CAPITULO
V
NOCHE DE LUNA LLENA
Sentado bajo la sombra de un
árbol mientras atardecía, Mu meditaba Intentaba
controlar la ansiedad que le provocaba estar tan cerca de la causa y
fin de su viaje, la imagen de ese niño, de sus rasgos
lemurianos le llenaban de más preguntas.
El nerviosismo se
sentía en toda la Villa y la gente se preparaba cada vez más.
Asombrosamente, aún entre tanta miseria y carencias, la gente
se comenzaba a arreglar, de acuerdo a sus posibilidades, preparándose
a la aparición del afamado Niño Dios.
"¡El
Niño Dios!" pensó con una mezcla de ideas que era
difícil de esclarecer. "No existe tal." La
conclusión se desprendía del hecho de negar que él
mismo pudiera serlo... sin embargo ¿acaso no era más
que humano?
A lo largo de los pasados días, Mu había
tenido oportunidad de recorrer la villa en compañía de
Makutí.
Makutí era un hombre que intrigaba a Mu. El
aire de enigma que rodeaba al anciano le causaba desconfianza, le
molestaban las frases que parecían quedar a medias, una manía
que el viejo adoptaba cuando hablaba con él y él
intentaba indagar un poco más. Claro, siendo el sacerdote
principal era obvio que supiera más que el resto de los
aldeanos; pero de cualquier forma a veces su forma de callar le
parecía a Mu escandalosa. Y de alguna manera se sentía
manipulado, pues lejos de sentirse tranquilo ante estos silencios, Mu
sentía que su alma se angustiaba y su corazón brincaba
con ansiedad, era en esos momentos cuando deseaba utilizar todos sus
poderes y forzar una respuesta... ¡qué difícil le
resultaba contener sus emociones!
"Dime Mu" preguntó
Makutí al joven uno de esos días anteriores. "¿No
crees que los dioses deben tener una utilidad para nosotros los
humanos?"
Mu no supo que responder ante lo extraño de
esta pregunta. Tantas cosas consideradas podían sonar de una
manera u otra de acuerdo a como se les describiera, aunque
ciertamente no estaba acostumbrado a cuestionar la voluntad de los
dioses... ¡cuánto menos su utilidad a la humanidad!
"Me
parece que es más justo si ambos nos somos útiles, los
hombres a los dioses y los dioses a los hombres." Concluyó
respondiendo tras hacer una medición de su propia misión
y lo que esperaba de los dioses. Como Santo de Athena, su obligación
radicaba en servir a su diosa, y sin embargo, la misión de
ellos no giraba a partir de un deseo personal de la diosa, sino en
una misión que parecía trascenderla y que, a final de
cuentas, beneficiaba a todos los hombres como género.
Makutí
se carcajeó francamente. Mu le observó
cuestionándolo.
"¿Qué he dicho que
parezca tan gracioso?" preguntó El Carnero Dorado
sintiendo la mordida de la molestia que se manifestó en un
sonrojo.
Makutí ante el cuestionamiento le miró, su
actitud era de franca burla ante lo que interpretó como
ingenuidad de parte de Mu. Asumiendo una actitud seria una vez más,
habló al hombre de cabellos morados.
"¿Verdaderamente
crees que los hombres podamos serles útiles a los dioses?"
y no inesperadamente, Makutí volvió a indagar en los
pensamientos y las convicciones de Mu con otra pregunta. "¿Qué
podemos dar de vuelta en nuestra insignificancia a los dioses que son
tan perfectos?"
Mu le miró y le dijo
"Nuestra
fe, por principio."
Esto lo dijo convencido. Makutí se
sonrió francamente ahora, pero el gesto no era de burla, sino
de satisfacción.
"¡Ah!" y señalando
a la gente, el sacerdote respondió. "¡Tienes mucha
razón! Es un cambio justo... nosotros creemos en los dioses y
ellos nos tienen que dar de vuelta un favor, pequeño para
ellos, tan grande para nosotros."
Se detuvieron frente a una
mujer cubierta por una túnica, levantó su rostro al
escuchar que se aproximaban a ella y preguntó:
"¿Quién
está ahí?" su voz reflejaba temor. Sus pupilas
eran blancas, no había brillo en sus ojos, era evidente que
era ciega. "¿Quién está ahí?"
preguntó de nueva cuenta insegura mientras lanzaba sus manos
hacia delante intentando encontrar aquello que la estaba
angustiando.
"No te preocupes, mujer..." respondió
Makutí. "No estamos aquí para dañarte,
estamos aquí para todo lo contrario."
Prabtú se
acercó llevando una charola con agua y arroz a la mujer.
"Es
poco, pero te servirá."
La mujer se llenó de
lágrimas en los ojos y con voz agradecida le dijo a
Makutí.
"¡Qué los dioses les bendiga! ¡Se
merecen lo mejor!"
Siguiendo su camino, Makutí y Mu
intercambiaron impresiones.
"¿No te parece tan
paradójico que los que menos tienen sean los que se conformen
con más poco?"
"¿Cómo sabía
que esa mujer no tenía precisamente para comer?" preguntó
Mu asombrado.
"Yo sé muchas cosas, Mu. Toda la gente
que llega aquí tiene necesidades, aunque algunos son los más
pobres de entre todos. Yo vigilo cada movimiento de las personas que
están en esta villa... de todos y cada uno."
Concluyó tras la pausa mirándolo de reojo sin desviar
ni detener su andar, algo que el Santo de Athena hizo de igual
forma.
Mu supo que eso le incluía, y aunque su rango de
Santo Dorado debiera hacerle sentir tranquilo ante tales sugerencias,
Makutí era un ser que le causaba un estremecimiento.
Durante
los días anteriores la sensación de ser vigilado le
había acompañado, como Santo Dorado, su Sexto Sentido
difícilmente se equivocaba, ahora lo podía comprobar.
Lo que le inquietaba era el hecho de que hasta ahora que escuchaba
las palabras de Makutí, había sido capaz de comprobar
lo que su percepción le indicaba, pero... ¡que no pudo
corroborar con ayuda de sus avanzados sentidos! Una hazaña
poco común, quienquiera que fuera capaz de esconderse de sus
ojos o de sus oídos, era alguien con un poder grande... No
podían ser ni Kantar ni Prabtú, a ellos les reconocía
cada vez que estaban cerca. Lo había confirmado, estos seres
estaban entrenados en el Cosmos, eso era seguro. Por supuesto, Makutí
lo estaba también.
Durante las noches anteriores, sin
embargo, Mu había logrado avanzar en sus investigaciones. Tras
la vista del ídolo exhibido en el altar del templo de la Villa
de la Luna Roja, al Carnero Dorado no le quedó duda alguna del
origen del 'Niño Dios'.
Sus sueños ahora eran menos
intensos en sufrimiento, poco a poco, Mu había logrado
entablar una amistad con la voz del infante que antes estuviera tan
lleno de desesperación.
"¿De verdad estás
aquí por mí?" preguntaba el Niño con
esperanzas.
"Sí, tus gritos de auxilio me alcanzaron
hasta mi hogar... muy lejos de aquí."
"¿Cómo
puedo saber que esto no me lo estoy imaginando?" preguntó
la voz del niño con temor.
"Porque no lo estás
haciendo, eso tú lo sabes, porque tú presencia en mi
mente ahora es tan fuerte como la mía en la tuya."
En
ocasiones, la conversación se podía tornar un poco
difícil.
"¿Esta noche me llevarás?"
preguntaba el niño.
En una evidente posición
difícil, Mu guardaba silencio.
"¿Porqué
esperas tanto tiempo? ¿Porqué no me llevas hoy?"
Preguntaba el niño abstraído en sí mismo,
interesado en lo suyo y de manera tenaz.
Mu no sabía como
explicarlo. Pero no podía distinguir donde se encontraba
realmente. Sin embargo, durante la primera noche después del
ritual, el niño sería guardado dentro del templo, y
entonces podría llevárselo.
"¡Porque eres
mentira!" respondía la voz en la cabeza de Mu
decepcionado al no recibir una explicación satisfactoria del
que decía ser su salvador. "Porque eres un sueño
mío..." Concluía con voz apagada.
Y la voz
guardaba entonces silencio toda la noche.
Mu se había dado
cuenta de que un cosmos poderoso impedía que pudiera entrar al
Templo usando su teletransportación, parecido al del Patriarca
que protegía al Santuario. Pero estaba decidido... ¡esta
sería la noche!
La adrenalina y el nerviosismo llenó
finalmente la noche. El campamento se había convertido en un
gigante que se movía pesadamente a lo largo de la pequeña
villa hasta la explanada frente al templo de la Villa.
El batir de
los tambores comenzó a dar una atmósfera diferente al
sitio, y la gente, moviéndose al compás de estos,
cantaba adorando con gran expectación al objeto de su fe que
haría su aparición esa misma noche.
Mu no había
visto en todo el día a Makutí, y eso de alguna forma le
preocupaba, sabía que el sacerdote le había vigilado
durante todo el día y que por tanto el control no estaba en
sus manos, sino en manos de el anciano y sus colaboradores. Su
poderoso cosmos había prevenido que pudiera encontrar al Niño
durante los días anteriores, éste tendría que
intuir las intenciones del Carnero Dorado.
La música llegó
a un crescendo y las puertas del templo finalmente se abrieron.
Mu, y la multitud, atentos
fijaron sus ojos en las figuras que venían cargando una tabla
llena de flores y de oro. En medio, sentado con un dejo de tristeza y
de temor, con un sombrero de plumas de color rojo que cubría
su frente, el Niño Dios, idéntico a la estatua, hizo su
aparición.
Hubo una ovación de la gente que se
inclinó en reverencia ante la aparición de este. Todos,
menos Mu, el cual, alto, permaneció como una roca firme ante
la corriente de un río. Los cargadores del Niño Dios
permanecieron con su vista fija al frente, aparentemente ignorantes
de lo que ocurría a su alrededor, mientras de detrás de
ellos, vestido con larga túnica verde y otro penacho de largas
plumas, y cara pintada con marcas que le daban un aspecto casi
felino, el anciano sacerdote de la Villa miraba también con su
mirada perdida, con actitud casi arrogante y, curiosamente,
entregada, como a un punto que nadie más que él pudiera
observar.
Llegando hasta el frente del Niño y de la
multitud, Makutí levantó sus brazos. Mu se sintió
sorprendido al notar que en su hombro también mostraba una
formación de estrellas desconocidas, muy parecidas a las que
Kantar y Prabtú tenían. Como en los dos casos
anteriores, la formación de estrellas era desconocida para
Mu.
"¡Humildes adoradores del Niño Dios!"
gritó Makutí con una energía descomunal para
alguien de su edad, observó Mu, correspondida con una ovación
de la multitud. "¡La razón por la que se encuentran
aquí está entre nosotros! ¡Hoy es la noche en que
su vida cambiará por su fe!"
La gente aplaudió,
había llantos entre algunos, la emoción era muy
fuerte.
"¡Algunos vienen desde muy lejos para pedir
salud! ¡Otros quieren tener una esperanza para seguir adelante!
No se preocupen, el Niño Dios está aquí para
cumplir sus peticiones...
"El ritmo de la música
cambió. Ahora su ritmo era menos dramático. La gente se
arrodilló una vez más y tocaron con su frente el suelo.
De debajo de su túnica, Makutí sacó un vial de
madera. Con precisión casi automática, Kantar y Prabtú
bajaron la tabla donde llevaban al Niño Dios.
Makutí
retiró el penacho del dios, mostrando su cabello rojo y corto.
Sus lunares que denotaban su origen Lemuriano. Con gesto de
rendición, el niño aceptó beber el líquido
que Makutí le ofreciera. Tras beberlo, Prabtú y Kantar
volvieron a elevar la tabla.
"Y ahora... ¡silencio!"
ordenó Makutí con gesto grandilocuente. La música
calló y la gente, postrada esperó. Mu observó la
asombrosa vista de ver a cientos de personas arrodilladas en silencio
casi milagroso ¡hasta los niños obedecían! Y
luego fijó su atención en el Niño.
Su postura
había cambiado, parecía tenso, sus ojos se volvieron
inexpresivos... perdidos. Un gran brillo comenzó a salir del
cuerpo del niño deidad y con un grito una explosión se
sintió en todo el aire.
Su cabeza brilló de gran
forma, como si fuera un sol.
La explosión de energía
sorprendió a Mu, que por lo sensible de sus sentidos pudo
percibirla en una magnitud diferente y mucho más vívida.
A su mente acudieron imágenes de gente como él, como el
niño, que corría con desesperación, con dolor.
Una isla. Un mar revuelto. Un intenso calor. Y el niño...
¡Kiki! Ahora sabía que así se llamaba, entre
adultos que le protegían. Mu se volvió hacia la
multitud, grandes objetos de la villa se elevaron.
"Esto... ¡esto es
una explosión de energía psicokinética!"
exclamó para sus adentros Mu. "Este niño... ¡es
un lemuriano! ¿Cómo le encontraron?" se preguntó
para sus adentros.
"¡Si alguien pudiera...!" se
escuchó dentro de su mente la voz de Kiki. "...¡Qué
me lleve de aquí! ¡Prefiero morir! ¡Auxilio!"
La
gente lloró en fervor religioso cuando algunos enfermos fueron
levantados por los aires por el cosmos aumentado y sin control de
Kiki.
"¡Veo!" comenzó a escuchar Mu entre
la gente la voz de la mujer que viera hacía unos días.
"¡Esto es un milagro! ¡Puedo ver!"
"¡Mi
hija! ¡Mi hija ya camina!"
"¡Mi dolor ha
desaparecido!" gritaba otra persona.
Cientos de expresiones
de este tipo se comenzaron a escuchar. Mu no podía fijar su
vista en un solo sitio sin notar que algo así se escuchaba. Y
en efecto, el había tenido la oportunidad de convivir con
mucha gente durante estos días y sabía que los milagros
que el estaba mirando estaban ocurriendo en verdad... ¡qué
no había lugar a un fraude!
Mu cerró sus ojos
leyendo el cosmo de Kiki, notó con preocupación que
éste se estaba disminuyendo de manera muy dramática. El
hecho de explotar su energía de esa forma era peligroso para
el niño. ¡Lo sería para cualquiera, pues Kiki
estaba explotando el Cosmo de su vida! La fe y la energía
vital del niño se combinaban de tal forma que podía
impartir dones de salud a aquellos que lo necesitaban... pero a un
precio demasiado alto para el pequeño. ¡Mu no lo
permitiría más.!
Quizo dar un paso adelante con
decisión, pero notó que Makutí lo miraba
fijamente, Mu se volvió hacia la gente que lloraba agradecida.
Pero que era demasiada.
"No." Pensó Mu para sus
adentros. "No puedo hacer nada por ahora... pero durante la
noche ¡durante la noche tomaré a Kiki conmigo!"
Pensó con la esperanza de que esta noche no fuera la última
del pequeño y que la brillantez de su vida y de su cosmo no se
extinguiera como una estrella en el espacio.
Tras algunos
momentos, Kiki se desplomó en la tabla, exhausto. Vacío.
Makutí observó al niño. Moviendo su mano de
forma sutil hace que Prabtú y Kantar lo llevaran dentro del
Templo para pasar la noche.
La gente llorando y sollozando pide
de vuelta al niño. Viendo sus necesidades cubiertas y el
prodigio delante de ellos, ha cambiado de pronto todo su fervor por
codicia. No es ahora solo salud lo que quieren, también
riquezas, otros belleza, otros poder. Makutí levanta los
brazos con autoridad.
"¡El Niño Dios ha
concedido aquello por lo que vinieron!" y con un cosmo brillante
y fuerte agrega "¡Niños, otros han llegado hasta
aquí como ustedes con desesperación y cansancio! Ellos
no han podido llegar hasta aquí esta noche... ¡démosles
la oportunidad que ustedes han tenido de experimentar el amor de los
dioses en su vida! El Niño Dios por esta noche no regresará...
¡pero mañana estará aquí para repartir los
dones que buscan aquellos que le necesitan!"
En medio del
calor religioso, la multitud entiende a regañadientes. Se ha
dado cuenta de que durante esa noche no obtendrán nada más.
Algunos, están conformes, otros, deciden quedarse esa noche
para poder estar cerca del Niño Dios en su próxima
aparición.
Lentamente, muy lentamente, la procesión
se retira tras la desaparición de Makutí, finalmente
tras las pesadas puertas del templo. Al volver a sus sitios, la
primera parte del campamento se da cuenta de que sus antiguos lugares
han sido ocupados ya por el remanente de este, que ha avanzado como
si de una fila se tratara. Hay algunos pequeños disturbios,
pero un cosmo muy especial cubre a la Villa esta noche, que
tranquiliza los ánimos de la gente. Finalmente, dos o tres
horas antes del amanecer, el silencio y la calma llegan finalmente a
la aldea.
Los sonidos propios de la selva
son los que llenan la noche. Y una sombra se mueve con rapidez.
Frente al templo, finalmente ha llegado Mu de Aries. Vestido como
viajó durante toda su travesía, ropa de campesino y
sombrero tradicional de China, abre las puertas combinando su fuerza
con su psicokinesis.
"¡Kiki!" grita con su cosmo
al cosmo del Niño Dios. "¡Estoy aquí! ¡Te
lo dije, he venido por ti!"
El eco de sus pasos y un profundo
silencio es todo lo que obtiene por respuesta. Con resolución
da unos pasos hasta llegar en medio del templo, cuando unas pequeñas
llamas que se encienden a la altura del altar se prenden. Esas llamas
prenden los pabilos de las veladoras de enfrente, y con rapidez
prenden el resto de las veladoras del Templo como si se tratara de
arte de magia.
Mu no está sorprendido. Delante de él,
sentado en una silla que parecería el de un pequeño rey
en medio de una construcción colosal, se encuentra Kiki. Se
nota cansado, pero en su mirada y en sus ojos está la sorpresa
y la esperanza de ver que la voz que escuchaba era real, y que
materializado delante de él puede aún haber esperanza
para salir de ese sitio.
"Entonces...
¡era real!" dice en voz baja. Su cansancio le impide
demostrar y sentir la alegría como lo desearía. Frente
a él, Kantar y Prabtú guardan al viejo Makutí,
aún en traje ceremonial.
"Hola Mu..." dice Makutí
con tranquilidad calculada. "Te estábamos
esperando."
"Si, lo sabía." responde Mu con
tensión.
"No me sorprende." Agrega a su vez el
sacerdote. "No nos has podido engañar, desde que llegaste
ha quedado claro a lo que has venido."
Mu toma su sombrero y
lo tira al suelo desafiante. Con una sonrisa levanta su rostro al
sacerdote y sus guardaespaldas.
"¡Pero!" se
sorprende Prabtú al ver el rostro del Carnero Dorado "¡Su
frente!"
Kantar se vuelve hacia Makutí y
exclama
"¡Pero señor! ¡Vea su frente!
¡Esas marcas!"
"¡Yo soy Mu, Santo Dorado del
Carnero a las órdenes de la Diosa Athenea!" exclama Mu
explotando su cosmos. "¡No se interpongan en mi
camino!"
El cosmos del Santo hizo tambalearse a las estatuas
y a las ofrendas contenidas dentro del templo.
"¡No
quiero dañarlos!" amenaza el Carnero mientras camina
confiado hacia sus rivales. "Si saben a que he venido, lo mejor
será que no intenten detenerme... ¡o los
lastimaré!"
"¿De verdad?" pregunta
Makutí sonriendo confiado. "¿Tú crees
eso?"
"¿Qué?" se detiene asombrado Mu
al sentir dos cosmos elevándose peligrosamente.
Los ídolos
del templo se estremecen, y piezas de cobre llegan hasta donde se
encuentran Prabtú y Kantar.
"¿Qué es
esto?"
Makutí brilla con energía y con
paciencia, se pone un casco y un pectoral sin tomarlas con las manos,
usando solo el cosmos de su cuerpo, que es considerable.
"¡Mu!"
dice Makutí finalmente volviéndose. Su estatura,
aumentada. Su cosmo, más brillante y amenazador.
"¡No
lo puedo creer! ¡Fingía su estatura encorvándose!"
piensa Mu asombrado. "¡Y ese cosmos! ¡Es terrible!
¡Se ha incrementado de un momento al otro!"
"Nosotros
somos los Guardianes de la Villa de la Luna Roja." Dice
Makutí.
Con armaduras de Bronce, Kantar se pone al frente
de Makutí con un casco del que sobresalen dos colmillos de
marfil.
"Yo soy Kantar... ¡Descendiente de Ganesha, el
Elefante!"
Un segundo cosmos se une al de Kantar con gran
estruendo. Portando una pesada armadura de piedra y bronce, Prabtú
exclama:
"Yo soy Prabtú... ¡Descendiente de
Hanuman, el Rey Mono!"
Con un casco negro de obsidiana y
bronce, Makutí da un paso adelante entre los dos imponentes
gigantes.
"¡Yo soy descendiente del espíritu de
La Pantera!" dice Makutí. "¡Y nosotros
impediremos que te lleves de aquí al Dios que decidió
caminar entre nosotros!"
Concluirá…
