totalmente ajenas de aquello que hoy le
preocupara. Parte de sí mismo envidió a esas personas
en sus vidas simples, y por milésima ocasión se
cuestionó lo que habría sido su vida bajo estas
circunstancias.
No llamaba mucho la atención, a pesar de
ser alto, 1.82 metros entre esa gente equivale a ser casi un gigante,
pero el color de su cabello, hacía pensar a la gente que quizá
se tratara de uno de esos artistas extravagantes que hacen actos
callejeros. Muchas veces vio hechos que hubiera podido evitar,
pequeños robos, generalmente de comida por parte de un
mendigo, riñas entre borrachos, cosas comunes. Pero sabía
que eso no era algo que necesitara de su atención, ni debía
hacerlo.
"Nunca interfieras más allá de lo que
debes..." le dijo una vez su Maestro Shion. "Ahora eres un
Santo de Athenea y debes de respetar la libertad del humano, corrige
injusticias cuando dañen a muchos, pero no interfieras en
asuntos mundanos, pues tú, afortunada o desafortunadamente,
has dejado de ser uno de ellos."
Claro, se detuvo en varias
ocasiones a escuchar los problemas de la gente, y de hecho, algunas
veces, decidió quedarse más tiempo del normal en
ciertas villas, pues los sueños que le aquejaban, una vez más,
habían desaparecido tan misteriosamente como habían
comenzado. A cambio de su acto, donde hacía malabares con
manzanas y naranjas, donde aparecía semillas o trigo de pronto
en su mano, le valían unas cuantas rupias, las cuales, usaba
para comprar los alimentos que necesitaba.
Dormía casi
siempre en el bosque, sus sentidos afinados y su condición de
Caballero permitía que durmiera de manera tranquila sin temer
grave peligro, de hombres o bestias. Nada ni nadie podía
acercarse al poderoso Mu sin que sus sentidos le detectaran antes.
En
el camino descubrió que le hacía feliz ver a la gente
sonreír con sus hazañas. Claro. Para el no era más
que un juego de niños el poder aparecer de la nada cualquier
objeto en sus manos, o hacerlo aparecer en otro lado... siendo un
Santo Dorado se movía tan rápido como la luz, ayudado
con sus habilidades telekinéticas, las sorpresas que podía
dar eran, por supuesto, mucho más que garantizadas.
Una
tarde en una de esas tantas villas, Mu ejecutaba uno de sus
actos.
"¡Y ahora verán como es que de un pedazo
de trigo puedo hacer ¡un pan!"
La gente le miraba
expectante. Y el sentimiento le agradaba mucho. En especial, cuando
niños tan pequeños como los que tenía al frente
le miraban con tanta expectación. Con movimientos lentos, Mu
parecía invocar poderes mágicos que estaba muy lejos de
tener.
"¡En un instante verán... a este trigo
común convertirse en un rico pan!"
Dijo jocosamente a
manera de rima. Usando su gran velocidad, Mu logró sacar un
pan de debajo de su manga sustituyendo al trigo.
Triunfalmente,
mostró el sitio donde estuviera el trigo, y por supuesto, una
pieza de pan era lo que la asombrada gente miraba en lugar de lo que
habían visto al comienzo... todo mundo aplaudió, a
excepción de un niño que en voz alta reclamó.
"¡Eso
no es justo! ¡Ha hecho trampa!"
La gente no le escuchó,
pero los niños pequeños que estaban a su lado le vieron
seriamente preocupados, la suspicacia del niño mayor les había
hecho dudar del acto que acababan de ver.
Mu dejó de
sonreír y levantando los brazos pidió a su público
callar.
"¿Tienes algo que decir, amigo?" preguntó
con voz alta pero comprensiva el Santo del Carnero. "¿Porqué
piensas eso?"
"Porque es imposible hacer de una espiga
de trigo un pan de un momento al otro... simplemente no es
posible."
"Y entonces" interrumpió una
pequeña uno o dos años menor que el. "¿Dónde
está el trigo y dónde estaba el pan?"
El
cuestionado señaló las mangas del traje de Mu.
"Esas
mangas tan anchas pueden guardarlo todo."
A Mu le pareció
gracioso este hecho. Era un pequeño el que le descubría.
Con una sonrisa pícara, el joven decidió gastarle una
broma.
"Te diré algo..." y quitándose la
camisa de su traje, Mu quedó desnudo del pecho. Ningún
rastro del trigo, el cual, con su velocidad, había hecho polvo
para no guardar más nada dentro de su manga. "...Te
mostraré que cosas asombrosas pueden ocurrir en este
mundo!"
"No lo creo..." dijo el niño
cerrando un ojo y viendo con el abierto a Mu con una mueca de
desconfianza.
"¡Yo si!" afirmó la niña
a su lado. "¡Yo sí te creo!" le dijo ella
amablemente, sonriendo con fe a Mu.
Sonriendo, el joven caballero
tomó a los dos niños de la mano y los llevó al
centro del círculo que los espectadores habían hecho.
"Toma esta rama." dijo Mu recogiendo una rama del suelo
y entregándosela al niño. "Y dibuja un círculo
justo allí." dijo señalando Mu una sección
del suelo.
El niño, obediente, tomó la rama y fue
hasta donde Mu le señalara.
"¿Dónde?
¿Aquí?" dijo señalando el sitio que, en
efecto, el Santo dijera.
Mu asintió. La gente miraba
curiosa el acto. Mientras la niña, sin comprender, veía
de su mamá a Mu, y de Mu al niño sin acertar a decir
nada. Cuando el niño terminó, regresó hasta el
improvisado prestidigitador y le dijo:
"He terminado...
¿ahora qué?"
Tomando la rama, Mu le
dijo.
"Ahora, ve y párate dentro del círculo
que has dibujado, y espera un poco."
El niño observó
a Mu y dijo.
"Muy bien... ¡pero insisto en que todavía
no creo en nada!"
Corriendo se dirigió al círculo
y se paró con gesto fastidiado y brazos cruzados expectante de
lo que Mu hiciera.
"¿Y yo qué hago?"
preguntó la niña a Mu. El cual sonriendo la cargó
y dibujando una estrella donde ella estaba parada la dejó
dentro de este.
"Tú, esperas aquí, muy
quietecita, ¿muy bien?"
La niña asintió
amablemente.
"Sí."
"Me servirá de
entrenamiento." pensó para sus adentros Mu. "Hace
mucho que no lo hago, sobre todo desde que inicié este viaje
hace ya casi un mes."
La gente observaba con curiosidad al
alto muchacho, el cuál, hábilmente con su cabello,
había cubierto los curiosos lunares que adornaban su frente y
que delataban el origen verdadero del amable Mu. Levantando una vez
más la voz se dirigió al público.
"¡Damas
y Caballeros! A continuación les mostraré un acto que
solo presenciaran en esta ocasión de sus vidas... ¡en
unos instantes verán al niño parado dentro de un
círculo, estar parado de pronto dentro de la estrella donde
esta niña se encuentra, y a la niña parada donde el
niño se encuentra, todo esto, sin que mis manos los
toquen!."
Hubo varias exclamaciones entre el público.
"¡Eso
es imposible!"
"¿Cómo pretende hacer
eso?"
"¿Crees que lo logre, mamá?"
"A
mí me hubiera gustado pasar..."
Mu sonrió. Esto
tenía que ser efectivo y rápido. Usando la
psicoquinésis, tendría que hacer que cada niño
flotara hasta el otro lado a una velocidad cercana a la luz mientras
usaba su Crystal Wall.
El Crystal Wall era algo más allá
que un simple escudo, algunos pensarían que así era, un
espejo que reflejaba cualquier cosa que le tocara. Nada más
lejos de la verdad. El Crystal Wall es una especie de cinta magnética
donde se grababa el contenido de la información de aquello que
tocaba, en el caso de la energía, por su principio de no
destrucción, podía grabarla, conservarla y reproducirla
de vuelta. En el caso de movimiento de cuerpos, ésta técnica
grababa la estructura atómica de éstos (los cuerpos)
sobre sí misma, como una película, que sólo
podía ser leída por el Santo Dorado de Aries. Así
es, era un disco con una trama que sólo sus sentidos súper
afinados podían descifrar y que junto con el número
total de átomos que contenía con esta especie de campo
de fuerza, podía reensamblarlo todo como lo había
encontrado. Si, por eso, el Crystal Wall es mucho más que un
simple escudo.
Y todo esto tendría que hacerlo Mu, mientras
escondía su cosmo.
"Maestro... creo que ni a usted se
le hubiera ocurrido una prueba más difícil que
esta."
Sea como fuera, Mu sabía que no había
nadie en peligro, porque era un Maestro en el uso de sus poderes, era
el hecho de poder hacerlo todo tan rápido y bien, que la gente
realmente creyera que era magia lo que hacía.
Abriendo sus manos, Mu se
concentró. Susurrando dijo.
"¡Crystal Wall!"
En
el ojo de su mente, Mu pudo percibirlos totalmente, la relación
entre los espacios y la cantidad de velocidad a aplicar. Cuando cerró
sus brazos, nadie lo había visto, pero había ordenado
con su mente el cambio de lugar de ambos niños. Así
fue, pero para el ojo común, inexperto del humano, los niños
realmente habían desaparecido y aparecido de pronto en lugares
opuestos.
Tan rápido fue el movimiento, que los niños,
ni la gente, se habían percatado del cambio, sino hasta unos
segundos después, que alguien en el público comenzó
a aplaudir.
"¡Viva! ¡Bravo!"
El resto de
la gente comenzó a hacerlo por inercia, en medio de su
paroxismo, pero aún así sonriendo. Realmente este mago
era algo espectacular.
Mu sonrió e hizo una elegante
reverencia. Acercándose al niño y a la niña los
devolvió a sus lugares y les dijo con una sonrisa.
"Lo imposible puede hacerse, con voluntad y fe." Dijo mirando al pequeño y a la niña con una sonrisa que llenó de ilusión al chiquillo al haber vivido la magia de parte de éste hombre que asemejaba un dios o un ángel.
El niño asintió,
un poco asustado, un poco admirado. Nunca olvidaría esa
presencia agradable, nunca jamás.
"Sí señor."
acertó a decir tras mucho intentarlo.
Comenzaba a
atardecer, la villa estaba pintada de los colores dorados que
acompañan a la puesta del sol. Algunas monedas llovieron en el
sombrero de Mu y tras un momento, mientras se disponía a
recogerlo, cuando la gente se alejaba, se dio cuenta que la niña
y su madre no se habían ido.
"¿Sigues aquí,
pequeña?" preguntó acercándose a la
niña.
Esta, por pura respuesta observó a su madre,
la cual asintió como consintiendo en algo. La niña
extendió su mano y le ofreció su muñeca.
"Pero...
¿qué es esto?" preguntó Mu conmovido.
"Dice la niña que no tiene con qué ayudarle,
ni dinero ni nada, sino simplemente su muñeca."
Conmovido,
Mu la miró y tomó el juguete.
"Muchas gracias,
pequeña. En verdad lo agradezco. ¿Cómo se
llama?"
La niña respondió.
"Sita, se
llama Sita."
"¡Qué hermoso nombre!" Mu
se levantó viendo a la muñeca con ternura, mientras la
niña, con un dejo nostálgico observaba el
juguete.
"¿Nos vamos?" le preguntó la mamá
a la niña. Con algo de renuencia la niña
asintió.
"Esperen." pidió Mu cuando se
disponían a irse. Arrodillándose ante la niña,
le dijo. "¿Cómo te llamas?"
La niña
respondió tímidamente.
"Sashi."
"Muy
bien, Sashi, quiero pedirte un grandísimo favor." La niña
lo miró con curiosidad y dijo.
"¿Qué
favor?" Sus ojazos negros brillaron con esperanza.
"Extiende
las manos." le dijo Mu. Tras obedecer, Mu puso a Sita en las
manos de Sashi. "Necesito que cuides de Sita por
mí."
"¿Qué?"
"Si,
verás, es que, tengo que hacer un viaje algo largo, y no creo
que sea bueno para la pobre Sita acompañarme por esos caminos,
así que espero que puedas cuidar de ella por mí? ¿Me
harías ese grandísimo favor?"
La niña
con sorpresa miró a su madre y sonriendo, tras obtener la
aprobación materna, dijo un enfático.
"¡Sí!"
"¡Muchas
gracias!" dijo Mu sonriendo a la dulce niña. "¡Oh,
pero espera!" dijo borrando su sonrisa. "Ya que te harás
cargo de algo mío... creo que tengo que pagarte."
Tanto
la madre como la niña se miraron extrañadas una a la
otra, mientras el amable joven abría su morral y con un hilo,
traspasaba algo, algo brillante.
Al voltearse le dijo a la
niña.
"Toma, este pendiente te lo doy a pago de tu
servicio y tu gran corazón."
Ambas se sorprendieron al
ver una extraña y fina partícula brillante que parecía
una estrella, atravesada por un humilde hilo.
"¿Qué
es esto?" preguntó la niña.
"Esto es una
pequeña estrella para ti" respondió tiernamente
Mu. "Cada vez que te sientas triste, obsérvala, y te
sentirás mejor."
"¡Gracias!" dijo la
niña. La cual comenzó a correr alrededor alegre.
Mu
se puso de pie tras recoger su morral mientras la madre de la niña
le decía:
"Usted debe de ser un emisario de los
dioses." Su voz impregnada igualmente del agradecimiento honesto
de quien no tiene nada y recibe el más grande regalo con muy
poco. "Este es un buen tiempo para vivir aquí".
A
Mu no pudo dejar de causarle un poco de gracia que la señora
hubiera elegido tales palabras cuando su impresión era todo lo
contrario.
"No señora, no soy un emisario de los
dioses, aunque le agradezco el cumplido."
"No sería
extraño." dijo la mujer. "Todo mundo habla de que
los dioses han descendido a nuestro mundo para ayudarnos."
Mu
se sintió sorprendido ante tal declaración.
"¿Cómo
dice?"
La mujer le dijo:
"Así es... al sur del
río Sum Kosi, cerca de la frontera, se cuenta que ha
descendido un dios que es un niño."
Los ojos de Mu se
abrieron asombrados.
"¿Cómo dice?"
"Si,
así es." dijo la mujer. "En una villa que se
encuentra entre la selva, pasando la frontera hacia el sur, existe
una aldea donde un niño dios auxilia a todo aquel que le vea y
le suplique."
Mu se sintió sorprendido. La descripción
del sitio que le daba era muy semejante a la que el buscaba. ¿Un
niño dios? ¿Un niño dios que ayuda a los
hombres? ¿Era esto el signo de la guerra sagrada?
"¡Vaya!"
respondió Mu sonriendo a la mujer que le informara tal
acontecimiento. "¡Pues como le he dicho, no soy ningún
emisario de los dioses! Simplemente me gusta hacer felices a las
personas, y su hija, es una bendición para usted."
"Así
es" asintió la mujer. "Le ofreció su muñeca
porque no he podido darle una moneda para ayudarle, mi esposo ha
estado enfermo, y no tenemos dinero para poder comer, sin embargo, su
alegría no le impide estar triste, aún con hambre."
Mu
tomó las rupias que tenía guardadas y las introdujo con
gran velocidad al bolso de la señora sin que se diera cuenta.
Todo esto, lo hizo casi sin pensar. Aunque sabía que no debía
interferir, era su deber ayudar a quien lo necesitaba de esta forma
si podía.
"No se preocupe" dijo
tranquilizadoramente Mu. "Ya verá que su esposo pronto
estará bien y la situación se mejorará."
"Eso
creo yo, muchas gracias." Respondió la mujer de manera
propia y discreta.
"No, señora, gracias a ustedes..."
la señora tomó de la mano a Sashi la cual se despidió
de Mu con una sonrisa.
Mu se volvió hacia el sur con
determinación. Era hora de reemprender su camino, hacia el
sur... ¡hacia India! Con rapidez, Mu abandonó la villa
estando muy lejos de ella a unas cuantas horas.
Por supuesto,
nunca se enteró que al llegar a su casa, y la mujer descubrir
el dinero en su bolso lloró de alegría, pero su
honradez (y la de su marido) les impidieron tomar el dinero de un
extraño, por lo que decidieron buscarle en toda la villa.
No lo encontraron por supuesto, en ningún lado.
Llorando,
la mujer y su esposo, agradecieron la buena fortuna de haber sido
ayudados por lo que era con toda seguridad, un enviado de algún
dios. La esperanza los llenó nuevamente por mejores
tiempos.
La niña al escuchar el relato de su mamá
ante todos de ese asombroso prodigio, se contentaba con responder
mientras observaba su pendiente de polvo de estrellas:
"Lo
imposible puede hacerse, con voluntad y fe."
Continúa...
