CAPÍTULO
III
MILAGROS EXTENDIDOS
El
imponente río Sum Kosí era otro espectáculo más
de la naturaleza digno de ser visto. En verdad, a lo largo del
camino, Mu había evitado los centros urbanos para dedicarse a
viajar libremente por aquel terreno salvaje pero inocente, lejos de
la malicia y bullicio que tienen las ciudades.
"Las ciudades
son sitios donde el salvajismo es más cruel que en la selva...
porque no es natural." Meditaba, al recordar los espectáculos
de pobreza y miseria. "La selección natural parece marcarse
con particular sadismo... en la naturaleza el débil muere de
inmediato, en las ciudades, la agonía es larga y penosa."
Al
llegar a la orilla del Sum Kosi se deleitó con el sonido del
río caudaloso correr. Las lluvias habían aumentado su
afluente, que por otro lado, viajaba hacia el sur, a cumplir su
destino de ser tributario del magnífico Ganges en la
India.
"No debe de estar muy lejos otra villa." dijo Mu
tras sentir que su estómago le pidiera alimentos. Se había
alimentado a lo largo del camino de unas cuantas bayas silvestres y
fruta cristalizada que llevara en su morral, pues Mu no comía
carne.
Cerrando sus ojos, Mu se abstrajo del plano que nuestros
sentidos sienten, pero se incorporó al mundo de una manera
asombrosa, sus sentidos lo podían hacer casi omnisciente y
omnipresente. Entre los espesos matorrales que ahora encontraba, y el
calor cada vez más pronunciado, un pueblo de pocos habitantes
se encontraba cerca, gente que vivía gracias y por el río.
Mu sonrió. Un plato de arroz cocido no le caería nada
mal. Al abrir sus ojos, también sintió la necesidad de
bañarse. Despojándose de su ropa, Mu desafió el
caudal salvaje del río, el cual, parecía
respetarle.
Por supuesto, que Mu podía controlar la
dirección de las aguas que le bañaban, pero no quería
hacerlo, el golpe salvaje del agua contra su cuerpo era un placer
para él. En verdad, este viaje había resultado muy
didáctico.
Estar encerrado muchos años en el
Santuario de Grecia entrenando y luego, exiliado en Jamir, habían
hecho que a Mu se le olvidara la grandeza del mundo y el motivo
último (¿o inicial?) que significaba
defenderlo.
Reflexionaba sobre el origen de sus misteriosos
sueños, sueños que no le habían vuelto a aquejar
últimamente, pero que, si seguían con su comportamiento
habitual, volverían a plagarle para desaparecer una vez más.
Y así, mientras pensaba en esto, su mente se volvía
a otro tema que le preocupaba, y era ese misterioso Niño Dios
del cual escuchaba cada vez más frecuentemente. Sabía
que tenía que pasar la frontera de Nepal con India, y buscar
una villa a las faldas del Monte Kanchenjunga, en una franja curiosa
que servía de frontera a tres naciones: India, Nepal y Bhután.
Su camino ya no era tan largo para llegar allá, pero no podía
dejar de preguntarse... ¿qué encontraría allí?
¿Tendría que luchar en nombre de Athenea? Mu no era de
aquellos que gustara de luchar, qué irónico resultaría
que el fuera el primero en pelear en una guerra que no terminaba de
comprender.
Su mente pasó a otro tema que le entristecía,
la muerte de su maestro Shion a manos del nuevo Patriarca. El aura de
furia que a veces percibía provenir del Santuario y del
Palacio Papal era tan desconcertante, que por momentos consideraba
que nada humano podía generarlo. En otras ocasiones, sin
embargo, el cosmo del hombre sentado en el trono de Athena era puro
como el agua que le bañaba y no podía por menos dejar
de preguntarse: ¿qué podía corromper un cosmo
tan puro como el que percibía? Aunque algunos hechos malignos
eran reflejo de estos cambios, no percibía maldad tal cual,
era algo más complejo, difícil de explicar. Sin
embargo, Mu había sido entrenado por Shion toda su vida, por
eso, es que estaba más consciente del cambio de Orden en el
Santuario, eso, y sus sentidos aumentados, que no le permitían
engañarse. La Máscara cubría y disfrazaba la
voz, pero el Cosmo era diferente, eso, era lo único
cierto.
¿Cómo era posible que hubiera perdido tanto
en tan poco tiempo? Su Maestro, casi su padre; su hogar El Santuario,
la paz, pues siempre era visto con sospechas. Los mensajes que
mandaban de aquel lugar eran cada vez más insistentes y más
ásperos. Sabía que no pasaría mucho tiempo antes
de ser considerado un rebelde.
Finalmente terminó de
bañarse. Vistiéndose y cubriendo su frente con su
cabello, Mu se preparó mentalmente a representar la farsa que
había llevado a cabo durante casi todo su viaje. Un mareo
repentino le afectó y una imagen que cubrió todos sus
sentidos le hicieron casi caerse.
"¡Ayuda! ¡Ya
comienza otra vez!"
Mu tuvo que sostenerse del tronco de un
árbol para no caer ya casi al entrar a la villa.
"¡Otra
vez!" pensó el joven Santo de Athenea. "Esto es
exactamente igual que mis pesadillas... pero peor, porque ahora...
¡estoy despierto!"
Sea lo que fuere, la fuente de donde
provenía ese grito desesperado debía de ser alguien o
algo muy fuerte, pues traspasar sus defensas mentales no era cosa
sencilla, sólo Shion era capaz de hacer eso.
"¿Señor?"
preguntó un joven que ya tenía tiempo allí
hablando. "¿Está usted bien?"
Mu se volvio
hacia el joven que le veía de manera extrañada.
"¿Necesita
usted ayuda?" insistió el joven moreno.
"Disculpa...
estoy solo un poco mareado." dijo Mu tratando de recuperar sus
fuerzas, aunque esto no había sido un ataque, le había
tomado desprevenido y el poco alimento se combinaba para tal
efecto.
"Recárguese en mis hombros... yo lo ayudaré."
Y sin esperar a que Mu consintiera en ello, el joven tomó del
brazo al Carnero Dorado y lo pasó por sobre sus hombros. "No
se suelte" ordenó con amabilidad el mismo. "Mi casa
no está muy lejos de aquí."
"Gracias"
respondió Mu asombrado de la amabilidad mostrada por este
extraño hacia él.
La villa no tenía muchos
pobladores, de hecho, eran realmente pocos, pero todos eran amables,
hasta donde Mu podía percibir, aunque lo veían
extrañados no parecían asustados.
"¿Quién
es el Kifri?" preguntó una señora al joven. "¿Es
amigo tuyo?"
"Estaba pasando por la villa y casi cae, le
estoy ayudando."
"Haces bien, Kifri, el bien con bien se
paga."
A Mu no podía dejar de llamarle la atención
todo esto. ¿Qué gente era esta?
Finalmente, llegaron
a un apartado sitio de la villa entre matorrales y árboles,
los ruidos de la jungla eran ahora diferentes a los del día,
pero la vida era evidente. Una tenue luz brillaba dentro de la casa
de Kifri, tres niños de entre seis a ocho años se
acercaron corriendo.
"¡Papá!" gritaron los
tres a unísono.
Kifri sonrió, mientras a la puerta,
una bella joven de grandes ojos y piel bronceada abría la
puerta también con una sonrisa, la sonrisa de la ansiedad de
ver a quien se ama. Pero la mujer y los niños, no pudieron
evitar de preguntarse quien era ese alto hombre que acompañaba
al jefe de familia.
"Ya estoy aquí, Mahu." Dijo
con entusiasmo Kifri. "Pero traje a alguien conmigo...por favor,
abre bien la puerta y acerca una silla."
Mahu, evidentemente
la joven, obedeció diligente a su marido, mientras que Kifri
ayudaba a Mu a sentarse en la silla. Mu se sentía aún
un poco mareado, pero dentro de su mente ya estaba trabajando para
levantar defensas más resistentes que lo drenaran tanto.
"Te
agradezco desde el fondo de mi alma, Kifri." Dijo Mu al estar
sentado. "Eres en verdad un hombre muy amable."
Los
niños abrazaron las piernas de su papá mientras le
daban la bienvenida. Un niño, el mediano le preguntó
con grandes ojos al hombre.
"¿Luchaste con un tigre,
papá?" dijo expectante.
"No." Respondió
Kifri a su hijo. "Hoy he luchado con... ¡un gorila! Y le
he quitado estas frutas para ustedes." De su propio morral,
Kifri sacó un racimo de bananas que les entregó
mientras los niños festejaban.
"¿Era muy grande
papá?" preguntó el mayor.
"¡Huy!"
exclamó Kifri. "¡Tan grande como esta casa!"
"¿Y
le has matado?" preguntó el mediano una vez más.
"¿Te lastimó?"
"No." respondió
Kifri con paz. "La lucha no fue a muerte, el Gorila respetó
mi fuerza y me dejó ir, diciendo: 'Dile a tus críos que
deben obedecerte siempre, pues has sido tan fuerte como para vencerme
a mí, Hanuman, rey de los monos.'"
Los niños
asintieron con la cabeza. Mahu se acercó y les dijo.
"Bien
niños... vayan a comer sus frutas y regresen después
para dormir."
"Si, mamá." respondieron los
tres mientras obedecían.
Mu logró terminar de erigir
sus defensas mentales justo en ese momento, por lo que pudo prestar
atención a lo que ocurría a su alrededor.
"¿Se
siente mejor, señor?" preguntó Kifri de manera
respetuosa.
"Dime Mu, por favor." Pidió el
Lemuriano. "Y si, me siento mucho mejor, gracias."
"Mahu..."
dijo Kifri a su mujer. "Sírvenos un plato de arroz y
vegetales."
Mahu asintió y presta sirvio un plato de
arroz cocido con verduras de varios colores.
El aspecto era
francamente delicioso, y Mu no pudo por menos evitar sentir el
calambre en el estómago que nos indica que nos hace falta
alimento.
"¡Muchas gracias!" dijo Mu con una
sonrisa.
"Por nada." Kifri y luego Mahu comenzaron a
comer.
Mu comió con hambre y encontró que esta
comida cuando más honestamente ofrecida, cuanto más
deliciosa. Al terminar de comer, Kifri dijo:
"¿Quieres
más, Mu?" preguntó atentamente.
"No
quisiera..."
"No es ninguna molestia." Dijo Kifri
adelantándose a la fórmula que Mu estaba por utilizar.
"Eso te lo puedo asegurar."
Mahu sirvio otro plato, tan
generosamente servido, y con una apariencia justo tan atractiva.
Al
terminar de comer, Mahu recogió los platos y los llevó
afuera. Mu se levantó e hizo una reverencia.
"Es mi
corazón el que te agradece, Kifri, por toda su amabilidad. De
verdad, que los dioses les colmen de los favores que ustedes
merecen."
"Pues no podemos quejarnos." Respondió
Kifri. "Tus buenos deseos se agradecen, Mu, en verdad no vivimos
en la abundancia pero no podemos quejarnos, los dioses no nos olvidan
nunca."
Mu sonrió.
"Incluso he ido ya a
pagarles tributo a la Villa de la Luna Roja, donde un hijo de los
dioses ha descendido entre nosotros para bendecirnos."
La
mente de Mu se puso alerta.
"¿A la Villa de la... Luna
Roja?" preguntó el Carnero Dorado asombrado.
"Si"
respondió Kifri extrañado. "¿No has
escuchado de ese sitio? ¡Qué extraño!"
"¿Porqué?"
preguntó Mu ante esa declaración.
"Porque toda
esta región está llena de gente que ha sido bendecida
allí, la mujer que vimos mientras veníamos para acá
¿la recuerdas?"
Mu asintió recordando a la
amable mujer.
"Ella estaba dejando de ver, visitó la
Villa de la Luna Roja en los días del culto y recuperó
su visión tras adorar al Niño Dios." Relató
Kifri. "Desde entonces, ella ayuda a todo aquel a quien puede...
todos nosotros intentamos hacerlo tan seguido como podemos."
"¿Tú
has visto al Niño Dios?" preguntó Mu con
curiosidad a Kifri.
"Pues... no, no al Niño en carne y
hueso, sólo su estatua." Respondió Kifri con
tranquilidad. "El Niño no es posible ser visto, sólo
durante ciertos días."
"¿Qué días?"
preguntó Mu con curiosidad apenas contenida.
"Pues
generalmente los primeros días de Luna Llena." Respondió
Kifri. "No tarda mucho en volver a aparecer, de hecho, en estos
días."
"Me gustaría ir allá..."
y poniéndose de pie, Mu dijo. "¡No tengo tiempo que
perder!"
Kifri vio a Mu con sorpresa.
"¿Viajarás
hoy en la noche?" preguntó asombrado. "¡Es muy
peligroso! No puedo permitir que te vayas... te podría ocurrir
una desgracia."
Mu se tranquilizó y sonriendo
dijo.
"Pues creo que tienes razón... me quedaré
esta noche contigo, pero me iré temprano. ¿Está
muy lejos de aquí la villa?"
Kifri pensó unos
minutos y dijo.
"No, no está lejos, aproximadamente a
unos diez días de aquí, llegarás justamente para
los días del rito."
Mu supo que entonces estaría
allá en menos de cinco días, ya que viajaba al doble de
velocidad que un hombre normal.
Ya Mahu y los niños se
habían acostado desde hacía un buen rato y ahora Kifri
parecía que se retiraría.
"Pues bien, mi amigo
Mu, me retiro, espero que puedas dormir confortablemente en nuestra
hamaca."
Haciendo una reverencia, Kifri se retiró. Mu
correspondió con otra.
Sonriendo, se recostó, Kifri
tenía una hermosa familia. Se recostó en la hamaca y
cerró los ojos.
"¿Quién puede ser este
Niño Dios?" se preguntó dudando Mu. "¿Quién
puede haber venido a ayudar a todo mundo? ¿Será posible
que esta fuera la señal de que un aliado a la causa del bien
había llegado? ¿Acaso sus sospechas y sus miedos eran
infundados?"
"¡NO QUIERO!" la voz y la
presencia fueron esta vez más grande, Mu casi cae de la
hamaca.
"Su poder..." dijo Mu sudando. "Su poder es
grande, por lo menos, es uno que puede traspasar mis defensas."
En su mente agradeció el haber construido defensas
mentales más fuertes.
"Es evidente que estoy cerca de
lo que me hace sentir así." Pensó Mu. "Es la
última vez que me tomará por sorpresa, de eso puedo
estar seguro."
Mu intentó dormir con tranquilidad,
pero en sus sueños, la voz volvió a invadir su
espíritu. Ese grito de ayuda desesperado, esa súplica
que tanto inquietara a su cosmo y lo llevara a emprender ese viaje.
Un grito proveniente de las profundidades de la selva.
"Si
hay alguien... alguien que me escuche ¡qué me ayude!
¡por favor!"
Continúa...
