La selva rara vez se encuentra silenciosa como esta noche... como presintiendo una catástrofe, la naturaleza espera el desenlace de un combate que se ha ido preparando desde hace varias noches.

El punto crítico se encuentra en algún punto de las selvas norteñas de La India, cerca de la frontera con Nepal... en una pequeña aldea que, de no ser por los acontecimientos acontecidos en los últimos meses, sería desconocida para cualquiera de nosotros... Lo cierto es que, se ha rumorado que un enviado de los dioses ha llegado a impartir la justicia de los dioses a ésta.

De alguna forma, esta apreciación es correcta, sin embargo, en apariencia, se ha tomado al llegado de manera errónea, la impartición de justicia está comenzando esta misma noche. Dentro de la Villa de la Luna Roja, se encuentra un templo en el que convergen los augurios y la tensión de esta noche.

Un fulgor multicolor emana de este edificio, y algunos de los feligreses que se han reunido en dicha villa buscando un favor de los dioses se preguntan temerosos lo que está ocurriendo.

"Me llevaré a ése niño, que no es un dios" dice de manera pausada Mú a los tres imponente guardias. Detrás de ellos, el niño yace exhausto, con lágrimas escurriendo de sus ojos, pero sin fuerzas para exclamar nada más. "No hagan esto de la manera dificil, por favor."

"¡No lo permitiremos!" grita el imponente sacerdote Makutí, con negra armadura.

"Que así sea..." dice en voz baja el poderoso Mú... ¡Santo Dorado de Aries!

[b]CAPITULO VI

ARIES: HEROISMO[/b]

Los cuerpos de Prabtú y Kantar brillan de manera amenazante. Fuertes cosmos entrechocan y se encuentran con una fuerte luz dorada emanando del poderoso Santo de Oro.

"Crystal... Wall" dice Mú de manera pausada extendiendo sus brazos enfrente de sí. Una dorada y casi transparente pared de cosmo aparece frente a él.

"¡Tonto!" grita Kantar. "¡Luchar con nosotros es una estupidez! ¡Ni siquiera nada protege tu cuerpo!" con furia, el gigante de casco con colmillos se lanza con todas sus fuerzas contra el, aparentemente, desprotegido, Lemuriano.

"¡Espera Kantar!" grita Makutí. "¡El no está..."

A gran velocidad, Kantar choca contra la poderosa Crystal Wall de Mú, siendo rechazado al instante.

"¡Argh!" Envuelto en pequeños rayos que recorren su cuerpo como si de electricidad se tratara, Kantar cae con un gesto de dolor, mientras que humo y un olor a ozono se desprenden de él.

"¡Cómo siempre!" grita Prabtú, quien se vuelve hacia Mú ahora distinguiendo de manera clara un fulgor dorado que impide el paso de cualquier cosa hasta donde se encuentra Mú.

"Ahora pueden verlo." dice Mú sonriendo. "Mi técnica es impenetrable... me protege una barrera de energía que puede regresar sus ataques... una vez más, les pido que me permitan llevar al niño ¡el no les pertenece!"

"Ugh..." dice el poderoso coloso Kantar moviéndose.

"¿Qué?" pregunta asombrado Mú al ver al gigante recuperarse del choque.

Makutí sonríe viendo la sorpresa reflejada en el rostro de Mú.

"No nos subestimes, extraño... no somos tan insignificantes como creés..."

Ya de pie, Kantar observa que su armadura no tiene ningún daño.

"Y el niño es ¡nuestro!" dice Makutí con autoridad. "El es la justicia divina que nos es debida..."

Levantando su báculo ritual, el cosmo del Sacerdote se eleva a un nivel temible.

"¿Qué es esto? ¡Qué cosmo tan grande!"

"Kantar... Prabtú, muestrenle a nuestro invitado el error de sus intenciones..."

Revitalizados e imponentes, ambos guerreros observan a Mú de manera amenazante. Tanto Prabtú como Kantar se lanzan ambos contra Mú y su Crystal Wall...

La onda de choque con esta destroza los vidrios del templo en un instante, sin embargo, para sorpresa de Mú, ni el descendiente de Ganesha ni el de Hanuman son rechazados por la Crystal Wall... aún impenetrable para ellos, siguen golpeando sin recibir de vuelta la fuerza de sus golpes...

"¿Cómo es esto posible?" viendo más allá, Makutí se encuentra sumido en una especie de oración, canalizando su cosmo hacia sus dos guerreros. "¡Este hombre es muy poderoso! Acabaré con esto de manera rápida..."

Mú cierra los ojos para usar su teletransportación hasta donde Kiki se encuentra y llevárselo de allí evitando una vez más un choque directo con los guerreros. Sin embargo, el Carnero Dorado abre los ojos asombrado... ¡el cosmo de Makutí impide su paso!

Abriendo los ojos, Makutí vuelve a tomar el vial de su cinturón y se acerca hasta Kiki...

"¡Deténte, Makutí! ¡No sabes lo qué haces!"

"¿Creés eso en verdad?" pregunta Makutí sin mirar al Carnero Dorado. "Una vez más, mi buen amigo... ¡estás equivocado!"

Levantando al casi inerte niño, Kiki bebe con renuencia la droga que hace explotar su cosmo, recibiendo en su cuerpo una dósis doble de la acostumbrada. Una vez más, los ojos de Kiki se ponen en blanco y una luz dorada intensísima emana de su cabeza y su cuerpo.

"¡¡¡ARGHHHH!!!" Grita Kiki desde su espíritu.

El grito tan fuerte del poderoso niño Lemuriano tiene el efecto de una nota alta en una copa de cristal. Pequeñas cuarteaduras aparecen en la Pared de Cristal del Santo Dorado.

"¿Qué?" pregunta Mú asombrado.

La combinación de la sorpresa y el ataque inesperado de Kiki, así como la embestida de los dos poderosos guerreros terminan por romper la, aparentemente, impenetrable muralla de Mú. Fragmentos dorados que desaparecen al contacto con el suelo. Como si de una tsunami se tratara, los descendientes del Elefante y del Gorila llegan hasta Mú y comienzan el castigo. Magnificados por el cosmo de Makutí, su velocidad empieza a ser comparable con la de los Santos de Oro.

Mú, ante la fuerza del ataque cae recibiendo el castigo. Mientras que Kiki, tras la explosión de energía, de manera catatónica permanece, con la vista en blanco, observando a un punto inexistente perdido en el interior de su devastada mente. Y las carcajadas de Makutí comienzan a impregnar el lugar con un eco siniestro.

"¿Por...porqué?" pregunta Mú aún recibiendo el castigo. Makutí sorprendido detiene su risa y observa con interés el bulto en que se ha convertido la pelea.

"¡Tú lo sabes mejor que nadie! ¡Tú que eres un demonio de engaño que ha venido a llevarse el regalo que nos ha dado dios a nosotros!" dice como un fanático lleno de odio.

"¿Qué... qué dices?" pregunta Mú mientras un golpe de Prabtú le alcanza el rostro.

"¡Has venido tomando la apariencia de nuestros niño dios para confundirnos! ¡Has venido a terminar con la esperanza de la humanidad! Y eso no lo podemos permitir... no lo perdonaré..." vuelve a gritar con fervor y pasión el sacerdote Pantera.

"Eso... es..." responde Mú con dificultad "...¡una mentira!"

Para sorpresa de Prabtú y de Kantar, Mú lucha por levantarse.

"¡Esto es imposible!" piensa con sorpresa Prabtú.

"¿Quién es este hombre?" pregunta en voz alta Kantar con sorpresa.

La sombra de la duda atraviesa por las mentes de los dos poderosos guerreros.

"Es evidente... ¡qué este hombre es más poderoso de lo que creémos, Kantar!" grita en medio de la pelea Prabtú.

"¡No lo escuchen!" grita Makutí. "¡El es el demonio de mentiras que ha venido a destrozar nuestra fé, el Niño es un Dios que ha venido a regalarnos sus dones!"

Apoyando ahora firmemente su rodilla en el suelo, Mú logra ponerse más o menos de pie al momento que dice:

"Makutí... ¿porqué te empeñas en decir que Kiki es un dios? ¡El es sólo un niño!" Y volviendo su mirada con ceño fruncido, Mú declara. "¡Y tú lo sabes mejor que nadie!"

Impresionados, tanto Prabtú como Kantar se hacen a un lado. La fortaleza, el poder y la decisión de Mú tiene el efecto de una avalancha en la fé de los guerreros.

"Pero está bien... si quieres que ofrezca pruebas... ¡te las daré!"

Con este poderoso grito, el cuerpo de Mú explota en energía dorada que hace que Prabtú caiga sentado, mientras que Kantar y Makutí se cubren el rostro sorprendidos. Kiki, por su lado, sigue con su mirada perdida.

La energía de Mú se torna tan intensa, que como si de una explosión de magma se tratara, el techo del templo explota liberándola... la gente alrededor del templo comienza a gritar asustada temiendo el final del mundo. La tierra bajo sus pies comienza a estremecerse y un sonido extraño... como un llamado a sus espíritus comienza a sentirse.

"No hay manera de retroceder ahora, Makutí..." dice Mú lamentándose.

"¡Las estrellas!" grita un hombre señalando al cielo. "¡Se nos caen encima!"

Del cielo, una estrella brillante comienza a aproximarse haciéndose cada vez más brillante. La gente corre mientras que otra ora en fervor religioso haciendo las paces con sus dioses.

"¿Qué es eso?" pregunta en voz alta Kantar viendo justo arriba del templo a través del orificio dejado por el surgimiento de energía del Caballero Dorado.

"Eso es lo que Makutí ha llamado... Justicia Divina." dice Mú.

Como si cientos de campanas de un templo sonaran al mismo tiempo, en el cielo se dibuja la figura de un carnero cuyo fulgor deslumbra una vez más a quienes observan dicho prodigio. Mú se vuelve hacia el cielo, y mientras los ojos de Prabtú se recuperan del deslumbramiento, comienza a distinguir algo sólido dentro de este... la misma figura del Carnero Dorado que se desprende ahora en pequeños fragmentos y vuelan hacia el cuerpo del hombre que recibiera todo el castigo.

A velocidad prodigiosa, los ojos de Kantar y Prabtú pierden el detalle de cada movimiento de Mú, sin embargo, para Makutí no pasa desapercibido como el Caballero Mú se arma al fin con su poderosa armadura de Oro... ¡la armadura de Oro de Aries!

Con un fulgor glorioso, como si se hubiese transfigurado de simple humano a un dios, Mú aparece desafiante y majestuoso ante sus rivales. Caminando de manera lenta, con un cosmo diferente respaldándole, la figura de un carnero aparece detrás de Mú, quien los observa con ojos envueltos en un fulgor dorado, la energía del cosmo hace volar su larga capa blanca, echando su cara al frente tan fuerte, que su cabello descubre su frente mostrando una vez más los característicos lunares de los descendientes de Lemuria... ¡el continente perdido!

"Makutí, Prabtú, Kantar... ahora ven que no soy un demonio."

"¿Quién eres?" pregunta Prabtú deslumbrado ante la elegancia del Caballero... en verdad, su apariencia ahora sería la de un enviado divino y no la de un demonio como Makutí dijera. "¿Y si este hombre estuviera diciendo la verdad?" se pregunta para sus adentros.

"Yo soy, Mú, Santo de Oro de Aries a las órdenes de la diosa Athenea en el Santuario de Grecia." Responde el bello joven a la interrogante. "Una vez más les pido de la mejor forma que me entreguen a ese niño que no es un dios."

"¡Mentira!" grita Kantar. "¡Nosotros hemos sido testigos de los prodigios! ¡Este niño realiza milagros!"

"Es verdad..." responde Mú a Kantar, sintiendo su desesperación y su desilusión. "Los prodigios que Kiki ha realizado son en muchos casos reales, sin embargo, le cuestan muy caros. Alguien que no está entrenado en los caminos del Cosmo puede pagar un precio muy alto por esto. Y no solo eso, no todo lo ha hecho el, mucho también de esos milagros han sido logrados por la misma gente que viene!"

"¿Qué dices?" pregunta Makutí ofendido. "¡Dices mentiras!"

Mú se sonríe y dice.

"Ahora verán que lo que el niño hace yo lo puedo hacer también..."

Sin esfuerzo alguno, y sin brillo, Mú comienza a hacer flotar a los poderosos guerreros del Elefante y del Gorila, así como cientos de objetos al mismo tiempo. Con un esfuerzo mínimo, por igual, hace que sus cuerpos brillen, y de pronto, el cansancio de su esfuerzo en su lucha contra Mú desaparece en un santiamén. Poco a poco, les vuelve a bajar y los deja donde estaban.

"¡Pero esto!" dice Kantar mientras se toca el cuerpo.

"¡Es un milagro!" exclama incrédulo Prabtú ante las pruebas. Volviéndose hacia Makutí, Prabtú lo observa interrogante.

"Verán, como pueden ver, yo soy parecido a ese niño y eso tiene una razón... ¡Ese niño y yo provenimos del mismo lugar!"

Kantar abre los ojos asombrados, mientras que Prabtú no quita su vista de Makutí.

"Tanto el como yo venimos de una tierra desaparecida hace muchos eones a causa de una guerra de los dioses, la catástrofre fué tan grande, que nuestra patria desapareció, solo dejando un pequeño fragmento de sí que ha sido deshonrada por gente malvada." En los ojos de Mú se dibujaron las imágenes mentales de la caída de Lemuria.

"Nuestra patria era un lugar de bondad y curación, en verdad, el amor de los dioses se volcaba allí para todo aquel que se acercara... y no solo eso, allí fue donde nacieron, gracias a los avances de nuestros magos, las armaduras vivas que protegen los cuerpos de los guerreros de la diosa Athenea, como la que me cubre en estos momentos."

"¿Athenea? ¿Dioses? ¿Guerra? ¿Qué dices?" pregunta Kantar ahora viendo interrogante a Makutí. "¿Qué es esto maestro?" pregunta el Elefante asombrado.

"Responde Makutí... ¡tú lo sabes!" dice Mú desafiante.

Makutí siente las miradas interrogantes de sus guerreros y el peso de la mirada dominante de Mú, y por un momento, siente la duda arrastrarse a su voluntad... Pero recuperándose de la sorpresa, de pronto dice.

"¡Yo no sé nada!" grita Makutí "¡Y no tengo porqué seguir escuchando tus palabras de engaño! Estaba harto de no poder ayudar... de no tener respuestas concretas de parte de los dioses para ayudar a mi pueblo... ¿Qué tiene de malo obligar a los dioses a ayudarnos? ¿Porqué debemos esperar a su misericordia cuando es obvia su indiferencia? ¡Por eso YO estoy haciendo algo al respecto! Prabtú, Kantar... ¡ataquen al demonio que quiere arrebatarnos el bien!"

Kantar y Prabtú se observan interrogantes entre sí. Observan a Mú quien los ve con paz y les dice.

"Ustedes también saben qué hacer... ¿creén que con lo que les he demostrado no habría terminado con todo esto desde hace ya tiempo? Pero se los he dicho, no quiero lastimarles."

Kantar y Prabtú escuchan a la voz del joven. Y en sus almas llegan a la verdadera respuesta.

"No lo atacaremos, Makutí." dice Kantar bajando los brazos.

"Por favor... ¡deseamos saber la verdad!" pide Prabtú.

Mú observa a Makutí con esperanza. Y con una sonrisa le dice.

"¿Lo ves, Makutí? La verdad siempre gana... Mi intención es la misma, no quiero dañarte, por favor, entrégame al niño..."

"¡No!" susurra el sacerdote dándose cuenta de que su causa está perdida.

Makutí baja su cabeza y su cosmo aumenta. Mú se sorprende al sentir las proporciones que de pronto está alcanzando la energía del sacerdote.

"No eres el único con sorpresas aquí, Mú." Dice Makutí en voz alta. "Tú eres el que buscó esta confrontación... no yo."

"¿Qué está haciendo?" pregunta Mú viendo hacia Prabtú y Kantar que, levantando sus hombros no aciertan a responder.

Mú se vuelve hacia el sacerdote que ahora, como en una pervertida reflexión de la luz sagrada de la Armadura de Atenea, brilla con un cosmo negro y lleno de maldad. Los ojos del hombre se tornan rojos y su armadura de pantera desaparece dejándolo desnudo.

"¡Sí los dioses no me ayudan a detenerte, combatiré el fuego con el fuego!" Y viendo a Mú con cara transfigurada dice. "Ojo por ojo... ¡diente por diente!"

El suelo debajo de Mú y de los guerreros se estremece... abriéndose en pedazos delante de Makutí. Allí, en oro, una herejía, un sacrilegio a los principios de Athenea se muestra... ¡Una armadura dorada! Con un aspecto infernal, la Armadura muestra varios espolones y unos colmillos inmundos en el casco de la armadura.

"¡Observa, Mú y tiembla!" grita triunfante Makutí. "¡La armadura dorada del signo de Rakshasa!"

Mú abre los ojos asombrado. ¿Signo de Rakshasa?

La armadura se desprende poco a poco armando al hombre transfigurado. Su cosmo aumenta todavía más hasta alcanzar el nivel de un Santo Dorado. Mú se siente asombrado... la personalidad de Makutí, desaparecida ahora bajo el abrumador cosmo de una entidad espiritual que poseé el cuerpo de el sacerdote pantera... ¡aquel de Ravana, soberano de los Rakshasas!

Las carcajadas de Makutí resuenan en el sitio. Con voz estentórea, el sacerdote se regocija con el poder adquirido.

"¿Sorprendido niño?" pregunta Makutí. "¡Tonto! ¡Eres un tonto! ¿Acaso creés que ustedes son los únicos seres de gran poder sobre esta Tierra? Athenea es una estúpida para buscar a sus ayudantes... No es la única diosa existente ¿sabes eso?" La voz de Makutí suena con una especie de eco. Mú, Prabtú y Kantar observan al poderoso Ravana. "He sido liberado en este mundo una vez más, y te encuentro como mi primer adversario..." Usando su lengua para remojar sus labios y sus colmillos, en una sonrisa grotesca, Ravana continúa. "Me alegra... ¡puedo usar el ejercicio!"

Con rapidez asombrosa, Ravana de Rakshasa extiende sus alas doradas y se lanza a la velocidad de la luz contra Mú que recibe la embestida del demonio en su totalidad. Tomándolo del cuello, Ravana levanta a Mú al tiempo que dice.

"Gente como Makutí es fácil de manipular... su particular desprecio por los dioses lo hicieron presa fácil a mi doctrina... como en muchas ocasiones, aquellos que obran de buena fé están dispuestos a cualquier cosa con tal de llevar a cabo aquello que desean..." Y como hablando para sus adentros, Ravana prosigue. "No te preocupes, Makutí, tú preocupación es el sufrimiento de la humanidad ¿no es verdad? Pués pronto no lo hará... ¡Porqué no existirá una para sufrir!"

Los ojos de Ravana recuperan su brillo humano durante un momento mientras grita:

"¡No!"

Mú reacciona, ha escuchado suficiente, con rapidez absoluta, toma la mano del Rakshasa y la tuerce.

"¡Argh!" grita sorprendido el demonio que adolorido se echa para atrás. "Ese ha sido tú último error, ignorante..." dice amenazante el demonio.

"¡No saldrás de aquí, demonio!" grita Mú con fuerza. En sus adentros se pregunta si sus acciones han precipitado el inicio de una nueva Guerra Santa ¿Y qué consecuencias puede tener esto? "¡Lo juro por mi vida!" Concluye con decisión observando al demonio con gesto preciso.

Ravana comienza a reirse nuevamente.

"¡Tonto! Yo haré que cumplas ese juramento..." Y viendo a Prabtú y a Kantar se sonríe diciendo. "¡Estos dos no son nada!" Usando su imponente cosmo, Prabtú y Kantar son atacados por fuertes disparos de energía que queman el suelo de piedra delante de ellos, mientras ellos los tratan de evitar.

"¡Crystal Wall!" se escucha la voz de Mú.

La conocida pared ambarina se interpone entre las ráfagas de energía roja y los dos guerreros de la Selva.

"¡Tú pelea es conmigo, Ravana!" Y sonriendo le dice. "¿Acaso me temes?"

"¡Tonto!" grita Ravana. "¿No aprecias que estaba prolongando tú vida por unos segundos? ¡Yo no le temo a nada!" Su energía vuelve a crecer al tiempo que una explosión sacude de palmo a palmo el templo. Algunos ídolos caen, mientras que Mú flexiona las rodillas para no perder el equilibrio.

Pequeños trozos de techo caen como un fino polvo. Ravana observa a los dos guerreros de la Selva y se sonríe. Mú abre los ojos mientras vuelve a gritar:

"¡Crystal Wall!"

Ravana se sonríe y dice.

"¡Tonto!" Abriendo la boca, ahora Ravana grita: "¡Great Starvation!*"

Una bruma negra sale de su boca y envuelve al engañado Guerrero Dorado. Un grito escapa de la garganta de Mú al experimentar un terrible dolor en su estómago, a la vez que poco a poco, siente que las energías lo abandonan.

"¿Qué me está pasando?" Piensa Mú observando sus manos, que bajo la armadura comienzan a tornarse esqueléticas.

Ravana sonríe.

"El hambre, Mú... ¡YO SOY EL HAMBRE!"

En medio de su dolor, Mú piensa. Piensa en su maestro Shión. Piensa en Kiki. Piensa en Athenea. En su alma hay un arrepentimiento por este viaje. Piensa que ha desencadenado un mal que debió de permanecer dormido.

Dentro de su mente, Mú recuerda las palabras de su maestro Shión al respecto de la misión de los Santos de Athenea en el mundo.

"Mú, recuerda siempre... No importa lo que tú pienses o lo que los demás digan, nosotros somos sólo humanos que podemos cometer errores, no tengas miedo a equivocarte..." el rostro de Shión se torna más serio al tiempo que concluye. "...Ten miedo de no querer afrontarlos y remediarlos."

"¡Cr...cr...!" empieza a decir Mú en medio de su dolor.

"¿Qué?" pregunta Ravana asombrado. "¿Cómo es posible?"

"¡Crys...tal Wall!" logra exclamar Mú al tiempo que se teletransporta fuera del alcance de la bruma y regresa la bruma a Ravana que, sorprendido se queda en medio de la nube negra.

"¡No!" Grita Ravana.

Mú cae lejos y sacando fuerzas de flaqueza, se pone de pie, al momento que observa sus manos y siente que tanto su rostro como ellas, van recuperando la vitalidad que la técnica del Rakshasa le estuviera robando. Su cosmo se armoniza con las vibraciones de la Armadura Dorada que le confiere de nuevo, algo de vitalidad... otra técnica de combate aprendida de su maestro.

"Gracias, Maestro..." dice Mú como en oración. "¡Yo remediaré esto!"

Sacudiendo sus grandes manos, Ravana sale de entre la nube y sacudiéndola la desvanece al fin.

"Eres fuerte, niño... te concedo eso." Dice Ravana con calma. ""Pero eso no te salvará... ni con la ayuda de Rama podrías vencerme ahora!"

Tomando de su espalda dos fragmentos de su armadura, muestra que estas son, dos cimitarras doradas.

"Esto acaba... ¡ahora!" Una vez más, Ravana se lanza a gran velocidad contra Mú el cual, como se esperaba vuelve a lanzar su técnica defensiva.

"¡Crystal Wall!" Ravana no se detiene y sigue adelante. El choque le duele en la cabeza a Mú ante la fuerza del impacto, mientras que con un ataque doble bien coordinado de sus cimitarras, Ravana comienza a romper la pared. "¡No!" Piensa Mú. "¡He estado demasiado tiempo en la defensiva! Si he de ganar esta batalla tengo que tomar la ofensiva..."

La pared de cristal cede finalmente y Ravana sigue su paso como un ciclón. Sonriendo satisfecho alza sus dos cimitarras al tiempo que grita: "¡Solar Explosion!"

Las cimitarras de Ravana brillan con la intensidad de varios soles al tiempo que lanza su fuerte golpe contra Mú. La onda de choque que produce este encuentro, parece rebanar el edificio como si de un fino cuchillo en mantequilla se tratara y suena tan lejos como tres kilómetros a la redonda. A su paso de salida, la onda expansiva logra cortar las puntas de algunas palmeras y árboles. La iglesia de la Villa está condenada... ahora es cuestión de tiempo. Cuando la luz de la explosión de las cimitarras se va apagando, muestra la cara jubilosa de Ravana, esperando encontrar el cadaver del Carnero de Oro... pero su sonrisa se desvanece cuando...

"¿Qué?" Pregunta asombrado.

Bloqueadas en el camino por un fulgor ambarino, Ravana se da cuenta que sus cimitarras han sido detenidas por ¡dos cimitarras de Crystal!

Levantándose, Mú sonríe al tiempo que dice.

"En algo tienes razón, Ravana... ¡esto es el final!" Con velocidad asombrosa, Mú comienza su ataque, portando las cimitarras que creara su mente y manejándolas diestramente con las dos manos. Ahora Ravana es el tomado por sorpresa, y retrocede defendiéndose de los ataques del Santo de Aries. En su ataque, Mú logra romper fragmentos de la armadura de Ravana. "Por la manera en que está dañada ya tu armadura, Ravana, puedo darme cuenta de la factura de su fabricación..." Y con voz fuerte vuelve a decir. "¡La Isla de la Reina Muerte!"

Con sus sentidos desarrollados, Mú logra alcanzar a la armadura en aquellos lugares más dañados, invisibles para el ojo común, pero no para el Santo de Aries.

"He logrado golpear los puntos débiles de su armadura, aún así, mis ataques con estas cimitarras no lograrán acabar con ésta por más débil que se encuentre... ¡y el templo! No puede soportar más este combate..." Viendo rápidamente hacia atrás de Ravana, el cuerpo de Kiki permanece estático.

Ravana, pasado el momento inicial de sorpresa ante la aparición de las cimitarras de cristal, y la distracción temporal de Mú, contraataca. Al hacerlo, Mú grita. Sus cimitarras de cristal rotas al tiempo que el Santo de Oro es lanzado lejos del sitio. Ravana se sonríe al tiempo que dice.

"No necesito más trucos para acabarte... ¡Eres mío!" Corriendo llega hasta el cuerpo de Mú que desmayado, ni siquiera abre los ojos. "Llegaste muy lejos, jovencito... en tú honor mis primeras víctimas después de este sitio será el Santuario de tú diosa..." Y levantando las dos cimitarras para acertar el golpe final es sorprendido cuando Mú, se vuelve hacia el, demostrando su engaño de desmayo al tiempo que sonríe y dice.

"Gracias, pero es de mal gusto presentarse sin invitación."

"¿Qué?" pregunta Ravana desconcertado.

"¡STARLIGHT EXTINCTION!"

Una luz inmensa ilumina el cuerpo de Mú, que en impresionante despliegue de poder flota hasta estar de pie frente a Ravana, al tiempo que alzando sus manos vuelve a gritar:

"¡CRYSTAL WALL!"

La luz ambarina que lanzan sus manos recubren como una película, los interiores del templo, escenario de la confrontación.

Pero esto ya no lo ve Ravana, que en medio de millones de golpes que recibe ante la liberación de la Extinción de Luz Estelar del Carnero Dorado, no aprecia lo dificil que ha resultado esta maniobra... ¡Mú ejecuta dos poderosas técnicas a un mismo tiempo!

La armadura del signo de Rakshasa comienza a resquebrajarse y finalmente cede. La manifestación de Ravana en el cuerpo de Makutí es evidente, pero el castigo que recibe es tal, que al momento en que la armadura de Oro desaparece, el espíritu del demonio es conjurado y es expulsado convirtiéndose en una ceniza sacrílega que al caer en el suelo, se torna negro, al tiempo que la poderosa técnica de ataque finaliza.

Las paredes del edificio se estremecen, pero con la protección del Muro de Cristal de Mú, logra resistir la hecatombe.

Al finalizar la explosión, yace Mú tirado. Mientras que Makutí, de pie, con gesto apenado lo observa todo a su alrededor.

Con rapidez parecida a la del felino que representa, Makutí toma al niño entre sus brazos y con su mano hace que fije sus ojos en los tres guerreros.

"¡Destrúyelo todo!" ordena. Y viendo a Prabtú y a Kantar agrega. "El mal que he hecho no lo puedo remediar, pero ahora he sido testigo de lo destructivo que ellos pueden hacer" Dice en voz baja. "¡No puedo permitir que sigan viviendo!" y volviéndose hacia Mú agrega. "¡Jamás permitiré que te lleves a este niño! ¡Si no lo podemos tener, entonces tampoco tú!"

Y al decir esto, tomando el vial de droga, Makutí vacía el resto del contenido de éste en la boca de Kiki.

"¡Para, Makutí! ¡Siempre hay esperanza!" Dice Mú al tiempo que se pone de pie pesadamente. El esfuerzo exigido ante la pelea con Ravana ha fatigado sobremanera al joven Carnero Dorado.

"¡Demasiado tarde, Mú, me he condenado, pero tú eres tan culpable como yo!" grita Makutí. "¡Tú me llevaste hasta ese extremo!"

El cuerpo de Kiki comienza a estremecerse al tiempo que también el antiguo y alto templo lo hace. Las gruesas columnas y paredes comienzan a resquebrajarse ante la ola de energía que una vez más libera Kiki, cuyos ojos muestran lágrimas que ruedan por su cara.

"¡Voy a morir!" escucha Mú en su mente exclamar al niño. "¡Y me alegro!"

"¡No!" exclama en su mente Mú, pero lo interrumpe la ruptura de las columnas del templo todas a una vez mientras que estalla el fuego en el interior de este.

"¡Argh!" se escucha el grito de dolor de Prabtú de pronto. Mú voltea y ve que dos columnas han caido sobre sus piernas.

"¡Hermano!" grita Kantar, quien intenta rescatar a su compañero con esfuerzos vanos por recoger el pedazo fragmento de piedra antigua de toneladas.

Mú ve al techo y observa que el techo está punto de desprenderse justo por encima de donde están tanto Kantar por un lado, como Makutí del otro con Kiki. Intentando teletransportarse hasta Kiki, Mú se da cuenta que Makutí ha reiniciado su interferencia, aunado al cansancio de la batalla, así como la emanación de energía psíquica del niño impiden que Mú queme su cosmo de la mejor manera.

"¡Señor!" grita Kantar con desesperanza al ver a Prabtú desmayado. "¡Ayuda por favor! ¡Le necesito, por misericordia!"

Un fragmento de techo golpea a Makutí quien, tomado por sorpresa, cae inconsciente con Kiki entre sus brazos. Kiki permanece con la cara contra el suelo.

"Yo..." Mú duda durante un instante, el techo encima de Kantar comienza a caer. "¡Crystal Wall!" exclama Mú proyectando su energía para detener los pesados fragmentos de techo. "¡Son muy pesadas..." el sudor escurre por la frente de Mú quien escucha la voz de Kiki decir.

"No puedo soportar más este sufrimiento... me arrancaron de mis padres con engaños, y desde entonces solo he sentido dolor." Una lágrima escurre por la mejilla izquierda de Kiki, y con las pocas fuerzas que puede reunir logra sonreir hacia Mú.

"¡Kiki! ¡Lucha! ¡Lucha por salir de ese sopor! ¡Tú puedes hijo!" grita Mú con lágrimas en los ojos. "¡La vida en ocasiones tiene cosas dolorosas, pero eso es para apreciar todo lo bello que esta tiene! ¡No abandones la esperanza, Kiki!" y sonriendo de vuelta le dice. "Yo estoy aquí contigo... y lo seguiré estando siempre."

"¡Señor!" grita Kantar a Mú con lágrimas. "¡Se lo ruego! ¡Es mi hermano!"

El cosmo de Kiki comienza a disminuir, mientras que Mú, atrapado en la encrucijada de sostener el techo y ayudar a Kantar y Prabtú se encuentra imposibilitado en salvar a Kiki o a Makutí.

Corriendo llega hasta Kantar y lanza lejos los fragmentos de techo que su Crystal Wall sostenían.

"¡Lo haremos juntos, Kantar!" dice Mú con autoridad. "¡Ambos salvaremos a tú hermano!" Con la ayuda de su psicokinésis y su nada despreciable fuerza, Kantar y Mú logran comenzar a mover poco a poco los fragmentos de la columna que cayera sobre las piernas de Prabtú. Sin embargo, el peso y el humo, así como el calor del fuego, agobian a ambos hombres... pronto se dan cuenta de que dicha empresa resultará imposible para ellos.

Kiki se arrastra hacia adelante, desprendiéndose de los brazos de Makutí mientras que, levantando su mano dice.

"¿Para siempre?" la esperanza de una vida lejos del dolor reincendia la ténue llama de cosmo de Kiki. "¡Mú!" grita mientras que extiende su brazo emanando su cosmo una vez más y agregándolo al de Kantar y el Santo de Oro. La columna que mantenía aprisionado a Prabtú se mueve finalmente.

"Yo..." dice Kiki débilmente. "...creo en tí." Pero un golpe de parte del bastón de Makutí hace que el que fuera Niño Dios termine por desmayarse, mientras, que con sus últimas fuerzas, Makutí toma de la pierna el cuerpo inerte de Kiki arrastrándose mientras dice.

"Ya dije... ¡qué no saldrás de aquí vivo!"

Kantar toma a Prabtú en sus brazos, mientras que el templo se estremece con sus últimos estertores de vida... la destrucción de la estructura es inminente.

"¡Sal de aquí! ¡Sálvense!" grita Mú quien se vuelve hacia Kiki. Con terror observa como, otra columna está a punto de aplastar, en un infierno de fuego y piedra tanto a Kiki como a Makutí. Mú con su vista ve a Kiki totalmente exhausto, el pedazo de columna cae mientras que Kantar y Prabtú salen del sitio.

Al querer moverse, Mú se da cuenta de que su capa le impide moverse solo en el transcurso de segundo necesario para alcanzar a Kiki. Volviéndose hacia Kiki observa que la columna está a punto de caer sobre Kiki.

"¡Kiki!"

Afuera, tanto Prabtú como Kantar observan con tristeza como el templo de la Villa de la Luna Roja se desploma en medio de fuego. Un crujido intenso acompaña el derrumbe.

"Ellos están..." dice Prabtú con dolor señalando el sitio.

"Lo sé..." dice Kantar con tristeza. Sus armaduras, resquebrajadas y sus cuerpos heridos por el calor.

Con dolor, Prabtú intenta ponerse de pie.

"¿Qué haces?" pregunta Kantar a su hermano. "¡Tú pierna está rota!"

"¡Cállate, Kantar, y ayúdame!"

Cerrando los ojos, el cuerpo de Prabtú comienza a brillar, Kantar desde el suelo ve con sorpresa a Prabtú y comprende las intenciones de su hermano, poniéndose de pie, adopta la misma postura mientras cierra los ojos. El cuerpo de Kantar se une por igual. Y uniendo sus cosmos logran lanzar una onda de cosmo que recorre el sitio del derrumbe apagando el fuego de manera prodigiosa. En las mentes de ambos hermanos resuenan las palabras de Mú haciendo referencia a que aquellos iniciados en el camino del cosmo pueden lograr proezas.

Finalmente, cuando solo algunos sitios quedan con fuego, pero el humo y lo negro del paso destructor quedan en lo que fuera el templo, Prabtú se desploma.

"Ve hermano... ¡búscalos!"

Kantar corre hasta el sitio y comienza a mover piedras sin importar lo calientes que están. Ignorando la pena, Kantar lamenta los hechos. De pronto... se encuentra con algo.

"¿Eh?" pregunta en su mente exclamando. "¡Creo que los encontré!"

Al mover un gran pedazo de piedra, nota que se corta con un pedazo de cristal de color ambarino que se deshace de pronto...

Sin comprender por un momento, Kantar sonríe con esperanza mientras dice...

"¡La pared de cristal!"

Moviendo una vez más los fragmentos de piedra, Kantar nota que algunos de estos están literalmente destrozados como si hubiesen sido casi pulverizados antes de caer. Finalmente, allí, en medio de todo, ve el color morado del cabello de Mú... ¡y su espalda!

Kantar lo levanta y observa que el Santo Dorado no lleva puesta su armadura de Oro. Mú abre los ojos poco a poco y logra ponerse de pie de pronto.

"¡Kiki!"

"¡Con calma!" dice Kantar.

Mú ignora a Kantar y usando su psicoquinésis logra quitar el resto de piedras de alrededor. Allí, bajo todo el fulgor, sin mancha, con un brillo casi santo, la armadura de oro de Aries, permanece de pie, y bajo de ella... sin sentido, y sin daño, se encuentra Kiki.

Mú se sonríe, al igual que Kantar.

"¿Y Makutí?" pregunta Kantar a Mú.

Bajando la vista, Mú niega con la cabeza.

"Se negó a ser salvado... él... tomó su vida antes de que lo pudiera salvar por igual."

[B]EPILOGO[/B]

La mano de Mú tuvo un destello dorado y cálido que envolvió la pierna de Prabtú. El daño aparente desapareció.

Prabtú se puso de pie contento mientras movía su pierna.

"Gracias" dijo sinceramente.

Mú se pone de pie, mientras Kiki lo observa desde abajo con admiración.

"Siento mucho no haber podido curarte antes, Prabtú."

Kantar sonríe mientras golpea el hombro de Mú de manera jovial.

"¡Ni lo menciones! ¡Tú nos salvaste a todos! Incluso ayudaste a toda la gente que vino."

Mú se sonríe mientras dice.

"En verdad, en algunos casos, es más la fé de la gente la que obra milagros que mi propia capacidad." dice Mú. "Nuestra gente tenía la capacidad de curar y reparar muchas cosas, por eso Kiki, de manera instintiva es capaz de hacerlo de igual manera."

Tomando al pequeño Kiki entre sus brazos Mú agrega.

"Nuestras mentes son fuertes, pero los humanos tienen ese potencial también, y en ocasiones, los milagros de fé pasan desapercibidos por todos nosotros... sin pensar que mucho de lo que se ha logrado es gracias a la fé de alguien que creyó en aquello que muchos otros consideraron imposible ó absurdo."

Viendo alrededor, Mú siente la Villa vacía, los peregrinos se han ido, y ahora, la Villa sólo tiene como moradores a Prabtú y a Kantar.

"Díganme, Prabtú y Kantar..." los aludidos observan al jóven de cabellos morados. "Ahora que la Villa se ha quedado sola y sin templo... ¿qué harán? ¿Quieren venir con nosotros? De seguro ustedes podrían..."

"No." dice Kantar sonriendo.

"Muchas gracias, Mú." dice Prabtú a su vez. "Mi hermano y yo nos quedaremos aquí, dando el mensaje de Athenea, la esperanza en el mundo y en los humanos."

"Esperamos que de vez en cuando, nos puedas visitar, pués seguiremos ayudando a la gente que llegue hasta aquí buscando consuelo..." agrega Kantar.

"Después de todo," dice Prabtú "estamos entrenados en los caminos del Cosmo, esperamos poder ayudarles, aunque sea siendo nosotros vehículos de fé para los desesperanzados."

Mú se sonríe y acercándose hasta ellos les dice.

"En verdad son unos dignos representantes de Athenea." Viendo hacia el cielo, el ruido de la selva y el sol iluminan la Villa. "¡Y yo les ayudaré siempre que pueda! La fé de Athenea en los hombres y en su capacidad por el bien está justificada en ustedes..."

"Buena suerte, Mú y Kiki" dice Kantar.

Y Prabtú mirando hacia el niño le dice.

"Y una vez más, discúlpanos..."

"Si los perdono... aunque no recuerdo todo lo que pasó con claridad, lo que sé es que Mú me salvó..."

Mú observa a Kantar y Prabtú explicando.

"Esa última explosión de su energía le ocasionó una especie de amnesia..." dice Mú con tristeza. "Y es una tristeza realmente, pués ha olvidado el lugar de donde Makutí lo tomó..." pero sonriendo de vuelta, Mú agrega. "Sin embargo, el tiempo nos ayudará a recuperar esa memoria, y entonces quizá, nuestra soledad como Lemurianos termine."

Tomando la Caja de Pandora de la Armadura de Aries en su espalda, Mú se pone de vuelta su sombrero chino y comienza el viaje de vuelta con Kiki en sus brazos, mientras que agita su mano despidiéndose de los descendientes del Elefante y del Simio.

"¿A dónde iremos?" le pregunta Kiki a Mú finalmente.

Mú observa al niño de cabellos rojizos y sonríe.

"A tú nuevo hogar... a tú nueva escuela." Dice sonriendo, recordando el día en que Shión decidiera a instruirle los secretos del Aries. "¡Qué curioso!" piensa con una sonrisa enigmática. "Hace algunos años alguien me dijo lo mismo" Concluye en voz alta, a la vez que su pensamiento se dirige a un recuerdo. "Maestro Shión... lo extraño tanto."

"¿Y qué aprendiste?" pregunta Kiki a Mú expectante.

"Aprendí que el mundo es un lugar bello por el cual vale la pena luchar, pero sobre todo, aprendí que no estaba solo, y que sí podía haber un sitio en donde estar como en tú hogar."

Kiki bosteza sin comprender bien a bien lo que Mú intenta decirle y abraza del cuello al Caballero Dorado.

"Creo que voy a dormir." Dice Kiki mientras bosteza.

"Hazlo, Kiki... hazlo." Dice Mú sonriendo. "Te esperan muchas cosas que hacer, pero por lo pronto descansa seguro conmigo."

El niño obedece al tiempo que calla intentando dormir. Mientras camina, Mú sonríe pensando en la cara que pondrá el viejo Dohko al ver a un nuevo heredero al poder de Aries llegar a ellos.

"La vida y el cosmo siempre se abren paso, joven Mú..." le dijera una vez el Maestro de Libra. "...No importando los obstáculos, la vida generalmente se impone."

Mú se sonríe mientras hace una nota mental de concederle la razón al viejo en sus palabras.

Kiki abraza a Mú en el hombro de pronto y con los ojos cerrados rompe el silencio del camino al preguntar:

"¿Mú?"

"¿Sí?" pregunta el joven de cabellos morados.

"Gracias... hermano..."

Kiki concluye su frase al mismo tiempo que cae dormido, mientras que Mú prosigue su camino de vuelta, con la idea en mente de que los tiempos dificiles podrán venir en el futuro, pero que por hoy, es feliz, y que eso, en esos momentos, es lo único que importa.

[b]FIN[/b]

(Tema final, Friends in the Sky)

[i]El pecado tiene muchas herramientas, pero la mentira es el mango que encaja en todas.

---------------------O.W. Holmes[/I]

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Gran Hambruna